Camperadas
La Castración
 
 
Entre los dos y medio y tres años, llega el tiempo de la capa de los machos. No conviene hacerlo antes porque entre los 2 y 3 años por lo general se produce una gran transformación en el desarrollo del yeguarizo criollo. Si se anticipa la operación se corre el riesgo de castrar un potro que pudo llegar a ser un buen reproductor. Además recién a los dos años, los testículos bajan y se acomodan en su lugar.

La tarde anterior al día elegido para trabajar, se encierran los animales que se van a castrar en un corral donde no pueden beber.

Es costumbre campera esperar la luna menguante para realizar esta operación. Como la mayoría de las viejas tradiciones, ésta también tiene su fundamento: en luna vieja la sangre coagula mejor: a la inversa, en creciente, es mayor el riesgo de una hemorragia. No obstante, tomando las precauciones debidas se puede castrar en cualquier faz de la luna y con cualquier tiempo. Me ha tocado hacerlo aún bajo la garúa sin ningún inconveniente, a pesar de las predicciones de los criollos que se iban a «pasmar». De todos modos si se puede hacer con buen tiempo y luna menguante mucho mejor.

Los dos grandes riesgos de la capa son el tétano y las hemorragias. Cuando oímos hablar de mortandad ocurrida a raíz de esta intervención quirúrgica, casi con seguridad se debe a una de estas dos causas. Para prevenir la primera se aconseja vacunar previamente contra el tétano; sin embargo debo reconocer que jamás lo he hecho, confiado en métodos de asepsia que venimos aplicando desde hace treinta años con muy buen resultado; no hemos tenido un solo caso de tétano proveniente de la castración. Las hemorragias se evitan con una buena cauterización de los vasos sanguíneos en el acto de seccionar las binzas. Ello se puede efectuar quemando con tijeras de hierro al rojo, o bien en frío con pinza enmasculadora.

El primer paso antes de comenzar a capar es hervir agua en un tacho grande como de 20 litros. En él se esterilizan los instrumentos a emplear: cuchillo o bisturí, pinza enmasculadora y hasta la chaira si se necesita utilizarla. Luego se pasa este instrumental a un balde más chico y más manuable de 5 litros y se le agrega agua hervida con un chorro de un desinfectante cualquiera. Este baldecito se va reponiendo a medida que se va consumiendo en el lavado de la zona a operar y en el enjuague de la misma después de la operación para eliminar la sangre derramada. Este balde también lo debe usar el operador para lavarse bien las manos antes y después de operar y además limpiar los instrumentos.

Es fundamental que el hombre encargado de operar no haga otra cosa más que eso; para nada tiene que andar agarrando lazos ni maneas, como tampoco ayudar a sacar los animales de la manga, voltearlos o apretarlos en el suelo. Sólo debe atender su función específica y además mantener bien limpio y esterilizado el instrumental y reponer el agua hervida con desinfectante en el balde a medida que se va consumiendo.

Después del instrumental y su correcta esterilización, debe atenderse a las guascas que se van a emplear. Hay que contar con muy buenas sogas; el yeguarizo es un animal de mucha fuerza, con mayor razón si ya ha pasado los dos años y medio de edad; no es cuestión de andar perdiendo tiempo y corriendo riesgos porque se corta un cabestro, zafa un bozal o se estira un maneador. De todas maneras conviene tener guascas de sobra, porque por buenas y fuertes que sean, en estos trabajos no falta «el diablo que mete la cola» y ocurren perjuicios que hay que subsanar rápidamente. Para comenzar se debe contar con varios bozales de palenquear, cosa de poder embozalar todos los animales que entran en la manga en una sola operación, ganándole así tiempo al tiempo. Cabrestos no hacen falta tantos porque se van usando los mismos con cada animal que se saca de la manga; no obstante conviene tener más de uno que pueda enyaparlos si hace falta.

Además uno o dos lazos siempre son necesarios y sacan de un apuro. Pero la pieza fundamental es la que se va a usar para manear el animal en el suelo. Debe ser de resistencia excepcional porque es tremenda la fuerza que va a soportar al estar el yeguarizo panza arriba, con las dos patas recogidas y amarradas por esa guasca. El cabresto o el bozal se pueden cortar, pero esa pieza no puede ni debe fallar, a riesgo de fracasar toda la operación con posibles resultados trágicos para el paciente e incluso para el mismo cirujano que trabaja metido entre las dos patas, sin defensa alguna en caso de que éstas se liberen repentinamente. De usarse un maneador, éste debe ser de cogote de toro bien sobado a mordaza o torsión, sin ningún agregado de alumbre o compuestos que quitan resistencia al cuero. También puede emplearse un torcido de dos o «sobeo» bien grueso; esta prenda es quizás más resistente que el maneador, pero si no es bien gruesa puede lonjear los pichicos de las patas, cosa que no suele suceder con el maneador bien sobado.

