Camperadas
2. EL GAUCHO EN SANTA FE
 
 
Su origen

En una carta de Hernandarias de 1617, siendo Gobernador de Santa Fe, consta lo siguiente: «He puesto orden en las vaquerías de las que vivía mucha gente perdida que tenía librado su sustento en el campo... atenderán por el hambre y la necesidad a hacer cáscaras y servir poniéndose a oficio a que he forzado y obligado a muchos mozos perdidos poniéndolos de mi mano a ello.»

Según Emilio Coni, dichos «mozos perdidos» serían los antecesores del «gaucho», o bien los primeros gauchos. Y la carta de Hernandarias citada, es la primera referencia documentada de este tipo americano y especialmente argentino, sobre el que tanto se ha escrito y se seguirá escribiendo, igual que obras de teatro, películas cinematográficas, pinturas, grabados, fotografías, conferencias, etc.1

Por las expresiones del Gobernador de Santa Fe al calificar a estos personajes tan particulares, se nota que no gozaban del aprecio de las autoridades, ni de los habitantes de la primitiva ciudad capital. Pero se los necesitaba pues eran imprescindibles en las tareas de las vaquerías. Nadie como ellos para correr de a caballo en el campo tras el ganado durante días y días sin cansarse, durmiendo al raso, comiendo sólo carne y tomando sólo mate amargo.

Según estas referencias documentales y otras por el estilo, al parecer, las vaquerías habían sido la primera escuela gaucha, donde se forjó ese prototipo de caballero andante que recorrió durante siglos nuestras llanuras, montes y sierras, al trote y al galope de su inseparable caballo criollo.

Demás está decir que, seguramente, Hernandarias fracasó en su intento y no logró poner a oficio esos «mozos perdidos».

A todo esto ¿qué eran, de qué se trataban esas famosas vaquerías donde hicieron sus primeras armas gauchescas aquellos mancebos de la tierra?, porque sin duda los «mozos perdidos» no pueden haber sido otros que los denominados «mancebos de la tierra», o sea los primeros criollos nacidos en el nuevo mundo, en su mayoría producto de uniones maritales entre españoles e indias guaraníes.

La vaquería consistía en la tarea de dar caza a los animales vacunos alzados y vueltos al estado salvaje.

Sin querer pecar de presuntuosos ni pretender el monopolio del origen del gaucho para Santa Fe, he aquí que las primeras vaquerías ocurrieron precisamente en esta provincia, según la documentación existente. Luego, el origen del gaucho no pudo estar en otra parte que en nuestra provincia.

Un Acta del Cabildo santafesino dice que el Valle Calchaquí se encontraba poblado de estancias y ganados a principios del siglo XVII, y a raíz de una peste general ocurrida en 1604, dichas estancias se vieron abandonadas por sus cuidadores y el ganado se alzó diseminándose por todo el Valle.2

Sería éste pues, el primer ganado alzado en el Río de la Plata; no hay otra referencia documental anterior. Por consiguiente las primeras vaquerías en orden cronológico, tienen que haber ocurrido en el Valle Calchaquí, región que se extendía al norte y oeste de la primitiva ciudad, entre los ríos Salado al Oeste y Paraná al este. Formaba así un gran triángulo con vértice en las juntas de ambos ríos y base que se perdía al norte en los confines del Gran Chaco.

Es muy posible que la peste mencionada se tratara del carbunclo o «grano malo», que ataca primero al ganado, tanto vacuno como yeguarizo y lanar, para luego transmitirse con mucha facilidad al hombre, provocando gran mortalidad. Al no existir entonces cómo contrarrestar esta terrible epidemia, se optaba por abandonar los establecimientos rurales y refugiarse despavoridos en las ciudades y poblados.

