Estanislao López y el federalismo del litoral
Las ideas monárquicas
 
 

Pasemos a ocuparnos de esos proyectos de monarquía en el Río de la Plata, que parecen no haber existido para el Dr. Aldao, puesto que me reprocha “el atribuir a nuestros próceres ideas y propósitos de establecer gobiernos monárquicos en América”. (!) Me acusa de tomar el término monarquía como una mala palabra. Excusado es decir que no doy a los partidos políticos un valor absoluto por lo que hace a la felicidad de los pueblos, y no me alcanza la pedantesca impertinencia, pero aquí no se trata de malas palabras sino de malas acciones y, ya veremos cómo las cometieron esos próceres. Según el doctor Aldao, incurro en “el error de los escritores venezolanos”. Supongo habrá de referirse a la obra del venezolano Carlos A. Villanueva, “La monarquía en América”, que constituye una de las más valiosas contribuciones a la historia de nuestro continente y representa una labor metódica y continua de diez años en los archivos europeos.


A Carlos A. Villanueva se le cita hasta en los manuales de instrucción secundaria, (Véase Levene: Lecciones de Historia Argentina), porque ya han pasado los tiempos en que se hablaba de nuestros héroes oficiales con fórmulas retóricas


Las tentativas de los gobiernos de Buenos Aires para implantar una monarquía en el Río de la Plata están definitivamente establecidas, no solo en obras de investigación especial como “La monarquía en América”, del venezolano Villanueva, y en el notable libro del argentino Saldías, titulado: “La evolución Republicana, durante la revolución Argentina”, sino en los libros clásicos de nuestra historiografía, como la Historia de Belgrano, de Mitre. 15


En 1814 fueron enviados a Europa Belgrano y Rivadavia, para entablar una negociación diplomática con Inglaterra y España encaminada a obtener el reconocimiento de la independencia y la fundación de una monarquía constitucional en el país. No es el caso de historiar el desarrollo de esas gestiones; bástenos saber que fracasaron, pero abundan en episodios absurdos.



Rivadavia y Sarratea ante Carlos IV


Para 1815, Belgrano y Rivadavia estaban en Londres Habían encontrado en esta ciudad a Sarratea y con él combinaron sus planes diplomáticos. Era imposible en aquellos momentos tratar con Inglaterra. Precisamente, Napoleón, fugado de la isla de Elba, había entrado en Francia, y aclamado por su ejército y su pueblo, restauraba su monarquía, en aquel célebre gobierno de los cien días y desafiaba a toda la Europa. No estaba Inglaterra para ocuparse de nosotros. En estas circunstancias, inspirados por Sarratea, pensaron en Carlos IV, aquel pobre monarca español que había abdicado la corona de España en favor de Napoleón, para aceptar con mansedumbre la corona doméstica que le ofrecían su esposa María Luisa y el favorito Godoy, Príncipe de la Paz. Su hijo el infante don Francisco de Paula, debía ser el monarca de las Provincias Unidas. Carlos IV se encontraba a la sazón en Roma y fue el intermediario el conde de Cabarrús, antiguo ministro del monarca.


Cabarrús llevó a Roma un compromiso firmado, por Rivadavia, Belgrano y Sarratea, en que estos declaraban “hallarse plenamente facultados por el Supremo Gobierno de las Provincias Unidas para tratar con el Rey Nuestro Señor el señor Don Carlos IV (que Dios guarde) a fin de conseguir del justo y piadoso ánimo de Su Majestad, la institución de un reino en aquellas provincias, y cesión de él al Serenísimo Señor Infante don Francisco de Paula, en toda y la más seria forma”. También se “obligaban en justo reconocimiento de los buenos y revelantes servicios para con las Provincias Unidas del Serenísimo Príncipe de la Paz (éste era “Godoy, amante de la reina María Luisa) a acordar a éste la pensión anual de un Infante de Castilla o sea la cantidad de cien mil duros al año, la cual pensión comenzaría a pagarse luego que ellos llegasen al Río de la Plata con el infante Don Francisco de Paula”.



