Juan Felipe Ibarra y el federalismo del Norte
El año XX
 
 

Sumario: El afianzamiento de las autonomías — Juan Bautista Bustos, Estanislao López y Felipe Ibarra — Bernabé Aráoz y la República de Tucumán — Declaración de Autonomía de Santiago del Estero — Los Estados Provinciales.



Con la Independencia lograda, quedaba atrás el proceso inicial que había requerido luchar en un doble frente: por la emancipación y la libertad. Llegaba la hora de constituir el nuevo Estado, también bajo un doble signo: el Federal y Republicano que alentaban los pueblos interiores. Contra ellos, las mismas fuerzas que los enfrentaran avanzaban hacia una duple instauración: Monárquica y Unitaria. A lo largo de la nueva gesta, Santiago del Estero debía brindar originales pruebas de su vocación federal y popular, tan arraigada en sus gentes.


El largo régimen que desde 1814 la mantenía dependiente de Tucumán y su Gobernador Araoz, no había destruido a las fuerzas autonomistas. La aparente conformidad política, ocultaba las rebeldías ideológicas y sociales que venían fluyendo por debajo. A todo ello contribuía la duración en el mando del Teniente de Gobernador para Santiago don Gabino Ibáñez, que databa de 1816. En cambio, el partido de la autonomía, actuando con suerte varia y librado a la dirección de figuras prominentes del patriciado urbano, lograba algunas veces afirmarse en cargos capitulares conquistando magras ventajas. De esta manera el Cabildo se constituía, en oportunidades, en un reducto de las aspiraciones locales, orientadas por la fracción dirigida por la familia Frías. Sus poderosos integrantes, de solvencia económica y formación universitaria en el Monserrat, o alguno de los Iramain o Gorostiaga, eran dignos exponentes de la burguesía progresista limitada a un ascendiente urbano.


El flujo de los sucesos nacionales desencadenaría nuevos acontecimientos, precipitados con la sanción de la Constitución de 1819 y los errores que se imputaban al Directorio y al Congreso. En su resistencia, la Liga Federal de Artigas crecía en poderío, y en Octubre, las fuerzas combinadas de Estanislao López y Francisco Ramírez, abrían la marcha sobre Buenos Aires. Una misma fuerza centrípeta impulsaba al interior respecto de Buenos Aires y a las tenencias respecto de sus gobernaciones. Ello acababa de dar origen a las luchas que culminaron con la autonomía de Santa Fe, en el primer caso. Como antes, las de Mendoza sobre Córdoba en el segundo. De esa manera al arribarse al Año XX, el caos que resulta bárbaro e incomprensible para los historiadores de criterio clásico, no fue más que el estertor definitivo que anunciaba el nacimiento de todos los estados provinciales.


Se estaba en víspera de los acontecimientos que salvarían el futuro republicano del país y su forma federal de gobernarse, destruyendo las mendicantes tratativas monárquicas del centralismo. Pese a sus aparentes contradicciones personales, en ese momento convergen desde los distintos puntos de su acción, José Gervasio Artigas, Estanislao López, Francisco Ramírez, Martín Güemes y Juan Bautista Bustos, los Caudillos fundadores de la Confederación Argentina. Pronto aparecería concomitante con ellos, el movimiento santiagueño conectado a esos objetivos, con los cuales se impondría Juan Felipe Ibarra.


Debían elegirse los electores para constituir el Cabildo de 1820, y el 18 de Noviembre de 1819 era ungida la lista encabezada por Francisco Javier Frías y Pedro Pablo Gorostiaga. Con ellos, podría proveerse la composición del futuro cuerpo, y no es dudoso pensar, en los propósitos secesionistas que abrigaban. Sin embargo, la Junta Electoral se hallaba trabada por una activa minoría oficialista. Sus disensiones dieron pretexto al Tte. de Gobernador Ibáñez para anularla, eligiendo en su reemplazo otros integrantes, y mandando un sumario para averiguar las reuniones secretas llevadas a cabo por elementos autonomistas, sospechando guardasen armas para la sedición 1.


