La escuadra Anglo-francesa en el Paraná
11. Comienzo de la acción
 
 
Sumario: Las baterías de San Lorenzo a la vista. — Probamos el alcance de las granadas. — Comienzo de la acción. — Proximidad de los combatientes. — Curioso efecto de los disparos. — Entereza de los marineros. — Buena puntería debida a la práctica en el Excellent. — El patrón de una goleta. — Actividad después del combate. — Un tiro en la línea de flotación. — Falsas noticias. — Los fugitivos. — Relato que hacen del combate los desertores. — Llegada a la ciudad de Paraná. — Entrega de munición y provisiones. — Orden del almirante francés. — Noticias de Corrientes. — Táctica del general Paz. — La Alecto recibe órdenes de seguir hasta Goya. — Los indios guaraníes.


Lunes [6 de abril]. Al ponernos en camino esta mañana, el viento soplaba todavía fuerte contra nosotros y cuando salió el sol, arreció aún más. A las ocho estuvimos a la vista de las baterías, unas ocho millas adelante, pero el peso del remolque era tal, y lo mismo la fuerza del viento, que difícilmente podíamos hacer una milla por hora. En todo este tiempo avanzamos acompañados desde lo alto de las barrancas por un escuadrón de caballería, y aunque estos soldados tenían que hacer un trayecto más largo que nosotros, en ningún momento disminuyeron el paso y más de una vez se detuvieron a esperarnos. Seguíamos avanzando con dificultad en la fatigosa marcha. A las dos fuimos a los puestos de combate: estábamos a una milla y media de las baterías. A las dos y cuarto empezamos a ensayar el alcance con el cañón largo giratorio, del castillo de proa; pero sin ningún efecto, porque las granadas reventaban en el aire, a unos cientos de yardas antes de llegar. Era hermoso ver la explosión que se percibía perfectamente a bordo. A las dos y media, las granadas empezaron a hacer su efecto al caer, y en diez minutos más ya teníamos los tres cañones y cohetes en pleno fuego. éste fue contestado con los cañones bajos de las baterías con balas redondas, hasta que llegamos a la parte más angosta a unas doscientas cincuenta yardas en que nos acribillaban a la vez con bala y metralla. En este tiempo los cañones estuvieron barriéndonos en una posición tal, que no podíamos responder y sólo estábamos en condición de hacer fuego a los cañones que teníamos de costado. Permanecimos así, moviéndonos con dificultad, por lo menos de proa, durante veinte minutos, recibiendo el fuego de siete cañones de dieciocho libras, varios de los cuales hacían puntería sobre cubierta.

Durante estos momentos, hacíamos fuego con todas las balas y con la metralla y botes de metralla que había en el buque y quedamos reducidos a los proyectiles menores. En los últimos minutos cambiamos un vivo fuego de fusilería. Pudimos poco a poco adelantar y como el río se ensanchaba y la corriente disminuía, nos pusimos pronto fuera de tiro, habiendo estado una hora y cuarto bajo el fuego. Es algo sorprendente que no muriera ninguno de nuestros marineros. La única persona herida fue el capitán Austen, que recibió un violento golpe en el muslo, de una bala de cañón ya sin fuerza.

Claro es que el pobre buque salió bastante averiado pero debo decir que algunos de los tiros produjeron tan curiosos efectos que los considero dignos de mención. Por ejemplo: un tiro hizo pedazos cinco remos de repuesto que había en la cala de proa; otro habría atravesado por completo las calderas, si, por fortuna, no hubiera sido detenido por una cantidad de sacos de carbón dejados a propósito sobre cubierta en aquel lugar, previendo dicha contingencia. El primer saco contra el cual chocó, le dio al tiro una dirección más alta y siguió paralelo a cubierta atravesando cinco o seis sacos más, llenos de carbón, y rodó sin hacer daño hasta los imbornales arrojando con fuerza trozos de carbón por sobre la cubierta. Pero la escapada más curiosa fue la que hicimos a un proyectil que pasó entre las paletas de las dos ruedas del vapor; dio sobre la caja de la rueda, del lado enemigo, tres o cuatro pies por encima del eje y la atravesó sin tocar otra parte de ella; entonces pasó por sobre cubierta, y atravesó la caja de la otra rueda, a menos de doce pulgadas del eje sin tocar una sola paleta ni parte alguna de la misma rueda.

