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1816 - Plan para imponer un régimen tutelado por el Brasil
 
 

Correspondencia del enviado argentino en Río de Janeiro, don Manuel José García, al Director Interino del Estado, al Congreso de Tucumán y al Director Supremo que revela el plan para imponernos un régimen tutelado por el Brasil




Río de Janeiro, Junio 9 de 1816.


Sr. D. Antonio González Balcarce


La precipitación con que sale este buque me priva de escribir á Vd. tan largamente como quisiera.


He recibido todo, todo, y estamos perfectamente de acuerdo. — Creo que en breve desaparecerá Artigas de esa provincia, y quizá de toda la Banda Oriental. La escuadra está aquí al ancla, esperando el primer viento. Los marinos andan en tramoyas y manejos que pueden demorar su aparición sobre las costas de Maldonado, pero no prevalecerán según mis cálculos.


Conozco muy inmediato al general Lecor; va inteligenciado en parte del plan de su gobierno, y me parece un excelente sujeto. Nuestro amigo H... irá luego á Montevideo. El mismo no lo sabe aún, ni lo sabrá hasta la última hora. El será el punto intermedio de ese y este gobierno. Así nuestras correspondencias serán más seguras y prontas.


Estoy seguro que las primeras medidas que se tomen por Lecor en la Banda Oriental quitarán á Vd. algunos recelillos, que es regular conserve aún.


Esta es una maniobra complicadísima, y exige toda la circunspección del mundo para irla llevando sin desgracias. En muchos secretos estoy yo solo; en algunos he puesto á nuestros amigos; no porque ellos no cooperarían de muy buena voluntad, sino porque es difícil el sigilo; y porque no debo exigir de otros lo que yo mismo guardo con trabajo, y menos cuando pueden ser menos dispuestos que yo para esta continuada comprensión. Agregaré que Vd. conoce bien á don Carlos... sabe sus cualidades morales y su carácter en la revolución —éste conserva sobre algunos de nuestros amigos las ventajas que tenía en otro tiempo; y nada sería más peligroso que el que llegase á entrar en nuestras relaciones por ahora. Esta es otra causa de mi reserva, ella ha producido desconfianzas y vacilaciones; pero á poco irán asegurándose y espero que antes de mucho tiempo tendré el gusto de verlos satisfechos de mi conducta.


Vaya Vd. pensando en el sujeto que ha de tratar con el general y H... esto debe hacerse sin ruido; bastarán meras credenciales. Cuide Vd. mucho que no sea hombre asustadizo, ni de aquellos que todo lo quieren en un abrir y cerrar de ojo. Que ese hombre sea manso, callado y negociador. He de escribir a Vd. después mis notas, y apuntarle las bases sobre que puede empezarse á disponer este negocio. No lo hago ahora porque no sé qué novedades habrán ocurrido ahí después de su última carta.


Soy de Vd.


M. J. García.



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S. E. — Aprovecho la salida del bergantín Aleluya para comunicar á V. E. el recibo de sus importantes comunicaciones del 4 de Mayo último. Aunque por ellas y por los papeles públicos se vislumbra el estado crítico de nuestros negocios, no deja al mismo tiempo de consolar así el buen ánimo de esos pueblos como la mejora notable que se advierte en las ideas generales. A mí particularmente me ha sido satisfactorio observar que mis trabajos en esta Corte han ido en la misma dirección que V. E. y la parte sensata manifiestan desear, sin embargo de que las oscilaciones repetidas de ese país y la volubilidad caprichosa de las pasiones revolucionarias han impedido constantemente aquella franca y extendida comunicación de ideas que debe existir entre un Gobierno y sus agentes, especialmente en circunstancias tan difíciles v espinosas. Aún no estoy libre de temores, pues ignoro sí al recibo de estas comunicaciones estarán las mismas personas á la frente de los negocios, ó si las que estuvieren darán la misma interpretación á mis palabras, ó si las tomarán por texto para atemorizar á mis buenos compatriotas con nuevas perspectivas de traiciones y felonías; nada sería extraño en el estado de delirio á que hemos venido. Así como este justo recelo espero que justificará á los ojos imparciales mi circunspección en desmenuzar circunstancias por otra parte agradables y lisonjeras á cuantos desean la prosperidad de su país.


