Historia Constitucional Argentina
5. La guerra con Paraguay
 
 

Sumario: Causas de la guerra. La Triple Alianza.






Causas de la guerra


El estudio de la etiología de esa verdadera hecatombe que fue la guerra del Paraguay, presenta una bibliografía abundante, pero en los datos necesarios para la elaboración de una interpretación correcta, hay lagunas considerables. Por otra parte, los hechos muchas veces se distorsionan para llevar aguas hacia molinos políticos. Tal el caso apuntado por Miguel ángel Scenna sobre quienes afirman que la causa de la guerra del Paraguay fue el algodón de este país, que buscaban los británicos para sus hilanderías desprovistas del vital elemento, debido a que Estados Unidos no podía proveerlos dada su guerra de Secesión, y al negarse Solano López a asociarse al pool algodonero británico, había provocado la guerra, pues Inglaterra se valdría de los gobiernos títeres de Mitre y Brasil a tal efecto. Scenna demuestra que en vez de carencia, en el mercado inglés había superabundancia de algodón, y afirma con razón que la guerra del Paraguay comenzó cuando el Sur en Estados Unidos estaba vencido465. De fábulas como éstas se valen a menudo los marxistas autores de la interpretación materialista de la historia, que cuando no encuentran la motivación económica, la inventan.


Francisco Solano López compraba manufactura y buques de guerra ingleses. El ministro inglés en Montevideo, William Lettson miró con antipatía la política de Mitre en esta emergencia. López estaba rodeado de colaboradores ingleses466, el constructor de su palacio, el constructor del ferrocarril y de la fundición de Ibicuy, su médico, proveedores de armas, quienes comercializaban el tabaco paraguayo, el farmacéutico del ejército, etc. Y la propia amante del presidente paraguayo era inglesa, madame Linch. Dice Scenna: «¡Es curioso que un gobernante rodeado de consejeros, técnicos y asesores británicos, fuera puesto en la mira del Foreign Office para su destrucción!»467. El mismo autor cita a Oliver, quien señala que «Gran Bretaña siempre favoreció al Paraguay, y que durante la guerra, al igual que Francia y Estados Unidos, mostró simpatías por la causa guaraní, en contra de Argentina y Brasil»468.


Protagonistas principales de esta contienda fueron Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay. Aunque Argentina se presentaba con la variante Mitre-Urquiza. Brasil era la única potencia monárquica de Sud América, con una fachada liberal y constitucional que se contradecía con el mantenimiento de la esclavitud y el predominio de una oligarquía nativa que, aunque patriota, usufructuaba buena parte de la renta nacional. Ese Brasil era ejemplo de estabilidad constitucional y convivencia pacífica, circunstancias que había aprovechado para expandirse territorialmente hacia el norte, el oeste y el sur, por lo que, con el correr del tiempo más que triplicaría su extensión geográfica primitiva: la señalada por el Tratado de Tordesillas. Su Emperador, Pedro II, era todo un estadista, rodeado por una clase dirigente lúcida y prudente, autora no solamente de una gesta emancipadora sin violencia, sino de la expansión que señalamos, lograda en líneas generales, sin apelar a la fuerza, y como se ha visto en el capitulo anterior, de la victoria sobre su principal escollo, Juan Manuel de Rosas, obtenida merced a su excelente manejo del tablero diplomático. En Brasil había liberales y conservadores, y hasta socialistas, pero todos eran concientes que primero había que ser brasileño.


Ya se ha visto lo que era la Argentina al comenzar el gobierno de Mitre: el partido custodio de la dignidad y grandeza nacionales, fue sometido drásticamente después de Pavón por los personeros de la mediatización nacional, que durante largos años habían deambulado por el extranjero buscando combinaciones con él, ofreciendo y concretando alianzas que San Martín calificara de felonías. Estos personeros predicaron la destrucción de sus antípodas ideológicos, y sumergieron otra vez a la República en un mar de sangre. Sólo respetarían a Urquiza en Entre Ríos, al que temían, pero que supieron adular y luego enfrascar en negocios provechosos. Urquiza, también temía a los porteños liberales, presintiendo quizás «el Southampton o la horca» de la carta de Sarmiento a Mitre. Y ello explica algunas actitudes del entrerriano en los meses previos a la guerra del Paraguay.


