Camperadas
Juegos, diversiones, música, bailes.
 
 
En materia de juegos y diversiones las había ecuestres y no ecuestres. Entre las ecuestres, las más comunes eran las Carreras de Caballos, la Corrida de sortija y El Pato.

Las Carreras de Caballos se disputaban comúnmente entre dos parejeros, pero las había también de tres y más caballos, denominándose entonces «pollas», «pencas» o «mochilas». A estas competencias se las llamaba «carreras de campo» por oposición a las de circo o hipódromo.

También se las conocía -y aún se las conoce- como «cuadreras», porque la distancia más común a desarrollar por los parejeros eran «dos cuadras libres», o sea entre 300 y 400 metros. La denominación de «parejeros» era porque se disputaba entre parejas de caballos.

En un principio estas competencias se corrían «costilla a costilla», con los caballos apareados uno junto al otro y con libertad para los jinetes de utilizar todas las triquiñuelas posibles para perjudicar al contrario: pecharlo, empujarlo, ponerle el pie en el codillo o la verija del otro animal para hacerle perder la estabilidad, desacomodar al jinete, etc., etc. Como tales procedimientos daban lugar a accidentes y reyertas sin número, se prohibieron y reemplazaron por las de «Andarivel», donde cada caballo corre por una senda suficientemente separada de la otra y con una línea de alambre tendida entre ambas.

Las carreras cuadreras se disputaban por un monto de dinero establecido de antemano que se depositaba en manos de un tercero de confianza mutua, razón por la cual se la llamaba y se las llama aún «depositadas». También el público jugaba «de afuera», apostando de viva voz a uno u otro caballo hasta que alguno «tomaba la parada».

La largada se hacía desde afuera de la distancia prefijada y después de correrse «las partidas» de rigor para poner a punto a los parejeros. En la «raya» o llegada, el juez o «rayero», elegido entre las personas de respeto y mayores conocimientos sobre el tema, daba la sentencia final proclamando a viva voz al ganador, o declarando, la «puesta» en caso de empate. Los corredores montaban en pelo los parejeros, o a lo sumo colocaban sobre el lomo una matra ajustada por un cinchón; no se usaban espuelas, se corría descalzo y lo más liviano de ropa posible, salvo que hubiera que igualar peso, en cuyo caso se cargaban contrapesos de municiones o recortes de metal. Para castigar al animal se podían usar uno o dos rebenques, según fuera necesario hacerlo de uno o ambos lados.

Otra diversión muy antigua y que aún se practica, son las carreras de Sortija. Según Agustín Zapata Gollán eran de origen morisco y se corrían en España desde la época de la dominación musulmana; de allí pasaron a América con los primeros descubridores y se arraigaron entre los criollos hijos de la tierra.

Es un juego muy sencillo y que no lleva mayor peligro para los jinetes que lo practican.

Algunos autores sostienen que el nombre de «sortija» proviene del anillo femenino que primitivamente se colocaba como premio en el arco por donde pasaban los jinetes a toda carrera, y aquél que logra ensartarlo se lo obsequiaba a la dama de su preferencia. Conociendo el espíritu caballeresca de los moros, transmitido luego a los españoles, no es de extrañar que tuviera ese tinte galante.

También afirma Zapata Gollán que en su origen la sortija se corría con una lanza y con ella había que obtener el trofeo. Hoy se emplea un palito aguzado, y en lugar del anillo una argollita;35aquél que tiene la suerte de sacarla ensartada, se lleva un premio consistente en un objeto artístico, una prenda para vestir o para usa en su caballo, o simplemente una botella de licor.

El otro juego ecuestre, famoso en aquella época y el más violento de todos, fue el de El Pato. Se decía «correr el Pato» y, según las crónicas de aquel entonces, hubo distintas formas de correr el Pato.

El nombre provenía de un ave palmípeda o gallinácea que se encerraba, muerta claro está, dentro de un retobo de cuero crudo en forma de pelota, con varias manijas equidistantes para poder asirla.

Una de las maneras de correr El Pato, era «todos contra todos»: se lanzaba el pato al aire en medio de la concurrencia de jinetes y aquél que conseguía abarajarlo salía a escape rumbo al destino prefijado, que podía ser una posta, la próxima pulpería o simplemente un rancho; los demás jinetes que lo perseguían trataban de arrancárselo de las manos; se entablaba así un forcejeo a toda carrera, hasta que finalmente el más fuerte y que tenía caballo más rápido, llegaba primero a la meta y entregaba el Pato al dueño de casa quien lo declaraba triunfador.

