La escuadra Anglo-francesa en el Paraná
Estudio preliminar
 
 
El teniente Lauchlan Bellingham Mackinnon fue uno de los muchos oficiales ingleses que formaron en la escuadra de Gran Bretaña cuando este país, aliado a Francia en 1845, decidió abrir por la fuerza la navegación del río Paraná, cerrada hasta entonces por los gobiernos argentinos a las banderas extrañas, en uso y ejercicio de la soberanía nacional. Mucho se ha discurrido y discutido sobre aquella guerra, y el fondo informativo de que disponemos para juzgarla es abundante y proporcionado a la importancia del asunto. Tan sugestivo es este último, por otra parte, que algunos trabajos de procedencia extranjera cuentan ya entre la mejor bibliografía de la materia y señálanse por el sentido crítico de la investigación y la independencia de sus juicios. Quizás sean los que puedan responder más satisfactoriamente a la pregunta que todo argentino, al abordar el tema, suele formularse más o menos así: — ¿Ajustábase a normas vigentes de derecho internacional la llamada intervención armada de Inglaterra y Francia en el Río de la Plata en 1845? —¿Obedecía, por el contrario, esa singular intervención, a simples apetencias comerciales?

Esa bibliografía de origen foráneo, por extraño que lo parezca, no invoca en favor de los países atacantes derechos que justificarían su actitud y acepta el simple interés comercial como causa de la intervención. A la inversa, las obras de más peso en la bibliografía histórica argentina, ruidosas y efectistas, arguyen todavía en favor de la agresión, afirman que de tiempo atrás estaba definida la noción de los ríos internacionales y sostienen que aquellas escuadras nos traían vientos de civilización... Y esta literatura histórica nacional y sus afirmaciones tienen acaso mayor número de lectores y adeptos que la otra. Libros como el del norteamericano John F. Cady, por ejemplo, de la Universidad de Pensilvania, sobre la Intervención extranjera en el Río de la Plata (1838-1850), parecen reservados a quienes contraen especialmente su atención al estudio de la historia, con ser libro de fácil lectura, basado en abundante material inédito de Londres y París y realizado con sujeción a normas estrictas de crítica histórica 1. Ahí está, sin embargo, en edición castellana con prólogo de un especialista en derecho internacional, que explica objetivamente y con claridad cuál era el estado de la cuestión en esa rama del derecho cuando se produjo la invasión de 1845. “No existía en aquella época —dice el doctor Luis A. Podestá Costa— la noción de los ríos internacionales. Este calificativo ha sido introducido por la doctrina en la segunda mitad del siglo XIX teniendo en vista a los ríos que separan a dos o más Estados.”

Explica el distinguido profesor de qué modo se llegó en la segunda mitad del siglo XIX, y no antes, a la doctrina de los ríos internacionales que venía elaborándose lentamente desde 1815; cómo, durante todo un cuarto de siglo, la navegación del Rhin y del Escalda benefició a los países ribereños pero no a las demás banderas, y todavía en 1856 (diez años después de la famosa guerra de vapores en el Paraná), se discutió en la Paz de París que puso término a la guerra de Crimea, el problema de la navegación del Danubio.

No era, pues, noción común y aceptada por todos los países civilizados, la noción de los ríos internacionales, y la diplomacia argentina de 1845 estaba bien enterada de la doctrina vigente cuando volvió por los derechos de la Confederación y optó por defender sus costas de los ataques anglo-franceses. De haber sido tan simple aquella cuestión, no hubiera escrito como escribió Lord Palmerston, primer ministro inglés, al jefe del gobierno francés M. Guizot, en 1846, al comprobar que los cañoneos y tentativas de desembarco no daban resultado: “Lo cierto es, si bien esto debe quedar entre nosotros, que el bloqueo francés y británico del Plata ha sido ilegal desde el primer momento” 2. Ni hubiera tenido sentido el proyecto del diplomático inglés Ouseley concretado así desde Montevideo: “El reconocimiento del Paraguay, juntamente con el reconocimiento de Entre Ríos y Corrientes como Estados independientes, aseguraría la navegación del Paraná y del Paraguay. Podría evitarse así la dificultad de insistir sobre la libre navegación que nosotros hemos rechazado en el caso del río San Lorenzo” 3. Ni hubiera dicho a su gobierno Mr. Harris, encargado de Negocios de Estados Unidos en Buenos Aires: “Toda esta intervención ha sido tan extraña en la conducta internacional, que habrá de provocar la sorpresa y el asombro de cuantos en lo futuro hayan de examinar la historia. . . Es posible que jamás haya habido nada semejante en los anales todos de la diplomacia” 4.

Documentos de esta naturaleza serían de gran peso y quizás terminantes y definitivos en otra cuestión análoga que no fuera ésta, enturbiada hasta hoy por 1a pasión banderiza y utilizada no siempre de buena fe para litigar problemas actuales desconectados en absoluto de aquellos sucesos.

El libro de Mackinnon que se publica por primera vez en castellano, tampoco se propone demostrar los derechos que pudo tener Gran Bretaña en su invasión de 1845 y apenas si hace una vaga referencia a la “ley de las naciones”. Insiste, sí, con bastante frecuencia, en las ventajas comerciales que pueden obtenerse de la navegación del Paraná y en las ganancias que el súbdito inglés estaría en condiciones de alcanzar, asegurada la dicha navegación por las naciones interventoras y afirmada la paz necesaria para el incremento del comercio. Más aún: los aliados de Inglaterra y Francia, sobre todo los combatientes de la plaza de Montevideo, no se hacen en manera alguna acreedores a las lisonjas del autor, que, puesto a comparar ambas ciudades del Plata, no vacila en inclinarse hacia la ciudad para él enemiga, porque encuentra en ella “la seguridad que podía encontrarse en Londres y quizás mayor”...


