Camperadas
Destete y palenqueada de potrillos
 
 
Poco antes del destete acostumbramos a agarrar los potrillos. Para ello se trae la manada a los corrales de la ensenada y allí se los trabaja durante el día agarrándolos con dos o tres hombres, maneándolos, manoseándolos, enseñándoles a cabrestear; todo a la vista y paciencia de la yeguas madres que ni siquiera se apartan a otro corral para esta tarea. Por la noche se larga la manda a un depósito o piquete para que se repongan. En pocas agarradas los potrillos se entregan totalmente y no se olvidan más de esa experiencia aunque pasen varios años.

Anteriormente palanqueábamos los potrillos después del destete, pero evidentemente es más aconsejable hacerlo antes por varias razones: los animales son más tiernos y se entregan con mayor facilidad; el trabajo se realiza en menos tiempo y por consiguiente con más economía; se evitan golpes y lesiones que siempre ocurrían cuando se hacía post-destete; no se debe descartar el factor psicológico que significa tener la madre cerca y con quien el potrillo se vuelve a juntar todas las tardes, eso coadyuva a su mayor tranquilidad y docilidad.

La marcación y numeración a fuego de los potrillos se practica en el brete simultáneamente con la cerdeada de la manada; los potrillos también se cerdean, pelándoles la cola a las hembras y terciándoselas a los machos. Todo este trabajo se efectúa sin voltear ni golpear los animales, pero para ello hay que contar con casilla de operaciones en la manga y sus correspondientes puertas laterales. Solamente para la castración, como veremos luego, se voltea el animal aunque tratando de golpearlo lo menos posible.

El destete se practica también en la manga, sacando los potrillos para un lado y las madres para el otro. Los potrillos destetados quedan encerrados en un corral bien seguro durante veinticuatro horas por lo menos. Las madres se llevan enseguida de vuelta a su potrero.

Para soltar nuevamente los destetados al campo hay que tomar sus precauciones. Si no, puede ocurrir que salgan como diablos llevándose todo por delante, volteando alambrados y quedando el tendal de estropeados. Para evitarlo conviene echar al corral una tropilla de mansos, entreverarlos con los potrillos y hacerlos girar todos juntos unas cuantas vueltas hasta medio cansarlos y atontarlos. Después recién abrirles la tranquera del corral, colocándose afuera la mayoría del personal, que debe ser numeroso y bien montado, atajando la animalada para que salga despacio sin golpear contra los principales. Adentro del corral basta con uno o dos hombres que arreen, porque en cuanto hagan punta los mansos se van solos los potrillos por detrás. Es bueno hacerles recorrer al tranco, atajándolos por los cuatro costados, toda la costa del alambrado si el portero no es muy grande (que no debe serlo y si es un piquete, mejor). Luego de sujetarlos un rato en una rinconada, retirarse despacio, dejándolos por unos días acompañados de la tropilla de mansos.

Tales precauciones son propias de campos donde los yeguarizos se crían en potreros grandes, en absoluta libertad y con poco trato con el hombre. No es lo mismo, claro está, cuando los campos son más chicos, mejor apotrerados y las madres pueden amansarse casi en su totalidad. Ahí los potrillos se crían entre la gente y le pierden temor al hombre.

Al destetar acostumbramos también aplicar vacunas contra adenitis, por ser esta una etapa muy propensa a contraer dicha enfermedad, dado el cambio brusco de régimen de vida y de alimentación y la época rigurosa del año. El destete se practica entre los meses de junio y julio.

Hasta pasados los dos años en que llega el período de la castración y luego de la doma, quedan los animales tranquilos en algún buen potrero, pero exclusivamente de pasto natural. Como es de suponer, los machos y las hembras deben estar separados y a buena distancia unos de otras, de manera que no puedan verse ni olerse. De este modo se evitan no sólo servicios de «robo» y los productos «chimbos», sino también que más de un cojudo amanezca atravesado sobre el alambrado divisorio, cuando es este el único que lo separa de las potrancas.

