Historia Constitucional Argentina
3. Agricultura y ganadería. La cuestión de la tierra
 
 

Sumario:Agricultura y ganadería. La cuestión de la tierra. La industria. Las economías regionales. Comercio, inversiones, finanzas y moneda a partir de 1894. Los ferrocarriles – Los puertos. La inmigración. El desarrollo urbano.




Entre los años 1852-1880 nada hacía presumir que Argentina produciría una revolución en la agricultura como la produjo a partir de ese último año. Desde Caseros al ‘80, continuó siendo la ganadería la fuente productora básica, a punto tal que en 1880 el 89,5% de nuestras exportaciones eran de origen ganadero, y solamente el 1,14% tenía procedencia agrícola.


Durante ese período 1852-1880 sí hubo novedades en el campo ganadero: el crecimiento notable del lanar en relación con el vacuno. Ya venía ocurriendo desde la época de Rosas: en 1850 se exportaron más de 7.000 toneladas de lana, que para 1875 ascendían a más de 90.000. Hacia 1852, las exportaciones de lanas representaban un valor equivalente a la cuarta parte de los valores que significaban las exportaciones vacunas, en 1862 se han equiparado, y en 1872 ya los valores de las exportaciones de lanas superan en un 50 al 60% los valores de las exportaciones vacunas 733. Continúa el alambrado de los campos, la mestización, aparecen las zonas de invernada, se desplaza el vacuno hacia el sur, dejando para el lanar y el cultivo de los cereales las zonas cercanas al puerto de Buenos Aires.


En agricultura, en 1874, Argentina importaba todavía trigo. Pero a partir de este año comienza a crecer la producción de ese cereal, y en 1880 las colonias agrícolas establecidas especialmente en Santa Fe y algo en Entre Ríos, abastecen plenamente el mercado local. En dicho lapso también se vio crecer la producción de maíz.


En el lapso 1880-1914 hubo cambios notables en la ganadería, pero la mutación radical se produjo en la agricultura. Antes de ver la evolución de estas fuentes de producción, daremos algunos datos relativos a la propiedad de la tierra, por su cuota de influencia sobre la producción agrícolo-ganadera.


La ley de colonización nº 816, dictada durante el año 1876, provoca estas consideraciones de Scobie: «Determinadas cláusulas permitían a las compañías colonizadoras privadas elegir, deslindar, subdividir y colonizar tierras por su propia cuenta. Pero los especuladores utilizaron estas cláusulas, en especial la última, para convertir la ley Avellaneda en una burla. Durante sus veinticinco años de existencia, sólo 14 de las 225 compañías colonizadoras que recibieron concesiones de tierras, cumplieron con las exigencias de colonización y subdivisión»734.


La necesidad de financiar la campaña al desierto, provocó la sanción de otra ley en 1878, que permitió el traspaso al dominio de particulares de inmensas soledades. Como no se puso coto a la posibilidad de adquisición por cabeza y los precios fueron irrisorios, hubo favorecidos con enorme cantidad de hectáreas. Una subasta pública de tierras ordenada en 1882, con un tope máximo de 40.000 Ha. por cada comprador, hábilmente eludido por los especuladores que apelaron a nombres o agentes ficticios, continuó con la tónica de fraudulenta liquidación de la tierra pública. Dice Cárcano que «con la mejor intención se iba a proteger el latifundio», y más adelante: «en verdad, lo que existía, fue una manifiesta incapacidad en el Poder Ejecutivo y hábiles maquinaciones de un grupo de especuladores influyentes que habían resultado concesionarios»735.


Esa tónica era confirmada por una nueva ley nacional, dictada en 1884, que estaba destinada a proteger los derechos de los ocupantes de extensiones anteriores al dictado de la ley de 1878, pero deficientemente reglamentada, permitió las maniobras de concesionarios que no tenían los medios suficientes para colonizar, y de audaces favorecidos por créditos bancarios liberales, que lograron acaparamientos considerables. A juicio de Cárcano: «Así pasaron al dominio privado cerca de 3.300.000 Ha. El Gobierno, con absoluto desconocimiento de la tierra pública que poseía, era el único y principal causante de estos abusos, desvirtuando en una práctica deplorable los buenos conceptos que encerraban sus leyes»736.


