Historia Constitucional Argentina
2. Los gobiernos radicales
 
 

Sumario:Primera presidencia de Yrigoyen (1916-1922). Política interior. Política exterior. En lo económico. En el campo social. En el ámbito educativo. Política interna. Elección de Alvear. La gestión de Marcelo T. de Alvear (1922-1928). Política interna. División del radicalismo. Política exterior. En el área económico-social. Segunda presidencia de Yrigoyen (1928-1930). Crisis de 1929.








Primera presidencia de Yrigoyen (1916-1922)


Política interior


El 12 de octubre de 1916 fue la fecha en que asumió la presidencia el primer jefe del poder ejecutivo nacional elegido por la libre voluntad de sus conciudadanos. La jornada fue memorable: prácticamente en brazos del pueblo entró Yrigoyen en la Casa Rosada, pues desenganchados los caballos de su carruaje, éste fue arrastrado a pulso por la multitud enfervorizada. Seis años después, otra muchedumbre impresionante lo acompañaría a su domicilio desde la sede del gobierno que abandonaba, al cumplir el período señalado por la Constitución Nacional. Pareciera que estos hechos aportaran su cuota testimonial, en el juicio que puede merecer la labor de un primer mandatario democrático.


Formó su ministerio con figuras que, salvo alguna excepción, no brillaban ni por su apellido ni por su posición social.


La labor política de Yrigoyen tuvo sus dificultades. No contó con mayoría propia en el Senado a lo largo de todo el período, en la Cámara de Diputados la logró recién en 1918. El sistema constitucional de renovaciones de la mitad de los diputados cada dos años y de la tercera parte de los senadores cada tres años, aunque el término de sus mandatos respectivos fuera de cuatro y nueve años, conspiró impidiendo que Yrigoyen contara con el apoyo del parlamento a lo largo de los seis años de su gestión.


El presidente tuvo que manejarse con decretos: no prosperaron iniciativas importantes del poder ejecutivo, tales como el código del trabajo, la creación de la marina mercante nacional, la oposición a nuevas concesiones ferroviarias, la reglamentación del trabajo en obrajes y yerbatales, la legislación sobre cooperativas agrícolas, la provincialización de La Pampa, Misiones y Chaco, la creación del Banco Agrícola, la fundación de la gendarmería nacional, la construcción de astilleros navales, el abaratamiento de la vivienda, el salario mínimo, la ley orgánica del petróleo, entre otros numerosos proyectos 839.


En su propósito de sanear las situaciones provinciales, gobernadas por regímenes espúreos, para facilitar la elección de gobernadores y legislaturas por la libre decisión de la ciudadanía, Yrigoyen ya había sugerido al entonces presidente Figueroa Alcorta la intervención de los catorce estados federales, donde radicaba el pivote del fraude, practicado en forma sistemática desde la creación de la Liga de Gobernadores, de la que fue alma Juárez Celman, y posteriormente, Roca 840. Ese proyecto lo llevaría a cabo en su presidencia, pero con dificultades, pues el Congreso, adverso, se resistió a efectuar el operativo de higiene cívica.


Las intervenciones federales, que se llamarían «reparadoras», tendientes «a poner las provincias en condiciones electorales», se concretaron despaciosamente por decretos del poder ejecutivo en momentos en que estaba en receso el Congreso. Salvo las provincias gobernadas por radicales, que habían obtenido el poder por la vía legítima, las demás fueron intervenidas: los interventores enviados sólo tenían por misión llamar a elecciones cabales, y fuera cual fuera el ganador, la provincia debía ser entregada al legítimo triunfador. Muchos distritos provinciales fueron conquistados por el radicalismo, pero otros, como Corrientes y San Luis, donde los conservadores se impusieron, la libre decisión popular fue respetada. Por ese medio, el mapa político argentino se encontraba depurado al término de la gestión yrigoyenista.


El clima de libertad que se vivió en esta época fue altamente elogiable. La primera guerra mundial y los problemas que nos suscitara, los reclamos sindicales, las luchas políticas internas, el debate de las ideas en todos los planos, transforman a la República en escenario de pugnas intensas a través del ejercicio de las libertades de prensa, de reunión, de petición a las autoridades, de asociación con fines legítimos. Las garantías individuales rigen plenamente, el estado de sitio fue archivado como posibilidad.


En el plano espiritual, las relaciones entre el poder temporal, representado por Yrigoyen, y la Iglesia Católica, fueron buenas y cordiales. El presidente se opone a la reforma de la constitución de la provincia de Santa Fe porque iba a establecer la separación de la Iglesia y el Estado, y porque hace profesión de ateísmo al negarse siquiera a nombrar a Dios 841.


También se encarga de malograr un proyecto de ley que establecía el divorcio vincular, con el envío de un mensaje al Congreso donde se leen conceptos como estos: «La organización de la familia, base fundamental de la constitución de las sociedades, será puesta en debate... una iniciativa que amenaza conmover los cimientos de la familia argentina en su faz más augusta... nuestros hogares, desde los más encumbrados hasta los más modestos, viven felices bajo los auspicios de sus leyes tutelares... el tipo ético de familia que nos viene de nuestros mayores, ha sido la piedra angular en que se ha fundado la grandeza del país, por eso el matrimonio tal como está preceptuado conserva en nuestra sociedad el sólido prestigio de las normas morales y jurídicas en que reposa. Toda innovación en ese sentido puede determinar tan hondas transiciones que sean la negación de lo que constituyen sus más caros atributos... El poder ejecutivo deja así expresado su pensamiento inspirado en la defensa de la estabilidad y armonía del hogar, fuente sagrada y fecunda de la patria. Dios guarde a vuestra honorabilidad»842.


El ejercicio de la oposición al gobierno tuvo como epicentros a casi toda la prensa comercial, el Congreso, buena parte de los medios universitarios, los partidos políticos adversos, incluso el influyente sector «azul» dentro del radicalismo, los círculos económicos encumbrados. La crítica apeló incluso al infundio y el insulto. Yrigoyen soportó con su proverbial estoicismo y dominio de sí mismo las andanadas de sus adversarios. En general contestó con el silencio a las expresiones de los juicios despiadados y hasta aleves, no permitiendo tampoco que sus allegados contestaran la calumnia y el insulto. Caballero cristiano fue el ex-comisario de Balvanera y nieto de mazorquero 843.



Política exterior


En el ámbito internacional, las dificultades fueron graves, en general derivadas de la situación conflictiva generada por la primera guerra mundial. Al estallar ésta durante la precedente presidencia, de Victorino de la Plaza, se declaró la neutralidad argentina, que era lo que correspondía, en cuanto no solamente no se justificaba ni ética ni jurídicamente otra actitud, sino además por ser la posición que convenía a los intereses comerciales argentinos. Como la situación no varió durante la presidencia de Yrigoyen, por su alto sentido moral no admitió ningún cambio en la materia, a pesar de las vicisitudes graves que respecto de la guerra debió afrontar. Es que su cultura vernácula le había enseñado a Yrigoyen que sólo está permitido guerrear cuando hay una causa justa 844.


Las que sí cambiaron fueron las presiones interesadas. Por empezar, la de Estados Unidos al entrar en la guerra en 1917, a que luego se sumarían la de los círculos internos de alguna manera vinculados a la causa de los aliados: Estados Unidos, de Inglaterra, de Francia. La propia colonia de extranjeros italianos, partidos políticos, prensa, universidad, altos núcleos económicos, buena parte de la propia dirigencia radical, y embajadas extranjeras, coaccionaron fuertemente al presidente para que rompiera relaciones con Alemania y Austria-Hungría.


Yrigoyen permaneció impertérrito aun frente a situaciones muy difíciles, como cuando submarinos alemanes, en abril y en junio de 1917, hundieron dos buques mercantes de bandera argentina. En ambos casos Yrigoyen exigió al gobierno alemán explicaciones, desagravio al pabellón nacional ofendido e indemnización, y como ese Estado accedió a lo solicitado, incluso, en el segundo caso, asegurando «respetar en lo sucesivo a los barcos argentinos en su libre navegación de los mares», a pesar de la medida de bloqueo submarino a Inglaterra, Yrigoyen se dio por satisfecho y no hubo ruptura porque la motivación había desaparecido.


En septiembre, la causa fue más grave: el servicio de informaciones británico detectó tres cables del ministro alemán en Buenos Aires conde Carlos von Luxburg, en el que este llamaba a nuestro ministro de Relaciones Exteriores, Honorio Pueyrredón, como «notorio asno anglófilo», e incitaba a hundir los buques de bandera argentina que transportaban alimentos y otras mercaderías a Inglaterra «sin dejar rastros», es decir, sin salvar a la tripulación como había ocurrido en los dos casos anteriores. Como el gobierno alemán reaccionó prestamente manifestando que dichos cables expresaban conceptos no aceptados por la cancillería germánica, nuestro gobierno declaró a von Luxburg «persona no grata» y le quitó los privilegios diplomáticos. Yrigoyen se dio por satisfecho en cuanto a Alemania, y a pesar de que el Congreso votó la ruptura de relaciones con ese país, el presidente se mantuvo firme en la neutralidad. El primer mandatario manifestó su enojo al ministro británico en nuestro país porque Inglaterra había publicado los cables antes de informar al gobierno de Buenos Aires.