Considero como un grande error imaginar proyecto alguno de sólida prosperidad si sus bases no se establecen sobre nuestros pueblos. Estoy igualmente persuadido, y aun la experiencia parece haberlo demostrado, que necesitamos, no solamente de la fuerza física y moral de un poder extraño para terminar vuestra lucha, sino también para formarnos un centro común de autoridad capaz de organizar el caos en que están convertidas nuestras provincias. últimamente en la escala de nuestras necesidades más urgentes, cuento primero la de no recaer en el sistema colonial, envolviéndonos en los horrores con que nos amenaza la vergüenza de una nación ofendida, y que está ella misma impregnada de todos los elementos de una horrenda revolución capaz de aniquilar los restos de nuestra patria, ó de traerla al dominio arbitrario del que primero lo intentare. De todo esto deduzco que ninguna cosa puede ser tan peligrosa y aventurada en nuestro estado presente, como la obstinación por alcanzar de una vez todos los bienes y libertades á que podemos aspirar, hablando independientemente de circunstancias y sin contar con los medios que actualmente poseemos. El poder que se ha levantado en la Banda Oriental del Paraná fue mirado desde los primeros momentos de su aparición como un tremendo contagio que introduciéndose en el corazón de todos los pueblos acabaría con su libertad y su riqueza. Muchos se han engañado, ó porque contaban solamente con sus buenos deseos, ó porque sólo se curaban de escapar de aquellos males que en el momento los apremiaban más, ó porque no querían oír otra voz que la de sus pasiones. Empero ya ha puesto la experiencia su fallo y la opinión de los hombres sensatos no puede estar dividida sobre este punto. Así no recelo yo asegurar que la extinción de este poder ominoso es á todas luces, no sólo provechosa, sino necesaria á la salvación del país. La desmoralización de nuestro ejército ha privado al Gobierno de la fuerza necesaria para sofocar aquel poder, y la pasmosa variedad de opiniones, de pasiones y de intereses, privará también al soberano Congreso de la gran fuerza moral que necesita para subyugar á su autoridad hombres feroces y salvajes, y lo que aún es más, hombres acostumbrados á mandar en déspotas y á ser acatados de los primeros magistrados de los pueblos. En tal situación es forzoso renunciar á la esperanza de cegar por nosotros mismos esta fuente primera de la disolución general que nos amenaza. Pero como sus efectos son igualmente terribles á todos los Gobiernos que están á su contacto, de aquí proviene que alarmado el Ministerio del Brasil de los progresos que sobre el Gobierno de las provincias unidas va haciendo el caudillo de los anarquistas, no ha podido menos que representarlo á S.M.F. para que sin demora pusiese pronto remedio á un mal que creciendo con tanta fuerza podría en poco tiempo cundir por estos sus dominios haciendo mayores estragos. En consecuencia, ha resuelto S.M.F. empeñar todo su poder para extinguir para siempre hasta la memoria de tan funesta calamidad, haciendo en ello un bien que debe á sus vasallos y un beneficio que cree ha de ser agradecido por sus vecinos. Es verdad que en todos tiempos se ha temido la ingerencia de una potencia extranjera en disturbios domésticos. Pero esta regla, demasiado cierta en general, me parece que tiene una excepción en nuestro caso. Y esto por dos razones: la primera es que hemos llegado á tal extremidad, que es preciso optar entre la anarquía y la subyugación militar por los españoles, ó el interés de un extranjero que puede aprovechar de nuestra debilidad para engrandecer su poder. La segunda razón es que por una combinación de circunstancias harto feliz para los americanos del Sur, los intereses de la Casa de Braganza han venido á ser homogéneos con los de nuestro continente, de la misma manera que los de los Estados Unidos y los de cualquiera otro poder soberano que se estableciese de esta parte del Atlántico. El establecimiento del trono del Brasil es reciente, y después de dado el gran paso de declarar abolido el sistema colonial poniéndose esta nación del lado de nosotros en la cuestión que nos divide de la Europa, necesita nuevas fuerzas para seguir cortando los lazos que todavía detienen los pasos de su política y embarazan la marcha natural de esta parte del mundo á sus altos destinos. Quizá de nuestra cordura pende en gran parte la llegada de esta época verdaderamente grande por sus consecuencias; y yo pienso que toda nuestra política debe dirigirse á obrar en el mismo sentido que esta nueva nación, á enlazar íntimamente nuestros intereses y a identificarlos si fuese posible con los de ella.


