Homenaje al Bgder D. Juan Bautista Bustos
Disertación
 
 
La presencia nuestra, en este venerable templo dominico, que en­cierra en su dimensión de tiempo y espacio muchos momentos históricos de la argentinidad, tiene un propósito: dejar en el mármol el testimonio de gratitud a uno de los hombres que, como otros hasta hace poco ol­vidados, bregaron desde los albores de la Patria por su independencia y organización. Me refiero al General Don Juan Bautista Bustos, cuyos restos descansan en esta casa del Señor.

Nació en el año 1779, en las pintorescas serranías de la "Punilla" cordobesa, donde susurran límpidas las aguas del Yuspe y el Cosquín. Allí, en San José, aun se encuentra la colonial capilla donde el niño fue hecho hijo de Dios con el agua del bautismo.

Cuando los ingleses pretenden someter al Río de la Plata, lo en­contramos en Buenos Aires. Nuestro hombre es Capitán de Arribeños. Heroica y decidida es su actuación, con solo 18 soldados salva una si­tuación militar difícil, y de tal forma lo hace, que una copla popular canta su epopeya.

Las jornadas de Mayo lo cuentan como militante. En el Cabildo Abierto del 22 funda su voto diciendo que en el pueblo reside la sobe­ranía; y en el petitorio del 25 de Mayo, su firma aparece entre las de los patriotas que gestaron la Revolución de 1810.

Ya Teniente Coronel, en 1811, integra el Tribunal de Seguridad Pública creado por la Junta. Entre las medidas que toma, figura la del confinamiento de Don Bernardino Rivadavia, sospechoso de estar a favor de los realistas. Esta medida sirve para explicar en el futuro la animo­sidad de Rivadavia hacia Bustos.

Más tarde marcha al Norte a consolidar la Revolución, lo hace co­mo comandante del Regimiento No 2 del Ejército Auxiliar. Allí actúa a las órdenes de Belgrano y en combinación con Güemes.

El Congreso de Tucumán le otorga el grado de Coronel -Mayor.

Disciplinado, ya militar de carrera, sirve al gobierno de Buenos Aires en la campaña contra los levantamientos federales del Litoral. Se muestra partidario de un país organizado y en orden, por eso lucha contra las montoneras.

Pero esas dolorosas campañas de las guerras civiles de los años 1818-1819, gravitarán sobre el espíritu de Bustos, que comienza a ver los errores del Directorio y a comprender la lucha de los libres y va­liente federales. Esta revisión de su posición lo llevará al pronuncia­miento de Arequito en 1820, en que el Ejército Auxiliar del Norte, ahora bajo su mando, deja de acosar a los hermanos del Litoral.

El 3 de febrero de 1820, siendo ya General en Jefe del Ejército Auxiliar, remite una circular en la que sostiene que el país debe reor­ganizarse mediante un Congreso Nacional. A partir de ese momento, Bustos no se apartará nunca de la meta que se ha impuesto.

Así, luego de sellarse, con su intermediación, la paz entre Buenos Aires y Santa Fe, en Benegas, pone en marcha la reunión del Congreso de Córdoba. Ese Congreso, pese a sus empeños, no tendrá vida, porque Bernardino Rivadavia, a la sazón Ministro de Gobierno de Buenos Aires, frustrará el intento de organización nacional.

Corre el año 1822, el Libertador General José de San Martín se encuentra en el Perú en una situación militar delicada. Para salir de ella decide solicitar la colaboración de las Provincias del Río de la Plata. Es­tas deberían enviar una fuerza expedicionaria que atacara a los españoles por la espalda en el Alto Perú. Para lograr su objetivo envía un comisionado, el Comandante D. Antonio Gutiérrez de la Fuente. San Martín había elegido para Jefe de esa fuerza expedicionaria al General Juan Bautista Bustos. Este apoya el proyecto sanmartiniano desde el primer momento. Todas las Provincias se adhieren. Entusiasma leer las cartas que intercambian Bustos y Estanislao López, identificados con la causa americana. Sólo falta el apoyo de Buenos Aires, la única que po­see el metálico que le da su Aduana; allá marcha Gutiérrez de la Fuente acompañado del Secretario del Gobernador Bustos. Sabiendo éste últi­mo la animosidad que sentía Rivadavia hacia él, y consciente del éxito que debía tener la misión del Libertador, oficia lo siguiente al Gobierno de Buenos Aires:

