Cinco años en Buenos Aires /1820-1825 Por un inglés
Capítulo 5
 
 
La moda masculina y la femenina. — Medios de locomoción. — Los coches de viaje. — El apero de montar. — Las carretas. — Los caballos. — Deportes y diversiones. — El manejo del lazo. — La feria de la Recoleta. — El carnaval. — Aprovisionamiento. — La carne. — Las aves. — El asado. — El pan. — Los vinos. — Legumbres y frutas. — La matanza de perros. — Fauna de la campana.

Los caballeros porteños se visten a la moda inglesa, pero no nos han imitado en la de adoptar los sacos sin cola franceses, usados solamente por porteros y pescadores cuando yo vivía en Inglaterra.

Durante la canícula se usan sacos, pantalones de géneros livianos y sombreros de paja, generalmente unos de forma muy singular fabricados en Chile. No es bien visto el uso del saco en los teatros y reuniones. De noviembre a marzo las ropas ligeras son agradables, a no ser en los días frescos.

En Inglaterra se reirían de la indumentaria de los niños porteños; llevan sacos largos, capotes, grandes sombreros, pantalones a lo Wellington y botas. Todo esto, a niños de 8 a 9 años de edad, los convierte en liliputienses. El traje de las mujeres de Buenos Aires incluye cuanto de encantador tiene la indumentaria femenina. El vestido de calle es muy agradable e igual al vestido de baile en Inglaterra. Predomina el color blanco. El talle no es tan corto como en Francia ni tan largo como en Inglaterra. Llevan chales de todas formas; algunos sirven de velo y de chal, cubriendo el seno y cayendo vaporosamente por detrás de la cabeza: el rostro nunca se cubre.

Cuando hay buen tiempo se quitan el chal de la cabeza y pasean por las calles, conscientes de su belleza, sin prestar atención a los ojos deslumbrados que, contra la voluntad de sus poseedores, se vuelven a mirarlas cual si fueran seres de otro planeta. Muchas veces hice esto, siéndome imposible desviar los ojos hasta que la distancia o el miedo de llamar la atención me obligaron a ello. Algunas hermosas provocativas llevan la falda y la enagua tan cortas que exponen una parte del tobillo y de la pierna, aumentando nuestra tentación. Los cuerpos de estas bellas son la simetría misma.

Tan grande es la coquetería de las damas porterías que, para aumentar la belleza de sus pies y tobillos, usan zapatos muy estrechos y su paso, a menudo tambaleante, evidencia la gran molestia con que pagan esta vanidad.

El traje de baile es muy semejante al de teatro, si bien menos sencillo, pero algunas niñas "no han menester otros diamantes que sus propios ojos". Algunas damas cambian de vestido tres o cuatro veces al día.

Se presta mucha atención al cabello, que se deja crecer muy largo, sosteniéndolo con una peineta por detrás y formando bucles por delante. únicamente las ancianas llevan gorras o capotas. Las señoras maduras arreglan sus rizos blancos y usan el velo en forma análoga a las jóvenes. No emplean polvos .ni otros artificios para disimular su edad. En sociedad son desenvueltas, habladoras y muy alegres. Es interesante observarlas cuando se dirigen a la iglesia vestidas de negro. Visitan constantemente la iglesia — ¡marchitos restos de lo que quizá fue una vez tan bello!

El vestido negro que usan las señoras para ir a la iglesia y que yo tanto admiro, es una antigua indumentaria española: la basquiña.

No se lleva luto tanto tiempo como en Inglaterra; jóvenes y hermosas viudas no necesitan afearse con esas gorras fúnebres que se usan en mi patria.

Tanto me encanta la indumentaria de las damas criollas que estoy sospechando que mi antipatía hacia la gorra y el sombrero ingleses es un prejuicio. Si la Providencia me permitiese volver a Inglaterra encontraría nuevamente agradables esos tocados. En Buenos Aires me resultan odiosos: en mi patria son más apropiados, por razones de clima.

