Estanislao López y el federalismo del litoral
Estanislao López y Domingo De Oro
 
 

49 Pocos períodos en la historia argentina, ofrecen al observador una fuente tan fecunda en sugestiones, para el estudio de la evolución política y democrática del país, como el comprendido entre la caída de la presidencia de Rivadavia, y el pacto federal de 1831. Período de integración social, de conmociones populares, de revueltas internas, de afirmaciones democráticas, no ha seducido mucho, a quienes aman por sobre todo, los exteriores brillantes y uniformes de la historia. Y sin embargo aquella serie de acontecimientos, en apariencia inconexos, exhiben a los partidos tradicionales de la historia argentina en el máximum de su dinamismo político y de su posibilidad de acción y de reacción ante la realidad inmutable del momento social.


El rechazo de la constitución unitaria de 1826, y la caída de la presidencia de Rivadavia, acontecimientos previstos y anunciados por los tribunos del federalismo, dieron a éste partido, triunfante con la elección de Dorrego, como gobernador de Buenos Aires, el sentido exacto de su responsabilidad ante la historia, y en esos primeros ensayos de orden y de organización federal y nacionalista, iniciados por Dorrego, y secundados por algunos gobernadores de provincia en 1828, es donde ha de buscarse el valor y el contenido íntimo de las fuerzas sociales que dieron en tierra, con la intentona unitaria y la “aventura presidencial” de Rivadavia.


Sólo así podremos explicarnos el desarrollo y la evolución de las ideas federales, y la permanencia de su influjo en la historia. No es el federalismo estático de la tiranía, fruto de una posterior descomposición social, en que tuvo parte la inconcebible obstinación unitaria, el que ha de revelarnos las posibilidades de organización federal de aquella incipiente democracia.


Desde que Dorrego asumió el mando de la provincia de Buenos Aires, en 1827, hasta que se sancionó en Santa Fe, el pacto federal de 1831, el federalismo doctrinario dio testimonios incontrovertibles de sus anhelos institucionales y de sus propósitos de organización nacional.


Esto lo reconoció el pueblo de la república, cuando después de haber sufrido la prueba de fuego de la tiranía, y libre de sus destinos por la acción de un caudillo federal, adoptó sin vacilaciones el régimen federal de gobierno, dejando constancia por medio de sus representantes, que lo hacía en cumplimiento del pacto federal de 1831.50 La Constitución de 1853, se vincula estrechamente a aquéllas tentativas de organización federal que se iniciaron con el gobierno de Dorrego. Estudiarlas en todos sus aspectos y a la luz de documentos fidedignos, es contribuir a la cabal interpretación de nuestra historia y a aclarar los orígenes del federalismo argentino, oscurecido a menudo, por interpretaciones tendenciosas y arbitrarias.


Dícese de Rivadavia, que no había pasado nunca el Arroyo del Medio, y todavía hay quien interpreta esa actitud en sentido elogioso para el estadista impopular.


Lo cierto es que don Bernardino no miró nunca al interior del país, (le atraían demasiado las cortes europeas), y que los representantes de su política en el congreso de 1826, sólo tuvieron frases despectivas para las pobres autonomías provinciales.


Dorrego, por el contrario, después de defenderlas brillantemente en esa asamblea, con las ventajas que le poporcionaba su conocimiento del interior, y el estudio de las instituciones federales norteamericanas, propúsose como gobernador de Buenos Aires, restituir a esas autonomías desconocidas los derechos políticos adquiridos por voluntad expresa e incuestionable de los pueblos, e invitó a los gobernadores de provincia a constituir una nueva convención nacional que decidiría sobre los destinos políticos del país. A esto se ha llamado por los historiadores unitarios, cuyas teorías priman en la enseñanza oficial, el pacto de Dorrego con “los caciques del interior”.



I


Vamos a estudiar, circunscribiéndonos a la actitud de un gobierno de provincia, si eran o no fundadas las miras del gobernador Dorrego en su política con los llamados caciques del interior, para alcanzar la organización federalista de la República. Es a la vez un punto interesante de la historia del litoral, de ese litoral argentino que según la expresión de Alberdi, ha decidido siempre de los destinos del país.


Cuando el gobernador Dorrego inició su política de conciliación y alianza con los demás gobiernos de provincia, la de Santa Fe, gobernada por el general Estanislao López, ofrecía, aunque en forma embrionaria, los rasgos de un estado legalmente constituido. Funcionaba una legislatura con el nombre de Representación de la Provincia, y el año de 1826 se había organizado un tribunal de apelaciones con el nombre de Tribunal de Alzada. La provincia se había dado en 1819, antes de la caída del Directorio, una constitución, la primera de las constituciones provinciales argentinas y funcionaban, los tres poderes del estado. 51


Una prueba de la legalidad y el orden en que se desenvolvía aquel gobierno de provincia, la tenemos en la actitud que adoptó al serle presentada para su aprobación la constitución unitaria de 1826. Las resoluciones de la Junta de Representantes a ese respecto, son una expresión de cordura, de tacto político y de patriotismo.


En enero de 1827, la Junta resuelve: “Que en concepto a que la gravedad del asunto exige dilatada meditación, solamente se conteste por ahora acusando recibo de dicha constitución, prometiéndose que a la brevedad posible, comunicará esta provincia su parecer en orden a todas las disposiciones que abraza”.


Más tarde se nombra una comisión para que dictamine sobre el nuevo código constitucional, y en mayo de 1827, la Junta acuerda “después de serias meditaciones y el detenido examen que demanda la importancia y trascendencia de un negocio del que depende no menos que la felicidad y suerte futura del territorio de la Unión, visto el dictamen de la comisión nombrada al efecto, y en conformidad de los principios en que se apoya”, los artículos siguientes: “Es inadmisible el Código Constitucional dado en 24 de diciembre último por estar fundado en la forma de unidad, que es contraria al voto de la provincia, y no presentar la menor garantía a la libertad ni a la inmunidad y pureza de la Religión Católica Apostólica Romana, única verdadera. Art. 2º. Se declara la provincia fuera de congreso, quedando en absoluta independencia, como lo ha estado hasta el presente, y entretanto no actúe una nueva liga cimentada en los principios que ella apetece. Art. 3º No obstante lo expresado en el artículo precedente, prestará siempre una cooperación activa a la defensa en que está empeñada la Provincia Oriental, y a sostener la integridad del territorio contra el que intente atacarlo”. 52


