desde 1800 hasta 1851
la defensa
 
 
Antes de la derrota sufrida por Beresford, Popham había pedido refuerzos a Inglaterra. Por otra parte, la flota inglesa no abandona el Río de la Plata, reteniendo el puerto de Maldonado en la Banda Oriental. Todo lo cual permitía suponer que Gran Bretaña intentaría tomarse revancha.

Ni lerdo ni perezoso, Liniers comienza a organizar las tropas a su cargo. Divide los hombres que tienen entre 16 y 50 años, conforme a su origen y condición, formando los cuerpos siguientes:

Infantería: Vizcaínos y Castellanos; Montañeses; Gallegos; Andaluces; Catalanes o “Miñonesâ€; Patricios; Arribeños; Pardos, Morenos e Indios; Granaderos; Cazadores Correntinos.

Caballería: 1º, 2º y 3º de Húsares; Migueletes; Labradores.

Artillería: Milicianos Artilleros; Regimiento Unión (criollos y catalanes); Castas (pardos, morenos e indios); Maestranza.

Todas estas tropas reciben intensa instrucción militar.

A fines de 1806 habían partido dos fracciones del ejército inglés, con destino a Buenos Aires y Chile. En marzo de 1807 se les agrega una tercera, unificándose sus misiones y jefaturas: deberán tomar nuevamente Buenos Aires y quedan bajo el mando del teniente general John Whitelocke.

Antes de ello, la primera fracción puso sitio a Montevideo. Liniers despacha tropas de auxilio, que no reciben el debido apoyo de Sobremonte, quien se encuentra en Colonia. El 2 de febrero de 1807, los británicos ocupan Montevideo. La noticia llega a Buenos Aires y estalla una gran indignación contra Sobremonte. El cabildo porteño –donde es poderosa la influencia de álzaga– convoca otro Congreso General y declara suspendido en su cargo al virrey. Dos enviados, con una pequeña tropa, pasan a Colonia, apresan a Sobremonte y lo traen aquí, quedando detenido en una quinta de San Fernando.

A fines de ese mes, se fugan Beresford y Pack, auxiliados por Saturnino Rodríguez Peña, que huye con ellos a Montevideo.

El 5 de marzo, Colonia cae en manos inglesas.

A fines de junio, llega el nombramiento de Ruiz Huidobro como “virrey interinoâ€. Pero, dado que el mismo ha sido capturado en Montevideo por los británicos, la Audiencia coloca a Liniers en su cargo.

El 27 de junio, primer aniversario de la ocupación de Buenos Aires por Beresford, zarpan de Colonia 110 buques, que llevan 8.000 soldados, para repetir la operación. El 28, desembarcan en Ensenada. El 1º de julio, están en Quilmes.

Liniers cuenta con 7.000 hombres y resuelve dar batalla más allá del Puente de Gálvez. álzaga organiza la defensa urbana. Igual que un año antes, llueve.

Contrariamente a lo previsto por Liniers, los ingleses no intentan pasar por el Puente de Gálvez sino que han vadeado el Riachuelo, aguas arriba. Al advertirlo vuelve atrás, dejando parte de sus tropas para custodiar el puente. Choca con los atacantes, la tarde del 2 de julio, en los Corrales de Miserere (actual Plaza Once) y es derrotado. Pierde sus cañones, deja 200 prisioneros y apenas logra retirarse hasta la Chacarita.

Noticias del desastre llegan a la ciudad. álzaga se multiplica, dispuesto a resistir en sus calles. Se cavan trincheras y se alzan barricadas, distribuyéndose entre el resto de la población las pocas armas que no empuñan soldados o milicianos. El cabildo permanece reunido, en sesión continuada. Toda clase de proyectiles se acumulan en las azoteas y cada ventana es una tronera acondicionada para resistir.

A mediodía del 3 regresa Liniers, con lo que queda de sus fuerzas. Los ingleses intiman la rendición, rechazándose su exigencia.

Una salva de 21 cañonazos señala el comienzo de la ofensiva británica, a las 6 y media de la mañana del domingo 5. Parte el ataque desde la quinta de Lorea, en lo que es hoy Plaza Congreso.

El ejército atacante avanza dividido en 13 columnas. Dos de ellas han de bifurcarse. Las que se hallan en ambos extremos de la formación, practicarán un movimiento envolvente y, alcanzada la costa, deberán convergir sobre el Fuerte, mientras las demás atraviesan Buenos Aires por calles perpendiculares al río, dirigiéndose hacia el mismo objetivo.

Las columnas laterales cumplen parcialmente su misión, acercándose a la fortaleza. En cambio, todas las otras encuentran una resistencia desesperada. Reciben fuego desde trincheras y barricadas. Las casas se transforman en bastiones. Esforzadas porteñas, apostadas en las terrazas, arrojan agua hirviendo sobre los invasores. Un grabado de época muestra cómo, por los desagües que dan a la calle, salen chorros de sangre.

Los integrantes de una columna que, dividida, viene por las actuales Sarmiento y Bartolomé Mitre, se rinden al llegar a Maipú. Los de otra optan por refugiarse en el caserón “de la Virreina Viejaâ€. Y quienes forman otras dos, lo hacen en el convento de Santo Domingo. La caballería britá nica no puede cumplir función alguna en estos enconados combates callejeros.

Al caer la noche, los ingleses han perdido casi la mitad de su tropa, contando muertos, heridos y prisioneros. Entre las fuerzas criollas hay 200 muertos, 500 heridos y se calculan en 2.000 las bajas de la población civil.

álzaga y Liniers envían una propuesta de capitulación a Whitelocke, al amanecer del día 6. éste no la acepta y propone en cambio una tregua, rechazada por los defensores, que reinician el cañoneo.

Sobrevienen nuevas negociaciones. Por fin, a mediodía del martes 7 de julio, Whitelocke capitula. Se compromete a reembarcar su gente, devolver los prisioneros y abandonar Montevideo, como así también los demás puntos que Gran Bretaña ocupa en la Banda Oriental.

La actuación de los defensores ha sido magnífica y su mérito alcanza a todos. Sin embargo, un peculiar prestigio rodeará desde entonces al regimiento de Patricios, cuyos hombres se batieron con señalado denuedo durante esas jornadas memorables.