En 1885, premiando a los protagonistas de la conquista del desierto con inmensas extensiones, se dicta la ley nacional n° 1.628. Los herederos de Adolfo Alsina recibieron 15.000 Ha. y otros fueron favorecidos con 8.000 o 5.000 Ha. El insospechable Cárcano manifiesta: «Esta ley no ponía el suelo en manos del trabajador... Los derechos de los agraciados fueron cedidos invariablemente al especulador, que abusando del título negociable los acumulaba sin recelo... Llegaron a acumularse en una mano lotes hasta de 60.000 Ha737. El presidente de la República, general Roca, recibió como regalo de la provincia de Buenos Aires 20 leguas cuadradas 738. No todo terminó aquí; continúa Cárcano: «La sucesión de leyes agrarias dictadas desde 1876 parecía que no hubieran colmado la demanda de la tierra, ni los deseos del Poder Ejecutivo por distribuirla con mayor abundancia... El decreto del 21 de septiembre de 1889 y la ley del 15 de octubre, que lanzaron al mercado 24.000 leguas de tierra a dos pesos la hectárea, a realizarse en las principales ciudades de Europa, fue un exponente de este estado de cosas 739.


Con estos antecedentes, no es raro que en 1903, según Scobie, «toda la región de la pampa había pasado hacía ya tiempo a manos privadas, para ser retenida en ellas con vistas a la especulación, la inversión o el prestigio, pero no para convertirse en propiedad de quienes cultivaban la tierra», siendo imposible a los gobiernos nacionales o provinciales «formular una política de tierras adecuada a las necesidades del inmigrante o del pequeño agricultor. Los gobiernos ya no poseían tierras en las zonas agrícolas»740. Cárcano señala otro aspecto: «La gran afluencia de inmigración después de 1885, halló al gobierno sin suficiente tierra para ubicarla. En los territorios nacionales vírgenes de exploraciones y mensuras, vivía la especulación y se desarrollaba el latifundio al amparo de las grandes concesiones. No se admitía el pequeño propietario»; «...el derroche de la tierra pública... 30.000.000 de hectáreas de campo entregadas a los particulares y numerosos abusos que no pueden defenderse...»741.


Monopolizada la tierra pues, no es raro que en cada censo se note un aumento de arrendatarios y medieros en la explotación agrícola: en 1895 el 39,3% de las chacras son cultivadas por quienes no son propietarios; en 1914 la cifra alcanza al 49,5% 742. Se imponía así una de las peores formas de trabajo de la tierra. Fruto de una política desacertada.


No obstante esto, a partir del ‘80 se asiste a una eclosión de la agricultura. Muchos fueron los factores que se conjugaron para contrarrestar las magras condiciones de posesión de la tierra por parte de los agricultores: a) La pacificación de la pampa húmeda, aventado a partir de ese año el peligro del malón indio, b) La propia calidad de las tierras de esa inmensa planicie, con su preciosa capa de humus, con su clima templado y sus lluvias superiores a los 600 milímetros anuales: una de las manchas verdes más extensas y apropiadas para la agricultura, del planeta; c) La proliferación de la mano de obra agricultora, que viene en masa impresionante al país, precisamente a partir de 1880; d) Vuelco en el transporte con la aparición en la República de la tracción a vapor, por tierra con el ferrocarril, que hace posible el traslado de mercaderías en volumen apreciable, como requiere el cereal, desde lejanas zonas a los puertos de embarque; por agua, con el buque a vapor, que permite el traslado económico de abundantes masas de cereales a Europa, algo que no se habría podido efectuar con la navegación a vela; e) Perfeccionamiento de instrumentos para la explotación que nuestro país comienza a importar de Europa y Estados Unidos: maquinaria agrícola, galpones, molinos, tanques australianos, tractores, etc.; f) Avances en el cercado de los campos con alambrados que imposibilitaban que el ganado irrumpiera destructivamente en los sembrados.


Así, el número de hectáreas sembradas en 1875, que llega a 340.000, son en 1888 ya 2,5 millones; en 1895 son 5 millones; en 1905 pasan a 12 millones; y en 1914, alcanzan a 24 millones. Los principales rubros del agro explotados son el trigo y el maíz, cuyos precios, en general mejoran en el mercado internacional en esta etapa. A partir de 1900 se agregan la alfalfa, para alimento del ganado fino, y el lino. Las exportaciones de cereales, que en 1880 cubren el 1,4% del total, en 1890 hacen el 25,4%, y en 1900, el valor de las exportaciones de cereales, ya con en un 50,1%, es superior al de las exportaciones ganaderas. En 1912 se alcanza el 57,9 por ciento 743.


En el rubro ganadero, los cambios que se operan son considerables. Hasta 1895 en las exportaciones siguieron predominando las lanas, el tasajo y los cueros, con un bajo índice de mestización del vacuno, aunque no así del ovino. Pero a fines de la presidencia de Avellaneda aparece el proceso que permitirá el congelado primero, y luego el enfriado de las carnes. Esto vendría a revolucionar el panorama de nuestra ganadería.


Los primeros frigoríficos aparecen en 1883, sin embargo, desde 1890 a 1900, lo que creció fue nuestra exportación de animales en pie a Inglaterra, comercio en que Estados Unidos, por su proximidad con este país nos superaba, dado que el flete era más económico y los animales llegaban en mejores condiciones.


