Tomas Falkner en el Pago de los Arroyos
Los descubrimientos de fósiles del pleistoceno en el Siglo XVIII
1. La formación pampeana. Dice Florentino Ameghino en su Sinopsis de mayo de 1910 que sobre el último piso de la formación Araucana se sitúa el Ensenadense o Pampeano inferior que, “con su espesor de “Después del Belgranense, el nivel del suelo vuelve a subir, retirándose otra vez el océano lejos de sus limites actuales. Estamos en la época de la deposición del Pampeano rojo superior, que es el que debajo de la tierra vegetal cubre toda la extensión de la llanura con un manto de arcilla rojiza de un espesor de “En esta época, bastante próxima de la nuestra, la llanura bonaerense, al norte de la sierra de Tandil, tenía una configuración física y una extensión distintas de las de hoy. Sus límites orientales se extendían por sobre una extensa zona ocupada ahora por las aguas del océano, y en su superficie se desparramaba en decenas de miles de hilos separados el inmenso caudal de agua que, por la depresión paranaense, descendía de las elevadas comarcas del norte a las llanuras porteñas, y que poco a poco depositó el gran manto de arcilla rojiza que constituye el Pampeano superior. Entonces no existían ni el río de “Al fin de esa época grandes sacudimientos sísmicos modificaron notablemente el aspecto del territorio. Se produjo una profunda hendedura de sur a norte que, partiendo de la provincia de Buenos Aires, penetró hasta el interior del continente sudamericano. Las capas marinas de la formación Entrerriana se levantaron desde las profundidades del suelo hasta el nivel que presentan sobre la margen izquierda del Paraná, en la provincia de Entre Ríos, y las aguas dulces, corriendo a la hendedura, formaron el bajo Paraná y su prolongación hacia el norte, el río Paraguay”. Esta descripción de la historia de nuestro suelo que Ameghino redactara en ocasión del Centenario de Mayo, sigue siendo válida en líneas generales, salvo el criterio actual que rejuvenece un tanto la formación Pampeana al ubicarla en el Pleistoceno o Cuaternario, en lugar del Plioceno, último período del Cenozoico o Terciario, como pensaba Ameghino. Bien está esta extensión de nuestra historia en los tiempos geológicos y paleontológicos. Ameghino, y con él toda la pléyade de cultores de estas ciencias, han brindado a la historiología argentina y americana la profunda perspectiva temporal que requerían. Así lo entendieron Ricardo Levene y No de otra manera lo entendió Ezequiel Martínez Estrada cuando dijo: “Nuestra historia está en la paleontología y en la etnografía, en aquélla más por su área, especímenes e importancia” ... “Ameghino fue nuestro más grande historiador; Lafone Quevedo y Outes están más cerca de ella que los catedráticos que la elaboran y luego la explican”. La paleontología argentina tiene sus inicios en el siglo XVIII y precisamente en la llanura que tiene por basamento la formación pampeana. En esa llanura santafecino-bonaerense, buena parte de la cual constituía el antiguo Pago de los Arroyos, precisamente en sus barrancas y terrenos contiguos, aparecieron los primeros especímenes de la fauna del pleistoceno. El Carcarañá, el Saladillo, el Arrecifes y el Lujan, son los sitios ideales para rastrear en busca de fósiles. Entre los más característicos figuran especies y géneros extinguidos del orden de los Edentados. Sabido es que éstos se dividen en loricados y pilosos. Entre los loricados, caracterizados por su armadura de placas, se encuentran los Dasipódidos o armadillos, varios de ellos actuales, y los Gliptodontes, característicos de la formación Pampeana. Entre los Pilosos se encuentran los Bradipódidos (perezosos), los Mirmecof agidos (osos hormigueros) y los extinguidos Gravígrados (megaterios y milodontes). Los Gliptodontes más característicos son: el Doedicurus kokenianus