ciudades y provincias
Buenos Aires en el centenario /1810-1834
Adolfo Saldías
Guerra de las facciones (1820)
Sumario: Dictadura militar del general Soler. — Combate de la Cañada de la Cruz. — El gobierno de la ciudad y el de la campana. — Dorrego y Alvear. — La resistencia del coronel Pagola en la plaza de la Victoria. — Intimación del gobernador Dorrego al gobernador López. — Las milicias del sud de Buenos Aires: las convoca y reúne don Juan Manuel de Rozas a pedido del general Rodríguez. — Las faenas rurales y la correría guerrera. — Ventajas de Dorrego contra López. — Tentativas en favor de la paz: participación del comandante Rozas en esas tentativas. — Combate en San Nicolás contra Alvear y Carrera atrincherados. — Armisticio que celebra Dorrego con López para tratar la paz. — Conferencia entre Rozas y López: acuerdo sobre la base de no invadir a Santa Fe: dilatorias de López para ganar tiempo. — Dorrego denuncia el Armisticio: Batalla de Pavón: Dorrego se interna en Santa Fe y Rodríguez y Rozas, opuestos a este plan de campaña, se retiran del ejército. — Derrota de Dorrego en el Gamonal. — Expectativa subsiguiente de López. ~ La gestión política de Buenos Aires para elegir Gobernador de la Provincia: los candidatos que se señalaba. — La elección de Representantes: la junta nombra Gobernador al general Martín Rodríguez: declaraciones del nuevo Gobierno. — Agitación de las facciones federales: la composición del Cabildo de Buenos Aires. — Medidas de defensa del gobernador Rodríguez: la conspiración del lo de Octubre. — El coronel Pagola ataca y toma el Fuerte y se adueña de la Ciudad: el Cabildo abierto del 2 de Octubre: desconocimiento de la elección de Representantes y de Gobernador de la Provincia.


Los ruidosos acontecimientos narrados al fin del capítulo anterior tenían lugar el 20 de Junio, día clásico de la anarquía en Buenos Aires, en que hubo tres gobernadores de la Provincia: el Cabildo, Ramos Mexía y Soler. El 23 prestó juramento este último; el 24 dejó el mando militar de la ciudad al coronel Manuel Dorrego, quien acababa de llegar del destierro que le impuso el director Pueyrredón, y se trasladó a Lujan ordenando que se le incorporasen todos los oficiales sin destino, y —lo que era singularmente cruel— todos los diputados del Congreso de Tucumán, últimamente disuelto, so pena de proceder contra sus personas y bienes(1). Inmediatamente de llegar a su cuartel general, Soler se movió con su ejército sobre el del general López que marchaba sobre la ciudad de Buenos Aires, como queda dicho, en unión con el general Alvear y don José Miguel Carrera. El 28 de Junio encontráronse ambos ejércitos poco más allá de la Cañada de la Cruz. A pesar de la reconocida pericia militar de Soler, López alcanzó un nuevo triunfo. Las caballerías de Soler se dispersaron o cayeron prisioneras, salvándose únicamente una columna de infantería y algunas piezas de artillería al mando del coronel Pagola, quien, repasando el norte, se dirigió con ella a la ciudad de Buenos Aires. Soler se limitó a comunicarle al Cabildo este desastre y, dándolo todo por perdido, se embarcó para la Colonia del Sacramento(2).

Ante la poco halagüeña perspectiva de que las fuerzas de López y Carrera trajesen una excursión a la ciudad de Buenos Aires, Dorrego multiplicó sus energías para ponerla en estado de defensa. Pero los sucesos se atropellaban deformes y desconsoladores. Mientras Dorrego salía a la cabeza de algunas fuerzas a contener los dispersos de Soler, Alvear se trasladaba a Lujan, impartía órdenes para que acudiesen allí representantes del norte de la campaña, y el 1° de Julio se hacía elegir Gobernador de la Provincia. López, deseoso de asegurarse en Buenos Aires una ayuda contra Ramírez, cuyo ascendiente pesaba en el litoral, entraba en negociaciones con el Cabildo, no obstante que prestaba su apoyo a Alvear; y el coronel Pagola se entraba en la Ciudad con la columna salvada de la cañada de la Cruz y tomaba posesión de la Fortaleza. Atrincherado en la plaza principal, se hizo proclamar comandante de las armas; y amenazando al vecindario con medidas violentas, declaró traidores a los que entraran en transacciones con López(3).

