Buenos Aires en el centenario /1810-1834
La reconstrucción política (1821—1823)
 
 
Sumario: Prospecto político después de la muerte de Ramírez. — El gobierno orgánico del general Rodríguez. — El ministerio: don Bernardino Rivadavia. — Desenvolvimiento del régimen representativo: iniciativas trascendentales de Rivadavia. — El doctor Manuel José García: innovaciones en la Administración; reforma económica. — Memorables mensajes sobre derechos y garantías de los ciudadanos. — Mejoramientos materiales. — Educación común y enseñanza superior.— La mujer asociada a la cosa pública: la Sociedad de Beneficencia. — La reforma eclesiástica. — Rivadavia ante los adversarios de la reforma: verdaderos propósitos de la reforma. — Notable rol de la prensa de entonces.—Don Juan de la Cruz Varela: cómo divulga los principios de la reforma. — Las fuerzas reaccionarias. — Fray Francisco de Paula Castañeda. — Batería de periódicos del Padre: Castañeda y Varela. —La poética de ambos escritores. — Cómo se agranda el Padre en la lucha. — El combate postrero: forma en que el Padre encuadra su pensamiento para desbaratar la reforma. — Los opositores al gobierno y a la reforma adoptan el plan del Padre Castañeda. — La conjuración del año 1822: la conjuración Tagle: filiación política de los elementos que en la conjuración intervinieron. — La noche del 19 de Marzo: santo y seña de la conjuración. — El combate en la plaza de la Victoria: derrota y dispersión de los conjurados.— Extremadas medidas de rigor del delegado Rivadavia: Acuerdo poniendo a precio la cabeza del doctor Tagle y de los principales conjurados. — El destierro que sufrió el coronel Dorrego y la comisión que le dio el gobierno de batir y destruir los grupos que encontrare en la campaña. — Los fusilamientos y los condenados a las últimas penas. — El coronel Dorrego apresa al doctor Tagle, condenado a muerte, y lo embarca para el exterior: las ironíasdel destino...


Con la vida del general Ramírez se apagaron en el litoral los ecos de la borrasca del año XX, si bien quedó latiendo en el seno de la patria común la idea fundamental que por el esfuerzo de aquel generoso caudillo había sido consignada en el Tratado del Pilar, y que por la virtualidad de los hechos sería ratificada en el Pacto del año de 1813 hasta recibir consagración definitiva en la Constitución federo-nacional que rige a la República Argentina. Restablecido el orden en Buenos Aires, cuando el cansancio de la lucha intestina abatía los brazos y hacía pensar en mejores días que aproximasen a los bienes y a los progresos proclamados por la revolución del año X, el gobierno que presidía el general don Martín Rodríguez pudo dedicarse a la obra de la reconstrucción política llamando con altura y patriotismo a las energías y mejores conatos de todos los ciudadanos.

Una de sus primeras medidas fue la de manifestar a la Junta de Representantes la necesidad de separar las secretarías de Gobierno y de Hacienda. Los representantes que, o compartían por completo de las miras amplias del Gobernador, o se avenían con ellas porque estaban frescos todavía los excesos de la política tumultuaria en que de cerca o de lejos habían intervenido, dieron el acuerdo solicitado y con tal motivo dejaron sentados dos principios que, a partir de ese día, quedaron incorporados a las leyes y a las prácticas de la provincia de Buenos Aires. La Junta de Representantes resolvió «declarar responsables del puntual y acertado desempeño de su respectivo departamento a los individuos que sirvan las secretarías de Gobierno, Hacienda y Guerra; como también que éstos «puedan concurrir a la sala de sesiones de esta honorable Junta cuando y cada vez que lo consideren conveniente para ilustrar e ilustrarse sobre los negocios de interés público de que están encargados» (1).

El gobernador Rodríguez tuvo el raro tino de llevar a la secretaría de Gobierno a don Bernardino Rivadavia y a la de Hacienda al doctor Manuel José García, dos ciudadanos eminentes cuyo recuerdo y fama viven con justicia en la posteridad. Rivadavia era un hombre dotado de las cualidades requeridas para presidir un país de hombres libres o que aspirasen a serlo, respetando en los demás el propio fundamento de su bien, y que arrancó a sus ideales este axioma que la política especulativa conceptúa todavía como un problema: el mejor gobierno es aquel que administra tanto más cuanto menos gobierna. Estadista de vistas profundas pero con más corazón que cabeza para confiar, como confiaba, en que los demás participarían de sus principios progresistas: alma virtuosa a la cual sólo agitaron las palpitaciones de la Patria por el eco de los intereses más caros; del desorden que se debía contener; de la reforma que se debería atacar; de los beneficios de la libertad a que ya tenía derecho el país que los había proclamado y sembrado en toda tierra de América donde clavó sus banderas victoriosas: incorruptible y severo en todos los actos de su vida pública: orgulloso de la autoridad que investía, no tanto por cierta predisposición a creerse destinado a ejercitarla, cuanto por rodearla de prestigios grandiosos; fuerte contra ese seductor inconstante que se llama el favor popular, quizás porque confiaba en el favor más elevado que le acordaría la posteridad, Rivadavia dedicó sus afanes a introducir y generalizar los medios de practicar las instituciones libres, demoliendo los obstáculos que contra ellas mantenía todavía la educación del coloniaje; llevando la luz de la reforma al corazón de la sociedad; dirigiendo todos los resortes de la administración al objetivo que se había trazado, y estimulando a los órganos legítimos del pueblo para que hicieran suya esta revolución fundamental en las ideas, en las costumbres, en las cosas.