De otro modo podrían desvanecerse tan halagüeñas esperanzas y la recaída de la América en su antigua nulidad vendría á ser la obra de nuestra estupidez ó de nuestra corrupción. Así, pues, si miramos la cuestión por este lado, los intereses de esta nación no aparecen extranjeros á los de la nuestra, y vienen á hacerse inaplicables á nuestro caso los principios generales sobre ingerencia de poder extranjero en disturbios domésticos. Algunos hechos particulares pueden dar mayor fuerza á todas estas razones. V. E. observará que al mismo tiempo que S. M. F. se preparara á pacificar la Banda Oriental redobla sus cuidados por conservar el comercio y las relaciones amistosas con el Gobierno de las Provincias Unidas. Que los buques cargados con la propiedad de sus vasallos salen para esos puertos entre la escuadra destinada á las costas de Maldonado, y que sus tribunales están ahora mismo protegiendo las propiedades de los súbditos de V. E. Mas por probables que sean mis conjeturas, yo confieso que no es prudente que V. E. ni el Congreso soberano aventuren sus decisiones sobre la fe de mis palabras, pues que yo puedo engañar y ser engañado. Por esto quisiera que V. E., de acuerdo con el Congreso, nombraran una persona que informándose á boca de las cosas pudiese tratar y transmitir Juego el plan, que debiera últimamente adoptarse. El tiempo, lugar y modo con que esto haya de hacerse será de mi cargo, avisando oportunamente. Sólo debo anticipar que el sujeto que se nombre debe tener maduro el juicio, tranquila la razón, y muy sazonada la prudencia. Sé por experiencia propia cuánto inquieta á los rivales de América de todas sectas y naciones la adopción de una gran medida como la que está indicada. Sé que han de poner en acción las preocupaciones viejas de nuestra infancia, las de nuestra revolución, y las pasiones de todo género. Preveo también que estas maniobras producirán demasiado efecto en nuestros compatriotas por motivos ya inocentes, ya viciosos. Por esto es indispensable el apoyo de una fuerza bien organizada, para que la deliberación sea más libre y pueda la cuestión ventilarse sin temores. También es muy esencial el aumento y vigor de la fuerza armada para contener á los enemigos que pueden bajar del Perú y pueden, si no tenemos alguna respetabilidad, envolvernos enteramente, en cuyo caso quitaríamos toda razón honesta á aquellos mismos que se interesan en nuestras victorias. Por último, basta el sentido común para conocer que por mucho tiempo necesitamos guardar un grande secreto aun en estas cosas que parecen generales. Este Gabinete tiene que contemporizar con muchos, y una indiscreción nuestra podría muy bien obligarlos á obrar en sentido contrario á sus mismos deseos e intereses. Dios guarde á V. E.


Río de Janeiro, Junio 19 de 1816.


M. J. García.



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Río Janeiro, Agosto 29 de 1816.


Sr. D. Juan Martín Pueyrredón.