El ganado que se alzó en las estancias santafesinas del Valle, dio origen pues, a las primeras vaquerías del Río de la Plata. Según el destino que tuvieran las reses que se agarraran, las vaquerías podían ser de «recoger y aquerenciar» o de «cuerear y sebear». Las primeras consistían en reunir ganado alzado para traerlo nuevamente a las estancias y rondarlo durante varios días hasta que se sujetara y aquerenciara, y una vez logrado este objetivo se procedía a marcarlo con el hierro del estanciero para que no volviera a extraviarse. En el segundo caso el objetivo era extraerles el cuero y el sebo para su posterior comercialización, para ello se procedía de la siguiente forma: cuando se encontraba un lote de ganado alzado, se dividían los vaqueros en cuadrillas integradas por un desjarretador y varios peones atajadores; el desjarretador llevaba una caña o palo largo a modo de lanza, que terminaba en una media luna muy afilada y colocada longitudinalmente en el extremo de aquélla; cortaban o separaban una porción de animales y comenzaban los peones a perseguirlos a toda carrera colocados a ambos costados, obligándolos a disparar en la misma dirección, mientras el desjarretador, por detrás les iba dando alcance y cortándoles con la media luna el tendón de una pata, arriba del garrón, en el momento mismo que pisaba con esa extremidad. El animal caía así al suelo sin poder volver a levantarse, mientras la cuadrilla continuaba la carrera hasta que hubieran volteado todas las reses que perseguían; luego volvían sobre sus pasos, al tranco de sus montados e iban degollando las caídas, sacándoles el cuero y el sebo que se cargaban en las numerosas carretas, integrantes de esas verdaderas empresas de cacería vacuna.

En un principio predominaron en el Valle Calchaquí las vaquerías de «recoger y aquerenciar», hasta que volvieron a poblarse de ganado las estancias abandonadas en 1604 por aquella terrible peste. Luego comenzaron las de «cuerear y sebear» que se convirtieron, durante todo el siglo XVI y XVII, en el gran recurso económico de las provincias del Río de la Plata, debido al comercio de exportación de estos productos que se estableció con la metrópoli.

Además de las «vaquerías», los santafesinos se ejercitaron también en la escuela gaucha de las boleadas de «baguales» o yeguarizos alzados de las mismas estancias abandonadas.

Para estas «boleadas» se convocaba a un número determinado de jinetes y se salía en busca de las manadas salvajes, sabiendo de antemano donde tenían sus pastaderos; una vez encontradas se tendía un cerco alrededor de las mismas, cerco que se iba estrechando poco a poco hasta que se ponían a tiro de bolas y cada jinete podía seleccionar el de su gusto, según pelaje y estampa.

El uso de la boleadora lo adquirieron los criollos de los indígenas, quienes ya la empleaban cuando arribaron los españoles a estas tierras. Fueron los Querandíes quienes más se distinguieron en su manejo, y aunque no conocían todavía el caballo, cazaban con ellas persiguiendo las piezas a pie.

La recogida de baguales también se hacía construyendo un corral con ramas espinosas, disimulado en un claro del monte. Se arreaban hacia allá los baguales entre un grupo numeroso de jinetes y una vez introducidos en el improvisado corral o ensenada, se cerraba la entrada también con ramas, quedando allí los animales cautivos, sin comer ni beber durante algunos días; cuando el encierro y la debilidad consiguiente había apagado un tanto los bríos salvajes, se procedía a agarrarlos a lazo, para luego continuar con la doma o amanse hasta lograr hacerlos caballos.

De este último método de encerrar manadas salvajes, nos ha dejado el Padre Florian Paucke sus notables y gráficas ilustraciones, que adornan la obra «Hacia allá y para acá». Allí podemos apreciar asimismo el uso del lazo y la boleadora por parte de los indios Mocovíes.

Otra faena ecuestre que desarrollaron los santafesinos en aquellos años del siglo XVI y siglo XVII, fueron las «cerveadas» o cacerías de ciervos que se criaban, tanto en el Valle Calchaquí como en el Pago del Rincón, en el de los Saladillos y las costas del Paraná. Abundaban allí hasta el siglo pasado los ciervos de los pantanos, hoy casi extinguidos. Seguramente la cacería se haría también a «tiro de bola» y persiguiéndolos de a caballo. Era muy codiciado su cuero para los arreos camperos: lazos, sobrepuestos y tiradores o culeros.