El líder radical intentó arrastrar a Latinoamérica en su política de evitar romper relaciones con determinados países, sin causa suficiente. Con tal motivo convocó una conferencia de naciones del área para que se pronunciaran por la neutralidad. La interferencia norteamericana y el hecho de que países como Brasil tenían rotas las relaciones con Berlín, más la actitud dubitativa de otros, hizo fracasar el proyecto. Sólo Méjico y Colombia aceptaron decididos el llamado de Yrigoyen.


El hispanoamericanismo práctico del presidente tuvo ocasión de manifestarse cuando presentó un proyecto de ley que ordenaba la condonación de la deuda de Paraguay respecto de Argentina, que databa de la época de la guerra con ese país del siglo pasado. También cuando, tomado el puerto de Santo Domingo por Estados Unidos, el comandante de un buque de guerra argentino consultó a nuestra cancillería si debía saludar al pabellón norteamericano que ondeaba en dicho puerto, Yrigoyen hizo contestar que debía saludarse la bandera dominicana. Decidió honrar a la Madre Patria, España, declarando feriado el día 12 de octubre, fundando el decreto respectivo en estos considerandos: «1°) Que el descubrimiento de América es el acontecimiento de más trascendencia que haya realizado la humanidad a través de los tiempos...; 2°) Que se debió al genio hispano... efemérides tan portentosa cuya obra no quedó circunscripta al prodigio del descubrimiento, sino que la consolidó con la conquista, empresa ésta tan ardua y ciclópea que no tiene términos posibles de comparación en los anales de todos los pueblos; 3°) Que la España descubridora y conquistadora volcó sobre el continente enigmático y magnífico el valor de sus guerreros, el denuedo de sus exploradoras, la fe de sus sacerdotes, el precepticismo de sus sabios, las labores de sus menestrales; y con la aleación de todos estos factores, obró el milagro de conquistar para la civilización la inmensa heredad en que hoy florecen las naciones a las cuales ha dado, con la levadura de su sangre y con la armonía de su lengua, una herencia inmortal que debemos de afirmar y de mantener con jubiloso reconocimiento».


Ante los grandes del mundo, la actitud de Yrigoyen volvió a ser la digna de la etapa heroica de nuestra historia.


Señalamos dos hechos donde marcó la impronta. Cuando el ministro inglés en Buenos Aires, Reginald Tower, declaró en el diario «La Nación» que Gran Bretaña daría preferencias en el comercio a países rupturistas como Brasil y Uruguay, en obvia referencia a la firme actitud yrigoyeniana de mantener neutral a Argentina, el presidente lo hizo comparecer a su despacho para que diera explicaciones de sus dichos, bajo amenaza de hacerlo salir de la República. Tower hubo de rectificarse. Y cuando en 1919 se formó la Sociedad de las Naciones, Yrigoyen exigió que en su seno todos los países, vencidos, vencedores y neutrales durante la guerra, fueran tratados en forma absolutamente igualitaria, a pesar de la oposición de nuestros representantes en la Liga, Marcelo T. de Alvear y Fernando Pérez. Como la propuesta del gobierno argentino no fue acogida por la asamblea internacional, Yrigoyen ordenó el retiro de la delegación argentina. En realidad, la señera actitud de Yrigoyen resultó profética, pues el encono con que fue tratada Alemania por los vencedores, hizo germinar en esta nación factores de resentimiento que facilitaron el camino del totalitarismo nazi hacia el poder, y el nacimiento del ansia de desquite, elementos que tanto tuvieron que ver con la causalidad de la segunda conflagración mundial.





En lo económico


La guerra trajo sus inconvenientes a nuestra economía, pero también, desde cierto ángulo, fue beneficiosa. Cesó la venida de capitales externos y con ello disminuyeron las inversiones. Creció el volumen de nuestras exportaciones de productos primarios, especialmente de carnes congeladas, alimento de soldados en guerra, hasta triplicarse entre 1914 y 1920, aunque las exportaciones de carnes enfriadas y cereales disminuyeron, las primeras por el aflojamiento del mercado inglés en guerra y los segundos por falta de bodegas debido al mismo evento. Las importaciones decrecieron por la conversión de las industrias de Europa y Estados Unidos en industrias productoras de armamentos, el mercado interno consumidor exigió entonces que se produjera en Argentina lo que se importaba de esos países, y algunas industrias mejoraron a pesar de la restricción en la importación de maquinarias y algunas materias primas vinculadas a la construcción.


Yrigoyen no inauguró una política proteccionista, aunque mantuvo la situación de las industrias que ya venían protegidas desde las administraciones anteriores, como la del vino, azúcar y harina. En virtud de las restricciones a las importaciones apuntadas, creció algo la industria textil, algunas metalíferas, tabacalera, vitivinícola, la aceitera, la del tanino, lechera, combustibles como carbón y alquitrán, ácido tartárico, sulfato de aluminio, ácido acético, papelera, cervecera, fundiciones de plomo, explotación del manganeso y del azufre, amianto, talco, mica, sal, cemento.


Dificultó el desarrollo industrial la falta de mano de obra especializada, de crédito, de conciencia industrial, de protección, como apuntamos. Lamentablemente, el atisbo de crecimiento industrial durante la guerra no se cuidó en el período de postguerra: una vez que los países contendientes rehicieron su industria, volvieron a abastecernos con sus manufacturas sin que las administraciones radicales intentaran revertir el proceso 845. En 1920 ya estábamos en el nivel de producción agrícolo-ganadera de 1914, volveríamos a ser el granero del mundo, por lo que salvo algún visionario como Alejandro Bunge, nadie pensaba en que Argentina debía diversificar su producción industrializándose, ni siquiera los socialistas, pues eran partidarios del librecambio como factor que aparentemente abarataba la canasta familiar de los obreros.


Entre los años 1914 y 1921 creció nuestro comercio con Estados Unidos, puesto que Inglaterra y otros países europeos, que eran teatro de la guerra, no nos pudieron seguir surtiendo, como se ha puntualizado. Después de 1918 ellos debieron rehacer sus economías y por algún tiempo tuvieron poco que ofrecernos. Argentina, pues, que tenía superávit con Inglaterra y en general con Europa, pues éstas le compraban alimentos en grandes cantidades y le vendían moderadamente, mantenía déficit con Estados Unidos, que nos vendía mucha manufactura, pero nos compraba poco, al contar con una producción agrícolo-ganadera similar a la nuestra. Se generó así un esquema comercial triangular, que nos permitía saldar nuestro déficit con Estados Unidos con el superávit con Europa. Aquél empieza a invertir entre nosotros en frigoríficos, desde antes de la guerra, y luego, especialmente durante la gestión de Alvear, en la radicación de diversas industrias alimenticias, electrónica, química, armado de automóviles, neumáticos, etc., y comienza, además, a convertirse en nuestro prestamista 846.


A partir de 1920 se produce una crisis ganadera de la que hablaremos al referirnos a la administración de Alvear.


Yrigoyen participa de las ideas de que Argentina debe manejar su moneda, su crédito, la comercialización de su producción, la explotación de las fuentes de energía, los transportes. Al respecto proyecta un Banco Central estatal, nacionalizar nuestro comercio exterior desalojando al «pool» exportador de cereales que dominaba este ámbito, la creación de una marina mercante de bandera argentina, la producción petrolífera por medio de Yacimientos Petrolíferos Fiscales, como veremos.


En el área ferroviaria se controlaron celosamente las concesiones efectuadas a compañías extranjeras, en materia tarifaria y de fijación de la cuenta capital; se impulsó la obra de Ferrocarriles del Estado, y se buscó la salida al Pacífico con este medio de transporte, por Huaytiquina al norte y por Zapala al sur, ensayando romper la estructura de abanico de nuestros ferrocarriles que facilitara a las producciones del noroeste y centro-sur-oeste, las zonas pobres de Argentina, su comercialización con los países del área pacífica: Perú, Chile, Bolivia.


Salvo lo que pudo hacerse en ferrocarriles y comenzar a realizarse en materia petrolífera, los demás proyectos se vieron obstaculizados por el Congreso, en especial el Senado, y por los intereses creados 847.