El 25 de Diciembre una nueva Junta Electoral elegía el Cabildo para el año siguiente, con don Sebastián de Palacio como Alcalde 1°, de conocidas vinculaciones oficialistas desde la época de Borges. El acto fue protestado de nulidad, e imposibilitado de sostenerse por la opinión adversa, Ibáñez se retiró a Tucumán el 27 de Enero, de donde no volvería, delegando el gobierno en el Cabildo 2.


Mientras ello ocurría, en Arequito se había producido el 8 de Enero la sublevación federal del Ejército del Norte, que marchaba en auxilio del Director Rondeau. Como consecuencia, Córdoba se independizaba de hecho bajo el gobierno interino de José Javier Díaz, y así lo hacía saber en forma amenazante al Gobernador de Tucumán Bernabé Araoz. Es entonces, cuando a Santiago llegan estas noticias en una nota dirigida al Cabildo desde Abipones por el Comandante Juan Felipe Ibarra, del 28 de Enero de 1820, donde decía: “Las repetidas noticias que tengo por varias cartas del Comandante del Río Seco don Francisco Bedoya y del Dr. Mateo Saravia sobre haberse reunido el Ejército Auxiliar con las tropas de Santa Fe, después de apresar a su jefe, el Gral. Cruz y héchose cargo del mando el Coronel Mayor D. Juan Bautista Bustos, quien se halla en la actualidad con su Ejército en la ciudad de Córdoba y en donde se ha adoptado el gobierno federal bajo de un orden, y se hallan sancionando las leyes que los debe regir. Este incidente me ha hecho poner en camino hacia este destino” 3.


Así, entra Ibarra en escena y comienza a enhebrar la trama autonomista que cambiará la suerte de su tierra. Hasta ahora, el proceso político había estado en manos de los dirigentes urbanos. Ibarra desde su frontera no perdía detalle, esperando tener las espaldas aseguradas para actuar. En 1817, siendo Ayudante de Campo del Estado Mayor del Gral. Belgrano en el Ejército del Norte, fue destinado como Comandante del Fortín de Abipones, en la frontera sudeste de Santiago del Estero. El ejército nacional cedía al reclamo por una protección contra las invasiones depredadoras, que diezmaban un pueblo ya exhausto por su contribución humana en la guerra. En Abipones, Ibarra cimentó su prestigio militar, y en 1818 el Cabildo se hizo eco de ello, proponiéndolo como Teniente de Gobernador, en terna con los Palacio y los Taboada 4.


Como amigo íntimo y ex-camarada en el Ejército del Norte con Bustos y Paz, promotores de Arequito, no era difícil que Ibarra conociera algo de aquella trama. Y en Abipones podía recibir las mejores informaciones del país, antes que los capitulares de Santiago, porque allí confluían las rutas interprovinciales y los avisos de sus correligionarios vecinos.


Los acontecimientos nacionales comenzaron a precipitarse después de la entrada a Córdoba del ejército de Bustos, el 30 de Enero. El 1° de Febrero en los campos de Cepeda, las tropas federales de López y Ramírez derrotaban al último directorio, imponiendo la caída del Congreso y las autoridades centrales. Bustos, entre tanto, invitaba a las provincias a reunirse en un nuevo Congreso, y el 21 de Febrero era elegido por el voto universal y obligatorio como Gobernador de Córdoba. Por primera vez se daba cumplimiento a una verdadera representatividad popular 5.


Advertido de las maniobras santiagueñas, Araoz mandó tropas tucumanas pretextando acompañar como escolta al Gral. Belgrano. Venían al mando del comandante Felipe Heredia, pero se quedaron en Santiago intimando la cesación del Cabildo actuante, que despertaba sospechas en su fidelidad. Ante la presión armada, el 8 de Febrero eligióse otro ayuntamiento a cuyo frente se hallaba don Blas de Achával 6. Con ello se iniciaba el segundo Cabildo del Año XX, acelerando la crisis este episodio casi desapercibido por nuestros historiadores, y que refleja la psicosis de celos y sospechas, característica de un régimen en declinación.