Para participar en estas faenas de vaquerías y boleadas, se necesitaba ser muy de a caballo y estar bien montado, en pingos sobresalientes. Debían lanzarse a toda carrera por entre montes, cañadas y tacurusales, sembrados de pozos, troncos y vizcacheras, corriendo serios riesgos de dar una rodada o caer del caballo. En esa vida en libertad, a la intemperie, llena de riesgos y peligros, pero llena a la vez de atractivos y encantos naturales, librados a su suerte, a su coraje y baquía y a la ligereza y rienda de su flete, en esa vida, decimos, se formó ese personaje tan discutido, tan contradictorio, pero tan especial, tan nuestro, único en el mundo como fue el gaucho.

Además de las vaquerías, boleadas y cerveadas, otra actividad que fue escuela en la formación gauchesca de nuestros hombres, la constituyó el arreo de ganados. Durante los primeros años del descubrimiento y población de estas tierras, tuvieron lugar grandes arreos de ganados que cubrían enormes distancias conducidos por jinetes consumados, hombres camperos predecesores del gaucho.

Cuando se fundó Santa Fe en 1573, el ganado que se trajo para abastecer la ciudad y poblar los campos aledaños, fue conducido por arreo desde Asunción, bajando por la banda oriental del río Paraguay hasta llegar al Paraná, que hubo que pasarlo a nado cerca del lugar donde luego se fundaría la ciudad de Corrientes. Continuaron la marcha por la banda izquierda de ese gran río, hasta alcanzar la Laguna de los Patos y la Punta del Yeso, frente al sitio donde Garay fundaría la nueva ciudad. Allí esperaron la llegada del Capitán, que lo hizo navegando, para luego pasar a la otra banda, vadeando por la angostura que allá tiene el río Paraná.3Ribetes de hazaña tuvo ese arreo tan prolongado por tierras desconocidas, surcadas por numerosos ríos y arroyos que debían vadearse a nado y bajo la amenaza constante de los indios comarcanos.

Gran promotor de arreos y sembrador de ganadería por los campos santafesinos, entrerrianos y hasta la Banda Oriental, fue Hernando Arias de Saavedra, más conocido como Hernandarias, yerno del fundador de Santa Fe y Buenos Aires.

En 1616, como gobernador de Santa Fe ordenó una recogida de ganado alzado en el Valle Calchaquí: «despaché indiosy españoles a un paraje cuarenta leguas de allí donde descubrieron gran suma de ganados cimarrones y retirados con orden e instrucción de no hacer matanza y recogieron ocho mil cabezas que trajeron en aquella ciudad dentro de seis meses y hoy lo tienen puesto en estancias y manso».4Fue esta una verdadera vaquería de «recoger y aquerenciar» seguida de un arreo de 40 leguas hasta las inmediaciones de Santa Fe la Vieja, donde se sujetaron en estancias aledañas.

Hernandarias pobló también los campos que tenía en la otra banda del Paraná. Para ello llevó hacienda que sacó seguramente del Valle. Dicho ganado se alzó, como había ocurrido en el Valle en 1604, pero aquí el motivo fue el ataque de los indios charrúas a las estancias que los santafesinos poseían en Entre Ríos, obligándolos a desampararlas.

Con la proliferación de ganado alzado en la banda entrerriana, los santafesinos comenzaron a vaquear también en esas tierras, siendo los primeros en hacerlo allí, conjuntamente con indios charrúas, con quienes llegaron a un acuerdo y convivieron muchos años en estrecha y mutua colaboración. Hernandarias además de poblar con ganado los campos de Entre Ríos, lo hizo también con los de la Banda Oriental del Uruguay. Según Emilio Coni, las primeras introducciones de hacienda vacuna en el Uruguay fueron dos grandes arreos, uno en 1611 y otro en 1617, enviados por Hernandarias para poblar las tierras del sur uruguayo. Con el ganado quedaron también allí para guardarlo, los peones santafesinos. De tal manera, Santa Fe no sólo sería sembradora de ganados sino también de gauchos en la Mesopotamia Argentina y en la Banda Oriental.5

En arreos, recogidas y vaquerías los santafesinos se fueron haciendo cada vez más gauchos, no sólo por la destreza que adquirieron en esas tareas en las que no tenían quien los igualara, sino también porque se fueron acostumbrando a la vida en soledad y total libertad. Los peones que conducían esos arreos y se quedaban luego a pastorearlos, ya no retornaban a su lugar de origen, sino que permanecían en las nuevas tierras de Entre Ríos o la Banda Oriental.