''Muy señor mío: Con el arribo de la escuna Perret, he salido del cuidado en que tenían las turbaciones del mes de Junio. No puedo felicitar á Vd. por su elevación á la primera Magistratura, porque estoy cierto que mirará á la luz de la experiencia lo peligroso del puesto que ocupa. Me he alegrado, sí, entrañablemente por la tranquilidad que ha restablecido la presencia de Vd., la que espero será durable, sí la inmoralización del ejército lo permite, y porque la discreción y la calma que no es posible exigir de hombres nuevos en los negocios hará más ligeros los males inevitables y evitará quizá otros aprovechando las circunstancias. Los pliegos que remito en esta ocasión darán á Vd. alguna idea del que á mí me parece verdadero estado de las cosas; á lo cual, ya que tengo la satisfacción de hablar con quien me entiende, añadiré algo de lo que puede ser importante para tener un conocimiento adecuado en la situación de nuestros negocios. El Ministerio actual del Brasil, á cuya cabeza puede considerarse el conde de la Barca (caballero Araujo) parece decidido á establecer el trono portugués en esta parte del mar, y obtener así una independencia verdadera, que jamás pudo esperar en el pequeño rincón de Portugal. En conformidad se hizo la declaración del 17 de Diciembre (la del Reino Unido). Se habilitaron los puertos del Brasil para recibir á todas las naciones. Se resolvió no renovar los tratados y alianzas celebradas con España, y subsistentes hasta el año 1807, aprovechando así para su objeto del decreto que dio a la Nación portuguesa el tratado de Fontainebleau entre Carlos IV y Napoleón, y guerra subsecuente por la que quedaron anulados aquellos tratados. Se ha empezado á estrechar las relaciones con los Estados Unidos y con las Potencias del Norte que tienen un interés ó que no temen la aparición de nuevos poderes soberanos en esta parte del mundo. Al mismo paso se aflojan las particulares relaciones con Inglaterra, cuyo sistema públicamente sostenido en el Congreso de Viena es contrario al engrandecimiento de esta parte del mundo. Consiguientemente se negó S. M. F. á retirarse á Europa, y despidió con desaire al navío Dunckan, preparado con tanto estrépito por la Inglaterra, y enviado aquí para llevarse la familia Real del Brasil y dar más fuerza con esta expectativa á sus opiniones en Viena. En los contratos matrimoniales últimamente celebrados, nada ha alterado en sus principios esta Corte, sino que aprovechando la imbecibilidad del Gabinete de Madrid ha establecido dos de sus infantas, quedando perfectamente libre de todo compromiso capaz de atravesar sus proyectos. Así se me ha asegurado de un modo que obliga á creerlo. Tales son los hechos por donde se rastrea el plan general de política que parece haber adoptado el soberano del Brasil. Y aunque ellos no se reputasen sino como fundadas conjeturas, éstas son casi siempre la base de los cálculos y de las revoluciones diplomáticas: pues comúnmente las intenciones de los gabinetes se sospechan más bien que se saben. La ejecución de este plan no carece de dificultades. La primera es la rivalidad entre portugueses, europeos y americanos, atizada hábilmente por la Inglaterra. únese á esto el esfuerzo que hará esta Potencia por obligar al Rey Fidelísimo, directa ó indirectamente, á restituirse á Portugal. Entre tanto puede también mudarse el Ministerio y alterarse mucho sus opiniones. S. M. F. quizás, faltando algunos hombres de su lado, cederá á su genio pacífico y demasiado dócil; y en fin, algunos reveses inesperados podrán hacerle desistir enteramente, ó parar en medio de su carrera, ó entrar en nuevas relaciones con algún Poder europeo. De todo esto me parece que podemos deducir algunas consecuencias generales é importantes para establecer la línea de nuestra conducta.


1ª Si el Portugal se considera como una Potencia americana, sus intereses generales deben ser conformes á los del Continente de América, por lo menos á su independencia absoluta; y cada parte que se desprende de la dependencia de Europa debe considerarlo como un aumento á su poder.


