Cinco años en Buenos Aires /1820-1825 Por un inglés
Capítulo 6
 
 
Población. — Exportación e Importación. — Política económica del Paraguay. — El dictador Francia. — Los impuestos en Buenos Aires. — Casas de comercio. — Una colonia en las Malvinas. — Moneda. — Emisión de papel. — Et Banco de Buenos Aires. — Especulaciones. — Fomento de la educación. — Colegios. — Difusión del idioma inglés. — Unos versos de Lope de Vega. — Estudiantes porteños en Inglaterra. — Escasa instrucción de las mujeres. — El idioma español. — Periodismo.

A provincia de Buenos Aires tiene quinientas millas de largo y una anchura casi igual, no obstante lo cual cuenta con una población de 150.000 almas. La Patagonia, que depende del mismo gobierno, tiene mil habitantes.

Se calcula que en la población de Buenos Aires hay una proporción de un hombre por cada cinco mujeres. Si esto es cierto, algunas bellas ingresarán en la lista de las solteronas. Que nacen muchas más hembras que en Europa no puede ponerse en duda: conozco familias de ocho, nueve y diez mujeres y un varón. Las causas de esta desproporción deben estudiarlas los naturalistas.

Debido a su cuantiosa producción Buenos Aires llamará la atención desde el punto de vista comercial.

La exportación consiste especialmente en cueros de ganado vacuno y caballar, cerda, lana, seda, pieles de nutria, cuernos, pieles de chinchilla, carnes saladas y plata en cuñas y barras. La cantidad de materiales europeos que se importan anualmente es muy grande; me sorprende que haya mercado para todos ellos. Los cargamentos procedentes de Liverpool con mercaderías de Manchester, Glasgow, etc., son de considerable valor, a menudo de setenta, ochenta o £ 100.000. A continuación va una lista de la cantidad de barcos mercantes que entraron en el puerto de Buenos Aires durante los años de 1821, 1822, 1823 y 1824:

1821 1822 18231824
Ingleses 1 128 133 113 110

Americanos 2 42 75 8o 143

Franceses 19 21 24 21

Suecos 7 11 6 14

Sardos 3 7 6 6

Daneses 1 1 5 10

Holandeses 2 4 6 8

Bajo los pabellones de Portugal, Brasil y las Provincias Unidas llegan diariamente embarcaciones y barquichuelos procedentes de Río de Janeiro y otras poblaciones del Brasil, así como de la Patagonia y ríos del interior. También zarpan otros en esas mismas direcciones.

Se venden y rematan en Buenos Aires muchas embarcaciones norteamericanas que, izando el pabellón nacional, comercian con Río de Janeiro, Río Grande, Patagonia, etc. Muchas de ellas están capitaneadas por ingleses y norteamericanos que, dentro de breve tiempo, llevarán la bandera de Buenos Aires por todas partes del mundo; el personal de a bordo continuará siendo extranjero por el momento. La población criolla no siente la atracción del mar.

Algunas personas ganan su vida dando noticias o "avisos" de los barcos que llegan y de sus cargamentos. Una extensa información sobre el comercio del país ha sido dada por un comité de comerciantes británicos y presentada al cónsul y algunos resúmenes de este trabajo fueron publicados en los diarios ingleses. Su redacción y los detalles de este estudio revelan una gran capacidad, pero me parece que se han exagerado los hechos favorables.

Sería deseable que el Paraguay pudiera comerciar libremente con Buenos Aires. El actual gobernador, Francia, sigue el sistema jesuítico, y pone tales trabas a los extranjeros que quieren entrar al país, que unos ingleses que se aventuraron a ir allí con sus mercaderías fueron detenidos y aún no se ha decidido nada satisfactorio a su respecto. En febrero de 1823 los amigos de estos comerciantes enviaron un memorial a Sir Hardy, requiriendo su intervención en el asunto. El memorial había sido enviado al gobierno británico. Sorprende que el Paraguay, un país con numerosas rique2as naturales, soporte un yugo tan severo; la pasividad de sus habitantes obliga a pensar que están conformes con el régimen. Sin embargo, Francia ha permitido últimamente el comercio y otras comunicaciones con los portugueses del Brasil; la ciudad de Itapuá, en la frontera, constituye el centro de las comunicaciones.