López, que fiaba la realización de sus pretensiones al éxito de sus armas y que esperaba hacerlas subscribir por el gobierno que él contribuyese a cimentar, adelantó sus tropas sobre la Ciudad. Alvear y Carrera hicieron otro tanto. Por manera que el Cabildo y Don ego se vieron precisados a hacer, por otras vías y con mayores recursos, la guerra que Pagola quería sostener por sí solo y a todo trance. Desesperado de traer al buen camino a Pagola, en cuyo pecho ardía un patriotismo rudo, y una soberbia inaudita de los méritos que había contraído en los ejércitos de la independencia, Dorrego, que era el alma de la situación, se puso al frente de algunas fuerzas de la Ciudad y de las milicias de campaña reunidas por el general Martín Rodríguez y por el capitán de milicia don Juan Manuel de Rozas, se apoderó de la plaza de la Victoria y estrechó a Pagola en la Fortaleza. Repuesto el Cabildo, cuyos miembros se habían ocultado para escapar a las fuerzas de Pagola, convocó a los doce representantes que el pueblo designó el 2 de Julio, de acuerdo con lo que se había estipulado con López sobre la base de una suspensión de hostilidades, y éstos eligieron el día 4 al coronel Dorrego gobernador provisorio hasta que se reuniese la representación de toda la Provincia(4).

Sobre la marcha Dorrego dirigió a López un oficio conminatorio en el cual protestaba contra las depredaciones de las tropas santafecinas y le intimaba que se retirase con ellas del territorio de Buenos Aires(5). Y resuelto a rechazar esa invasión que no tenía justificación en esos momentos, pues el gobernador Dorrego había sido desterrado por su oposición singular al gobierno y a los hombres contra los cuales habían traído sus armas los jefes federales de Entre Ríos y Santa Fe, nombró al general Martín Rodríguez jefe de las milicias del sud de Buenos Aires, al general Rondeau de las del norte y él salió con algunas fuerzas en busca de López, quien se acababa de replegar a su campamento de Santos Lugares.

Estas milicias del sud, que desempeñaron un papel principal en los acontecimientos y acciones de la segunda parte del año 20, habíalas reunido don Juan Manuel de Rozas, quien, como ciudadano y opulento hacendado, gozaba de una reputación incontrastable en las campañas. El general Rodríguez, tan luego como recibió el nuevo nombramiento de Dorrego, llamó a Rozas a su campamento de San Vicente y le pidió que se le incorporase con el mayor número de milicianos que pudiese reunir. Rozas regresó a su estancia del Monte, despachó emisarios en todas direcciones, y a los pocos días empezaron a llegar a Los Cerillos o partidas de gauchos con su caballo, o su apero, o esperando encontrar allí ambas cosas a satisfacción. Fuera de los voluntarios, que se reunieron en número de 2000 y que en gran parte se destinaron a la división del general Lamadrid, salieron de Los Cerrillos ciento y ocho peones de Rozas armados y equipados a expensas de éste y agregados al quinto regimiento de su mando(6).

En Buenos Aires cesaron los movimientos del trabajo aplicado a las industrias rurales, atacadas en escala importante por don Juan Manuel de Rozas, quien paraba espléndidos rodeos de vacas y hacía funcionar sesenta arados en Los Cerrillos, lo que por entonces era una especie de record; y por don Juan Miguens, don Joaquín Suárez, don Lorenzo López, don Agustín Lastra, don José Domínguez, don Pedro Burgos, don Mauricio Pizarro y otros porteños beneméritos a quienes la riqueza nacional les deberá siempre el envidiable honor de sus esforzadas iniciativas para desenvolverla. No hubo más que movimientos militares, como si todos estuviesen empañados en destruir la base principal de toda organización bajo cualquiera forma que llegase a prevalecer. Las operaciones se iniciaron inmediatamente y con vigor. Alvear y Carrera se lanzaron sobre Rodríguez, y éste tuvo que internarse hasta Barracas. En la noche del 8 de Julio, Dorrego desprendió al coronel Lamadrid con dos escuadrones y la orden de ocupar el pueblo de Morón. Otra columna salió por la calle Las Torres (hoy Rivadavia) en dirección a ese mismo punto, y él salió con algunas fuerzas por el norte. Estas fuerzas debían reunirse más allá de Morón y apoderarse de un batallón de infantería, que era el núcleo de la fuerza de Alvear. Dorrego consiguió su objeto. A consecuencia de este golpe, Alvear y Carrera se replegaron a Lujan, y López se corrió al norte en dirección al Arroyo del Medio(7).