En materia de población, durante la guerra, como es obvio, decrece la inmigración, pero terminada aquélla, la llegada de nuevas oleadas de inmigrantes vuelve a hacerse común 848. Sigue aumentando la población urbana en relación con la rural, y la del Litoral, en especial la de Buenos Aires, en relación con la del resto del país.



En el campo social


En el campo social, durante la gestión yrigoyenista, el salario real bajó, especialmente hasta 1918. Esto y el clima de libertad imperante hace crecer el número de huelgas de 80 en 1916, a 367 en 1919, y 206 en 1920; el número de huelguistas que es de 24.000 en 1916, sube a 308.000 en 1919 y a 134.000 en 1920 849.


Con Yrigoyen, el Estado cambia de actitud frente a los conflictos entre el capital y el trabajo, el presidente no admite el concepto marxista de la lucha de clases como positivo, sino que participa de las convicciones de nuestra cultura tradicional, en el sentido de que los distintos estamentos sociales no existen para agredirse, sino para colaborar confraternizando en la construcción de una Nación donde impere el bien común y el progreso 850.


En 1916, apenas llegado el caudillo radical a la presidencia, durante una huelga de estibadores, la policía agredió a una manifestación de ellos. Yrigoyen hizo detener a quien había comandado la represión, ordenando a las fuerzas de seguridad que cesasen estos procedimientos cargados de parcialidad. Ante la huelga de ferroviarios de 1917, las fuerzas patronales aconsejaron a Yrigoyen se reemplazaran los empleados parados por maquinistas y fogoneros de la marina, recibiendo esta contestación del presidente: «Entiendan, señores, que los privilegios han concluido en el país y que de hoy en más las fuerzas armadas de la Nación no se moverán sino en defensa del honor o de su integridad. No irá el gobierno a destruir por la fuerza esta huelga, que significa la reclamación de dolores inescuchados. Cuando ustedes me hablaban de que enflaquecían los toros en la exposición rural, yo pensaba en la vida de los señaleros, obligados a permanecer veinticuatro y treinta y seis horas manejando los semáforos...». En 1919, en nota a la Asociación del Trabajo, refiriéndose a las fuerzas del capital y del trabajo, expresó: «En la armonización necesaria e indispensable de esos dos grandes factores, es donde ha de hallarse la tranquilidad general y el bienestar común»851.


Así fue logrando que algunas expresiones del movimiento obrero, en especial las corrientes sindicalistas de la FORA del Noveno Congreso, fueran abandonando actitudes radicalizadas y violentas, sustituyendo los símbolos rojos por los azul-celestes y blancos y el canto de la «Internacional» por el Himno Nacional.


La vigencia de las garantías para asociarse gremialmente con libertad hizo subir el número de sindicatos de 70 en 1916, a 750 en 1920, y los afiliados de 40.000 en 1916, a 700.000 en 1920. Desde 1915 dos grandes centrales dominan las organizaciones obreras argentinas: la FORA del Noveno Congreso, con mayoría sindicalista y otros sectores menores socialistas, comunistas e independientes; y la FORA del Quinto Congreso, de tendencia anarquista. La primera es la más numerosa, con más cotizantes 852.


Uno de los hechos más controvertidos de esta época en materia social es el vinculado con la llamada «semana trágica». Los obreros de los talleres metalúrgicos Vasena se hallaban en huelga desde principios de diciembre de 1918 pedían una jornada de ocho horas y mejores salarios. La única actividad que se cumplía era el transporte de materiales en chatas, lo que tenía irritados a los huelguistas. El 3 de enero de 1919 hubo un tiroteo y, dos días después, otro entre huelguistas y custodios privados de la empresa. Intervino la policía y un agente resultó muerto, el primero de una larga serie. Los huelguistas incomunicaron a los talleres cortando la electricidad, los teléfonos y el agua. El 7 de enero se atacaron seis chatas custodiadas por la policía a pedradas; se produjo un nuevo tiroteo y cayeron cuatro huelguistas muertos con un buen número de heridos. El 9 de enero, con motivo del entierro de los caídos, el sindicato metalúrgico declaró un paro, y luego se llegó a la huelga general. Ese día, en el recorrido del cortejo fúnebre, en buena parte de la ciudad y en el cementerio mismo, se produjeron verdaderas batallas campales entre los activistas obreros y las fuerzas de seguridad con muchos muertos y heridos de ambas partes, destrucción de tranvías, automotores y carros, interrupción del tráfico, vidrieras y faroles hechos añicos, automóvil del Jefe de Policía volcado e incendiado, atraco a una iglesia y a una comisaría, robo de armerías. Hubo de intervenir el ejército al mando del general Luis Dellepiane para restablecer el orden.


Ayudó a resolver el conflicto el acuerdo entre Alfredo Vasena y la FORA del 9° Congreso, con la intervención mediadora de Yrigoyen, Dellepiane y del Jefe de Policía, Elpidio González. Los obreros presos fueron puestos en libertad y se restableció la calma. Es de puntualizarse que extremistas de ambos lados, anarquistas de la FORA del 5° Congreso y maximalistas influidos por los aires de la Revolución rusa de 1917 en una punta, y milicias privadas de origen patronal, la «Liga Patriótica» de Manuel Caries, que pretendían colaborar con la policía, en el otro extremo, contribuyeron a que se produjera y se intensificara este inútil baño de sangre 853.


La Patagonia fue teatro, entre 1920 y 1921, de sucesos aun más desdichados. Sobre el meollo de la cuestión Osvaldo Bayer ha escrito: «Pero ¿qué había pasado en la Patagonia? O mejor dicho, ¿qué era la Patagonia en 1920? Simplificando, podemos decir que era una tierra argentina poblada por peones chilenos, y aprovechada por un grupo de latifundistas y comerciantes... El Presidente... comprende bien que se han dado circunstancias muy adversas que pueden ser aprovechadas en cualquier momento por el Gobierno chileno para poner pie en la Patagonia». El teniente coronel José Luis Picciuolo realiza esta descripción: «En 1918 (Santa Cruz) vivía de su lana y de la carne ovina. La falta de exportación trajo crisis económica; las condiciones de los trabajadores en varios aspectos, era deficiente. En su mayoría eran extranjeros; particularmente, chilenos e inmigrantes venidos de Europa... Recordemos nuevamente que la Patagonia (y Santa Cruz especialmente) no estaba integrada a la Argentina»854.


En noviembre de 1920, la Sociedad Obrera de Río Gallegos, con el liderazgo de Antonio Soto, de tendencia anarquista, bajo la presión de maximalistas afectos a la Revolución rusa de 1917, declaró una huelga por los salarios y viviendas deplorables de los peones rurales, que en más de un noventa por ciento eran chilenos; a poco se transformó en huelga general en todo el territorio de Santa Cruz. Las estancias son ocupadas por activistas que retienen como rehenes a patrones y capataces. Los dirigentes anarquistas reciben el apoyo de ex-presidiarios de Ushuaia, librándose verdaderas batallas campales con la policía. Entonces, el gobierno de Yrigoyen manda al frente de su regimiento al teniente coronel Héctor Benigno Varela, a poner orden.


El gobernador de Santa Cruz, ángel Izza, lauda entre patrones y obreros dándole razón a éstos. Varela, que advierte las pésimas condiciones de vida de los peones rurales, asiente al laudo y retorna a Buenos Aires con sus soldados. Pero los estancieros no cumplen con las mejoras laudadas por el gobernador. Entonces, por indicación de Soto, los peones abandonan el trabajo y vuelven a tomar rehenes en las estancias, los que son bien tratados. Grupos numerosos de peones armados y con banderas rojas recorren el territorio de Santa Cruz.


Escribe Iñigo Carrera sobre la situación reinante: «Los huelguistas, armas en mano, saqueaban las estancias, incendiaban instalaciones, se apoderaban de bienes de todo tipo, tomaban rehenes, y recorrían el territorio distribuyéndose en grandes bandas de varios centenares de hombres. El miedo se había expandido entre la población. Las familias emigraban a los puertos. La región estaba detenida en sus actividades... Las dos terceras partes de los huelguistas levantados en armas eran chilenos. No existían bases o destacamentos militares argentinos en la Patagonia al sur de Bahía Blanca; en cambio Chile poseía en Punta Arenas el regimiento Magallanes, además de su fuerte cuerpo de carabineros en la línea fronteriza... Los chilenos hacían la vista gorda ante la presencia de compatriotas agitadores y huelguistas que cruzaban la línea. Había una sospechosa abundancia de armas de fuego entre los huelguistas, que solamente podían haberlas recibido del lado chileno. La rapidez y organización estratégica del levantamiento... denunciaban la presencia de asesoramiento castrense profesional. Había suficientes indicios como para tener por cierta una actitud preintervencionista por parte de Chile. Ya en plena campaña, el capitán Viñas Ibarra, al mando de una de las columnas de Varela, capturó durante las operaciones a diez hombres armados, que resultaron ser diez carabineros chilenos que luchaban con los huelguistas. Entregados al país vecino por expreso pedido de Ibáñez del Campo, y a pesar de haberlos este declarado desertores que debían ser enjuiciados como tales, fueron nuevamente hallados por Viñas Ibarra en territorio argentino y disparando contra nuestros soldados»855.