La disolución de la autoridad nacional luego de caído el último Directorio, dejaba al Gobernador Araoz también independiente de hecho. Ante los intentos de los Caudillos para reunir un nuevo Congreso constituyente, concibió la posibilidad de organizar institucionalmente a su provincia, transformándola en “República de Tucumán” bajo su hegemonía. La expresión estaba aplicada en el concepto clásico de la res-pública, como gobierno de la comunidad o administración de la cosa pública. No tenía el sentido de una soberanía distinta de la nacionalidad argentina, como tampoco lo tuvo su contemporánea “República de Entre Ríos”, organizada por Ramírez.


A fin de proceder a la constitución del nuevo Estado, con jurisdicción sobre Santiago y Catamarca, Araoz se propuso reunir de inmediato un Congreso Provincial. Este cuerpo debía fijar los alcances de la concurrencia al Congreso mayor, de todas las Provincias de la Unión convocado por Bustos. El gobernante tucumano, hábil y acomodaticio, aunque carente de ideales firmes y que no era federal, quería concurrir a él, afianzado por el peso de la amplia jurisdicción que gobernaba.


En los principios de Marzo de 1820 llegaba a Santiago el Dr. Juan Bautista Paz, como delegado de Araoz para organizar el modo y forma de la elección de los Diputados a Tucumán. En los mismos días un Escuadrón de Dragones al mando del Capitán Juan Francisco de Echauri, ocupaba la ciudad ejerciendo la autoridad militar, con intención evidente de presionar a la ciudadanía, según los deseos oficiales. Sólo faltaba el fraude violento en este cuadro de agravios, y a ello también se llegó, en el comicio realizado el 20 de Marzo cuando se votó por electores 7.


Con tal estado de ánimos se inició la Asamblea Electoral, surgida con títulos viciados. Reunida ésta el 23 de Marzo, fue vigorosamente impugnada por los representantes de Silípica, Soconcho y Salavina, Pedro Pablo Gorostiaga, Manuel Alcorta y Francisco Javier Frías, figuras destacadas del autonomismo doctrinario. Sin embargo, la mayoría regimentada impuso como Diputados al licenciado Juan José Lamí y a don Santiago de Palacio, nombres de relevancia desde antiguo, en las filas opuestas 8.


No llegaron a incorporarse al Congreso proyectado por Araoz. La sucesión vertiginosa de los hechos, cambiaría el rumbo político santiagueño para siempre y la autonomía iba a ser una realidad. En eso coincidían los elementos del partido autonomista, de base urbana pero que comprendiendo su escasa fuerza, buscaban integrarse con las mayorías populares para llegar en forma irrevocable al federalismo. Y este conjunto, donde hay no pocos intereses ambivalentes, resuelto al cambio, es el que, en defensa de la voluntad popular, acuerda llamar en su auxilio al Comandante Juan Felipe Ibarra.


En ese momento, al buscarse a Ibarra para la autonomía, y como en el fenómeno de la “anarquía” en Buenos Aires o Córdoba, se ha desplazado el centro de irradiación política. Pasa así, de las filas dirigentes de la burguesía de posibles, a las masas periféricas y sus conductores naturales. Ahora, los políticos urbanos forzados a una decisión irrevocable, evitaron caer en el error de Borges. Comprendieron que sólo una sustentación general del territorio, salvaría la situación, siendo aventurado fiarla al ámbito comunal. Y el único Caudillo rural prestigioso y con poder, entraba en escena, rectificando los errores de estructura que habían llevado a los fracasos anteriores. Ibarra sabía que nada podía sostenerse sin una base campesina firme y el nuevo Estado sería así, resultante de un orden social nuevo. Surgen espontáneas sus formas primeras: “Sus jefes se federan, una Patria sin Europa: Igualdad. Cada jefe lo es por voluntad de los suyos: una lanza, un voto. Y éste es, montaraz, el comenzar del genuino elegir y legislar; causa de las causas nacionales” 9.