Nunca falta un abanico en manos de las damas, sea en el teatro, sea en la calle, en el baile o en el salón; la manera de manejarlo es singular y graciosa. Los abanicos son caros; he visto pagar $ 60 o 70 por uno. Los franceses envían muchos, provistos de todas esas chucherías que constituyen su especialidad.

Los vestidos de las niñas son tan bonitos como los de las mujeres; hay poca diferencia entre ambas —blusa de mangas cortas, cabello rizado y abanico—. Pasan por la calle con aire muy importante: sus madres en miniatura.

Los niños de Buenos Aires son hermosos; algunas chiquillas son perfectos serafines, que se adelantan rápidamente a reemplazar a aquellas cuyos encantos constituyen hoy nuestra admiración. A veces contemplo a estas criaturas con una emoción de carácter melancólico, pensando que dentro de muy pocos años sustituirán a las jóvenes que hoy resplandecen de belleza... para ser sustituidas a su vez por otras y otras generaciones. ¿Quién puede apreciar la vida cuando el sueño de nuestra felicidad es tan breve y la fugacidad de los años venideros arroja su sombra sobre nuestras ardientes imaginaciones juveniles?

Las mujeres son muy hacendosas y hacen no solamente sus vestidos sino también —según me han dicho— los zapatos de seda que llevan puestos: una dama inglesa no sabría qué hacer sin su modista. Una de éstas obtendría éxito aquí, siquiera fuera en razón de la novedad.

El número de carruajes o coches aumenta pero, por ahora, se ven muy pocos. El carricoche es muy usado; tiene dos caballos o muías con un postillón, y en la forma se parece mucho a nuestros carros de panadero. Los pasajeros se sientan a ambos lados.

Algunos comerciantes ingleses y criollos poseen coches de estilo inglés, pero la condición de los caminos y las calles no les permite lucirse mucho. Un inglés, Morris, tiene un próspero negocio como fabricante de coches, y no hay otro en la ciudad.

Los coches de viaje que llevan las familias a sus estancias, sitas a cientos de millas, son vehículos pesados e incómodos, construidos según el antiguo estilo español. Una familia que parte para el campo es un espectáculo curioso; las muías y carros siguen con el equipaje, y los numerosos jinetes —esclavos y sirvientes— emponchados y con pequeños sombreros sucios, que acompañan al carruaje donde van las señoras y las esclavas, dan la impresión de una turba de bandoleros custodiando su presa.

Un caballero que viaja, lleva botas sucias de cuero blanco, grandes espuelas, poncho, sombrero gacho, pistolas, espada, daga y cuchillo. Parece un jefe de ladrones, otro Rugantino; por lo general va acompañado de uno o dos esclavos.

En el camino hay postas; las del camino a Chile son muy regulares, hay relevo constante de caballos y no faltan guías. Pero en muchos casos las personas acompañan a caballo por el placer de andar. El viaje a los Andes se hace en 14 días. Tres semanas son menester para cruzar las montañas y llegar a Santiago de Chile desde Buenos Aires, siempre que se marche al galope. Los coches son caros y lentos, pero ahorran muchas penurias.

En Europa hay quienes creen que para hacerse de caballos en América del Sur basta con atraparlos. Pero en Buenos Aires no sucede esto: todos los animales tienen dueño.

El precio de los caballos varía entre trece y cien pesos de acuerdo a su calidad; un buen caballo puede obtenerse por diez y siete pesos. El término medio de altura de los caballos es de doce a trece pies. La cola es por lo general larga. Son muy resistentes. El paso normal es en ellos el galope largo o corto; el trote, paso natural del caballo, no es corriente aquí, pero debemos excluir los caballos de tiro. Hay algunos hermosos equinos en Buenos Aires que serán admirados por quienes no conozcan los caballos de caza o de tiro pesado europeos. Ningún criollo cree que puedan venderse caballos en Inglaterra a dos, tres, cuatro y cinco mil guineas. 1

Si bien estos animales son baratos, su alquiler es elevado: de doce a diez y siete pesos por mes. El heno no es muy usado; todas las mañanas pasan carros con pasto verde por la ciudad, vendiendo su mercancía.