Recién a partir de 1900, comenzó a crecer nuestra exportación de carnes congeladas, primero de ovinos, y luego de bovinos. Ya hacia 1905 se insinúa que Argentina podría desalojar la preponderancia, en envío de carnes congeladas, a Estados Unidos, lo que se hace evidente en 1911. Para que tengamos una idea del aumento de la exportación de carne congelada, veamos que en 1899 salieron más de 2 millones de pesos oro de ovinos en esas condiciones, y en 1911 se alcanza el pico, con más de 10 millones de esa moneda. El bovino congelado, cuya exportación en 1899 no llegaba al 1/2 millón de pesos oro, en 1908 estaba superando los 17 millones de esa divisa, y en 1913 alcanzaba a 59 millones. Durante la guerra, en 1916, por ejemplo, se exportaron 94 millones de pesos oro.


A partir de 1908 se comienza a observar exportación de carne enfriada, «chilled beef», esto es, carne a 2 ó 3 grados bajo cero, mientras que la carne congelada que lo era a unos 20 grados bajo cero. Con el enfriado se logró conservar el sabor de la carne fresca hasta cuarenta días después de su preparación, lo que le permite llegar al mercado inglés. Poco a poco las cifras de la exportación del chilled aumentan notoriamente: llegan a 625.000 pesos oro en 1908, en 1914 a más de 8 millones, y con el tiempo, ya durante la presidencia de Alvear (1925-1929), superarán la exportación del congelado 744.


Las fuertes exportaciones de congelado y enfriado exigen una mayor mestización del ganado. En 1888, apenas el 20% de nuestros vacunos se ha cruzado, en 1895, la cruza es del 35% y sigue en aumento. Pululan los alfalfares y el cultivo de avena, con gran incremento de las hectáreas sembradas con esos alimentos para el ganado fino. Aparece el especialista en el engorde y mejoramiento del ganado vacuno, el invernador, poseedor de buenos campos alfalfados cercanos a los frigoríficos. éste compra ganado a los criadores, en general de menor capacidad financiera, engorda dichas reses, y luego las vende a las compañías frigoríficas. El negocio ganadero se hace más complejo con la aparición de este intermediario.


Así como la actividad exportadora de cereales cae en buena proporción en manos de pocas firmas –Bunge y Born, Dreyfus, Weil Brothers, Huni y Wormser– el comercio exportador de carnes es detentado casi exclusivamente por frigoríficos británicos y norteamericanos. Un poco, porque Estados Unidos fue perdiendo el mercado inglés en la exportación de animales en pie, otro poco, porque en ese país se había dictado una ley contra los trusts, y finalmente, porque la mano de obra argentina era más barata. Se nota a partir de 1907 que Swift y Armour compran frigoríficos en Argentina y les hacen la competencia a los británicos, lo que en una primera etapa benefició a los productores argentinos con mejores precios. Pero en 1912 primero, en 1913 después, y dentro de este período, finalmente, en 1915, ambos grupos de frigoríficos, norteamericanos e ingleses, se repartieron las cuotas de exportación, más o menos por mitades, con leve predominio de uno u otro de los grupos según el año.





La industria. Las economías regionales


Al aceptar la división internacional del trabajo, Argentina se condenó a tener un desarrollo industrial limitado.


Hacia 1892, en Capital Federal y provincia de Buenos Aires, se calcula que solamente un 9% de los ingresos totales provenían del sector manufacturero, cuyos establecimientos eran en buena parte meramente artesanales. El crecimiento de la población generó cierto desarrollo de cierta industria que producía lo que era imposible importar, como en el campo de la alimentación y el vestido, y de la que manufacturaba materia prima para la exportación, como los molinos harineros y los frigoríficos; también de la que generaba servicios que no podían ser sustituidos por la actividad extranjera, como ser la reparación de material ferroviario y maquinaria agrícola 745. Es decir, se desarrollaban industrias que producían bienes que Europa no podía enviarnos. A ese crecimiento se ve arrastrada Argentina espontáneamente, debido al avance agrícolo-ganadero, y como se ha apuntado, el aumento desmesurado de su población, ya que la clase dirigente política no tenía conciencia industrial, como no la tienen los empresarios, que salvo algunos sectores de la clase media, no encaran actividades de este tipo.


Sin embargo, en cuanto a las industrias que podían perdurar, se nota un buen crecimiento entre el censo de 1895 y el de 1914. El primero denota que hay 24.000 establecimientos industriales, con una potencia motriz de 60.000 HP, 174.000 personas empleadas y un capital invertido de 327 millones de pesos. El censo de 1914 nos muestra que esas cifras han aumentado a 48.000 establecimientos, 678.000 HP, 410.000 empleados y 1787 millones de pesos de capital invertido 746.


