Buenos Aires en el centenario /1810-1834
Guerra en el Litoral
 
 
Sumario: Las disgregaciones provinciales: el Interior y el Litoral. — Ramírez y Artigas: Combates entre ambos y destrucción del último. — Supremacía de Ramírez: Propósitos que perseguía. — Ramírez y la ocupación portuguesa de la Provincia Oriental: circular de Ramírez a las provincias invitándolas a armarse contra Buenos Aires. — Renuncia a su primitivo plan de invadir Misiones y se prepara a venir contra Santa Fe. Fracaso de la expedición del gobernador Rodríguez contra los indios. — Arreglos que con éstos verifica Don Francisco Ramos Mexía. — Inconsultas medidas del gobernador Rodríguez contra los indios reducidos. Combate de Arazá ganado por Rozas y Arévalo; el gobernador Rodríguez se interna en el desierto: su retirada desastrosa a la capital. — Medidas del gobernador Rodríguez para repeler la guerra que traía el general Ramírez. — Fuerzas que destaca para que operen de acuerdo con el gobernador López. — Invasión de Ramírez a Santa Fe. — El coronel Mansilla ataca la ciudad de Santa Fe y se apodera de las baterías de la costa: comedia de Mansilla para retirarse y no pelear contra su provincia natal de Buenos Aires. Por qué eran justificadas las consideraciones de carácter militar que adujo para retirarse. Ramírez se propone caer sobre Lamadrid: instrucciones que éste llevaba. — Lamadrid, de acuerdo con López, sorprende a Ramírez: Ramírez, después de vencido, resulta vencedor por su proeza singular. — Ramírez avanza sobre López: derrotado, se retira a Córdoba. —Intima rendición al gobernador Bustos: los ejércitos de las tres provincias en combinación para destruir a Ramírez: es destruido en San Francisco. — La poética muerte de Ramírez.


En el transcurso del año XX iniciase desde Salta hasta Buenos Aires un nuevo plan de reconstrucción política a base de las disgregaciones provinciales, erigidas en entidades autónomas en razón de la tendencia dominante, aunque sometidas a las duras exigencias de una época embrionaria. Las provincias del Interior, de Cuyo y del Norte siguieron la evolución del tiempo sin perder jamás de vista el pensamiento supremo de la unidad nacional, a cuyo servicio estaban, entre otros, los generales Martín Güemes y Juan Bautista Bustos, que eran por entonces los dos hombres más prestigiosos del interior argentino. En los mismos rumbos, bien que en la imposibilidad de seguirlos, encontrabas la parte del Litoral sometida a la dominación exclusiva del general Artigas. Desalojado de la Provincia Oriental por los portugueses, Artigas se había replegado a buena distancia de su enemigo, y con procedimientos severísimos reunía las milicias de Entre Ríos, Corrientes y Misiones para seguir la guerra por su cuenta, y como Protector de los pueblos libres, según se titulaba.

Por este motivo, el general Ramírez abandonó precipitadamente Buenos Aires, dejando al general López que se entendiese con los federales de esta provincia, y se dirigió a Entre Ríos en Febrero de 1820. Es lo cierto que Ramírez, con más ingenuidad que talento, ambicionaba para sí un renombre histórico que esperaba crearse sacudiendo el predominio del soberbio protector. Artigas le presentó la oportunidad. Sobre la marcha le dirigió a Ramírez un oficio en el que le increpaba haber firmado sin su consentimiento la convención del Pilar, la cual, según él, no tenía más objeto que «confabularse con los portugueses para destruir la obra de los pueblos, y traicionar al jefe superior que éstos se han dado»; y le anunciaba, en consecuencia, que «corría a salvar a Entre Ríos y a los pueblos de su mando», dispuesto a reducirlo si no le daba pruebas de sumisión a su autoridad. Ramírez desconoció la autoridad que Artigas invocaba; defirió las pretensiones del caudillo a la próxima reunión del Congreso General Argentino; le intimó que desalojase con sus fuerzas la provincia de Entre Ríos y se puso en marcha sobre él (1). A mediados del mes de Junio de 1820 se encontraron ambos en las Huachas. Artigas quedó vencedor. Ramírez se replegó al Paraná. Allí se le presentó Artigas pocos días después al frente de tres mil hombres de caballería que había sacado de Corrientes y de los pueblos de la costa del Uruguay. Ramírez tenía solamente mil soldados de caballería y doscientos infantes con cuatro cañones que acababan de incorporársele, al mando del comandante don Lucio Mansilla. «En este encuentro, dice el mismo Mansilla, volvió caras el ala derecha de Ramírez: entonces ordené una descarga diagonal de infantería, por filas, y otra general de mi artillería. Así contuve al enemigo y pudo volver a la pelea nuestra ala derecha. Inmediatamente cargué de frente en cuadro hasta una loma, seguido de la caballería de Ramírez, que acabó de dispersar la de Artigas, persiguiéndola más de diez leguas» (2). Seguido de cerca hasta Corrientes, Artigas se vio obligado a pedir un asilo al dictador del Paraguay don Gaspar Francia, quien lo confinó a la villa de Curuguatí.