Poco tiempo después la misma Junta de Representantes resolvía: “La provincia formará una liga con las que han rechazado la constitución de veinticuatro de diciembre y con cualquiera de las otras que pertenecen al territorio de la Unión y que quieran asociarse. 2º Se establecerá bajo principios que garanticen el goce de sus derechos, sin admitir ventajas que no sean comunes a las demás, ni pretender preferencias que no demande la naturaleza y sus mismas localidades. 3º Luego de realizada la asociación, se proveerá por ella con auxilio de toda clase a la defensa de la provincia Oriental, amenazada de las miras ambiciosas del gabinete del Brasil y ocupada en parte por fuerzas imperiales. 4º Se convocará a un nuevo congreso dando a los diputados concurrentes por capítulo expreso de instrucciones que no admitan por base para la constitución que ha de formarse para el régimen de la Nación, sino la forma federal representativa que es la que desea generalmente el país. 5º Comuníquese al Sr. Gobernador de la Provincia al que se encarga la ejecución y se faculta ampliamente para que adopte todas las medidas que allanen los obstáculos que puedan oponerse a las más breves conclusiones de tan importante negocio”. (Véase Leyes y Decretos de la Provincia de Santa Fe. Recopilación Oficial. Tomo I, pág. 226).


El gobierno que así procedía, en épocas de turbulencia y de desorden, acogió de inmediato las proposiciones de paz y de organización del nuevo gobernador de Buenos Aires. Se ofrecieron contingentes para continuar la guerra del Brasil y la convención nacional auspiciada por Dorrego, tuvo en Estanislao López su más entusiasta sostenedor.


El 26 de octubre de 1827 —Dorrego había sido electo gobernador el 12 de agosto del mismo año,— se firmaba una convención de paz y buena armonía entre los gobiernos de Buenos Aires y Santa Fe. El artículo primero decía: “El Gobierno de la provincia de Santa Fe, altamente convencido de la sinceridad de los votos del de la de Buenos Aires, por la consolidación de los fraternales vínculos de verdadera, y sólida amistad que deben formar la felicidad y aumentar la prosperidad de ambas provincias, condena a un olvido eterno los disgustos que en épocas anteriores han alterado la buena armonía entre ellos, y se adhiere a aquellos, pronunciándose en uniformidad de sentimientos”.


Firmada la convención con Buenos Aires, el gobernador de Santa Fe, invitó según los términos del tratado a los gobernadores de Entre Ríos y Corrientes a prestar su adhesión a la política de Dorrego para continuar la guerra del Brasil, y a cooperar a la pronta organización de la República. 53


Los comisionados del gobierno de Dorrego recorrían a la sazón las provincias del litoral, primero don Juan Pablo Vidal, después don Domingo de Oro.



II


Domingo de Oro es una de las figuras más simpáticas y características de nuestra historia. Reunía en síntesis armoniosa, preciosas cualidades de inteligencia, de cultura y de patriotismo. Para Sarmiento “había dado el tipo del futuro argentino, europeo hasta los últimos refinamientos de las bellas artes, americano hasta cabalgar el potro indómito”. El general Lucio V. Mansilla, que le recuerda a cada paso en sus “Causeries” y en sus Memorias, asegura que era la única admiración de Sarmiento y a fe que las páginas consagradas por éste a la personalidad de su ilustre comprovinciano, respiran la más fervorosa admiración: “Oro, decía Sarmiento, con las cualidades de exposición que le adornan, sería un hombre notable entre los hombres notables de Europa. Oro es la palabra viva, rodeada de todos los accidentes que la oratoria no puede inventar. Yo he estudiado este modelo inimitable, he seguido el hilo de su discurso, descubierto la estructura de su frase, la maquinaria de aquella fascinación mágica de su palabra”. 54


Entre los dones de seducción que le adornaban contaba su figura física, una cabeza de rasgos hermosos y la elegancia natural y criolla de su apostura. Mansilla le encontraba parecido con Gladstone y descubría en su espíritu las huellas de Montaigne, el escéptico. 55


Cuando se considera su espíritu de tolerancia, su aguda comprensión de los hombres y cosas de la época, nos inclinamos a creer que aquel simpático don Domingo de Oro, había abrevado su espíritu reflexivo y sereno en la fuente de cordura y de prudencia que nos legó Miguel de Montaigne en sus “Ensayos”.


A un criterio tan práctico y humano como el de Oro no seducirían las rígidas teorizaciones ni las ampulosas ideologías que dieron origen a la constitución unitaria de 1826 y acaso al pensar como Dorrego “que a veces lo bueno es enemigo de lo mejor y que la mejor legislación es la más acomodada al estado del pueblo que la recibe” releyó el libro primero de los Ensayos en que Montaigne se ocupa del Pedantismo: “Tales maestros, como Platón llama a los sofistas, son de todos los hombres los que prometen hacer mayor obra de utilidad, mas no solo son inútiles, pues tras no reparar sobre lo que se les encomienda, lo estropean, y hacen pagar sus destrozos”.


Don Domingo de Oro, con sus cualidades de inteligencia, sus refinamientos de cultura, la sencillez y elegancia de sus maneras criollas, el desinterés patriótico con que prodiga sus consejos y actividades, es el reverso más significativo de aquella silueta de unitario, que debemos a Sarmiento: “El unitario marcha derecho, la cabeza alta, no da vuelta aunque vea desplomarse un edificio; habla con arrogancia, completa la frase con gestos desdeñosos y ademanes concluyentes, tiene ideas fijas, invariables”. “Es imposible imaginarse una generación más razonadora, más deductiva, más emprendedora y que haya carecido en más alto grado de sentido práctico”. “Lo que más le distingue son sus modales, su política ceremoniosa, sus ademanes pomposamente cultos”. 56



III


A principios de abril de 1828, llegaba a la ciudad de Paraná don Domingo de Oro, comisionado por el gobierno de Buenos Aires para disponer la forma en que la provincia de Entre Ríos contribuiría a la expedición nacional proyectada contra las Misiones brasileras, para dar fin a la guerra con el imperio. En el mismo mes partía esa expedición desde el Diamante, al mando del general Estanislao López, mientras en Santa Fe se organizaba la reunión de la Convención Nacional que inauguró sus sesiones el 31 de julio bajo la presidencia de don Vicente Anastasio de Echevarría. La expedición militar comandada por Estanislao López se apoderó de algunos pueblos de Misiones pero, sea por las dificultades que creó al jefe santafecino la conducta del uruguayo Rivera, o porque las gestiones diplomáticas de los comisionados argentinos Guido y Balcarce, en Río de Janeiro, se encaminaban hacia el reconocimiento de la independencia del Uruguay, lo cierto es que el ejército de Estanislao López, estaba de vuelta en Santa Fe, para octubre del mismo año.