Los principales rubros industriales, entre 1900 y 1914, eran los alimentos y bebidas, tabacos, textiles, confecciones, de la madera, papel y cartón, imprenta y publicaciones, productos químicos, cueros, piedras, vidrios, cerámica, metales, reparación de ciertos vehículos y maquinarias 747. Los establecimientos industriales se van concentrando en Buenos Aires y el Litoral, casi excluyentemente.


En cuanto a promoción de la industria, la política oficial poco se hizo en esta etapa. La permanente inestabilidad de las leyes impositivas aduaneras, que se votaban anualmente, impidió que el proceso industrial tomara vuelo 748. Dorfman dice: «desde 1880 un clima de inestabilidad en materia de aforos y derechos perjudicaba enormemente a industriales y comerciantes... ésa era una de las razones que creaba el desconcierto y dificultaba la afluencia de capitales a empresas que resultaban aleatorias, por lo expuestas a cambios radicales e imprevistos»749.


En 1887 los industriales, a través de la Unión Industrial Argentina, se quejaban de que la hojalata, «el bronce, el cinc y el acero pagaban un 25%, en tanto algunos objetos fabricados con esos materiales, no abonaban derecho alguno y otros abonaban el mismo 25%. Las planchas, lingotes y barras de hierro estaban gravados con un 10%, mientras máquinas y motores y sus repuestos pagaban un 5%, o no pagaban nada, cuando ellos se destinaban a ferrocarriles, vapores y tranvías. El hilado de yute abonaba 8 centavos el kg.; la materia prima 5. Y así por el estilo 750.


Mientras en 1876 la importación por habitante ascendía a $14 oro, en el período 1889/90 llegó a $52 oro por habitante, y a $56 oro en 1913 751. El crecimiento desmesurado de las importaciones de productos manufacturados, exigía una drástica política proteccionista de la producción propia para acicatearla. El liberalismo rutinario, crónico, de los hombres del ‘80 no los ponía en condiciones de encarar tal medida. A diferencia, Estados Unidos, durante el período 1863-1913, mantuvo la importación per cápita en un nivel promedio de los $12 oro 752.


La tarifa de 1905, dice Dorfman: «que pudo haber sido adecuada para la época de su sanción, reveló al cabo de cierto tiempo múltiples inconvenientes y anacronismos»753. Y agrega: «...pueden rastrearse las insistentes gestiones de los industriales, a través de los años, en el sentido que la tarifa de avalúos en la Argentina carecía de una clara visión política de fomento industrial, y que esa situación debía corregirse sin tardanza; pese a ello, los gobiernos, aunque así lo reconocieran de vez en cuando, adoptan pocas medidas concretas para remediarla»754.


Entre 1907 y 1911 se intenta insistentemente formar una comisión o junta de aforos para racionalizar y actualizar la tarifa y leyes de aduana, pero no se llega a nada concreto 755. Para la industria que manufactura artículos de algodón, por ejemplo, los derechos de 1895, época en que tal actividad casi no existía, eran superiores a los de 1907, en que ella pretendía afirmarse 756. Las anilinas pagaban derechos que representaban entre el 50 y el 80% de su precio en Europa, 20% más que los hilados de algodón que se introducían teñidos con ellas 757.


La República tendría, a partir de la última etapa en este período, un gran defensor de su industria en el ingeniero Alejandro Bunge. Desde la cátedra, el libro y su «Revista de la Economía Argentina», luchó contra la prensa en general, los intereses foráneos, el Partido Socialista y su órgano de expresión, «La Vanguardia», todos enconadamente librecambistas. Como el correntino Pedro Ferre en 1830, como el ingeniero Carlos Enrique Pellegrini luego de Caseros, como Vicente Fidel López a partir de la década del setenta, Bunge, fue quien en esta época se impuso la defensa el desarrollo industrial del país. Suyas son estas palabras: «La mayor parte de las naciones bien organizadas practican una política económica racional, que oponen a los demás países. Nosotros practicamos la que nos imponen los demás países»758.


Las llamadas economías regionales fueron influidas de distinta manera por la política comercial de turno. La industria textil provinciana sufrió la falta de protección y la acción negativa del ferrocarril: los telares de tierra adentro pudieron competir, hasta que ese medio de locomoción inundó hasta los lugares más recónditos de la Nación con los géneros europeos. De esta manera, los 94.032 tejedores censados en 1869, se redujeron a 39.380 según el censo siguiente, de 1895 759.


A la inversa, los intereses lugareños se hicieron fuertes y lograron la protección tanto de la industria vitivinícola, como de la azucarera, ambas proveedoras del mercado interno. Las dos actividades eran de vieja data entre nosotros y pudieron sobrevivir a las distintas políticas librecambistas que se desarrollaron a todo lo largo de los siglos XIX y XX. En 1900 la producción de vinos cubría el 60% del consumo interno. Se localizaba en Mendoza un 75% del total, y un 20% en San Juan. Entre 1900 y 1914, las bodegas aumentaron en un 33%, y los 57 millones de litros que se producen en 1895, se multiplican, hasta los 500 millones de 1914.


