obras generales
Lecciones de Historia Rioplatense
Federico Ibarguren
 
 
El presente volumen contiene la versión de un curso que dicté sobre el tema, bajo el auspicio de la Universidad Libre Argentina, en las postrimerías del año 1946. He decidido su publicación conservando el estilo de quien, desde la cátedra, expone a un auditorio no imaginado sino real. Estas “Lecciones” fueron antes oídas por el publico a que estaban destinadas.

Para hacerse entender, más eficaz resulta la didáctica que el esteticismo literario. Mi propósito es orientar a la juventud, sobre todo, encadenando los temas de cada capítulo, pero sin agotar el estudio específico de los mismos.

No quiero ni pretendo hacer obra de especialista, aún cuando acepte muchas comprobaciones de investigadores respecto de los hechos que se tratan. La pura erudición interesa a reducidísimos círculos de eruditos. Y dada la finalidad perseguida, debo suponer conocidos la mayor parte de los datos de primera mano que componen la escena del argumento desarrollado.

En otro orden de consideraciones, atrévome a insinuar un atisbo fecundo —según creo— para quienes pretenden la restauración del ser nacional descaracterizado en cien años de plagios sucesivos. A saber; si hay constantes en el pasado Rioplatense, la más perceptible arranca del hecho vivo que informó los siglos XVI y VII europeos: la Contrarreforma, bajo cuyo signo tomamos conciencia de destino asentados en la tradición, el respeto a la autoridad y un ecuménico sentido de justicia transfundido a nuestra alma por vía de misioneros y educadores de la católica madre España. “La historia de lo que fuimos explica lo que somos”, escribe Hilaire Belloc, egregio pensador de occidente. Y “la Religión —añade el susodicho1— es el principal elemento determinante que actúa en la formación de toda Civilización”.

Por último, la idea central que preside y da coherencia al conjunto de estas “Lecciones”, no me pertenece del todo. Ha sido inspirada en la obra monumental de dos maestros, acaso geniales, de aquella Hispanidad padecida por Ramiro de Maeztu y que cantara el verbo armonioso de Darío: Marcelino Menéndez y Pelayo y Carlos Pereyra, respectivamente.

A ellos, el homenaje de la vieja esperanza de América y mi personal testimonio de gratitud y profunda admiración intelectual.


Federico Ibarguren