Los establos no tienen las comodidades de los nuestros: Los caballos descansan bajo un cobertizo o al aire libre; la benignidad del clima no exige más cuidados. Los caballos empleados en la Aduana en faenas penosas trabajan tanto como los caballos ingleses de posta o de alquiler.

Las monturas inglesas están de moda. El recado, o montura del país, es bastante aceptable, y está hecho en tal forma que sirve de montura y de cama en los viajes largos. Las riendas y freno españoles son preferidos tanto por los ingleses como por los nativos. La costumbre española de llevar los estribos largos ha sido generalmente adoptada, y me parece mucho más elegante que la nuestra. Los estribos y espuelas de plata no se usan tanto como antes. Hubo tiempos en que los robos de caballos, riendas y monturas eran muy frecuentes, en las calles, pero la vigilancia de la policía ha dado fin a estas irregularidades. Todo caballo tiene una marca de fuego que indica su procedencia.

Las damas también montan, pero ni su atavío ni su estilo de cabalgar puede competir con la destreza graciosa de las amazonas inglesas.

Los paisanos galopan millas llevando en el estribo tan sólo un dedo del pie. Hay costumbre de arar las patas delanteras de los caballos en la calle, para evitar que se escapen. En la ciudad no se permite galopar.

Las carreras del campo son techadas con cueros, y tienen grandes ruedas que chirrían al andar, sin que nadie se tome la molestia de engrasarlas. Familias enteras y grupos de amigos realizan grandes viajes de semanas y meses en carretas tiradas por bueyes, durmiendo en ellas. Seis u ocho bueyes que marchan en parejas, uncidos por el yugo, tiran la carreta.

Son azuzados con palos provistos de un clavo en la punta (picanas): los carreteros llevan una vara que parece de plomo, semejante a los bastones de nuestros policías con la cual golpean en los cuernos a los pobres animales. Se echa aquí de menos una Sociedad Protectora de Animales. Los bueyes, constantemente aguijoneados, han adquirido la mala costumbre de dar patadas. No conociendo tal hábito recibí cierta vez un regalo de esta naturaleza, por lo cual, a partir de entonces, me mantengo a una prudente distancia de las carretas.

Cerca de la Recoleta hay un camino bastante aceptable donde, cuando el tiempo lo permite, se realizan carreras de caballos. Los criollos montan en pelo, y los caballos son muy briosos. Algunas veces organiza la colectividad inglesa una carrera en la cual intervienen jinetes criollos.

Los deportes náuticos no gozan de popularidad. Los habitantes no demuestran afición por las pequeñas embarcaciones a vela ni por las regatas y el remo. El aspecto poco atractivo del río determina, en parte, esta indiferencia.

En algunos sectores populares existe una decidida afición por las riñas de gallos, y se llegan a pagar 30 o 40 pesos por un gallo inglés de-riña. Los marineros que trajeron estos animales han hecho una venta beneficiosa. Los gallos de riña del país son buenos, aunque inferiores en fuerza y coraje a los ingleses.

Los galgos y mastines obtendrían muy baja cotización en el mercado, pues ni el clima ni el terreno son apropiados para la caza. Mis compatriotas amantes de la caza del zorro no encontrarían su elemento aquí porque no hay zorros, pero sí muchos venados. En cuanto a los deportes atléticos, son patrimonio de países capaces de estimarlos.

Los aficionados a la caza con escopeta se encontrarían en su elemento. Hay tantos pájaros como para hacer desaparecer el encanto de la caza. A poca distancia de la ciudad se encuentran lagunas pobladas de patos silvestres, gansos, cisnes, etc. En invierno y en otras épocas vuelan sobre la ciudad y descienden junto a la playa. Los cisnes de cuello negro sen hermosos animales. El pato silvestre constituye un manjar mucho más apetitoso que el pato doméstico, y se vende mucho en el mercado. Las perdices son de mayor tamaño que las nuestras, pero se echan de menos los faisanes.

