Grupos Políticos en la Revolución de Mayo
La estrategia de los grupos
 
 

El 22 tiene lugar el magno acontecimiento. A Castelli le cabe en él una de sus más importantes actuaciones al pronunciar, probablemente, el más sólido y encendido discurso de la jornada.


Nombrado por los patricios para su alegación68, comenzó —según Nicolás de Vedia— “... al principio algo balbuceante, y al fin con la profusión en la verba que le era genial” 69. No en vano: “Poseía cumplidamente aquella elocuencia que cautiva y arrastra a la multitud”70.


“...orador destinado para alucinar a los concurrentes, —como expresan los oidores en su Informe citado— puso empeño en demostrar que desde el Señor Infante don Antonio había salido de Madrid había caducado el gobierno Soberano de España: que ahora con mayor razón debía considerarse haber espirado con la disolución de la Junta Central porque además de haber sido acusados de infidencia por el pueblo de Sevilla, no tenía facultades para el establecimiento del Superior Gobierno de Regencia; ya porque los poderes de sus vocales eran personalísimos para el gobierno y no podían delegarse y ya por la falta de concurrencia de los diputados de América en la elección y establecimiento de aquel Gobierno, deduciendo de aquí su ilegitimidad y la reversión de los derechos de la Soberanía al Pueblo de Buenos Aires y su libre exercicio en la instalación del nuevo Gobierno, principalmente no existiendo ya como se suponía no existir la España en la dominación del Señor Don Fernando Séptimo” 71.


“Un cronista extranjero y circunstancial de estos sucesos, lo califica a Castelli como “... una de las figuras dirigentes de la revolución'', “dueño de considerables talentos y de una osada intrepidez de espíritu. Reiterados aplausos anunciaron la favorable recepción de que habían sido objeto sus opiniones y la impresión que su oratoria había causado. Terminó un discurso colmado de elocuencia y con tal fuerza de argumentación en favor del cambio de gobierno que dejó asombrado a su auditorio (principalmente compuesto por españoles viejos, quienes al principio habían estado opuestos como un solo hombre a todo cambio que dejaría el poder en manos del pueblo) y lo indujo a votar la deposición del Virrey por 169 contra 65” 72.


Como es sabido, Castelli sostuvo en esa emergencia la doctrina del Pacto Político de Francisco Suárez, que fue el argumento jurídico fundamental de la Revolución.


Es interesante verificar cómo se efectuó la votación subsiguiente, señalando la habilísima actuación de los grupos comprometidos para volcar los sufragios en favor de su causa. Vicente Fidel López, en otra de sus cartas fraguadas, hace decir a Cosme Argerich lo siguiente; “Los peninsulares no han tenido sino veinte y tres votos, y nosotros todo el vecindario y el pueblo; y no creas que no hemos tenido gente de valer, pues hasta Ruiz Huidobro ha estado por la deposición de Cisneros, y lo han seguido el coronel Mosquera, don Bernardo Lecocq y muchos otros de los principales españoles de la ciudad. Aquí hubo de haber ayer un rompimiento en nuestro partido. Chiclana, Peña, Romero, Rocha, Balcarce y muchos de nuestros mejores amigos, se plegaron a la influencia de Huidobro, y dijeron que votarían con el, porque convenía mucho que un hombre de su valor se pronunciase de nuestro lado; y porque era de muy buena política en estas circunstancias comprometerlo contra los obcecados, a fin de que en la provincias de adentro no se alarmasen. Saavedra, Martín Rodríguez, Moreno, Darregueira y los del círculo de Beruti y French consideraban esto un grande error; pero entró a mediar el capellán Ferragut y el doctor Tagle, y se concilio todo, conviniendo en que los unos votasen con Ruiz Huidobro, salvo el no votar por él si se trataba de nombrar un gobierno nuevo, y como esta salida de costado hacía desaparecer todo peligro, consiguiéndose comprometerlos y atraerse a los principales jefes españoles con él, quedamos avenidos, pues en el fondo Huidobro, Saavedra, él cura Sola y Martín, que son los que arrastraban toda la votación, pedían una misma cosa: que era la destitución del virrey y la creación de un gobierno nuevo. Huidobro tenía su esperanza clara de que siendo el militar de más rango, y habiendo sido nombrado virrey por la Junta de Galicia, depuesto Cisneros pondríamos el mando en sus manos como lo pusimos en las de Liniers; cuando fue destituido Sobremonte. El hombre de más influjo indudablemente es Saavedra, pero la juventud ilustrada tiene más fe en Martín; así es que Rivadavia, Moreno, Darregueira, Passo y los más de nuestro círculo lo han seguido”73.