I

Lauchlan Bellingham Mackinnon nació en Portswood Park, Southampton, el 21 de abril de 1815 y formaba parte de una familia de militares y escritores de origen escocés. Su padre, William Alexander Mackinnon, fue miembro del parlamento inglés por varios períodos y sobresalió en la política de su país. Publicó una Historia de la civilización y figuró como miembro de la “Society of Antiquaries” y de la “Royal Society” de Londres. Un hermano de Lauchlan Mackinnon, oficial del ejército inglés, murió en la sangrienta batalla de Inkermann (1854) durante la guerra de Crimea. Un tío suyo, Daniel Mackinnon (1791-1836) fue historiador militar, y su tío abuelo, también Daniel Mackinnon, cronista de las campañas contra Napoleón, murió en el sitio de Ciudad Rodrigo, durante la guerra de independencia española.

El autor de este libro ingresó en la marina inglesa en el año 1829. En plena juventud debió cumplir más de un arriesgado periplo en naves inglesas porque en 1840, siguiendo la tradición de su familia, publicó en Londres un libro sobre nuestras Malvinas, Some account of the Falkland Islands. En 1845, cuando tenía treinta años, y con el grado de teniente, fue destinado a uno de los buques de guerra que debían tomar parte en la intervención armada que Inglaterra y Francia trajeron al Río de la Plata. Era este buque la corbeta de vapor Alecto, que salió sola de Inglaterra después que las escuadras combinadas estaban ya en aguas del Plata y la escuadra argentina, al mando de Brown, había sido aprisionada en Montevideo sin gloria ninguna para los invasores por la forma en que se llevó a cabo esa operación. “La expedición de las fuerzas combinadas —dice Mackinnon en su libro—, con la intención de destruir el poder de Rosas, dio la oportunidad a cuantos buques deseaban obtener ventajas de la protección militar, para sacar libremente los productos que estaban pudriéndose inútilmente en los depósitos de dichas provincias y la ocasión de introducir al mismo tiempo una gran cantidad de artículos manufacturados. No era de la incumbencia de los oficiales el cuestionar la legalidad de la expedición y les bastaba con que estuviera de acuerdo con la ley de las naciones. Llegar a países desconocidos remontando un río famoso y extraño, seguros de figurar en servicio activo y ganar posiblemente un ascenso, excitaba la emulación y el espíritu de empresa.”

La corbeta de vapor Alecto bajo el comando del capitán Austen dejó las costas de Inglaterra el 13 de diciembre de 1845. Mediado enero de 1846, ya cerca de las costas del Brasil, los oficiales tuvieron por un barco inglés, “una versión pobre y mutilada” de la batalla de Obligado, ocurrida el 20 de noviembre de 1845 en el río Paraná. Era que las escuadras combinadas, después de apoderarse de los barcos argentinos en Montevideo, remontaron el Paraná; y en la Vuelta de Obligado, las baterías de costa al mando del general Mansilla, opusieron heroica resistencia, luchando todo un día con sus veintiún cañones de mediano calibre contra más de cien piezas de gran poder que disparaban los once buques —varios de ellos movidos a vapor— de la escuadra anglo-francesa. El teniente Mackinnon, contrariando la honrosa opinión con que algunos oficiales superiores suyos de las escuadras juzgaron a los soldados argentinos por su conducta en la acción, exagera el poder de las baterías de Obligado y trata de aminorar las fuerzas anglo-francesas que representaban un poder naval jamás visto hasta entonces en estas regiones. Solamente así podría convertirse en hazaña extranjera la que fue desproporcionada contienda entre una poderosísima escuadra y un baluarte inseguro vigorizado por el heroísmo de los defensores. Pero no son esta especie de juicios, por fortuna, los que definen y valoran este libro sobre la guerra de vapores en el Paraná. Precisamente constituyen la parte más endeble de la obra. Buen soldado, puntual, observante, intrépido cuando lo es menester, Mackinnon destaca, sin embargo, por sus condiciones de descriptor y narrador. Ni sus juicios sobre sucesos en que no tuvo participación, ni su reseña histórica sobre la política del país, tienen muy firme fundamento. Otros aspectos del libro son los que le darán crédito y estimación.

La corbeta llegó a Montevideo a fines de enero de 1846. Muy pocos días después salía para internarse en el río Paraná y seguir en busca de la escuadra que había forzado en noviembre el paso de Obligado. Las islas impresionan muy gratamente al marino, y como tiene el sentimiento del paisaje va recogiendo en su Diario las imágenes de aquel delta primitivo, acogedor y hostil al mismo tiempo, lleno de rincones bravíos y perspectivas inesperadas. Abundan en el libro los cuadros de naturaleza primitiva captados directamente con delicada perceptividad.

No tardó mucho la corbeta en llegar a Obligado, lugar del combate del 20 de noviembre. “No pude sino arribar a la conclusión —apunta el marino— de que la posición había sido elegida con gran pericia y cumplido conocimiento en materia de fortificaciones.” Pero las tropas argentinas, a pesar del contraste de Obligado, no habían abandonado ni mucho menos la defensa del río que ofrecía otras posiciones eficaces para hostilizar al enemigo. Así fue como, poco más al norte de Obligado, se aproximaron los marinos al paso del Tonelero donde vieron con los catalejos un cuerpo de caballería y muy luego pudieron verificar que se estaban bajando cañones a la parte inferior de la barranca donde ya se habían levantado fortificaciones. éstas disponían solamente de cuatro cañones, pero los defensores obraron con tanta pericia que el primer tiro “casi atravesó la chimenea del vapor produciendo un ruido estruendoso”. Tuvieron “serias averías y cinco hombres heridos”. Tras la corbeta Alecto, pasó el buque Firebrand, que tuvo un hombre muerto en la acción. Desde la Alecto se había hecho fuego con cohetes a la Congrève, arma esta última que después resultó de mucha eficacia en los pasos por San Lorenzo. Describe el autor con vivacidad no exenta de gracia el seguimiento que hicieron a la corbeta por la costa del río hasta Rosario un grupo de soldados criollos observadores que cumplían puntualmente su misión: “Iban por la costa en línea recta cuando era baja y donde había algún obstáculo se apartaban al galope hacia la tierra adentro y volvían después a observar nuestros movimientos. Estos hombres cambiaban invariablemente de caballo cuando el caso lo requería, para lo cual enlazaban el primero que encontraban y seguían camino muy naturalmente. Cuando al llegar la noche echábamos el ancla, ellos se detenían y vivaqueaban acomodándose lo mejor que podían frente a nosotros.”