Proyecto de Constitución Monárquica


Sedujo tanto esto a Belgrano y Rivadavia, que remitieron a Carlos IV un proyecto de constitución monárquica, para el reino que había de instaurarse y comprendería las Provincias Unidas del Río de la Plata, Chile y el Alto Perú. Puede leerse en el Apéndice de la obra de Saldías: “La evolución Republicana”. Es interesante conocer el resumen que hace Saldías de dicha constitución: “Las armas de la nueva monarquía serían un escudo dividido en campo azul y plata; en el azul, en la parte superior, el sol, en el de plata dos brazos con sus manos sosteniendo las tres flores distintivas de la familia de Borbón, y la corona real apoyada sobre un tigre y una vicuña. La corona era hereditaria por orden de proximidad en la línea de los agnados y cognados. Si el infante Don Francisco de Paula fallecía sin sucesión la corona se retrovertía al rey don Carlos, y si éste había fallecido sería designado un príncipe de su familia, A las amplísimas y absolutas facultades del rey, seguíase la institución de una nobleza hereditaria personificada en duques, condes y marqueses. Estos gozaban, entre otros privilegios, del derecho de ser diputados de los pueblos; pero no podrían ser juzgados sino por los de su clase. El cuerpo legislativo bicamarista. La alta cámara compuesta por todos los duques, por la tercera parte de los condes, y por la cuarta parte de los marqueses a elección entre todos éstos respectivamente, y por la tercera parte de los obispos elegidos por el rey. La segunda cámara de diputados, elegida por los pueblos. El ministerio compuesto indispensablemente de miembros de la alta cámara. Los miembros del Poder Judicial nombrados por el rey”. (Saldías, op. cit.).


Parece ser que el proyecto sedujo a la reina y al favorito Godoy, quienes convencidos por Cabarrús se encontraban dispuestos a trasladarse a Buenos Aires.


Pero Carlos IV rechazó la propuesta declarando que “su conciencia le mandaba no hacer nada que no fuese favorable al rey de España”. Había tenido lugar la batalla de Waterloo, que reafirmaba el trono de Fernando VII. 16


Cabarrús y Sarratea no se resignaron al ver desvanecida la soñada monarquía y pretendieron robar al infante para llevarlo a Buenos Aires, oculto.


Belgrano, por su parte, escribía en 1816 al Supremo Director interino en Buenos Aires: “Considerando que este era el único arbitrio que se nos presentaba para llenar nuestras instrucciones, nos resolvimos a entrar en el proyecto, a favorecerlo, y prestarle todos los auxilios, procurando que se guardase en la materia todo el sigilo que ella requería pues aspirábamos a que el infante fuese a Londres y traerlo sin que se llegase a penetrar hasta que se supiese hallarse en ésta”. (Revista de Buenos Aires, tomo XVI, citado por Saldías).


Tan descabellada solución fracasó, como había fracasado el proyecto constitucional y Belgrano volvió desengañado a Buenos Aires. Ya le veremos renovar sus propósitos cuando en el Congreso de Tucumán se trate de coronar a un descendiente de los antiguos Incas, cuya exaltación al soñado trono se hacía más problemática por el hecho de encontrarse preso el candidato en los calabozos de Ceuta.


Rivadavia y Sarratea quedaron en Europa dispuestos a encontrar el ambicionado monarca.


Fernando VII, restaurado al trono de España, había declarado en 1815 por boca del ministro Toreno refiriéndose a la revolución americana que “no había que capitular con rebeldes pues la calidad de tales los inhabilitaba para que rigiesen con ellos las reglas y pactos establecidos entre las naciones cultas”.



Rivadavia en Madrid


Sin embargo, Rivadavia, ya sin poderes porque habían caducado a consecuencia de la revolución del 15 de abril de 1815, se presentó en Madrid en mayo de 1816, felicitó a Fernando VII “por su venturosa y deseada restitución al trono” y le ofreció el vasallaje de los pueblos, que según él “le habían diputado”. Para que no se crea que aventuro juicios peligrosos léase las notas cambiadas entre Rivadavia y Cevallos ministro de Fernando VII. Se publicaron en Buenos Aires en 1880, por un hijo de don Manuel J. García, y habían permanecido hasta entonces en el archivo del conocido diplomático. 17


He aquí una nota de Rivadavia a Cevallos:


“Exmo. Señor: — El 27 del corriente tuve la satisfacción de presentarme a V. E. en cumplimiento de la real orden de 21 de Diciembre de 1815, de poner en sus manos la credencial de mí comisión, y de explicarle el objeto de ella, así como los incidentes que puedan influir más sustancialmente en el asunto. Como la misión de los pueblos que me han diputado se reduce a cumplir con la sagrada obligación de presentar a los pies de Su Majestad las más sinceras protestas de reconocimiento de su vasallaje, felicitándolo por su venturoso y deseada restitución al trono y suplicarle humildemente el que se digne, como Padre de sus pueblos, darles a entender los términos que han de reglar su gobierno y administración, V. E. me permitirá que sobre tan interesantes particulares le pida una contestación, cual lo desean los indicados pueblos y demande la situación de aquella parte de la monarquía.— Dios guarde a V. E. muchos años. — Madrid, a 28 de Mayo de 1816. — Bernardino Rivadavia”.