Uruguay, fruto de las miras de la diplomacia británica, también soportaba una puja mortal entre blancos, el partido de Oribe, tradicionalmente simpatizante del federalismo de allende el Plata y pro-argentino, y los colorados liberales, vinculados al unitarismo argentino, pero pro-brasileños y europeístas. Después de Caseros, Brasil aprovecharía la secesión argentina para manejar la política uruguaya a través de su representante diplomático y de sus fuerzas militares, ejército y marina, atizando la guerra civil entre blancos y colorados, a fin de que Europa, en especial Inglaterra, comprendiera que Uruguay era una republiqueta ingobernable, cuyo mejor destino debía ser convertirse en Provincia Cisplatina del Imperio de Pedro II. En 1862 gobernaba a Uruguay Bernardo Prudencio Berro, un blanco moderado que buscaba la conciliación nacional. El jefe del partido colorado, Venancio Flores, prestaba servicios militares a Mitre, en la esperanza que éste le retribuyera, ayudándolo en su proyecto de retorno triunfante a su patria.


Paraguay, encerrado durante la larga dictadura de Gaspar Rodríguez de Francia, ni siquiera participó en las guerras de la independencia. Muerto en 1840 el dictador, lo sucedió Carlos Antonio López, más dúctil, pero no menos autoritario. Antiliberal, estaba más cerca del federalismo que del unitarismo y del propio Brasil. Sin embargo, ya hemos visto los problemas que con él tuvo Rosas, a punto que, de alguna manera, acompañó a Urquiza y al Imperio en las alternativas de Caseros. Lo cegó la independencia del Paraguay, sin comprender que el destino de éste debió haber sido una gran Argentina, como país mediterráneo que era, de cultura e intereses análogos a los nuestros. Claro que esto no lo comprendió Don Carlos, pero tampoco los mediocres políticos que tuvo Argentina después de Rosas.


Desde el punto de vista económico, en Paraguay, el Estado tenía el monopolio del comercio exterior de sus principales productos: yerba mate, maderas, tabaco. Las explotaciones agrarias se practicaban en las «estancias de la patria», de dominio estatal, aunque la propiedad privada estaba permitida. No había miseria, ni desocupados. Su instrucción primaria era eficiente, mejor que la argentina y la brasileña, pero no había nivel superior salvo la Escuela Normal y el Seminario. Existía un solo diario, y era oficial. La posibilidad de una guerra con sus vecinos, Argentina y Brasil, especialmente con éste, que quería avanzar sobre sus fronteras, llevó a López a construir la fortaleza de Humaitá para cerrar el paso por el río Paraguay y Asunción. Tenía astilleros, una fundición, telégrafo, ferrocarril, inaugurado en 1861, y arsenal. Los astilleros podían construir barcos mercantes hasta de mediano tonelaje, pero no alto, y tampoco buques acorazados de guerra como los que tenía Brasil. Mientras que la fundición de Ibicuy era eso, una modesta fundición de hierro, pero no una acería como las tenían por entonces Inglaterra, Francia, Alemania o Estados Unidos. En cuanto al ejército eran numerosos sus soldados, pero el armamento de que estaban dotados era antiguo y la oficialidad mediocre.


En 1862, al morir Carlos Antonio López, lo sucedió su hijo Francisco Solano López. Durante su gestión, don Carlos había mantenido neutral a su país cuando Pavón, y lo mismo había hecho Berro en Uruguay, por lo que Mitre bien podría haber agradecido a ambos personajes su actitud, pues ya se ha dicho que paraguayos y blancos orientales simpatizaban con nuestro federalismo, debiendo descontarse que en Pavón ambos mandatarios esperaban el triunfo de Urquiza y no de Mitre. El más preocupado de los dos era Berro, pues Venancio Flores, el mismo autor de la matanza de Cañada de Gómez, colaboraba con Mitre y esperaba, como hemos dicho, que se le retribuyera el gesto. Envalentonados por los éxitos de Pavón y el ulterior sometimiento a sangre y fuego del interior federal, hombres próximos a Mitre, incluso miembros claves del gabinete, como el ministro de Relaciones Exteriores, Rufino de Elizalde, y el ministro de guerra Juan Andrés Gelly y Obes, veían con suma ojeriza al gobierno blanco del Uruguay, como que se sentían hermanos de causa de los oficiales colorados orientales que cooperaban con Mitre, como Flores, Arredondo, Iseas, Sandes, Rivas, etc.