De los 45 ingenios azucareros que el país tenía en 1914, 32 estaban en Tucumán y el resto, casi todo en Jujuy, ambas provincias producían el 96,5% del total. El 83% de los capitales de los ingenios eran nacionales. Las 1.400 toneladas de azúcar producidas en 1872, para 1895 ascenderían a 130.000 toneladas, y en 1914 eran ya 336.000 toneladas. Mientras en 1881, la producción de 9.000 toneladas no alcanzaba a cubrir el consumo interno, y debíamos importar 26.000, en 1914 prácticamente nos estábamos autoabasteciendo 760.


La industria yerbatera, localizada en el nordeste, a principios del siglo XX producía el 20% del consumo local, el resto era importado de Paraguay y Brasil. Cultivos industriales como el algodón, el tabaco, el maní, hacia 1914 ya comienzan a visualizarse como gérmenes de industrias regionales que, durante la etapa en que gobierna el radicalismo, alcanzarían buen significado. Completan el cuadro de las economías regionales la producción de madera y tanino en el norte de Santa Fe, Chaco y Formosa. El tanino era utilizado en el curtido de cueros. Sobresale «La Forestal», con planta en Villa Guillermina, que fundada en 1902, producía hacia 1906 unas 35.000 toneladas de ese producto. Ingresan banqueros en ese año, y para 1910 la producción se eleva a 200.000 toneladas, y exporta también 250.000 t. de rollizos. «La Forestal» llegó a controlar el 57% de la producción mundial de tanino. Las condiciones del trabajo en ella fueron deplorables.


Con las excepciones apuntadas, durante esta etapa, la localización de nuestra zona industrial se traslada del centro y noroeste del país, como lo fue mayoritariamente hasta 1850, a la zona del gran Buenos Aires y del Litoral. Aquella primera región, que tampoco tiene ganadería y agricultura intensivas, queda pauperizada.





Comercio, inversiones, finanzas y moneda a partir de 1894


Se ha dicho que la balanza comercial, hasta 1890, es deficitaria. Pero a partir del periodo 1890/1894, el crecimiento notable de las exportaciones hace que el balance se transforme en superavitario hasta el fin de este período. Las exportaciones, que en 1886 son de 83 millones de pesos oro, en 1905 alcanzan los 322 millones, y en 1913 los 500 millones. Hubo momentos de esta etapa, en que más del 50% de las exportaciones de América Latina hacia Europa, eran argentinas.


En cuanto a las importaciones, en el lapso que corre entre 1900 y1914, los bienes de consumo superan a los demás rubros, aunque se observa que descienden en preponderancia: del 43% sobre el total de importaciones, en 1900, bajan al 34% en 1914. Aumentan, en cambio, los combustibles del 3 al 6,5%, las maquinarias del 14 al 17% y los materiales de construcción del 6,5 al 12%, siempre dentro de esas fechas. Los bienes intermedios disminuyen del 31 al 23%. Todo esto indica una cierta mejoría en el panorama selectivo de las importaciones.


Las inversiones extranjeras, que en 1900 están en los 3.000 millones de dólares, trepan a 13.000 millones en 1913. En este año, representan cerca del 50% del capital fijo existente en el país 761. Teníamos pues, una economía fuertemente extranjerizada. De esas inversiones, el 36% estaba en ferrocarriles, el 31% en títulos públicos, el 8% en servicios públicos, el 20% en comercio y actividades financieras y el 5% en actividades agropecuarias 762.


En la mayoría de los años de este período, la remisión de utilidades e intereses del capital extranjero invertido en el país y las amortizaciones de la deuda, absorbían entre el 30 y el 50% de nuestras exportaciones 763. Y entre el 30 y el 40% de los ingresos del tesoro nacional y de los tesoros provinciales, se destinaban al pago de las amortizaciones e intereses de la deuda pública externa 764. Los pagos debían hacerse en oro, porque la deuda pública externa e inversiones extranjeras, se establecían en libras esterlinas y otras divisas, con una paridad fija en oro. Las garantías ferroviarias eran también causa de una fuerte salida de divisas.


Los ministros de hacienda del período, no tuvieron conciencia de que la manera de enfrentar nuestro endeudamiento externo, no debía ser contraer más deudas que resolvieran las coyunturas de aprieto. Una excepción fue Juan José Romero, durante la presidencia de Luis Sáenz Peña, a quien la República le debe haber terminado de superar la etapa de la crisis del ‘90. En 1893, con habilidad y firmeza, logró que la banca europea se aviniera a un «arreglo» para obtener el oxígeno suficiente que nos permitiera reconstituir nuestras finanzas: se suspendieron las amortizaciones hasta 1901; se convino repartir anualmente algo más de un millón y medio de libras entre los acreedores en concepto de pago total de intereses, que se rebajaron del 6, 7 y 8%, a menos del 4%, y medio millón más, entre las empresas ferroviarias por sus garantías, cuando ellas calculaban en un total de doce millones, las libras adeudadas 765.