En Rosario, que apareció súbitamente a la vista de los marinos al rodear la corbeta una punta de la barranca, vieron lo que menos imaginaban encontrar, y fue toda la población femenina de la ciudad tomando su baño diario en el río, muy alborozada, en aquel 11 de febrero de 1846, y, según lo asegura el autor, acaso con exageración, en birthday suits... Ya muy cerca de San Lorenzo, algunos paisanos imprudentes descargaron sus fusiles contra la caja de la rueda del buque, provocando una descarga de cohetes a la Congrève que produjo serios estragos entre la gente de tierra y destruyó algunas fincas humildes. Pero en esas mismas barrancas iban a construirse muy luego las baterías que pocos meses después harían sentir seriamente a los atacantes el ardor bélico de los pobladores. En la costa entrerriana, no encontraron los invasores ninguna oposición. Urquiza, el gobernador, estaba en Corrientes, en lucha contra el general Paz, jefe de la liga militar correntino-paraguaya, aliada con los anglo-franceses y los sitiados de Montevideo, contra la Confederación. La corbeta, periódicamente, daba con alguno de los buques de la escuadra extranjera que después del combate de Obligado señoreaban el río. Por uno de estos buques, a la altura de la villa de Paraná, supieron los marinos de la Alecto que Sir Charles Hotham, jefe de las fuerzas navales inglesas, para quien llevaban despachos de Inglaterra, había seguido río arriba hasta Corrientes, en una goleta apresada en Obligado, antes llamada la Federal (que después fue rescatada por los argentinos). La corbeta siguió aguas arriba y el diario del teniente Mackinnon fue enriqueciendo su caudal de notas y observaciones, sobre todo descriptivas. Ya próximo el límite de Corrientes, el autor advierte alguna variedad en el clima y la vegetación. El 13 de febrero anota: “Al ponernos en marcha esta mañana, el Fanny fue amarrado a la popa y seguimos a una velocidad reducida. El capitán Sulivan continuó haciendo de piloto. Empezó el campo a adquirir un aspecto más tropical y el calor aumentó. La vegetación era más oscura y más exuberante. A la una pasamos cerca de un lindo ciervo que tomaba su baño en el río... Ya casi anochecido estuvimos frente a una barranca en algo semejante a los acantilados yesosos de Kent”...

Entrados en un “laberinto de islas”, la navegación se hizo más dificultosa. Y la naturaleza más tropical y bravía... “Abundaban ahora —dice el Diario— las majestuosas palmeras alternadas con otras coníferas curiosas y tropicales que balanceaban sus graciosas copas sobre la oscura y exuberante vegetación... Por dondequiera efectuábamos un desembarco, el suelo se presentaba cubierto por huellas de tigres, algunas de gran tamaño... Los baquianos aseguraban que quien quedara en la costa después de entrado el sol, encontraría la muerte”...

Por esos parajes hallaron muchas embarcaciones mercantes del convoy que remontaba el Paraná, protegido por la escuadra después de Obligado y con objeto de cargar frutos del país, todos los que pudiera, con destino a Montevideo. El 17 de febrero, todavía en la costa de Entre Ríos, los marinos bajaron a tierra en una estancia de gente amiga, y allí supieron que la vanguardia del ejército del general Paz había sido derrotada en Laguna Limpia el día 4, por el ejército de Urquiza, y que el general Juan Madariaga, hermano del gobernador de Corrientes, se hallaba prisionero del gobernador de Entre Ríos. Al día siguiente, cerca de Bella Vista, la corbeta, que ya había encallado más de una vez, varó de tal modo que se hizo imposible continuar la marcha 5. “Y como el capitán Austen —dice Mackinnon— mostrábase ansioso por dar cumplimiento a su cometido, llamó sin tardanza al autor de este libro y le pidió que, bajando a tierra, tratase de hablar con algunos pobladores para comunicarse con el alcalde o la autoridad más próxima y pidiera guías, caballos y acompañantes a fin de conducir la correspondencia de Su Majestad la Reina de Inglaterra para el jefe naval en Corrientes. Esta misión, en apariencia muy sencilla, era en verdad bastante peliaguda, porque, si bien sabíamos que los habitantes de esa región del país eran amigos, sin embargo, después de haber navegado tantos cientos de millas río arriba entre demostraciones hostiles casi diarias, y entre gente dispuesta a cortarnos el pescuezo, resultaba difícil no pensar que el vecindario circundante podría sernos igualmente hostil. Por lo que no ha de sorprenderse nadie si digo que experimentaba un sentimiento de aprensión al tener que bajar a tierra solo y desarmado.”

Mackinnon llenó muy cumplidamente su misión venciendo serias dificultades, y el viaje a caballo desde Bella Vista a Corrientes que realiza en dos días, acompañado de dos paisanos, a través de las estancias de la región, constituye uno de los pasajes de mayor interés de este libro tan lleno de sorpresas y sugestiones. Las escenas de la noche estival que el autor pasa al aire libre en una estancia con la familia del propietario, son de tal modo exóticas y fantasmagóricas, que exceden en atractivo pintoresco a las más curiosas y extrañas aventuras registradas en la literatura de viajeros del Río de la Plata durante el siglo XIX y nos dan una impresión de naturaleza tan primitiva y original, que el lector se siente llevado por momentos al mundo de la creación poética y de la fábula. De mí sé decir que al trasladar aquel pasaje en que la bandada de innúmeras cotorras aquerenciadas en un árbol de la estancia, y hechas al clima de la familia, ríen o lloran en coro alucinante mientras todo duerme alrededor en pleno silencio de la noche, y ponen al viajero en inquieta perplejidad, he sentido venir a mi memoria una conocida comedia fantástica de Shakespeare...

