Constitución de 1949
1948 - Discurso de Juan Domingo Perón propiciando la reforma constitucional
 
 

Estos tiempos de intemperancias minoritarias, en que se desea imponer ideas a gritos, insultos y denuestos de todo orden; en que la calumnia, la intriga y la difamación aparece en lugar de las ideas persuasivas y constructivas, no constituyen el ambiente sereno para debatir cosas nobles. Sin embargo, tampoco creo que el avance de la Nación deba detenerse por influencia de tales perturbadores del orden y de las buenas costumbres.


Respetamos la conducta de los demás, pero confesamos que preferiríamos razones y no malas palabras. Las ideas ajenas nos son respetables, pero, tenemos también nuestras ideas, y no olvidamos el detalle de que si bien algunos ciudadanos emiten las suyas como tales, nosotros hemos sido elegidos por el pueblo para gobernarle y representarle y ellos no. Creo que ello nos inviste de cierto privilegio y nos impone cierta obligación y responsabilidad que ellos no tienen.


Las declaraciones de sociedades y clubes Que nada tienen que hacer con la marcha del gobierno de la Nación, desde que el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes legales, no constituyen sino meras opiniones de grupos de personas. Podrían formarse artificiosamente millones de ellos en la República, aun con fines muchas veces inconfesables.


Cuando redactamos nuestra proclama revolucionaria en 1943, dijimos que no culpábamos a nuestra Constitución de los males que aquejaban a la República, sino a los hombres encargados de aplicarla, que lo habían hecho en su beneficio y no en el de la Nación.


Seguimos pensando lo mismo que entonces y deseamos encarar su reforma para que, cualesquiera sean los hombres que la apliquen, no encuentren ya las posibilidades de deformarla y aplicarla capciosamente.


Es evidente también, y eso lo reconocen todos los ciudadanos, que la Constitución Nacional no ha sido adaptada a los nuevos tiempos ni a las nuevas necesidades. Así parecen también haberlo comprendido casi todos los países, desde que nuestra Carta Magna es una de las más antiguas del mundo, en lo que a su actualización se refiere.


La estabilidad es condición fundamental de toda Constitución, pero ella no ha de ser tal, que sufra en su 'perfectibilidad, que está en razón directa a su evolución. La Constitución no puede ser artículo de museo que cuanto mayor sea su antigüedad, mayor es su mérito y no podemos aceptar sin desmedro, que en la época de la navegación estratosférica, que nos permite trasladarnos a Europa en un día, nosotros usemos una Constitución creada en la época de la carreta, cuando para ir a Mendoza debíamos soportar un mes de viaje.


Esa Constitución, buena para cuando la República Argentina era un pequeño pueblo de pastores, sin adaptarla, no puede ser igual para una Nación de 16 millones de habitantes, llegando ya a los mayores adelantos de la industria moderna, con todos los problemas económicos y sociales que tal nueva situación presupone.


La revolución peronista ha iniciado una nueva etapa en lo político, en lo social y en lo económico. Ha expuesto claramente su programa y ha elaborado una doctrina que ha enunciado con igual claridad al pueblo de la República, antes de llegar al Gobierno. Si el pueblo no hubiese estado de acuerdo con ello, no nos habría elegido para gobernarlo y para representarlo, en comicios puros y por una abrumadora mayoría. Elección que aun ha sido posteriormente confirmada a dos años de gobierno, en elecciones tan puras y con una mayoría aún más numerosa.


Ese programa y esa doctrina actualmente en acción por voluntad popular, deben ser desarrollados y consolidados en los fundamentos básicos de la Nación misma, para estabilizarlos y darles carácter de permanencia. Quienes piensen lo contrario tendrán ocasión de defender sus preferencias en los comicios que consagrarán los convencionales convocados al efecto.


Los que creen en cambio que han de obtener mayores resultados recurriendo a la violencia verbal o física se equivocan, porque el respeto y el orden han de asegurarse a cualquier precio.


Si esos Señores son verdaderos demócratas como anuncian tanto y tantas veces, su acción han de hacerla sentir en loa comicios, no en los tugurios de la conspiración, ni en los desórdenes callejeros, ni menos aún en los desmanes verbalistas contra las autoridades que el pueblo eligió para que gobiernen a todos los argentinos, aun a los malos...


Si el pueblo les vuelve la espalda, no le deben echar la culpa a sus adversarios ni inventar calumnias en su contra. Les valdría mucho más que recapacitaran y observaran su conducta que, posiblemente en ella, podrían encontrar mejor las causas del repudio y, sin ofuscación y con juicio, buscar también el remedio que les libre de algunos de sus males.


Declararse contra el pueblo, insultarlo porque no les es propicio, despreciarlo porque no les vota, no creo que sea prudente ni de verdaderos demócratas. Es en la conducta de cada hombre donde se encuentra su perdición, jamás en la conducta de los demás. Una actitud fiera o perversa, que infunde temor a los débiles y decisión a los fuertes, no es la mejor actitud. Una conducta honrada y prudente suele ser la mejor llave para entrar en todas partes, aun en el éxito que muchos ambicionan.