Los ingleses vestidos a la usanza británica, con chaqueta, fusil y la jauría detrás, dan una nota típica que recuerda a los cazadores de Gloucestershire y Norfolk. También los franceses gustan de la caza; llevan chaqueta, gorra, y marchan a pie, según costumbre de su patria. He observado que tan sólo a los extranjeros les gusta este deporte. únicamente algunos individuos de clase baja del país se entretienen, a veces, disparando contra las gaviotas que pululan en la playa.

La pesca como deporte, resulta sumamente molesta en este terreno, y el pescado que se obtiene, con raras excepciones, no merece ocasionar tanto inconveniente. La pesca general se hace a, caballo. Se atan dos caballos, uno a cada extremo de la red y sobre cada uno de ellos va un hombre de pie, a la manera de los jinetes de Astley. Avanzan tanto dentro del río que los caballos se ven forzados a nadar, y uno podría imaginarse que el pescador va a caer al agua. La red se arrastra luego hacia la costa, seleccionándose los pescados comestibles. El resto se tira. No se pesca en botes. Los marineros de las embarcaciones que atraviesan la rada exterior, obtienen grandes cantidades de pescado, desdichadamente no de muy buena calidad. Predominan los bagres.

El deporte predilecto en el país es el de tirar el lazo, y los criollos lo arrojan con gran maestría. Un jinete con un lazo en la mano cabalga entre el ganado y enlaza el animal que desea; generalmente les basta arrojar la cuerda una vez para atrapar su presa: desde niños se adiestran en manejarlo y es un arma formidable contra un enemigo que huye.

Se efectúa una feria anual en un espacio libre situado frente a la Iglesia de la Recoleta, a dos millas del Fuerte, una milla al norte de la ciudad. Comienza el 12 de octubre, día de la natividad de Nuestra Señora del Pilar, y dura una semana. Hay pocos juegos: unos pocos puestos para comer y beber, hamacas, dos o tres payasos sin gracia que andan de aquí para allá y una banda militar. Las banderas de Gran Bretaña y Estados Unidos son izadas en las barracas y lugares de esparcimiento cuyos dueños son ingleses o americanos. Por la noche los paisanos bailan hasta muy tarde en las barracas, y se pueden estudiar sus movimientos. He caminado entre ellos y tanto los gauchos como sus mujeres se portaron con gran amabilidad, ofreciéndome asiento e invitándome a bailar. La música es ejecutada por guitarras, con el usual acompañamiento de cantos y castañeteos de dedos durante el baile. En las noches templadas concurre público elegante, entre el cual se destacan las bellas de la ciudad, pero el tiempo, próximo al equinoccio, es por lo general inestable. En 1822 la feria fue interrumpida por una gran tormenta que dio en tierra con barracas, banderas y tablados; cientos de personas se refugiaron en la Iglesia. En el teatro (donde me guarecí durante la tormenta) el polvo era tan espeso que oscurecía el escenario. El granizo y la polvareda golpeando paredes y ventanas producían el efecto de un diluvio de perdigones.

En lo concerniente a juegos, la feria de la Recoleta del año 1824 fue muy poco brillante. Sin embargo, se vio bastante concurrida: las elegantes damas de Buenos Aires se presentaron con sus mejores atavíos, y las osadas mulatas, con medias de seda, trajes blancos y velos, parecían decididas a rivalizar con las hermosas de las clases superiores. Como de costumbre, los inconvenientes del equinoccio se hicieron sentir. 2