Entonces Dorrego quiso sacar el mejor partido de la situación, y al efecto, propúsole a López la paz sobre la base de que éste desalojaría inmediatamente la Provincia, que entregaría las armas que tomó en la Cañada de la Cruz, abandonaría a Alvear y a Carrera y se promovería la reunión del Congreso de las Provincias Unidas. Al mismo tiempo el comandante Rozas le hizo decir a López que todas las dificultades se allanarían si desalojaba la Provincia, que se retirase a Santa Fe, y que él (Rozas) trabajaría por el nombramiento de un comisionado que asegurase la paz. Pero la conducta equívoca de López persuadió a Dorrego de que no quedaba más recurso que la guerra para asegurar a Buenos Aires contra otras invasiones como la que la estaba asolando. Así fue que, en seguida de lanzar un manifiesto explicativo de su conducta, reconcentró sus fuerzas en las inmediaciones de Lujan y marchó sobre Santa Fe(8).

Las milicias del norte, que no tenían mayores vinculaciones con López, pronunciábanse en favor de las armas de Dorrego a medida que éste avanzaba, por manera que aquél se vio obligado a pasar el Arroyo del Medio a pesar de las instancias de Alvear y de Carrera, a quienes contrariaba, naturalmente, esa retirada que los dejaba solos contra todos los recursos de Buenos Aires. Resueltos, no obstante, a mantenerse fuertes en un punto hasta que de Entre Ríos y de Santa Fe les enviasen otros recursos, Alvear y Carrera se atrincheraron en el pueblo de San Nicolás de los Arroyos. Pero Dorrego, rápido en sus movimientos, cayó sobre San Nicolás el 2 de Agosto. Después de un reñidísimo combate sostenido por la infantería que mandaba él en persona, y por la caballería que mandaban Rodríguez, Lamadríd, Rozas y otros, tomó por asalto la plaza y rindió a discreción a todos los que la defendían(9). Con esto dio un golpe mortal a la injerencia que pretendía tomar en las provincias ese aventurero esforzado e infeliz que se llamó José Miguel Carrera.

En presencia de estas ventajas que agregaban nuevos títulos a la ya bien sentada reputación militar del coronel Dorrego, el general López internó a Carrera en la provincia de Santa Fe, intimó a Alvear que saliese del territorio de la misma y reabrió negociaciones de paz con el gobernador de Buenos Aires. Dorrego las aceptó a base de un armisticio de tres días, durante los cuales debería quedar concluido el tratado por medio de los respectivos comisionados que lo fueron, por Santa Fe don Cosme Maciel y por Buenos Aires don Martín Rodríguez y don Juan Manuel de Rozas (10).

Mientras el general Rodríguez iniciaba los arreglos con el comisionado Maciel, el comandante Rozas se trasladó directamente al alojamiento del general López. Es difícil saber lo que allí hablaron. Todo lo que se ha dicho respecto de esta conferencia no pasa de meras suposiciones motivadas en los hechos que a ella se siguieron. Lo que hubo de cierto fue que estos dos hombres, destinados a desempeñar después un papel prominente, cada cual en su esfera, quedaron de acuerdo la noche del 9 al 10 de Agosto de 1820 en cuanto al hecho de no llevar la guerra a Santa Fe. De la conducta que observó a partir de este momento y de los datos fidedignos que he recogido, resulta que Rozas manifestó a López que si no invadía nuevamente y rompía para siempre con Alvear y con Carrera, él pondría toda su influencia para que el ciudadano que resultase elegido gobernador de Buenos Aires, mantuviese paz estable con Santa Fe, y fuese fiel aliado de López en el caso en que el gobernador de Entre Ríos pretendiese preponderar en el litoral. López alcanzaba que Dorrego no quería malquistarse con Rozas, que era quien le había levantado en su favor la campaña y formado el ejército de operaciones. Pero atribuía a Dorrego grandes ambiciones; suponía que quería colmarlas presidiendo una política de guerra, y que en tal camino sería acompañado por toda la opinión de la Provincia, pues tampoco se le ocultaba que las depredaciones, asesinatos y violencias de toda especie que cometieron las tropas santafecinas y correntinas en Buenos Aires, habían sublevado justas y legítimas resistencias contra los que las comandaban. Y sea que no creyese todavía en las influencias positivas de Rozas o que la verba dominadora de don José Miguel Carrera pudiese más que toda otra consideración, el hecho es que López se tomó dilatorias, aprovechando del armisticio para reforzar su ejército con milicias de su provincia.