Listo el instrumental y las guascas se echan los cojudos a la manga y se embolazan. Se supone que son animales palenqueados previamente. Se saca el primero y se ata al palenque que debe estar lo más cerca posible de la salida del brete. Allí se lo traba y se lo voltea. La traba consiste en manearle las manos con un maneador largo o un lazo, de manera que el sobrante alcance para envolverle la pata del lado de montar a la altura del pichico y vuelva a pasar por entre las manos arriba de la manea. El cabresto se coloca por encima de la cruz de derecha a izquierda. A un mismo tiempo y a la voz de «aura» dos o más hombres tiran del maneador que forma la traba hacia el lado del lazo, mientras otros dos tiran del cabresto hacia el lado de montar; el animal debe caer limpio y quedar acostado con las patas trabadas sin poder levantarse por más esfuerzos que haga; enseguida hay que apretarle la cabeza para que no se golpee intentando incorporarse. Al caer así el cojudo queda echado sobre la marca; si por cualquier circunstancia no ocurriera esto, hay que darle vuelta para que quede en la posición correcta que es la indicada. Se destraba la pata pero queda la manea de las manos de donde, por lo menos dos hombres, deben sujetarlo tirando bien firme hacia adelante.

Comienza ahora la tarea de manear de las patas: se pasa la punta del maneador por debajo del pescuezo de manera que cruzando entre las manos vaya a agarrar la pata izquierda o de abajo.

Se recoge esa pata tirando del maneador que pasa por debajo del animal y detrás de la cruz, hasta meterla casi entre las manos. Mientras un hombre sostiene fuerte para que no afloje, otro recoge la pata derecha que está suelta y le da una vuelta de maneador por el pichico, ciñiendo luego hasta que el animal quede con las dos patas recogidas y panza arriba; asegura la manea con una o dos vueltas más por el pichico y rematando con otras tantas que toman el garrón del mismo lado, de manera que el cojudo no pueda ni siquiera estirar esa pata. Esta tarea la debe hacer y dirigir un hombre muy baqueano y siempre el mismo que, como ya he dicho, no puede ser el que opera. La manea de castrar potros no debe ceder ni un centímetro, ni dar lugar a que comience a cocear aflojando las guascas; ello sería muy peligroso, repito, para el resultado de la operación e incluso para el capador que está indefenso a merced de las patas del operado.

El acto en sí de extirpar los testículos no es menester detallarlo, se supone que todos los del oficio lo conocen. Sólo agregaré que para cortas las binzas prefiero la pinza enmasculadora a la tijera calentada al rojo. Esta última, si bien cauteriza perfectamente y no deja lugar a la hemorragia, al quemar tejidos tan sensibles, produce mayor inflamación, prolongando así la recuperación post operatoria y provocando dolorosas molestias al paciente. La pinza cauteriza perfectamente también, sin causar más inflamación que la proveniente del traumatismo quirúrgico que, por otra parte, desaparece en pocos días. Antes de concluir la intervención, es bueno introducir dentro del escroto y por los orificios de la herida, sulfamida en polvo u otro antibiótico para prevenir infecciones; luego se lava bien con el desinfectante rebajado la zona operada y se agrega un antimiásico en aerosol, con el que se impregna también la punta de la cola para que solo se ahuyente la sabandija.

Los animales castrados deben permanecer sin beber hasta el día siguiente de la operación, manteniéndolos en corrales grandes donde puedan trotar libremente a los efectos que eliminen los coágulos de sangre que se forman en la herida y se facilite la cicatrización.

Hasta que cierre totalmente la herida hay que tener los convalecientes a mano en un piquete o potrero cerca de las casas para vigilarlos y revisarlos periódicamente, cuidando sobre todo que no se agusanen.

Habrá otros métodos de castrar yeguarizos también eficaces, no lo pongo en duda, pero con este que he descripto y que con algunas pocas variantes que le he introducido, es el que me enseñaron mis mayores, hace cerca de cuarenta años que se viene aplicando en el Establecimiento sin que se haya producido un solo caso de mortandad proveniente de la castrada.