desde 1800 hasta 1851
muerte de Lavalle
 
 
Abandonado por Francia, Lavalle se dirige hacia Córdoba, donde ha estallado una revolución que impone en el gobierno a Francisco álvarez. El ejército de Rosas, al mando del general Oribe, le seguirá los pasos. Para alcanzarlo en Quebracho Herrado, infligiéndole una dura derrota.

Otros reveses sufre la “Legión Libertadoraâ€, sea a las órdenes del mismo Lavalle, sea a las de Mariano Acha o Lamadrid (que está otra vez con los unitarios): San Carlos, Rodeo del Medio, Famaillá. Tan solo triunfa en Angaco, comandada por Acha.

El 8 de octubre de 1841, Lavalle está en Jujuy con los restos de aquella fantasmal “Legiónâ€, que más de dos años antes iniciara su marcha trágica desde Martín García. Deja sus hombres acampados en los Tapiales de Castañeda y él, con una pequeña escolta, se dirige a la casa de Zenarrusa, donde se ha de alojar, entrando allí a las 2 de la mañana y dejando un centinela apostado en la puerta. Lo acompañaría una mujer, Damasita Boedo.

Nadie sabe de la presencia del infortunado guerrero en la ciudad. Sin embargo, una partida llega con el alba frente a la casa y el centinela cierra la puerta. Quizá debido a ello, los de la partida hacen fuego. Lavalle aparece muerto, con un tiro en la base del cuello. Pero la bala que lo mató no pudo atravesar los gruesos tableros de madera que forman ambas hojas ni penetrar por la cerradura, según se establecería más tarde. Un enigma, arduo de dilucidar, sigue rodeando aún la forma en que murió don Juan Galo de Lavalle.

Perseguidos, los soldados unitarios llevan el cadáver del jefe Quebrada de Humahuaca arriba. No quieren que su cabeza pueda adornar la punta de una lanza en alguna plaza. Llegan a un río de caudal escaso y cierto oficialito, de apellido Danel, cumple con la estremecedora misión de descarnar los huesos del muerto, ya que la lealtad de esos hombres no basta para impedir el avance de la corrupción. Por fin, los restos así preservados descansarán en la penumbra hospitalaria de una capilla altoperuana.