Sinceramente persuadido de la conveniencia de cimentar esta nueva evolución orgánica sobre bases distintas de las que determinaba el Tratado del Pilar, solicitó y obtuvo que se defiriese la reunión del Congreso Argentino retirando los diputados de Buenos Aires que se hallaban en Córdoba (2).

Desde luego, Rivadavia se apoderó de los resortes del Gobierno para incrustar a éste, por decirlo así, su pensamiento y su acción eficientes. Por la primera vez en Buenos Aires y en la República, empezó a desenvolverse el régimen representativo bajo formas regulares y orgánicas. Por su iniciativa se dobló el número de los representantes del pueblo y se estableció que serían elegidos directamente por sufragio universal (3). El Poder Ejecutivo declaró innecesario las facultades extraordinarias que se confiaba por entonces a los gobernantes, y se sometió en todos sus actos al contralor del poder legislativo, el cual reasumió las atribuciones inherentes a la soberanía de la Provincia que investía. Se organizó el poder judicial independiente, dentro de la órbita de las responsabilidades expresas de los magistrados superiores e inferiores. El Poder Ejecutivo se impuso la obligación de dar cuenta anualmente del estado de la administración y de las rentas invertidas con arreglo a las leyes de presupuesto e impuestos, las cuales debía votar el poder legislativo.

Rodríguez y Rivadavia tuvieron un eximio colaborador en el Ministro de Hacienda doctor don Manuel José García. A sus nutridos talentos y a su preparación poco común, García unía un espíritu organizador, metódico y severo. Como estadista es uno de los más cuadrados que ha producido la República Argentina desde que nació a la vida independiente; y como pensador es uno de los que, con perfiles más acentuados, ha dejado su obra trascendental en disposiciones civiles, políticas y constitucionales incorpora das actualmente en las practicas y en las leyes fundamentales. Por iniciativa de este hombre superior se crea Contaduría, la tesorería y la receptoría, que dependían hasta entonces del extinguido Tribunal de Cuentas; se fundó la institución del crédito publico y la caja de amortización, afectando a ésta las rentas de la Provincia; se levantó y aumentó la hacienda publica administrando con severa economía los caudales fiscales y creando recursos legítimos y moderados; se abolió los pechos y contribuciones forzosas; se sancionó la ley de contribución sobre la renta y otros impuestos derivados de condignos servicios públicos; sé organizó la administración de las aduanas; se favoreció el comercio de importación por los medios que aconseja una prudente y sabia economía, y quedó establecida la más amplia publicidad de los actos gubernativos en forma que el pueblo juzgara de ellos diariamente.

Cuando tales medidas permitieron a los poderes públicos desenvolverse regular y ampliamente, Rivadavia elevó a la Junta de Representantes los mensajes sobre inviolabilidad de la propiedad, sobre seguridad individual y sobre libertad de imprenta, hermosas fórmulas consignadas en las anteriores constituciones del año 1811, 15, 17 y 19 que vivieron la vida de los lirios, pero que en 1822 comenzaron a traducirse en verdades prácticas al favor del espíritu liberal y humanitario que informaba la mente y la acción del gobierno de Buenos Aires. A poco elevó el proyecto de ley de olvido con un mensaje en el que se leen estas palabras: «Para gozar del fruto de los sacrificios hechos en la guerra de la Independencia, es preciso olvidar; no acordarse más ni de las ingratitudes, ni de los errores, ni de las debilidades que han degradado a los hombres o afligido a los pueblos en esa empresa grandiosa». Esta ley atrajo a Buenos Aires a los que estuvieron alejados por las contiendas civiles y a quienes les fue dado vincular su esfuerzo a la labor reparadora y fecunda que se iniciaba.

La acción gubernativa de Rivadavia abarcó todos los progresos y quedó impresa en todas las cosas. él promovió los mayores adelantos materiales de que el país era susceptible, como construir un puerto en la Ensenada (4); surtir a la ciudad de aguas corrientes y levantar cuatro ciudades en la costa; todo esto por medio de un empréstito que fue el primero que tomó Buenos Aires en los mercados europeos. Mejoró las vías de comunicación; proyectó la ley para introducir en el país familias extranjeras; creo bajo su vigilancia una junta de los hacendados más capaces, como Suárez, Rozas, Capdevila, Miguens, Lastra, para fomentar la agricultura e industrias de la campaña; organizó los correos, las postas, la policía urbana, rural y marítima; creó la junta especial para la administración de la vacuna, los mercados de abasto, el Registro Oficial; redujo el ejército y propuso la ley de retiro; reunió todos los archivos en una misma repartición, y con la creación del Registro Estadístico dio el primer impulso a esta ciencia que regla el progreso de las naciones.

