desde 1492 hasta 1800
el real de Mendoza
 
 
Corre la primavera de 1534. Estamos en el Alcázar de Toledo, palacio del emperador Carlos V que, muchísimos años después, sería defendido heroicamente por el coronel Moscardó, durante la Guerra Civil librada en España entre 1936 y 1939.

Aquel lejano día del siglo XVI –un 21 de mayo, para ser preciso– el emperador firma un contrato (“capitulación”) con don Pedro de Mendoza, un noble andaluz, muy rico, que se ha distinguido al servicio de Su Majestad en el asalto a la ciudad de Roma y en cuyo escudo luce un lema piadoso: “Ave Maria, Gratia Plena”.

Mediante esa capitulación, se otorga a Mendoza el título de “Adelantado” del Río de la Plata y se convienen las condiciones de la empresa que acometerá en Indias.

En virtud de lo acordado, algo más de un año después –el 24 de agosto de 1535– zarpa de Sanlúcar de Barrameda una flota, imponente para la época. La componen 11 navíos, que llevan a bordo unos 1.200 tripulantes. La nave capitana se llama “Magdalena” y desplaza 200 toneladas. En ella viaja el Adelantado, enfermo y tendido en cama. Pues, en efecto, se supone que el principal motivo que impulsó a Mendoza hacia estas tierras fue la búsqueda del “árbol de la Salud”, al que se atribuían cualidades capaces de curar sus males, contraídos en conquistas de otra naturaleza. Lo acompañan un hermano suyo, Diego, y tres sobrinos, Gonzalo de Mendoza, Pedro y Luis Benavídez; su médico Hernando de Zamora; Rodrigo de Cepeda, que es hermano de Santa Teresa de Jesús, y varios frailes mercedarios. Llevan con ellos caballos y yeguas.

La mala fortuna acompañó el emprendimiento de don Pedro. Mala fortuna que se consideró el castigo de una injusticia, cometida por el Adelantado cuando ordenó apuñalar al Maestre de Campo Juan de Osorio, acusado de intentar amotinar a los soldados, sin que ese cargo fuera jamás probado.

Luego de recalar en Río de Janeiro, los buques alcanzan el Plata a principios de 1536. Y, hacia comienzos de febrero, entran al Riachuelo de los Navíos, un curso de agua –limpia por entonces– que desemboca en aquél entre pajonales, ceibos, coronillos y montes de talas. La intención es reparar los barcos, afectados sus cascos por la carcoma, y construir algún bergantín para remontar el río.

Mendoza dispone erigir allí un “real” –o sea apenas algo más que un campamento–, ignorándose el día preciso en que el mismo empezó a alzarse, si bien cabe establecerlo entre el 2 y el 5 de febrero de 1536. Tampoco se sabe el sitio preciso de su emplazamiento, suponiéndose que estaba en lo alto de la barranca del actual Parque Lezama.

De modo que, aunque don Pedro de Mendoza no se hubiera propuesto fundar realmente una ciudad, en ese “real” precario, levantado cerca del Riachuelo, tuvo su origen Buenos Aires.



El caserío fue llamado Santa María del Buen Ayre, en homenaje a una advocación de María Santísima –la “Madonna di Bonaria”– cuya imagen era venerada en Cerdeña, hallándose su devoción extendida entre los marineros del Mediterráneo, que acostumbraban pedirle vientos favorables para sus navegaciones.

Formaba el asentamiento un conjunto de ranchos, con techos de totora y paredes de barro, defendido por una empalizada en la cual se emplazaron varios cañoncitos. Dentro del perímetro había una plaza de armas, depósitos, talleres y alguna casa donde se erigiera un altar, oficiando así de iglesia. La planta del poblado medía una cuadra por lado.

























Ulrico Schmidel era un soldado alemán, que formó parte de la expedición comandada por don Pedro de Mendoza, participando en varias andanzas conquistadoras. Vuelto a Europa, escribió una crónica de sus veinte años de correrías, publicada con el título de Viaje al Río de la Plata.


El otro historiador de aquellas épocas heroicas en nuestra tierra fue Ruy Díaz de Guzmán, nieto de Irala y nacido en Asunción. A él se debe el primer libro dedicado específicamente a la Argentina, que ya denomina de ese modo y que compuso en 1612. Comienza con el descubrimiento del Río de la Plata y alcanza hasta la fundación de Santa Fe, incluyendo la de Buenos Aires por Mendoza.


En La Argentina, de Díaz de Guzmán, se recoge una leyenda vinculada con el hambre que afligió a Buenos Aires y que se refiere a “La Maldonada”. Esa mujer, según el relato, abandona el “real” y se interna en zona de indios. Halla en su camino una leona (hembra de puma o jaguar), de la cual se hace amiga. Capturada la fugitiva por los españoles, como castigo por su deserción es atada a un árbol, para que la devoren las fieras. Pero la leona y sus cachorros la defienden durante tres días, siendo entonces perdonada por sus captores.