Lo cierto es que el 16 de abril de 1863, Mitre, el vicepresidente Marcos Paz, Elizalde y el ministro del interior Guillermo Rawson, se alejaron de Buenos Aires por distintos motivos. Hacia el mediodía, el ministro de Guerra, Gelly y Obes, despedía a Flores, quien en un buque de guerra argentino se trasladó a la costa uruguaya, y el 19 de abril iniciaba la invasión colorada a su país. Flores había sido calurosamente apoyado por la prensa liberal porteña, y había armado y reclutado gente en comités abiertos en Buenos Aires, a vista y paciencia del gobierno mitrista. Y aquí encontramos la primera inconsecuencia que llevó a la conflagración: el gobierno de Mitre, y especialmente el propio presidente Mitre, a pesar de que aparecieron como queriendo ser neutrales frente al conflicto uruguayo, permitieron y apoyaron la sedición de Flores, esto es, se entrometieron en la política interior del Estado Oriental468 bis. Y esto va contra las normas elementales del derecho internacional público, a pesar de que Scenna parece disculpar a Mitre quien habría hecho la vista gorda ante los preparativos de Flores, a fin de evitar la división de su partido469, en el que se enfrentaban halcones y palomas, es decir, enemigos de Berro que deseaban ayudar a Flores contra viento y marea, y amigos de la neutralidad y la moderación.


Al protestar el presidente uruguayo ante nuestro gobierno, se le contestó que Argentina había sido absolutamente neutral. No era la opinión de Lettson, representante inglés en Montevideo, quien escribía así a sus superiores en Londres: «No tengo duda que la conducta del gobierno de la Confederación Argentina, en todo lo que concierne a la invasión de este país por el general Flores, es desleal hasta el extremo». Opinión exactamente igual a la de Charles Washburn, ministro norteamericano en Asunción470. Y tan era verdad esto, que el gobierno uruguayo encontró en el buque mercante argentino «Salto», estacionado en el puerto uruguayo del mismo nombre, cajones ocultos conteniendo armas pertenecientes al gobierno argentino y a Melchor Beláustegui, primo hermano de nuestro ministro de Relaciones Exteriores Elizalde, que habían sido consignadas por la firma Daniel Silva y Bustamante, perteneciente a persona que había sido comisario de guerra de Venancio Flores470 bis. Como el buque «Salto» fue apresado por las autoridades uruguayas, se produjo un fuerte incidente con nuestra cancillería, superado a duras penas.


Pese a la ayuda argentina, y también brasileña, la gestión revolucionaría de Flores quedó varada, puesto que la colaboración del Imperio, en conflicto en ese momento con Inglaterra por el problema de comercio de esclavos, fue menguada. Berro envió una misión a Asunción para pedir el apoyo de López, en la que se mencionaba la segregación de Entre Ríos y Corrientes de Argentina. El presidente paraguayo se sintió tentado a jugar el papel de mediador, que ya había desempeñado cuando la firma del Pacto de San José de Flores con todo éxito. En la nota que envió a Mitre, se acusaba al gobierno argentino de haber intervenido en los asuntos internos uruguayos, cometiendo el error diplomático de dar a conocer la nota públicamente antes que la conociera el gobierno argentino. Además, revelaba detalles de la misión oriental, con lo que empeoró nuestras relaciones con Montevideo.


Mitre contestó negando las acusaciones del gobierno de Berro, y López, que veía burladas sus intenciones de jugar un destacado papel como hábil componedor, volvió a escribir a Mitre quejándose por haberse negado éste a darle las explicaciones que le había solicitado. Nuestro gobierno decidió no contestar a una requisitoria que exigía explicaciones sobre hechos que consideraba no le concernían al Paraguay. Enviado Andrés Lamas, por el gobierno oriental, a Buenos Aires, para hallar una solución al entredicho, firmó con Elizalde un inexplicable protocolo por el cual aceptaba que Argentina había sido neutral, y que en adelante las diferencias entre ambos Estados serian sometidas al arbitraje del Emperador de Brasil. Esto provocó la ira de López, pues mientras se le pedía apoyo contra Buenos Aires por un lado, por el otro se solucionaban los problemas con Mitre, reconociendo que el gobierno argentino había actuado correctamente. Realmente fue desastrosa la diplomacia oriental durante el conflicto. El Protocolo Lamas-Elizalde no arregló nada, los incidentes argentino-orientales continuaron, y López, despechado, presentó una tercera nota al gobierno argentino, contestada altivamente por éste.


El intercambio de notas continuó hasta fines de febrero de 1864, pero ellas no hicieron sino enfriar aun más las relaciones entre ambos países. En todos estos traspiés, incidía la falta de buen servicio diplomático por parte de Asunción, tanto en el propio Paraguay como en Buenos Aires, Montevideo y Río de Janeiro, capitales donde López no tenía acreditada misión alguna.


