Camperadas
Señalada a campo
 
 
Hoy la marcación propiamente dicha se hace en la manga, coincidiendo con la edad del destete. Pero la señalada, castrada y descornada, en muchos establecimientos se sigue realizando a campo y lazo, cuando los terneros son tiernos aún.

En los potreros grandes que hasta hace poco no se habían subdividido, se trabajaba el día entero, parándose la mitad del rodeo a la mañana en un extremo del campo y la otra mitad a la tarde, en el otro extremo.

Se llevaba en un carro, carne, leña y los utensilios necesarios; los peones sus caballos de refresco, de tiro o en tropilla a cargo de un caballerizo. Se churrasqueaba en el campo al mediodía, agregándole comúnmente a los asados algunos huevos de ñandú frescos, recogidos en la volteada; éstos se cocinaban al rescoldo dentro de la cáscara, a la que se practicaba un orificio en la punta para poder revolverlo con un palito; una vez a punto, se agrandaba el agujero y se comía a punta de cuchillo el sabroso revuelto, que alcanzaba para tres o cuatro comensales por huevo.

Era un trabajo que rendía sin que se fatigara la hacienda con grandes movimientos. ésta conocía perfectamente el punto del rodeo y apenas sentía los primeros gritos de la peonada, rumbeaba solita al lugar del mismo. Allí, con dos o tres atajadores era suficiente para sujetarla, mientras los demás hacían el resto del trabajo. Eso sí, llegado el medio día era necesario aflojarle, porque empezaban a porfiar por volver a sus pastaderos, y no había atajadores que la retuvieran.

Cuando los enlazadores eran buenos y no surgían imprevistos, se podían hacer más de doscientos terneros por día.

Había hombres baqueanos para el lazo; todavía los hay, porque felizmente se sigue utilizando mucho esa herramienta y aunque los potreros no son tan grandes como antes, las señaladas y otras tareas se siguen haciendo a lazo.

Algunos enlazadores, sin ser floridos, son muy rendidores; tirando por sobre el brazo o de cachetada, con armada chica y pocos rollos, agarran un ternero tras otro sin errar tiro, atorando a los volteadores sin darles resuello. Otros son más lúcidos, enlazan contra el campo, de derecho o de revés, con armada grande y varios rollos.

Recuerdo a un veterano, jubilado como puestero, a quien se lo continuaba ocupando para las señaladas por su seguridad enlazando. Hacia orillar el rodeo al animal que quería agarrar, le daba punta y le tiraba con todos los rollos, la armada quedaba parada una fracción de segundo frente al ternero y cuando éste metía la cabeza le daba el tirón justito para cerrársela en el cogote. Cuando le tocaba enlazar a Don Hermito Arce -que así se llamaba el criollo-, todos suspendíamos las tareas que estábamos haciendo para gozar del espectáculo, que ocurría en contados segundos y a toda carrera.

He conocido muchos buenos y malos enlazadores, pero pocos como Hermito Arce. Entre otras habilidades y variedad de tiros que sabía, le vi enlazar terneros por atrás, haciéndole pasar la armada por el anca y los cuadriles. Empleaba este difícil tiro con esos terneritos porfiados que se volvían del rodeo o la tropa en marcha y miraban al campo sin que hubiera quién los atajara e hiciera retornar. Como tampoco daban ángulo suficiente para tirarles al pescuezo, se les ponía a la par, arrojaba la armada al anca, al mismo tiempo que apuraba y abría el caballo, de manera que aquella al cerrarse, pasaba por debajo de las patas y se cerraba en el cogote o los sobacos. De cualquier manera volvía siempre con el matrero al rodeo o la tropa en marcha.