En vista de esto, Dorrego ordenó a los comisionados que exigiesen inmediatamente las últimas proposiciones de López y que con ellas o sin ellas saliesen del campo enemigo. Lo que López propuso entonces autorizaba a creer que, o esperaba sacar ventajas de la demora, o no quería tratar con Dorrego. Después de haber convenido en los artículos que servirían de base al tratado de paz y que se referían a desocupar el territorio de Buenos Aires y a ayudar a promover el congreso nacional, López pedía indemnización de los perjuicios sufridos por Santa Fe con motivo de la guerra civil; el avalúo y pago de los gastos hechos por el gobernador de esa provincia en la expedición armada para celebrar el tratado del Pilar; la restitución de todos los individuos de la división de Carrera tomados en la acción de San Nicolás. Lo curioso es que en el sobrescrito de este y otros oficios no se leía Gobernador de Santa Fe sino Confederación Sud Americana(11), como si realmente Carrera le hubiese imbuido a López la conveniencia de asumir una representación cuasi continental que ni las provincias argentinas se habían atribuido por su parte. Dorrego creyó que decorosamente no podía aguardar más tiempo. Después de denunciar el armisticio, movió sus fuerzas contra las de López. El 12 de Agosto chocaron ambas del otro lado del Arroyo de Pavón. López pretendió encerrar al ejército de Buenos Aires en el semicírculo de jinetes, que era una de las operaciones favoritas de su estrategia militar. Pero la infantería que mandaba Dorrego le destrozó el centro, y las cargas de caballería que le llevó Rozas dispersaron la derecha santafecina, por manera que del ejército de López únicamente pudo retirarse intacta el ala izquierda por no haber tomado parte importante en el combate(12).

El gobernador Dorrego, creyendo sacar las mejores ventajas de la victoria de Pavón, resolvió internarse en la provincia de Santa Fe, no obstante las observaciones amistosas que le hicieron el general Rodríguez y el comandante Rozas. Los esfuerzos de estos dos jefes fueron inútiles para disuadirlo de una empresa que temían concluyera por un desastre. A consecuencia de esta divergencia que debía de ser fundamental, Rodríguez se separó del ejército, y a poco se separó también Rozas, bien que Dorrego le anticipó que su licencia duraría el tiempo necesario para remontar el 5° regimiento, el cual había tenido muchas bajas en las acciones de San Nicolás y de Pavón, y que oportunamente lo llamaría, como en efecto lo llamó. Si sensible era la separación de un jefe con los prestigios del general Rodríguez, la separación del comandante Rozas era tanto más perjudicial para Dorrego cuanto que éste había enviado su infantería a San Nicolás para reorganizarla antes de proseguir la campaña.

Prevalido de esta circunstancia, López le hostilizaba la caballería, llevándolo insensiblemente en dirección a los campos de pastos malignos para las caballadas, donde Dorrego quedó con escasísimos medios de movilidad. Cuando lo vio interceptado e impotente para moverse con éxito, López lo atacó el 2 de Septiembre en la cañada del Gamonal con el grueso de su ejército y consiguió dispersarle las caballerías, apresarle carros de municiones y la comisaría. No sin hacer justicia al denuedo con que Dorrego inició el ataque, López, en su parte al gobernador delegado de Santa Fe, dice: «El enemigo emprendió una fuga vergonzosa con tanto empeño como a su alcance los nuestros, dejando el campo en la distancia de nueve leguas en que fue perseguido hasta repasar el Arroyo del Medio cubierto de cadáveres, prisioneros, caballadas y armas». El gobernador sustituto de Buenos Aires se limitó a hacer saber en una proclama que «los enemigos del orden habían adquirido una pequeña ventaja» sobre el ejército de la Provincia. Pero el hecho real es que Dorrego sufrió una derrota que nulificó su triunfo de Pavón. Finalmente, perseguido por las partidas de López, se replegó a Areco, donde empezó a reorganizar sus fuerzas sobre la base de un batallón y piquetes de infantería que se incorporó a su paso por San Nicolás, mientras le llegaban los refuerzos que pidió a la Ciudad y a los jefes militares de la campaña para contener la nueva invasión que, según las noticias, traería el gobernador de Santa Fe(13).