"Los grandes designios es justo que sean independientes de los sucesos momentáneos y que sobrepujen a las divergencias de las pasiones" —y agrega— "Yo me hallo invitado por Su Excelencia el Protector del Perú a ponerme al frente de una fuerza que debe operar a la espalda de los enemigos, de cuya combinación impondrá a V. E. como si fuese mi misma persona, mi secretario; más impondrá asimismo que jamás permitirá mi deseo en la planificación de este proyecto, que se paralice una empresa porque no tenga el honor de mandarla y protestando todo el desprendimiento que cabe a un hombre, que fija sus miras exclusivamente en el país, he asegurado al comisionado del Gral. San Martín y aún a la América toda, que cualquiera que sea su jefe prepararé todos los auxilios que estén en mi esfera sin reservar nada a tan sagrado interés".

Rivadavia no dio importancia alguna a la misión de Gutiérrez de la Fuente y a la causa americana que encarnaba José de San Martín. De esta manera fracasaba el proyecto del libertador y con ello San Martín en inferioridad de condiciones, tuvo que resignar todo a Bolívar.

A pesar de la falta de apoyo de Buenos Aires, Bustos, y Urdininea, 2do. Jefe designado por San Martín, ponen en marcha una pequeña fuerza que representa el esfuerzo de varias provincias, pero esta expe­dición, que logra penetrar en el Alto Perú, no solo es militarmente pe­queña, sino también tardía, pues el Libertador, interiorizado de la falta de apoyo porteño, se había alejado, dejando la dirección de la guerra a Simón Bolívar.

En 1823 la necesidad de organizar el país sigue siendo imperiosa. Buenos Aires, que parece olvidar que en tres años no pueden haber desaparecido las causas que alegó para arruinar el Congreso de Córdo­ba, encabeza la iniciativa de una nueva reunión nacional, y a Córdoba va la misión Zavaleta. El gobernador, aunque no olvida las actitudes de Rivadavia, presta apoyo al proyecto. La sede propuesta para la asam­blea es Buenos Aires; Bustos también lo acepta. Con ello demuestra que el concepto de Nación prima sobre el de localidad.

La sanción de la Ley Fundamental por el Congreso de 1824 dará satisfacción a Córdoba, como a las demás provincias. Más luego, con el pretexto de la guerra con el Brasil, empieza a elaborarse una apurada legislación nacional que va a violar esta Ley Fundamental.

Sin dejar de cumplir con los compromisos militares en la guerra con el Brasil, Bustos y la Legislatura provincial deciden separar del Congreso a los diputados cordobeses que transgredieron la Ley Fundamental al votar las de Presidencia, Capital y otras más, sin haberlas puesto antes a consideración de la Provincia. Como vemos, con esta medida, Córdoba se anticipa a las demás provincias en el desbaratamiento de las ma­niobras unitarias y antipopulares que culminarán con el rechazo de la Constitución de 1826.

Rechazada ésta por las provincias, ante la amenaza de una nueva y grave disolución, el sentimiento de unión y de nacionalidad es renova­do de inmediato por los pueblos del interior. Una manifestación de ello es el Tratado de Huanacache, que firman las provincias cuyanas en abril de 1827. La otra manifestación, de mayor envergadura, es la Liga de Provincias Federales, de mayo del mismo año, cuyo origen debe bus­carse única y exclusivamente, en las "Bases Federales" proyectadas por el gobernador de Córdoba, el que, a falta de recursos para enviarlas por comisionados, las remite epistolarmente a todas las provincias. Es que Bustos —como dice el historiador Carlos Segreti— "continuará haciendo denodados esfuerzos para proseguir la obra de reorganización nacional. Entiéndase: de otra reorganización. A la conducida desde Buenos Aires y que ya alcanza del fracaso, habrá de tratar de reemplazarla con la reorganización nacional por él propiciada. Otra vez alimentará ilu­siones como en 1820".

Por la Ley de 3 de julio de 1827, Buenos Aires recupera su entidad autonómica provincial; por la misma se invita a las provincias a la reu­nión de una convención.

Recibida en Córdoba esta invitación, la Legislatura dictará una re­solución que en su artículo 3°, dice:

"Autorízase al P. E. de este Estado a que invite a todos los de la Unión, y también al de Buenos Aires, si vuelve al estado primitivo de Provincia, a la celebración de un Congreso General para el próximo mes de setiembre".

Esta resolución de la Legislatura de Córdoba, que es comunicada a Buenos Aires por el Gobernador, no era otra cosa que la concreción del pacto proyectado por él y convenido con las provincias federales en mayo de 1827.