Yrigoyen envía otra vez entonces a Varela comandando el 10° de caballería, quien es munido de instrucciones demasiado generales: restablecer el orden. El jefe militar está enconado con Soto y sus prosélitos, pues le habían dado palabra de no volver a las andadas, y no han cumplido. Además, estaba el grave problema chileno.


Al llegar a Río Gallegos en noviembre de 1921, se encuentra con una total paralización de actividades, dueños y capataces de estancia tomados como rehenes, la policía amedrentada, subvertida la autoridad, desorden generalizado. Varela exige sometimiento incondicional a los huelguistas, en cuyo caso asegura toda clase de garantías para ellos y sus familias, «comprometiéndome a hacerles justicia en las reclamaciones que tuvieren que hacer contra las autoridades, como asimismo a arreglar la situación de vida para en adelante de todos los trabajadores en general». Si no lo hacían en 24 horas, afirma que los sometería por la fuerza y que fusilaría a todos los que dispararan contra su tropa, entre otras providencias 856. Como la respuesta es negativa Varela se dirige con sus efectivos a las estancias. Soto pide a Varela que se cumpla el laudo acordado el año precedente, pero éste exige la previa rendición incondicional. Como se resiste a la tropa, se generan verdaderas batallas campales en las que prevalecen, según Miguel ángel Scenna, las mejores armas del ejército argentino 857. Como resultado se producen numerosos muertos, de lo que en buena medida es responsable un gobierno que no ha dado a Varela instrucciones precisas.


En el área de la legislación social, Yrigoyen hace cumplir el descanso dominical, y por su iniciativa en ésta, su primera presidencia, se dicta una ley que reglamenta el trabajo a domicilio de la mujer, otra de jubilaciones de empleados y obreros ferroviarios, y también de empresas particulares, y una más que ordenaba préstamos a los ferroviarios para que construyeran su casa. Por decreto, éstos lograron su jornada de ocho horas diarias y cuarenta y ocho semanales, y mejoramiento en las condiciones de trabajo.


También esta administración se preocupó por los arrendatarios agrarios. La mayoría de quienes explotaban las chacras no eran propietarios sino inquilinos, con contratos de duración muy limitada que no pasaban de tres años, pero que en muchos casos era de un año, por ello los chacareros no se podían establecer por mucho tiempo en ningún lado. Vivían en instalaciones sumamente precarias, no plantaban un árbol, no practicaban la rotación de cultivos, no diversificaban la producción con productos de granja por ejemplo; en una palabra, este sistema perjudicaba la tierra, la producción y fundamentalmente al chacarero y su familia. Debían pagar en concepto de arrendamiento entre el 30 y el 40% de lo producido en moneda o en grano, limitándolo en la posibilidad de utilizar la tierra para pastoreo. Estaban sometidos a la avidez de los negocios de ramos generales que les daban crédito a cambio de condiciones sumamente onerosas y hasta tramposas, con anotaciones arbitrarias en las libretas de los agricultores. No había crédito para el chacarero en el Banco de la Nación Argentina, pero sí para intermediarios que luego re-prestaban al trabajador del campo con ganancias sustanciosas.


En 1912 se había hecho una huelga de chacareros, el «Grito de Alcorta», que se repitió en época de Yrigoyen en 1919, movilizándose más de 17.000 campesinos. El presidente intentó un entendimiento entre las partes sin resultados concretos. Entonces presentó un proyecto de locaciones agrarias, sancionado por el Congreso, llevando el término mínimo de las locaciones agrarias a 4 años. El arrendatario podía practicar mejoras, construcción de habitaciones, servicios sanitarios, etc., que le eran reembolsados por el propietario descontándolo del precio de la locación. Se le daba libertad para vender su cosecha, contratar las labores de trilla y otros menesteres con quien le pareciese, pues en los contratos muchas veces se obligaba al chacarero a vender a persona determinada o a practicar la trilla con las máquinas del propietario. Declaró inembargables los instrumentos de trabajo.


En 1929, durante la segunda presidencia de Yrigoyen, se modificó la anterior ley. Se beneficiaba a todos los arrendatarios y no sólo a los que locaran hasta 300 ha. No protegía sólo a los que se dedicaban a tareas de agricultura, sino también a los que trabajaban en ganadería, horticultura y tambos. El plazo de arriendo se amplió de 4 a 5 años, con obligación de hacer contrato escrito.


Yrigoyen mandó también proyectos reglamentando el trabajo en yerbatales y obrajes, donde las condiciones de labor eran insoportables; propició la creación de un Banco Agrícola, de cooperativas agrícolas y de fomento y colonización agrícolo-ganaderos. Pero estos proyectos no fueron sancionados por el Congreso, donde el presidente no tenía la mayoría necesaria 858.



En el ámbito educativo


Se considera que la administración de Yrigoyen creó más de 3.000 escuelas primarias y más de 50 institutos secundarios, en especial escuelas de artes y oficios. Lamentablemente, se abandonó el proyecto de escuela intermedia de Carlos Saavedra Lamas, ministro del presidente de la Plaza.


En el nivel universitario, se asistió a la aparición del movimiento de la Reforma, hacia 1918. Se inició en Córdoba y se irradió desde allí a las Universidades Nacionales de Buenos Aires y La Plata, y a las provinciales de Santa Fe y Tucumán.


El régimen universitario fue tildado de anacrónico, casado con doctrinas que se consideraban perimidas; también se lo acusó de autoritario por el peso ejercido por claustros profesorales, que eran tachados de elitismo, como que estaban vinculados a los círculos del régimen inaugurado en 1880, y divorciados con la realidad del acceso al poder, de las mayorías populares, acontecida en 1916. También se acusaba a la universidad de profesionalismo enciclopedista, una mera fábrica de diplomados en profesiones liberales, y hasta de colonial, confesional, poco científica y apartada de la realidad social.


Se propuso la participación estudiantil en el gobierno de la universidad, la docencia libre con posibilidad de creación de cátedras paralelas, acentuar la investigación científica en lugar de la profundización de las humanidades, fortalecer el estatismo universitario sin posibilidades de creación de universidades privadas, periodicidad de la cátedra, régimen de concursos para proveer el claustro profesoral, gobierno democrático interno, vigorizar la autonomía política, administrativa, financiera y académica, contribuir a la elevación de la cultura de los sectores que no pueden participar en la vida universitaria llamándose a esta tarea extensión universitaria, y participar en la renovación cultural del país.


Como movimiento estudiantil, la Reforma llevó a la creación de la Federación Universitaria Argentina, organismo central que agrupaba a las representaciones de las federaciones estudiantiles de las diversas universidades. La FUA patrocinó el cogobierno de las universidades por representantes de profesores y estudiantes. Se argumentaba que así como el pueblo de ciudadanos gobernaba la Nación, el pueblo de estudiantes debía gobernar la universidad.


Como movimiento social, la Reforma aspiraba a nuclear a «todo el que estaba desconforme con lo existente», en una lucha por «quebrantar las viejas formas de la convivencia social» y terminar con los valores tradicionales. En este sentido, la Reforma se dijo llamada a desempeñar una tarea liberadora de la inteligencia y «de la opresión social, con el fin de transformar el «desorden capitalista». Por ello se consideró antiimperialista, antimilitarista y anticlerical 859.


Yrigoyen vio con simpatía algunos aspectos de este movimiento, especialmente en lo vinculado con la democratización de la universidad. Pero el divorcio que planteaba la Reforma respecto de los valores tradicionales, hizo que Yrigoyen viera con reparos dicha faceta de la Reforma, y por ello, que ésta se le opusiera al presidente más de una vez, y finalmente, contribuyera poderosamente a su caída en 1930.


El juicio sobre la Reforma no es fácil. ¿Quién no va a compartir principios como el de la periodicidad de la cátedra, el régimen de concursos, acentuar la investigación, la lucha contra todos los imperialismos, vinieren de donde vinieren, la fidelidad a la verdadera cultura nacional? En cambio, se ha dicho, la politización partidista de los claustros como efecto de la misma y el facilismo académico que generó, la instrumentación de los estudiantes para finalidades de ideologización y activismo, la acentuación del carácter profesionalista y utilitario, la dominación de las universidades por minorías burocráticas que apelaron a la demagogia estudiantil y a las trenzas profesorales para mantenerse en el poder académico, son aspectos negativos que se han puntualizado.