En tanto en Entre Ríos, Urquiza se preocupaba ante la posibilidad del triunfo de la revolución de Flores, que pondría en su flanco del este un factor no confiable, como ya lo tenía en el oeste. Se puso en contacto con López a través del consulado paraguayo en Paraná, y verbalmente le propuso una alianza de la que también participarían los blancos orientales, contra Mitre y Flores, por la que la Confederación, bajo su mando, se desligaría de Buenos Aires471. López desconfió, y pidió al caudillo entrerriano que primero se pronunciara públicamente, para luego conformar alianza.


El presidente paraguayo tenía sus planes, según parece, casarse con la hija menor de Pedro II y transformar al Paraguay en una monarquía, con rango de Imperio. Mientras habría alentado la esperanza de que se le concedería la mano de la princesa brasileña, su actitud con respecto a Río de Janeiro fue cortés.


Al comenzar 1864, Mitre tenía un panorama platense complicado: en tensión con Montevideo, enfriadas las relaciones con López, en guardia frente a Urquiza, y delante de la mirada expectante de Brasil que observaba con recelo nuestra intervención en la reyerta uruguaya. Entonces Mitre mandó a Río de Janeiro a José Mármol, para asegurar a ese gobierno su respeto por la soberanía uruguaya. En este país, terminado el período de Berro, asumió la presidencia el presidente del Senado Atanasio de la Cruz Aguirre, políticamente muy inferior a Berro. Como continuaban las incursiones de los fazendeiros riograndenses, que al par de ayudar a Flores las organizaban para llevar ganado más o menos ilícitamente al mercado brasileño, en connivencia con compatriotas residentes en Uruguay, el gobierno de Montevideo los escarmentó duramente. Entonces, los fazendeiros acudieron a su gobierno pidiendo una protección que en realidad no merecían. La misma cuestión que había llevado a la guerra con la Confederación de Rosas. Inexplicablemente, el gobierno brasileño acogió la denuncia de sus súbditos y decidió enviar un representante diplomático a Montevideo, José Antonio Saraiva, quien apoyado por una escuadra, habría de reclamar por los daños ocasionados a los intereses de sus connacionales cuatreros por las fuerzas de seguridad orientales, el castigo de los responsables que habían osado enfrentar los actos de bandidaje brasileño, y la promesa de que esas represalias cesarían472. Caso contrario se procedería manu militari a hacerse justicia contra el débil Uruguay. Esta fue la contribución de prepotencia con que Brasil colaboró para que la hoguera se encendiera.


Saraiva llegó con tales instrucciones a Montevideo en mayo de 1864. Por más que presentó los reclamos con prudencia, el ministro de Relaciones Exteriores de Aguirre, Juan José Herrera, los rechazó airado, denunciando a su vez los actos de atropello cometidos durante las «californias», así se llamaban las operaciones de cuatrerismo, por los brasileños. Además protestó por la ayuda que los riograndenses prestaban a Flores. Antes de emprenderla a los cañonazos, Saraiva, siempre cauto, por intermedio del ministro del Imperio en Buenos Aires, Pereira Leal, auscultó al gobierno argentino. Elizalde propuso mediar entre blancos y colorados, considerando que este conflicto era la madre de todos los demás, sugiriendo acompañase en la mediación el ministro inglés en Buenos Aires, Edward Thornton. Aguirre aceptó este temperamento: Thornton y Elizalde fueron a Montevideo, y en unión con Saraiva iniciaron la tarea de avenir a Aguirre y Flores. Fueron a buscar a éste a su cuartel general en Puntas del Rosario, y le propusieron las bases previamente aceptadas por Aguirre: amnistía general, reconocimiento de los grados militares que Flores discerniera a sus secuaces, desarme generalizado y aceptación de las deudas contraídas por los revolucionarios que pagaría el gobierno de Montevideo. Después de algunas incidencias. Flores asintió, y se firmó un Protocolo que parecía poner fin a la guerra civil oriental, y por reflejo, a los conflictos entre Montevideo, Río de Janeiro y Buenos Aires.


Ya en Montevideo, Saraiva y Aguirre, bajo la mediación de Elizalde, se pusieron de acuerdo en soslayar el diferendo uruguayo-brasileño, por lo que parecía quedar todo encaminado hacia el restablecimiento del clima de paz. Hubo algo más: de las reuniones entre Elizalde y Saraiva, salieron fortalecidas las relaciones entre la Argentina de Mitre y el Brasil, se aventaron suspicacias y de allí en más caminarían juntos para enfrentar los amagos de López, Urquiza y los propios blancos uruguayos. A punto tal que algunos historiadores entienden que la Triple Alianza se gestó ahora, en junio de 1864, en Puntas del Rosario, y no en mayo de 1865 473.