Así fue como Ramírez reunió en su persona el mando militar que había ejercido Artigas desde el año 1811 sobre los territorios situados entre los ríos Paraná y Uruguay. Dueño de los recursos militares del litoral y de la escuadrilla de Artigas, que él unió a la que obtuvo de Buenos Aires por el tratado del Pilar, Ramírez se dio el título de jefe supremo de Entre Ríos y se preparó a ejercitar la supremacía que creía le asignaban los sucesos. Para esto se propuso desalojar de Santa Fe al general López, colocando allí un hombre que le respondiese; imponerse en seguida a Buenos Aires; reunir todos los recursos del litoral, poniéndose a la cabeza de un grande ejército para arrojar de la provincia del Uruguay a los portugueses e instalar prepotente y victorioso el Congreso Federal Republicano Argentino. Don Manuel de Sarratea, a quien consideraba, y el doctor don Pedro José Agrelo, cuyas audacias deslumbradoras encontraban asidero en su espíritu impresionable y entusiasta, le hicieron llegar la forma práctica de iniciar esos sus propósitos, simplificando los términos en presencia del último tratado de paz y alianza entre Santa Fe y Buenos Aires. En tal virtud, Ramírez dirigió al gobernador de Buenos Aires una nota amenazadora en la que condenaba la conducta prescindente de éste en los asuntos de Montevideo, al favor de la cual, decía, los portugueses habían ocupado esta provincia, y en la que declaraba que él contendría al extranjero contando con que Buenos Aires cooperaría con sus recursos al mejor logro de este fin (3).

Cuando esta comunicación llegó a Buenos Aires, ni a Rodríguez ni a López se les podía ocultar que Ramírez hacía grandes preparativos militares y grandes arreados de caballos y de vacas en Corrientes y Entre Ríos, y que tales aprestos tenían por objeto destruir a López e imponerse a Buenos Aires. El gobierno delegado de ésta provincia contestó esa nota diciendo que reputaba uno de sus grandes deberes contribuir a arrojar a los portugueses de Montevideo «la parte más preciosa del territorio argentino»; que en este sentido Buenos Aires había hecho todo género de sacrificios, pero que, empeñados actualmente los recursos militares en la expedición contra los indios que acababan de asolar la campaña capitaneados por don José Miguel Carrera (4) y en la expectativa de nuevas agresiones, Buenos Aires no podía empeñarse por si sola en una guerra con el Portugal, con tanta menos razón cuanto que era el congreso próximo a reunirse quien debía resolver tales medidas. Pero este motivo era más especioso que real. La reunión del congreso era un pretexto del que también se había servido Ramírez para contestar la demanda de Artigas en su célebre nota de Mayo de 1820. La verdad es que cuando funcionaba el congreso de las Provincias Unidas, los portugueses habían ocupado militarmente la provincia de Montevideo con la complicidad del Directorio; y que por las mismas consideraciones que primaron en el año 1818, los directorales que gobernaban a Buenos Aires en el año de 1821 no se sentían inclinados a enredarse, a pura pérdida, en una guerra con el Portugal (5). También es cierto que Ramírez, como todos los que en la política guerrera de la época habían actuado contra el Directorio, creía en esa complicidad que había explotado hábilmente para sacar ventajas en el ajuste de los tratados del Pilar. En esa causal fundó la invitación que dirigió a las provincias para que se armasen contra el gobierno de la de Buenos Aires, que comprometía, según él, la independencia nacional. Pero las provincias adhirieron a la política de esta última, respondiéndole a Ramírez que al congreso próximo a reunirse incumbía la resolución de esa y otras cuestiones pendientes (6). A pesar de esta repulsa general, Ramírez renunció a su propósito de invadir las Misiones ocupadas por los portugueses, y llevó sus armas sobre Buenos Aires,expidiendo una proclama en la que decía que iba a «libertar al gran pueblo del sistema exclusivo en que dormía» (7). A este objeto ordenó al gobernador de Santa Fe que reuniese sus fuerzas para incorporársele. Pero éste expidió a la vez otro manifiesto en el que, invocando los tratados con Buenos Aires y Córdoba, en virtud de los cuales cada una de estas provincias se gobernaba por sí misma hasta que el congreso próximo reglase sus relaciones entre sí, declaraba que Santa Fe rechazaba la autoridad tiránica que sin título alguno Ramírez pretendía ejercitar sobre ella.

