desde 1492 hasta 1800
el fuerte de Gaboto
 
 

Sebastián Gaboto o Caboto

 

 

 

 

 




 

  

Sebastián Gaboto —o Caboto—, era natural de Venecia y había sucedido a Solís en el puesto de Piloto Mayor del Reino. A principios de abril de 1526, partió de Sevilla con 4 carabelas, teniendo por destino aquellas islas, pródigas en especias, que descubriera Magallanes y sobre cuya existencia informara Elcano.
Escaso de víveres, Gaboto ancló en el puerto de Los Patos, sin haber alcanzado Río de Janeiro. Los indios se negaron a proveérselos y la flota debió continuar viaje falta de ellos. De modo que entró al Río de la Plata para abastecerse. Una vez en él, Gaboto resolvió alterar sus planes, prolongando la exploración aguas arriba y olvidando su travesía a las Filipinas.
Mientras reconocía las orillas, el capitán Juan Alvarez Ramón encalló el bergantín que comandaba en un banco de arena del río Uruguay, siendo luego muerto por los charrúas. Gaboto siguió adelante y, en la confluencia del Paraná con el Carcarañá, estableció un fuerte, al que dio por nombre Sancti Spiritus. Fue la primera población española en territorio que sería argentino.
Una pequeña guarnición quedó en el fuerte y Gaboto prosiguió su navegación río arriba. Más o menos donde se reúnen los caudales del Paraná y el Paraguay, una multitud de indios agaces, tripulando numerosas canoas, atacó los barcos con una lluvia de flechas. Respondieron los españoles con fuego de mosquetes y artillería, causando gran daño entre los atacantes que, espantados, conocieron el poder de la pólvora. Con motivo de ese duro escarmiento, tanto los agaces como después los guaraníes, se cuidarían en adelante de hostilizar a los incursores.
Poco más tarde, otra expedición, al mando de Diego García, se encontró con la armada de Gaboto. Los jefes no se entendieron y García regresó a España. Pero, temeroso aquél de que su empresa fuera desautorizada por el rey, ya que sus instrucciones consistían en llegar a las “Islas de las Especias”, en vez de remontar el Río de Solís, despachó dos hombres de confianza para que defendieran su causa en la corte. Pasaron dos años y, como los enviados no regresaban, Gaboto resolvió viajar él mismo a España para solucionar el caso.
Mientras tanto, un capitán suyo, Francisco César, había partido de Sancti Spiritus con un puñado de soldados, internándose tierra adentro.
El pequeño fuerte subsistía, pues sus pobladores mantenían buenas relaciones con los indios timbúes, que habitaban la zona. Tales relaciones, sin embargo, se fueron deteriorando. Hasta que, por último, los salvajes atacaron e incendiaron el fortín, que fue abandonado por los sobrevivientes.
Nadie sabe a ciencia cierta por dónde anduvieron el capitán César y su gente. Se supone, no obstante, que el grupo —no más de 15 hombres— dividióse en tres columnas que tomaron rumbos diferentes, reuniéndose por último nuevamente. Y consta que se movieron a pie, pues la expedición de Gaboto no trajo caballos. Al regresar a Sancti Spiritus —todos o parte de ellos—, encontraron el fuerte abandonado, volviendo entonces atrás y continuando sus enigmáticas andanzas.

Con motivo de esas andanzas, se difundieron numerosos relatos que pasaron de boca en boca y dieron lugar a muchas incursiones fallidas, en busca del “País de César” o la “Ciudad de los Césares”.


¿Y en qué consistían dichos lugares maravillosos, mencionados por César y los suyos? Se trataría de una comarca poblada por hombres blancos, donde el oro, la plata y las piedras preciosas abundaban hasta el punto de utilizarse para construir las casas de sus felices habitantes, para adornar las hermosas plazas que allí había y hasta para pavimentar sus calles. Los pobladores se vestían ricamente, tratando con amabilidad al visitante, y los árboles de la región producían frutos exquisitos.


La “Ciudad de los Césares”, cuya leyenda se superpone con la de “Trapalanda”, nunca fue hallada. Lo cual no prueba definitivamente que no haya existido. Y que no exista todavía, envuelta en el olvido y el misterio.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

        firma de Sebastián Gaboto