Llegado el carnaval, se pone en práctica una desagradable costumbre: en vez de música, disfraces y bailes, la gente se divierte arrojando cubos y baldes de agua desde los balcones y ventanas a los transeúntes, y persiguiéndose unos a otros de casa en casa. Se emplean huevos vaciados y llenos de agua que se venden en las calles. A la salida del teatro en Carnaval, el público es saludado por una lluvia de esos huevos. Las fiestas duran tres días y mucha gente abandona la ciudad en este tiempo, pues es casi imposible caminar por las calles sin recibir un baño. Las damas no encuentran misericordia, y tampoco la merecen, pues toman una activa participación en el juego. Más de una vez, al pasar frente a un grupo de ellas, he recibido un huevo de agua en el medio del pecho. Quienes por sus ocupaciones deben transitar por la calle salen resignados a soportar el baño. También se divierten los extranjeros. Un armador inglés, recién llegado, fue saludado con un cubo de agua. No teniendo noticias de la costumbre, el hombre recogió unos ladrillos y juró que no dejaría un vidrio sano en la casa. Fue difícil apaciguarle. Muchas personas se han enfermado gravemente de resultas de este juego. Los diarios y la policía han tratado de reprimir estos excesos sin obtener mayores éxitos. No obstante, el entusiasmo es algo menor. Se dice que es una vieja práctica del país, y, como otros absurdos, morirá de muerte natural. Las damas abandonarían este juego si supieran cuan poco se aviene con el carácter femenino.

En 1825, el gobierno, con motivo de las victorias del Perú, decidió dedicar los tres días de Carnaval a regocijos públicos. Circularon programas en que se pedía a padres y cabezas de familia que asistieran, y prohibiesen los juegos de agua, llamándolos "vergüenza de un pueblo civilizado". El pedido tuvo, en cierta medida, el efecto deseado; pero por la noche la gente no pudo prescindir de su diversión favorita, mojando a los transeúntes con agua, sobre todo en la Plaza, donde jóvenes traviesas me obsequiaron con estas singulares demostraciones de júbilo. Día llegará en que el buen sentido del pueblo ha de comprender el absurdo de esta costumbre, de la misma manera que ha ocurrido con otras prácticas antiguas, tales como las funciones musicales de la cuaresma —un triunfo de la razón sobre la gazmoñería clerical.

El Mercado nuevo, en el centro de la ciudad, está convenientemente surtido; grupos de soldados, estacionados alrededor, mantienen el orden. La carne de vaca se vende a tres reales la arroba; el cordero o la oveja entera a seis reales; no se permite sacrificar terneras, y el cerdo es tan malo que pocas veces puede comerse. Los pavos cuestan de cinco a siete reales; los pollos y patos tres reales y medio; las perdices y palomas se venden a un real y medio la yunta; el precio de los gansos es barato: tres reales cada uno. Los vegetales son carísimos: un real las coles; zanahorias, arvejas, coliflores, espinacas, etc., se venden en la misma proporción.

Aunque los artículos de primera necesidad son baratos, el gasto de cocina les vuelve tan costosos como en Inglaterra. El carbón, importado de Gran Bretaña, se vende bastante caro.

La carne de vaca es buena, pero inferior a la nuestra, y la manera de prepararla le confiere un sabor semejante al del carbón y leña, bastante insípido por cierto. No les pasa por las mientes que pueda usarse un espetón. Mr. Booth, un inglés dueño de un almacén, es celebrado por sus almuerzos al estilo inglés.

La carne no se conserva en buen estado durante el verano y las reses deben ser carneadas el mismo día en que se consumen; en invierno se carnean la noche anterior. En Inglaterra se dejan pasar dos o tres días para que la carne se vuelva más tierna; aquí se emplea el procedimiento contrario —según me dicen— pues como no he sido dueño de casa no tengo experiencia de estas cosas.

La carne de cordero no es buena: se asegura que en algunas estancias la hay de mejor calidad, pero no he tenido la suerte de comprobar esta afirmación. Los criollos no aprecian esta clase de carne; tan poco valían las ovejas que se las mataba para usarlas como combustible en los hornos de ladrillo. Pero ya no sucede tal cosa, pues el número de estancias provistas de buen ganado lanar aumenta día a día, y se envían muchas majadas al interior para la venta. Mr. Halsey, un caballero americano, se dedica a estas faenas.