El Caudillo venía en marchas sobre la ciudad, con las espaldas cubiertas por un territorio que dejaba convulsionado a su paso. Llegaba dentro de la misma concepción estratégica borgista, armonizada en el plan general del federalismo interior. Otra vez Santiago, con su imponente mole geográfica y humana en el centro del país, era el vínculo trasmisor entre el Litoral sureño y los vértices de la frontera Norte. Lo primero, se atestigua con la amistad y el acuerdo entre Ibarra y Estanislao López, unidos epistolarmente desde Junio del año anterior, en oportunidad de la caída de Pueyrredón. Y en momentos en que Ibarra se lanzaba a la autonomía, López le mandaba tropas de refuerzo, según lo certifica el Manifiesto que se diera el 27 de Abril 10. En cuanto al Norte, cooperaba desde Salta el Gobernador Güemes, por su antigua camaradería y por la comprensión que tenía del plan de Borges, desde un lustro antes.


Las noticias sobre Ibarra llenaban de alarma al oficialismo. El 30 de Marzo reunióse el Cabildo, medio desintegrado por sugestivas ausencias. El Comandante Echauri informaba de la marcha redoblada de las fuerzas sitiadoras, y se ordenó por Bando el reclutamiento forzoso del vecindario 11. A las 9 de la noche, se intentaba parlamentar, pero Ibarra exigía el abandono inmediato de la Plaza y de las municiones por Echauri.


En la madrugada del 31 de Marzo llegó el ultimátum del Caudillo: “No puedo ya ser más insensible a los clamores con que me llama ese pueblo en su auxilio por la facciosa opinión que sufre indebidamente de V. S. para cimentar de mucho su esclavitud. Me hallo ya a las inmediaciones de ese pueblo benemérito y si V. S. en el término de dos horas desde el recibo de esta intimación, que desde luego lo hago, no le permite reunir libremente a manifestar su voluntad, cargo con toda mi fuerza al momento” 12.


Este lenguaje sin sofisticaciones, iba acompañado de la acción consiguiente, y avanzando por el sudeste de la ciudad, las primeras escaramuzas de Ibarra con Echauri, se libraron en alrededores del templo de Santo Domingo. Se estaba en la celebración de la Semana Santa de 1820.


El Cabildo cometió el error de subestimar a las fuerzas gauchas, confiado en la pericia del escuadrón regular de Tucumán. Ignoraban que esas tropas, desorganizadas y empobrecidas en el sacrificio de las fronteras, luchaban con el ardor de la esperanza en medio de sus harapos. Luchaban por su tierra y por un destino que les garantizara un mínimo reconocimiento a su personalidad. Por eso mismo, la pelea fue breve y definitoria. Al cabo de unas horas, Echauri se daba a la fuga, y hacia el mediodía, Ibarra ya era dueño de la ciudad 13.


Tocaba ahora efectivizar los propósitos enunciados por los triunfadores, con una política autonómica que alineara a Santiago en el Federalismo. El mismo 31 de Marzo se convocó a un Cabildo Abierto para dar paso a la expresión del pueblo, aunque su composición siempre se refería a un mismo estrato social. Fue elegido don Pedro Pablo Gorostiaga para presidirlo, y se consideraron depuestas las autoridades anteriores, quedando proclamado por voluntad mayoritaria, la autonomía provincial “de facto”. Un nuevo Cabildo fue electo, y el Comandante Ibarra consagrado por unanimidad como Gobernador Provisorio, quien el 1° de Mayo quedaría en propiedad 14.