Otra modalidad consistía en formar dos bandos que se disputarían el Pato; cada bando debía atacar o defender a quien llevaba el trofeo, según el caso. Para comenzar, en lugar de lanzar el Pato al aire para ver quién lo abarajaba, uno o dos jinetes de cada bando juntaban las ancas de sus montados, tomando con una mano una de las manijas del Pato y, con la otra las riendas, manteniéndolas en alto para no apoyarlas y afirmarse en el recado; a una voz de «aura» comenzaban a cinchar cada uno en sentido opuesto, animando su cabalgadura con la voz y con las piernas y los talones, hasta que finalmente uno o dos del mismo bando quedaban con la presa y salían a escape rumbo al lugar prefijado, donde debía finalizar la corrida. Los demás emprendían la persecución tratando de alcanzarlo para arrebatarle el pato, si eran del bando contrario, o para protegerlo si eran del mismo bando; ahí comenzaban los pechazos, los caballazos, los golpes, pues todo estaba permitido. Si un contrario llegaba a tomar una de las manijas sueltas, comenzaban de nuevo los tironeos, los forcejeos con el pato, a los que se sumaban otros compañeros o contrarios, hasta que finalmente el que llegaba vencedor a la meta, lo arrojaba al patio del rancho o pulpería en cuestión, donde siempre estaba preparada una gran fiesta y comilona, que debían costear los del bando perdedor.

Durante esta corrida tan brutal ocurrían toda clase de accidentes, caídas, rodadas, quebraduras y hasta una que otra muerte; lo que no impedía que el juego continuara hasta su finalización ¡Qué no decir de los pobres caminantes, viajeros, arreos, tropas de carretas, etc., a quienes la corrida sorprendiera en su camino, llevándolos por delante y dejando el tendal de bestias y hasta «cristianos», que no lograban ponerse a salvo con el debido tiempo!

Fue tal la brutalidad de este juego y sus consecuencias, que las autoridades de más de un distrito, partido o paraje, terminaron por prohibirlo.

También la Iglesia Católica a través de sus Obispos, sancionó con la excomunión y expulsión del Templo a cuantos, directa o indirectamente, participaran de la corrida del Pato; llegando incluso a negarles la sepultura cristiana a quienes perdieran la vida en este bárbaro juego.

El Pato tuvo su mayor difusión en las provincias del Litoral, no así en las mediterráneas. Justo P. Sáenz sostiene que el Pato se practicó muchísimo en Buenos Aires y en Santa Fe.36Según Guillermo Hudson el Pato fue prohibido en la Pcia. de Buenos Aires por el Gobernador Juan Manuel de Rosas a partir de 1840. Desde entonces fue decayendo su práctica hasta desaparecer casi por completo.37

Ya en este siglo, en la década del 30, el Sr. Del Castillo Posse resucitó este viejo y tradicional juego criollo, reglamentándolo en forma que se eliminaran sus aspectos bárbaros, reduciendo sus riesgos de accidentes a los propios de cualquier deporte ecuestre. En tal forma se sigue practicando, habiendo tomado amplia difusión, con organización de equipos, torneos, etc.

Los juegos de a pie más comunes fueron la taba y los naipes, entre éstos principalmente el monte y el truco. Todos eran juegos con apuestas en dinero. En la taba apostaban tanto aquellos que tiraban la misma, como los que miraban de afuera; en este último caso las apuestas se hacían «al que tira» o «al que espera». El que organizaba la partida y ponía las tabas cobraba una comisión sobre las apuestas y se lo llamaba «el Aviador».

Mucha difusión tuvieron también entre los criollos del campo las «riñas de gallos»; diversión que se remonta a varios siglos atrás en la historia, no sólo de América, sino especialmente de España y otros países europeos.

Se practicó hasta bien entrado nuestro siglo y aún se sigue practicando clandestinamente en algunas provincias pues resultó prohibido oficialmente a instancias de la Sociedad Protectora de Animales.

La preparación y adiestramiento de los gallos para la pelea era toda una ciencia que tenía sus secretos y que llevaba largo tiempo. Al respecto, vale la pena consultar el Vocabulario Criollo de Tito Saubidet en la parte pertinente, donde está detallado y gráficamente ilustrado todo ese proceso de preparación de los gallos de riña.38

El gaucho santafesino, como todos sus congéneres rioplatenses, era amante de la música y gustaba de acompañarse con la guitarra para interpretar sus canciones. En esto también no hacían otra cosa que prolongar la herencia de los trovadores españoles de la Edad Media.