Como si quisiese ganar al tiempo progresos y adelantamientos que no se perderían cualesquiera que fuesen las reacciones que se operasen, Rivadavia atacaba simultáneamente el mejoramiento moral y social, llamando a sí todas las fuerzas activas de una comunidad que, aunque relativamente diminuta, atrajo desde entonces las miradas de la América. «La instrucción es el secreto del engrandecimiento y prosperidad de las naciones», y sobre esta máxima sencilla fundó en Buenos Aires ese quinto poder de las democracias que se llama el de la educación común, poniendo la escuela al alcance de la masa del pueblo que no prospera sino cuando hay manos que la levanten. Infatigable en esta parte culminante de su obra, hizo llegar la educación a todos los puntos de la provincia, y con arreglo a los métodos más adelantados para ir ganando prosélitos de la idea civilizadora que lo preocupaba sin cesar. Y ascendiendo en la gradación de las necesidades y de los conocimientos, fundó escuelas superiores, hizo construir edificios ad hoc; fomentó la pedagogía y el profesorado; organizó un nuevo plan de estudios en la Universidad, introduciendo los que tenían relación con las ciencias físico-matemáticas, a cuyo efecto costeó- eruditos europeos; derogó todas las limitaciones a la introducción de libros y estableció que ésta sería libre de derechos de aduana; transformó el seminario conciliar en Colegio Nacional, pues que invitó a los gobiernos de provincia a que enviasen un número de jóvenes a educarse en ese establecimiento; fundó la facultad de medicina, el departamento de ingenieros, la escuela de agricultura, el jardín de aclimatación, la repartición de ingenieros hidráulicos, el museo... (5).

Para que la reforma llegase al corazón de la sociedad, Rivadavia, dilatando en sentido más práctico, más eficaz y más extenso una iniciativa del rey don Carlos III, empeñó también el noble afán de la mujer, brindándola generosos estimules allí donde por prejuicios insólitos no habían podido jamás ejercitar sus abnegaciones en favor de la comunidad. Esto de llamar a la mujer al desempeño de funciones publicas es todavía una novedad, y apenas si resiste a la sonrisa de ciertos estadistas entre los estremecimientos del positivismo teatral de la época.A ese objeto, Rivadavia fundó la Sociedad de Beneficencia con un núcleo de matronas distinguidas, y le confió la administración y superintendencia de las escuelas de niñas, de la casa de expósitos, del asilo de huérfanos, del hospital de mujeres, del asilo de recogidas y dementes, establecimientos que creó, reorganizó o secularizó aboliendo las comunidades o cofradías que los regentaban. Y para acentuar el alcance que el gobierno daba a esta fundación, Rivadavia quiso instalar personalmente dicha sociedad, concurriendo con un lucido cortejo militar y civil a la casa de expósitos, y pronunciando con tal motivo un discurso en que levantó a la mujer argentina a la altura de sus antecedentes, los cuales eran para el Estado una garantía de que dedicarían al bien público atenciones condignas de los intereses que se les confiaba (6).

Uno de los puntos más difíciles y más arduos que atacó Rivadavia, fiando quizás demasiado en los prestigios de la autoridad recién cimentada, fue el de la reforma eclesiástica. Los cuantiosos intereses eclesiásticos derivaban de tos derechos, privilegios y franquicias que a la iglesia católica reconocieron la legislación y el gobierno de la Metrópoli y que el tiempo había consolidado y aumentado en las colonias de Suramérica. Los gobiernos que se subsiguieron a la revolución de Mayo de 1810 modificaron las cosas del punto de vista fundamental, disponiendo que los diocesanos argentinos reasumiesen la plenitud de facultades con prescindencia de Roma, y que el clero secular dependiese del comisionado general nombrado por el Poder Ejecutivo Nacional. El Sumo Pontífice, menoscabado en su autoridad secular, lanzó una encíclica condenatoria de la independencia de las colonias. La iglesia de las Provincias Unidas quedó de hecho y de derecho separada de Roma. Pero es lo cierto que los intereses eclesiásticos se conservaban poderosos fuera de su órbita al favor del consenso público o de la tolerancia de los gobiernos absorbidos en la guerra o en la revolución, cuando Rivadavia se propuso recobrar en beneficio del Estado lo que la Iglesia hizo suyo durantelaépoca del coloniaje.