Cuadros y tipos más agrestes y primitivos que los de aquellas estancias, difícilmente se darán en descripciones de las publicadas hasta hoy, y el autor sabe captar el color, el sello propio, el ambiente exclusivo de aquel rudo escenario. He aquí un croquis hecho al pasar en una de esas estancias de vastísima extensión y llenas de ganado en que los propietarios viven sin ningún confort y con muy escasas necesidades. Se trata de un cambio de caballos: “En cuanto la gente supo que se trataba de un chasque del gobierno, hubo gran revuelo. Un muchachito de siete años más o menos, fue subido en un caballo oscuro, grande y fuerte, de su padre y enviado con mucha prisa a traer los animales de refresco: era una criatura tan pequeña que me parecía imposible pudiera tenerse sobre el lomo de un animal; pero cuál no sería mi asombro cuando vi que en el momento en que partía, la madre lo hizo volver y le dio para que llevara en brazos otro pequeñín que no tendría un año. El jinete no se opuso; colocó al risueño diablillo delante y al través, taloneó su caballo y allá se fueron los dos a galope tendido y los dos tan desnudos como vinieran al mundo. A los pocos minutos volvieron en triunfo, trayendo por delante una tropa como de cien caballos. El niño más pequeño reventaba de gozo”... Tales testimonios explican cierta observación de Beaumont en 1826: “La vida independiente y sin preocupaciones, así como la uniformidad de la educación entre los gauchos, sean ricos o pobres, hace que estas gentes se sientan enteramente libres ante personas superiores a ellas”...6.

Forzando la marcha y venciendo obstáculos y dificultades, el comisionado llegó a la ciudad con sus despachos en el segundo día de su viaje por tierra. Estuvo en Corrientes a las cinco de la tarde del día 20 de febrero, dos semanas después del combate de Laguna Limpia. Se presentó al gobernador Madariaga, quien lo llevó a presencia de Sir Charles Hotham, jefe de las fuerzas navales inglesas en el Paraná, a quien entregó las comunicaciones. Sentíase todavía en buenas condiciones físicas, pero había sido duro el trajín para un hombre acostumbrado a la vida de a bordo, y el marino no se para en relatar un trance de que fue víctima mientras daba cuenta de su desempeño: “Cuando abrimos la maleta de la correspondencia se comprobó que las cartas y comunicaciones hallábanse en estado lamentable. Algunos papeles arrugados y rotos al extremo, apenas si podían leerse. Como el trabajo de descifrarlos se llevó a cabo después de cenar y estuvo a cargo de Sir Charles Hotham, que lo hizo con gran interés, yo me senté en un banquillo y no tardé en quedarme dormido, con lo que, en determinado momento, resbalé y caí al suelo, donde quedé roncando, moleré toda la disciplina y la etiqueta que debía guardar en presencia de aquel jefe y de algunos miembros del gobierno correntino venidos para escuchar las noticias. Cuando me enderecé poco después, no podía, por nada, recordar dónde me encontraba; las más extrañas fantasías cruzaban por mi cerebro y precipitadamente me puse a buscar mis pistolas”...

Un día después de su llegada a Corrientes, el marino salió aguas abajo en una falúa y en busca de la corbeta que, ya puesta a flote, pudo remontar el río hasta la ciudad donde la esperaba toda la población porque era el primer buque de vapor aparecido en aquellas latitudes.

Los días que permaneció la corbeta en la ciudad dieron ocasión al marino inglés para conocer el lugar y registrar numerosas notas que habrán de leerse, creo yo, con gran interés. La corbeta fue visitada por casi todos los habitantes, que no salían de su asombro ante aquellas máquinas y ante el lujo inimaginable de la sala de oficiales y otras dependencias del navío. Entre los visitantes de la corbeta se hallaron el gobernador Madariaga, sus ministros, y la esposa, la madre y los niños del general Paz. Algunos toques de ambiente destacan por su originalidad y colorido. No podía faltar un inglés en aquella sociedad. Y un inglés rico...

“Al pasar frente a una casa verdaderamente buena, algo alejada del centro de la ciudad, un señor mal encarado, me saludó sombrero en mano diciéndome:

Good morning, Sir...

— ¡Hola!... Usted es escocés... —le dije en seguida.

—Sí señor, lo soy —contestó— y si usted quiere tener a bien entrar en mi modesta casa...

Lo hice de buen grado y entramos también en conversación. Me dijo que se llamaba Thomas Paúl y que vivía en Corrientes desde cuarenta años atrás. Sospeché que hubiera formado parte del ejército de Whitelocke. Haya sido así o no, hoy es un viejo astuto que se desperece por hablar con un compatriota.”

Como la embarcación debía descender el Paraná hasta Montevideo, fue designada por Sir Charles Hotham para conducir a los emisarios paraguayos encargados de tratar con los jefes de la plaza sitiada. La alianza anglo-francesa para asegurar la navegación del Paraná tendía y ajustaba sus redes. Los enviados fueron recibidos a bordo con los honores correspondientes.

Por fin el domingo 1º de marzo, la corbeta de vapor se despidió de Corrientes después de haber atemorizado a la numerosa concurrencia del puerto con mucho ruido de cabrestantes y mucho escape repentino de vapor, y sobre todo con una maniobra aparatosa que consistió en remontar primero el río para luego pasar aguas abajo “con la velocidad de un cohete” (sic) muy a la vista de todos por última vez. “Tan súbita e inesperada aparición tomó a la multitud de sorpresa. Unánimes dieron un grito de alegría que continuó mientras pasábamos hasta que otra punta de la costa nos ocultó y quedamos en perfecta soledad.” Llevaba la Alecto a un costado el bergantín Fanny y a remolque la goleta Obligado. Ambos barcos fueron dejados a mitad de camino.