Mientras se negociaba la paz con Araoz, era convocada una nueva Asamblea Electoral, como dice Mitre, “con el carácter revolucionario de legislatura y constituyente”15. El 19 de Abril Ibarra le escribía a Bustos sobre las miras de Tucumán: “Como pudiera ser que se intente obrar con la fuerza armada me parece que Usted debe interponer su influencia y consideraciones para que no se verifique tal empeño, que nos causaría los mayores desastres pues no dudo que toda esta jurisdicción en masa está resuelta a sostenerse a toda costa”16. El 5 de Abril se dirigía al gobierno de Buenos Aires adhiriendo al Tratado de Pilar, y prometiendo la concurrencia de Diputados al Congreso Federal que se establecería. En la misma fecha, el Cabildo enviaba a los Gobernadores de Buenos Aires y Córdoba el acta eleccionaria del 31 de Marzo, agregando que “a esta operación nos ha animado el constituirnos en las bases del Sistema Federal que por principios e iniciativas de las demás provincias hemos abrazado” 17.


La rebeldía santiagueña tenía que ofender profundamente al Gobernador Araoz. El 10 de Abril, perdidas las esperanzas de retomar la situación, lanzó un Manifiesto donde afirmaba: “El lisonjero esplendor del uso libre de vuestros derechos os deslumhra y alucina hasta el deplorable grado de creeros capaces de entrar por vosotros mismos en un gobierno federal, por lo cual vuestra minoridad e impotencia no puede perdonaros” 18.


El agravio fue contestado de inmediato, con argumentos expresivos de una gran capacidad ideológica y jurídica. Ibarra y el Cabildo suscribieron el 17 de Abril un Manifiesto conjunto, dirigido “a los pueblos federados”. Su justificación no podía ser más contundente: disueltos los vínculos de la autoridad nacional, la soberanía se retrovertía a sus fuentes originales. “No puede haber asociación civil sin pacto social —decía—; éste por naturaleza exige y demanda un consentimiento unánime del pueblo. Después de la dislocación del Congreso y que los pueblos reasumieran su soberanía, ¿en qué tiempo, en qué hora y dónde, Tucumán y Santiago celebraron contratos para asociarse y establecer ese orden gradual que somete al uno a la potestad del otro? La esencia del cuerpo político consiste en el acuerdo de la obediencia y de la libertad” 19.


Se recordaba además, la mayoría geográfica y demográfica de Santiago sobre Tucumán, que no justificaba ninguna subordinación. Todo el documento, denso y profundo por cuanto denota la versación de la época en el derecho público, constituye un jalón importante para la fundamentación doctrinaría del federalismo. Las autonomías locales, eran una consecuencia del desarrollo histórico que no podía retrotraerse, y de ellas, surgiría igualitariamente el nuevo Estado Nacional.


Sólo restaba dar el último paso y declarar la Autonomía formal, para que la antigua Tenencia de Santiago del Estero se erigiese en Provincia Federal. A ese fin, y estando elegidos nuevos electores, el 25 de Abril constituyóse la Asamblea. La integraban hombres de gran figuración política, antiguos compañeros de Borges, formados en los claustros universitarios y religiosos. Si bien las Asambleas Electorales funcionaban como precursoras del Poder Legislativo, a cuya organización se iba en una natural evolución; la de 1820 asumía proporciones mayores.


Se eligió Presidente al licenciado Manuel Frías, sacerdote y miembro de una relevante familia patriota. Fue su Secretario el licenciado Fernando Bravo, representante de Matará, que hasta el 27 corrió con los documentos del cuerpo. En la misma sesión se eligió Diputado al Congreso convocado por el Tratado del Pilar, al Coronel y Doctor Mateo Saravia, amigo de confianza y asesor de Ibarra 20.