El tratado de paz con el Brasil se había firmado el 28 de agosto y la Convención Nacional de Santa Fe, a la que fue sometido para su aprobación, lo ratificó solemnemente en nombre de las provincias Unidas, el 25 de setiembre de 1828. 57


Como en 1820, Santa Fe se constituía una vez más “en foco y capital del federalismo”. La Convención Nacional reunía a diputados de casi todas las provincias. El gobierno de Buenos Aires había remitido una imprenta para la publicación de periódicos políticos y los más distinguidos representantes del federalismo doctrinario, continuaban en la modesta capital de provincia la campaña de ideas que Dorrego y Manuel Moreno habían iniciado con motivo del congreso de 1824. José Francisco de Ugarteche fundó “El espíritu de la federación republicana”, Baldomero García, “El Argentino” y “El Satélite” don Vicente Anastasio de Echeverría. Ya se les había adelantado el fraile Francisco Castañeda, que, en su retiro de San José del Rincón, donde fundó una escuela de manualidades, lograra reunir la imprenta que en 1820, llevaba consigo el general Carrera. Su espíritu combativo e inquieto, dirigía sus sátiras contra el gobierno del Brasil en un periódico que denominó en un principio “Vete portugués que aquí no es”, y llamó más tarde “Ven aquí portugués, que aquí es”.


Don Antonio Zinny, a quien tanto debe la historia del periodismo argentino, y que reunió las colecciones de aquellos periódicos, juzga que “merecen distinción por su lenguaje culto, su erudición y su imparcialidad” 58


Por pedido de Dorrego, Domingo de Oro quedó en Santa Fe, después de ver fracasada su misión en la provincia de Entre Ríos. En la ciudad de la Convención coopera a que las provincias envíen sus representantes, colabora en la prensa federal, dirigida por los amigos de Dorrego, que se difunde por todas las provincias y es el primero que conoce, por cartas amistosas, los designios políticos del gobernador de Buenos Aires.


La Convención en los primeros meses de su existencia, no había llenado otro acto trascendental que la ratificación del tratado de paz con el Brasil y la independencia del Uruguay. Algunos se inclinaban a la creación inmediata del Poder Ejecutivo Nacional. Dorrego escribió entonces a don Domingo de Oro: “Creo que la Convención no se ocupará por ahora de la elección del Ejecutivo Nacional, pues él sería un ente insignificante, sin tener sus atribuciones deslindadas, rentas clasificadas, ni aún local donde situarse; lo único que a mí juicio conviene por ahora, es continuar la simple delegación en el orden y forma en que hoy se halla, dejando la elección de aquel para cuando la constitución se sancione y en cumplimiento de ella se elija el Ejecutivo Nacional. Mi opinión sobre las materias, de que debe ocuparse la Convención se las manifestaré en el correo venidero”. 59


Días después aquel demócrata inspirado y patriota, que ya soñaba con el país constituido bajo el régimen federal por obra de la convención, con su sistema rentístico, con la residencia de los poderes determinada por la mismo constitución, remitía a su amigo Oro un bosquejo que había redactado sobre lo que consideraba el programa más acertado de la Convención de Santa Fe.


Entretanto el ilustre sanjuanino, estrechaba sus relaciones con el gobernador Estanislao López y le prestaba sus consejos y su colaboración en su obra política y gubernativa. 60


Sarmiento nos dice en su biografía de Oro, que éste “era el todo para don Estanislao López y que al lado del gobernador de Santa Fe formó el proyecto de explotación de los bosques del dominio público y pasó a Buenos Aires a formar una compañía para el efecto”. Esto era en noviembre de 1828. Buenos Aires —dice Sarmiento— ”ardía en aquel momento y a sus amigos de Santa Fe escribió cuánta conmoción sentía bajo sus pies y los rumores que anunciaban la crisis”.


El 1º de diciembre de 1828, el general Lavalle sublevaba en Buenos Aires una de las divisiones del ejército nacional que volvía del Brasil después de concertada la paz, y derrocaba al gobierno de Dorrego, por inspiración de los unitarios del círculo de Rivadavia. Pocos días después fusilaba “por su orden” al gobernador constitucional de Buenos Aires. El general Paz se serviría después de otra división para apoderarse de Córdoba, su provincia, y establecer la dictadura militar.


Era un acontecimiento nunca visto en la historia de la República y como dice Ernesto Quesada, la realización práctica de aquella frase de Agüero, al discutirse la constitución de 1826: “Haremos la unidad a palos”.


En la crisis del año XX, que trajo el derrocamiento del directorio, los caudillos campesinos habían observado después de la victoria de Cepeda una prudencia ejemplar y su actitud compromete el respeto de la historia. En 1828, generales de la independencia y políticos que creían monopolizar la cultura y la civilización, dan al país el desastroso ejemplo del crimen político. 61


''La conducta de Oro, en este momento supremo, dice Sarmiento, fue sublime a fuerza de ser franca, audaz y extraviada.62 Oro combatió el intento, después de consumado desaprobó el hecho y en la plaza de la Victoria, en medio de aquel pueblo embriagado por la esperanza del triunfo, que le daba la presencia del ejército, delante de dos mil ciudadanos apiñados en torno suyo, asombrados de tanta audacia y de tanta elocuencia, rodeado de aquellos militares que, acariciando su bigote, y apoyados en sus tizonas imperiales sonreían de lástima, de los que osasen avistar sus lanzas, hizo la más elocuente, la más desesperada protesta contra aquella revolución que parecía ser el fin de todos los males pasados, y que según él no era sino el precursor de todas las calamidades que iban a sobrevenir. Dorrego, fue vencido y fusilado, y el 14 de diciembre, en el café de la Victoria, Oro volvió a insistir en su teoría, calificando de asesinato, en medio de sus vencedores, aquel acto”. (Sarmiento. Op. cit.)


El 13 de diciembre de 1828, el coronel Dorrego, gobernador constitucional de Buenos Aires, condenado a morir por haber abrazado la causa federal, de las provincias que triunfaría en 1853, escribía momentos antes de su ejecución, a su amigo el gobernador de Santa Fe: “Navarro, diciembre 13 de 1828. Sr. Gobernador de Santa Fe, don Estanislao López; Mí apreciado amigo: En este momento me intiman morir dentro de una hora. Ignoro la causa de mi muerte, pero de todas maneras, perdono a mis perseguidores. Cese Vd. por mi parte todo preparativo y que mí muerte no sea causa de derramamiento de sangre. Soy su afectísimo amigo. Manuel Dorrego”.