2ª Si el Portugal no procede de acuerdo con la España, ni con Inglaterra, ni con potencia alguna europea al mover sus tropas sobre la Banda Oriental del Uruguay, en tal caso sus miras no pueden extenderse mucho sino contando con la cooperación de las provincias de América, y proponiéndose tales principios que sean capaces de producir una prosperidad positiva y tan halagüeña que haga olvidar las preocupaciones y rivalidades de ambas naciones. Porque á nadie se oculta que el poder natural y la situación accidental de esta nación la imposibilitan de someter por vía de conquista pueblos diseminados en tan inmensos países y agitados además del deseo de independencia. Pero fuera de los intereses generales deben también conjeturarse aquellos que son del momento, ó que tocan á la forma particular del gobierno. Puedo asegurar a Vd. con alguna certidumbre que la existencia de Artigas es considerada como un peligro inminente á la quietud de este Reino y aún á los ulteriores designios de su segura independencia. También es verdad que á las ideas de un gobierno monárquico absoluto no pueden ser adecuados los principios puramente democráticos, pero suponiéndose éstos, como se suponen aquí. inconsistentes con la educación y costumbres de los españoles americanos, no asustan mucho por ahora, y se espera que al fin vendrán á adoptarse aquellas formas que sean más análogas á las suyas, y que se juzgan más propias para asegurar la independencia. Vea Vd. en compendio los motivos que he tenido para ir conservando siempre la buena armonía y por los cuales he creído lo más acertado el ceñirme á exigir las declaraciones que van ahora en oficio. El Soberano Congreso y el Consejo de los que constituyen la presente administración sacarán de todo el partido que crean más ventajoso. Yo añadiré aún algunas pequeñas observaciones. Si el país está en tal estado que pueda resistir con ventaja á todo, la cuestión sobre lo que deba hacerse es menos difícil y sus consecuencias menos grave. Pero si la falta de fuerzas ha de suplirse con la sagacidad y la prudencia, entonces habrá de tenerse presente que según las apariencias puede aún sacarse mucho partido en favor de la independencia, que es el primer objeto, manejando bien los intereses de esta nación. Que hallándose ella sola en la empresa y poco inclinada á depender de las de Europa, podemos sacar de este mismo un fácil provecho. Que si se desvanecen todas sus esperanzas puede con la misma facilidad aliarse con nuestros enemigos, y contentarse con algo, dejando para después la prosecución de sus ideas. Que la espera por nuestra parte puede producir grandes resultados ó a lo menos dejarnos en disposición de obrar con todas nuestras fuerzas contra los enemigos ciertos y más terribles. Si éstos son vencidos podemos con ventaja venir á un acomodamiento final; y si son vencedores encontraremos un asilo inmediato y quizá algo más.


Si rompemos desde el momento es preciso dividir más nuestras fuerzas, aumentar gastos, disminuir entradas, obrar con más debilidad en todos los puntos, haciendo así más difícil la victoria, y más completa y desesperada nuestra ruina en caso de ser vencidos. No quiero entrar en el vasto campo de nuestras dolencias interiores, ó de los defectos orgánicos de nuestro cuerpo político, los cuales me parece que no deben olvidarse en esta deliberación. Habrá Vd. visto la carta original que me pasó el encargado de España y yo envié, dando las razones que me movieron á prestarme á ello. Esta carta es un documento que no dejará de ser útil alguna vez. La conducta del ministro español contribuyó á ilustrarme no poco sobre lo que debía juzgar de los portugueses. El día mismo que la escuadra se hizo á la vela para Santa Catalina me pidió el encargado pasase á su posada. Lo hice y al instante abrió la conferencia, lamentando la pasada conducta de la Corte y excusando á los americanos si acaso se habían arrojado en brazos extranjeros. Luego añadió que las cosas habían mudado enteramente. Que yo podía frecuentar en su casa á todas horas y aun presentarme á la señora Carlota, pues esta señora no sólo está dispuesta á recibirme, sino que había tenido la bondad de decir que á pesar de las apariencias contrarias nunca me había procurado hacer mal, ni dándome verdadero motivo de quejas. Recayó en fin sobre la expedición portuguesa, y me rogó que si no estaba comprometido cooperase con él á desviar esta tormenta de sobre mi país. Contéstele que no tenía ningún género de compromisos particulares, y que en prueba de ello estaba pronto á entrar en relaciones por escrito con la Legación. Convinimos en ello, y le pasé un oficio al día siguiente exigiendo de él me dijese ante todo qué especie de poderes tenía, y qué bases podía yo presentar á mi gobierno, y qué seguridades.


