Juan Felipe Ibarra y el federalismo del Norte
Los jefes federales y la organización nacional
 
 

Sumario: Artigas y Santiago del Estero — Ibarra y Güemes — Combates por la autonomía — El Tratado de Vinará y los Pactos Interprovinciales — Ibarra y Ramírez.



Decididos a la lucha autonómica, afloraron en forma concluyente, las definiciones ideológicas que dieron homogeneidad orgánica al partido federal de Santiago del Estero. El Gobernador Ibarra establecía un hábil juego diplomático-epistolar con los Caudillos de la república y, paralelamente, el nuevo Cabildo anticipaba con justeza y precisión, las determinaciones a seguir. La existencia de dichos mensajes y comunicaciones recíprocas, confirma la identidad política entre los jefes federales del litoral con los mediterráneos. Y en esa reiteración de solidaridades, Santiago volvía a ser la base central de toda estrategia.


Nuevamente se hacía sentir la influencia del Protector Artigas en nuestro interior. Hasta Santiago llegaba trayendo desde la Costa del Uruguay, la palabra de Artigas, su emisario don Ventura Martínez. La carta del jefe oriental, fechada el 18 de febrero de 1820, después de Arequito y Cepeda, fue contestada por el Cabildo santiagueño que presidían Antonio M. Taboada y Manuel Alcorta, el 7 de Abril de 1820. En ese momento, previo a la declaración formal de autonomía, las autoridades surgidas de la revolución del 31 de marzo junto con Ibarra, hicieron la más categórica profesión de fe republicana y federal.


Decía el Cabildo al Gral. Artigas: “Damos mil gracias a V. E. por los nobles y dignos sentimientos que se digna comunicarnos. Así como por los generosos y heroicos esfuerzos con que al frente de los invencibles ejércitos de la Banda Oriental, de Entre Ríos y de Santa Fe, ha conseguido al fin redimir estas provincias de un sistema liberticida, cuyo objeto era entregar estas provincias a un ramo de la familia de Borbón y de establecer en estos países una Monarquía todavía más tiránica que la de los Españoles. Los ciudadanos de este Pueblo y su campaña, acaban de asegurar la libertad de sus elecciones violada el 1º de Febrero pasado. Los progresos que han hecho entre nosotros las ideas federales cuya base es la libertad y la igualdad del sistema representativo, nos han alentado a dar este paso para sostener nuestros derechos vioables. Tenemos el honor de asegurar a V. E. que siempre nos encontrará dispuestos a contribuir a cuanto esté en nuestro alcance para asegurar la integridad del territorio de la Confederación contra las combinaciones de la ambición extranjera” 1.


Ello se escribía en las horas gestatorias de la Autonomía, agregándose en explicación de los recientes sucesos, la referencia a una “municipalidad usurpadora y de principios opuestos al sistema federal” que acabara de derrocarse. El nuevo orden venía a destruir las combinaciones monárquicas y entreguistas para construir una democracia federal, sobre la base de la “igualdad y libertad” de todos los argentinos. Por eso la solidaridad con Artigas, era un índice de la alineación política de nuestro federalismo.


Cuando días más tarde se produjo la Autonomía, volvió Ibarra a poner el hecho oficial en conocimiento del Gobernador Bustos. En carta del 9 de Mayo de 1820, ratificaba “el decidido empeño en que se hallan estos habitantes para sostener a toda costa su independencia” 2. Decía que Santiago pelearía firmemente, pese a que Araoz mantenía sus ofensas al tener bien armada su provincia con los restos del ejército nacional. Concluyendo con protestas de “una firme unión y fraternidad” con el pueblo cordobés y su Caudillo.


Es que Ibarra conocía y preveía las dificultades posteriores. Contando con la activa solidaridad de Güemes y de López en sus cercanías, con la de Bustos se completaba la geografía limítrofe. Sólo Araoz rompía el esquema del federalismo, desde el litoral al norte, y su vecindad era peligrosa.