Domingo de Oro, aprestóse decididamente a defender la obra institucional iniciada por Dorrego, y vino a Santa Fe, a trabajar por el sostenimiento de la única entidad nacional subsistente, entre aquella subversión absoluta de valores políticos: la Convención Nacional, en la que cifraba todas sus esperanzas el gobernador constitucional de Buenos Aires. La aspiración autonómica de las provincias, en vías de consolidarse dentro del orden y de la ley, recibía con el atentado inicuo de Lavalle, un desafío de muerte.


Todas las provincias, a excepción de Salta y Tucumán, dejaron oír su protesta por el fusilamiento de Dorrego. La convención Nacional, la declaró “crimen de alta traición”, dejó establecido que ella representaba el único poder nacional existente en la república y nombró general en Jefe del Ejército de las Provincias Unidas, al gobernador de Santa Fe, a quien encargó al mismo tiempo comunicar esa resolución a los ministros extranjeros cerca de la república. 63


Estanislao López, en su carácter de gobernador de la provincia, había contestado a Lavalle, al serle comunicado “el cambio de gobierno”, por el jefe revolucionario: “El general y jefes que condujeron a las tropas nacionales a esta ignominiosa jornada, son altamente responsables del indigno abuso que han hecho de esta fuerza, compuesta en su mayor parte de hombres remitidos de las provincias para defender los derechos de la Nación; esos mismos derechos han sido ultrajados por la fuerza misma destinada a protegerlos, y desde que los pueblos delegaron las facultades nacionales, en la persona del Sr. Dorrego, gobernador de Buenos Aires, desde que su provincia, consintió en la delegación, y lo hizo ella misma, desde entonces ella y las demás miraron y respetaron en la persona del gobernador de Buenos Aires, el Jefe Provisorio de toda la República.


Esta sola puede despojarlo de la autoridad nacional. Destituyéndolo el general Lavalle, fusilándolo y colocándose en la silla que ocupaba, ha hollado los respetos de las provincias todas. La de Santa Fe, se lo demanda: quiere ser satisfecha de los motivos que haya tenido el general Lavalle, para destituir al señor Dorrego, de las facultades nacionales, insurreccionando al efecto el ejército, que estaba a las órdenes del segundo; para invertir así hasta un punto que no es fácil calcular, el orden provisorio en que la república marchaba a organizarse; para dejarla acéfala y aventurar de este modo el cumplimiento de la honrosa convención preliminar de paz, arrancada al imperio del Brasil, durante la administración y a esfuerzos del señor Dorrego. Desea saber sobre todo el pueblo y gobierno de Santa Fe, la causa poderosa que tuvo el general Lavalle para hacer fusilar “de su orden”, a su jefe supremo y al de toda la República”. 64


A todo ésto, Lavalle, que nunca se distinguió por su cordura, decía en Buenos Aires, que a los caudillos los metería en un zapato con quinientos coraceros, y más tarde mandaba entregar 275 000 pesos del tesoro de la provincia a los coroneles de su ejército “teniendo en vista la necesidad de ponerlos a cubierto de los sucesos venideros”. (Registro Of. de 1829. Citado por Groussac. Estudios de Historia Argentina. Pág. 205).


La Convención Nacional, había nombrado a López, General en Jefe del ejército de la Unión y autorizádole para que sobre el crédito de la Nación, se proporcionare todos los medios necesarios para la reunión, equipo y mantenimiento del ejército. Pero, este ejército, solo contaba como base, con las milicias santafecinas y entrerrianas, pues el ejército reunido el año anterior, para la expedición a las Misiones, había sido licenciado ese mismo año. Se hacía necesario improvisar un ejército para oponerlo a los veteranos que habían triunfado en Ituzaingó.


En la organización de éste ejército, ya encontramos nuevamente a Domingo de Oro, al lado de Estanislao López. En marzo de 1829, López nombraba a Oro, secretario militar “como general en jefe del estado, y usando de las facultades concedidas por la Soberana Representación de las Provincias Unidas”. 64 bis


En la situación de hecho en que se encontraban las provincias, el crédito de la Nación, representada legalmente por la Convención Nacional, era un valor ilusorio... Hasta entonces, la aduana de la provincia de Buenos Aires, había sido el único fundamento del crédito de la Nación, y las provincias no habían participado nunca de las rentas de aquella aduana. De manera que el general en Jefe del Ejército de las Provincias Unidas, solo podía contar con el reducido aporte militar que las provincias voluntariamente le prestaren. El crédito de la Nación, y el ejército nacional estaban ahora en manos de un jefe sublevado.


La dificultad de las comunicaciones hacía imposible el envío inmediato de los contingentes de provincia, y el general Lavalle, pisaba ya en son de guerra el territorio de Santa Fe. López, se dispuso a contenerlo con un ejército improvisado de milicianos y campesinos entusiastas.


En la proclama que dio, a los santafecinos, al salir con su ejército, les decía: “Vuestro gobernador ha reclamado del modo digno y conciliatorio que sabéis, pero sus quejas pacíficas, han sido contestadas con el cañón. Una escuadra ha paseado con insolencia vuestros ríos, ha bloqueado nuestro puerto y hostilizado sus costas; las partidas de los sublevados, pisan todos los días vuestro territorio.”


Ya en campaña, el general López dirigióse a Lavalle con un oficio en que le hacía solemnes proposiciones de paz. Terminaba diciéndole: “Si el gobierno de Buenos Aires, no puede alcanzar condiciones tan equitativas, en vano pretenderá después arrojar sobre las provincias lo odioso de la agresión: nadie puede equivocarse sobre la naturaleza y las causas de esta guerra y a nadie, sino al gobierno de Buenos Aires, se imputará la sangre argentina que se derrame. Del gobierno de Buenos Aires, depende que la República arda en una guerra cruel y bárbara o goce de las ventajas de la paz. Permita el cielo que la voz, de la justicia, se haga oír al fin en sus consejos.” 65


Lavalle contestó que la deposición y fusilamiento de Dorrego, “había sido un cambio en que sólo, los porteños tenían derecho a intervenir”. “Obligado por V. E. a combatir, decíale en otro párrafo de su carta, he penetrado en la provincia de su mando en busca de un campo de batalla que hubiese terminado en una hora, los males de la guerra civil”.