Santa Fe, sostiene también Emilio Coni, sembró así de gauchos la Mesopotamia y la Banda Oriental del Uruguay.

Con la difusión de la ganadería por todos estos territorios, se generalizaron las vaquerías. Debido al auge que tomó el comercio y la exportación de cueros, surgieron verdaderas empresas de vaquerías; a la cabeza de ellas también estuvieron los santafesinos: Antonio Marquez Montiel, Andrés López Pintado, Francisco Vera Mujica, fueron algunos de estos empresarios que movilizaron grandes peonadas, numerosas carretas y miles de caballos.6En esta actividad difundieron a la vez el elemento gauchesco en los distintos territorios y parajes donde llegaron con su empresa.

En 1716, por denuncia que recibió el Cabildo de Buenos Aires, sabemos que había 400 santafesinos vaqueando en la Banda Oriental capitaneados por Andrés López Pintado.

Fueron pues los santafesinos los primeros que se iniciaron en las vaquerías, por tal razón eran los más buscados en esa clase de faenas.

En 1719 el Cabildo de Buenos Aires resolvió efectuar una recogida de 40 a 50 mil cabezas de ganado en la otra banda, para pasarla luego a las orilla porteña. Consultado el asunto con personas entendidas, se le aconsejó que para hacer una recogida de esa magnitud, se necesitan «150 peones prácticos de campo, 1600 caballos, 10 canoas y 30 peones de Santa Fe, únicos que son baqueanos para el paso de los ríos».7

Un arreo semejante llevaba alrededor de siete meses y medio: la recogida propiamente dicha insumía tres meses. luego la tropa se dirigía al río Uruguay, atravesaba todo Entre Ríos para vadear también el Paraná y entrar recién por el norte a la Provincia de Buenos Aires. El cruce solamente de los dos grandes ríos por esos inmensos arreos demandaba un mes o un mes y medio; allí era donde se destacaban los santafesinos, únicos baqueanos en esa deficilísima tarea.8

Si los santafesinos, según Emilio Coni, fueron los primeros y más gauchos entre los jinetes de la época, debieron ser también los mejor montados; en efecto, los caballos criados en los campos santafesinos y amansados por los santafesinos se destacaron sobre los de otra procedencia.

En las campañas militares para recuperar la colonia del Sacramento en poder de los portugueses, tuvieron decisiva participación los tercios santafesinos y los indios guaraníes de las Misiones; en la misma relación se destacaron también las caballadas de Santa Fe y Misiones.

En 1683, para instalar la Guardia de San Juan, cercana a la Colonia, «fue necesario comprar 200 caballos en Santa Fe».

«Aún en 1703, 20 años después de fundada la Guardia de San Juan, fue necesario reaprovisionarla de caballería traída de Santa Fe. Bastantes años después de iniciada la colonización santafesina en el Uruguay, todavía era necesario pasar caballos de Santa Fe para hacer cueros...»

«Es pues evidente que hasta 1715 por lo menos no hubieron en el Uruguay más jinetes bien provistos de caballada que los santafesinos y algunos porteños». «Está, pues, claro que los santafesinos y porteños empleados en las vaquerías fueron los únicos que estuvieron en condiciones de ejercer el magisterio gauchesco con el alumnado de charrúas, minuanes, tapes y desertores portugueses de la Colonia que entraron en la composición gauchesca del Uruguay...»9

Los gauchos uruguayos u orientales. como se los conocía comúnmente, habrían sido alumnos, según Emilio Coni, de santafesinos y porteños que los precedieron en esa escuela, y que con motivo de las vaquerías emprendidas en la Banda Oriental, se asentaron definitivamente en esos parajes. Así manifiesta «que los portugueses eran inhábiles para vaquear, pero se valían de los indios minuanes y de los peones de Santa Fe que en crecido número habían quedado por allí»... «los peones de Santa Fe, -agrega- los que luego no más se llamarán changadores por hacer changas para los portugueses, se habían pasado al bando de éstos y vaqueaban por cuenta de ellos, les vendían cueros y recibían en cambio mercaderías traídas del Brasil...»

