desde 1900 hasta 1992
protesta social en el sur
 
 

Entre junio y marzo de 1921, la violencia social alcanzaría al lejano sur argentino. La “Sociedad Obrera†de Río Gallegos declara una huelga, luego de ser rechazado el petitorio que presentara en demanda de mejores condiciones laborales para los peones de campo, que cobran salarios muy bajos y viven en pésimas condiciones. Dicha Sociedad había sido fundada por Antonio Soto, un anarquista español que admira a los comunistas rusos y que, a poco de comenzado el conflicto, recluta para sus filas a varios ex presidiarios del penal de Ushuaia, entre ellos uno conocido como “Toscano†y otro al que se identifica tan sólo por el número que allí llevaba: el 68. Más tarde, se sumarían al grupo un cuchillero entrerriano –â€Facón Grandeâ€â€“, dos homosexuales alemanes y un boxeador norteamericano. El primer encuentro entre huelguistas y rompehuelgas tuvo lugar en “la bajada de Clarkâ€, el 2 de diciembre del 21, siendo dispersadas las fuerzas policiales que protegían a éstos.


El movimiento de fuerza se extiende a Puerto Deseado, San Julián y Puerto Santa Cruz. Las estancias son atacadas y ocupadas por huelguistas armados, que toman a patrones y capataces como rehenes, enarbolando la bandera escarlata del anarquismo. Los ex convictos forman un “Consejo Rojo†(vale decir un “sovietâ€) y llevan brazaletes de ese color. Dada la fuerte presencia extranjera entre los huelguistas –que también reciben velado apoyo por parte de Chile–, la represión se teñirá con un acentuado tinte patriótico.


Totalmente desbordadas las autoridades locales, Yrigoyen envía a Santa Cruz al 10 de Caballería, que comanda el teniente coronel Benigno Varela, un veterano de la revolución radical de 1905. La llegada de las tropas facilita un arbitraje, dictando el gobernador un laudo, mediante el que se hace lugar a muchos de los reclamos obreros. Depuestas las armas por éstos, los escuadrones regresan a sus cuarteles.


La tranquilidad no duró mucho, sin embargo. Ni los patrones pagan los salarios pactados, aduciendo bajas en el precio de la lana, ni los ex presidiarios se resignan a concluir sus actos de pillaje, que llaman “expropiacionesâ€. La huelga general se vuelve a declarar y verdaderos ejércitos se agrupan bajo el pabellón rojo. El gobierno despacha nuevamente a Varela para imponer el orden. Y Varela lo impone a sangre y fuego, actuando con mano de hierro. Libra una guerra donde los prisioneros son pocos y los muertos muchos, entablándose alguna batalla campal entre las fuerzas enfrentadas.


Pero los últimos actos de la tragedia no tendrían a la Patagonia por teatro. Concluidas las acciones, un anarquista extranjero asesinó al ya coronel Varela frente a la puerta de su casa, en presencia de sus hijas. Capturado el agresor, moriría a su vez, asesinado en la cárcel.