No existe un Jugar donde los comerciantes puedan efectuar sus cambios en Buenos Aires. Se habla de fundar una nueva cámara de comercio de la que podrían ser socios personas de todas nacionalidades. Los últimos reglamentos de la Sociedad Comercial Británica han sido satirizados. Ha obtenido tal sociedad el apodo de "Santa Alianza", y recibe numerosos anónimos en que se afean sus hábitos aristocráticos en un país extranjero. La negativa a admitir socios no británicos ha sido muy comentada; esta medida ha podido ser eficaz hace algunos años y ahora peca de iliberalidad. Los criollos se han lanzado al comercio con mucho brío y los negocios se han dividido entre tantas manos que el dinero no circula con la misma rapidez de otros tiempos.

La competencia entre almaceneros provoca un acentuado descenso de sus ganancias, que las rebaja al nivel en que están las entradas de nuestras abacerías.

Hay numerosas tiendas en Buenos Aires, sobre todo en las calles adyacentes a la Plaza. Las tiendas y casas pagan un impuesto proporcional y hay otro impuesto a la propiedad basado en la concepción inglesa. Los actuales impuestos redujeron considerablemente la antigua ganancia de los propietarios.

Las lencerías presentan un inmejorable aspecto y sus dueños pertenecen a todas las nacionalidades. Están muy bien iluminadas y, aunque no igualan el esplendor de las lencerías de Londres, pueden ser equiparadas a las de nuestras ciudades interiores. Permanecen abiertas hasta las 9 o 10 de la noche. Se ha dicho que los habitantes de Buenos Aires son perezosos: los lenceros, por lo menos, no merecen tal calificativo.

Casi todos los tenderos son jóvenes que parecen haber aprendido las persuasivas artimañas de sus colegas londinenses. Influyen sobre las hermosas compradoras logrando que gasten dinero, lo cual trae como consecuencia rezongos de esposos y mamas, berrinches y ceños fruncidos que duran una semana. Estos caballeros de las tiendas son responsables de muchas rencillas domésticas.

Cualquier pieza de ropa puede ser comprada en las tiendas al por menor: sacos, chalecos, pantalones, etc., cuelgan en el frontispicio como en Mommouth Street. Mr. Niblett fue el primer inglés que abrió una tienda de este tipo. Muchos ingleses hacen traer la ropa de Inglaterra, pero el traslado y los gastos accesorios las vuelven tan caras como las compradas aquí.

Hay varios sastres ingleses cuyo corte es bastante bueno si se considera que no tienen oficiales de la misma nacionalidad. Estos trajes no logran el exquisito toque londinense.

Un saco se vende a $ 20; unos pantalones a $ 12; el resto proporcionalmente. Hay también muchísimos sastres criollos y de otras nacionalidades.

Existen en Buenos Aires fábricas de sombreros: una de ellas, la de Varangot, mantiene activo comercio y sombreros de buena calidad pueden obtenerse por 7 u 8 $. Son bastante superiores a los sombreros ingleses de segunda categoría; por desgracia, en cuanto se anuncia el tiempo lluvioso hacen de barómetros perfectos porque se ablandan completamente. Entre los sombreros importados se prefieren los ingleses, pero los altos impuestos favorecen la venta de los de inferior calidad. Pueden conseguirse excelentes sombreros de fabricación extranjera a 10 o 12 $ —precio que permite una venta fácil—. Los franceses también importan este artículo, cuya calidad es muy inferior a la inglesa.

Los artículos ingleses manufacturados son baratos y abunda la mercadería, por lo que temo que los aventureros no logren ya ningún provecho. He comprado calcetines ingleses a un precio más bajo que en Londres, y guantes de cuero (de buena calidad) por un peso. La ropa blanca es más barata que en Inglaterra. He comprado excelentes corbatines de algodón por un precio equivalente a diez peniques. En verano las camisas de algodón obtienen la preferencia. Monturas y riendas inglesas se importan en gran cantidad. Les devolvemos de esta manera sus propios cueros, convertidos por nuestra industria en artículos escogidos. Muchas talabarterías pertenecen a ingleses; lo mismo ocurre con las relojerías.

Se importan de Inglaterra, cuchillos, tenedores y tijeras, y pueden obtenerse a un precio muy reducido; otro tanto ocurre con los muebles: mesas, sillas, etc. Los norteamericanos traen grandes cantidades de estos últimos artículos. Los chales de la India y otros artículos procedentes del Asia son muy estimados.

Efectos de escritorio llegan de todas partes: papel de escribir procedente de Gibraltar y los puertos mediterráneos que me parece de mejor calidad que el nuestro o, por lo menos, más agradable para escribir. Hay numerosas barberías. En las pulperías o tabernas se vende toda clase de artículos; son, en realidad, verdaderos bazares.