Nosotros, sin alardes y sin violencias, pero con ideas que persuaden y verdades que —aunque duelan— van encaminadas al bien público, consideramos indispensables las reformas que el peronismo, por su órgano partidario, propondrá a la Convención Soberana, que el pueblo elija para hacerla instrumento de sus decisiones colectivas.


Tales reformas, minuciosamente estudiadas y compiladas, a la luz de nuestra doctrina y sometidas al juicio crítico, con toda la documentación y bibliografía existente, será un cuerpo serio de modificaciones substanciales orientadas a perfeccionar y actualizar la Carta Magna.


En lo político: Aseguramos y reforzamos el régimen Republicano, Representativo y Federal.


Por el régimen republicano: nadie ha hecho más que nosotros porque hemos suprimido la oligarquía plutocrática para poner en manos del pueblo las decisiones y el gobierno.


Por el régimen representativo: al eliminar el fraude, hemos suprimido el sistema de círculos políticos predominantes y a menudo sometidos al extranjero y a sus consorcios capitalistas que decidían sobre el gobierno y representación popular. Hemos suprimido a esos representantes espurios y foráneos para llegar a la verdadera representación popular por elecciones limpias y puras, como jamás se realizaron en el país.


Por el régimen federal: a las declaraciones declamatorias de los políticos de viejo cuño, nosotros hemos opuesto la realidad de las realizaciones del plan de Gobierno, destinados a afirmar el federalismo político con el federalismo económico. ¿De qué podría, valerle a una provincia ser políticamente autónoma si no representa una entidad económica? El Plan de Gobierno mediante la fijación y desarrollo económico de esas regiones está realizando en los hechos, un federalismo real y constructivo que no puede ser comparado al verbalista y estéril a que nos tenían acostumbrados los politiqueros desplazados.


Nadie hasta ahora, ha realizado entre nosotros una obra efectiva por mantener y fortalecer el régimen republicano, representativo y federal como el peronismo; sólo que nosotros obramos y decimos la verdad, en tanto que los sofistas que nos combaten sólo atinan a esgrimir falsedades a sabiendas, destinadas a confundir la opinión pública, que no confundirán, porque el pueblo ha llegado a comprender bien la diferencia que existe entre los que sólo buscan sus conveniencias personales y los que trabajan por la felicidad y prosperidad de la Nación.


En lo económico queremos: Afianzar el bienestar y la prosperidad al pueblo argentino, mediante la independencia económica que asegure que la riqueza argentina ha de ser para los argentinos y no entregada al extranjero como lo había sido hasta nuestros días, con lo que lucraban los grupos que entregaban al extranjero las riquezas del país.


Suprimir la economía capitalista de explotación reemplazándola por una economía social, en la que no haya ni explotadores ni explotados y donde cada uno reciba la retribución justa de su capacidad' y de su esfuerzo. El capital debe estar al servicio de la economía y no como hasta-ahora ha sucedido que nuestra economía ha estado al servicio del capitalismo internacional.


Suprimir el abuso de la propiedad que en nuestros días ha llegado a ser un anacronismo que le permite la destrucción de los bienes sociales, porque el individualismo así practicado forma una sociedad de egoístas y desalmados que sólo piensan en enriquecerse aunque para ello sea necesario hacerlo sobre el hambre, la miseria y la desesperación de millones de hermanos de las clases menos favorecidas por la fortuna. Ya pasaron los tiempos en que se podía permitir dejar podrir la fruta en las plantas, arrojar el vino a las acequias, destruir las viñas o quemar los cereales para que no disminuyeran los precios. Hoy el bien privado es también un bien social. Es también la única forma de mantener y refirmar el derecho de propiedad, porque de continuar con el abuso, la consecuencia puede ser lo que ha ocurrido en otras partes: un cataclismo social que termine con la propiedad.


A pesar de cuanto afirmen los charlatanes de mitin político, el pueblo sabe bien lo que hemos hecho y lo que estamos haciendo en su beneficio, porque el resultado se traduce en hechos que ese mismo pueblo palpa diariamente en su mejoramiento económico y en el bienestar individual y colectivo.


Esos políticos les hablaban siempre de toda clase de derechos y libertades, pero los trabajadores decían, y decían bien, que sólo tenían la libertad de ejercer el «.derecho de morirse de hambre».


En lo social buscamos: Asegurar para nuestro pueblo un régimen social justo y humano; donde la cooperación reemplace a la lucha; donde no haya réprobos ni elegidos; donde cada hombre que trabaja reciba un beneficio proporcional a la riqueza que promueve; donde todos tengan un porvenir asegurado; donde la sociedad no se desentienda egoísta del viejo, ni del incapacitado y donde la fraternidad, la generosidad y el amor presidan las relaciones entre todos los argentinos.


Asegurar los derechos del trabajador incorporándolos a la ley y las costumbres argentinas, para que las clases económicamente débiles estén protegidas contra el egoísmo, la prepotencia y la explotación de las económicamente fuertes.