Cuando estos hechos se producían del lado del Paraná, fracasaba ruidosamente la expedición que el general Rodríguez llevó en persona contra los indios del Sur de Buenos Aires, Hoy, a larga distancia de aquella época, serán pocos los que se formen idea exacta de la importancia que comportaba para gobernantes y gobernados esta cuestión de los indios. Se puede afirmar que, del punto de vista de los intereses materiales, ella fue el problema más arduo y transcendental que se presentó a la atención de los gobiernos de Buenos Aires, durante los largos años en que respectivamente trabajaron para resolverlo el general Rozas, el doctor Adolfo Alsina y el general Julio A. Roca.

El gobernador Rodríguez había encargado de promover arreglos con los indios a don Francisco Ramos Mexía, que desde tiempo atrás poblaba una buena área de campo al sur del río Salado,—siendo él y don José A. Capdevila, don Juan Manuel Ortiz de Rozas, don Joaquín Suárez, don Juan Miguens, don Lorenzo López, don Agustín Lastra, don José Domínguez, don Pedro Burgos, don Mauricio Pizarro, las virtuosas excepciones, los primeros pioneers que en escala más o menos vasta comenzaron a desenvolver en las fértiles llanuras de Buenos Aires la riqueza incalculable que para este país representan las industrias pastoril y agrícola. Movido por cierto misticismo excéntrico que se distinguía por la audacia de sus fervores, Ramos Mexía había transformado en dóciles trabajadores a los indios de los alrededores, al favor de una religión nueva cuyos principios dogmáticos eran el bien por el bien y la igualdad humana, y de la cual religión él era el patriarca venerado (8). Era, además, el único que les había reconocido solemnemente a los indios el derecho a la tierra en que nacieron, comprándoles la que el gobierno les otorgara en propiedad. Fácil le fue, pues, obtener del cacique Negro, de Neukapan y de Ancafilu, seguridades en favor de la paz.

Pero cuando éstas fueron dadas, el gobernador Rodríguez desprendió una columna, la cual apresó a los indios que se encontraban en la estancia de Ramos Mexía y los condujo a Kaquel en clase de prisioneros. Apenas eran puestos en libertad, en virtud de las protestas de Ramos Mexía, otra columna del ejército expedicionario sorprendía y acuchillaba a los indios de la sierra de las márgenes del arroyo Chapeleofu (9). Exasperados los salvajes con estas matanzas que, por otra parte, no obedecían a un plan general de operaciones como los que se pusieron en práctica en años posteriores, reunieron sus fuerzas y trajeron sobre Buenos Aires una de las invasiones más tremendas que se recuerdan, arreando inmensa cantidad de hacienda y llegando hasta veinte leguas de la capital devastándolo todo.

No quedaba por entonces mayor fuerza organizada en la campaña que la división al mando del coronel Rozas, acampada en las inmediaciones del Monte y unos 300 soldados al mando del coronel Arévalo, en los campos de Calleja y expuestos a un contraste semejante al que acababa de sufrir el coronel Lamadrid. Rozas recibió orden de ir a proteger a Arévalo. Ambos jefes reunieron un total de 1000 hombres, con los cuales alcanzaron a los indios en Arazá. Después de un reñido combate quitáronles casi todo el botín que habían arreado y que consistía en cien mil cabezas de ganado. Rozas se replegó en seguida con su división al grueso del ejército del gobernador Rodríguez, quien avanzaba por el Sur del Tandil con el objeto de cortar la retirada a los indios. Pero éstos se alejaron más allá de Salinas Grandes, y el gobernador, que se había internado en el desierto sin llevar los medios necesarios para abastecerse, se vio asaltado por escaseces de todo género que provocaron la desorganización de su ejército. Después de contener el último ataque que le trajeron a su mismo campamento los indios envalentonados, el gobernador inició el 17 de Enero de 1821 una retirada verdaderamente desastrosa por el estado de aniquilamiento a que habían quedado reducidas sus fuerzas (10).