El Diario de Mackinnon registra finas observaciones sobre el cambio que la proximidad del otoño producía en el follaje de los árboles que recreaban su vista y cuenta las dificultades que oponían las islas al paso de los tres barcos dispuestos de manera tan embarazosa para seguir el curso sinuoso de la corriente. A medida que descendían el río, iban encontrando, como en el viaje anterior, los buques de las escuadras combinadas. En las islas solían detenerse para cazar y hacer abundante provisión de comestibles. De vez en cuando, sobre las barrancas de Entre Ríos destacábase alguna partida de caballería. Tuvieron la fortuna de pasar por San Lorenzo antes de que estuvieran terminadas las baterías y ya cerca del Tonelero, echaron de ver el campamento formado por, el general Mansilla, hacia el interior y al norte del famoso paso. Sorprendida por la presencia del barco, una parte de la fuerza argentina se movió con gran presteza en dirección sur a fin de colocar los cañones en la costa, antes de que la corbeta pudiera salvar el sitio, para ella muy peligroso. “Si hemos de hacer justicia —anota el autor—, debe decirse que trabajaron bien y con rapidez, porque en muy poco tiempo los cañones de campaña que tenían, fueron desarmados y colocados en unos carros enormes y salieron al galope atropelladamente a todo lo que daban los caballos para tratar de interceptarnos el paso en el Tonelero. Junto a los carros marchaba una gran tropa de caballos que permitía cambiar el tiro toda vez que se hacía necesario e iba arreada por cantidad de soldados de caballería. Todos aquellos movimientos podían ser percibidos desde el mástil de proa sin hacer uso del anteojo y eran motivo de entretenimiento y diversión en el buque, porque bien sabíamos que les era imposible llegar al lugar de destino tan ligero como lo hacíamos nosotros.”

Y en efecto, llegaron los marinos al Tonelero antes que los cañones argentinos, y pudieron pasar. En aquel lugar apareció un pobre criollo que, con dos de sus hijos, levantaban en alto un trapo blanco, a guisa de parlamento, para pedir a la civilización que les hiciera gracia de la vida y de su mísera vivienda... El 12 de marzo la corbeta estuvo otra vez en Montevideo.


II

Pocas son las notas que registra este Diario sobre la vida en la ciudad sitiada durante el mes de marzo de 1846, no obstante que la embarcación se mantuvo en el puerto hasta el día 28. Sabemos, sí, que cargó muchos pertrechos de guerra y provisiones para los buques de las escuadras, y como la Alecto era buque de vapor, tuvo que salir con tres goletas a remolque y todavía un bote o lanchón de la escuadrilla correntina. Una de las goletas llevaba también soldados para el general Paz. Ignoraban en Montevideo que Joaquín Madariaga, gobernador de Corrientes, cuando vio a su hermano Juan prisionero de Urquiza en el combate de Laguna Limpia, y ante ciertas insinuaciones del entrerriano, había preferido desprenderse del cordobés y tratar con el vencedor, Paz, destituido al final por el gobernador, tendrá que pasar al Paraguay. Lo cierto es que la Alecto con su remolque remontó nuevamente el Paraná en el mes de abril y al pasar por el Tonelero dispersaron sus tripulantes con cohetes a la Congrève a los obreros que fortificaban las defensas. Pero apenas más arriba en el río, supieron por un barco inglés, que las baterías de San Lorenzo ya estaban en condiciones de combatir y que el Philomel había pasado aguas abajo más por astucia de su capitán que por su poder ofensivo contra el baluarte argentino. Hubo un conato de sublevación en las goletas remolcadas que se veían conducidas al sacrificio y el 6 de abril, a las dos y media de la tarde, la corbeta enfrentó a la batería con innegable intrepidez. “A las dos y media —dice el Diario—, las granadas empezaron a hacer su efecto al caer y en diez minutos más ya teníamos los tres cañones y los cohetes en pleno fuego. éste fue contestado con los cañones más bajos de las baterías con balas redondas hasta que llegamos a la parte más angosta a unas doscientas cincuenta yardas, en que nos acribillaban a la vez con bala y metralla. En este tiempo los cañones estuvieron barriéndonos en una posición tal que no podíamos responder y sólo estábamos en condiciones de hacer fuego a los cañones que teníamos de costado. Permanecimos así moviéndonos con dificultad, por lo menos de proa, durante veinte minutos, recibiendo el fuego de siete cañones de dieciocho libras, varios de los cuales hacían puntería sobre cubierta... Es algo sorprendente que no muriera ninguno de nuestros marineros. La única persona herida fue el capitán Austen que recibió un violento golpe en el muslo de una bala de cañón ya sin fuerza. Claro está que el pobre buque salió bastante averiado”...7.

Mackinnon relata muchos pormenores de este encuentro y lo que ocurrió en las goletas que traían con ellos, cuya tripulación, como se dijo, había estado a punto de sublevarse. Siguió la corbeta remontando el río hasta ponerse a la altura de Paraná, donde estaba el almirante Tréhouart, jefe naval francés con algunos buques de su escuadra. Allí entregaron la munición y las provisiones. Supieron también por primera vez que la prisión de Juan Madariaga había tenido derivaciones inesperadas y que en Corrientes se había producido “una especie de revolución” entre los partidarios de Paz y del gobernador. Ya se ha dicho cómo el primero tuvo que retirarse al Paraguay y es el caso de decir que el segundo firmará con Urquiza en el mes de agosto el tratado de Alcaraz. Sucesos eran éstos que no se presentaban con claridad para el teniente de la Alecto, por su ningún conocimiento de la política del país y porque no parecían interesarle mayormente. Seguirá cumpliendo con sus deberes militares y consignando sus observaciones en el río para provecho y solaz de sus lectores. Durante aquella detención se recibieron órdenes en la corbeta de seguir hasta Goya “para proteger el comercio”. El río bajaba y la eficacia de que habían dado prueba las baterías de San Lorenzo, eran circunstancias que amenazaban con dejar embotellada la escuadra y con ella la cantidad de barcos mercantes introducidos en el Paraná después de Obligado. La situación se ponía cada vez más grave para los invasores. Desde el mes de abril en adelante, toda la atención de los jefes aliados estará concentrada en las baterías de San Lorenzo.

El 10 de abril, la Alecto se puso en marcha otra vez desde Paraná, aguas arriba. Se había desembarazado de dos goletas pero iba con ella la que conducía soldados para el general Paz que va estaba en grave conflicto con Madariaga. En el trayecto fueron distribuyendo municiones a los buques extranjeros, según los encontraban. La bajante seguía y los bancos de arena retardaban la navegación. El teniente Mackinnon registra en su Diario pintorescas escenas: “Domingo 18 (de abril): Al pasar frente a unos grandes árboles, a eso de las once, cuando debíamos haber estado en el servicio religioso, de haberlo tenido, un mono negro muy grande, de lustroso pelaje, apareció a la vista sentado muy tranquilamente, teniendo en sus brazos una hermosa mona de color pardo. Los marineros juraban que eran marido y mujer y que estaban en la luna de miel; contemplaban los monos a los vapores con profunda seriedad pero sin demostrar por ello la menor sorpresa... A mediodía pudimos percibir los mástiles del convoy que estaba en Goya”...