Desde estos puntos de vista, Ernesto Palacio vio a la universidad reformista como la continuación de la situación anterior al año 1918, en diversas facetas que se habían pretendido superar, y porque no se había logrado una universidad libre, sino el retorno de la universidad liberal, tan fuera de época como la universidad colonial 860. Tomás D. Casares advirtió que las cuestiones universitarias habían sido marginadas por el intento de imponer una política social 861.



Elección de Alvear


A pesar de haber perdido Córdoba a manos de los conservadores en 1919 y de la disminución de votos en la Capital Federal ese año, quizás como consecuencia de todo lo acontecido en la Semana Trágica, el radicalismo recuperó su fuerza en las elecciones legislativas de 1920. Salvo Corrientes, Córdoba, San Luis y Salta, con mayoría conservadora, las demás provincias quedaron en manos del radicalismo, por lo que el triunfo de este partido en las elecciones presidenciales de 1922 se descontaba.


En la convención partidaria radical de marzo de 1922, por sugerencia de Hipólito Yrigoyen 862, se votó como candidato a presidente a Marcelo Torcuato de Alvear, completando la fórmula un íntimo de Yrigoyen, Elpidio González. Por su parte, los conservadores proclamaron la formula Norberto Piñero-Rafael Núñez, los demoprogresistas a Carlos Ibarguren-Francisco Correa, los socialistas a Nicolás Repetto-Antonio de Tomaso, y la Unión Cívica Radical Principista, fruto de una escisión dentro del radicalismo, a Miguel Laurencena-Carlos F. Melo.


Tras el proceso electoral los radicales obtuvieron 450.000 votos y 235 electores; los conservadores 200.000 y 60 electores; los demoprogresistas 73.000 y unos pocos electores de la minoría de Santa Fe; los socialistas también 73.000 votos y 22 electores; y los principistas 18.000 votos y ningún elector.


El radicalismo había reunido más votos y electores que todos los demás partidos juntos. Un triunfo rotundo que demostraba la conformidad de la ciudadanía con lo hecho por Yrigoyen, más que con las calidades del presidente electo, permanente ausente en Europa.



La gestión de Marcelo T. de Alvear (1922-1928)


Política interna


El 12 de octubre de 1922 asumía la primera magistratura un personaje de los pocos descendientes de nobles existentes en la República, dueño de fortunas que dilapidó generosamente en Europa, especialmente en Francia, y cuyo mérito consiste en que nacido en cuna privilegiada, debió en consecuencia haber hecho militancia conservadora; por el contrario, eligió la vida sacrificada y azarosa que le depararía el radicalismo, fuerza a la que ayudó financieramente con la largueza que le fue característica. Ese día fueron más los que fueron a la Plaza de Mayo a despedir a Yrigoyen, que a recibir a ese gozador de la vida que era el nuevo presidente Alvear.


Alvear, como Alem e Yrigoyen, era hombre de clara ascendencia federal. Su abuelo paterno, el que fuera nuestro segundo Director Supremo, Carlos María de Alvear, fue ministro de Rosas en Estados Unidos, y su abuelo materno, ángel Pacheco, además de compañero de San Martín en Chacabuco, fue uno de los generales más conspicuos de Rosas. Por su parte, el vicepresidente Elpidio González, era nieto de Calixto María González, federal adversario del general Paz, e hijo de Domingo González, soldado de ángel Vicente Peñaloza en sus luchas contra el mitrismo. Bien puede afirmarse que destruido el federalismo en las campañas post-Pavón, sus esencias y la sangre de sus líderes y militantes reaparecieron en el noventa con la nueva fuerza popular de la Argentina.


Alvear, desde el movimiento del ‘90 en adelante, había compartido con el radicalismo la larga abstención electoral de casi dos décadas y los avatares riesgosos de la revolución de aquel año y de la de 1893. Durante esta última, sería ministro del gobierno revolucionario de la provincia de Buenos Aires y compartiría con sus compañeros de derrota persecución y cárcel. Luego Europa, París, su novelesco matrimonio con Regina Pacini, diputado nacional, diplomático de Yrigoyen, a quien se opone, como hemos visto, en la cuestión de nuestra permanencia en la Liga de las Naciones, y finalmente la presidencia tras una campaña electoral en la que no participó. Todo esto tan bien narrado por Félix Luna en su «Alvear».


La formación del gabinete alvearista fue toda una definición: José Nicolás Matienzo, ángel Gallardo, Celestino I. Marcó, Rafael Herrera Vegas, Agustín P. Justo, Manuel Domecq García, Tomás Le Bretón, todos poco afectos a Yrigoyen. Sólo Eufrasio S. Loza, ministro de Obras Públicas, estaba calificado como amigo del ex-presidente 863.


El domingo siguiente a la asunción de Alvear, éste se hizo presente en una jornada hípica en el Jockey Club; hacía seis años que un presidente no asistía a tales reuniones, pues Yrigoyen se rehusó a hacerlo. Alvear no dejó pasar sino horas para demostrar que había un cambio. También se marcó la diferencia asistiendo el ministerio en pleno a una interpelación en la Cámara de Diputados; los ministros no concurrían al Congreso por lo menos desde 1919. Tampoco Yrigoyen iba los 1° de mayo a leer el mensaje presidencial: lo mandaba escrito. El 1° de mayo de 1923 Alvear fue personalmente a leerlo.


San Juan estaba intervenida por Yrigoyen a raíz del asesinato del gobernador Amable Jones a manos de un grupo que respondía a Federico Cantoni, senador provincial en disidencia con Jones. Cantoni, jefe del «bloque» legislativo provincial sanjuanino, había sido encarcelado. Llegado al poder Alvear, cambia el interventor, quien llama a elecciones, y gana el «bloquismo», cuyo candidato a gobernador era el mismísimo Cantoni. Luego de algunas vicisitudes se libera a Cantoni, aun preso, y se le entrega la gobernación, todo con el visto bueno de Alvear. Este hecho marcó el franco inicio de la discrepancia Alvear-Yrigoyen.



División del radicalismo


El siguiente episodio de desencuentro tuvo como escenario el Senado de la Nación. Quien lo presidía, el vicepresidente de la Nación, Elpidio González –fiel a Yrigoyen y opuesto al primer mandatario–, que por el reglamento de la cámara alta era el encargado de formar las comisiones, hace un reparto de cargos que favorece a los legisladores yrigoyenistas. Entonces, senadores conservadores, junto a radicales «azules», distanciados de Yrigoyen y simpatizantes con Alvear, modifican el reglamento quitándole al vicepresidente González la facultad de designar esas comisiones. Los yrigoyenistas acusaron a los «azules» de contubernio con los tradicionales adversarios conservadores 864 y a su vez los alvearistas tildaron de personalistas, adictos a la persona de Yrigoyen, al grupo opuesto, con el tiempo los motejarían de «genuflexos» al caudillo radical.


Las dos tendencias quedarían perfiladas dentro del partido oficialista: personalistas, yrigoyenistas o «genuflexos» por un lado; antipersonalistas, alvearistas o contubernistas por el otro 865.


Al designarse en diciembre de 1926 ministro del Interior a Vicente Gallo en lugar de Matienzo, los antipersonalistas encuentran uno de sus líderes, firme aspirante a suceder a Alvear en la presidencia. Este sector agrupaba a los dirigentes más encumbrados del radicalismo, especialmente a los que brillaban intelectualmente o poseían posición social o económica más destacada. A ellos se sumaban caudillos provinciales que no admitían la tutela de Yrigoyen, como Cantoni en San Juan o Lencinas en Mendoza. Consideraban que los objetivos del radicalismo se agotaban con una administración honrada y asegurando la libertad comicial. Fueron antipersonalistas el legendario Francisco Barroetaveña, Joaquín Castellanos, José Camilo Crotto, Tomás Le Bretón, Leopoldo y Carlos


F. Melo, Manuel Menchaca, Miguel Laurencena, Ramón Gómez, Diógenes Taboada, José Nicolás Matienzo, ángel Gallardo, entre tantos.


Con Yrigoyen quedaron algunos fíeles como Elpidio González, Horacio Oyhanarte, Carlos Juan Rodríguez, Francisco Beiró, y determinados jóvenes del calibre de Diego Luis Molinari, Jorge Raúl Rodríguez, Dardo Corvalán Mendilaharzu y otros. Pensaban con el caudillo, que el radicalismo era algo más que manejo honrado de los dineros públicos y llegada al poder por el sufragio libre; el radicalismo debía, como expresión de la vertiente hispano-criolla que era, apoyar al débil y a los marginados, defender la riqueza nacional de la voracidad foránea, afirmar la dignidad nacional, proteger ese bastión de la argentinidad que es la familia, asegurar a todos salud, vivienda y educación.