Amegh; el Panochtus tuberculatus; el Glyptodon reticulatus Owen; el Sclerocalyptus ornatus Owen; el Eutatus seguini P. Gerv., y el Eutatus brevis Amegh. Por su parte, los Gravígrados principales son: el Megatherium americanus Cuvier, el Mylodon, el Scelidotherium, el Lestodon y el Neomylodon Listai. Otros mamíferos que complementan las faunas pleistocenas son los mastodontes: Cuvieronius platensis, Cuvieronius superbus, Notiomastodon ornatus; los ciervos: Paraceros, Morenolafus, de los cuales dicen A. F. Bordas y N. Cattoí que sus restos son muy abundantes en los afloramientos pampeanos del río Carcarañá, y los curiosos Macrauchenia pataghonica Owen y Toxodon burmeisteri Giebel. 2. Antecedentes americanos de descubrimientos de fósiles en el siglo XVI Los descubrimientos de fósiles en el siglo XVIII, página inicial de la paleontología argentina, tienen antecedentes en América en el siglo XVI. Mencionemos en primer término el testimonio del cronista del Perú, Pedro Cieza de León, (1550), quien nos dice: Esto dicen de los gigantes; lo cual creemos que pasó, porque en esta parte que dicen se han hallado y se hallan huesos grandísimos. Y yo he oído a españoles que han visto pedazo de muela que juzgaban que a estar entera pesara más de media libra carnicera, y también que habían visto otro pedazo del hueso de una canilla, que es cosa admirable contar cuan grande era, lo cual hace testigo haber pasado. En este año de 1550 oí yo contar, estando en la ciudad de los Reyes, que siendo el ilustrísimo don Antonio de Mendoza visorey y gobernador de ( En segundo término, nos volvemos a encontrar con nuestro conocido don Lorenzo Suárez de Figueroa (1530-1595), aquel alférez de Jerónimo Luis de Cabrera que llegara a estos pagos en 1573 con ánimo de fundar el Puerto de San Luis de Córdoba, y que dejara su nombre, alterado posteriormente, en San Lorenzo. A la sazón, en 1581, era gobernador de Santa Cruz de Como dice D. Lorenzo Suárez de Figueroa, gobernador de Santa Cruz de ¿Qué altura tan desmedida no corresponderá a aquel gigante, cuyo cráneo se abría en una circunferencia tan dilatada que metiendo una espada por la cavidad de los ojos, apenas alcanzaba al cerebro, como testifica el ya nombrado D. Lorenzo Suárez de Figueroa, testigo ocular de la experiencia? (Guillermo Furlong, El trasplante cultural: Ciencia, pág. 35). En tercer término, mencionaremos las referencias que el P. José de Acosta hace en su Historia Natural y Moral de las Indias: Nadie se maraville ni tenga por fábula lo de estos gigantes, porque hoy día se hallan huesos de hombres de increíble grandeza. Estando yo en México, año de ochenta y seis, toparon un gigante de estos enterrado en una heredad nuestra, que llamamos Jesús del Monte, y nos trajeron a mostrar una muela, que sin encarecimiento sería bien tan grande como un puño de un hombre, y a esta proporción lo demás, la cual yo vi y me maravillé de su disforme grandeza. (José de Acosta, Libro VII, cap. 3). 3. El siglo XVIII. Los descubrimientos en el litoral fluvial. El P. José Guevara y la muela petrificada del Carcarañá (1740) El P. José Guevara, nacido en Recas, Toledo, en 1720, había llegado al país en 1734, y permanecería en él hasta el momento de la expulsión de Sin embargo ocurren algunas cosas dignas de particular relación. Los gigantes, torres formidables de carne, que en solo el nombre llevan el espanto y asombro de las gentes, provocan ante todas cosas nuestra atención. No se hallan al presente, pero antiguos vestigios, que de tiempo en tiempo se descubren sobre el Carcarañal y otras partes, evidencian que los hubo en tiempo pasado. Algunos, convencidos con las reliquias de estos monstruos de la humana naturaleza, no se atreven a negar claramente la verdad, pero retraen su existencia al tiempo antediluviano. Yo no me empeñaré en probar que los hubo