Asegurar el acceso a la cultura y la ciencia a todos los argentinos, para terminar con un estado anacrónico y monstruoso en que el acicate de las capacidades es el dinero en vez de serlo las aptitudes, la inteligencia y la dedicación.


Los hombres libres de prejuicio, el pueblo y, en especial, los trabajadores saben bien qué es lo que el peronismo se propone, porque no hemos engañado a nadie. «Realizamos lo que hemos dicho en nuestra doctrina peronista» y realizaremos ahora su consolidación en la carta fundamental de la República.


Los ciudadanos que nos han elegido para gobernar a la Nación y representarlos en el parlamento, no fueron ni serán defraudados, porque somos la antítesis de los viejos políticos que predicaban falsedades insidiosamente, pero luego realizaban todo en acomodo a sus conveniencias o a la de los intereses que servían.


Nosotros no servimos otros intereses que los del pueblo y los de la República.


La clase trabajadora, explotada durante toda la historia de la existencia de nuestro país, debe saber que ha llegado su oportunidad de liberarse. ¡Ahora o nunca! Si para ello debe luchar, no estará sola ni conducida por cerebros marchitos, ni corazones intimidados. Debe ser sugestivo y aleccionador el proceder de los politiqueros de siempre: no hubo entre ellos quien antes no propugnara la reforma de la Constitución y hoy cuando el pueblo se decide a modificarla no hay uno entre ellos que no se oponga a toda reforma.


¿Es que la Constitución, es acaso un instrumento de ellos y no de la Nación?


No, y ellos lo saben bien. La Constitución es un instrumento fundamental de la República, y de acuerdo con sus dictados ha de estructurarse un nuevo orden de cosas y han de consolidarse la revolución y los postulados que sostuvimos. Ellos, derrotados y aniquilados en la lucha cívica, quieren «ganar la paz», embarullándonos en el momento que queremos afirmar para siempre las conquistas alcanzadas por el pueblo y, en especial, por la clase trabajadora.


En otras palabras, ellos anhelan volver a lo de antes y consideran que perdidas todas las elecciones, repudiados por el pueblo que antes llamaban soberano y hoy denominan «aluvión zoológico», desahuciados por las masas laboriosas que adularon con insidiosa intención, no tienen posibilidad de avance alguno y entonces prefieren, por lo menos, no retroceder. Una Constitución anticuada se le presenta como un baluarte donde quemar los últimos cartuchos de su engaño.


¿Cómo, ellos que defendieron los intereses extranjeros van a defender la independencia económica?


¿Cómo, ellos que estuvieron siempre al servicio del capitalismo de explotación, se van a declarar ahora defensores de una economía social?


¿Cómo, ellos que fueron el instrumento y defendieron todos los abusos del individualismo y de la propiedad, se van ahora a poner al servicio de los bienes y bienestar de la colectividad?


¿Acaso el pueblo puede olvidar lo que recibieron de ellos en lo político, en lo económico y en lo social?


¡No lo olvida y ya no lo olvidará jamás!


Eso es lo que los malos políticos no han comprendido aún de la nueva situación política argentina. Ellos fueron quizá hábiles en otra ocasión, cuando toda la política se decidía en los círculos de politiqueros que ellos dominaban. Nosotros, haciendo política de masa les hemos cambiado el panorama, el escenario y la distribución y manejo de las fuerzas. Por eso no vieron ni verán nada claro. Por eso actúan de error en error. Por eso se ofuscan, gritan, insultan y calumnian frente a la impotencia a que les ha conducido su ineptitud y su falta de inteligencia.


Como el pueblo no delibera ni gobierna sino por sus representantes, ellos crearon la muletilla de las direcciones omnímodas y discrecionales que les permitieran obrar sin control. Hicieron también que sus escribas y fariseos difundieran aquello de que las masas no piensan, «sólo sienten», y que los dirigentes son los que piensan. Es claro: así ellos hacían cuanto se les ocurría, sin temor a que el pueblo les sancionara. Por eso, durante un siglo, la cultura política del pueblo argentino, su conciencia social y su sentido nacional han estado estacionarios, porque de lo contrario ninguno de ellos hubiera sido jamás dirigente de un pueblo, sin haberlo antes doblegado con el engaño y sojuzgado con la fuerza y la violencia.


Nosotros creemos que la masa debe pensar, que cada ciudadano tiene una responsabilidad en la República y que por sí debe discernir sobre el partido que debe tomar en la lucha, por hacer más feliz y más próspera a la Patria; que es necesario elevar la cultura cívica y social en la masa ciudadana para que a la par que se supere a sí misma ejerza un control sobre los gobernantes; que sea una verdadera autodefensa orgánica de la Nación.


El único delito infamante para un ciudadano de la República, debe ser aquel que lo haga permanecer ajeno a ambos bandos en lucha o que la lucha lo encuentre incorporado en los dos. ¡Y cuánto de esto hemos visto en las contiendas cívicas argentinas!.. . Eso es lo que queremos evitar, que los ciudadanos sigan los malos ejemplos y para ello, hay sólo un camino: la verdad y el corazón honrado para hacerla cumplir.



Publicado en folleto por la Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la República, Buenos Aires, 1948