La condición indispensable del fortalecimiento provincial, estaba dada por la unidad del frente interno, ante los peligros que acechaban al solar nativo. La confluencia esporádica de todas las fracciones locales, fue aprovechada de inmediato por Ibarra para consolidar el Estado naciente. Armonizando disensiones, quería el desencaje de los partidos tradicionales, para utilizar sus elementos en una fuerza nueva que sirviera sus propios intereses. Le ayudaba a ello, el haber estado ausente en la guerra o en la frontera, y lejos de las disputas y envidias lugareñas preexistentes. Soldáronse entonces, los antiguos tiempos con ese presente moldeado por Ibarra junto con la Autonomía. Esa organización social y política, si bien se reconocía consecuencia del ensueño borgiano, de ahí en adelante llevaría su sello creativo. Como un fatal paralelismo, se daban en Santiago las mismas distancias y similitudes, idéntico destino trágico abriendo camino a la dictadura, que en el federalismo bonaerense acusan las semejanzas entre Dorrego y Rosas.


No pocas veces los notables urbanos intentaron resistir sin éxito, este peligroso desalojo de los primeros planos de la política. Las paradojas de siempre, llevaban a los Frías por ejemplo, a encabezar una tímida oposición. Acostumbrados por su cultura y riqueza a tener preponderancia, eran los autonomistas de la vieja guardia de Borges, y manejaron la Asamblea Provincial. En cambio muchos ex-españolistas y ex-directoriales, trataron ahora de volver al calor oficial, como los Palacio dueños de gran fortuna, o los Taboada, con ascendiente en zonas rurales, y que se ubicaban por su parentesco con Ibarra.


Los esfuerzos más peligrosos a su estabilidad, comenzaron a insinuarse apenas instalado en el gobierno, obligándole a abrir un doble frente de lucha y de acción. Como era ilusorio encumbrar una figura civil, se quiso oponer a Ibarra, otra militar, por lo menos de similares dotes que las suyas, dentro del concepto castrense. Con tal fin, los Frías habían pensado llevar de Gobernador al Capitán Lorenzo Lugones 3. Resultaba muy hábil enfrentar a Ibarra con otro soldado de la Independencia, de iguales méritos en la guerra patria, amigo de Borges y santiagueño cabal. Pero Lugones llegó tarde. Después de Arequito, recién se desocupó del Ejército Nacional y cuando regresó a Santiago, la autoridad gubernativa de Ibarra era definitiva.


Una nueva intentona se gestó a los meses. Apoyada desde Tucumán con armas y hombres de Araoz, el cual no cejaba en su despecho. Esta vez el elegido era otro camarada de armas desde los días del batallón Patricios Santiagueños de 1810. Uno de los verdaderos héroes de Vilcapugio, prisionero en el Callao de donde logró huir y volver a presentarse a Belgrano: el Capitán Gregorio Iramain. Al frente de una partida tucumana y algunas milicias de la campaña, hizo su entrada a Santiago en la madrugada del 18 de Enero de 1821. Se presentó al Cabildo intimando ser reconocido como autoridad ya que Ibarra, en previsión, había partido a reunir gente para la defensa, en los campamentos del interior 4.


Iramain invocaba los títulos de Jefe Militar y Auxiliador del Pueblo, ocupando la ciudad con una división tucumana al mando del Coronel Pedro Roca. Ibarra desde Loreto, recluta su gente con la cual cae en una sorpresiva maniobra envolvente, y derrota al grueso del invasor en el combate de Los Palmares el 5 de Febrero de 1821. Era la primera victoria de la provincia, obtenida en defensa de su autonomía, en forma completa, pues Iramain fue capturado. Pero Ibarra le perdonó la vida por el destierro de Santiago 5.