antes del diluvio, pero es muy verosímil que después de él poblasen el Carcarañal, y que en sus inmediaciones y barrancas tuviesen el lugar de su sepultura. Lo cierto es que de este sitio se sacan muchos vestigios de cráneos, muelas y canillas, que desentierran las avenidas, y se descubren fortuitamente. Hacia el año de 1740 vi una muela grande como un puño casi del todo petrificada, conforme en la exterior contextura a las muelas humanas, y sólo diferente en la magnitud y corpulencia. (Historia del Paraguay, Río de Y más adelante, hablando de las petrificaciones, vuelve sobre el asunto: Llenos están los libros que tratan de minerales, de semejantes petrificaciones. Yo por la afinidad de materias, y por confirmar la verdad de unas petrificaciones con otras, sólo añadiré que sobre el Carcarañal se encuentran algunos huesos petrificados. Hacia el año de 1740 tuve en mis manos una muela grande como el puño, semi petrificada: parte era solidísima piedra, tersa y resplandeciente como bruñido mármol, con algunas vetas que la agraciaban; parte era materia de hueso, interpuestas partículas de piedra que empezaban a extenderse por las cavidades que antes ocupó la materia huesosa”. (Historia del Paraguay, Río de El año 1752 moría en Humahuaca el gran historiador P. Pedro Lozano, cronista oficial de Ventura Chavarría y el hueso gigante de Córdoba (1755). El año de 1755 don Ventura Chavarría mostró en el colegio seminario de Nuestra Señora de Monserrate una canilla dividida en dos partes, tan gruesa y larga, que según reglas de buena proporción, a la estatura del cuerpo correspondían ¡ocho varas! Como este caballero es curioso y amigo de novedades, ofreció buen premio al que le desenterrase las reliquias de aquel cuerpo agigantado. Puede ser que el estipendio aliente para este y otros descubrimientos, que proporcionarían al orbe literario novedades para amenizar sus tareas. (Historia del Paraguay, Río de Tomás Falkner (Manchester, 1702 - Plowden Hall, 1784) El mismo año de 1752, en que a raíz de la muerte del P. Lozano, le sucedía el P. Guevara en el cargo de Cronista, llegaba a San Miguel del Carcarañá el P. Tomás Falkner, en carácter de administrador de la estancia, y permanecería en estos pagos hasta 1756. Cabe recordar que estos mismos años son los del surgimiento de los núcleos urbanos. Había nacido en Manchester el 6 de octubre de 1702. Estudió medicina en Londres, y entre sus maestros se cuentan Ricardo Mead, el célebre anatomista, y Newton, del que fue discípulo predilecto. Se graduó de médico cirujano y Tomás Falkner y el gliptodonte del Carcarañá Al P. Tomás Falkner se deben unas interesantes reflexiones y noticias respecto a descubrimientos de fósiles en el Carcarañá. He aquí la primera: En los bordes del río Carcarañá o Tercero, como a unas tres o cuatro leguas antes de su desagüe en el Paraná, se encuentra gran cantidad de huesos, de tamaño descomunal, y que a lo que parece son humanos: unos hay que son de mayores y otros de menores dimensiones, como si correspondiesen a individuos de diferentes edades. He visto fémures, costillas, esternones y fragmentos de cráneos, como también dientes, y en especial algunos molares, que alcanzaban a tres pulgadas de diámetro en la base. He oído decir que se hallan huesos como éstos en las orillas de los ríos Paraná y Paraguay, como lo mismo en el Perú. Yo en persona descubrí la coraza de un animal que constaba de unos huesecillos hexágonos, cada uno de ellos del diámetro de una pulgada cuando menos; y la concha entera tenía más de tres yardas de una punta a la otra. En todo sentido, no siendo por su tamaño, parecía como si fuese la parte superior de la armadura de un armadillo, que en la actualidad no mide mucho más que un jeme de largo” (Descripción de Falkner y el megaterio del Paraná La segunda observación de Falkner es la