Como observa Corbellini: “El ejemplo del teniente general de marina, Pascual Ruiz Huidobro, debió alentar a muchos, porque era el jefe de más alta graduación del virreinato. [Téngase presente que Ruiz Huidobro votó en segundo término, después del Obispo Lué, y fue el primero en pronunciarse contra el Virrey]. Como él votaron otros 21 oficiales, es decir, 22 moderados en total. Los restantes 28 militares y marinos apoyaron la tesis extrema de la revolución”74. Cisneros lo juzga severamente por esta actitud, afirmando en su informe a la Corona que obró: “...más atento a su ambición que al servicio de V.M. ...”75.


Fuera de Ruiz Huidobro, dentro de la facción revolucionaria, el voto más seguido fue el de Saavedra. En opinión de Canter, el grupo de Saavedra “se manifiesta el más vigoroso y avasallador”. Y más adelanto agrega: “El grupo más numeroso y más importante que se suma a Saavedra, con la calidad del voto del Síndico, es el de Martín Rodríguez; arrastra a ciertos civiles, anteriormente querellados... Es el resultado de la práctica contemporizadora; por ello aparecen dos hombres cooperantes indirectos con el saavedrismo y que constituyen toda una revelación. Moreno y Rivadavia. No cabe duda, Martín Rodríguez había logrado incluir a muchos hombres dispares. Precisamente debido a esa circunstancia, dicho núcleo se hallará desprovisto de cohesión y demasiado convencional y pronto quedará disgregado. Despunta así la imposición de cooperar en el momento crítico”76.


Es importante destacar que Castelli votó como Saavedra, aunque confiaba la elección del nuevo gobierno en la votación popular y no en el Cabildo. Belgrano, French, Beruti, Donado y otros miembros del partido carlotino también sumaron sus votos a Saavedra.


También es preciso aclarar el sentido de los votos de Ruiz Huidobro y Saavedra. “Ambas opiniones coinciden en que el Cabildo se hiciera cargo interinamente del gobierno del virreinato, con facultades de nombrar posteriormente una junta; pero mientras Ruiz Huidobro reconoce en el Cabildo ese derecho originariamente “como representante del pueblo para ejercerla”, Saavedra lo entiende como delegación especialísima conferida por el cabildo abierto y no por atribución propia; concepto contenido en la frase “que no quede duda de que el pueblo es el que confiere la autoridad o mando”, con lo cual deja bien entendido que la autoridad que debía reasumir el Ayuntamiento, lo era por voluntad expresa y directa del pueblo, manifestada en ese acto”77.


El resultado de la votación pone de relieve la estrategia empleada por los revolucionarios en esta eventualidad, la cual se basó fundamentalmente en la promoción circunstancial y ficticia, de un tercer bloque o partido, integrado en su mayoría por los oficiales españoles que no estaban comprometidos con el movimiento, pero que por respeto a la jerarquía lo siguieron a Ruiz Huidobro. Este es el partido que Mitre y Corbellini llaman “conciliador” o “moderado”. Fue puramente el resultado de una hábil maniobra política para quebrar la oposición a la revolución, y arrastró consigo toda la opinión independiente; pero es menester aclarar que no había existido antes ni subsistió después.


Mitre plantea la situación de la siguiente manera; “Tres partidos se encontraron frente a frente en la asamblea popular del 22 de mayo. El partido metropolitano, que estaba por la continuación del virrey en el mando, con la sola innovación de asociar al gobierno a los principales miembros de la Audiencia pretorial. La misma Audiencia estaba a la cabeza de este partido, y eran sus órganos los oidores de ella, apoyados por la autoridad moral del obispo y la falange de empleados españoles. El partido conciliador, que obedecía a la influencia de loa alcaldes y regidores municipales, y que contaba con el apoyo del respetable general español don Pascual Ruiz Huidobro, tendía a amalgamar las exigencias de la situación con la de los partidos extremos, como queda ya indicado, y resolvía la cuestión reasumiendo interinamente el mando superior en el Cabildo, hasta tanto que se organizase un gobierno provisional, dependiente siempre de la autoridad suprema de la península. Este partido arrastraba tras sí algunos patriotas, entre otros a don Nicolás Rodríguez Peña, a don Feliciano Chiclana, Vieytes, Viamonte y Balcarce”.