“Buenos Aires, nada quiere de las provincias, nada absolutamente nada”.


Ante semejante altanería, López continuó avanzando hacia el sur. Le atacó día y noche, con partidas aisladas, y con su guerra de recursos tan peculiar, obligó a Lavalle a desalojar el territorio de la provincia. Le hizo retroceder hasta Puente de Márquez, y aquí tuvo lugar la batalla que lleva ese nombre. Lucharon las milicias de campaña de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos, mandadas por López, contra las divisiones del ejército del Brasil mandadas por Lavalle. El guerrero de Río Bamba y de Ituzaingó, huyó completamente derrotado, ante el empuje de las caballerías federales. López, que bien podía sentirse orgulloso de su triunfo, remitió al día siguiente a la Convención Nacional el parte detallado de la batalla, que empezaba con estas palabras: “La causa de los pueblos ha triunfado y el ejército de la Unión, se ha cubierto de gloria”. Refiriéndose a la vanidad con que Lavalle, le había tratado se expresaba así: “El general enemigo que ha usado hasta el día hablando de nosotros el lenguaje de la presunción y de la arrogancia, ha tenido un motivo para ser más modesto”.


En la batalla de Puente de Márquez, Oro actuaba como secretario militar de Estanislao López. Pocos días después de la victoria, llegaba al campamento enemigo, portador de una nueva proposición de paz para el general vencido: “Consecuente con las comunicaciones que he vertido en tres distintas comunicaciones mías —decía el oficio de López— vuelvo a proponerle la paz. Yo la quiero sinceramente y creo que V. E. la deseará también, porque todos la necesitamos. Ya hemos combatido y no puedo quejarme de mi fortuna, pero tengo el dolor más vivo por la sangre que se ha derramado y por las vidas que se han perdido. Al cabo la guerra civil ha de conocer un término; tengamos nosotros la gloria de ponerlo, general Lavalle. Si V. E. está animado de iguales sentimientos, nos pondremos de acuerdo sobre el modo de tratar, desde que V. E. me haga saber su conformidad”. 66


Lavalle contestó de inmediato: “El gobernador provisorio no puede ni quiere oir proposiciones de paz, del gobernador de Santa Fe, mientras pise con fuerza armada el territorio de Buenos Aires”.


Como Paz amenazara desde Córdoba, López, volvió a su provincia, quedando en Buenos Aires, el comandante de campaña don Juan Manuel de Rosas. Con él se allanará Lavalle, a firmar el tratado de paz de Cañuelas. Rosas es porteño, es su amigo de infancia, y aunque hombre de hábitos campesinos, pertenece a la aristocracia de Buenos Aires. 67


En estas circunstancias el general López, declina ante la Convención Nacional, su título de General en Jefe del Ejército de la Unión, por considerar que no estando representadas en ese ejército la mayoría de las provincias, algunos de los cuales no habían respondido satisfactoriamente a su llamado, no le correspondía conservar ese mando con carácter nacional. “Hecha esta exposición —dice la nota de López— solo me resta hacer saber a la Soberana Representación Nacional, que he diferido hasta el día este paso porque habiendo obtenido los datos que le remito cuando aún no había sido vencido el general enemigo, no quise exponerme a que se interpretase como un efecto de debilidad lo que es el resultado de un maduro acuerdo”.


La resolución de López, era atinada, porque si bien había sido vencido Lavalle en Buenos Aires, Paz, en el interior desataba la guerra civil, y se anunciaba la más completa anarquía. El carácter nacional del ejército de López, compuesto de entrerrianos, santafecinos y porteños, era en el hecho puramente nominal, tanto más que la Convención Nacional de Santa Fe, hacía esperar su disgregación.


Por otra parte el general dimitente, valiéndose de su carácter de gobernador de una provincia importante y de sus prestigios guerreros y políticos, había resuelto presentarse ante los gobiernos del interior con un mensaje de paz y de concordia.


Pensaba que la Convención Nacional, después de los acontecimientos subsiguientes al motín de diciembre y a la dictadura militar de Paz, en Córdoba, debía ser ratificada por las provincias, y para ello era menester terminar la guerra civil por medio de comisiones diplomáticas interprovinciales.


Tenía fundados motivos para creer en las buenas disposiciones del general Paz, y esperaba una actitud conciliante de parte del general Quiroga.


El 5 de julio de 1829, López nombraba comisionados oficiales del gobierno de Santa Fe, a don Domingo de Oro, y a don José de Amenábar, para que “interponiéndose entre el señor general José María Paz, y el general Facundo Quiroga, procurasen negociar un arreglo definitivo que haga cesar 1a guerra civil, que se hace en el interior”. En la misma fecha, se hacía entrega a los comisionados de las instrucciones que debían regirlos en el desempeño de su misión.


Es un interesante documento que revela la capacidad política del gobernante santafecino y sus desinteresadas aspiraciones nacionalistas.


“Considerando el estado actual de la república, —dicen aquellas instrucciones— no puede desconocerse que la actual guerra civil, consuma su descrédito en el exterior, aleja el establecimiento de un gobierno compatible con los intereses y las necesidades de los pueblos, y destruye el germen de su prosperidad. El crédito exterior y la felicidad doméstica de la república, reclaman imperiosamente la paz. Estos han sido los principios de que ha partido la Representación Nacional, y el general en Jefe, en toda su conducta, desde la sedición de diciembre en Buenos Aires.


“Si el general Lavalle, no hubiera hecho inevitable la guerra, no se hubiera combatido”. “La influencia de los generales Quiroga y Paz, conducirían a los pueblos que combaten a una paz general y las cuestiones por que se han armado, o se resolverían por negociaciones, o serían prudentemente postergadas, para tratarse, cuando calmadas las pasiones, se hubieran estrechado los vínculos de amistad entre los pueblos y su gobierno”.


