La Imagen Olvidada . Rosario Antigua
Nuestra bandera al elevarse, eleva
 
 

Cosme Maciel


Cosme Maciel designado para izar por primera vez la reciente creada enseña nacional el 27 de febrero de 1812, nació en la ciudad de Santa Fe en 1784 fruto del matrimonio de Domingo Maciel Lacoizqueta y Josefa López Pintado. Fue comerciante y constructor de buques para el tráfico fluvial.


Adhirió a la Revolución de Mayo colaborando con el General Manuel Belgrano en su expedición al Paraguay transportando tropas. Incorporado luego a los milicianos rosarinos participó en la construcción de las baterías de Rosario dirigida por ángel Monasterio para el ejército de Belgrano, especialmente en las islas llevando materiales.


Desarrolló una actividad tan destacada en este nuevo paso de Belgrano por la ciudad y además tal vez, por su juventud, que recibió como premio por parte del Prócer tener el alto honor de izar la bandera celeste y blanca que sería la insignia distintiva de la soberanía de nuestra nación. Con prestancia y ungido de patriotismo cumplió la orden de Belgrano: “Vea si está corriente la cuerda y ate bien la bandera para elevarla bien alta como deben mantenerla siempre, cuando le haga la señal con la espada”. Emoción profunda embargó a Cosme Maciel al cumplimentar lo dispuesto por quien poseía un espíritu puro propio de un alma limpia y de un corazón generoso.


Brindó su apoyo al General José de San Martín en el combate de San Lorenzo e intervino posteriormente en las luchas políticas de la provincia de Santa Fe. Fue secretario de su amigo el Gobernador Estanislao López, aunque integró luego el sector que quiso derrocar al Brigadier. Los jefes conjurados fueron fusilados pero el Gobernador López, basado en la anterior y larga amistad con él, cambió la pena máxima por el destierro definitivo de la provincia.


Instalado en las afueras de la ciudad de Buenos Aires en la parte sur de la desembocadura del Riachuelo, siguió dedicándose al comercio fluvial en tierras que tomaron su nombre (Isla Maciel), donde falleció en1850. Una calle al norte de nuestra ciudad se denomina Cosme Maciel.



Cosme Maciel y Mariano Grandoli en el Colegio del Sagrado Corazón


Fecha magna fue sin duda aquél 7 de julio de 1938, tanto que fue incluido en la semana de festejos de la celebración de la independencia de ese año por la municipalidad, dado que se inauguraba el mástil emplazado en el patio central del Colegio.


Durante muchos años se conoció al mástil del Colegio del Sagrado Corazón como el más alto de toda la ciudad. Se cuenta, aunque no figura en ningún libro, que hubo que agregar dos metros más al proyecto del Monumento Nacional a la Bandera del arquitecto ángel Guido, inaugurado luego en 1957, porque no podía ser más alto el perteneciente a un instituto privado que aquél que la ciudad toda levantaba en honor al símbolo máximo.


El proyecto técnico del mástil y la dirección de la obra fueron obsequio del ingeniero Tito Micheletti. Está dispuesto en tres secciones de acero sin costura longitudinal, enchufadas unas a otras en una longitud de un metro, el mástil se apoya en collares cilíndricos sin soldaduras ni abulonado. Su peso total es de 1750 kilos y una longitud de 33,50 metros de los cuales emergen del suelo 31,40 metros en altura libre.


La importancia del acto quedó reflejada en la presencia del gobernador de la provincia con sus ministros, el intendente de la ciudad con su equipo municipal, representantes de otros establecimientos educacionales, de las fuerzas vivas, padres de alumnos, exalumnos y todo el personal del colegio.