Estas dos corrientes no podían entenderse ni seguir conviviendo juntas como dos expresiones de un mismo partido. Precisamente, con motivo de las elecciones internas del 1° de septiembre de 1924 en la Capital Federal, el choque fue frontal, con maniobras de todo tipo: hubo antipersonalistas que inscribieron a último momento, como afiliados radicales, a conservadores y socialistas, que admitieron ese juego sucio y se prestaron a la treta. Surgieron dos comités de la Capital Federal, el de calle Tacuarí, antipersonalista, y el de calle Cangallo, personalista.


En las elecciones de concejales de la Capital Federal de noviembre de 1924, ambas fuerzas fueron por separado, lo que permitió al socialismo triunfar, seguido por el yrigoyenismo que le sacó 20.000 votos al antipersonalismo. A pesar de que éste predomina en Santa Fe, Entre Ríos, Tucumán, Santiago del Estero, San Juan, Jujuy, Mendoza, La Rioja y Catamarca, no es bastante para imponer un presidente de esa tendencia en 1928.


El ministro del Interior, Vicente Gallo –que como se ha observado aspira a suceder a Alvear– y sus allegados, piensan que interviniendo la provincia de Buenos Aires, que estaba en manos de José Luis Cantilo, yrigoyenista, tendrían asegurada la mayoría de electores necesaria. Pero Alvear no se presta a ello, dando ejemplo de civismo. Esto provoca la renuncia de Gallo, ocupando su plaza José P. Tamborini, otro antipersonalista.


Al llegar las elecciones de diputados de 1926, los resultados son equilibrados entre yrigoyenistas, antipersonalistas y conservadores, por lo que se pronostica para la elección presidencial de 1928 otra muy compleja y reñida.


No hay posibilidad de restaurar la unidad radical, por el contrario, en abril de 1927, en la convención antipersonalista se elige la fórmula Leopoldo Melo-Vicente Gallo, que cuenta con la simpatía hecha pública de Alvear. Los conservadores de la mayoría de los distritos, bajo la influencia del doctor Julio A. Roca, deciden abstenerse y confirmar el contubernio, para votar la fórmula antipersonalista. Por su parte, la convención personalista proclama a Hipólito Yrigoyen-Francisco Beiró.


Las huestes de Melo realizan una activa campaña durante casi un año. Los resultados de las elecciones de 1926 generan ilusiones. No obstante, se sigue pensando en la necesidad de intervenir la provincia de Buenos Aires, pero ya se sabe que Alvear es renuente a esto, a pesar de sus declaraciones a favor de los candidatos antipersonalistas.


En el Congreso hace falta el apoyo socialista para lograr la intervención que al final no llega, pero un sector de este partido se separa del tronco común y forma el partido socialista independiente, con Federico Pinedo, Antonio de Tomaso, Héctor González Iramain, Roberto Giusti y otros, que apoyará la fórmula antipersonalista.


En las elecciones celebradas entre fines de 1927 y principios de 1928, previas a las presidenciales, casi todas de gobernadores, comienza el aluvión yrigoyenista que gana en Salta, Tucumán, Santa Fe y Córdoba. Se rumorea entonces un golpe de estado protagonizado por el ministro de Guerra, Agustín P. Justo, que es desmentido por éste.


Finalmente, en las elecciones presidenciales del 1° de abril de 1928, el triunfo de Yrigoyen es impresionante: 838.583 votos contra 414.026 de Melo-Gallo y 64.985 de la fórmula socialista Bravo-Repetto. Gana todos los distritos provinciales, menos San Juan donde se abstuvo. Como fallece su compañero de fórmula, Beiró, deben volver a reunirse los colegios electorales que eligen en calidad de vicepresidente a Enrique Martínez 866.



Política exterior


En materia de relaciones internacionales, la presidencia de Alvear difiere notablemente de la anterior. Al ajetreo sin pausa de la diplomacia con Yrigoyen, le sucede, con Alvear, una gran atonía interrumpida por algunos pocos sucesos llamativos: las visitas del heredero del trono italiano en 1924, Humberto de Saboya, y del correspondiente a Gran Bretaña, Eduardo de Gales, en 1925. Los festejos fueron glamorosos y de gran dispendio material. Argentina vivió en estos años de Alvear una época de prosperidad que permitía esos lujos que agradaban al presidente, acostumbrado al boato y la buena vida. Es partidario de volver a la Liga de las Naciones, pero a pesar de pagarse las cuotas correspondientes, el Congreso no aprueba el Pacto constitutivo de la Liga y no se vuelve a su seno.


En la V Conferencia Panamericana celebrada en Santiago de Chile en 1923, este país propone limitar proporcionalmente el armamentismo de los distintos países, plan de los trasandinos ante el mejoramiento que han logrado en esta materia nuestras fuerzas armadas, pero la delegación argentina se opuso a la oferta chilena. Manuel A. Montes de Oca dijo en aquella oportunidad que nada se debía temer de Argentina, pues ella tenía dos maestros por cada soldado.


En la VI Conferencia Panamericana celebrada en La Habana en 1928, la cosa fue más animada. Presidió nuestra delegación el ex-canciller de Yrigoyen, Honorio Pueyrredón. Llevaba entre otras instrucciones una que rezaba que «ningún Estado puede intervenir en los negocios internos o externos de otro», por lo que Pueyrredón se vio abocado a aplicar este principio en relación con la nación nicaragüense.


La situación nicaragüense tenía sus raíces en el temor de Estados Unidos de que las repúblicas de América Central resultaran teatros de alguna aventura imperialista europea o japonesa, puesto que, a pesar de los intentos de federarse todos esos países en un solo Estado, los propósitos fueron fracasando por la carencia de un líder común con consenso de las cinco repúblicas, que lograra imponerse.


A partir del tratado Bryan-Chamorro, en 1914, mediante el cual se aseguró en Nicaragua la apertura de otra vía interoceánica subsidiaria de la de Panamá, Estados Unidos protagonizaría su intromisión en la política interna de Nicaragua con perfiles escandalosos, poniendo y sacando presidentes, prohijando pactos entre las figuras políticas de ese país, estableciendo bases navales, defendiendo los intereses de compañías privadas, controlando elecciones e imponiendo leyes electorales, asegurando la paz a cualquier precio, ocupando el país militarmente más de doce años 867.


El discurso del jefe de nuestra delegación, Honorio Pueyrredón, ante la VI Conferencia, fue memorable, entre otras cosas dijo: «La soberanía de los Estados consiste en el derecho absoluto, en la entera autonomía interior y en la completa independencia externa. Ese derecho está garantizado en las naciones fuertes, por su fuerza; en las débiles, por el respeto que les deben las fuertes. Si ese derecho no se consagra y no se practica en forma absoluta, la armonía internacional no existe. La intervención diplomática o armada, permanente o temporal, atenta contra la independencia de los Estados, sin que la justifique el deber de proteger el derecho de los nacionales, ya que tal derecho no podrían a su vez ejercitarlo las naciones débiles cuando sus súbditos sufrieran daños por convulsiones en las naciones fuertes»868. Alen Lascano señala: «América vibró con aquellas palabras. La solidaridad argentina hacia los expoliados pueblos hermanos volvía a renacer como en 1916 y 1920, cuando Yrigoyen levantara bien alto los respetos a las soberanías nacionales»869.


También fue notable la actuación de Pueyrredón relacionada al proteccionismo aduanero que practicaba Estados Unidos, en detrimento de las economías hispanoamericanas, negándose a suscribir el Preámbulo de la Unión Panamericana, hasta tanto todos los Estados no declararan que «se adhieren al propósito de suprimir los obstáculos artificiales y las barreras excesivas que impiden el desarrollo natural y normal del comercio»870. Trataba así, de frenar el perjuicio causado a las naciones hispanoamericanas, que compraban manufacturas a Estados Unidos y se veían imposibilitadas de colocar sus producciones en el mercado yanqui, lo que provocaba gran déficit en sus balanzas comerciales. Alvear, sin embargo, instaba a Pueyrredón a firmar la Convención Panamericana sin condicionamientos, debido a su mentalidad claudicante. Ante la insistencia, Pueyrredón, de la escuela de Yrigoyen, prefirió alejarse del cargo.


En las relaciones con la Iglesia se produjo un inconveniente cuando el arzobispo de Buenos Aires, monseñor Mariano A. Espinosa, falleció en 1923. De conformidad a lo dispuesto por la Constitución Nacional, el Senado presentó una terna al poder ejecutivo para nombrar a su reemplazante. Alvear elevó a la Santa Sede el nombre de monseñor Miguel de Andrea, primero en la terna, para que fuera consagrado como nuevo arzobispo. Pero el Vaticano no lo aceptó. De Andrea entonces renunció a su candidatura, mas Alvear se mantuvo impertérrito, sosteniendo al candidato. Todo es una derivación de la falta de aprobación de la Santa Sede del derecho de Patronato que han esgrimido los sucesivos gobiernos patrios desde 1810 en adelante.