El déficit presupuestario fue lo corriente, salvo en dos años: 1893 y 1908. Creció la burocracia, y con ella, el 30% de los presupuestos correspondían a sueldos. Hubo pocas inversiones. Otro rubro que insumió fuertes expensas, fue la compra de armas y buques de guerra por el problema con Chile 766. Los ingresos gravaron el consumo, pues los derechos de importación y los llamados impuestos internos, significaban entre el 80 y el 90% del total recaudado. Como los derechos de exportación y la contribución territorial fueron bajos, poco aportaron al tesoro.


Hasta 1894 el papel moneda se desvalorizó en relación con el oro. Superada la crisis, a partir de ese año comenzó a valorizarse. En 1899 su recuperación fue tal que se creó la segunda Caja de Conversión, estableciéndose la libre convertibilidad en la proporción de 1 peso oro por 2,2727 pesos papel, lo que mantuvo al oro sobrevaluado. Los exportadores se vieron favorecidos.


Buena parte del mercado bancario estuvo en manos extranjeras: Bancos de Londres, de Italia y Río de la Plata, Español, Francés e Italiano, Alemán Transatlántico, etc. El Banco Nacional, creado durante la presidencia de Sarmiento quebró en medio de la crisis del ‘90, y el de la Provincia de Buenos Aires se salvó a duras penas. Si se compara el capital del Banco de Londres, 4.250.000 pesos oro, con sus depósitos: 144.600.000 pesos papel y 2.580.000 pesos oro; o en el caso del Banco Alemán Transatlántico, 3.650.000 pesos oro de capital contra 38.800.000 de pesos papel y 1.200.000 pesos oro como depósitos; fenómeno que se repite en otros bancos extranjeros, se llega a la conclusión que dichos institutos trabajaban en buena medida con el capital argentino 767. ¿Puede seguirse arguyendo que en nuestro país no había capitales para cubrir las necesidades de las empresas?


El crédito iba al comercio y al agro, especialmente al comercio de exportación y al negocio de compra y venta de tierras, o a la financiación de las actividades de los inmigrantes. Nos faltó en esa época un banco de promoción industrial. En 1891, época de la presidencia de Pellegrini, se fundó el Banco de la Nación Argentina. Bien administrado, partiendo prácticamente de un capital cero, pronto se transformó en un coloso: en 1908 absorbía el 28% de los depósitos, y en 1914, el 50% 768. Como no practicaba el redescuento, no pudo manejar la política monetaria, como lo haría luego el Banco Central. Pero reguló las tasas de descuento e influyó en el valor del oro.





Los ferrocarriles - Los puertos


La construcción de ferrocarriles alcanza ribetes impresionantes. En 1881, las líneas férreas están extendidas a lo largo de 2.500 km., y en 1890 llegan a los 9.500 km. Pero aquí también han dejado sus huellas los principios del liberalismo.


Se calcula que en 1881 alrededor del 50% de las líneas pertenecen a capitales nacionales, y que en 1890 apenas lo son un 20% del total. Durante la gestión de Juárez Celman se venden el F.C. Oeste (1.057 km.), el Central Norte (1.100 km.) y el Andino (767 km.), además de otras dos líneas menores, el santafesino a Las Colonias y el Entrerriano. No caben aquí los manidos argumentos de que el Estado era mal administrador, porque esas líneas daban buenos dividendos 769. Las transferencias se hicieron a capitales ingleses. Ningún esfuerzo se hizo para que las ventas lo fueran a sociedades o intereses argentinos, y Scalabrini Ortiz denunció en su momento el carácter doloso que tuvieron algunas de esas operaciones, como la venta del F.C. Oeste.


Al término de la década, el aparato circulatorio de la República va a ser manejado, en sus líneas vertebrales, desde otros lares. En 1891, el diputado nacional Osvaldo Magnasco describía: «el ferrocarril inglés en la Argentina no era un negocio, una industria, sino una extralimitación insolente, un robo (palabra textual), que no pasaba día sin conflicto entre el Estado nacional y las empresas extranjeras, que éstas habían subvertido los fines progresistas y civilizadores de las concesiones recibidas, trabando el comercio y el desarrollo industrial de la nación, con tarifas mayores que el valor de los artículos transportados, vinos de Cuyo, azúcares de Tucumán, petróleo de Jujuy y Mendoza, tabacos de Salta, maderas del norte, ganados y cereales del litoral». Denunció que en 1888 un decreto del poder ejecutivo había eximido a las empresas de todo contralor, con lo que se facilitaron maniobras fraudulentas diversas: cobro de garantías que no correspondían para lo que abultaron sus gastos, estafas a los propios accionistas ingleses, sabotaje a la industria nacional usando como medio la tarifa, etc.770.