En esos mismos días Ramírez aglomeraba sus fuerzas en la Bajada del Paranápara traer la guerra a Santa Fe y Buenos Aires. El gobernador Rodríguez, sacando energías de las dificultades de la situación, remontó algunos cuerpos que fueron a situarse sobre el Arroyo del Medioen previsión de algún golpe de audacia de Ramírez. Fundado en que la guerra que traía el Supremo de Entre Ríos era «un asalto general a la propiedad en Buenos Aires»; y en que era «un deber del gobierno evitar por cuantos medios estén a su arbitrio, tan horrible plan de devastación y de robo», Rodríguez expidió el Bando de 3 de Marzo de 1821, el cual obligaba a tomar las armas a todos los habitantes de la ciudad, incluso los españoles y extranjeros residentes (11). Como Ramírez dominaba los ríos con los barcos que llevó de Buenos Aires por los tratados del Pilar y con los que pertenecieron a Artigas, Rodríguez creó una escuadrilla que debía operar en el Paraná a las órdenes del general José Matías Zapiola, y ofreció premios y recompensas a los que se presentasen voluntarios a tripular los lanchones y bergantines de que se componía. Simultáneamente con estas medidas, el gobierno de Rodríguez cerró toda comunicación con los puertos de Entre Ríos y reforzó las fuerzas del Arroyo del Medio con algunos escuadrones de milicias al mando de los coroneles Arévalo, Sáenz y Fleitas, confiando el mando de esta división de vanguardia, que debía pasar a Santa Fe, al coronel Gregorio Aráoz de Lamadrid. Otra división de infantería y caballería a las órdenes del general Francisco Cruz, marchaba por el Norte hasta San Pedro; y otra, a las inmediatas del Gobernador, se situaba más afuera de Lujan para acudir donde los sucesos lo requiriesen. Además de estas fuerzas, enviábase auxilios de armas, municiones y dinero para que el gobernador López organizase su ejército en la misma ciudad de Santa Fe (12).

En los primeros días de Mayo (1821), Ramírez, desde su campamento de Punta Gorda, desprendió al comandante don Anacleto Medina con ochenta hombres para que se apoderase del pueblo de Coronda, lo que verificó ese jefe pasando su tropa en canoas y apoderándose en seguida de cuanto caballo encontró para que Ramírez cruzase en seguida el río con su ejército. Rápido y audaz en sus operaciones, Ramírez trasmitió a su hermano don Ricardo López Jordán, a quien había dejado el gobierno de Entre Ríos, orden de que el coronel don Rumualdo García embarcara en la escuadra de Monteverde la infantería y artillería que mandaba el coronel don Lucio Mansilla y se dirigiese a tomar a toda costa la ciudad de Santa Fe. Mientras tanto él invadió esa provincia con una fuerte columna de caballería. A esta noticia Lamadrid se movió del Arroyo del Medio, chocando el 8 de Mayo con una fuerza de Ramírez en el punto de San Lorenzo, pero sin mayores ventajas que las de tomar algunos prisioneros y algunas armas (13). Al amanecer del 13, García y Mansilla atacaron la ciudad de Santa Fe, tomando las baterías que López había levantado en la ribera y desembarcando la artillería e infantería. «Cuando recibí la orden de atacar a Santa Fe, dice el general Lucio Mansilla (14) aclarando en esta narración puntos fundamentales que tienen relación con la pronta terminación de esta guerra y que algunos escritores han apreciado de distinto modo sin llegar ninguno a la verdad histórica (15), reflexioné que si me resistía a ello y me separaba de la tropa que yo mandaba, ésta se desbandaría y quedaría expuesta la ciudad del Paraná a un espantoso saqueo. Formé mi plan y resolví embarcarme para proceder según me lo aconsejaran los sucesos.» Enumera las órdenes que dio personalmente para apoderarse de las baterías mientras García permanecía en la cámara del barco sin disponer nada, y agrega: «García me pidió consejo. Firme en la resolución de no desenvainar mi espada contra Buenos Aires, sin embargo de estar persuadido que cerrando mi columna nada era más fácil que entrar en Santa Fe, y que tomada la ciudad por fuerzas de Ramírez crecería el conflicto en Buenos Aires, contesté a García: El viento es de abajo, la escuadra de Buenos Aires está en viaje; podemos tomar la ciudad, es cierto, pero nos exponemos a perder nuestros buques inferiores en poder, y a ser sitiados, además, por la caballería de López. Que en vista de estas razones y a fin de tener noticias de Ramírez, hiciese una intimación al Cabildo de Santa Fe amenazando entrar en la ciudad si no trataba con Ramírez entretanto que aprovechábamos, los momentos para el logro de nuestro objeto... García y todos los jefes a quienes yo había manifestado el peligro antedicho, me pedían parecer. Entonces vi llegado el momento de salvar la situación de Buenos Aires. Propuse a García hacer una junta de guerra; todos los jefes que asistieron opinaron, menos yo, regresar al Paraná llevando los cañones tomados. Hice grandes fogatas a vanguardia y lo reembarqué todo durante la noche, sin ser sentido por el enemigo. Al siguiente día estábamos en el Paraná; se celebro el hecho de armas y nadie se apercibió del verdadero móvil que me había aconsejado trabajar por nuestra retirada; una vez que Ramírez no había sabido respetar mis reiteradas resistencias a su idea de invadir a mi patria natal».

