desde 1900 hasta 1992
asalto a la tablada
 
 

Se inicia 1989 con repetidos cortes de luz, el dólar a 16,50 australes y Seineldín prisionero en los cuarteles de Palermo, donde, pese a la incomunicación que se le ha impuesto, recibe a importantes figuras del quehacer nacional. Menem le dedica un elogio, que levanta encendidas críticas entre los políticos y que coincide con una visita del diputado peronista Nacul al coronel detenido.


Durante ese mes de enero, atraca en el puerto de Montevideo el buque “Indianaâ€, que enlazará mediante viajes irregulares las Malvinas con el continente. Saúl Ubaldini se mueve eficazmente y logra que los trabajadores portuarios uruguayos se nieguen a cargar la nave. Coincidentemente, un grupo peronista, encabezado por Patricia Bullrich, intenta abordarlo, gritando consignas contra el colonialismo británico.


Por otra parte, Jorge Baños, Francisco Provenzano y el fraile Antonio Puigjané, dirigentes del MTP (Movimiento Todos por la Patria), convocan a una conferencia de prensa para denunciar un golpe militar en ciernes, impulsado según ellos por Menem, Seineldín y Lorenzo Miguel. El MTP es una organización marxista, que acoge a numerosos ex guerrilleros (Provenzano ha tenido notoria actuación en el ERP, Baños en la defensa de subversivos y Puigjané entre los clérigos tercermundistas). La denuncia es desmentida por Menem. Pero esa conferencia de prensa sería prólogo de gravísimos acontecimientos, que ocurrirían durante el primer mes de 1989.


El 23 de enero, a las 6 de la mañana, un camión afectado a la distribución de gaseosas circula por el Camino de Cintura, en su intersección con la Avenida Crovara, seguido por una Ford “Rancheroâ€, tres Renault 12 blancos, una Toyota también blanca y un Falcon verde. Pronto, el camión enfila hacia la portada de acceso al regimiento 3 de infantería de La Tablada, se lanza contra ella y la embiste, matando al centinela que allí se encuentra. Inmediatamente, descienden de los vehículos unas 60 personas armadas hasta los dientes y copan la guardia en medio de un intenso tiroteo, a raíz del cual mueren varios conscriptos y algunos asaltantes. Divididos éstos en tres grupos, se dirigen a distintos puntos del cuartel. El que ataca la jefatura encuentra una enconada resistencia en el mayor Horacio Fernández Cutiellos, segundo jefe de la unidad, que se ha quedado a dormir en ella y que, al oír los disparos, luego de tomar un fusil hace fuego mientras salta de una posición a otra. Antes de ser abatido, el valiente oficial deja fuera de combate a cierto número de sus atacantes. Los otros dos grupos chocan, asimismo, con una oposición inesperada pues, casualmente, son varios los oficiales que han pernoctado en el regimiento y ahora lo defienden. De modo que fracasan los incursores en su intento de tomar el casino de oficiales y el escuadrón de tiradores blindados. Ocupan, en cambio, el casino de suboficiales y las instalaciones de la compañía B.


El estrépito de las armas pone sobre aviso a la policía provincial, que tiende un cerco en torno al cuartel e intenta recuperar la guardia. A las 9.30 llegan, espontáneamente, sin ser convocados, algunos comandos de infantería. A las 10.15, arriba parte del regimiento 7 de La Plata. A las 12, efectivos del grupo de artillería con asiento en Ciudadela emplazan dos cañones Oerlikon. A las 14, asume el mando de las operaciones el general Arrillaga, reemplazando al coronel Halperín. El asalto final para recuperar la plaza se demora, no obstante. Los policías están armados solamente con pistolas. La movilización militar ha sido lenta. Halperín primero y Arrillaga después, se han mostrado irresolutos y vacilantes. Hasta que llegan al teatro de la lucha los comandos de la compañía 601.


La población está atónita. Desde los primeros momentos del día corren informaciones referidas al ataque contra el cuartel. Pero, extrañamente, pasarán las horas y los medios de información persistirán en presentarlo como una acción realizada por elementos “carapintadasâ€. Esa versión llegará a aparecer en la primera edición del vespertino La Razón, controlado por el gobierno. Y se hace eco de ella el vocero presidencial, José Ignacio López.


La realidad es muy otra, sin embargo. Y consiste, sencillamente, en un sangriento rebrote de la guerrilla marxista, protagonizado por el MTP, habiendo comandado las acciones uno de los ex jefes del ERP, Enrique Haroldo Gorriarán Merlo. Que ha contado con grandes medios para emprenderlas pues, amén del número apreciable de combatientes reclutados, están éstos provistos de munición en abundancia y de armamento sofisticado, adquirido en el extranjero (RPG7 soviéticos, lanzacohetes de fabricación china, lanzagranadas 2079 de 40 mm.).