Cuando todo parecía arreglado, incluso las cuestiones entre Argentina y Uruguay, Saraiva y Elizalde474, pretendieron que Aguirre cambiara su gabinete integrado por blancos de extrema llamados «amapolas», por otros más moderados. He aquí otra actitud culpable del Imperio y Mitre. Después de algunas dudas, Aguirre rechazó la exigencia, y lo trabajosamente logrado se vino al suelo, preparando el ambiente para que soplaran nuevamente vientos de guerra.


Ya en Buenos Aires, si bien Saraiva no logró de Mitre una alianza para actuar contra el gobierno de Aguirre, al menos obtuvo promesa de neutralidad. El 4 de agosto de 1864, Saraiva llegó a Montevideo elevando a Aguirre un ultimátum: o se daban las satisfacciones exigidas por Río de Janeiro, en relación con el tratamiento dado por las fuerzas uruguayas a los fazendeiros cuatreros, o se procedía a tomar represalias violentas. Aguirre rechazó las exigencias brasileñas, y Saraiva, antes de dar órdenes de proceder militarmente, firmó con el gobierno argentino un Protocolo por el que, so pretexto de salvaguardia de la independencia oriental, se concertaban para auxiliarse mutuamente en las cuestiones que tenían pendientes con la Banda Oriental (22 de agosto). Con las espaldas guardadas por este Protocolo, Brasil comenzó las operaciones contra buques orientales.


En estas circunstancias llego a Asunción la noticia de que Pedro II había deferido la mano de sus dos hijas a personajes europeos, ninguno de los cuales era Francisco Solano López 475. Se sospecha que el radical cambio de actitud de éste frente a Brasil, se debió a tal hecho. Mediante un documento que se conoce como la «Protesta», López puso en conocimiento de Brasil que su gobierno consideraría «cualquier ocupación del territorio oriental por fuerzas imperiales... como atentatorio al equilibrio de los estados del Plata que interesa a la República del Paraguay como garantía de su seguridad, paz y prosperidad, y que protesta de la manera más solemne contra tal acto, descargándose desde luego de toda responsabilidad de las ulterioridades de la presente declaración».


Aquel documento fue el desencadenante del drama, pues Saraiva ordenó el cruce de fronteras con Uruguay por las tropas brasileñas al mando de Menna Barreto. Urquiza intentó mediar entre Flores y Aguirre, pero el nuevo ministro de Relaciones Exteriores de éste, Antonio de las Carreras, un blanco «amapola» de extrema, rechazó dicho intento y pidió la intervención de López. Con ello, Aguirre perdió el apoyo de Urquiza, que quedó despechado. Permaneciendo de las Carreras como ministro, todo arreglo con Flores, que estaba dispuesto a transar, se convirtió en imposible.


Antes de actuar, López se dirigió a Urquiza pidiéndole apoyo; éste lo prometió en caso de que Mitre ayudara a Brasil en su ataque a Uruguay, o en caso de que el gobierno argentino negara el paso por el territorio nacional a López, en guerra con Brasil. Asegurado así, aquél se decidió a cumplir con el reto de la «Protesta». Brasil había invadido suelo uruguayo, entonces decidió ir contra aquél. Capturó un buque brasileño en aguas del río Uruguay e invadió y anexó el Mato Grosso por el norte. Brasil comprendió que la suerte del conflicto estaba en buena medida en manos de Urquiza, y sus hombres decidieron neutralizarlo nuevamente. Como le conocían el lado flaco, enviaron al general Manuel Osorio a comprarle 30.000 caballos al excelente precio de 13 patacones cada uno. Urquiza embolsó los 390.000 patacones, cifra impresionante, y así su caballería quedó casi a pie, cumpliéndose los objetivos de Itamaratí 475 bis.


En diciembre de 1864 llegó la hora del heroísmo para Paysandú, puerto oriental sobre el río Uruguay. Sitiado por tierra por las fuerzas de Flores y Menna Barreto, y bloqueado por agua por la flota brasileña al mando de Tamandaré, el defensor de la plaza, Leandro Gómez, resistió cerca de un mes el asedio, que dio por resultado la destrucción casi completa de la edificación y la muerte de casi todos sus defensores. Río por medio, la indignada población de Entre Ríos, bramaba porque su gobernador se decidiera por la ayuda a los hermanos blancos uruguayos. Pero Urquiza no estaba para los trotes heroicos, y no se movió, como no se había inmutado cuando la patriada de Peñaloza, y como no lo haría en 1867, instado por Felipe Varela.