El 27 de Abril volvió a reunirse la Asamblea para proceder a la declaratoria de Autonomía Provincial. Antes de ello, y por renuncia de Bravo, se encomendó la secretaría ad-hoc al Mariscal Juan José D'Auxion Lavaysse. Este general francés, desterrado luego de la caída bonapartísta, se había casado en Santiago en 1817, radicándose en Tucumán hasta principios del año 20. Pero una fugaz residencia no autorizaba a considerarlo nervio y autor de los documentos autonomistas. La especie fue lanzada por Groussac sin otra base que presuntos “galicismos” en su redacción, y muchos autores la repiten ignorando su origen. Ante la precisión doctrinaria de aquellos que había motejado de “bárbaros” con duros calificativos, tenía que empeñarse en disminuirlos pues no los concebía autores de una obra de esos alcances.


La Asamblea procedió con solemnidad a declarar la Autonomía Provincial el 27 de Abril de 1820. Y lo hacía con un documento político sin igual dentro del derecho público argentino. Santiago había dado “un voto inequívoco: formar de esta jurisdicción uno de los territorios o estados de la República Federal del Río de la Plata... convencidos del principio sagrado que entre hombres libres no hay autoridad legítima sino la que dimana de los votos libres de los ciudadanos” 21.


El Acta de Autonomía afirmaba no reconocerse “otra soberanía ni superioridad sino la del Congreso de nuestros coestados que va a reunirse para organizar nuestra federación”. Se ordenaba el nombramiento de una “Junta Constitucional para formar la constitución provisoria y organizar la economía interior de nuestro territorio, según el sistema provincial de los Estados Unidos de la América del Norte, en tanto como lo permitan nuestras localidades”. Y se ofrecía la paz y el olvido a los ofensores, así como se castigaría a los que “conspiraren contra este acto libre y espontáneo de la soberanía del pueblo de Santiago” 22.


Esto quiere decir que, por vez primera, el basamento de aquellas ideas federales partían de un hecho real: la existencia de los “territorios unidos de la confederación”, y esa unión igualitaria y democrática, sólo se supeditaba a la autoridad del “Congreso de nuestros coestados”. Ese principismo constituyente arribaba a la primera solución esbozada dentro de la lógica y la cultura política verdadera, al afirmarse que se haría “en tanto como lo permitan nuestras localidades”. Es decir el país de carne y hueso, y no una copia meteca como la que se importaba de constituciones europeas. A ello propendían los santiagueños con este acto, que en su medio y su tiempo, exteriorizaba el más sólido aporte al desarrollo del federalismo y la nacionalidad.


Ese año de gracia de 1820, que se había iniciado con rumores de lanzas y galopes indómitos, en fecunda embestida de las masas nativas contra los estamentos virreynales, alcanzaría su máxima expresión en el derrumbe de las jerarquías metropolitanas. Era el sentido íntimo protagonizado desde el interior, y que haría expresar esa antítesis entre “federales proletarios y unitarios propietarios”23. Es que, como dijera Ricardo Rojas, “el federalismo fue hijo legítimo de Mayo en cuanto fue para cada pueblo una forma concreta de la emancipación y del gobierno propio; y realizada la independencia, él defendió los verdaderos ideales de la revolución” 24.


Efectivamente. Como réplica de una edificación popular, el Tratado del Pilar entre Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos, había iniciado la edad de los grandes pactos constitutivos del nuevo estado. Tucumán y Córdoba, por el surco que abriera Estanislao López el año anterior, sancionaban con sus Estatutos Provinciales las primeras organizaciones del derecho público provincial. Autonómicamente se erigen entre esos días, como entidades soberanas, las provincias de Santiago del Estero, La Rioja, Catamarca, San Juan y San Luis. Se complementa en un todo orgánico la geografía política argentina, y se esquematiza su constitución jurídica sobre bases terrígenas auténticamente nacionales. De ahí, que la declaratoria santiagueña no sea un suceso inconexo realizado al azar, sino armonico entre estos pronunciamientos, demostrativos de una profunda ansiedad de justicia y libertad sustentando toda anatomía interior.