Recuperado el gobierno, Ibarra tuvo que afrontar la solicitud de arreglo hecha por Araoz. La insincera búsqueda de paz, era una manera de ganar tiempo ante la propia debilidad, en espera de la ocasión para un nuevo golpe. Era indudable que el gobernante tucumano constituía una doble amenaza. En lo local, por su ambición de volver a su dominio sobre Santiago. Y fuera de la provincia, porque sus celos con los vecinos, interrumpían el esfuerzo bélico defensivo en la frontera norte, custodiada por Güemes, a quien Araoz creaba disturbios. Alentando a la vez, a la oligarquía de los “patriotas nuevos”, enemiga del Caudillo salteño porque ansiaba pactar con el invasor realista. El Coronel Manuel Eduardo Arias, enrolado en filas de Araoz abandonando la guerra gaucha, los Uriburu, Echazú, Cornejo, ansiosos de liquidar al “déspota sanguinario” de Güemes, urden el nudo de la conspiración. En Salta, al igual que en Santiago, era previo volver a consolidarse internamente, y Güemes contaba con ello para continuar defendiendo la frontera norteña, o contribuir con las demás provincias, en la ayuda que solicitaba San Martín 6.


Bustos, Ibarra y Güemes representaban en ese momento un pensamiento acorde. Córdoba y Santiago contribuirían a la expedición al Perú y por eso, al ser ésta atacada por Araoz, Salta iba en ayuda con sus auxilios. Güemes lo había manifestado al Cabildo, poniendo en sus manos “el oficio del Gobernador de Santiago en que se queja de las operaciones del de Tucumán, las que ocasionaba no poder auxiliar con los artículos necesarios que le había ofrecido para facilitar la operación sobre los enemigos del Perú”. El 1° de Febrero de 1821, Güemes exponía a los cabildantes “que siendo la de Santiago injustamente invadida, se hallaba en el caso de sostenerla, dirigiendo sus armas contra la agresora” 7.


En esos días se produjo la acción de Los Palmares, cuya derrota no dio término a los planes agresivos de Araoz. Faltaba concluir con el problema tucumano y aventar para siempre la continua amenaza pendiente. Así lo entendieron Ibarra y Güemes, y el primero, se puso al frente de sus tropas encabezando la marcha hacia Tucumán. Güemes envió una división de sus famosos gauchos al mando del Coronel Alejandro Heredia, y el encuentro decisivo, se produjo el 3 de Abril de 1821, en el lugar llamado Rincón de Marlopa, en Tucumán 8.


Terrible y fatal desastre. Sólo la impericia de los batallones santiagueños, desorientados por este otro tipo de lucha diferente a sus costumbres montoneras, explica la derrota. No obstante ser tucumano, el mismo Heredia y los gauchos güemistas, minados en su campo por la traición, desconocen el terreno, vacilan en el combate y la victoria favorece al ejército de Araoz, dirigido por el coronel Abraham González.


En la noche del repliegue, el dolor de la tragedia, daría amargo sabor a la retirada santiagueña, y temiendo por su terruño, Ibarra y los suyos acampan en Vinará, cerca de Río Hondo, vigilando la frontera vecina. Desde allí, comenzó a negociarse el histórico Tratado interprovincial, suscripto el 5 de Junio de 1821. El Gobernador Bustos intervenía de nuevo apoyando a Ibarra, en el interés de concretar la organización federal con el Congreso de Córdoba. Santiago era otra vez, imprescindible para realizarlo, y el común principismo de ambos caudillos, volvía ahora a ponerse de resalto.


El Tratado de Vinará fue suscripto por el ilustre Pbro. Pedro León Gallo, en representación de Santiago del Estero; don Miguel Araoz de Tucumán, y el Dr. José Antonio Pacheco de Melo de Córdoba, cuyos buenos oficios lo garantizaban. Es cronológicamente el cuarto de nuestros grandes Pactos preexistentes” y este carácter fundamental le asigna singular trascendencia. Fue otro de los aportes sustanciales a los acuerdos interprovinciales que definen la forma republicana y federal. Los Tratados del Pilar en febrero de 1820, de la Costa de Avalos entre las provincias mesopotámícas en Abril, y el de Benegas en Noviembre del mismo año, sentaron las bases organizativas de la nacionalidad. Dicha sucesión, vino a continuarse en 1821 con el de Vinará, el primero entre los mediterráneos, que volvió a ratificar el primado político de Ibarra en el interior.