Rivadavia no innovó en lo fundamental, que ya habían innovado las leyes de la Asamblea del año de 1813. Los verdaderos reformadores fueron los hombres del Gobierno de 1834 y los del de 1853 como se verá más adelante. Su reforma se limitó a las personas del clero y a las cosas. No obstante, algunos escritores, por no recordar estos antecedentes esenciales, han presentado a Rivadavia como un anticristo en el gobierno de Buenos Aires, atribuyéndole móviles que no tuvo, que no se comprueban en sus actos públicos y que no se explicarían jamás en circunstancias como las que promediaban entonces, cuando él y los que lo seguían se esforzaban en desarmar las reacciones que obstaculizasen la obra de reconstrucción y de progreso recién iniciada. La verdad es que Rivadavia tenía una alma religiosa y elevada. Tenía además la conciencia de ser un hombre libre y aspiraba a que la tuviesen de sí mismos sus con ciudadanos. Y mal podía desnaturalizar la libertad atacando las creencias que vivían como consuelo en los hogares y como base de moral de una sociedad nacida y educada en el catolicismo. Tan así es, que él tuvo de su parte y como colaboradores de su reforma a los principales prelados, honra y prez en todo tiempo del clero argentino, como ser el Deán Funes, el Deán Zavaleta, los canónigos don Valentín y don Gregorio Gómez, los Agüero, los Gorritti, Ocampo, Vidal, Argerich y muchos otros sacerdotes de alcurnia y dignos antecedentes que robustecieron la notable evolución del estadista porteño. La reforma eclesiástica tendió únicamente a remover las causas que obstaban a la dilatación de los progresos que promovían las autoridades del Estado. Sancionadas las leyes sobre libertad de conciencia, Rivadavia proyectó e hizo sancionar las leyes sobre secularización de las órdenes monásticas, retrovertiendo al Estado los bienes que aparecían como de pertenencia de los conventos suprimidos de Betlemitas, Mercenarios, Recoletos, etc., etc.; sobre abolición de diezmos y primicias a la Iglesia y otros fueros y privilegios del .feudalismo que les dio el ser, y secularizó los cementerios (7).

Estas leyes y estas reformas encontraban resistencias entre el elemento inculto, envuelto todavía en los pañales del coloniaje, y trabajado hábilmente por las diversas influencias a las cuales se quería reducir en bien de la sociedad. En cambio el Gobierno tuvo un auxiliar poderoso en la prensa seria e ilustrada de esos días. La prensa de Buenos Aires nunca desempeñó su misión civilizadora con más brillo que entonces, cuando la juventud de Buenos Aires recogía la pluma de Moreno y de Monteagudo para continuar la obra del año de 1810, y mostrar las fuentes de bienestar y de progreso con que contaba el país para ser independiente. Por la primera vez se vio en Buenos Aires una prensa asoldada de lleno a la obra de reforma y de progreso que iniciaba el Gobierno a la sombra del orden que a todos favorecía, y de la libertad de la palabra escrita donde tenían cabida todas las opiniones. En este sentido descollaron La Abeja Argentina, El Argos, y particularmente El Ambigú, donde se incrustó, por decirlo así, el espíritu de la reforma y cuya propaganda sostuvo la Sociedad Literaria compuesta de eruditos que aunaban sus luces para ganar terreno a la ignorancia y al atraso (8).

Pero el campeón más esforzado de estaobra fue don Juan de la Cruz Varela, quien divulgó desde su periódico El Centinela todas las ideas en que se fundada la reforma de Rivadavia; quien ventiló uno a uno los progresos que se incorporaban a la legislación, y quien, presentándolos triunfantes a la luz de la razón ilustrada y del buen sentido práctico, pudo augurar, en verdad, que de la dilatacióndeellos dependía el porvenir venturoso de la República. Los distinguidos talentos de Varela se posesionaron del nuevo escenario que se abría a la libertad y brillaron con ésta, vinculados a la idea del progreso que él exaltó de todos modos y en todos los tonos. Su propaganda tomó vuelos bajo las formas más accesibles y más simpáticas al conjunto de la sociedad, ora demostrara la eficacia, dela reforma social con caudal inagotable de conocimientos, ora revistiera estas mismas ideas con las galas de la poesía ydel arte para seducir el sentimiento del pueblo cuya índole parecía haber pulsado de antemano.

Y cuando a impulsos del generoso esfuerzo suponía que se desmoronaban las moles del obscurantismo y que la nueva luz y las nuevas ideas penetraban en el almade la«ciudad amada», cantaba así a Buenos Aires:


"Yo admiro tu esplendor; y lo contemplo

Y lo admiro otra vez. Mi incierto paso

Se dirige hacia allí, y abierto el templo

Encuentro de la ley, do sus ministros

En tono libre, por recién oído,

Ante el pueblo la dictan. Confundido

En su misma ventura el ciudadano

Obedece contento

Las leyes que le mandan ser dichoso;

Y bendice la mano

Que firmó para siempre su fortuna

Y la del hijo de su amor precioso.

................................................................................................

¡Juventud escogida

Del escogido pueblo!Yo a millares

Agolpada te miro

A la fuente correr, en que se debe

La ciencia y la inmortal sabiduría.

No está lejos el día

Que Buenos Aires sea

El centro de la luz, y en larga mano

La derrame en el suelo americano.» (9)


Una comunidad política como la de Buenos Aires, de donde salieron las grandes iniciativas de la revolución suramericana, así en las ideas para asegurarla en los tiempos, como en los recursos para que triunfase materialmente; y que en pos de la tremenda borrasca del añoXX, pudo cimentar un orden gubernativo que en nada desmerecía del que regia en los países más adelantados, no necesitaba de mayores estímulos que los que le brindaban la propia conveniencia, la más amplia libertad de acción, y la prensa y la poética propagandista, para acompañar al Gobierno, siquiera fuese en las etapas principales, en la obra transcendental que se trabajaba sin treguas ni desfallecimientos. Hubo, empero, una fuerza que contribuyó a producir el fenómeno de una sociedad embrionaria, que habiendo sacudido el despotismo y el atraso de tres siglos, surgiendo a la vida propia por los auspicios de las nuevas ideas, reaccionaba contra éstas, doce años después, cuando la opinión dirigente comenzaba a imprimirlas formas orgánicas y estables. Esa fuerza la constituía el bajo pueblo aferrado a los hábitos y modos del coloniaje; el clero apegado a la monarquía; los principales corifeos de las facciones que habían actuado en las revueltas del año XX y que, con pocas excepciones, acababan de regresar al país bajo las garantías del gobierno de Rodríguez. La reacción tomó cuerpo entre una muchedumbre fanatizada, a la cual no se podía cohonestar todavía con la presencia de una opinión educada en prácticas democráticas, y no tardó en manifestarse brutal y licenciosa en la prensa que la servía, en los clubes y en la plaza publica.