Las pastelerías dejan mucho que desear, tanto en su aspecto como en la calidad de sus productos. No se ven aquí bollos calientes y pastelillos de fruta por las mañanas, ni pasteles baratos que puedan ser comprados por los chicos en la calle. Los dulces están a la orden del día. Una repostería de tipo inglés tendría mucho éxito con sus bollos calientes por la mañana; ninguno de estos lujos es conocido aquí.

Me parece que un pintor retratista encontraría mucho ambiente en Buenos Aires; de todos modos, dispondría de un lindo campo de estudio. Un artista inglés, llamado Hervé, practicó algunos meses pero debió abandonar el país por enfermedad.

Más de una vez he pensado que un Monte Pío tendría éxito en esta ciudad. Cualquier tendero o persona adinerada actúa de prestamista, y personas respetables no vacilan en enviar cucharas de plata y mates valiosos para obtener dinero en casos de emergencia. No conozco la tasa del interés, pero lo sospecho usurario. La pobreza no es bien mirada en Inglaterra, pero aquí no teme darse a conocer. Tal es mi delicadeza en todo lo que atañe al dinero que preferiría estar en situación de acudir a los usureros ingleses antes que soportar la publicidad dada aquí a estas miserias.

Un inglés ha realizado recientemente una especulación que importó una considerable suma de dinero para obtener el privilegio de llevar ganado a las Islas Malvinas —quedando estipulado que sería el único propietario durante varios años—. Ha llevado a su nueva soberanía una pequeña colonia compuesta de paisanos, sirvientes, etc.; las posibilidades de éxito son escasas. Buenos Aires pretende la jurisdicción de estas islas, pero sus pretensiones no darán lugar a una disputa como la de 1770. El viaje desde Buenos Aires se hace en catorce días.

En el año 1822 la plata era tan escasa que resultaba imposible obtener cambio de un doblón sin pagar una cantidad suplementaria. Se atribuyó a los extranjeros la culpa de este estado de cosas. Para remediar el mal fueron emitidos billetes menores y, poco tiempo después, llegó una partida de monedas de cobre procedente de Inglaterra. El papel moneda y el cobre despertaron los temores y la burla de la población. No obstante, las ventajas comerciales del papel moneda no tardaron en hacerse sentir. En tiempos anteriores a la emisión se hacía necesario alquilar un mozo de cordel para trasladar cien pesos, y para cantidades elevadas un carro era de rigor. Contar miles de pesos en reales y medio reales era tarea larga y penosa, así como la búsqueda de la moneda falsa: a menudo se empleaban horas y días en tales faenas. Los contadores ya no son sometidos al tormento de contar pilas de monedas de plata. Los sábados tienen lugar los balances generales.

Los billetes impresos en Inglaterra van de $ 5 a 1.000 y son garantizados por el Gobierno y el Banco. El pueblo ya no mira con hostilidad el papel moneda y empieza a comprender que el oro y la plata no siempre acreditan la riqueza de una nación.3

Además de los billetes arriba mencionados está el doblón de $ 17; el medio, cuarto y semi-cuarto doblón; el peso, medio peso y cuarto peso; reales, medios reales y cuartillos. Los pesos fuertes son escasos, pues se destinan al pago de deudas en el extranjero.

Para enviar dinero al exterior se ha hecho obligatorio un impuesto del 2 %. Como el impuesto es insignificante, el fraude es también poco frecuente —no así en épocas anteriores—. Sin embargo, los pagos en mercaderías son preferidos cuando éstas pueden obtenerse sin perjuicio, pero suelen ser a veces tan escasas y caras que la compra resulta ruinosa.

El cambio usual en estos tres últimos años ha sido de 45 peniques el peso español.

El Banco de Buenos Aires —el primero de la provincia— fue fundado en 1822. Tiene un capital de $ 1.000.000 en 1.000 acciones de $ 1.000 cada una. Hay diez directores: seis criollos y cuatro ingleses. El establecimiento ha funcionado muy bien hasta ahora. Las acciones se elevaron a 170 de la par, pero rápidamente declinaron 90 y 100, niveles que parecen estacionarios. El último dividendo dio un 30 % de interés.

Con motivo de la fundación de un Banco Nacional hubo cierta alarma entre los dueños de bancos particulares: numerosas controversias periodísticas tuvieron lugar en la ocasión. El ambiente está ahora más tranquilo.

