La escuadra Anglo-francesa en el Paraná
13. Si prevaleciera la paz
 
 
Sumario: Bajante del río. — Calor agobiante. — Durmiendo en lo alto. Carne barata. — Facilidades para ganar dinero en el país. — Precio de la tierra. — Precio del ganado. — Capital que se requiere. — Espléndidas perspectivas si prevaleciera la paz. — El saladero de Mr. Davidson. — última posibilidad de vender los productos. — La matanza de animales en grande. — Las islas del Paraná y la siembra del arroz. — Amargas reflexiones. — La crueldad y sus causas. — Destreza gaucha. — La carne como combustible. — Una cacería. — Niños oteadores. — Una disparada. — Especulaciones comerciales. — Las pobres yeguas. — Abundancia de alimentos. — Los muros verdes. — Combinaciones de flores. — Abundancia de caza. — En busca de semillas. — Cómo las distribuí. — Un dorado gigante. — Las calles de Goya. — Comida con el alcalde. — Los naranjales. — El chasque de Esquina.


Abril 22. Jueves. Lo primero que se observó esta mañana fui que el río bajaba otra vez. Habiendo reparado la rotura, se dispuso proseguir la marcha con las dos máquinas, como de costumbre, pero, antes de levar el ancla, volvieron a verificar si estaba todo en orden. Y apenas habían dado media vuelta a las máquinas cuando el malhadado montante volvió a romperse, aunque en otro sitio, y las dejó imposibilitadas por el momento. La causa, como después se estableció, estaba en que se había doblado la vara del pistón como consecuencia de que el movimiento paralelo no se efectuaba, debido al primer accidente. Esto ya era bastante para romper cualquier máquina, pero no lo habían advertido hasta ahora. Y tuvimos que seguir con una sola. Por la tarde echamos el ancla en un lugar que parecía la confluencia de varios riachos, pero en realidad formaba una bifurcación del río Paraná, cubierta de islas.

El calor, esta tarde, fue en extremo sofocante, aunque estábamos al final de la estación 1; los mosquitos llegaron en enjambres tan innumerables que, según creo, nadie pudo entonces dormir si no estaba protegido por cortinas. Muchos de los marineros permanecieron durante la noche en lo alto del mástil y pasaron el tiempo ahí, charlando. En los camarotes el zumbido infernal de aquella sabandija era intolerable.

Abril 23. Viernes. Los comerciantes sintiéronse muy contentos con nuestra llegada. Se hallaban en verdad muy preocupados con el estado de anarquía de la región. Casi todos los pobladores ingleses y norteamericanos estaban matando el ganado que tenían y haciendo lo posible por liquidar sus negocios y dejar la provincia aprovechando la presencia del convoy. De ahí que la carne costara casi nada; los marineros, apenas pedían un cuarto, o lo que quisieran, lo obtenían gratis. Había también mucho pescado y aquello era para nosotros la tierra de la abundancia.

Esta tarde, mientras me paseaba por la costa tuve la oportunidad de conversar con varios hombres muy sensatos que conocían muy bien el país. Según me lo aseguraron, y según pude comprobarlo mediante propias observaciones, soy un convencido de que si se establecieran negocios y hubiera la posibilidad de establecer un gobierno recto y bueno, de manera que la vida y la propiedad quedaran aseguradas, todos los pobladores que vinieran con pequeños capitales podrían rápidamente levantar grandes fortunas. El medio más seguro y que requiere menos gastos es el de poblar una estancia. Aproveché la ocasión para obtener los datos que sobre el costo de una estancia en esta provincia doy ahora, a continuación; pero al considerarlos debe tenerse en cuenta que los precios de la tierra habían bajado por la presencia reciente de un ejército enemigo y por las guerras civiles. Una propiedad de nueve millas cuadradas, cerrada en tres de sus lados por ríos y arroyos, fértil en extremo y con bosques en algunas partes, estaba en venta por una suma en dinero contante equivalente a doscientas cincuenta libras esterlinas. Mil cabezas de ganado podrían comprarse a diez chelines cada una, y quinientos caballos y yeguas, a unos cinco chelines por cabeza; porque las yeguas, cuando se compran solas, salen mucho más baratas. Sumando estas cantidades, el costo para adquirir y poblar esta magnífica propiedad y empezar a trabajar con ella, podría descomponerse así: la tierra, doscientas cincuenta libras esterlinas; ganado vacuno, quinientas libras; yeguas, caballos, etc., ciento veinticinco libras; total, ochocientas setenta y cinco libras. Estas haciendas se reproducen en proporción de cincuenta por ciento el primer año y así sucesivamente, en la misma proporción. De ahí que, si el propietario se maneja con prudencia los primeros años (unos pocos) los ganados se reproducirán ilimitadamente.