Las aves no son de buena calidad; por lo general, pequeñas y de carne correosa. Una buena volatería exige que haya personas encargadas de engordar las aves, o, en su defecto, granjas dedicadas a esta especialidad. Los patos son mejores; los pavos tienen gran tamaño y cuando se les ha cuidado bien son tiernos: los gansos muy inferiores. El alimento de casi todas las aves es carne de vaca, por la cual parecen sentir mucha inclinación. He observado que cuando se ofrece a los pavos carne de vaca y trigo, prefieren la primera. En un lugar donde tantos animales se alimentan de carne de vaca es lógico que el cerdo obtenga su parte. Este derroche sería codiciado por los pobres de la populosa Europa. Tan famoso es el país por su ganado vacuno como el Cabo de Buena Esperanza por su ganado lanar. Un buey sin cuero cuesta actualmente $ 8; hubo épocas en que se compraba por diez reales. El cuero se vende a $ 6. Algunas estancias poseen de cuarenta a cincuenta mil cabezas de ganado.

Una ordenanza prohíbe vender la carne de vaca a más de tres reales la arroba. En el año 1823 hubo una gran sequía y murieron miles de animales. La venta de carne disminuyó mucho, apenas podía conseguirse un poco, y ese poco era muy malo, pues el ganado que se enviaba al mercado representaba una gran pérdida para los estancieros. La ineficacia de un precio fijo en un régimen de libre competencia fue plenamente probada.

Cuando se ponía carne a la venta había lucha entre los esclavos y sirvientes de distintas familias. Los pobres soportaron las privaciones con resignación (el pueblo inglés hubiese demostrado más descontento).

Además del mercado principal, hay algunos otros en diferentes partes de la ciudad; también se vende la carne en carros que se detienen en cercados y terrenos baldíos, constituyendo carnicerías ambulantes. La carne se corta en el suelo y la simple vista de tal operación, tan diferente a los higiénicos hábitos de las carnicerías inglesas, basta para chocar a un extranjero. La carne salada o "corned beef" puede obtenerse buena en invierno, aunque muy inferior a la inglesa. Es un plato que solamente se encuentra en las mesas inglesas y americanas; los criollos dicen no gustar de él, si bien les he visto comerlo con muestras de gran satisfacción.

El "beef-steak" es un plato tan inglés que conserva su nombre original en todos los idiomas. Se le puede encargar en los cafés pero, como el "biftec" francés, no vale gran cosa.

Los gauchos de la campaña se alimentan de carne: el pan es para ellos un lujo. Como no tienen hornos se ven obligados a asar la carne en estacas clavadas en el suelo. Me agradaría que hiciesen lo mismo en Buenos Aires: comería yo la carne entonces con más apetito. El verdadero "roast-beef" es el que aderezan estos gauchos. 3

La carne con cuero y el matambre son apreciados aquí por muchos (entre los cuales no me cuento).

Me gustarían las salsas si no fuera por el horrendo ajo con que son aderezadas.

En los almacenes pueden obtenerse buenos Jamones ingleses, queso, papas, etc.; los dos primeros a cuatro reales la libra, el último artículo a un real; los impuestos son más bien altos. La botella de cerveza cuesta cuatro reales; también se puede obtener a veces cerveza en barriles. Los artículos de esta clase son casi todos de origen inglés. El viaje es tan largo que no es posible que lleguen nuestros sabrosos quesos ingleses. El queso "Penco", procedente del distrito chileno que lleva su nombre, es bastante parecido a nuestro queso de postre.