Pocos minutos después de la acción, abrí las puertas de la caja de la rueda: quería ver el daño sufrido por estas últimas; con gran sorpresa pude verificar que, a la velocidad a que giraban (unas diez y siete vueltas por minuto) parecía casi imposible poder hacer fuego con una pistola a través de las ruedas sin dar contra alguna de las paletas. Y, sin embargo, esta bala de diez y ocho libras había atravesado ambas ruedas sin dejar otras marcas que una de entrada y otra de salida. Otro tiro merece mencionarse: éste penetró por el costado del buque sobre la línea de flotación, atravesó el puente bajo, rompió el banco del armero, una artesa, chocó contra dos balas de treinta y dos, y rompió una en cinco partes y la otra en tres.

Al entrar en combate, la marinería consideró aquello como cosa natura], pero a medida que el asunto se complicaba y los hombres iban acalorándose, disparaban cañonazos a uno y otro lado como en un juego apasionante, y en verdad se condujeron de manera notable. Esto debe atribuirse por entero al sistema ensenado en el Excellent y me place dejar sentado que cada tiro que me tocó ordenar fue lanzado por un marinero formado en aquella admirable escuela de artillería.

Aunque lanzamos entre setenta y ochenta tiros de cañón, supongo que causamos poco daño en proporción a la munición que gastamos, sobre todo en las partes más estrechas del río, porque, al menos que los tiros pegaran exactamente en el filo mismo de la barranca o en las bocas de los cañones enemigos y en el primer momento del disparo, resultaba luego que, por la gran elevación, se perdían muchos que caían en tierra, detrás de las baterías.

Al ponerse el sol, anclamos como de costumbre y fuimos visitados en seguida por algunos oficiales montevideanos de una de las goletas, que nos hicieron una divertida relación de la conducta observada por los tripulantes. Al empezar el combate, el patrón de la goleta bajó al camarote donde se hallaban sentados los oficiales montevideanos y comenzó a gritar y a arrancarse los cabellos diciendo que ahora caía en la cuenta de que no vería más a su mujer y a sus hijos. En esos instantes entró una bala en el camarote por un lado de la goleta y dio contra una bolsa llena de pan, haciéndola migas que cayeron sobre todos los presentes dejándolos como empolvados molineros. Entonces el patrón prorrumpió en violentísimas invectivas contra el inglés porfiado, tonto y brutal que —agregó— está descargando sus odiosas maquinarias contra las barrancas.

—¡Malditas sean! ¡Estoy perdido! ¡Estoy perdido!...

En ese momento llegó otro cañonazo: la bala atravesó el camarote bajo la mesa y pasó entre las piernas de los oficiales, sin alcanzar a ninguno. El pobre patrón se desesperó más con esto y se envolvió la cabeza con el poncho esperando su sentencia de muerte. De este letargo lo sacó pronto otro tiro que rompió el botalón principal junto a la cabeza del timonel, quien soltó en seguida el timón y bajó precipitadamente, aterrorizado, jurando que todos los ingleses estaban más locos que yeguas con cría 1 y por eso él nada quería saber con ellos mientras viviera.

Después de uno o dos matraquees más, con metralla, los barcos salieron de la zona de fuego, sin que el daño continuara, y todo se debió al poder irreductible del vapor. Ha de decirse en justicia que los hombres de la tripulación de las goletas, una vez terminado el combate, vinieron sobre cubierta muy animados, y en seguida repararon los daños con diligencia y pericia.

Cuando fue sondeado el pozo de la cuadra de popa, se encontró mucha agua en la bodega de la Alecto. Se hizo en seguida un reconocimiento y se descubrió en la línea de flotación el agujero producido por un tiro que no había sido advertido antes. Este agujero fue tapado sin tardanza.

Martes. Con fuerte viento contrario avanzamos dificultosamente. El consumo de carbón había sido grande por lo que decidimos anclar y reparar las averías más importantes. Las reparaciones hechas en la tarde anterior fueron solamente temporarias. De ahí que el resto del día se empleara en tapar los agujeros producidos por las balas y en reparar otros daños, de la mejor manera y como lo permitían nuestros medios. El experimento de hacer una porta en la regala 2 para poner un cañón extra, había dado tan buen resultado, que se hizo otra porta por el lado de estribor y todos los cañones fueron llevados allí para el caso de que el general Urquiza hubiera construido alguna batería en los altos de Punta Gorda, a cuya formidable barranca estábamos acercándonos ahora. Y no esperábamos muchas hostilidades desde ese sitio, porque las noticias que teníamos de Corrientes mostraban al general Urquiza como empujado fuertemente por el general Paz; pero nada puede creerse en este país, como no sean cosas de asesinatos, y consideramos que lo mejor era estar precavidos.

Miércoles. A eso de las once pasamos por Punta Gorda y quedamos nuevamente sorprendidos ante lo apropiada que es esta costa para dominar e interrumpir la navegación del río. Tuvimos este día, sin embargo, una brisa favorable muy viva, y tan fuerte a veces, que en las goletas se veían obligados a reducir las velas para no venir encima de la Alecto. Esto último provenía de la escasez de marineros que no estaban en condiciones de desplegar y achicar las velas para las bordadas, como el río exigía.