Las bases de las instrucciones eran las siguientes:


“Córdoba debe reconocer al Cuerpo Nacional y enviar inmediatamente a él sus diputados. 2º El general Paz, debe emplear toda su influencia para que obren del mismo modo Salta y Tucumán. Los intereses de las provincias beligerantes deben arreglarse del modo más equitativo que el estado de la guerra permita. 3º La paz debe ser extensiva a todas las provincias que combaten. 4º Los derechos de la de Córdoba deben ser protegidos y nadie debe intervenir en la cuestión de los generales Bustos y Paz, sino el pueblo cordobés, desnudo de influencia extraña”. “El general en Jefe se persuade que por parte del general Paz, no habrá dificultad para admitir un tratado sobre estas bases, porque así lo ha hecho ofrecer en su nombre”. 68


Los comisionados Amenábar y Oro, llegaron al campamento de Paz en momentos en que éste destacaba a Santa Fe, otra comisión compuesta por el Dr. José María Bedoya y don Joaquín de la Torre. El jefe de Córdoba también deseaba en aquellos momentos la paz, pero con propósitos muy distintos a los del general López, si estamos al texto de sus Memorias. El solo quería la tranquilidad de Córdoba, y verse libre de enemigos para esperar nuevamente a Quiroga, después de la Tablada, y también estaba dispuesto a entenderse con este último general.


“Para hacerle frente (a Quiroga) —dice Paz— y para contentar a Ibarra de Santiago, en su simulada neutralidad, era a todas luces conveniente conservar relaciones amigables con los de Buenos Aires y Santa Fe, e impedir que todos obrasen simultáneamente en mi destrucción. 69


“Si el general Quiroga —continúa— aceptaba la mediación y arribábamos a un avenimiento, lo digo francamente, mí objeto hubiera sido restablecer la más perfecta tranquilidad en la de Córdoba, organizar un gobierno regular bajo formas racionalmente liberales, desplegar toda la actividad de que fuese capaz en favor de su progreso, y dejar el triunfo de la causa que sostenía a la influencia moral de esos mismos principios, que trataría de conservar ilesos el poder de mis armas y el de las provincias de Salta y Tucumán, que marchaban en idéntico sentido”. “Hubiera quedado la república como en el año veinte...”


Por eso, al conocer la misión de López, chocóle sobremanera que se le propusiera el envío de diputados a la convención. “Transar la guerra civil —dice Paz— era el objeto de la negociación pero traía otro que era más interesante y se reducía a que reconociese la Convención Nacional y mandase diputados a ella”. 70


Esto, según el gobernador de Córdoba, era el gran interés del gobierno de Santa Fe, “porque quería aclimatar la representación nacional y dar mayor ensanche a sus aspiraciones personales”.


La negociación de López, fue sometida a la Sala de Representantes de Córdoba, que se manifestó negativamente en cuanto al reconocimiento de la Convención Nacional.


Entre tanto la comisión cordobesa había llegado a Santa Fe, y haciendo a un lado los proyectos de organización que le formulara López, se redujo a firmar un tratado sobre seguridad del camino interprovincial y un plan de defensa para contener a los salvajes. El general López, refiriéndose a este tratado y a su ninguna trascendencia política, pues dejaba subsistente el problema principal, escribía a los diputados Amenábar y Oro, en agosto de 1829:


“Cuánta es mi sorpresa, al observar que estos señores, después de haber proclamado que su misión abrazaba objetos nacionales, y muy particularmente sobre constituir el país, han declarado en sus conferencias con mis agentes, que no tienen a ese objeto instrucción alguna. Dicen que desean la organización nacional, pero de ninguna manera consienten en que los pueblos sean libres en la elección, y sujetar su juicio al de la mayoría.”


Como hemos visto, las ideas del general Paz, no iban muy lejos en punto a constitución y organización del país. Deseaba gozar tranquilamente del gobierno de Córdoba, organizar una administración regular, y preparar con su poder militar y el de las dos provincias que le respondían, el régimen de centralismo que quería imponerse al país desde 1810.


El gobernador López, demostraba una excesiva buena fe, al creer que la misión de Paz “abrazaba objetos nacionales y que era posible el reconocimiento de la Convención Nacional, por parte de Córdoba.


Algo se le alcanzaba sin embargo, de los recelos que despertaba en el gobierno de esta provincia aquella convención, por sus orígenes federales, y dispuesto a eliminar todo obstáculo a la unión y organización de las provincias, escribía a sus comisionados en el mismo mes de agosto: “Ya les digo en una de ayer, los términos en que propuse mí concurrencia a la organización del país. Yo creo que no puedo hacer más sin ninguna mengua considerable de mi crédito. La comunicación oficial que va para ustedes, habla de la concurrencia al actual cuerpo, pero si esto no se consigue, como creo, al menos que se comprometen a concurrir al que el mayor designe. Sería bueno que Santa Fe, apareciese invitando al nombramiento de la persona que debe encargarse de los asuntos de paz, guerra, y relaciones exteriores de la Nación”. 71


Las gestiones de la comisión mediadora de Santa Fe, solo contribuyeron a mantener una situación de espectativa por parte del gobierno de Córdoba, pero nada obtuvieron en lo relativo a reconocimiento de la Convención.


Por lo que hace a la actitud de Quiroga, sábese que al recibir las comunicaciones de López, las arrojó desdeñosamente manifestando que no le interesaba la mediación. Nada contestó oficialmente y los comisionados Amenábar y Oro pusieron el hecho en conocimiento de López. En Santa Fe, la Convención Nacional marchaba a su completa disolución. Paz se decidió a aprovechar las circunstancias. En conocimiento de que la Convención se disolvería y de que el general Quiroga rechazaba la mediación de López, encontró un medio muy expeditivo, aunque no muy diplomático ni digno para salvar la situación: Sugirió a López, la idea de que Lavalle y Rosas, se aliaban en Buenos Aires, para atacarlo y que en su conveniencia estaba el prestarle auxilios para destruir a Quiroga... López, que era un hombre avisado y sagaz, a la vez que un hombre de honor, contestó muy acertadamente en una comunicación reservada a don Domingo de Oro: “No dudo que el general Lavalle, haya indicado ese plan de atacarnos en unión con el Sr. Rosas. A ésto pudo haber aspirado, pero mi amigo no hubiera consentido en semejante perfidia. Son especies de los unitarios para dividirnos; en esto estoy muy seguro. En cuanto a la proposición de Paz, de firmar un tratado y contribuir con fuerzas a la destrucción de Quiroga, se expresaba así: “Por lo que respecta al nuevo tratado que desea firmar conmigo el señor Paz, para que contribuya con alguna pequeña fuerza a destruir a Quiroga, no me parece un empeño honroso... Si se quiere hacer valer el haber recibido mis comunicaciones con la expresión desdeñosa que se cita, esto cuando más es un agravio a mi persona. Así es amigo mío, que de ningún modo, deje usted hacer sentir ideas favorables a ese plan.”