Buenos Aires invitaba a una CONVENCIóN; Bustos a un CON­GRESO. Y acá es necesario hacer una distinción: en esa época CON­VENCIóN y CONGRESO no eran sinónimos. La convención consistía en una asamblea preparatoria de un congreso. Una vez más, Córdoba, a través de su gobernante, deseaba alcanzar cuanto antes la organización definitiva del país. Mientras Dorrego, que aspiraba a la presidencia con la misma legitimidad que Bustos, quería la CONVENCIóN hasta ase­gurarse un CONGRESO que le respondiera, el último buscaba la rea­lización lisa y llana del CONGRESO CONSTITUYENTE.

Bustos, además de la convocatoria del congreso, de acuerdo a lo convenido con las provincias federales en el mes de mayo, solicita a Dorrego que no permita la salida del país de las personas que habían formado el gobierno y la élite rivadaviana, a fin de someterlos a pro­ceso; pide además la remoción de los altos funcionarios que desde sus puestos podían perjudicar la marcha de los actuales esfuerzos de reor­ganización. Dorrego, a pesar de comprometerse a tomar estas medidas, no lo hizo, y fue víctima de ello: lo pagó con su vida, y el país con una nueva y horrenda guerra civil.

Dorrego, con habilidad política, mediante varias misiones que envía al interior, se asegura el voto de la mayor parte de las provincias en favor de la reunión de una CONVENCIóN en Santa Fe. Es decir que logra desligarlas del acuerdo que habían celebrado en mayo con Bustos. Este último, a pesar de ver que no se actuaba de buena fe, no desea entorpecer la reunión del cuerpo en Santa Fe. Córdoba enviará sus diputados, pero con la consigna de que una vez que estén todas las provincias presentes, la asamblea decida caracterizarse como CONGRESO o CONVENCION.

He ahí la explicación de la actitud de los diputados cordobeses que, a pesar de estar en Santa Fe, no se incorporan. No se trata como co­múnmente se ha dicho, de una maniobra .mezquina de Bustos tendiente a desbaratar la reunión nacional. Al contrario, es la manifestación de una línea de conducta y la lealtad a un compromiso. Y si en el fondo de ello hay algo de ambición., no debemos por eso condenarlo, ya que tantos méritos tenía, como Dorrego, para aspirar al liderazgo nacional.

La historia de los hechos posteriores dan la razón a Bustos, que no solo había previsto la reacción unitaria, sino prevenido oportunamente a Dorrego para que tomara medidas de precaución.

Los acontecimientos se suceden vertiginosamente. La tragedia de Navarro. La guerra civil nuevamente encendida. José María Paz marcha sobre Córdoba, cuyo gobierno anhela años ha. San Roque, y nuestro hombre derrotado. La Tablada, batalla cuya duración "no se cuenta por horas sino por días", donde los gauchos del "Chacho" Peñaloza se lle­gan hasta las baterías unitarias y enlazando los cañones los arrastran al campo federal; batalla donde la figura de Facundo, con el torso desnudo, sangrando por doquier, arremete una y otra vez al frente de sus lla­neros contra los compactos cuadros del "Manco" Paz.

Anochece el segundo día de batalla, los federales se desbandan derrotados. Junto al río, malherido, Juan Bautista Bustos, que coman­dara las milicias cordobesas y riojanas, procura escapar del cerco ene­migo; de pronto es descubierto, abajo sólo barrancas y profundidad. Los minutos son pocos; emboza la cabeza de su animal y se lanza al vacío. La noche que ha caído es su aliada silenciosa. En un rancho pró­ximo le prestan auxilio. Al día siguiente, completamente maltrecho, sale en busca de la frontera de Santa Fe, donde llega después de recorrer azarosos caminos, perseguido por partidas enemigas.

Ya en Santa Fe, Estanislao López, el gran caudillo del Litoral, le brindará asistencia y asilo generoso. Un año más tarde fallecía en su exilio santafesino, el 18 de setiembre de 1830. EI día 19 recibe cristiana sepultura en Santo Domingo, según lo atestigua el acta que firma el cura de la iglesia matriz, D. José de Amenábar.

El cielo federal de Santa Fe vela desde entonces sus restos en esta tierra del "'Patriarca de la Federación". Más hoy, a través del homenaje de cordobeses y santafesinos, cual acercamiento espiritual de la natu­raleza, junto con este cielo federal, lo velan también el rumor de los ríos de la "Punilla" de su niñez, el paisaje de las pintorescas serranías y el tañido lejano de las campanas de la Córdoba doctoral.