El 2 de enero cayó la crucificada Paysandú y Gómez fue pasado por las armas. La capitulación de Montevideo era cuestión de semanas, a pesar de la torpe actitud de Aguirre y de las Carreras, de resistir a todo trance, lo que hubiese convertido a la capital uruguaya en otro Paysandú. Los jefes militares uruguayos se opusieron, y sin derramamientos de sangre se le entregó el poder a Flores, el que concedió una amplia amnistía.


López permaneció inactivo desde principios de noviembre, dejando que los orientales capitularan ante Brasil y Flores, sin mover un solo soldado en favor de aquellos: la explicación la dan las varias trastadas diplomáticas que López hubo de sufrir de Aguirre y del ultra de las Carreras, que sería algo largo narrar. Pero perdió un tiempo precioso 476: recién en febrero de 1865, mes de la caída de Montevideo, y cuando por ende uno de sus aliados, el partido blanco oriental, estaba completamente vencido, solicitó a Mitre permiso para atravesar Corrientes a fin de atacar a Brasil, exponiendo como antecedente el de 1855, cuando tanto la Confederación como el Estado de Buenos Aires, habían consentido que la flota de guerra brasileña subiera por el Paraná para atacar al Paraguay.


Mitre contestó que la neutralidad estricta que se había propuesto, no le permitía acceder, alegando, un tanto aviesamente, que Paraguay tenía largas fronteras con Brasil para atacarlo, cuando bien sabía que ellas estaban ubicadas en medio de la selva, en terreno fragoso y sin medios de comunicación. También argüía, que si daba permiso a Paraguay, Brasil asimismo lo solicitaría477, con lo que el territorio argentino se convertiría en campo de guerra. La razón no queda muy en paz con los argumentos mitristas: invocar la neutralidad, cuando se lo había ayudado a Flores, causante de toda la situación conflictiva, parece no ser lógico. Estar dispuesto a permitir el paso de las flotas de guerra paraguaya y brasileña, como lo prometió Elizalde a López, sabiendo de la gran superioridad de la flota del Imperio sobre la guaraní, nos parece una actitud cercana a la hipocresía.


Al negarse el permiso, debía salir a la palestra Urquiza en defensa de Paraguay, como lo había prometido. Se limitó a pedirle a Mitre que concediera el permiso tanto a Paraguay como a Brasil sujeto a determinadas condiciones, lo que parecía muy sensato y nos hubiera evitado el comprometemos en esa guerra sin sentido, al menos para Argentina. Ante la negativa mitrista, Urquiza comunicó a López que no intervendría en el conflicto, asegurándole que Mitre permanecería neutral: una nueva defección de Urquiza en su larga carrera de defecciones.


El 18 de marzo de 1865 el Congreso paraguayo declaró la guerra a Argentina477 bis. Y el 13 de abril de ese año, naves paraguayas atacaron dos buques argentinos en el puerto de Corrientes, las tripulaciones fueron asesinadas y los buques llevados al Paraguay. El 14, fuerzas paraguayas desembarcaron en Corrientes y la ocuparon.


Entre los historiadores existe una discusión sobre si el gobierno argentino, al momento del ataque paraguayo a Corrientes, conocía o no la declaración de guerra de Asunción. Rosa afirma que el gobierno de Mitre ocultó el conocimiento de la declaración de guerra que poseía, para presentar el ataque a Corrientes como una agresión solapada y traidora, que provocara la indignación de la opinión pública argentina y creara un clima favorable a nuestra participación en el conflicto; no se olvide que el que se consideraba principal indeciso era Urquiza. Scenna, en el trabajo ya citado, entiende que nuestro gobierno no conocía la declaración de guerra del Congreso paraguayo, pues López había cerrado herméticamente toda comunicación con el exterior. Se basa asimismo en la correspondencia de Thornton con su gobierno en Londres, y en que Mitre no detuvo los cargamentos de armas destinados al Paraguay, cuando Rosa afirma que el presidente argentino debería haber sabido la declaración de guerra, aporta otros elementos que lo convencen de su aserción. Tjarks, opina distinto: sin la presunta maniobra de Mitre ocultando la declaración de guerra, aliándose Mitre a Brasil contra Paraguay, se hubiera producido en Argentina un enfrentamiento interno de gravísimos ribetes. Probablemente Urquiza se hubiera pronunciado por Paraguay arrastrando a todo el interior, y la República se hubiera desmembrado. En cambio, si se lograba convencer a la opinión pública argentina, que el ataque a Corrientes era producto de la perfidia guaraní, se produciría una reacción unánime en favor de la guerra y de la unidad nacional frente a la incalificable agresión. Tjarks piensa que los dos buques frente a Corrientes fueron colocados por Mitre para provocar el ataque de López y armar el tinglado favorable a la reacción emocional argentina 478.