Otra entidad de la reacción, que actuaba por su sola cuenta y que concurría con mayor éxito que estas otras al plan de desprestigiar la obra del Gobierno, era el reverendo fray Francisco de Paula Castañeda, uno de los promotores más ardientes de la literatura periodística en el Río de la Plata; un paladín singular que debatió durante quince años los propósitos de la revolución del año X, y que multiplicó sus fuerzas para luchar por sus ideas, brazo a brazo, con la generación de la reforma rivadaviana. Era el padre Castañeda un espíritu original y fecundísimo, mordaz y travieso, cuyos vuelos parece hubiesen recogido, a través del tiempo, la unción del genio de Rabelais, para transmitirla a Sarmiento, con quien tiene también muchos puntos de contacto. Un noble corazón inflamado por el fuego de convicciones profundas. Un luchador valiente para afrontar las dificultades que le suscitó la ruda franqueza con que flagelaba lo que no encuadraba en sus ideas y en sus propósitos. Un carácter ante la adversidad, la abnegación y el sacrificio, que supo arrostrar sin alardes, digno, tranquilo. él fue quien creó en Buenos Aires ese poder que se llama la prensa, como que por él y contra él principalmente, se sancionaron las leyes sobre libertad de imprenta (10).

Para combatir en todos los tonos la reformareligiosa, el padre Castañeda, a su batería de periódicos agregó El Lobera de 36 reforzado, en el cual fustigó a los que tal reforma sostenían. Don Juan Cruz encontró un adversario digno deél, y al cual difícilmente podía vencer; porque mientras replicaba a El Lobera, por ejemplo, fray Francisco, con caudal inagotable de argumentos, de chistes y de epigramas, seguía ampliando sus ideas y abriendo brechas por el órgano de las diez bocas de su prensa, cuya capitana era «doña María Retazos», de varios autores, trasladados literalmente para instrucción y desengaño de los filósofos incrédulos» (11). Verdad es que don Juan Cruz manejaba con igual felicidadla prosa brillante y persuasiva, y el verso elevado,fácil o festivo, según las circunstancias, y que cuando el Padre se creía a cubierto con sus diez réplicas, él sé hacía cargo de todas, trayendo a juicio los hombres que «subsisten sin dinero y se reproducen sin mujeres» yla ley de secularización de los regulares, para expresar lo que, según él, eran:


«Hasta que, (como al fin todo se sabe)

Se supo por el mundo

Que en toda su extensión tal vez no cabe

El desprecio tan justo y tan profundo

Que un fraile se merece

Mientras entre la jerga permanece»(12).


El padre Castañeda no era poeta, pero se dio maña para fabricar una lira con cuerdas de grueso calibre, cuyos acentos repercutían con simpatía en medio de las ondas populares. Lira en mano, arremangado el hábito y con traviesa intención, el Padre dedicaba a don Juan Cruz y a cuantos se le oponían, nuevas y variadas series de sus teruleques y anchopítecos que «provocaban la risa y quemaban como las atas del bicho moro en los malos años de nuestras sementeras», según la exacta expresión de don Juan María Gutiérrez. No obstante esto, las leyes de la reforma eclesiástica iban recuperando para el Estado las posiciones que había retenido la Iglesia. El padre fustigaba valientemente esas leyes, asignándolas una existencia precaria, y don Juan Cruz le contestaba festivamente:


«Un fraile de los que lloran

Cada lagrimón más grueso

Que el cordón con que se ciñen

Por sobre la jerga el cuerpo,

Sentado la otra mañana

A la puerta de un convento

Que antaño fue de los frailes

Y que ogaño es de los muertos (13)

Lanzaba sus tristes quejas

Al antifrailuno viento,

Y su dolor derramaba

En estos informes metros:

...................................................................................................

Aquí llegaba el fraile

Cuando del cementerio

Una voz hueca y ronca

Pronunció estos acentos:

«Retírate y no turbes,

Profano pordiosero,

La paz de los sepulcros

Con tus sacrílegosecos. »

Entonces azorado

El fraile de mi cuento

Salió echando demonios,

Y no era para menos,

De un lugar en que hablaban

Hasta los mismos huesos» (14).