Por este Tratado, se ponía fin a la guerra entre Tucumán y Santiago, y se obligaban las partes, a procurar la organización institucional. Ambas provincias comprometían su concurrencia inmediata al Congreso de Córdoba, y a elegir sus Diputados en el término de un mes. Sus puntos se hacían extensivos a Salta y se la invitaba a ratificar el Tratado. Santiago y Tucumán se hacían el deber de ayuda y unión con Salta, y la primera, retenía las conquistas de su autonomía y gobierno propio 9.


A la par de estos sucesos, se ponía lentamente el sol irradiante de Güemes, el amigo y custodio tutelar de nuestra soberanía nacional y provincial. Roído por la traición, antes de Marlopa, al retornar a Salta, encontró con ingratitud la complicidad de los señores urbanos con el invasor realista, cegados de odio a su liderazgo. Sin tiempo a retomar contacto con Ibarra y los santiagueños, murió, víctima ilustre de la emboscada enemiga, el 17 de Junio de 1821.


En aquellos días, daba fin la vida, con iguales trágicos contornos, de otro propulsor del federalismo argentino. Francisco Ramírez, el Supremo Entrerriano, caía inmolado a las disputas correligionarias que ensombrecieron su camino. Venía con su partida de últimos fieles, por el Norte de Córdoba, a buscar refugio en la comprensión de Ibarra. Santiago se le ofrecía como un tránsito seguro hacia el Chaco para volver de ahí a sus lares. Era otro indicio más, de los respetos que inspiraban Ibarra y su gobierno, por encima de las diferencias entre los jefes litorales.


Ramírez envía un mensaje a don Juan Felipe, quien, ordena a un contingente de soldados, salieran a recibirle y protegerle en los límites con Córdoba. Y comisiona a otro de sus ilustres huéspedes, el ponerse al frente e ir a ofrecerle un punto de residencia, si desea incluso, asilarse en la Provincia. Ese huésped era el Gral. Paz, que también había llegado a vivir en Santiago, seguro de la protección generosa de Ibarra, su ex-compañero del Ejército del Norte. Que se la dio sin retaceos todo el tiempo que quiso quedarse, como antes la ofreciera a su enemigo Araoz, cuando fuera depuesto en Tucumán. Estos hechos, fueron muchas veces callados por la ingratitud política de sus propios beneficiarios.


Paz iría al encuentro de Ramírez “con todas las facultades del gobierno”, aunque a las ocho leguas de la ciudad es informado en Manogasta, por el padre Monterroso, del fin de Ramírez. El caudillo entrerriano fue alcanzado por una partida cordobesa en Río Seco, cerca del límite, el 10 de Julio de 1821 y allí le dieron muerte 10. La amante compañera por quien ofrendara su vida en desigual combate, continuó el empeño inconcluso. Seguida de los sobrevivientes, la Delfina pasó en tránsito por tierra santiagueña dejando la leyenda de su odisea, cual un hálito medioeval trasplantado a las campiñas argentinas por aquel digno exponente de la raza americana.


Y así, mientras este pueblo de Santiago, guardaba en sus fibras íntimas todas aquellas sentidas rememoraciones, el mesurado valor de su jefe federal adquiría señorío y prestigio. En cambio, Buenos Aires, asiento de otro orden político, iba hacia la postergación de los ensueños organizativos, encandilando con sus falsas luces de extranjería. Cuando llegáronle las nuevas del interior, celebraron la tragedia con irreverencia peyorativa. Hermanando la muerte de los dos grandes conductores de Salta y Entre Ríos, “La Gaceta” así la anunciaba en su edición del 19 de Julio de 1821: “Acabaron para siempre los dos grandes fascinerosos Güemes y Ramírez”11. La liquidación de los llamados “caciques” de provincia, puesta para información de sus cultos lectores, coincidía simbólicamente en esa fecha, con otro acontecimiento. Sin duda, tenía mayores trascendencias el que, ese día, el Gobernador Rodríguez integrara su gabinete, designando Ministro a don Bernardino Rivadavia...