Después de la bienvenida a cargo del alumno Antonio González Leynaud y bajo la batuta del Padre Bernasconi los presentes entonaron el Himno Nacional. El profesor y exalumno Juan B. Bessone presidente de la comisión “Pro Mástil” hizo entrega al rector el flamante mástil. El teniente primero Silvio Capella y el Profesor Arrospidegaray formaron al alumnado y un sargento de escuadrón dio el toque de silencio. La nueva y hermosa bandera confeccionada en seda de ocho metros por cuatro, bendecida por Monseñor Caggiano y sus cintas sostenidas por las gentiles manos de las señoras madrinas Laura N. de Paz y Manuela de Cabanellas, empezó su lenta y gloriosa ascensión y exactamente a las 15 horas con 43 minutos de ese soleado día llegaba al tope del mástil.


Fragorosos aplausos resonaron de los patios, de las galerías, de las azoteas circundantes y todas las caras eran sublimes, es decir, dirigidas al cielo, porque la bandera al elevarse, eleva. En ese momento vibraron los corazones de los presentes por el recuerdo de Cosme Maciel quién, designado por Manuel Belgrano, fue el primero en elevar la Enseña Nacional. Fue entonces que estalló marcial y decidida la marcha Curupayti coreada por 600 gargantas juveniles, 600 corazones argentinos llenos de emoción, 600 alumnos del Sagrado Corazón que componían la planta estudiantil de la institución. El heroísmo de Mariano Grandoli, nuestro Abanderado, provocó en los espíritus de todos los presentes un encuentro cercano con la historia, la valentía, y del amor inmenso por la patria.


La Enseña Nacional en su más alta significación es símbolo de nacionalidad y representación genuina de la Nación. Seguramente fue la Providencia la que llevó a hacer flamear en Rosario por primera vez el más sagrado de los símbolos que un país pueda tener.


¿Qué, sino un regalo de la Providencia para con esta ciudad que no tiene fecha de fundación, ni nombres para el bronce en una placa fundadora, ni orígenes comprobables, ni datos fehacientes que puedan hacer una historia taxativa e indiscutible? Entonces Dios hizo que así fuera.


Los hay también quienes consideran que servir a la Patria y amarla es el mejor modo de servir y amar a la Humanidad. Entre estos últimos estuvo seguramente alguien que desde su nacimiento estuvo signado para una acción valerosa. La historia argentina lo acriolló con el nombre de Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano. Nadie podrá negar que la ciudad de la Virgen María, Rosario, tendría con él su Aurora en “la bandera de la patria mía, del sol nacida que me ha dado Dios”. El mismo fervor de aquél 27 de febrero de 1812 se reproduce luego el 20 de junio de 1957 al inaugurarse el Monumento Nacional a la Bandera con los sagrados colores celeste y blanco los mismos que en su bello traje luce Nuestra Señora del Rosario.


El Monumento es el templo máximo de la nacionalidad que posee la responsabilidad de rendir homenaje permanente a nuestra Insignia Nacional. Fue construido sobre el proyecto del ingeniero y arquitecto ángel Guido constituyendo una magnífica obra dirigida por su mismo autor, contando con la colaboración de los escultores Alfredo Bigatti y José Fioravanti a los que se agregó después el escultor rosarino Eduardo Barnes. Su inauguración motivó una fiesta cívica de características imborrables.


Manuel Belgrano sufrió en vida los sinsabores de la injusticia, la incomprensión, la ingratitud y la envidia de los hombres, pero Rosario, finalmente levantó un hermoso altar en su honor y en él su bello y romántico mandato: La Bandera de la Patria, que apunta a la transfiguración que deberá realizarse en el alma de las generaciones para hacer del hombre un ciudadano y del ciudadano un patriota.


Sorpresivamente encontramos en nuestro archivo una página suelta de alguna publicación dañada. En ella están estampados unos versos cuyo autor como así también el nombre del poema no hemos podido identificar. Reproducimos el trozo encontrado dado que creemos que interpreta fielmente el sentir de todos los hombres de la región y en especial de los rosarinos:



…..y en la historia de la Patria


¡Tiembla el pulso al escribirlo!


El nombre de mi Rosario


Perdurará por los siglos:


Lo grabó Manuel Belgrano De sus barrancas al filo


Cuando en jornada gloriosa


Hizo un alto en el camino


¡Y aquí creó la bandera


De todos los argentinos!