“La mayoría del partido patriota —continúa Mitre— estaba simplemente por la cesación del virrey en el mando y por la formación de un gobierno propio, cuyo mandato fuese conferido por el pueblo. Este partido se subdividía en dos, fracciones: unos que delegaban en el Cabildo la facultad de organizar el nuevo gobierno, y otros que querían que él fuese el resultado de una votación popular. Don Cornelio Saavedra, que era una de las cabezas visibles de la Revolución, estaba por el primer temperamento. Castelli y otros ciudadanos más fogosos o más previsores, estaban por el último” 78.


El planteo es correcto y lo suscribimos. Pero lo que no advierte Mitre —según nos parece— es el carácter aleatorio del “partido conciliador” surgido de una maniobra y que, por lo tanto, no respondía a una realidad política. Era un partido condenado irremisiblemente a desaparecer. Y los hechos posteriores así lo demostraron. Por lo demás, es preciso insistir en que este partido no “arrastraba” a nadie. Fueron los propios revolucionarios quienes lo apoyaron circunstancialmente, para dividir a los enemigos del movimiento.


Corbellini penetra aún más en la posición de estos partidos, y loa ubica de la siguiente manera: “Conviene distinguir en qué se diferenciaron los partidos extremos del partido conciliador. Los defensores del virrey quieren que éste continúe en el mando, y sólo subsidiariamente admite otra solución, por ejemplo la que aconseje el Cabildo; en cambio los moderados admiten sin discusión la destitución del virrey, y quieren que sea el Cabildo quien asuma el mando o designe el nuevo gobierno como representante legal del pueblo. A su vez los revolucionarios reclaman la destitución del virrey, y admiten la intervención del Cabildo, pero dejando constancia de que el verdadero soberano es el pueblo, de modo que, el Cabildo, al designar un nuevo gobierno, debe tener en cuenta la voluntad del pueblo y actuar como representante voluntario de éste (voto de Cornelio Saavedra), o más aún, la elección del nuevo gobierno debe hacerla directamente el pueblo, convocado por el Cabildo (voto de Castelli)” 79.


Antes de pasar a considerar los sucesos posteriores, es interesante dejar consignada la posición de álzaga y de su grupo en esta ocasión: “álzaga no quiso asistir por estar arrestado, aunque los Patricios lo fueron a convidar”80. Desterrado a Carmen de Patagones después del movimiento del 1 de enero de 1809, fue liberado por Elío quien lo hizo pasar a Montevideo, y meses más tarde, con la llegada de Cisneros al Río de la Plata, había regresado a Buenos Aires el 8 de octubre de ese mismo año. Poco después el propio Cisneros lo hizo prender —teniendo su casa por cárcel— por su notoria acción revolucionaria y la prosecución del Proceso por Independencia. Y como vemos, llegado el caso del Cabildo Abierto del 22 de mayo, el grupo de Saavedra quiso incorporarlo de una manera activa a la revolución, pero álzaga se negó a secundar su iniciativa. En cuanto a los miembros de su grupo, huérfanos de conducción, adoptaron las más diversas posiciones. Olaguer Reynals, Neyra y Rezával votaron por los cisneristas. Matheu lo siguió a Terrada, quien a su vez apoyó a Saavedra; Ruiz Huidobro asumió la actitud conocida; Leiva, entonces Síndico Procurador del Cabildo, fue enemigo de los revolucionarios; y, en cuanto a Moreno, como hemos visto, votó como Martín Rodríguez, pero su actitud no fue muy clara. Nicolás de Vedia, en sus Memorias; lo pinta con estos duros trazos: “Tímido en el momento crítico del primer Cabildo Abierto o asamblea que se tuvo en él, no se colocó en lugar preferente, se acurrucó tras un escaño, no se oyó su voz, parecía que estaba allí sólo para observar, y no para dar la cara, como lo hizo Castelli y lo imitó con dignidad y con nobleza don J. J. Paso. A estos y no a Moreno se debe la gloria del convencimiento en favor de los Derechos del Pueblo en aquella crisis verdaderamente crítica”81.