siguiente: Algunos de mis compañeros también hallaron en las inmediaciones del río Paraná el esqueleto entero de un yacaré monstruoso: algunas de las vértebras las alcancé a ver yo, y cada una de sus articulaciones era de casi cuatro pulgadas de grueso y como de seis de ancho. Al hacer el examen anatómico de los huesos me convencí, casi fuera de toda duda, que este incremento inusitado no procedía de la acreción de materias extrañas, porque encontré que las fibras óseas aumentaban en tamaño en la misma proporción que los huesos. Las bases de los dientes estaban enteras, aunque las raíces habían desaparecido y se parecían en un todo a las bases de la dentadura humana, y no de otro animal cualquiera que haya yo jamás visto. Estas cosas son bien sabidas por todos los que viven en estos países; de lo contrario, no me hubiera yo atrevido a mencionarlas”. (Descripción de lo Patagonia...) Refiriéndose a esta descripción del “yacaré” monstruoso, Alcides D'0rbigny escribió: “Se ve que el megaterio ha sido descripto hace mucho tiempo e ignorado de los zoólogos”. (G. Furlong, El trasplante cultural: Ciencia, pág. 36). El capitán Esteban Alvarez del Fierro y los fósiles del río Arrecifes (1766) El 25 de enero de 1766 se halló en un “sepulcro” de 103/4 varas de largo, 31/4 de ancho y 51/4 de profundidad en la estancia y arroyo de Luna, en el Arrecife, una osamenta, en parte petrificada. También apareció, en la estancia de Peñalva, otro “sepulcro” con huesos, de “configuración de racional”. El lugar del primer hallazgo, distante 40 leguas de Buenos Aires, y más de ochenta de las playas de la mar, y el segundo, a dos leguas y media del anterior, dentro del río mismo de Arrecifes. Los huesos fueron bien acondicionados en petacas retobadas con cueros y se despacharon al juzgado y de allí a la casa del capitán Daniel Estovan Alvarez del Fierro. Este capitán era el Maestre de la fragata “Nuestra Señora del Carmen”. El capitán dirigió un escrito al alcalde de primer voto don Juan de Lezica y Torrezuri “solicitando nombrase jueces especiales encargados de exhumar los tales gigantes del Arrecife”. Fueron nombrados en carácter de jueces un vecino de Buenos Aires, don José Larreondo, y uno del Arrecife, don Luis Vinales. En la estancia de Luna se inventariaron: 1 pedazo de muela; 1 hueso que parece ser del juego de una mano o pie; varios pedazos de costillas; un hueso redondo, que según parece es el que une el muslo con la cadera o cuadril; una canilla entera, que según su figura “descubrimos ser la que une el brazo con el hombro”; otra cabeza o extremo de canilla que parece ser de las piernas; y otros varios huesos “que no podemos conocer a qué parte correspondan”. Por su parte en la estancia de Peñalva se inventariaron: un pedazo de cráneo, de una vara de largo y ¾ de ancho; varios pedazos de costillas; un hueso que parece ser de la nuca; varios huesos “que no sabemos a qué parte del cuerpo correspondan”. Este “sepulcro” fue reconocido “por manifestarse un cráneo a su margen y habiendo hecho retirar con un atajo el agua del dicho, reconocimos una osamenta”. El capitán Alvarez del Fierro solicitó además un reconocimiento facultativo de los huesos. Se accedió nombrando tres “cirujanos anatómicos” para declarar ante escribano “si eran o no de persona humana, según su saber y entender”. El primer cirujano, ángel Castelli, declaró que “la muela, no obstante no estar entera, tenía figura racional, pero no se ratificaba en ello porque no podía decir lo mismo de las demás piezas”. El segundo, Matías Grimau, cirujano mayor de la gente de guardia del presidio, declaró que son restos de “hombres muy altos y corpulentos que han existido en lo antiguo, según la tradición que había llegado a su noticia, con motivo de las recientes exhumaciones de aquellas osamentas”. El tercero, Juan Paván, suplica se le