Añadiendo (esto era lo principal) que juzgaba también preciso saber si la corte de Madrid tenía algún tratado ó convenio con ésta, según se decía públicamente; pues en tal caso no quería yo mezclarme exponiéndome á ser víctima de una imprudencia semejante. Tuvimos una conferencia en seguida, y allí fue donde juró que era imposible que esta corte procediera de acuerdo con la suya; que sabía que en Madrid estaban equivocados y bien distantes de imaginar el doblez y la mala fe con que aquí se procedía; que él mismo no tenía ni una letra sobre este asunto, cuando era instruido en otros muchos menos importantes y que no tenían una relación tan directa con su encargo, etc. Yo insistí que me parecía imposible esta conducta al mismo tiempo que los señores infantes navegaban para España y que se estrechaban las relaciones de ambas coronas; y, finalmente, que se decía con demasiada publicidad que estaba cedida la Banda Oriental. Volvió á sus protestas el encargado, añadiéndome que esas voces que se esparcían era con las miras de alucinar y sorprender á los españoles incautos. Que los portugueses no habían empleado ningún español, y sólo llevaban consigo un americano tan señalado en la revolución y cuyas ideas no podían ser favorables á España. Recaímos después á nuestro asunto y empezó por decirme que la señora Carlota deseaba que yo fuese personalmente á Buenos Aires á proponer al Gobierno la amnistía y demás ofrecimientos, y que sobre esta condición precisa comprometía su autoridad. Yo, que sabía la queja de Cevallos á este Ministerio por qué se me toleraba en la corte, como agente público de esas provincias, sospeché luego el motivo por qué se exigía de mí, como condición sine qua non, el que fuese en persona á esa capital. Contesté que eso no podía ser. Entonces me dijo el encargado que propusiera á la Legación de S. M. C., á nombre de las provincias, la sumisión de ellas al rey bajo ciertas condiciones. Repliqué que tampoco podía entrar por eso. Mas para no romper bruscamente y obtener al mismo tiempo un documento que deseaba, propuse escribirle una carta pidiéndole me informase de lo que podía esperar de S. M. C., según los principios últimamente adoptados para la tranquilidad de América; que en este modo quedaría cubierto el decoro de la Legación. Que por lo demás, yo agradecía mucho á su majestad la reina sus buenas disposiciones para admitirme á su real presencia; pero que no creía prudente hacer uso de esta gracia en las circunstancias. Convino en lo primero, y me dio la carta de que he hablado; y manifestándose satisfecho en lo segundo, quedé libre de entrar en ninguna relación con la reina. Luego que llegó el capitán Bowles, le pidió una conferencia el encargado; en ella, según supe después, le informó de las que había tenido últimamente conmigo, de las propuestas hechas, y aun parece le dio copia de la carta. Conducta muy extraña en este ministro, y que me indica que los recelos eme en los tiempos de Milord Strangford abrigaba contra los ingleses, han pasado ahora á los portugueses. Las cartas de Madrid que tenemos aquí llegan hasta catorce de Mayo. Sabemos por ellas que se tomaba con calor el armamento de una expedición al mando de O'Donnell, conde de la Bisbal, cuyo carácter es muy conocido, y que debería salir por Noviembre de Cádiz. El estado de España es miserabilísimo, y, á no ser por un esfuerzo extraordinario, parece imposible que pueda equiparse esta expedición. Sin embargo, el tono con que hablan personas juiciosas desde Madrid y Cádiz, nos hacen creer que se ha tomado esto con empeño, el cual puede muy bien aumentarse. También escriben la llegada de don Bernardino Rivadavia á Madrid. En la última carta que recibí de aquel caballero, me anunciaba su viaje á la corte de España, y prometía escribirme desde ella. Quiera Dios que no se haya engañado en su cálculo.


Réstame decir algo sobre la relación que aparece en El Censor de 1º do Agosto, y que dio lugar á una proclama de la Comisión gubernativa. El sujeto que dio aquel aviso me parece que no está muy instruido ó que tiene muy embrolladas sus ideas. Avisáronme de Inglaterra, con fecha 22 de Abril de este año, lo siguiente: Mis cuidados crecieron con la llegada del ayudante del general Beresford y actuaciones de nuevos agentes, ó sean tutores y curadores de la infortunada Buenos Aires... Con la correspondencia, que condujo Vidal y un Palacios ó Palacio que se halla en ésa (y con los tutores y curadores de que hablé antes), promoviendo en ella los intereses de la señora Carlota. El mismo general ha parecido incluido á favor del negocio, sin duda por lo que lisonjearía su amor propio tener la parte directriz de una expedición que le compensase su desgracia pasada en el Río de la Plata.