Los aires que interpretaban eran los propios de la época en toda la región pampeana: cifras, tristes, estilos, vidalitas, etc.; también improvisaban en las famosas «payadas de contrapunto», utilizando el metro poético de la «décima».

Los bailes acostumbrados entonces, eran los denominados «de a dos», comunes en la región: cielitos, gatos, el prado, el triunfo, la huella, la firmeza, la refalosa, etc.; también había los que se bailaban en conjunto o cuadrillas, con figuras variadas y bajo la dirección de un «bastonero», como «la condición», la «madia caña» y «el pericón».

La música del litoral, tan generalizada después no había surgido aún. Tampoco se conocía el acordeón, los instrumentos más comunes eran la guitarra, ya mencionada, y el violín; reminiscencia este último de los misioneros jesuitas en las reducciones del norte de la provincia.

No existían casas de baile, éstos se improvisaban en los patios de los ranchos o de las estancias. Era costumbre festejar con un baile la culminación de las faenas más importantes del año, como las yerras y las cosechas; éstas eran llamadas también «mingas». 39

La vivienda del gaucho santafesino era la conocida en toda la región litoral como «rancho de chorizo». En su construcción intervenían principalmente la madera, el barro y la paja. Se levantaba primero un armazón de palos de ñandubay con cuatro esquineros, dos horcones centrales y varios más intercalados que variaban en su número según el largo de la vivienda. Sostenida por los horcones centrales iba la cumbrera en la parte más alta del techo y ambas costaneras sobre los esquineros.

En sentido transversal a las cumbreras se ataban las tijeras, de madera liviana, por lo general chañar. Sobre las tijeras, en sentido horizontal, las picanillas hechas con cañas. Sobre las picanillas se asentaba el techo de paja de la isla, o en su defecto de paja totora. Dicho techo se hacía a dos aguas, con suficiente ángulo de caída para que el rancho no se lloviera.

Las cañas también se usaban para el armazón de las paredes, colocadas horizontalmente sobre los postes y horcones exteriores, a diferente altura. La embarrada se comenzaba de abajo para arriba. El barro se preparaba bien pisado, mezclado con paja para que haga de liga y algo de estiércol. Con esa mezcla de barro y paja se iban haciendo los chorizos (de ahí el nombre de «rancho de chorizo») lo suficientemente largos para que cubrieran el espacio entre una y otra caña que servían de armazón. Se iban colocando los chorizos a caballo de la caña hasta cubrir todo su largo; luego se hacía el mismo trabajo en la caña inmediata superior hasta llegar al techo. Los chorizos de barro y paja se retorcían bajo la caña respectiva para darle consistencia a la pared, la que luego se revocaba con barro y estiércol.40

Estas viviendas primitivas no tenían marcos de ventanas ni de puertas. Las primeras eran simples huecos en la pared de chorizo, con el tamaño indispensable para que entre el aire; las segundas consistían en una abertura entre dos postes perpendiculares que llegaban hasta el techo; para cubrir esa abertura se colgaba un cuero de potro que alcanzaba hasta el piso.

La cocina se instalaba en una pieza separada de la misma forma pero más chica; de esta manera se evitaba que el humo invadiera las habitaciones del rancho principal. Algunos ranchos tenían alero o saledizo, hecho con la misma paja del techo; también se acostumbraba a levantar, cerca del rancho, una «ramada» o «enramada», construida de madera y paja solamente, que servía para guardar pilchas, aperos, alguna herramienta y además improvisar un fogón para matear o asar un pedazo de carne.

En ese ambiente, en ese medio, con tan pocos elementos de confort el gaucho vivía feliz, sin mayores requerimientos, sin mayores necesidades, rodeado de una gran austeridad pero gozando de amplia libertad; podía ir y venir por donde quisiera, conchabándose en las estancias donde realizaba las tareas ganaderas que dominaba y le satisfacían. Siempre a caballo y dispuesto a concurrir al llamado de la patria o de su jefe y caudillo, emprendiendo una patriada más sin preguntar a dónde se dirigían ni contra quién debían pelear. Tal era su espíritu aventurero y bohemio, con todas las cualidades y defectos que el mismo trae aparejados. Vituperado y perseguido por las autoridades, pero el primero en ser convocado y el primero en presentarse al llamado de las armas, jugándose el pellejo en un entrevero a lanza o cuchillo.