El padre Castañeda tomaba revancha en su Verdad desnuda, lapidando al Gobernador, a los Ministros, a la Junta de Representantes y a cuantos prohijaban la reforma eclesiástica (15).. El Fiscal lo acusó por abuso de la libertad de imprenta, y las autoridades lo amenazaron con medidas represivas, después de haberle hecho ofrecimientos que habrían halagado a muchísimos. vano empeño con ese luchador que era un carácter. Nunca como entonces descolló el padre Castañeda por el vigor de la inteligencia y por la arrogancia del ataque. Era la lucha desesperada del león cercado por todos lados, que pone fuera de combate al que lo arremete con menos prudencia, pero que cae al fin vencido por el número. Inconmovible como una roca agotada por los turbiones que se confunden para derrumbarla, el Padre agregó a sus periódicos el titulado: «La guardia vendida poseí centinela y la traición descubierta por el oficial de día». Y en contraposición al epígrafe de: ¿Quién vive? ¡La Patria! que llevaba el periódico de don Juan Cruz, él estampó en el suyo: ¡Auxilio, auxilio, auxilio! La Patria está en peligro. Y en tono retozón y picante, como si el campo fuese de flores para él y la borrascano se cerniese sobre su cabeza, comenzó a escribir los «puntos de doctrina dirigidos a catequizar a su hijo carísimo El Centinela y a todos los centinelitas que le hacen la corte» (16).

únicamente un diarista de talla podía mantenerse en lucha tan desigual, así por las ideas que profesaba como por las influencias gubernativas y políticas que actuaban contra él y contra ellas. Y a pesar de todo, él quería creer en las influencias de su propio esfuerzo; que cuando el hacha de la reforma eclesiástica descargaba sus golpes de gracia,élenfiló toda su prensa y descargó verdaderas granizadas que excedían en alcance a cuanto de ella había salido. Y en medio del fragor de este combate postrero, cuando enlafrente levantada del fraile aparecía ese resplandor melancólico que guía el caminode los derrotados con gloria, él, como si no hubiese hecho bastante todavía, lanzaba proyectiles mortíferos en millares de hojas sueltas quehacía circular entre el bajo pueblo y que decían así:


«Oh, Ministros del cielo! alerta, alerta!

Los libertinos se reúnen, sí; cuidado!

.....................................................................................................

Ya está la negra trama descubierta:

El horroroso plan ya está trazado:

Romped las tramas y con brazo armado

Los planes deshaced en guerra abierta.

¡Media la religión! Valor, constancia,

Expatriarla pretenden...

..................................................................................................

Oh Dios! entre qué tahúres anda el juego!

Esta esla Patria, en ella así se piensa!

Oh tiempos! Oh costumbres! Oh vergüenza!»


Y para dar forma práctica a su pensamiento, lanzó por todas las bocas de su prensa estas palabras que nadie había osado proferir, porque ello importaba devolver a la autoridad amenaza por amenaza: «Es una vergüenza lo que está sucediendo por no unirse los ministros del culto y emplear siquiera un cuarto de hora en escarmentar a cuatro polichinelas indecentes que, fiados en la impunidad, están dando campanadas contra su clero, que es lo único bueno que tienen. Clero venerable! Espero solo la señal;y si me loconsentís, yo solo me basto para poner un candado en la boca de los desvergonzados, sin más trabajo que predicar un sermón en la plaza pública... El pueblo llora y lamenta este desorden. Yo poco he de vivir, pero les digo a los sicofantas devotos de la pasta dorada: cuidado! cuidado! cuidado!... »

Los opositores al Gobierno y a la reforma aprovecharon la oportunidad que no pudo aprovechar el padre Castañeda a causa de su juzgamiento y de su segundo destierro (17). Ya en Agosto del año de 1822 hubo de estallar un movimiento que fracasó merced al aviso de un oficial gubernista. El doctor don Gregorio Tagle, ex ministro de Pueyrredón, invitó al coronel don Celestino Vidal, jefe de la guarnición de Buenos Aires, para que protegiese con sus fuerzas una revolución con el objeto de restablecer el Cabildo. Dábale por razón de ella que el gobierno de Rodríguez dilapidaba los dineros públicos y que destruía la religión (18).

El doctor Tagle, sobre quien recayeron todas las responsabilidades,fue separado de la Capital; pero, esto no obstante, burló la vigilancia de la autoridad estableciendo la sede de la conjuraciónen su misma chacra. A Juzgar por las notas cambiadas entre los gobernadores de Santa Fe y de Buenos Aires, el movimiento debía ser simultáneo en ambas provincias (19).

Esta conjuración, si bien no operó mayor cambio enelgobierno de la Provincia, vinculó a muchos hombres de diverso matiz político, todos los cuales engrosaron a la larga las filas deun partido que apareció recién en 1828 y que se mantuvoen el poder algunos años, como se verá más adelante. Los conjurados que se reunían en la chacra del doctor Tagle, eran restos secundarios del partido directorial y de las agrupaciones federales del añoXX, los cuales permanecían en las filas de una oposición sin programa serio, fuere porque ninguno tenía representación para dirigirla o porque la situación política encarrilada en la libertad no les diese más motivo para alterar el orden publico que el personalísimo de apoderarse del Gobierno. A excepción de media docena de hombres de importancia, eran militares adocenados, abogados de poca nota, y clérigos que lo esperaban todode su oráculo, el doctor Tagle, la única notabilidad con que contaban los conjurados. Los agentes principales del doctor Tagle eran los clérigos don Domingo Achega, don Mariano Sánchez, don Felipe Basualdo, don Francisco Argerich, don Vicente Arraga y don Juan J. JiménezOrtega. Estos reclutaban el elemento de acción entre elpueblo fanático, y los coroneles Rufino Bauza y Pedro Viera, los comandantes José Hilarión Castro y Benito Peralta, con don Miguel Araoz, don José Guerrero y don José María Urien, estaban encargados de reclutar ese elemento entre los soldados que habían comandado. Además de éstos, tomaban parte en los trabajos el coronel Mariano Benito Rolón, don Tomás Rebollo, los doctores José Tomás Aguiar, Maza, Gazcón y Díaz Vélez que algunos amigos atraían. Una vez de acuerdo para hacer estallar el movimiento, los conjurados resolvieron que, derrocado el Gobierno, nombrarían un cabildo compuesto de don Lorenzo López, don Ambrosio Lezica, don José Tomás Aguiar, don Rafael Pereyra y don José Jevenes, y que se encargaría al coronel Rolón el mando provisorio de la Provincia (20).