En 1884, Herbert Spencer ha publicado su libro «El hombre contra el Estado», donde defiende el principio de que los ferrocarriles deben estar en manos privadas 771. Esta obra pesa en el ánimo de los hombres del ‘80. Pero Spencer escribe para Inglaterra, y allí las empresas son manejadas por compañías inglesas con criterio nacional. Sus epígonos argentinos aplican en Argentina puntos de vista ingleses sobre la realidad inglesa. No parecían ser capaces de aplicar criterios argentinos teniendo en cuenta la circunstancia argentina. Había excepciones, como el ministro de Obras Públicas en la segunda presidencia de Roca, Emilio Civit, que en la memoria ministerial de 1901, señaló que la facultad que tenía el Estado de fijar las tarifas era «completamente ineficaz a los fines de moderar lucros excesivos, y de proteger la producción del país, desde que sin violencia ni dificultad alguna las empresas pueden, por su propio albedrío, y por medios conocidos, evitar que la renta exceda el límite fijado, resultando así completamente ilusoria la intervención morigeradora del Estado». Y agrega: «He sostenido que todas esas concesiones importan monopolios y privilegios que no deben mantenerse a perpetuidad, porque afectan el orden público»; manifiesta que había dos formas a estos fines: expropiar los ferrocarriles o arrendar las empresas privadas, o bien expandir los ferrocarriles del Estado. Si lo primero era imposible, pues el Estado no contaba con los recursos necesarios para ello, se entregó a la tarea de extender las vías ferroviarias estatales.


Ezequiel Ramos Mejía, sucesor de Civit, durante las presidencias de Figueroa Alcorta y Roque Sáenz Peña, lamentablemente, recayó en el «error imperdonable», según su antecesor, de seguir vendiendo ferrocarriles nacionales 772. Lo cual hubiera sido aceptable si las ventas se hubiesen hecho a compañías de capital nacional, y no a compañías extranjeras exportadoras de ganancias.


Por la ley nacional n° 5.315, del año 1907, que llevaría el nombre de su preconizador, Emilio Mitre, todas las concesiones ferroviarias se prorrogaron por 40 años. A cambio de la exención de toda carga impositiva, los ferrocarriles debían contribuir con un 3% del producto líquido que obtuvieran para formar un fondo con el que se construirían caminos. El ingeniero Ricardo M. Ortiz ha apuntado el resultado de aquella política: «...desde 1908 hasta 1930, los ferrocarriles han depositado para el fondo de caminos... unos 70 millones de pesos, o sea poco mas de 3 millones de pesos por año; pero en reciprocidad... los derechos aduaneros liberados alcanzan a 250 millones o sea algo más de 10 millones por año; y si a estos últimos se agregan las contribuciones territoriales, impuestos municipales, etc., no abonados por disposición de la misma ley, se llega a unos 15 millones por año. La ley de referencia no fue pues un acto agresivo... fue sencillamente una forma de protección del Estado hacia las empresas y contra los ataques extraños»773. Los caminos que se construyeron con el fondo fueron, prioritariamente, los que conducían a las estaciones ferroviarias 774.


En 1900, solamente el 12% de los ferrocarriles son estatales 775, y seguirá la desnacionalización de los mismos. Pero la extensión de las vías férreas crece de una manera pasmosa. En 1900 había 16.500 km. de rieles, en 1910 son 26.500 km. y en 1916 llegan a los 34.000 km. En longitud de vías marchamos terceros en América y décimos en el mundo. Los 3 millones de pasajeros trasladados en 1881, serán 82 millones en 1913, y las 956.000 toneladas de carga alcanzan a 42.916.000 t. en el mismo lapso.


El diagramado de las líneas continuó haciéndose en forma radial hacia los puertos, siendo el puerto más favorecido el de Buenos Aires, en detrimento del puerto de La Plata, de mejores condiciones, y que hasta 1890 cumplió un rol importante. Al puerto de Buenos Aires le siguió el de Rosario, que se transformó en un gran exportador, aunque no importador; lo mismo pasó con el de Bahía Blanca. El puerto importador por excelencia siguió siendo Buenos Aires, a pesar de la libre navegación de los ríos. En 1913, el 70% del volumen de las importaciones penetraban por esa boca. En materia de exportaciones, en 1913 el tonelaje exportado por Buenos Aires era del 29%, por Rosario del 19,5%, por Bahía Blanca del 11,5% y por La Plata del 8.8% 775 bis.