Contestación del Ministro de Fernando VII. — El Ministro Ceballos contestó en estos términos:


“El Rey Nuestro Señor, acordándose que es padre de sus vasallos, y deseando por todos los medios posibles restablecer la tranquilidad de sus dominios se prestó a oír las expresiones de sumisión y vasallaje de los que se dicen diputados del llamado gobierno de Buenos Aires. En consecuencia de esta determinación expedida por el distinguido Ministerio Universal de Indias, he dado a usted pasaporte, para venir a la Corte a fin de tratar de los medios de restablecer el orden y el verdadero respeto a la autoridad de S. M. En nuestra primera conferencia se sirvió usted presentarme el documento en su poder, pero tan informal y desnudo de autenticidad, que me dio motivos para sospechar de su legitimidad, mucho más después que Sarratea, que también se dice diputado, me había escrito que los poderes de usted estaban revocados; mas por todo pasé animado del deseo de no poner estorbos a las paternales y benéficas miras del Rey. Pregunté a usted si tenía instrucciones, y me respondió que no las traía, ni había pedido a sus comitentes, porque habiendo en la Junta de Buenos Aires, algunas cabezas exaltadas, le pareció que era preferible no traer instrucciones algunas, que traerlas tales, que pudiesen irritar el ánimo de S. M. y oponer estorbos al ejercicio de su clemencia. Con esto y con haber manifestado a usted el deseo del rey, de poner término feliz a las turbaciones de Buenos Aires, se terminó nuestra primera sesión. A los dos días se me presentó el director de la compañía de Filipinas don Manuel de Gandasegui y me dijo de parte de usted que se le había olvidado decirme que en un capítulo de instrucciones se le prevenía el punto de que habla el oficio del 27 de mayo último. Nuevas contradicciones que aumentan las sospechas contra la buena fe de que debía estar animada la conducta de unos sujetos que arrepentidos de la tenida hasta aquí, acuden a la clemencia del mejor de los soberanos. Las sospechas crecieron con la noticia de que los corsarios de Buenos Aires se habían apostado en las cercanías de Cádiz, para hostilizar nuestro comercio, y esta noticia, unida al retardo de la venida de usted, dieron a las sospechas un grado de evidencia, de que los designios de Buenos Aires no eran otros que los de ganar tiempo y adormecer las providencias reclamadas por la justicia y decoro del gobierno. Después que este ha puesto en práctica todas las medidas reclamadas por la prudencia y por el deseo de poner fin a una discordia intestina que hace la desolación de unos pueblos hasta ahora felices, así por su aventajado clima, como por la prudencia y suavidad de las leyes que los regían; es preciso que acordándose de su decoro corte el hilo de unas conferencias destituidas por parte de usted del candor, de la buena fe y sincero arrepentimiento que debían animarla, singularmente cuando se entablaron bajo la autoridad de un soberano que ha querido que el atributo de padre de sus pueblos, resalte sobre los demás de su soberanía. En consecuencia ha determinado, S. M., usted se retire de su real garantía, pues como quiera que ésta se concedió a un sujeto que se creyó adornado de las cualidades que inspiran la confianza, después de las conferencias es otro muy distinto a los ojos de la ley; sin embargo el Rey se desentiende de sus derechos y solo se acuerda de que se debe asimismo. Lo participo a usted de real orden para su inteligencia y puntual cumplimiento. Dios guarde a usted. — Palacio, 21 de junio 1816”.


En esos dos años de trabajo —dice Saldías— no obtuvo mejor resultado (Rivadavia), que el de conocer lo que ya preveía, a saber, que la expedición armada que se creía dirigida sobre el Río de la Plata, se dirigía a Venezuela.



Las instrucciones de Alvear a García


Pasemos a las instrucciones dadas por el director Alvear a don Manuel García.


Cuando Rivadavia y Belgrano, diputados de Posadas, se encontraban en Río de Janeiro dispuestos a embarcarse para Londres, llegó de Buenos Aires a Río de Janeiro, don Manuel García. Este ya venía comisionado por Alvear que había reemplazado a Posadas, y traía instrucciones distintas. “Su misión positiva” era pedir al agente diplomático de Inglaterra ante la Corte de Portugal en Río de Janeiro, el protectorado británico sobre las provincias del Río de la Plata. Veamos lo que decían las notas de Alvear, a Lord Stanford y al secretario de negocios extranjeros de S. M. Británica. Se encuentran extractadas en la historia de Belgrano de Mitre, y en las Lecciones de Historia Argentina de Levene. Decían entre otras cosas: “Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso. Ellas se abandonan sin condición alguna, a la generosidad y buena fe del pueblo inglés, y yo estoy resuelto a sostener tan justa solicitud para librarla de los males que las afligen. Es necesario se aprovechen los buenos momentos, que vengan tropas que impongan a los genios díscolos, y un jefe plenamente autorizado que empiece a dar al país las formas que sean de su beneplácito, del rey, y de la nación, a cuyos efectos espero que V. E. me dará sus avisos en la reserva y prontitud que conviene para preparar oportunamente la ejecución”.