No sin serias dificultades (como fue la descompostura de las máquinas en la corbeta) llegaron a Goya el capitán Austen y algunos de sus oficiales. La descripción del saladero de Mr. Davidson, inglés casado con una correntina, que se apresuraba a sacrificar todo su ganado para sacarlo en forma de productos vendibles antes de perder la oportunidad que ofrecía el amparo de la escuadra; la llegada de los animales en tropas; las terribles matanzas al aire libre, los métodos primitivos empleados en la fabricación de jugo de tuétano, son elementos de valor para el conocimiento de la industria ganadera y de la vida rural hace ahora más de un siglo. El autor es exacto en sus reseñas, fiel e incisivo en sus descripciones; bien informado en las referencias y datos con que ilustra a sus connacionales. Y, curioso como se muestra siempre por la fauna y la flora del Paraná, nos ofrece deliciosos cuadros de naturaleza, llenos de vida y de color: “Al bajar el bote por el riacho, reparamos en el raro aspecto que presentaban las tupidas arboledas de las orillas. Los troncos de los árboles, altos de unos treinta pies, veíanse cubiertos por entero de plantas trepadoras, muy bellas y exuberantes, creciendo en forma tan densa y compacta que semejaban muros de color verde. Como los extremos de las trepadoras presentaban contornos bien recortados, daban la impresión de viejas y ceñudas almenas en ruina, cubiertas por la hiedra. Las flores eran blancas y azules, y tan grandes (sobre todo las blancas), como un plato de postre. Vistas a cierta distancia me engañaron y creí que los marineros habían puesto sus ropas a secar. A veces una línea de flores azules se cruzaba con otra de flores blancas y se formaban combinaciones deliciosas.”

Tanto sedujeron a Mackinnon aquellas flores de trepadoras, que venció cuantos dificultades se le ofrecieron para obtener algunas semillas muy curiosas, y ahora —dice en su libro— “andan dispersas en Lancashire, Surrey y Dorsetshire en varios de los mejores jardines de Inglaterra, en especial en los de mis parientes Mr. Entwisle, de Foxholes, Rochdale; y Mr. Ramsay, de Beaminster, en Dorset”.

En Goya supieron, por la llegada de barcos correntinos desde el sur, que la goleta Obligado, capturada por los ingleses anteriormente con el nombre de La Federal, había sido rescatada por los argentinos al abordaje, en San Lorenzo, bajo la protección de las baterías de costa, lo que era una nueva advertencia para la escuadra que debía descender el río con el convoy. Por eso dice el autor:

“Nos sentimos muy inquietos por conocer los detalles de esa pérdida pero se nos contestó con un rechinar de dientes y nada más.” Era que los invasores se mostraban muy orgullosos de aquella goleta y del nuevo nombre con que la habían bautizado.

El 6 de mayo, la Alecto emprendió nuevo viaje descendiendo el río para salir del Paraná con toda la escuadra. San Lorenzo y el paso de los buques frente a las baterías constituían ahora el tema obligado para los marinos extranjeros. La bajante del río iba en aumento. Mackinnon relata con su acostumbrada vivacidad y colorido las peripecias de la navegación y se deleita con la naturaleza circundante: “Ahora, como íbamos ligero, aparecíamos de pronto en una y otra costa sin anunciarnos y tomábamos de sorpresa a los tigres que se paseaban tranquilamente, yendo y viniendo sobre las playas de arena”.

El 12 de mayo encontraron el Lizard que envió en un bote correspondencia de Inglaterra. “Supimos —dice el Diario— que el pobre Lizard había sufrido varios daños al pasar por San Lorenzo. Habían muerto dos oficiales y dos marineros y traían varios heridos. Todo era debido a la captura de la goleta Obligado, mandada con órdenes de hacer detener a todos los barcos e impedir que remontaran el río.”

El 16 anclaron frente a la Bajada de Santa Fe (Paraná), donde estaban las escuadras combinadas. Allí pudieron ver al buque inglés Harpy, uno de los que tampoco pudo ser advertido a tiempo por la Obligado y que al pasar frente a las baterías había sufrido bastante y llegaba con su comandante herido. Esta última circunstancia pudo determinar un proyecto del comandante inglés que Mackinnon cuenta por lo menudo en su libro porque tuvo en él muy seria participación: se trataba de colocar secretamente y con toda la cautela necesaria en una isla frente a las fortificaciones de San Lorenzo, algunas baterías de cohetes a la Congrève destinadas a proteger el paso de la escuadra combinada y del convoy. Mackinnon debía comandar la partida encargada de esta operación y tomó muy a pecho su cometido. La escuadra y parte del convoy estuvieron reunidos diez días frente a la Bajada, preparando el avance y tomando las precauciones necesarias para el ataque. En aquel sitio, los tripulantes del buque inglés Firebrand dieron a bordo una representación teatral en vísperas de la partida... Fue llevada a la escena (y el autor describe graciosamente aquella escena y aquella sala) la tragedia Pizarro, de Sheridan.

El día 25 de mayo los buques de guerra ingleses y franceses y los barcos mercantes se pusieron en movimiento. Algunos episodios de esta jornada tienen algo de aquellas novelas de aventuras que hacían las delicias de nuestra adolescencia y que se desarrollaban en comarcas remotas. La Alecto, una de las últimas embarcaciones que salió aquel día, se encontró con un bergantín mercante francés bien varado, cargado de cueros y cuya tripulación había salido en busca de auxilios. “Al llegar —leemos en el relato— fuimos a bordo y advertimos que estaba el barco abandonado. Habían quedado allí, sin embargo, un perro de lanas francés; un mono que nos gruñía desde el palo mayor y algunos loros que parloteaban posados en el aparejo. Era tarde para comenzar el trabajo y lo dejamos para la mañana siguiente.”