Cada tanto se juntarán en algún lugar determinado del potrero, siempre el mismo, para revisarlos, sujetarlos acostumbrándolos a parar, evitando así que se hagan matreros. Si alguno se alzara y ganara el campo, no andar corriendo a lo loco y menos procurar bolearlos o enlazarlos. Si se autoriza esa franquicia, el campo se va a llenar de matreros; la gente les va a dar punta de exprofeso para que disparen con tal de tener la oportunidad de hacer un tiro de bolas. Con paciencia y con ingenio hay que buscarles la vuelta para que regresen al lote y se sujeten. Lo mejor es tener siempre en el mismo potrero una tropillita de mansos para que sirvan de señuelo.

Es una costumbre bastante generalizada hoy día, desparasitar los potrillos antes y después de desmamantarlos. Reconozco las ventajas que esta práctica pueda significar, sin embargo no acostumbro a hacerlo; y no es porque los campos de la zona no están también parasitados relativamente, sino porque considero que el yeguarizo criollo tiene que acostumbrarse a convivir con el parásito desarrollando sus propias defensas orgánicas.

Y la práctica me dice que puede criarse y desarrollarse sin recurrir al antiparasitario. Posiblemente demore un poco más en alcanzar su completo desarrollo, pero lograremos con seguridad un animal mucho más resistente y que se desempeñará perfectamente bien en cualquier campo donde le toque actuar, cualquiera sea el grado de parasitosis que posea el mismo.

Con los parásitos internos sucede lo mismo que con los externos: cuando caen a los campos del norte animales del sur, los acosan y devoran las sabandijas (mosquitos, tábanos, garrapatas, etc.) por no estar acostumbrados a ellas, mientras que a los del lugar no les hacen ni la cola. Si el yeguarizo se acostumbra a convivir y superar por las propias defensas orgánicas los parásitos internos, cuando le toque en suerte trasladarse a zonas marginales como las del Noreste, no va a sentir penas. Caso contrario, si sobrevive, difícilmente logrará adaptarse a la intensa parasitosis de esos campos.

Volvemos al dilema que planteábamos al principio: hay que elegir entre precocidad o rusticidad, Si queremos que nuestros productos puedan competir en la categoría de Potrillos o Potrancas a los dos años, desparasitemos desde chicos, destinémosles las mejores praderas artificiales, suministremos ración suplementaria y cuanto cuidado se brinda a los pura sangre de carrera u otras razas que no son la criolla. Podremos sacar muchas escarapelas en la categoría, pero no esperemos obtener un animal rústico que se comporte debidamente en las zonas marginales del país y del extranjero, donde hay mucha necesidad de yeguarizos.

No quiero que se interprete que atribuyo a cuantos potrillos y potrancas concurren a los certámenes de criollos, que lo hacen mediante estos tratamientos artificiales o semiartificiales; de ninguna manera, sé que hay campos y campos; ojalá el de uno permitiera un mejor desarrollo antes de los tres años, criando en praderas naturales y sin cuidados especiales. Pero «lo que natura non da, salamanca non presta», y yo prefiero no recurrir a la salamanca y esperar hasta los tres años para lograr un ejemplar bien desarrollado y con todos los atributos de la rusticidad, tan mentada, de la raza Criolla.

Simplemente se trata de dejar que el yeguarizo se defienda solo de los parásitos. No niego que habrá lugares donde es imprescindible el auxilio del antiparasitario, por el alto grado de parasitación del mismo. Pero en los campos donde se puede prescindir de él, soy partidario de no usarlo para la raza, salvo casos especiales; como cuando se comienza la preparación para exposición o venta, cuando se alista un montado para una Marcha, cuando una yegua madre de cierta edad se viene abajo y es necesario recuperarla para que críe el último potrillo, etc., etc. Pero son casos de excepción que no hacen sino confirmar el principio.