El pan es caro: dos panes pequeños (apenas más grandes que nuestros bollos franceses) se venden a un medio real. De acuerdo con la calidad de la harina, disminuyen de tamaño. El pan de harina norteamericana es el mejor. Por el momento dependen de la importación extranjera y los norteamericanos han retirado grandes sumas de dinero. El trigo del país, por alguna causa insólita —falta de cuidados o cosechas deficientes— no llega a satisfacer la demanda. Suelen moler el trigo en las panaderías, que por una ley reciente deben instalarse fuera de la ciudad. En la tarea de moler el grano se emplean mulas.

Los criollos no muestran mucha afición por el té, si bien la muestran más que anteriormente. En las casas inglesas es un artículo de primera necesidad; se vende a un peso o peso y medio la libra. El café cuesta tres reales y medio la libra. El azúcar en terrones es malo y escaso; se usa el de La Habana y el del Brasil. El chocolate se vende a dos y medio o tres reales la libra.

En realidad la vida en Buenos Aires es más cara y menos cómoda que en Inglaterra.

Hay aquí vinos de todas clases, "desde el humilde oporto hasta el imperial Tokay", pero de calidad mediana. Oporto y Madeira se venden a un peso la botella. El champagne cuesta $ 1.50. Hay un vasto surtido de vinos franceses y españoles. El vino más corriente es el vino de Cataluña o, como se dice, vino Carlón, comprado a dos o tres reales la botella y que está muy lejos de ser desagradable. La producción nacional es escasa: el vino de Mendoza es dulce y sabe como nuestros vinos caseros. La cerveza es un lujo. La cerveza embotellada no tiene el sabor que posee la cerveza de los barriles de Londres. El Brandy, la ginebra y el ron son abundantes. El último llega del Brasil, La Habana y la Isla de Francia. El ron viejo de Jamaica es difícil de conseguir. La caña, una especie de brandy blanco procedente de La Habana, el Brasil y España que llaman "aguardiente español", es muy bebida y entona el ánimo.

A mi modo de ver, las legumbres de este país dejan mucho que desear. Se extraña aquí el delicioso sabor de los repollos, espárragos y lentejas ingleses. Pero puede procurarse una buena ensalada de pepinos y cebollas. Los nabos son malos y escasos, el maíz es abundante.

Las papas inglesas son muy buscadas: los marineros traen muchas4 y tan ansiosos se muestran los comerciantes por adquirirlas que una vez llegaron a pelearse, debiendo ir con la querella al Consulado, quien se habrá formado una opinión muy extraña de los comerciantes ingleses.

Todos los esfuerzos hechos para aclimatar papas en este país han fallado: siempre crecen pequeñas e insípidas. Un inglés, Mr. Billinghurst, se ha afanado durante varios años por obtener el cultivo, sin alcanzar éxito. Las papas de Montevideo son algo mejores. En el Perú son tan buenas o mejores que las papas de Inglaterra, pero nuestras islas son su verdadera patria.

Los duraznos que se venden de enero a marzo son excelentes y se consumen mucho, pues los consideran salutíferos; se venden en todas partes —mercados, almacenes y calles—. Por un medio real (equivale a tres peniques) pueden comprarse de 8 a 10. Las fresas, manzanas, peras, cerezas, etc., no son muy notables. Las uvas no son malas. Las naranjas no producen bien en este clima y los limones son muy inferiores. Las frambuesas, grosellas y ciruelas no se conocen más que de nombre. ¿Con qué pueden compensar estas tierras las frambuesas, grosellas, fresas, cerezas, manzanas, peras y ciruelas de otros climas? No crean los viajeros las propagandas que se hacen en Europa: no encontrarán aquí campos y árboles rebosantes de fruta, que invita a la mano para que los alivie de su peso.

Aparte de las mencionadas, este país produce muy escasas variantes en vegetales y especies de ganado, constituyendo éste un problema para los residentes extranjeros que desean enviar un regalo a sus parientes europeos.

La cantidad de ganado existente en las pampas es inmensa; podemos alcanzar una idea aproximada de ellos por los promedios que se establecen anualmente: en un año fueron exportados más de un millón de cueros de vaca y buey.