Lo cierto es que caído Montevideo, nadie podía esperar que López cometiera la locura de provocar a Argentina declarándole la guerra. Ya se había echado sobre las espaldas un enemigo del calibre de Brasil y era imprevisible que lo hiciera con Argentina, lo que significaba darle al primero una base de operaciones contra Paraguay. De tal manera que, desde este punto de vista, bien puede pensarse que Mitre no llegó a prever que López iba a cometer la insensatez, como la califica el historiador mejicano Carlos Pereyra, de pretender ir contra Argentina también. De lo que se va coligiendo que los errores del líder paraguayo existieron, producto de su ensoberbecimiento. Como lo fueron de Brasil, por su actitud provocativa ante el gobierno blanco uruguayo y sus apetencias respecto de la libre navegación del río Paraguay, que le facilitara el acceso al Mato Grosso, y respecto de territorios en la frontera con Paraguay.


Las equivocaciones argentinas ya se han señalado: la ayuda a Flores, factor desencadenante de la tragedia, no tiene disculpas; la negación a López del paso por Corrientes, como le escribiera Urquiza a Mitre el 8 de febrero de 1865, era peligrosa, y el asunto debería haberse manejado de otra manera. Según Urquiza, hubiese convenido otorgarle el paso a ambos contendientes bajo determinadas condiciones, como se hacía con los ríos. Si el fuerte paraguayo estaba en el ejército, ¿porqué negarle el paso por tierra y dárselo por agua? ¿Esto no favorecía a Brasil, poseedor de una flota de guerra muy superior a la paraguaya? Sobre la conducta de nuestro gobierno frente a la declaración de guerra paraguaya: ¿se ocultó la misma? El asunto, no ha sido dilucidado definitivamente por la historiografía.


No hemos hablado de la responsabilidad uruguaya. El gobierno de Aguirre, con sus ministros de Relaciones Exteriores sucesivos, Herrera y de las Carreras, también tuvo su cuota de culpa. Sus conductas frente a Paraguay y Argentina, muchas veces fue dual, como por ejemplo, cuando aceptó la mediación de Elizalde, Saraiva y Thornton ante Flores, al mismo tiempo que el enviado Vázquez Sagastume le estaba ofreciendo a López, en nombre del gobierno de Montevideo, el carácter de mediador entre este gobierno y Río de Janeiro. Desautorizado Vázquez Sagastume ante el presunto éxito de las gestiones en Puntas del Rosario, como éstas fracasaron, Uruguay volvió a Asunción buscando apoyo. Esto explica que el desairado López, no se preocupara demasiado por la suerte de Paysandú y Montevideo.


El factor ideológico arrimó su porción de animosidad en el desencadenamiento del drama. En Puntas del Rosario, Elizalde y Saraiva descubrieron las mutuas simpatías liberales que existían entre sus dos gobiernos, frente a blancos, urquicistas y paraguayos. De allí en más, actuarían de consuno y con los colorados de Flores, por ello es que algunos autores consideran que la Triple Alianza se gestó en Puntas del Rosario479. Aunque esto no se acepte, puede afirmarse que a partir de este encuentro, pasando por el Protocolo Elizalde-Saraiva, del 22 de agosto de 1864, la Triple Alianza contra Paraguay, el gobierno blanco uruguayo y Urquiza, estaba destinada a mostrar una afinidad de intereses.



La Triple Alianza


Cuando se formalizó el Tratado de la Triple Alianza entre Argentina, Brasil y Uruguay, el 1º de mayo de 1865, en realidad los que trataban eran los liberalismos mitrista, imperial y colorado, frente a López, pues los otros dos términos de la coalición antiliberal, Urquiza y los blancos orientales, estaban convenientemente neutralizados.