Tres días después estaban todas las embarcaciones —más de cien entre mercantes y de guerra— a pocas millas al norte de San Lorenzo. La escuadra se detuvo siete días allí. En los que siguieron a la llegada, el teniente de la Alecto y otros oficiales, con una constancia y astucia sorprendentes, emplearon sus noches y parte de sus días preparando aquel artificio realmente peligroso y difícil en que salieron airosos y que sin duda aminoró en mucho el detrimento sufrido por las escuadras y el convoy en el célebre combate naval del 4 de junio de 1846. Noche a noche salen oficiales y marineros desde la escuadra hasta la isla sin ser advertidos por el enemigo y corriendo toda suerte de riesgos. Merced a la sagacidad, la cautela y la notable disciplina que ponen en evidencia, consiguen llevar a cabo cumplidamente su artimaña. Las baterías subterráneas, bien escondidas, quedan instaladas y listas para entrar en acción. El día anterior al combate, perfectamente ocultos durante el día y muy próximos a las fortificaciones enemigas, los oficiales ingleses, con un anteojo de larga vista, pueden advertir los menores movimientos del contrario pero extreman la precaución porque todavía no es el momento de empezar. “Mucho nos divertimos —dice Mackinnon— al observar al jefe enemigo general Mansilla, cuñado de Rosas, inspeccionando la línea completa de baterías, cañón por cañón. Comenzó por el extremo inferior de la línea y continuó subiendo en una carroza de cuatro caballos con su Estado Mayor y acompañado por algunos jinetes. Todos estuvieron al alcance de nuestros cohetes pero conocíamos demasiado bien el gran efecto que producían y los reservábamos para el momento oportuno.”

El 4 de junio, a las nueve de la mañana, avanzaron los aliados favorecidos por un viento norte y empezó la batalla 8 descripta en este libro con lujo de detalles, aunque el autor, participante en la acción, lo ve todo desde su ángulo, un tanto estrecho, y se muestra sobremanera optimista en cuanto a la eficacia de sus baterías y los daños sufridos por las escuadras extranjeras. Lo cierto es que estas últimas salieron bastante descalabradas y que sus buques no volvieron a remontar el río. Y no solamente las escuadras, sino los barcos mercantes experimentaron serias pérdidas y estragos. ''La penetración de los ríos —dice un autor de historia naval argentina— terminó para sus autores con un completo fracaso.” Mackinnon, con sus elogios para sus baterías de cohetes encubiertas, induciría a pensar lo contrario... Pero los hechos demostraron ampliamente el revés sufrido por los agresores.

Muy pocos días después, la mayoría de los buques —entre ellos la corbeta Alecto— estaban en Montevideo. La situación de esa plaza empezaba a disgustar a sus aliados de Europa. En abril se había producido allí dentro una revolución en favor del general Rivera, alejado expresamente fuera del territorio por el presidente Suárez, poco tiempo antes. La facción riverista dominaba ahora y disponía del ejército. En Inglaterra, Lord Palmerston, jefe de la oposición y que no tardará en ser jefe del gobierno, hacía fuertes críticas desde el parlamento por los asuntos del Plata. Pronto se sabrá en Montevideo que Mr. Tomás Samuel Hood ha sido comisionado por Inglaterra y Francia para tentar un arreglo pacífico con la Confederación...


III

La corbeta Alecto fue destinada (fines de junio) al río “Uruguay, para secundar a Rivera en su lucha contra Oribe; pero sobre todo para evitar ciertos contrabandos que se producían a través del río. En realidad, el teniente Mackinnon se sentía atraído, ahora más que nunca, por el panorama fluvial, por los árboles y flores de las islas, por los libros recién llegados de su país y muy poco por esa guerra carente para él de sentido y de interés. Eso se desprende de su diario, una vez terminado el segundo viaje de ida y vuelta hasta Corrientes, que finalizó con la batalla del Quebracho. Sus observaciones sobre el río Uruguay, sus cuadros de ambiente y sus descripciones, complementan las notas sobre el Paraná. Cuando las tareas de a bordo se lo permiten, se interna en las islas para observar tal cual especie de palmeras o el desarrollo de las plantas parásitas. Entre cantidad de anotaciones dignas de un naturalista dotado de espíritu poético, escribe como con desgano:

“Llegaron hoy de pronto noticias de que una división del enemigo, al mando del general Gómez, se dirigía a marchas forzadas para atacar a Rivera en Mercedes... Se hacen todos los preparativos para ayudar a este general amigo.”

El Diario de viaje por el Uruguay hasta Paysandú interesa grandemente, no por sus aportaciones históricas, sino por su extraordinaria riqueza descriptiva y anecdótica. Es una sucesión continua de cuadros amenos, de lances y aventuras novelescas en que se deja sentir el espíritu romántico de la época. Difícilmente aquellos paisajes del río Uruguay hayan sido descriptos nunca con tanta delectación y con trazos más personales y simpáticos.

Desde Paysandú, la corbeta descendió el Uruguay y ancló en la boca del río Negro, para impedir ciertas comunicaciones. Mackinnon realizó su última excursión por las islas —deliciosamente narrada—, en un bote pequeño y volvió a Montevideo (mediados de agosto), porque su barco debía conducir a Buenos Aires al diplomático Tomás Samuel Hood, recién llegado de Inglaterra. Aquella ciudad (Montevideo) estaba, según Mackinnon, “en un estado de discordia y de caos que superaba todo lo imaginable: Los altos funcionarios de los dos países más poderosos del mundo eran los gobernantes de la ciudad, porque los gobernantes nominales dependían enteramente de ellos. Y en consecuencia, las autoridades locales estaban dispuestas a expedir proclamas y a hacer leyes (o no hacerlas), a hipotecar rentas o a llevar a cabo cualquier resolución que les fuera ordenada por los dichos gobiernos.”

El 30 de agosto partió de Montevideo la corbeta llevando a su bordo a Mr. Hood. El 31 ya estuvieron en la ciudad de destino que Mackinnon encontró parecida a Southampton, y lo que pudiera sorprender, más agradable que Montevideo y superior a ella en todos respectos. Con ese motivo hizo buen acopio de datos que podían ser de gran utilidad para sus connacionales y resume sus observaciones en esta frase: “La extraordinaria facilidad con que se hace dinero en este país sobrepasa todo cuanto yo había oído decir.”