Pero los que se decían bien informados, aseguraban que no entraba en el plan de López invadir por el momento a Buenos Aires. Sabíase que el comandante Rozas le había reiterado por emisario de toda su confianza lo que verbalmente le manifestó después de la acción de San Nicolás, a saber, que el gobernador que sería elegido de Buenos Aires respondería al propósito de la paz y de la alianza con Santa Fe; y que, entretanto, no trajese nueva invasión, porque ésta imposibilitaría por mucho tiempo cualquier arreglo y dejaría a Santa Fe sola y aislada contra el poder de Ramírez. López, que reconocía toda la verdad de este último argumento, le contestó a Rozas que estaba resuelto a esperar el cumplimiento de sus promesas y que, de consiguiente, no iniciaría ningún género de hostilidades.

La gestión política de esos días se desenvolvió propiamente alrededor de dos candidatos a la gobernación de la Provincia, el coronel Dorrego a quien sostenía el elemento popular como a su tribuno brillante y esforzado en toda clase de lides y los tercios cívicos que veían en él al glorioso jefe de la Independencia, y el general Rodríguez a quien sostenían el partido directorial y el comandante Juan Manuel de Rozas, cuyo concurso, por lo que hacía a la opinión de las campañas, era muy importante en esas circunstancias. El Cabildo se inclinaba a don Ildefonso Ramos Mexía, ciudadano honorable que ya había desempeñado el cargo de gobernador, como se ha visto. Y no pocos radicales apoyados en otros tantos militares sin comando trabajaban una restauración para don Manuel de Sarratea. Algunos espectables comisionaron a don Juan José Cristóbal de Anchorena, primo y amigo de Rozas, para que inquiriese las vistas de éste respecto a dichos candidatos y le anticipase que la opinión de esos espectables era que los representantes que fuesen elegidos debían dar positivas garantías de orden a Buenos Aires y de paz con las demás provincias. Rozas le manifestó a Anchorena las razones que tenía para preferir en esos momentos a Rodríguez sobre Dorrego(14), y entonces ya no fue cuestión sino de quién llevaría mayores fuerzas a los comicios.

Las elecciones de representantes tuvieron lugar con arreglo al bando que expidió Sarratea el 6 de Abril de ese Año. Y del escrutinio de votos que se recogieron en la ciudad y campaña desde el 17 hasta el 30 de Agosto, resultaron electos los ciudadanos a que se había referido Anchorena en su conversación con Rozas(15). No se había instalado todavía la Junta cuando se supo la derrota de Dorrego en el Gamonal. La alarma que produjo en Buenos Aires habría desconcertado a los directoriales, si Rozas no les hubiese enseñado una carta del general Estanislao López, en la que le daba seguridades de que no invadiría, agregándoles que aguardaba el nombramiento del nuevo gobernador para entrar inmediatamente en arreglos de paz. A partir de la derrota del Gamoral, quedó descartada la candidatura de Dorrego, a la cual, por su parte, no adherían los directoriales sino como una imposición de las circunstancias, pues no podían olvidar que Dorrego había sido el opositor más temible que tuvo el directorio de Pueyrredón. La Junta se instaló solemnemente el 8 de Septiembre con asistencia del gobernador sustituto que le juró obediencia, como asimismo todas las corporaciones; y cometió el acto de tomar el juramento del gobernador interino en campaña, al juez territorial del lugar en que éste se encontraba(16). El día 26, la Junta nombró al general Martín Rodríguez Gobernador y Capitán General de la provincia de Buenos Aires. Y anticipándose a la grita de los descontentos favorecida por los disturbios que venían sucediéndose desde principios de ese año, dirigió al pueblo una conceptuosa proclama en la que invocaba al patriotismo de los ciudadanos para que se cerrase el período de la anarquía y poner «fin a las alteraciones, principio al orden, obediencia y respeto a la autoridad representativa y primera de la provincia»; y declaraba que los que se alzasen contra los poderes constituidos o perturbasen el orden público, serían considerados como enemigos de la Provincia, sin distinción de personas ni jerarquía, y castigados con todo el rigor de las leyes(17).

Pero por eficaces que fuesen las medidas de la Junta para cimentar la tranquilidad y el orden, la verdad es que la revolución latía en las facciones federales vencidas. Estas pretendían llevar al gobierno, respectivamente, a Soler o a Dorrego en oposición a los hombres del partido directorial que eran, en efecto, los que acababan de recobrar el poder. Ya, el 9 de Agosto, el Cabildo habíale comunicado al gobernador sustituto Balcarce, que en esos días «se trataba de prevenir la opinión publica en favor de don Manuel de Sarratea, principal autor de la presente guerra, anarquía y vicisitudes políticas que han sobrevenido»(18). Aunque el Cabildo, al cargar la mano a Sarratea, se lisonjeaba de no pertenecer a partido alguno, es lo cierto que don Juan Norberto Dolz, don Bautista Castro, don Jacinto Oliden, don Francisco Santa Coloma, don Laureano Rufino, don Ramón Villanueva, don Antonio Millán, don Miguel del Mármol Ibarrola, don Luís Dorrego, eran amigos personales del coronel Dorrego, o tenían afinidades políticas con éste. Así lo acreditaron por una larga serie de hechos subsiguientes. Los únicos miembros del Cabildo cuya opinión era dudosa o se inclinaba del lado de los directoriales, eran don Jorge Terrada y don José Tomás Isasi.