El tratado especificaba en los aspectos trascendentes: 1) El acuerdo se formalizaba no para guerrear al Paraguay, sino a Francisco Solano López; 2) El mando de los ejércitos aliados lo desempeñaría Mitre, habida cuenta que las hostilidades se desarrollarían en territorio argentino, invadido por Paraguay. La jefatura de las fuerzas marineras la ejercería Tamandaré, comandante de la flota imperial; 3) Las partes contratantes no podrían firmar la paz con Paraguay separadamente; 4) La guerra continuaría hasta que López fuera derrocado. Como la contienda no era contra Paraguay, se admitiría la adhesión de una legión paraguaya que iría a combatir contra López; 5) Depuesto López, se convenía respetar la soberanía, independencia e integridad del Paraguay; 6) Desmintiendo claramente ese propósito, se convenía que se impondría al Paraguay vencido, la libre navegación de sus ríos y el pago de los gastos provocados por la guerra. Lo más grave era que Brasil se anexaría todos los territorios disputados con Asunción, hasta el río Apa por el norte y el río Igurey por el este. Argentina se quedaría con todo el Chaco, hasta Bahía Negra, es decir, todo lo que es hoy el Paraguay al oeste del río Paraguay. Debe decirse que Brasil ofreció a Argentina incorporarse todo el Paraguay, lo que para algunos fue una trampa preparada por el Imperio para granjeamos la odiosa animadversión paraguaya; 7) El Tratado permanecería secreto al menos hasta haberse obtenido los objetivos de la Triple Alianza.


Ese mismo día 1º de mayo, se firmó un Protocolo adicional por el cual se convino: 1) Que la fortaleza de Humaitá sería demolida, y que no le sería permitido a Paraguay levantar otras de similar naturaleza; 2) Los pertrechos de guerra que quedaran en Paraguay después de su eventual derrota, se repartirían por partes semejantes entre los integrantes de la Alianza. Lo mismo se haría respecto de los trofeos y botín de guerra. Después del conocimiento de estas cláusulas, puede exclamarse con los romanos: ¡vae victis!, ¡ay de los vencidos!


Escapa a este trabajo el relato de la guerra del Paraguay, verdadera catástrofe continental 480. Solamente consignaremos el alegre e irresponsable optimismo de Mitre al expresar: «En veinticuatro horas en los cuarteles, en quince días en campaña, en tres meses en Asunción»481. La guerra duró en verdad cinco años largos. Ella significó el exterminio de la población masculina paraguaya; Sarmiento diría en vísperas del término de la misma de los restos del ejército paraguayo: «...la mayor parte son niños de diez o doce años, armados de lanza a su talla»482. También escribió: «No creo que soy cruel. Es providencial que un tirano haya echo morir a todo ese pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra de toda esa excrecencia humana»483.


Para Argentina las consecuencias fueron funestas: muerte de 25.000 jóvenes en los campos de batalla; muerte de miles de habitantes en virtud del cólera y la fiebre amarilla que transportaron el Paraná y el Paraguay que bajaban desde el frente de guerra, donde los cadáveres insepultos eran arrojados a las aguas. Por fiebre amarilla en Buenos Aires, en 1871, perecieron 16.000 personas sobre un total de 200.000 almas que era la población total de nuestra capital. Quedamos además fuertemente endeudados a la banca brasileña y británica, de ésta obtuvimos un empréstito de 12.000.000 millones dilapidados en la contienda, que engrosó nuestra deuda con el exterior. Además, la guerra civil desatada en 1866, la revolución de los colorados ya expuesta, tuvo que ver con la resistencia del paisanaje del interior renuente a pelear contra los paraguayos. Es clásica al respecto la carta del lugarteniente de Urquiza, Ricardo López Jordán, a éste: «Usted nos llama a combatir al Paraguay. Nunca, general, ése pueblo es nuestro amigo. Llámenos para pelear contra porteños y brasileños. Estamos prontos. Esos son nuestros enemigos. Oímos todavía los cañones de Paysandú. Estoy seguro del verdadero sentimiento del pueblo entrerriano»484.


El comportamiento de Brasil, luego de finalizada la guerra, al llegar el momento de hacer la paz, fue desleal. Firmó la paz por separado con un gobierno paraguayo que intimidaba, asegurándose las ventajas territoriales (unos 63.325 km2)485, y la libre navegación de los ríos guaraníes a tenor del Tratado de la Triple Alianza. Y obstaculizó cuanto pudo a Argentina para lograse lo mismo486. Y no se anexó al Paraguay que quedaba, por la hábil y firme labor del ministro de Relaciones Exteriores de Avellaneda, Bernardo de Irigoyen 487.