Las apreciaciones de Mansilla se ajustaban al más exacto cálculo de probabilidades del punto de vista militar. Si él se apoderaba de Santa Fe, López se habría encontrado entre la poderosa masa de caballería de Ramírez y la más respetable fuerza de artillería e infantería —la única— que formaba por entonces entre las combinadas de Buenos Aires, sin contar con que en ellas no figuraba un jefe de la capacidad y pericia del ya glorioso Mansilla, quien siendo Mayor fue recomendado a la Patria por el libertador San Martín en el campo de batalla de Maipo. Por otra parte, los sucesos se encargaron de justificar las consideraciones de Mansilla. Pocos días después apareció frente a Santa Fe la escuadrilla de Buenos Aires. Su jefe, el general Zapiola, ordenó al comandante Rosales que fuese a guardar el Colastine con algunos lanchones; después de varios combates parciales, Rosales el día 26 de Julio batió y apresó los que mandaba Monteverde. Este murió en la acción juntamente con algunos de sus oficiales, quedando así destruido el poder fluvial de Ramírez.

Simultáneamente con la retirada de Mansilla, Ramírez hacía sus preparativos para caer nuevamente sobre Lamadrid, desde el Rosario, donde se encontraba. Cuando supo que López desprendía contra él una división de caballería, salió al encuentro de ésta y la acuchilló, dispersándola. Sobre la marcha se trasladó a Coronda, donde suponía se le incorporaría con alguna fuerza el proscrito chileno don José Miguel Carrera, que acababa de obtener algunas ventajas en Córdoba, cuya campaña había asolado. Pero López marchaba sobre él con sus mejores fuerzas, y al comunicarlo así al gobernador Rodríguez, éste ordenó al coronel Lamadrid que se incorporase a aquel jefe, marchando hacia el sur, retirado de la costa donde se encontraba el Supremo Entrerriano, a fin de no comprometer un combate con este último. Pero Lamadrid, que siempre confió en la pujanza de su valor legendario más de lo que le es permitido a un jefe, que no debe sacrificar a sus soldados sino en muy determinadas ocasiones, y que probablemente pretendió ceñirse él solo el lauro de destruir al famoso caudillo del litoral, a quien todos temían, avanzó, precisamente, hacia la costa al frente de mil quinientos hombres con el propósito de sorprender a Ramírez.