De cualquier modo, el gobernador Rodríguez, en conocimiento de lo que se tramaba, se apresuró a escribirle al comandante don Juan Manuel de Rozas, que se situase con las milicias de su mando en Santa Catalina, a tres leguas de la Capital; aseguró a los que suponía principales agentes de la conjura; acuarteló las fuerzas de que disponía y se llevó consigo al Fuerte los batallones de Aguerridos de Cazadores. Disponíase a desarmar el segundo tercio cívico cuando en las primeras horas de la noche del 1° de Octubre empezaron a reunirse en el cuartel del batallón Fijo (donde está hoy el Pabellón Argentino en la plaza San Martín) los cívicos del segundo y tercer tercio, provistos de sus armas y municiones, que desde tiempo atrás tenían el derecho de guardar en sus casas. A eso de las diez se presentó allí el coronel Manuel Pagola, que era el jefe militan del movimiento, seguido de los principales conjurados, entre los cuales la tradición recuerda a don José Vicente Chilavert, don Pedro José Agrelo, don Epitacio y don Dámaso Del Campo, don Santos Rubio, don José Bares, etc. A la voz de ¡Abajo los directoriales! ¡Guerra a la facción! salieron a la calle el batallón Fijo, el 2° tercio cívico mandado por su jefe González Salomón y lo que había del 3° tercio al mando de don Anastasio Sosa. Pagola marchó inmediatamente sobre la plaza de la Victoria (hoy Mayo), en la que penetró intrépido bajo los fuegos de los Aguerridos y los Cazadores, fieles a la autoridad. Después de reñido y sangriento combate en las calles y en las azoteas que rodeaban las plazas, entonces de la Victoria y Mayo, Pagola desalojó del Fuerte a los cazadores que se habían replegado allí, y llevando sus fuegos sobre los Aguerridos parapetados en la Recoba Nueva, los puso en completa dispersión

Dueño de la ciudad, el coronel Pagola reunió esa mismísima noche a los miembros del Cabildo con quienes pudo dar, y éstos nombraron comandante de armas al general Hilarión de la Quintana, convocando al pueblo para que deliberase acerca de la situación. En las primeras horas del 2 de Octubre la sala del Cabildo fue invadida por fuertes grupos tumultuarios que reclamaban a gritos «contra la elección de representantes y la designación que éstos hicieron del general Rodríguez para gobernador de la provincia» por pertenecer éste notoriamente a la facción destruida del Congreso y Directorio, enemiga de la libertad de los pueblos y de los patriotas, contra quienes desplegó desde luego de su introducción al mando la misma sanguinaria persecución que ha marcado los rumbos de aquélla; y exigían, en consecuencia, que el Cabildo reasumiese el mando y se procediese a la elección de un nuevo gobierno. El Cabildo, de acuerdo con la «fundada petición de los ciudadanos y a su voluntad expresada con entera libertad en numeroso concurso», reconoció revocado el nombramiento de Rodríguez; retrovertidos a los habitantes de la ciudad los derechos y poderes que confirieron a sus doce representantes, reasumió el gobierno provisional de la provincia, hasta que, reunido un cabildo abierto el día siguiente en la iglesia de San Ignacio, diese «a todas las providencias que se tomen todo el decoro, solidez y consistencia que deben fundar el ilustrado sufragio de los vecinos interesados». Tan interesado parecía estar el Cabildo en reunir el mayor número de sufragios ilustrados, que sin perjuicio de convocar especialmente a los representantes de la Junta que declaraba extinguida, ordenaba que concurriesen a la dicha reunión sin excusa ni pretexto todos los ciudadanos «teniendo entendido que para el que no concurra voluntariamente movido del solo interés patrio, se circula con esta fecha órdenes a los alcaldes de cuartel para que los conduzcan por la fuerza al sitio designado, donde con entera libertad hablen, discutan y den su sufragio a la más auténtica sanción de cuanto se trate»(19).