Camperadas
Arreos en tiempos históricos.
 
 
Durante todo el siglo XIX continuaron los arreos que eran la única forma de transportar el ganado de un lugar a otro, de una provincia a otra provincia, del Río de la Plata o a otro país vecino como Chile, al Alto Perú, la Banda Oriental o Río Grande del Sur.

Entre estos arreos del siglo XIX quizás los más famosos y notables por sus implicancias políticas y económicas, fueron los que se concertaron y cumplieron a raíz del Tratado de Benegas celebrado en el año 1820, entre el gobierno de Buenos Aires y el de Santa Fe. Este tratado puso fin a la guerra entre ambas provincias que comenzara con la batalla de Cepeda, a la que se sucedieron las de Cañada de la Cruz, San Nicolás, Pavón y El Gamonal.

El gobernador de Santa Fe, Estanislao López, y el de Buenos Aires, Martín Rodríguez, se reunieron en la Estancia de Benegas, sobre el arroyo del Medio. Estaban adelantas las tratativas para llegar a un acuerdo, pero el Brigadier López exigía que se resarciera a los santafesinos con 25000 cabezas de ganado vacuno, por las exacciones producidas en las distintas invasiones a su territorio de los ejércitos porteños.

Martín Rodríguez se manifestó inflexible ante las pretensiones del gobernador santafesino, rechazándolas de plano. A punto de fracasa el acuerdo por esta disidencia, cuando el Coronel Juan Manuel de Rosas del ejército de Buenos Aires, se ofreció para gestionar entre los ganaderos de la provincia las 25000 cabezas que pretendía el Brigadier López.

De esta manera y gracias a la oportuna intervención del Coronel Rosas se celebró y firmó el tratado de la Estancia de Benegas, concluyendo con la guerra entre Santa Fe y Buenos Aires.

Las 25000 cabezas estipuladas no pudieron ser entregadas todas juntas, sino en varias tropas. Podemos suponer que, unas con otras, rondarían las cinco mil cabezas cada una, máxime si se tiene en cuenta tres mil y pico de cabezas de excedente que recibió Santa Fe, por sobre las 25000 acordadas.

Durante varios meses en el norte de Buenos Aires y sur de Santa Fe, hubo un movimiento inusitado de tropas y arreos. El personal de troperos contratados por Rosas al efecto, debía retirar de las estancias asignadas las distintas partidas de ganado, concentrarlas posiblemente en una de tales estancias y cuando llegaban a la cantidad suficiente que conformaba una tropa, recién emprender el arreo hacia la frontera santafesina.

En esa época de campos abiertos, sin alambrados ni caminos establecidos, las tropas marchaban siguiendo el rumbo elegido, buscando las aguadas, los pastoreos y los pasos para vadear ríos y arroyos. Las primeras que emprendieron viaje fueron dejando la “rastrilladas”, como se denomina al rastro que dejan miles de cabezas con el pisoteo, crines y bosterío. Por sobre esas rastrilladas que enseñaba el camino, se iban viniendo las otras tropas hasta completar el número de cabezas estipulado. Al terminar de transitar las cerca de 30.000 cabezas de ganado, la tal rastrillada se habría convertido en una verdadera zanja; tal como se puede apreciar aún con la famosa rastrillada de los arreos aborígenes que llevaban a Chile las haciendas robadas por los malones de la zona pampeana, que abarca muchos metros de ancho y uno o dos de profundidad.

Arrear por campos abiertos como eran los de ese entonces, tenían la ventaja de poder hacer más rápido el viaje, pues se cortaba camino atravesando campos y estancias, pero se corría el riesgo de un desbande de la hacienda que porfiaba por retornar a la querencia. Ese riesgo era mayormente peligroso durante la noche, cuando se hacía alto para descansar. Como no existían potreros ni corrales donde encerrar la hacienda, era necesario rondar a campo abierto. Las rondas consistían en grupos de troperos que se relevaban por turnos y daban vueltas alrededor del rodeo sosegando los animales y procurando evitar una disparada. Cuando la tropa mostraba un grado de excitación peligroso, provocado por distintas causas, se hacían rondas cruzadas; estas consistían en que mientras unos troperos giraban en un sentido, otros lo hacían en sentido inverso, de tal manera se duplicaba el número de rondadores y se ejercía una mayor y mejor vigilancia sobre el rodeo. El resto del personal que no le tocaba rondar descansaba, pero con el caballo atado a soga, listo para saltar sobre él en un apuro. Las tropillas también se aseguraban trabando las yeguas madrinas para que no pudieran disparar y llevarse consigo los montados de los peones. Los arreos a que dieron lugar el Tratado de Benegas se efectuaron durante casi todo el año 1821 hasta que se completó, con exceso, la cuota establecida.