Diversas circunstancias involucran al gobierno y explican sus reticencias. En efecto, “medios periodísticos de Porto Alegre (Brasil) revelaron en su momento [...] que el intendente comunal de esa ciudad brasileña había sido anfitrión de una reunión social de la que participaron Enrique Nosiglia, Carlos Becerra, Enrique Gorriarán Merlo y Jorge Baños, en diciembre de 1988†(transcripto de La Guerrilla de Papel, por Horacio Bravo Herrera, editorial Sielp, 1992). Haya existido o no esa reunión, lo cierto es que la gente del MTP tenía efectivamente relación con Nosiglia, ministro del Interior a la sazón, y con Becerra, secretario de la Presidencia. Por otra parte, una hermana del ministro, Magdalena Nosiglia de Ciarlotti, militante del ERP, había participado en el secuestro del almirante Alemán, mientras Becerra aparecía como garante de un préstamo concedido por el Banco Hipotecario a Jorge Baños. No debía extrañar, por tanto, que el gobierno prefiriera endosar el ataque del cuartel a los “carapintadasâ€. Lo cual coincidía, casualmente, con la intención de los verdaderos atacantes, ya que irrumpieron allí arrojando al aire una falsa proclama revolucionaria que atribuían a Seineldín y era su propósito, según se supo luego, aducir que habían hecho fracasar un golpe de Estado seineldinista, convocar al pueblo en la unidad ocupada y ponerse al frente de una columna, que marcharía sobre la capital, para poner finalmente en práctica la “revolución socialistaâ€, anhelada por el MTP. Tales propósitos parecen una fantasía y cuesta creer que pudieran ser alentados seriamente. No cabe olvidar, sin embargo, que algo parecido se habría propuesto la izquierda en Ezeiza, al regresar Perón en 1973. Y que la manera como razonan los ideólogos los lleva a irse despegando de la realidad hasta adherir, con sincera convicción, a las utopías más peregrinas.


En cuanto a las afinidades del radicalismo alfonsinista con la guerrilla, conviene agregar dos datos ilustrativos. Por un lado, las notables coincidencias que aparecen en el documento titulado “La contradicción fundamental†–emitido por “la Coordinadora†radical– y las pautas programáticas del MTP, publicadas en la revista Entre Todos durante 1987. Por otro, es sugestivo el testimonio brindado por el diputado radical Osvaldo álvarez Guerrero a la periodista María Seoane, en 1991, donde señala: “Alfonsín solía decir que los guerrilleros del ERP eran radicales desbandados. Y algo de razón tenía: diría que hasta mediados de la década del 60 el radicalismo tenía una gran tradición fragotera. Buena parte de los militantes del ERP, como Santucho, provenían de familias radicalesâ€. Tomo ambos datos del citado libro del ex senador Bravo Herrera.


El asalto de los comandos al regimento ocupado fue decisivo. Apoyados por tanques livianos, recuperaron las instalaciones palmo a palmo. Sólo un pequeño grupo de los atacantes quedó aislado en un sector de ellas, prefiriéndose aguardar el nuevo día para someterlo pues, a esta altura de los sucesos, ya caía la noche. Antes del mediodía de aquel 24 de enero, había cesado la lucha. 9 muertos y 63 heridos registraron las fuerzas regulares (un muerto y 27 heridos pertenecían a la policía; entre éstos el comisario Re, que se batió con singular coraje y perdió ambas piernas en el combate); 28 muertos, 6 heridos y más de una docena de prisioneros fueron las bajas sufridas por los incursores, contándose entre ellas dos mujeres.






En el orden internacional, George Bush, que fuera vicepresidente con Reagan, asume la presidencia de los Estados Unidos. Y comienza a crujir la estructura del imperio soviético. Allí se ha encumbrado Mijhail Gorbachov que, en una primera etapa, profundizó la “glasnost”, política encaminada a conferir “transparencia” a la gestión oficial, hermética hasta entonces. A ella seguirá la “perestroika”, tendiente a permitir mayores libertades, fundamentalmente en materia económica, ya que el aparato productivo socialista está dejando de funcionar y su crisis pone a la población ante el fantasma del hambre, mientras la federación de repúblicas carga con el peso de una enorme deuda externa. Hungría permite la actuación de partidos políticos. En Polonia, se confiere reconocimiento legal al poderoso sindicato “Solidaridad”, liderado por Lech Walesa y opositor al gobierno comunista. Pravda, órgano oficial del partido, publica en Moscú una referencia elogiosa al “realismo” de Ronald Reagan. En febrero, las tropas soviéticas deberán abandonar Afghanistán, invadido por ellas años antes.


También ese mes cae Alfredo Stroessner en el Paraguay, luego de gobernar allí por largas décadas: quien lo derroca es su consuegro, el general Andrés Rodríguez, que llamará a elecciones y será elegido presidente constitucional en las mismas.


Transcurre marzo cuando el severo plan de ajuste que aplica el gobierno de Carlos Andrés Pérez, en Venezuela, provoca un tremendo estallido social. Aquí, el dólar frisa los 50 australes. Renuncia el ministro Sourrouille y lo reemplaza Juan Carlos Pugliese. En abril, el dólar salta hasta los 100 australes.


Pese a que la situación ha llegado a un alto grado de deterioro, el gobierno persiste en su empeño por influir ideológicamente sobre los argentinos. Una singular fundación oficialista, llamada “Plural”, publica solicitadas y auspicia un programa de TV donde se denigra a los militares y que lleva por título El Galpón de la Memoria.