Los capitales del gobierno de Buenos Aires han experimentado un considerable ascenso (de 28 a 100). Los alcistas llevan todo por delante y los bajistas han tenido que pagar buenas cantidades. ¿Quién sabe si no podrá establecerse una Bolsa de Comercio dentro de unos pocos años? Grandes sumas de dinero han sido invertidas en los fondos públicos de Buenos Aires y, en atención al interés que demuestran todas las clases sociales por la especulación, es probable que personas irresponsables se confundan con las solventes. Cualquier almacenero tiene hoy invertido su pequeño capital y en un mercado tan reducido la situación presenta serios peligros.

El gobierno manifiesta la laudable intención de contribuir al desarrollo de la educación, fomenta la creación de escuelas de acuerdo al sistema lancasteriano, y los numerosos establecimientos de pupilaje con que cuenta la ciudad hacen honor a sus habitantes.

El Colegio cuenta con ciento veinticinco alumnos, entre quince, diez y seis y diez y siete años de edad. En sus paseos visten uniforme negro con una cinta azul en la casaca. Su comportamiento es superior al de los muchachos de nuestras escuelas públicas: un extraño puede mezclarse a ellos sin temor a tener que soportar las insolentes pullas y dicharachos tan comunes entre los estudiantes ingleses, y que obligan a las personas a evitar el encuentro con uno de esos grupos.

En el Colegio de Buenos Aires se instruye a los pupilos en todas las ramas de la cultura clásica.

No poseen, verdad es, la ventaja de ser enseñados por nuestros profesores de Oxford, Cambridge, Eton, Westminster y los demás colegios, quienes no solamente constituyen un motivo de orgullo para sus compatriotas sino que honran la especie humana en general. Algunos alumnos han demostrado poseer un gran talento. Un joven descendiente de la familia de Belgrano, Manuel, escribió una comedia inspirada en La virgen del sol que obtuvo bastante éxito al ser representada. Dicho joven adquirió también algunos conocimientos de inglés y actualmente desempeña un cargo en las oficinas del Consulado Británico.

En la iglesia de la Merced, 50 jóvenes se dedican al estudio de la teología.

Entre los numerosos colegios existe uno dirigido por una señora inglesa, Mrs. Hyne, que disfruta del favor del público; cuenta con setenta alumnos a los que se les enseña con otras cosas indispensables el idioma inglés. Si se juzga por la ansiedad que tienen los padres de enseñar a sus hijos nuestra lengua, la próxima generación resultará totalmente anglicanizada. Colocando a los pequeños bajo la tutela de una dama protestante han demostrado no tener miras tan estrechas como yo suponía, pues no creen que su religión sufrirá por ello. Uno de los jóvenes alumnos conversó el otro día conmigo en buen inglés, aprendido en poco tiempo.

Una buena cantidad de caballeros nativos escriben y hablan el inglés con corrección. Don Manuel de Sarratea, que ha sido gobernador de la provincia y residió varios años en Londres como ministro, domina el idioma y es hombre de talento. Es muy atento con los ingleses, quienes lo respetan y estiman mucho. Otro ejemplo notable es D. Manuel Riglos; este caballero ha visitado Gran Bretaña y habla el inglés con tan leve acento extranjero que cuando me fue presentado creí conversar con un compatriota; sus maneras son muy simpáticas y es sumamente amable. Algunos jóvenes han adquirido por sí mismos nociones del idioma; otros muestran gran deseo de aprenderlo. En las escuelas públicas es hoy el inglés una asignatura de rigor, y dado el continuo intercambio que tienen criollos con ingleses, norteamericanos y otras personas que hablan inglés, la conveniencia de aprenderlo será cada día más patente.

En lo que se refiere a negocios, el inglés les resultará más conveniente que el francés.

Los viejos prejuicios decaen rápidamente: los sudamericanos, y aun los españoles, ya no nos miran como renegados, herejes y abandonados de Dios. Hace veinte años que Inglaterra y sus hijos eran tan conocidos y comprendidos por los criollos como es hoy conocido el interior del imperio Chino por el resto del mundo.

Durante muchos años se inculcó en el espíritu de los españoles la animosidad contra nosotros y nuestra patria, y no es extraño que se hayan conservado restos de los antiguos odios. Sus mejores poetas nos han insultado: recuerdo haber oído en Buenos Aires la parte de una popular balada de Lope de Vega que dice así:


"My brother Don John to England's gone

To kill the Drake, the Queen to take,

And the heretics all to destroy:

And he shall bring you a Protestant maid

to be your slave, &c.". 4


Es por demás grato observar que los criollos que han estado en Inglaterra muestran hacia nosotros mucho afecto. En el Colegio de Stonyhurst, próximo a Liverpool, reciben educación varios jóvenes porteños. El Gobierno Británico merece alabanza por el reglamento impuesto a este Colegio, desatendiendo las quejas de nuestros propios católicos que se lamentan de no tener lugar donde educar a sus hijos, pues en el colegio se da preferencia a los muchachos extranjeros. Esta es una mira estrecha, porque se debe pensar que los muchachos se sentirán ligados al país en que recibieron sus primeras impresiones. Antes que contaminar a los ingleses con su catolicismo, 5 puede darse el caso de que ellos se conviertan al protestantismo.