Al mismo tiempo que rechaza las insinuaciones del gobernador de Córdoba, da sus vistas sobre el destino de la convención e insiste en sus propósitos de organización nacional. “Yo creo como usted —le dice a Oro— que el Cuerpo Nacional se disolverá, al menos que sea declarado en receso, y ésto a mi juicio, importa en sus circunstancias su disolución. Bajo este concepto no me excusaré de ponerme de acuerdo con el Sr. Paz, a invitar a un congreso constituyente.” 72


Cuando se consideran estos hechos a la luz de los documentos y despojados de las leyendas unitarias resulta de una absurdidad desconsoladora la gastada metáfora de Sarmiento. La historia oficial argentina, la historia “de confección” cuya falta de lógica desconcierta, nos ha enseñado y enseña todavía, que aquel caudillo provinciano, defensor en 1828, del orden y de las instituciones de la república, representaba la barbarie ante el partido civilizado de Paz. Lo cierto es que el partido de Paz, en Córdoba, se había levantado sobre el cadáver de Dorrego, y que así como su gobierno de Córdoba, era obra del motín y el cuartelazo, su actitud de gobernante en 1829, representaba el cabildeo, y el acomodo político. Ni las especiosas razones de sus Memorias, ni el panegírico brillante de Sarmiento, pueden sobreponerse a los datos auténticos y fidedignos que ilustran la historia de la época,


El 18 de agosto de 1829, la Convención Nacional se declaraba en receso por cuatro meses e invitaba a las provincias representadas a explicar su voluntad con respecto a la Convención misma.


El gobierno de Santa Fe, una vez disuelta la Convención Nacional, y en vista del fracaso de la misión Amenábar-Oro, a las provincias del interior, firmaba con la provincia de Buenos Aires, una convención de paz, unión y amistad, el 28 de octubre del mismo año. Gobernaba en Buenos Aires, el general Juan José Viamonte, representante de la tendencia federal que había triunfado en aquella provincia, después del último pacto entre Rosas y Lavalle. 73


Para esa fecha, los comisionados Amenábar y Oro volvían a Santa Fe, y el 8 de noviembre daban cuenta al gobierno del desempeño de su misión y entregaban tres comunicaciones oficiales, de los gobiernos de Córdoba, Salta y Catamarca.


El general López, les contestaba oficialmente:


“Por estos documentos, ha visto el infrascripto con sentimiento, que nada ha sido parte para conseguir el resultado que se deseaba. Sin embargo, le es altamente satisfactorio, haber hecho cuanto ha podido para obtenerlo, como será siempre honroso a sus comisionados la política ilustrada con que han sabido manejarse. Ella merece su aprobación en tal grado, que no puede excusarse de darles sus más expresivos agradecimientos. El bajo firmado reitera a sus comisionados los sentimientos del especial cariño que les profesa.”


Ya en una comunicación anterior, a la vuelta de los comisionados, el general López les decía: “Se ha hecho cuanto se ha podido para poner un término a la guerra. Este consuelo nadie nos lo puede quitar. Si las pretensiones de los unos y las animosidades de los otros lo hacen contrariar, sus mismos desastres justificarán nuestra conducta”. 74



IV


Domingo de Oro no dio tregua a sus actividades a fin pacificar la república y llevar a cabo el pensamiento de organización que inspiró la política de Dorrego. Entra en relación con los gobiernos de Entre Ríos y Corrientes, se traslada después a Córdoba, reanuda sus gestiones ante el general Paz, se dirige luego a Buenos Aires, y trata de orientar la política del nuevo gobernador Juan Manuel de Rosas. Este no era en 1830, el siniestro tirano que fue después el azote del país, sino un ciudadano espectable, de gran arraigo popular e indiscutibles prestigios, austero, grave y sin duda el hombre más representativo de la democracia porteña.


A principios de 1830, Domingo de Oro, fue autorizado por Rosas, para entrar en conferencias con Paz. En febrero del mismo año, el jefe unitario había vencido una vez más a Quiroga en Oncativo, y ese triunfo consolidaba su poder en el interior. Ocho provincias le habían nombrado su jefe militar. Las provincias federales del litoral se veían seriamente amenazadas por el poder creciente del jefe unitario. Quiroga había pasado a Buenos Aires, después de la derrota de Oncativo y Paz, recelaba de la actitud de Rosas, que podía sorprenderle por el Sur.


En marzo de 1830, los gobernadores del litoral, se reunieron en San Nicolás, y fue Domingo de Oro, quien redactó el oficio con que aquellos, se dirigieron a Paz, pidiéndole explicaciones sobre su conducta política y la ocupación militar de las provincias vencidas.


Durante todo el ano de 1830, Oro se afana por obtener un arreglo político entre el general Paz y los gobernadores del litoral a fin de alcanzar la tranquilidad y la organización de la república. Va de Buenos Aires a Córdoba, a Santa Fe, conduce pliegos de Rosas a Paz, recibe comunicaciones de López y tiene al corriente a Rosas de sus negociaciones con el gobernador cordobés. Recibe quejas de Paz contra los caudillos federales y estos le denuncian el peligro de la prepotencia militar del cordobés y la imposibilidad de formular una alianza en semejantes condiciones. El entonces gobernador de Corrientes, Ferré, refiere en sus memorias que Paz quería hablar a solas con López, en un punto indicado de la frontera de Santa Fe, pero que Rosas ejercía una profunda sugestión sobre López. Por su parte, el general cordobés escribía cartas confidenciales a Rosas, según los papeles de Oro, en mayo del mismo año…


Hay una carta de López a Oro, de mayo de 1830, que resume claramente las dudas que asaltaban al gobernante santafecino sobre la conducta de Paz, en aquellos momentos. “La ocupación de las provincias de Cuyo y el cambio de sus gobiernos por las fuerzas del ejército de Córdoba, causa justas alarmas. La conducta que ha observado el general Paz, después de la victoria de Oncativo, tiende directamente a ejecutar el plan que en Puente de Márquez, supimos tenían concebido y acordado. Todo cuanto entonces se nos dijo lo hemos visto ahora practicado, y en cuanto las circunstancias se lo han permitido. ¿Qué garantías serán bastantes para que depongamos nuestros recelos y arribemos a un avenimiento sólido? Usted mejor que nadie es sabedor de todo esto. Así, pues, no es prudente que demos plena confianza a las promesas del general Paz, al menos hasta que no nos dé pruebas inequívocas de su buena fe. Por mí parte, confieso a Vd., que antes de ahora lo creí recto, mas desde que le observo desplegar sentimientos contrarios a los que con repetición nos había manifestado, no he podido menos que sorprenderme y aún variar mi opinión a su respecto”.