Esto me pareció desde luego tan descabellado que no pude mirarlo sino como un proyecto miserable y sin consecuencias. Sin embargo, me apliqué á saber si tenía alguna raíz en el Ministerio, y á favor de alguna relación cultivada felizmente pude conocer lo bastante para asegurarme que semejante paso era puramente personal de los tales tutores. Después supe, por una diligencia del ministro de Policía, que el Ministerio había tenido el mismo aviso que yo, en el paquete subsiguiente, y acabé de persuadirme que el negocio en cuestión, bien lejos de ser conforme á los intereses de este Gobierno, era absolutamente contrario á sus miras. Le aseguro a Vd. que me ha dado lástima el demasiado candor con que la comisión creyó y autorizó una relación como aquella. Si Portugal es aliado de España, como dicen nuestros papeles públicos, ¿á que solicitar la licencia de Inglaterra, ni para qué alegar el ridículo petitorio de los emigrados insurgentes? ¿No era más propio proceder de acuerdo con España, en cuyo caso los ingleses aliados de esta nación no tendrían más remedio que callar y dejar hacer? Si querían el salvoconducto de Inglaterra para proceder en favor de los insurgentes emigrados y apropiarse el territorio de la Banda Oriental, ¿entonces, cómo pueden ser aliados, amigos y favorecedores de la España?


Además, ese apostrofe á la Inglaterra, que se supone la única protectora de la libertad é independencia de América, es ridículo, porque supone que el Gobierno de Buenos Aires ignore lo que saben todos, esto es, que la aliada de España no puede prestarle protección sino sobre la base de sumisión y obediencia á la Metrópoli, ó que proceden de mala fe queriendo engañar torpemente á sus pueblos. Esta conducta produce realmente mucho descrédito á nuestra causa, y grande opinión á nuestros enemigos. Si acaso motivos personales contra los emigrados han influido en semejante medida, esta es nueva razón de dolor; porque el temor de unos hombres que aquí nada valen, por más que alguno de ellos pueda haberlo afectado, hace que se sacrifiquen intereses de la mayor importancia. Conozco que no debo aconsejar á Vd.; pero viendo lo delicado de las circunstancias, y que está pendiente de un cabello la independencia del nuevo continente si no echa tales raíces que lo pongan á cubierto de ventolinas políticas, nada es capaz de retraerme de repetir una y otra vez: que no se sacrifiquen al interés de un momento las esperanzas de muchos siglos.


En la resolución sobre las cosas de Portugal, piense el congreso y piense vd. que esta nación, por el estado de sus rentas, de su población, de sus costumbres y de su gobierno, no puede llegar a sus fines sino con nuestra ayuda y cooperación; que sus operaciones no pueden pasar del Uruguay: y que es de su interés dejarnos obrar libremente y conservar relación amistosa con nosotros, y que nos importa también á nosotros desembarazarnos primero de nuestos enemigos naturales y empeñar, á costa de cualquier sacrificio, á esa potencia contra ellos.


Pienso que en cualquiera apariencia de favor que logremos, ó de unión de intereses, embarazará á España y le producirá aprehensiones capaces de imposibilitarle la remesa de pequeñas expediciones. Si abrimos las hostilidades, si no disimulamos ni queremos esperar, obtendremos ciertamente la amistad temporal de Artigas; pero será perdiendo todo lo demás. Finalmente, me persuado que si la Inglaterra ha de decidirse algún día, no será sino cuando tema que van á unirse solidariamente los intereses del nuevo continente. He dicho á Vd. mis opiniones, porque este es mi deber y porque no recelo en que pasando por su conducto muden de color, como sucede entre gentes malignas y fanáticas.


Quizá estaré completamente alucinado; en este caso mis errores no tendrán consecuencias, y lo que sea un error no se clasificará como crimen. Sobre todo, la importancia del secreto es a Vd. bien conocido. Tengo el honor de, etc.


M. J. García.



Mayo en Ascuas desde 1814, Documentos. Federico Ibarguren. Ediciones Teoría, Bs. As. – 1961.