Las medidas que tomó el Gobierno para desbaratar la conjuración, demuestran que tenía conocimiento hasta del día en que ésta debía estallar. En la media noche del 19 de Marzo de 1823 se reunieron en la Fortaleza el Gobernador delegado (Rivadavia), los generales Las Heras, Alvarez Thomás, Viamonte y muchos jefes y oficiales. El batallón 1° de línea ocupó el patio principal; en los baluartes que miraban a la plaza y a la antigua ribera, fueron colocados algunos cañones: piquetes de línea disponibles (pues que la mejor fuerza se hallaba en campaña contra los indios) se apostaron al frente de la Fortaleza; las fuerzas de policía y buena cantidad de vecinos armados ocuparon posiciones en las bocacalles de la plaza de la Victoria. A las dos de la madrugada penetraron en esta plaza el coronel Bauza, por la calle Las Torres (hoy Rivadavia) al frente de 150 hombres de infantería; el comandante Guerrero, por la calle del Colegio (hoy Bolívar) con un fuerte grupo de caballería; y tos comandantes Peralta y Araoz, por la calle de la Catedral (hoy San Martín) con grupos armados de fusiles, sables y pistolas. Las tropas de la fe, como se llamaban, concentráronse frente a la casa de justicia (cabildo),y a los gritos de ¡Viva la religión! ¡Mueran los herejes!y de vivas a Tagle, Maza y Gazcón, atacaron la guardia de la cárcel y pusieron en libertad a don José María Urien, quien se les reunió con un buen grupo de presidiarios armados.

Entonces se produjo una escena que revelaba las ideas y aspiraciones que dieron nervio a la conjuración. Por varios puntos de la plaza aparecieron algunos clérigos que repartían escapularios a los conjurados, exhortándolos a defender la religión. El coronel Bauza, jefe de las fuerzas revolucionarias, organizó dos columnas de ataque lanzando una de ellas por el antiguo Arco de la Recoba (hoy centro de la plaza de Mayo) la cual desalojó fácilmente a las fuerzas de policía allí situadas. El batallón I" de línea salió de la Fortaleza cuando Bauza avanzaba resueltamente consusegunda columna. El combate se trabó encarnizado y dudoso durante quince minutos. Al fin Bauza tuvo que desalojar el Arco y retirarse hasta cubrir la casa de justicia, mientras su primera columna se colocaba en la vereda ancha. Cuando el 1º de línea ocupó el Arco, los revolucionarios le hicieron un fuego vivísimo que lo habría comprometido sino se hubiese dividido oportunamente en dos mitades que cargaron a su frente y a su derecha. Los revolucionarios se retiraron en dispersión hasta la esquina del Colegio, por donde penetraba recién el comandante Castro con un escuadrón de caballería. Pero éste, medio envuelto en la dispersión, se retiró a los primeros disparos que se le hicieron. Los revolucionarios se alejaron en distintas direcciones, cuando (tres y media de la madrugada) no se oía más eco de la asonada político-religiosa que la campana del Cabildo echada a vuelo por algunos fanáticos (21).

Quedaba todavíael episodio dramático producido por la generosidad singular de un soldado caballero, y la nota trágica administrada porel Gobierno,como si de año en año los impulsos de la sangre y de la raza, más queel culto creciente a los principios de la libertad, decidiesen de las resoluciones más graves de los gobernantes. Fuese porque Rivadavia asignaba al movimiento ramificaciones mayores que las que realmente tenía, o porque se propusiese con escarmiento ejemplar cortar la serie de las revueltas, el caso es que al amanecer del 20 de Marzo ordenó al coronel Manuel Dorrego que, con fuerza escogida que puso a sus órdenes, diese una batida por los campos próximos a la capital, y dispersase, aprehendiese o destruyese cuanto grupo sospechoso encontrase, dándole al efecto facultades amplísimas y recomendándole que le trajese al doctor Tagle vivo o muerto. Y para demostrar que estaba dispuesto a usar de severidad tan imponente como la que usó en el Triunvirato del año 1812, mandando ahorcar a don Martín de álzaga y a otros en la plaza de la Victoria, Rivadavia expidió una proclama al pueblo, en los siguientes términos, que no se habían estampado hasta entonces: «El Gobierno delegado, que por la vía de hecho os ha restituido a la tranquilidad, creedle, por todas las vías a su arbitrio ha de mantenerla, o ha de pagar bien caro todo el que se arroje a perturbarla. » (22). Al día siguiente, Rivadavia expidió un Acuerdo por el cual ofrecía dos mil pesos a cualquiera del pueblo que aprehendiese o persiguiese al doctor don Gregorio Tagle o dijese su paradero; y doscientos pesos al que aprehendiese a los ciudadanos Rufino Bauza, José María Urien, Pedro José Viera, Isidro Méndez, Tomás Rebollo, Francisco Almirón, José Guerrero, Benito Peralta, Hilarión Castro (23). Y como era público y notorio la participación principal de los clérigos en la conjuración abortada, Rivadavia, desde lo alto de su preceptismo gubernativo invitó al Gobernador del Obispado a que destituyese y extrañase, entre otros, al cura del Pilar don Vicente Arraga, al deLujan don Francisco Argerich, al excusador de la Concepción don Juan José Giménez Ortega, al clérigo don Bernardo Bustamante (24).