excuse de aquella diligencia, pues aunque había examinado los huesos “no alcanzaban sus luces” a poder decir con certeza de verdad de qué cuerpo podrían ser. El expediente en el que figuran todos estos datos fue publicado en 1866 por Juan María Gutiérrez en ““ Todo hace creer que el capitán Alvarez del Fierro se esmeró para que los huesos, convenientemente acondicionados, llegaran a España, pero ninguna noticia concreta hay del ulterior destino de estos fósiles. Fray Manuel de Torres y el megaterio de Lujan (1787) Sobre este extraordinario hallazgo el P. Furlong ha realizado una exhaustiva evocación histórica de las circunstancias y vicisitudes que atravesó, publicando la correspondencia intercambiada entre los interesados. Es el caso que a primeros de abril de 1787 el alcalde de la villa de Lujan, Francisco Aparicio, encarga al R.P. Manuel de Torres tomar las diligencias del caso frente a un insólito hallazgo de huesos desmesurados. Ambos ponen en conocimiento del Virrey Francisco Cristóbal del Campo, Marqués de Loreto, y éste envía a un teniente F.J. Pizarro el cual tomó el asunto con poca seriedad, y quizá con malignidad, ofendiendo al P. Torres. Era éste un fraile de En marzo de 1788 fueron enviados los siete cajones a España y el Marqués dirigió un informe al ministro Antonio Porlier. Este contestó el 2 de septiembre anunciando que acababan de llegar los cajones a Madrid. En 1790 José Garriga publicó una “Descripción del esqueleto de un cuadrúpedo muy corpulento y raro que se conserva en el Real Gabinete de Historia Natural de Madrid”. Jorge Cuvier, el creador de la anatomía comparada y de la paleontología, estudió acuciosamente el reconstruido megaterio, y elogió a los españoles que habían demostrado tanto cuidado en extraerlo y conservarlo. De esta suerte, la fauna fósil del Virreinato del Río de Un poeta alemán, José Víctor Schaffel, componía un poema humorístico en honor del megaterio. El estilo humorístico, al que tan aficionados son los poetas de los países anglosajones, que celebran de este modo las novedades científicas, se hacía, pues, presente, inaugurando el estilo en que se inscriben poemas como el de Bert Leston Taylor en honor del dinosaurio o el de Bret Harte “Al cráneo plioceno”. El hallazgo en la isla Martín García (1797) El último hallazgo paleontológico del siglo XVIII es el efectuado, según lo explica el P. Furlong, en la isla Martín García. El cura del Partido de las Víboras hizo el descubrimiento de “un esqueleto de extraordinaria magnitud” en noviembre de 1797. El gobernador de Montevideo, Antonio Olaguer Feliú, que deseaba transportar los huesos a su ciudad, para de allí enviarlos a España “con destino al real gabinete”, solicitó a las autoridades de Buenos Aires que la lancha que hacía el transporte de piedra fuera utilizada para llevar “un esqueleto”. Se ignora el destino final de este hallazgo. De todos estos hallazgos, el que tuvo repercusión científica internacional fue el del megaterio de Lujan, por su envío e instalación en Madrid y por el hecho de que Jorge Leopoldo, barón de Cuvier, (1769-1832), viajó para estudiarlo (1806). Así produjo su trabajo “Investigaciones sobre los huesos fósiles” (1821-1824) que puede considerarse el acta de fundación de la paleontología. Los fósiles de los terrenos pampeanos argentinos fueron luego objeto de la consideración de Félix de Azara, Alcides D' Orbigny, y Francisco Javier Muñiz, descubridor del esmilodonte en las barrancas del Lujan en 1844. Posteriormente Richard Owen volvió a tratar “de la paleontología y del megaterio” en 1860, y luego Germán Burmeister, radicándose en Buenos Aires en 1861 y muy pronto Ameghino, con su continuada e ímproba labor, colocaron a la ciencia argentina en un pie de igualdad con la de los países más avanzados. |
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