En consecuencia, le comunicó a López que en la noche del 23 de Mayo, a favor de una densa niebla, marchaba a tomar la retaguardia de aquél, por entre los bosques de la costa del Paraná, interponiéndose entre este río y el ejército enemigo; que la señal de haber él ocupado el punto que deseaba y estar listo para cargar en la forma expresada se la daría él mismo con dos cañonazos, y que en este momento cargase López sobre Ramírez por su flanco izquierdo. Lamadrid verificó su marcha sin ser sentido, colocándose a tiro de cañón a la espalda de Ramírez. Tendió su línea colocando a la derecha un escuadrón de húsares y el regimiento numero 6 al mando del coronel Arévalo; a la izquierda dos escuadrones de húsares de Buenos Aires y las milicias de Vilela al mando del coronel Sáenz; en el centro un regimiento santafecino al mando del comándate Ríos y otro de voluntarios a sus inmediatas órdenes. La reserva, compuesta del segundo escuadrón de húsares y otro de milicias al mando del mayor Sayüs. En la seguridad, según sus palabras, de que el general López se hallaba próximo a su flanco derecho, mandaron disparar dos cañonazos a espaldas de la línea de Ramírez y llevó una carga general La sorpresa era tanto más desastrosa cuanto que Lamadrid estaba interpuesto entre Ramírez y los barcos de éste. Pero el valeroso caudillo se agrandaba en la pelea. Con la rapidez del rayo montó en su caballo de guerra, hizo variar el frente (oeste) a sus soldados, blandió su lanza, y enseñando a los suyos las barrancas a retaguardia y el río próximo, les gritó, con la voz querida que exige de todos el prodigio: ¡a la carga que aquí no hay retirada! y se hundió en el entrevero sangriento del combate. Fue formidable, irresistible el empuje de la hueste lanzada a la muerte por el famoso caudillo. Los escuadrones de Lamadrid, momentos antes victoriosos, retrocedieron ante esa avalancha humana que amenazaba aplastarlo todo. Cuando los soldados de Ramírez, rehechos, se golpeaban la boca, invitándolos de nuevo a la pelea, aquéllos volvieron caras dejando al bravo Lamadrid con un grupo con el cual se abrió paso indignado (16).

Sobre la marcha Ramírez se propuso batir a López, al cual se le habían incorporado los regimientos de blandengues y dragones, que salieron en orden del campo de batalla del 24 al mando del coronel Domingo Arévalo. El 26 de Mayo se encontró frente a su enemigo y le tendió su línea confiado en la victoria. López hizo avanzar una parte de su fuerza, ocultando el grueso de ellas con el objeto de lanzarlas oportunamente sobre un terreno desventajoso para el jefeentrerriano, como lo consiguió. Las tropas de Ramírez se dejaron conducir por las primeras ventajas, y no pudiendo contener, en el momento decisivo, el empuje de los dragones y de los blandengues de Arévalo, que era la mejor caballería de López y que entraban de refresco, tuvieron que ceder el terreno, después de entreveros repetidos en que oficiales y soldados peleaban con un encarnizamiento digno de mejor causa. Ramírez se retiró camino de Córdoba con sus soldados en orden, en compañía de un fraile que le servía de secretario y de una lindísima mujer que lo acompañaba siempre en los combates (17). Siguió camino de Córdoba. Proponíase engrosar su fuerza con la de Carrera; Y una vez que lo verificó, el 7 de Junio, resolvió batiralgobernador de esa provincia don Juan B. Bustos y esperar con mayores recursos el ejército de Santa Fe y Buenos Aires que venía sobre él. El día 13 intimó la rendición a Bustos, que estaba fortificado en la Cruz Alta. El 16 lo atacó en sus posiciones, pero fue rechazado y se retiró al Fraile Muerto. Ahí se le separó Carrera y él se dirigió al norte con rumbo a Entre Ríos. La estrella del indomable caudillo no le alumbraba, como en mejores días, victorias singulares. La incorporación de López y Lamadrid con Bustos le cerraba todos los caminos. López marchó en dirección al Tío, y simultáneamente salió de Córdoba una división bien montada al mando del gobernador delegado Bedoya y comandante dorrego. Después de una persecución tenaz, dorrego alcanzó a Ramírez el día 10 de Julio a inmediaciones del río Seco (San Francisco) donde lo destrozó completamente (18).

Ramírez pudo escapar seguido de unos pocos soldados y de su amada doña Delfina, cuyos encantos templaban todavía la fibra del indomable caudillo en la caída de esa tarde precursora de su próxima muerte. El caballo de la amazona flaqueó; una partida de santafecinos le dio alcance y quiso despojarla de sus prendas. El generoso caudillo volvió grupas y blandió su lanza para salvar a su querida. Pero al obtener esta ultima victoria, en ofrenda de su amor, ya que no de su poderío, que había concluido, recibió un pistoletazo en el pecho. Ramírez se echó sobre su caballo lanzado a la carrera y cayó al suelo cuando su vida se extinguió. Un oficial santafecino le mandó cortar la cabeza para que fuese presentada como un trofeo al gobernador López. Este la remitió al Cabildo de Santa Fe, con orden de que la colocasen en la matriz encerrada en una jaula de hierro... El gobernador de Buenos Aires obtuvo de López que se le hiciese dar sepultura en el cementerio de la Merced (19). Así murió el que, ante el rigorismo de la verdad histórica, puede llamarse iniciador esforzado de la federación argentina.