A unas diez millas arriba de Punta Gorda, al rodear una punta pequeña de la costa, apareció un hombre desnudo blandiendo una lanza con una bandera blanca. Cuando nos íbamos acercando, vimos cuatro más y con ellos un caballo bayo 3. Hacían grandes ademanes, y cuando estuvimos a menos de doscientas yardas, dos de los más jóvenes obligaron al caballo a entrar en el agua y lo hicieron nadar hacia nosotros. Entonces echamos un bote para que los recogiera. Apenas llegó el bote a la costa, comenzaron a vestirse apresuradamente y lo llenaron con mucha cantidad de carne (de la mejor carne de varios animales vacunos) con sus recados y otros objetos que les pertenecían. Cuando el bote estuvo bien cargado, vino al costado del buque con dos hombres de la partida y pronto fueron seguidos por los demás. Estos nuevos amigos eran desertores de Urquiza y nos informaron que los cañones que nos habían tirado últimamente en San Lorenzo habían sido mandados desde Buenos Aires por Rosas con la esperanza de hundirnos; que estaban seguros de poder hacerlo y habían experimentado gran disgusto al vernos escapar. Esto nos explicó la cantidad de gente —incluso mujeres— que acudieron a las barrancas en la expectativa de ver al vapor inglés en explosión o echado a pique; por las maneras que mostraban, muchas de las mujeres hubieran podido pasar en Inglaterra por aquellas que se precipitan a ver una revista o cualquier espectáculo divertido. Y ha de haber sido irritante para ellas el vernos seguir todavía con nuestro pesado y embarazoso cortejo, aguas arriba. Porque nuestros ánimos, lejos de debilitarse, se habían enardecido más y más a cada momento de la acción, como consecuencia de la fuerza superior y la mejor posición del enemigo.

A las seis anclamos entre los buques de la escuadra frente a la ciudad de Paraná.

Jueves. Todo este día estuvimos entregando tiros, granadas y provisiones a los distintos buques de la escuadra. Nos agradó saber que dos de las goletas iban a ser dejadas atrás, porque cargaban pertrechos para los buques de guerra franceses. El almirante Tréhouart, el muy querido jefe de la escuadra francesa del Paraná, se mostró disgustado cuando supo que habíamos remontado el río con las goletas.

—Pero, ¡cómo! —dijo—. ¿Por qué no las largó? Sólo contienen pertrechos que hubiéramos podido conseguir por aquí; ella y toda la carga no valían el riesgo que ustedes han corrido.

Por la tarde llegó una canoa de Corrientes con malas noticia Resultó que, cuando el general Madariaga fue tomado prisionero, su hermano estaba de gobernador en Corrientes 4 y un partido de la ciudad, pensando que el gobernador podía dejarse llevar por sentimientos fraternales, había querido arrancarle las riendas del gobierno. Esto había dado lugar a que se produjera una especie de revolución, cuyo efecto vino a ser el impedir al general Paz la persecución del ejército de Urquiza que había sido obligado a retirarse de la provincia de Corrientes. Paz lo había arrastrado con una fingida retirada hasta la comarca pantanosa de la laguna Ibera, donde las caballadas enemigas fueron en poco tiempo puestas fuera de servicio y enfermaron por la humedad del suelo, al que no estaban acostumbradas. La ventaja así obtenida, no pudo, con todo, proseguirse porque una fuerza poderosa había sido separada y enviada para intimidar a la turbulenta facción de Corrientes. Siendo éste el estado de la provincia, la Alecto recibió orden de subir hasta Goya para proteger el comercio, porque, en consecuencia de la bajante del río, no considerábase aconsejable avanzar hasta la misma capital (Corrientes).

Viernes. Esta mañana seguimos remontando el río llevando solamente un barco a remolque, a saber la goleta con soldados de Montevideo. En la tarde nos encontramos con el buque Dolphin. Entregamos despachos, granadas y provisiones e hicimos buena distancia marchando hasta la entrada del sol.

Sábado. A eso de las once nos encontramos con nuestro viejo amigo el bergantín Fanny, bajando el río con una buena carga de novillos. Una vez entregados los que teníamos para el bergantín, seguimos otra vez, esperando que al día siguiente estaríamos entre gente amiga a la banda de estribor B. La orilla izquierda era por completo silvestre y desierta, a excepción de los indios guaraníes 6, los que, estando como estaban en guerra con Corrientes, eran hostiles a todo el mundo, porque no conocían otra gente, ni sabían que existiera, tan grande es el aislamiento y la ignorancia en que viven.