Es de advertir que el coronel Dorrego, a quien Rivadavia daba en esos días facultades amplias al frente de fuerza en la campaña, había sido desterrado a fines de Febrero de 1821 por el gobernador titular don Martín Rodríguez, a pretexto de que conspiraba. Dorrego puso de manifiestosuinocencia calificando de ilegal y arbitraria esa medida, en un papel en el que, con su genial arrogancia, decía de esta manera: «Pero lo que clasifica más el abuso del poder,lailegalidad de este procedimiento, es él fijarme punto a donde deba dirigirme, como si no le fuere permitido a un desgraciado el elegir aquel donde pueda su infortunio serle más tolerable¿Y si el gobernador de Mendoza me deniega el residir allí, cuál será mi reclamo? Sin duda el que el mandatario de Buenos Aires ha elegido aquella ciudad para su cárcel; a no ser que se quiera renovar la fatal época del Syla del Sur que remitía víctimas a los Estados Unidos y a Santo Domingo, haciéndose memorable por tiranía tan exquisita... » (25). Así y todo, Dorrego obedeció las órdenes superiores dando una batida general y apresando a algunos de los conjurados que remitió bajocustodia al Gobernador delegado (26).

Rivadavia entregó estos y otros presos políticosa la justicia ordinaria, sentando un precedente funesto cuando no había leyes que deslindasen los unos de los otros presuntos delitos, ni penas fijas y correlativas de cada uno de los que cayeran bajo la clasificación de políticos propiamente. En virtud de este monstruoso justificativo de los principios de libertad que sin cesar pregonaba el Gobierno, levantáronse patíbulos para algunos de los conjurados, a mérito de las leyes de la Partida 7a (Título II) que castigaban con la pena de muerte las rebeliones y motines contra la autoridad de los reyes de España; las cuales leyes estaban virtualmente derogadas por los Congresos de la revolución Argentina y fueron aplicadas por Jueces interesados en la contienda (27). Don Francisco A. García, declarado promotor de la conjuración en Buenos Aires y Santa Fe, fue fusilado el día 24 de Marzo al borde del foso de la fortaleza. Por la misma causa fueron también fusilados el día 12 de Abril don Benito Peralta y don José María Urien. El doctor Gregorio Tagle y el comandante Hilarión Castro fueron condenados a muerte; Achega y otros clérigos y ciudadanos a siete años de destierro, y casi todos los que fueron tomados con las armas, a presidio en la isla de Martín García (28).

El coronel Dorrego hizo la presa más importante y codiciada de esos días, como que el Gobierno había ofrecido por ella gruesa suma de dinero y recomendado a ese jefe que la trajese viva o muerta. En la noche del 24 de Marzo encontrábase Dorrego, por motivo de su comisión, en una quinta del pueblo de Las Conchas, cuando un hombre envuelto en ancha capa se le presentó de improviso, y viéndolo solo se descubrió y solicitó de él el tiempo indispensable para arreglar sus disposiciones. Dorrego reconoció en ese hombre al famoso doctor don Gregorio Tagle, el que había firmado el decreto de su expatriación el año de 1810, el jefe y el alma de la conjuración del 19 de Marzo, y elevándose en generosidad, grande y caballero antes que todo, montó con él a caballo y lo embarcó para la Colonia...¡Cruel ironía del destino! Cinco años después, el mismo Dorrego, gobernador de la provincia de Buenos Aires y encargado de las Relaciones Exteriores de la República, era fusilado, sin forma de juicio, sin siquiera imputársele alguno de los supuestos delitos políticos que se imputaron a los fusilados en el año de 1823, nada más que por orden del general don Juan Lavalle al frente de la fuerza de línea de la Nación que éste amotinó!... Los hechos como este que se sucedieron desde 1810 hasta la época que hemos alcanzado, autorizan a los extraños, —y aun a los propios que no se sonrojasen— a afirmar que los partidos políticos argentinos —sin excepción— han vivido y querido prosperar a costa de la sangre de sus contrarios considerados como enemigos, para no ser menos en fiereza que aquellos que pensaban como Cicerón cuando exclamaba: César, somos los vencidos: puedes hacernos morir!...