La coalición internacional que derrocó a Rosas
Caseros: “una muerte anunciada”
 
 
Rosas estaba muy firme y se mostraba más fuerte que nunca. Pero había indicios de fatiga y desánimo en su gobierno. El pronunciamiento de Urquiza del 1 de mayo de 1851 arrancó detonantes expresiones de adhesión a Rosas, ratificadas desde diferentes lugares del país. Sin embargo, en la Confederación se había extendido un agotamiento que .se expresaba mediante distintos síntomas. El diplomático inglés Gore informaba a Londres: “A mí me parece que falta entusiasmo, la masa del pueblo desea la paz que creo obtendrá más fácilmente si Urquiza consigue destruir o expulsar a Rosas del poder (...). Se teme que si Rosas triunfa la guerra se prolongará hasta el infinito” 79. Por su parte, el comandante Le Predour informaba al Quai d'Orsay que Rosas tenía conocimiento, en Palermo, “a cada instante nuevas defecciones que deben debilitar sus esperanzas”80. Tal vez, esta última circunstancia y para impedir nuevas deslealtades hayan sido determinantes para que Rosas decidiera entablar batalla de inmediato.

La eventualidad de una derrota frente a Urquiza y sus aliados brasileños también había tomado cuerpo en las esferas oficiales y atrapado al mismo Rosas. Quizás esto nos permite comprender y explicarnos las medidas adoptadas con antelación por el gobernador de Buenos Aires. El diplomático norteamericano en Buenos Aires, John Pendleton, informaba a Washington que después de Caseros el asilo de Rosas en la casa del ministro inglés se había efectuado de acuerdo con un plan acordado previamente entre ambos, para la eventualidad de que el encuentro militar resultara adverso para el dictador y que éste se viese obligado a abandonar el poder. Muchos años después, Ernesto Quesada entrevistó a Rosas y éste le confesó: “Había con anterioridad preparado todo para ausentarme, encajonando papeles y poniéndome de acuerdo con el ministro inglés (...) 81. A ello se debe que el archivo personal de Rosas fuera ordenado previamente y, encajonado, llevado a Gran Bretaña. Parece que la posibilidad de una derrota de Rosas fue la opinión general. Ya el representante británico lo había dicho a Palmerston: “si acaso el resultado de la batalla inminente (...) es contraria a Rosas (...)”82, y este mismo diplomático en la víspera de Caseros y en una carta confidencial, insinuaba a su superior que pronto la crisis terminará “pero no puedo disimular a usted que temo grandemente que sea con la caída del general Rosas” 83.

En realidad, como lo afirmé en un trabajo anterior, Rosas ya estaba derrotado antes de Caseros 84. Se colocó al frente de ese ejército que ya tenía su muerte anunciada, no porque el espíritu de muchos de sus oficiales y de su ejército hubiese claudicado, sino, como señalaba Gore, tal vez porque el mismo Rosas iba a una batalla persuadido de su derrota. La propia desmoralización y la de sus colaboradores más allegados, debieron influirse unos a otros. Por ello, con gran sentido de penetración interpretativa, Sierra afirma: “quien derriba real y verdaderamente a Juan Manuel de Rosas es (...) Juan Manuel de Rosas (...)”85. Este desaliento compartido llevó a algunos de sus colaboradores a la deslealtad. El diplomático Gore, a quien estamos siguiendo, informaba que el propio Rosas y su familia fueron mantenidos en “la más completa ignorancia del poder, fuerza y recursos del ejército bajo el mando de Urquiza, pues fueron animados por informes falsos para que creyesen que en el caso de una batalla, el general Rosas triunfaría seguramente”.