Inmigración. El desarrollo urbano


En el lapso 1880/1914, el aporte inmigratorio se constituyó en un fenómeno excepcional. Mientras en la década 1871-1880 el saldo neto de la inmigración –diferencia entre el número de las personas que entraron y el número de las que salieron– es de 275.906, en la siguiente, 1881-1890 asciende a 854.970, y en la posterior, 1891-1900, debido a la crisis desciende a 456.293, ya en el lustro 1901-1914, se incrementa a 1.571.012 776.


La proporción de inmigrantes sobre la población original fue la más alta del mundo: entre un 25 y un 30%. Comparativamente, en Estados Unidos nunca llegó al 15% 777.


La profesión predominante entre los inmigrantes es la de agricultor hasta 1895. A partir de este año serán principalmente jornaleros, los que arriben. La más alta tasa de ellos está en la edad activa, entre los 21 y los 30 años, y son mayoritariamente de sexo masculino. Esto, desde el punto de vista de su incorporación al mundo del trabajo, resultó conveniente para la República. Se fijaron especialmente en las zonas urbanas en relación con las rurales, y sobre todo en el Litoral y provincia de Córdoba. Las ciudades de Buenos Aires y Rosario recibieron el grueso de las oleadas. Esto incidió en que la población del interior alcanzara el 50% del total, en 1969, y del 30%, en 1914.


Los censos de 1895 y 1914 ponen de relieve estos fenómenos. En el censo de 1895 puede verse que el país ha duplicado su población en relación con el de 1869: ahora tiene cerca de 4 millones de habitantes, con una Capital Federal que absorbe 660.000 habitantes, el triple que en 1869. Rosario ya era la segunda ciudad de la República con


90.000 habitantes, cuando en 1869 apenas tenía 23.000. Los extranjeros sobrepasaban el millón, una tercera parte de la población de la República. De acuerdo al censo de 1869, el 35% era población urbana. En 1895 la población urbana ha crecido hasta el 43%. En la zona rural vive la mayoría, un 57%.


Hacia 1914 la población ha vuelto a duplicarse: ahora son cerca de 8 millones de almas, con la Capital Federal poblada por 1.580.000 habitantes y Rosario con 226.000. Puede verse el crecimiento de estos centros urbanos: ambos están cerca de haber triplicado su población. El fenómeno de la urbanización se ha acentuado: el 57% de la población total vive en las ciudades y el 43% en las zonas rurales. Ahora la población urbana sobrepasa a la rural.


La tercera parte de los habitantes de la República siguen siendo extranjeros, en 1914, en su mayoría, italianos y españoles. éstos últimos han igualado a los primeros, pues desde 1900 se nota el crecimiento de la inmigración española en relación con la italiana, habiendo sido hasta ese año al revés.


El lapso que va desde 1895 a 1914 es de una urbanización acelerada: los centros con una población superior a los 2.000 habitantes, crecen a un ritmo del 5,55% por año. Es característica de este proceso de urbanización en este período, que se da en poblaciones de pequeñas y medianas dimensiones. Luego de ese año 1914, se observará un gran crecimiento de las ciudades de mayor concentración humana. En 1910, mientras el 53% de la población vivía en ciudades, sólo un 24% lo hacía en ciudades de más de 100.000 habitantes.


El fenómeno del crecimiento urbano está relacionado con el crecimiento de los sectores terciarios, de servicios (empleados públicos y de comercio, profesionales, etc.), en detrimento de los sectores primarios, dedicados a las actividades agrícolo-ganaderas, y de los secundarios, entregados a las labores industriales. Veamos el siguiente cuadro:


Población económicamente activa (en porcentajes) 778































Año calendario



Primaria



Secundaria



Terciaria



1869



41



31



28



1895



39



25



36



1900 - 04



39



25



36




Cortes Conde atribuye la disminución de los sectores secundarios a la merma del artesanado del noroeste del país, y a que el fenómeno de la urbanización no es un producto de la industrialización del país. La masa de inmigrantes, que en un 90% se estableció en la zona pampeana, y de este porcentaje, probablemente una cuarta parte, en el campo 779, carente de medios, no pudo dedicarse a la industria, y con difícil acceso a la tierra, tampoco lo pudo hacer mayoritariamente a las actividades campesinas. Se incorporó, por tanto, al área de servicios: profesiones varias, pequeños comercios, vendedores ambulantes, empleados de casas de comercio, etc. Fue este uno de los grandes defectos de la fijación del precioso material humano que vino en esta época.


Además, la falta de ocupación específica, teniendo en cuenta que el 70% de los inmigrantes entrados eran italianos, en su mayoría agricultores, provocó el fenómeno inverso de la emigración, que entre 1881 y 1890 superó las 300.000 almas. Entre 1891 y 1900, la crisis, especialmente, hizo que se fueran del país 525.000 personas. Entre 1900 y 1913, la emigración fue de 240.000 extranjeros 780. Se perdió así un capital humano de invalorable significación.