Otra nota contenía estas palabras:


La Inglaterra que ha protegido la libertad de los negros en la costa dé áfrica impidiendo con la fuerza el comercio de la esclavitud a sus demás aliados, no puede abandonar a su suerte a los habitantes del R. de la Plata en el acto mismo en que se arrojan a sus brazos generosos”.


García tuvo una conferencia con Lord Stangford, pero las negociaciones no dieron resultado.



Hacia el protectorado brasileño


En esta sazón llegó a Río de Janeiro, don Nicolás Herrera, ex Ministro de Relaciones de Alvear, y con García se decidieron a trabajar por el protectorado brasileño.


Era en vísperas de subir al trono el Príncipe Regente de Portugal, con el nombre de Juan VI, elevando el Brasil a la categoría de Reino y Metrópoli (1816). Bajo su reinado tomaron auge las negociaciones y de allí arranca todo el proceso diplomático que determinó la invasión de la Banda Oriental por los portugueses, y la ocupación de Montevideo por Lecor, “recibidos bajo palio por la gente culta” mientras el pueblo oriental moría en defensa de su suelo.


Ese proceso diplomático explica la política vacilante de los gobiernos de Buenos Aires, desde Pueyrredón hasta Rivadavia, y la intervención patriótica, leal y desinteresada del general Estanislao López, gobernador de Santa Fe.


Manuel García había dicho a Lord Stangford refiriéndose a los levantamientos del Litoral, contra la .autoridad del Directorio y las sublevaciones de sus ejércitos: “Todo es mejor que la anarquía; y aún el mismo gobierno español después de ejercitar venganza, y de agobiar el país con su yugo de fierro, dejaría algunas esperanzas más de prosperidad que las pasiones desencadenadas de pueblos en anarquía”.


Cuando se reunió el Congreso de Tucumán y nombró director a Pueyrredón, García llevaba muy adelantadas las gestiones “para asegurar la independencia de la República bajo la forma monárquica y protección de una potencia extranjera, fuerte y estable y acabando con la anarquía, por medio de un respetable ejército de ocupación, impedir la vuelta al dominio español”. El Congreso tomó inmediatamente conocimientos de esos planes y de aquí que Balcarce escribiera a García en mayo de 1816:


“El Congreso ha tomado las disposiciones más favorables a este respecto y cree que los vínculos que lleguen a estrechar estas provincias con esa nación sea el mejor asilo que nos reste en nuestros conflictos. Usted pues, en el desempeño de su comisión debe aprovechar los instantes para tratar con absoluta preferencia de este particular. No omita usted medio alguno capaz de inspirar la mayor confianza a este Ministerio sobre nuestras intenciones pacíficas y el deseo de ver terminada la guerra civil con un poder estable que no obraría contra sus propios intereses, cultivando nuestra gratitud”.


Por su parte el doctor Tagle, Ministro del Directorio decía en carta particular a García: “Convengamos en la necesidad a tomar medidas prontas para fijar con fruto nuestra suerte y así no pierda usted ocasión para alcanzarlo. Todo amenaza una disolución general, y lo más sensible es que los pueblos que ya nos miran y tratan como a su mayor enemigo, pueden si nos descuidamos reducirnos a la impotencia de ajustar y concluir tratados”.


Y el doctor García que como hombre de gran inteligencia presentía el efecto que haría en los pueblos del Plata, ver invadido el Uruguay por una fuerza extranjera, tan extranjera como las fuerzas españolas, y veía al mismo tiempo el tacto político que se hacía necesario por parte del Directorio para distraer y engañar la atención de esos pueblos que lo miraban con desconfianza, escribíale: “Suspenda usted su juicio. Sobre todo por lo más sagrado que hay en el cielo y en la tierra, le suplico que no se precipite a medida alguna decisiva, mire usted que sí la erramos de esta vez la perdemos pata siempre. Yo he de enviar a ustedes mí opinión fundada acerca de los movimientos hostiles de los portugueses de la Banda Oriental; hasta que la vean no hay que comprometerse”.