En los primeros días de septiembre, terminadas las conferencias de Hood con el jefe del Estado, volvieron los ingleses a Montevideo. Las conferencias no habían tenido en aquel momento el éxito que se deseaba. “Toda persona reflexiva —puede leerse en el Diario—, al saber el fracaso del plan de nuestro comisionado para llegar a la paz, padeció un sincero y profundo desengaño, no solamente por lo relativo a la felicidad del país (dañado al extremo por la continuación de una guerra inútil y maligna), sino porque es sabido por todos y creído por todos que, si los partidos hubieran deseado el arreglo de las cosas, como lo desean sus propios gobiernos, hubiera podido concluirse ahora una paz duradera y honorable en beneficio del comercio en general y de la prosperidad mercantil de Inglaterra y Francia, como de la Confederación Argentina.”

Por ese tiempo —octubre de 1846— Mackinnon sintió decaída su salud y le aconsejaron volver a su país. En rigor de verdad, la guerra estaba terminada y no con la derrota de la Confederación. Antes de un año Inglaterra levantará el bloqueo. La imitará Francia y ambas naciones firmarán tratados con la República en los que se reconoce la soberanía del país sobre sus ríos interiores y se obligan los gobiernos europeos a devolver presas y a desagraviar e1 pabellón nacional. El teniente de la Alecto permaneció un mes en Montevideo antes de embarcarse y las observaciones recogidas durante ese lapso quizás puedan chocar a los creyentes en una Nueva Troya ideal donde se daban cita todas las virtudes y todos los cruzados de la Libertad. La literatura del sitio, la retórica del sitio, nos tiene ¡ay! acostumbrados a esas cosas. El teniente Lauchlan Mackinnon, testigo imparcial y presencial, vio con sus propios ojos aquel espectáculo. No le hagamos capítulo de cargos por ello.

Después de muchas dilaciones, se alejó de Montevideo en el bergantín Dolphin, rumbo a Río de Janeiro. Eran los primeros días de noviembre. Con su pericia de marino y su aptitud de narrador, encuentra todavía notas originales y sugestivas para describir aquel viaje carente de interés en sí, como no sea la entrada en la maravillosa bahía. Aquellos bergantines veleros de hace un siglo asumen su apariencia graciosa y majestuosa en su lucha con el mar, descriptos por el joven marino, alejado ahora del Paraná y de su amada corbeta. “Era en verdad —nos dice— un hermoso espectáculo contemplar el rápido avance del Dolphin. Después de detenerse unos instantes en la concavidad de una enorme ola, se precipitaba por aquella especie de acantilado líquido para levantarse nuevamente como un ser animado, preparándose para acometer y hender la colina espumosa de las aguas que se aproximaban. Soportaba esta prueba severa con el menor esfuerzo. Sentados a popa, nos complacíamos en admirar el bergantín y a menudo veíamos llegar el agua hasta la verga del trinquete”...

En Río de Janeiro vivieron los marinos del Dolphin cuatro días de fiestas y regocijo porque se celebraba el bautismo de la hija segunda del Emperador. Mackinnon ocupó en el teatro el palco frontero al de la familia imperial. Del viaje a Inglaterra, que emprendió sin tardanza, cuenta nuestro oficial que en la calma del trópico florecieron varios bulbos de valor, cuidadosamente guardados en cajas y dispuestos en la bodega; y algunas orquídeas del Paraguay no sólo revivieron, sino que florecieron del modo más hermoso.

Así, con su pesada carga de plantas y de flores exóticas, desembarcó en Falmouth aquel joven guerrero que había cruzado el mar para bombardear las costas de nuestro río Paraná.

Mackinnon fue ascendido a commander, o sea teniente de navío en el mismo año de su llegada, y debió de trabajar en la corrección y organización de su Diario de Viaje, porque el libro apareció en Londres, editado por Charles Ollier, en enero de 1848. Se titula Steam Warfare in the Parana. A narrative of Operations by the combined squadrons of England and France in forcing a passage up that river. By Commander Mackinnon 9. Está dedicado a su padre, William Alexander Mackinnon.

Entre 1848 y 1852, el autor parece haber efectuado largas navegaciones por mares diversos, porque en 1852 publicó un nuevo libro en dos volúmenes, titulado Atlantic and transatlantic sketches, que comprende un viaje por Estados Unidos y excelentes relatos del Caribe y de las costas de áfrica.

Mackinnon era de familia acaudalada, sobre todo por su madre. Emma Mary Butworth, hija única de Joseph Butworth Palmer, hombre de gran fortuna que pasó toda ella a William Alexander Mackinnon, por fallecimiento de su esposa, en 1835.

Lauchlan Bellingham Mackinnon continuó prestando servicios en la marina inglesa hasta 1864, en que se retiró con el grado de capitán. Como su padre, William Alexander, también fue miembro del Parlamento, por el distrito de Rye, en Sussex, desde 1865 a 1868. Terminó sus días en Ormley Lodge, Ham Common, Surrey, el 10 de julio de 1877.

Su relato sobre la guerra que las escuadras combinadas de Francia y Gran Bretaña trajeron al río Paraná de 1845 a 1847, ahora vertido al castellano, constituye seria aportación al estudio de aquel momento histórico y a la vez enriquece con elementos de gran calidad la literatura de viajes por el país argentino. A su condición de marino y de guerrero, añadió Mackinnon sus dotes de narrador, su fina cultura, espíritu alacre y vivaz y una probidad que fácilmente se percibe en todo el curso de su obra. Estas jornadas y andanzas rioplatenses bien merecerían ostentar como pórtico aquel delicioso verso de La Fontaine:

... Mon voyage dépeint

Vous sera d’un plaisir extrême.

Je dirai: j’étais là; telle chose m'advint:

Vous y croirez étre vous méme.

José Luis Busaniche


Nota. Quiero agradecer al señor R. A. Wilson, director de la Biblioteca del Museo Británico, de Londres, la amabilidad con que me ha facilitado algunos datos e informaciones muy útiles para la presentación al público de esta versión castellana del libro de Mackinnon. El Traductor.