Dará a los extranjeros una oportunidad de observar directamente las instituciones liberales de nuestra patria y las ventajas de su sistema liberal de gobierno.

La educación de las mujeres es muy deficiente: saber leer y escribir, aprender música y baile, es todo lo que se exige. En estas últimas artes hay alumnas entusiastas y aventajadas; el estudio de idiomas o la lectura de buenos libros no son considerados necesarios. Se dice que a los maridos españoles no les agradan las marisabidillas: porque como sus mujeres suelen tener mucho talento natural, esto las llevaría a otros estudios más abstrusos.

Si las criollas no son muy cultas, en cambio poseen una indescriptible suavidad de modales, libre de afectación, que da confianza a los extranjeros tímidos y causa placer a todos quienes tienen la felicidad de tratarlas. Rara vez se dirigen a una persona sin la sonrisa en los labios, escuchan atentamente y sin la distraída indiferencia que he observado en otros ambientes.

Día llegará en que América del Sur pueda presentar sus Mesdames de Staël al mundo. Otra "Corina" conducirá a su amado por la escena meridional, los altos Andes coronados de nieve y el Cuzco imperial, con tanto ardor como su rival italiana. Por el momento, los naturales talentos de la mujer permanecen en la sombra por falta de cultivo.

Las cartas entre mujeres son muy efusivas. Tuve oportunidad de leer una que decía así: — ¡"Adiós, idolatrada y adorada amiga mía! Recibe el corazón de tu devota, constante, fiel, etc.". Pese a este fervor nunca me he enterado de que tuviera lugar una de esas vinculaciones amorosas que tan trágicamente terminan entre nosotros. ¿Es que el corazón femenino es tan tierno en estas latitudes que no puede admitir la muerte del amado? ¿O es que se han convencido de que "los hombres mueren y los gusanos se los comen, aunque no por amor", y, por consiguiente, ponen en duda la sinceridad de las protestas masculinas? ¡Ay! Me temo que en la amable ciudad de Buenos Aires sea posible encontrar muchas Violas y Rosalindas, pero no muchas Julietas. En cuanto al otro sexo, los Werthers brillan por su ausencia.

El idioma español es, sin duda, delicioso; sus sonidos traen reminiscencias de los caballerescos días de D. Guzmán y D. Antonio. Me gustaría que el estudio de este idioma se popularizara en Inglaterra, como en los días de la gran Isabel, en vez del trivial francés. Dadas las transformaciones políticas del orbe hispánico, este conocimiento sería muy útil para nuestras futuras negociaciones con América del Sur.

Una obra publicada en castellano en Londres por Mr. Ackerman, con láminas, llamada Variedades y Mensajero de Londres, obtiene aquí muchos compradores; se publica trimestralmente y hace honor a su autor. Esta publicación dará a los sudamericanos una excelente idea de Gran Bretaña y de Europa en general: contiene artículos de los mejores autores.6

Los periódicos publicados en Buenos Aires son El Argos, Teatro de la opinión. El Republicano y el Registro Oficial. Había un periódico dominical llamado El Centinela, que ha cesado de aparecer, por razones desconocidas para mí, pues estaba muy bien dirigido. Existe una relativa libertad de prensa: la libertad de la prensa inglesa sería peligrosa aquí.

La Gaceta Mercantil, editada por Mr. Hallet, un caballero norteamericano, es muy útil: tiene toda clase de informaciones comerciales. Un periódico del mismo tipo, El Diario dirigido por un portugués, se fundió por falta de venta.

Numerosas publicaciones efímeras aparecen de cuando en cuando, "pasando por la escena del mundo sin dejar rastros".

En el almanaque de 1824 hay una selección de retruécanos y chistes ingleses para divertir a los porteños, dándoles una muestra del gracejo popular británico.

Las imprentas" son espaciosas y contienen todo Jo indispensable. Un impresor inglés, Mr. Cook, está empleado en uno de estos establecimientos, y se dice que su capacidad es de primer orden.