En esta carta, López reitera a Oro sus sentimientos de confianza en la rectitud y el acierto de sus ideas. “Cuando me escriba a mi, le dice, no debe limitarse a referirme secamente los sucesos; indíqueme con franqueza lo que a su juicio sea útil, para obtener el resultado que deseamos, no por temor sino por puro patriotismo. Usted es mi amigo y debe darme siempre su dictamen sin esperar que se lo pida”.


Las observaciones de López, sobre la conducta de Paz, eran atinadas porque el jefe unitario dilataba ostensiblemente las negociaciones con miras de predominio militar. Su intención según la Memoria de Ferré, que dice haber tenido en su poder la negociación pertinente, era preparar la invasión decisiva contra el litoral en combinación con Lavalle, que se encontraba ya en el Uruguay. “Tengo en mi poder dice Ferré, la correspondencia de Berdía, agente del gobierno de Córdoba, con el gobernador de Tucumán, la del general Deheza, y otras varias de aquel tiempo, interceptadas unas y tomadas otras en Córdoba. Ellas revelan el plan de invasión a las provincias litorales en la que ponían el mayor empeño los cordobeses, contra la opinión de los agentes de Salta y Tucumán, que tampoco estaban muy acomodados con el supremo poder militar, pues se quejaban de que despojaba de atribuciones a sus gobiernos, creándose un dictatorio en Córdoba que ya no disimulaba su ambición. Nada de esto se ocultaba a las provincias litorales que se resolvieron a invadir antes de ser invadidas”. 75


De la correspondencia de Oro con Rosas, se desprende que hasta el mes de noviembre de 1830, Oro se ocupó activamente ante el general Paz de evitar el estado de guerra, entre las provincias que respondían a su influencia y las provincias federales del litoral, como así también que el general Juan Manuel de Rosas, deseaba obtener la paz por negociaciones amigables. La última carta de Oro, recibida por Rosas en 1830, deja constancia de la imposibilidad de llegar a un arreglo pacífico. “Me parece poder afirmar —dice Oro— que él (Paz), no ha dado mucho valor a todo esto y que considera que nada tiene de sincero”.


El 4 de Enero de 1831, las cuatro provincias litorales, por iniciativa de López y de Ferré, celebraron en Santa Fe, el tratado federal, que habría de ser fundamento y razón de la constitución federal argentina dictada veinte años más tarde en la misma ciudad.


Tiene ese tratado político, por las materias que abarca, y las declaraciones que contiene los rasgos y caracteres de una constitución, y ha sido equiparado en nuestra historia constitucional, a los artículos de confederación y perpetua unión dictados en Filadelfia, por los Estados norteamericanos el 9 de julio de 1778.


Fueron colaboradores principales en dicho pacto, López, Ferré, Cullen y Manuel Leiva.


“El pacto federal de 1831 —dice González Calderón— fue el arreglo más trascendental que concertaron las provincias desde 1810, para conseguir la organización constitucional definitiva, según principios políticos que tenían verdadero arraigo en el país. Sería inoficioso encarecer su importancia pues ella se destaca como un hecho cuya evidencia exime de hacer extensas consideraciones para demostrarla”. 76


El general Paz, dictador militar de varias provincias del interior se dispuso a destruir con un golpe militar esta acertada tentativa de organización política de los representantes del federalismo y la Comisión Representativa de los Gobiernos Litorales, reunida en Santa Fe como consecuencia del tratado del 4 de enero, nombró general en jefe del Ejército aliado al Brigadier don Estanislao López. 77


En mayo de 1831 encontrábanse los ejércitos enemigos en vísperas de una batalla, situados en la región limítrofe de Córdoba y Santa Fe, a la altura de Mar Chiquita, cuando un hábil tiro de boleadoras de un soldado santafecino, hizo al general Paz prisionero del ejército federal. Su ejército en manos de La Madrid fue a parar a Tucumán pero Quiroga lo venció en la ciudadela.


Habiéndose adherido las demás provincias al pacto federal del 4 de enero, la Confederación Argentina quedaba fundamentada sobre bases legales.


Desgraciadamente, las consecuencias inmediatas de ese pacto, no respondieron a las loables intenciones de los hombres que lo dictaron. Buenos Aires conservó privilegios económicos que Manuel Leiva combatió valientemente y los hombres de la antigua capital reanudaron su política de predominio apoyada en el terror y en la violencia contra el enemigo.


Después de 1831, Oro se establece en Buenos Aires, rompe después sus relaciones con Rosas y en 1835 emigra a Chile donde escribe un panfleto contra el nuevo dictador. López se reconcentra en Santa Fe, inicia continuas campañas contra los indios, para ensanchar las fronteras de la provincia. Domingo Cullen, su ministro, trata de reformar y perfeccionar la administración en general y organiza la administración de justicia. 78


Entretanto los unitarios desterrados lisonjean a López en la esperanza de derrocar a Rosas. Los principales representantes del unitarismo le colman de elogios desde el extranjero y ven en él “la columna de la libertad de los pueblos”. López se muestra siempre reservado. Cuando en 1838 se produce el conflicto con Francia, López envía a don Domingo Cullen a intervenir en el arreglo para evitar los efectos terribles del bloqueo. En esas circunstancias muere López. Don Domingo Cullen que ha sido elegido gobernador en su reemplazo, escribe entonces a Ferré, el de Corrientes: “La primera noticia de la terrible desgracia que ha sufrido esta provincia y toda la república en la muerte del hombre grande de esta tierra, nuestro común amigo el Sr. López, la recibí en Buenos Aires. Usted que sabe bien hasta qué grado llegaban nuestras amistosas relaciones y cuánto amaba a aquel hombre espectable, graduará la amargura que me ha producido esta desgracia, asunto tan terrible para mí y de tan funesta consecuencia para la patria”. (Apéndice a la Memoria de Ferré).


El 22 de junio de 1839, Cullen, entregado miserablemente por Ibarra, era fusilado por orden de Rosas en San Nicolás. La prepotencia de Buenos Aires se imponía nuevamente al país bajo el velo de la federación, representada esta vez por un tirano frío, calculador y cruel.


Cuando en 1853, las provincias vuelvan a reunirse en congreso en la misma ciudad en que residiera la Convención de Dorrego y la Comisión de 1831, les bastará a los diputados invocar el pacto del 4 de enero, para dar al país una constitución federal.