Roma siempre adujo que ese derecho se habrá conferido en una época muy especial, a las personas de los reyes españoles, y que por ende no podía heredarse. Los choques se evitaron, ante las disposiciones patronales de nuestras leyes, que en la Constitución de 1853 son bien explícitas, por el mecanismo de consultas informales de nuestra cancillería con la autoridad eclesiástica, antes de elevar el nombre del candidato a ocupar alguna silla episcopal. Cuando el Vaticano objetaba alguna persona, autoridades argentinas y eclesiásticas se ponían de acuerdo en otro candidato, y así se iban salvando las diferencias. En este caso, nuestra cancillería parece no haber hecho esa consulta oficiosa.


El serio problema tomó estado público y la opinión se dividió entre los que apoyaban al presidente, y por ende a de Andrea, y el sector más fiel a la Iglesia, que se negaba a aceptar que la autoridad temporal pasara por encima de la autoridad papal en la designación de obispos.


El asunto se complicó cuando el nuncio apostólico, representante de la Santa Sede en Buenos Aires, monseñor Juan Beda di Cardinale, anunció el nombramiento de administrador apostólico en sede vacante al arzobispo de Santa Fe, Juan A. Boneo, en reemplazo del canónigo Bartolomé Piceda, designado por el cabildo eclesiástico, que había fallecido. Es decir, muerto mons. Espinosa, presidía provisoriamente la arquidiócesis el canónigo Piceda. Al fallecer éste, se intentó que la gobernara precariamente mons. Boneo, hasta que se dilucidara el nombramiento de arzobispo titular. El nombramiento provisorio de Boneo, tampoco fue aceptado por Alvear, que se puso firme en sus trece.


La solución provino de una delicada labor del ministro de Relaciones Exteriores ángel Gallardo, quien propuso la aceptación de la renuncia de de Andrea a su candidatura, por un lado; y por el otro, logró del relevo del nuncio Beda di Cardinale, y de su imprudente secretario, el padre Mauricio Silvani, de una locuacidad temeraria. Esta solución se formalizó, y entonces el Senado eligió una nueva terna presidida por el franciscano fray José María Bottaro, candidato que entonces fue elevado por Alvear y aceptado por la Santa Sede, que envió un nuevo nuncio de gran simpatía, monseñor Felipe Cortesi 871.




En el área económico-social


En el ámbito económico, Alvear asume en plena crisis ganadera. Hemos dicho que durante la guerra, nuestras exportaciones de carnes son particularmente de carnes congeladas, para alimento de las tropas beligerantes. La producción de enfriado, carne de más calidad y más cara, no apta para economías de guerra, disminuye notoriamente.


Al terminar la guerra, la exportación de carne congelada baja considerablemente como era lógico. Muchos criadores que se habían visto favorecidos con la exportación de congelado, ahora se encuentran con ganado en exceso, que no tiene salida. Debieron vender como se pudo, a bajo precio, inclusive sus tierras, que en muchos casos fueron rematadas por el Banco de la Nación al no poder pagar sus prendas, sobre el ganado, o sus hipotecas, sobre los campos.


¿Por qué no se volvió rápidamente al enfriado? Porque el criador vende sus animales en el mercado interno y para los invernadores. El enfriado requiere tiempo y la especialización del invernador, quien compra ganado a los criadores, para engordarlo y luego revenderlo a los frigoríficos, que preparaban las carnes enfriadas para exportación. Los invernadores eran estancieros ricos que poseían más capital que los simples criadores, y se hallan vinculados a los frigoríficos, lo que les permite la especulación.


Los modestos criadores, hacia 1921, acudieron a las autoridades para pedir protección, solicitando incluso hasta el desmantelamiento del «pool» frigorífico. Tomó cartas en el asunto el Congreso, y hacia mediados de 1923, se sancionaron cuatro leyes que establecían el control de la comercialización de la carne, con determinación de un precio mínimo de venta para la exportación y un precio máximo para la venta local, y la venta del ganado por kilo vivo, resolviéndose crear un frigorífico del Estado.


Los frigoríficos y los invernadores se opusieron al precio mínimo de venta, contra la opinión de los criadores. Entonces aquéllos dejaron de comprar novillos a éstos, ablandando su posición. Como la ley respectiva autorizaba al poder ejecutivo nacional, y no obligaba, a fijar dicho precio mínimo, Alvear dejó sin efecto la medida. Tampoco se aplicó la fijación de precios máximos para proteger a los consumidores, ni se creó el frigorífico estatal, ni se controló la comercialización de las carnes que practicaban los frigoríficos. «La única ley que se puso en vigor fue la medida del peso en vivo y ella fue la más inocua de todas. Los esfuerzos para regular el ganado y el mercado ganadero finalizaron así en un práctico fracaso»872.


En la producción de lana, que se mantiene, se nota un traslado del ovino de las zonas mejor ubicadas, cercanas a la ciudad de Buenos Aires, a áreas de menor valor como el sur de la provincia de Buenos Aires y la Patagonia.


En orden a la agricultura, el momento de la presidencia de Alvear, luego del período de la guerra en que el campo sufrió mucho por el descenso de las exportaciones de ese origen, fue brillante. Terminada la conflagración, Europa, hambrienta, compra nuestros saldos exportables con fruición. Tan es así, que en 1925 Argentina cubrió el 72% de la exportación mundial de lino, el 66% de maíz, el 50% de carne, el 32% de avena, el 20% de trigo y harina.


El espacio de la pampa húmeda, cubierto por los cultivos cerealeros, de forraje-ras y lino, permanece casi inmóvil, esto es, culmina el ciclo de ocupación de tierras aptas, como lo avizoró Alejandro Bunge. Poco o nada se hizo para diversificar nuestra producción mediante la industrialización. A partir de 1930 esta falencia se pagaría a alto precio. Sí se elevan los cultivos industriales, que tienen buen mercado interno. El crecimiento se opera en general en zonas situadas al margen de la pampa húmeda. En algodón, de 2.000 ha., en 1914, se llega a 122.000 ha., en 1930. También en yerba mate, maní, arroz, vid, caña de azúcar, tabaco 873.


En cuanto a la industria, se visualizan los intentos del primer ministro de Hacienda de Alvear, Rafael Herrera Vegas, de continuar la política de Yrigoyen, quien en 1920 había elevado módicamente un 20%, los aranceles de importación. Herrera Vegas incentivó dicha tendencia con una suba, para 1923, del 60% de dichos derechos, pero pronto esta actividad quedaría sin protección. Al ser reemplazado Herrera Vegas por Víctor M. Molina, los aranceles fueron rebajados con la aprobación del Congreso. La falta de tutela se hizo más que evidente con la industria textil, que ya tenía cierto desarrollo: se redujeron los aforos del 32% al 22%. Lo mismo pasó con las industrias del cuero, químicas, metalúrgicas.


Curiosamente, la opinión del ministro Molina, que estaba de acuerdo en apoyar al capital nacional pero sin apelar a los derechos de aduana, contaba con el aval hasta del partido socialista, que entendía que la baratura de los productos manufacturados importados aliviaba el presupuesto de las familias trabajadoras. Lo cierto es que los bajos aranceles mataban nuestras fuentes de producción, no desarrollaban la industria nacional y al final eran factor de desempleo, por lo menos. Al respecto, Darío Cantón y José Luis Moreno han escrito: «...mientras la marcha económica del país creaba en los sectores afectados una conciencia de las necesidades urgentes de la industria y de la producción agrícola no tradicional para lograr un autoabastecimiento que evitara el drenaje de divisas, la élite gobernante continuaba manifestando su oposición a la protección encandilada por su confianza en el poderío agropecuario, favorecido este por la coyuntura económica de 1924-1929 y por sus deseos de no malquistarse con el capital extranjero»874.


En materia de comercio internacional se intensifica el esquema triangular de nuestro tráfico con Europa y Estados Unidos, del que ya se hiciera mención. Durante la década del ‘20, es notoria la tendencia estadounidense de proteger la producción de sus campos, aumentando los derechos de importación a nuestras materias primas y alimentos. Entonces, la Sociedad Rural acuñó esta divisa: «comprar a quien nos compra», que Alvear incluyó en su mensaje al Congreso de 1927. A pesar de esto, hubo de seguirse comprando a Estados Unidos, pues Inglaterra no estaba en condiciones de abastecernos; tampoco los demás países europeos. En 1928 se llega al volumen más alto de nuestras exportaciones, con aumento de los productos agrícolas en relación con los ganaderos. La suba fue notable, pero estábamos al borde del abismo: la crisis de 1929 disminuyó en gran forma el volumen de nuestras exportaciones y los precios de las mismas 875.


