desde 1900 hasta 1992
agresiones y rumores
 
 

A fines de 1954, Perón entra inopinadamente en conflicto con la Iglesia Católica, cuya jerarquía no había tenido hasta el momento roces con el gobierno. Por el contrario, la enseñanza religiosa en las escuelas, establecida por Ramírez, determinó que la mayoría de los obispos mirara con simpatía al candidato oficialista en 1946 y muchos católicos lo votaron, situación que aún se mantenía en 1951. Pero ocurrió que la Iglesia conservaba su autonomía frente al régimen, lo cual contrastaba con las loas prodigadas desde casi todos los demás sectores de la sociedad, salvo los declaradamente opositores, que eran pocos. Y Perón, de buenas a primeras, acusa a monseñor Manuel Tato, provisor y vicario general de Buenos Aires, como así también a monseñor Ramón Pablo Novoa, de sabotear la acción gubernativa. Ello por cuanto los acusados habían desaprobado la instalación de un campo de recreo para niñas de colegios secundarios en la quinta presidencial, instalación ésta que dio lugar a extendidas habladurías.


Al ataque verbal de Perón sigue una política de abierta agresión a la Iglesia, que contraría las convicciones arraigadas en la población y que discrepa con la llamada “doctrina justicialistaâ€. Se deroga la enseñanza religiosa, se establece el divorcio vincular, se autoriza el funcionamiento de prostíbulos, las autoridades reciben y condecoran a jerarcas de cultos cismáticos y es anunciada una reforma constitucional, que separará a la Iglesia del Estado. Algunos ministros, considerados masones, integran el gabinete y es tenido por tal el vicepresidente Teisaire. Al calor oficial se lleva a cabo un gran acto espiritista en el Luna Park, bajo el auspicio de la “Escuela Científica Basilioâ€. El lenguaje de muchos funcionarios se tiñe de anticlericalismo y, en la prensa gubernista, aparecen titulares como éste: “Se alborotó el obisperoâ€.


La no autorizada procesión de Corpus Christi –realizada pese a todo el 11 de junio de 1955–, se transforma en una gigantesca manifestación, donde a los sentimientos piadosos se suma la pasión política. Aquel día regresó al país Pascual Pérez, luego de defender exitosamente la corona de los pesos mosca obtenida el año anterior, siendo el primer título mundial conquistado por un boxeador argentino. Desde el ministerio del Interior se intentó neutralizar los efectos de la manifestación adversa, mediante un recibimiento multitudinario tributado al flamante campeón. Durante el transcurso de aquélla, la quema de una bandera nacional –que el gobierno achaca a los manifestantes y éstos suponen una maniobra fraguada por el gobierno– da lugar a violentas imputaciones oficiales contra la Iglesia y los católicos. El 12 de junio, grupos peronistas atacan la catedral metropolitana, cuyos defensores terminan presos. Perón dispone que monseñores Tato y Novoa sean deportados.


Se proyecta que la reforma constitucional, que habrá de establecer la separación de la Iglesia y el Estado, derogue de paso las disposiciones del texto vigente desde 1949 que traban la concesión de extensas áreas de la Patagonia a compañías extranjeras para extraer petróleo. Cosa que se propone hacer el gobierno, pues ha comenzado negociaciones con la “California Argentinaâ€, una sociedad cuyo nombre revela a medias su condición de norteamericana. La “tercera posición†en materia internacional –equidistancia entre los EE.UU. y la URSS–, queda definitivamente archivada, estableciendo Perón una estrecha relación personal con Milton Eisenhower, hermano del presidente yanqui.


Empiezan a correr rumores, referidos a actividades conspirativas. Una audición cómica que se difunde por radio, La Revista Dislocada, populariza un cantito cuyo estribillo repite: “deben ser los gorilas, deben ser, que andarán por ahí...†Y, a raíz de eso, para mencionar a los misteriosos conspiradores la gente hablará de “los gorilasâ€. Término éste que haría largo camino, saltando finalmente más allá de las fronteras argentinas.







La quema de una bandera argentina, durante la manifestación realizada el día de Corpus Christi, en junio del 55, tuvo notable trascendencia. El gobierno la utilizó para acusar a los católicos de traición a la Patria y éstos imputaron al gobierno haber fraguado el hecho, devolviéndole la acusación. Quien esto escribe participó de esa manifestación y puede aportar algunos datos sobre el tema.


Ocurrió que, llegada la columna de manifestantes al Congreso, se intentaron izar en los mástiles del mismo banderas argentinas enlazadas con la papal. Durante el intento, una de aquéllas comenzó a arder accidentalmente, al tomar contacto con cierta llama votiva que allí había y debiendo soltarla el muchacho que la llevaba, el cual estaba trepando para enarbolarla.


Ahora bien, en base a noticias que circularon por entonces, en el ministerio del Interior se habrían enterado del suceso a través de alguno de sus agentes infiltrados en la manifestación, requiriéndose a la policía el envío de la bandera quemada, como prueba de la versión que se resolvió suministrar a su respecto. La policía no había recogido el pabellón chamuscado y, a fin de disimular su omisión, parece que en la Comisaría 6ª se procedió a quemar otro, para remitirlo al ministro Borlenghi.


De manera que las banderas quemadas aquel ya lejano día de 1955 habrían sido dos: una por accidente y otra para ocultar un descuido policial. Ninguna, en realidad, con ánimo de agraviar el símbolo patrio.