«Hace por lo menos 15 años (1708) que los santafesinos recorren las costas de los ríos Negro, Uruguay y Plata, cabalgando en sus fletes nacidos en Entre Ríos o Santa Fe. Hace años que esos peones -prácticos del país- pialan, enlazan, bolean, desjarretan, degüellan, sebean y arrean toros bravos. Tres lustros van que esos hombres sin rey y sin ley viven en plena soledad, haciendo noche junto a los fogones entre las cuchillas y bajo las carretas traídas de los pagos santafesinos. Hace años que allí, después de saborear picanas o matambres, asados sobre las brasas, circula de mano en mano el mate, mientras se arman unos cigarrillos de tabaco correntino y el truco deja desnudo y de a pie a más de un paisano. Rato hace que la caña paraguaya les calienta la cabeza a los peones de Santa Fe y presto salen a relucir facones, cayendo algún compañero que no volvía más al pago, abonando antes de tiempo con sus huesos la tierra uruguaya».10

Este paisaje tan colorido escrito con tanto entusiasmo y conocimiento del medio y los personajes, es un homenaje sincero al santafesino en su calidad de precursor de gauchos y de su difusión por toda la Mesopotamia y la Banda Oriental.

Emilio A. Coni no era santafesino sino porteño, nacido en Buenos Aires en 1886. «El Gaucho» fue su obra póstuma, escrita en la década del 30 o 40 y publicada en 1945, después de su muerte. En 1930 publicó «Historia de las vaquerías en el Río de la Plata», donde también hizo referencia al origen del gaucho. «Tenemos, pues, que entre los mozos perdidos, ociosos y vagabundos, que tenían en el campo la comida segura, nacieron los primeros gauchos, que al comienzo no fueron ni indios, ni mestizos, ni españoles, sino hijos de conquistadores. En resumen, el primer gaucho fue criollo, santafesino e hijo legítimo de las primeras vaquerías que lo sacaron del poblado.10 bis

Otro medio, otra actividad, donde los jinetes santafesinos tuvieron oportunidad de desarrollar sus aptitudes camperas, fue en la cría y comercialización de mulares. La mula es un híbrido infértil, cruza de burro sobre yegua; también se puede producir a la inversa, cruzando un padrillo sobre una burra, lo que da el «burdégano» o mula roma, pero este cruzamiento no alcanzó la difusión del primero.

La mula era muy utilizada en los trabajos de las minas del Perú, pero como allí no había campos aptos para su producción y crianza, debían importarla del Río de la Plata donde existía un verdadero emporio de reproducción y desarrollo mular, dada la fertilidad de sus tierras, el clima benigno y las pasturas naturales muy nutritivas.

Donde la cría mular alcanzó mayor desarrollo fue en Santa Fe y la Mesopotamia. Desde allí partían todos los años grandes arrias con rumbo al norte; hacían una etapa de invernada en Córdoba, Tucumán o Salta, para luego continuar a los mercados peruanos. Transcurrían varios meses entre la ida y el regreso de estos viajes, lo que significaba una dura prueba para los jinetes.

Los santafesinos eran muy expertos en esta actividad y los mejor organizados, puesto que en sus campos, que abarcaban también Entre Ríos, era donde mayor cantidad de mulares criaban. Capataces y troperos eran también santafesinos, de manera que adquirieron una gran experiencia en este ramo que demandaba baquía y conocimientos camperos. En estos largos arreos, atravesando ríos, valles y quebradas, trepando sierras y montañas, se hacían a la vida dura y sufrida, pero libre y llena de atractivos. Solían regresar de las altas tierras, ricas en metales preciosos, cargados de prendas de oro y plata para adornar sus fletes, satisfaciendo su máxima aspiración y orgullo de jinetes.

Así se fue haciendo el espíritu semi nómade del gaucho, en las vaquerías, en los arreos de vacunos o en las arrias de mulas, era un constante viajar, un ir y venir sin permanecer en ningún lado. Espíritu que se conservó por siglos y generaciones; lo hallamos todavía en el «Segundo Sombra» de Ricardo Güiraldes, donde éste resume la vida nómade del resero con aquella frase: «Llegar no es más para un resero, que un pretexto para partir».