En el ámbito de las inversiones avanzan las norteamericanas, en empréstitos, frigoríficos, explotación petrolera y radicación de industrias: químicas, de armado de automóviles, de fabricación de neumáticos, alimenticias, electrónicas (Parke Davis, General Motors, Ford, Colgate, Palmolive, Atkinsons, Toddy, Good Year). Las inglesas, en cambio, ferrocarriles, frigoríficos, etc., permanecen estables. Viene la Bayer de Alemania, Nestlé de Suiza, Pirelli de Italia. Si en 1913 el 50% del capital fijo era extranjero, en 1929 esa cifra baja al 35%, muy alta todavía.


La red ferroviaria, que en 1914 alcanzaba a los 32.500 km., en 1929 se acerca a los 40.000 km. La deuda pública externa crece notoriamente durante la gestión de Alvear en relación a cómo la había dejado Yrigoyen en 1922. En 1928 ha llegado a los 1.763 millones de pesos, por imperio de los empréstitos de procedencia norteamericana que contrajo el segundo presidente radical; ¿fue la de Alvear, entonces, una buena administración?876.


El general Enrique Mosconi fue hecho nombrar por el ministro Tomás Le Bretón como director de Yacimientos Petrolíferos Fiscales. Durante los ocho años de su gestión (1922-1930), su tarea fue eficiente, honesta, de profunda pasión nacionalista, como le gustaba decir. Mosconi era partidario de que la explotación del petróleo fuera monopolizada por una sociedad mixta de capitales argentinos, pero acotaba que mientras «el capital nacional no se decidiera, no queda otro camino a adoptar que el monopolio del Estado». Trabajó incansablemente en pos del autoabastecimiento que facilitara la misión de las fuerzas armadas y el desarrollo de la economía del país.


A partir de 1924, el gobierno de Alvear fue restringiendo las concesiones de exploración de las compañías privadas, y simultáneamente se fueron delimitando extensas áreas con reservas petrolíferas a explotar por el ente estatal que dirigía Mosconi. En el Congreso había quienes pensaban que en defensa de la soberanía económica del país, debían nacionalizarse los yacimientos de petróleo existentes y establecerse el monopolio del Estado en cuanto a su explotación. Fueron especialmente los diputados yrigoyenistas los que en 1927 levantaron estas banderas. Finalmente, la nacionalización del petróleo fue votada por yrigoyenistas, antipersonalistas, socialistas, socialistas independientes y ciertos conservadores. Algo distinto ocurrió con el monopolio estatal de la explotación, que fue resistido por casi todos los sectores, menos los yrigoyenistas, que igualmente triunfaron en la votación. El proyecto aprobado en diputados fue al Senado, sin embargo, al caer Yrigoyen, el 6 de septiembre de 1930, la cámara alta aun no lo había tratado.


Mosconi logró la construcción de una gran destilería en La Plata que nos fue independizando de la importación de naftas. El vocal del directorio de YPF, Carlos Madariaga, puso el aval de su fortuna para que no se paralizaran las obras de dicha destilería, en gran gesto patriótico, pues el Congreso no votaba las partidas necesarias. Con ello, la producción de nafta que en 1922 no existía, permitió en 1928 a YPF vender 100 millones de litros de ese combustible –cada vez más necesario pues empezaban a proliferar los automotores– y 25 millones de litros de kerosene.


El general Alonso Baldrich realizó una gran obra de divulgación de la faena de YPF. Mientras tanto, la Standard Oil, de capital norteamericano, luchaba en Salta contra YPF. En 1925 la primera logró concesiones del conservadorismo, que el gobernador yrigoyenista Julio Cornejo anuló en 1928.


En 1929, las empresas privadas que producían petróleo en Argentina eran: la Compañía Ferrocarrilera de Petróleo, inglesa; la Standard Oil, norteamericana; Astra, de capitales mixtos alemanes y argentinos; la Anglo Persian, inglesa; y la Royal Dutch, holandesa. Todas estas empresas privadas juntas producían casi tanto petróleo como YPF.


Algunos, siguiendo a Waldo Frank, consideran que el golpe del 6 de septiembre de 1930 fue provocado con el apoyo de las compañías petroleras privadas que operaban en nuestro país, contra la vocación nacionalizadora y monopolizadora del yrigoyenismo. Esta afirmación no ha sido probada, y parece aventurada, pues durante el gobierno de Uriburu la política de Mosconi en YPF fue continuada por el general Allaria 877.


En orden al panorama social, continúan los procesos de urbanización creciente, concentración de la población en el Litoral y Gran Buenos Aires, aumento de los sectores medios, buena movilidad social, mejora el nivel de vida. Aumenta el salario real, disminuyen los números de huelgas y de huelguistas.


En el campo sindical, la FORA del Noveno Congreso comienza a llamarse en 1922 Unión Sindical Argentina, USA. En 1926 nace la Confederación Obrera Argentina, COA, de origen socialista, la que no apela a la lucha de clases ni enfrenta al poder político. Tiene un número de afiliados superior a los que posee la USA, quizás porque nuclea entre otros gremios, a los ferroviarios. La FORA del Quinto Congreso, de convicciones anarquistas, va perdiendo fuerza: es la central que menos cotizantes tiene.


En 1930, la confluencia de la USA y de la COA en una sola organización, da origen a la Confederación General del Trabajo.


Es de aclararse que durante la presidencia de Alvear, menos del 5% del total de los obreros urbanos y rurales estaban afiliados a sindicatos. En esos seis años se dictan algunas importantes leyes laborales: reglamentación del trabajo de menores, prohibición del trabajo nocturno en las panaderías, pago del salario en moneda, no más en especies, y jubilación de los bancarios.


La ley 11.289 que llevaba a la adopción de la jubilación obligatoria para todos los trabajadores en situación de dependencia, fue suspendida en su aplicación por otra ley, a pedido de la parte patronal, e inexplicablemente por los propios trabajadores, renuentes al descuento mensual del 5% de sus salarios, para formar el fondo necesario para acordar los beneficios.


La jornada de trabajo de ocho horas fue votada en 1929, ya en la segunda gestión de Yrigoyen 878.



Segunda presidencia de Yrigoyen (1928-1930). Crisis de 1929


El 12 de octubre de 1928 asumía Hipólito Yrigoyen su segunda presidencia, después de un triunfo en las urnas sobre sus adversarios, que tiene el carácter de todo un plebiscito. Lamentablemente, la Constitución no había permitido su reelección en 1922, y ahora llegaba nuevamente al poder con setenta y seis años, no decrépito, pero sí gastado por la larga lucha. Ese Yrigoyen, nos parece, admite un parangón con la Isabel Perón de 1974: pudo ser para tiempos normales, no para épocas excepcionales como hubieron de afrontarse. Uno por viejo y agotado, la otra por falta de condiciones y experiencia.


Dice José María Rosa: «La forma pausada que caracterizó el primer gobierno de Yrigoyen, tomará una lentitud desesperante en el segundo. El personalismo excesivo, que lo llevaba a resolver por sí solo las minucias, paraliza la administración. Antes todo pasaba por sus manos, ahora se detiene en ellas: estudia con sumo cuidado cada expediente... Su natural desconfianza se ha agravado con los años: ve en toda orden de pago un posible negocio y lo deja de lado... los expedientes y decretos sin resolver se acumulan en la mesa presidencial»879. Inauguró con un escrito el período legislativo de 1929, recién el 24 de mayo. En el Senado se discutieron diplomas de legisladores, y la Cámara de Diputados no hizo tampoco nada valedero. Se perdió el año.


El 24 de octubre de 1929, al bajar abruptamente los valores en la bolsa de Nueva York, se produce el comienzo de una crisis económica mundial sin precedentes en la historia, más grave aun que la de 1890. Repercutió, lógicamente, en Argentina con un descenso de más del 40% en el poder de compra de nuestras exportaciones, pues el volumen de ellas bajó. Europa, en crisis, perdió capacidad de compra de materias primas y alimentos, y los precios descendieron. ésta, y Estados Unidos, dejaron de invertir en buena medida entre nosotros, y hubo que seguirles pagando lo que les debíamos, circunstancia que provocó un fuerte déficit en nuestra balanza de pagos, y una baja considerable del oro acumulado en la Caja de Conversión, que paradójicamente había reabierto Alvear en 1927 por la abundancia del oro. Las existencias del preciado metal descendieron de 641 millones en 1928, a 259 millones a fines de 1929. Recién en diciembre de este año reacciona el ministro de Hacienda, Enrique Pérez Colman, cerrando la Caja, cuando ya se habían evaporado más de la mitad de las reservas.


El 24 de diciembre de aquel año, atentan contra la vida del presidente, que sale ileso 880.