Las muías son baratas y numerosas; cuestan de dos a cuatro pesos cada una. Se exportan en reducida escala, a la Isla de Francia y a las Islas Occidentales. El gasto de manutención y cuidados encarece el costo del flete, lo cual, unido a los muchos animales que mueren durante el viaje, hace que las ganancias se reduzcan considerablemente. Los dueños de barcos han comprendido, por lo tanto, que las molestias ocasionadas por tales compañeros de viaje no son recompensadas como debieran.

Gran número de tigres hay en el país, especialmente entre las islas del río Paraná. No tienen estos felinos la fuerza ni la terrible fiereza de los tigres de la India; guardan más semejanza con los leopardos y algunos que he visto no eran mayores que un perro ovejero. Pueden, sin embargo, atacar a personas, y sé de varios hombres que han sido devorados. Los gatos monteses son abundantísimos.

Pululan cantidad de perros en Buenos Aires, todos de muy escaso valor. Un bulldog inglés destrozaría a cincuenta de éstos. Existe la abominable costumbre de enviar a criminales armados de machetes y bajo custodia a matar perros callejeros. Los cadáveres abandonados se pudren en las calles. Muchos falderos han sido muertos por equivocación. Deberían inventar un método más humano de reducir el número de perros; esta cruel y desagradable costumbre es cada vez menos frecuente. La hidrofobia es conocida solamente de nombre; al menos no recuerdo haber oído de ningún accidente de esta clase.

Entre los animales pequeños de la campaña, es muy apreciada la nutria por su piel, que constituye un valioso artículo de exportación. Son muy semejantes a las ratas, aunque de mayor tamaño, y con los dientes delanteros fuera: pero son completamente inofensivas.

El armadillo es una especie de erizo sin púas y los criollos lo comen.

Hay aquí también la vizcacha, especie de tejón suramericano, y otro pequeño animal, semejante a la comadreja, que, domesticado, vive en las casas.

Las ratas y las hormigas son unas de las molestias de estos parajes. Hay verdaderos enjambres. Las ratas inglesas son tan feroces que no vacilan en hacer frente en caso de cortárseles la retirada; las ratas de Buenos Aires son más educadas.

En noches de verano pueden verse luciérnagas en el aire. No siendo éste un país boscoso las aves son muy poco variadas; se ven canarios, cardenales, gorriones, lechuzas, etc.

Cerca del Paraguay, y en otras regiones de bosques, hay pájaros hermosos, como el loro y el papagayo. Estos últimos abundan también en Entre Ríos, en la orilla oriental del Paraná.5

En las pampas hay gran número de avestruces.

El bonito y menudo picaflor hace a veces aparición entre las flores. He intentado cogerle, sin obtener resultado.

En el verano de 1824 a 1825 padeció esta región de América del Sur una seria invasión de langosta. Los habitantes más viejos no recordaban haber visto una cosa semejante. Se oscurécelo el cielo y la tierra fue cubierta de millones de estos insectos. Los trajo un viento norte procedente del Paraná, cual si se tratara de una tormenta de nieve. Los árboles, las plantas, etc., padecieron terribles consecuencias. Los habitantes creen que tocando campanas y agitando cencerros y produciendo otros ruidos semejantes espantarán a las langostas. El viento del este, la lluvia y el frío son, según creo, las únicas cosas que pueden exterminarlas.

Los meses de diciembre de 1824 y enero de 1825 fueron nublados y secos, con un constante viento norte. La sequía ocasionó pérdidas de ganado.

Los hongos y los berros, no muy abundantes, se encuentran en las proximidades de la ensenada. Abundan también allí las sanguijuelas, que los médicos pagan muy bien.

Las flores son muy inferiores a las que adornan las Islas Británicas: no se ven aquí las primaveras, la rosa musgosa y tantas otras que desparraman su belleza y fragancia en nuestra patria.