Una cuarta parte del aumento en las crías debe ser sacrificado con ventaja para la reproducción, y el cuero, el sebo y la carne representarán una buena ganancia. Se hace difícil anticipar cuál será la fortuna que pueda adquirir un hombre moderado y constante con un capital de cinco mil libras, y con suficiente resolución y paciencia para no forzar sus ganancias en poco tiempo. ésta es, sin duda, una perspectiva espléndida para un capitalista, pero siempre que se despeje el horizonte político del país y se establezca una completa seguridad en cuanto a la vida y a la propiedad, siempre que advenga un estado de cosas que yo no veo muy cercano.

Abril 26. Lunes. Muy de mañana el capitán Austen y yo salimos en el bote para Goya, con el propósito de hacer algunas observaciones. Desembarcamos a escasa distancia del pueblo, hacia el sur, donde varios barcos estaban cargando cueros, carne salada, cerda y otros productos, con prisa desesperada para que pudieran ir aguas abajo al amparo de los buques de guerra y pasar así frente a las baterías de San Lorenzo. El establecimiento en que bajamos pertenecía por entero a un inglés de nombre Davidson, que se había casado con una señorita de Corrientes, parienta del gobernador. Es de saber que, según las leyes españolas, entonces todavía vigentes, el extranjero, al casarse con una mujer nativa, adquiría la nacionalidad de esta última. Davidson había invertido algún capital en instalar una gran destilería de caña o aguardiente, extraído de la caña de azúcar. Tenía, también, una estancia. él mismo me informó que poseía sesenta millas cuadradas de tierra de la más fértil y productiva y que por el desorden reinante en la provincia se había visto obligado a desprenderse de ella como también de sus tropillas de caballos, de sus vacas, ovejas, etc., y de ochocientas yeguas, todo lo cual había cambiado por cuatro mil cabezas de ganado vacuno entregadas en su saladero. Y ahora estaba sacrificando estos animales para convertir la carne en mercaderías transportables y pensaba enviarlas a través de las regiones hostiles de] Paraná, porque esto, en el estado actual del país, constituía la única posibilidad de realizar los bienes. La última entrega de ganado se componía de mil quinientas cabezas, y llegó mientras me hallaba conversando con el propietario. Era en verdad una linda tropa. Calculaba Mr. Davidson que le llevaría cinco largos días el arreglarla, es decir el convertir las reses en los productos principales del país: cueros, sebo, carne salada y charqueada, y cerdas. Aunque se trataba de un espectáculo repugnante, me resolví a presenciar la operación de aquella matanza en masa.

Mr. Davidson me mostró una enorme cuba en la que se había introducido un tubo proveniente de una mezquina caldera y me informó que proyectaba poner allí los huesos de cien novillos recién sacrificados, pertenecientes a la dicha tropa y obtener, mediante el vapor, seis pipas 2 de jugo o tuétano de los huesos. Este producto, naturalmente, tiene gran valor.

Me hizo ver también una muestra de arroz que crece en una de las islas del Paraná y parece ser de muy fina y excelente calidad. Me llamó la atención una observación que hizo muy atinada y correcta:

—Las islas del Paraná pueden, con poco trabajo y con mínimo gasto, producir más arroz del que puede consumir el mundo.

Debo agregar, según lo que he oído a propósito del cultivo del arroz, que estas islas, por su naturaleza, son apropiadas para ese cultivo porque se inundan precisamente en la época del año más adecuada para llevar la planta a su verdadera sazón. Y es triste ver a los ingleses, americanos y otros extranjeros que tienen empresas, capitales e industrias y que trabajan día y noche, obligados a abandonar las propiedades que tienen y a separarse de un hermoso suelo y de un clima tan sano.

Mucho nos alegró esta mañana la noticia de que el convoy podría permanecer diez días más para completar sus preparativos. Y yo lo presumía porque conozco bien el carácter de nuestro jefe, cuya rapidez de comprensión para todo lo que se refiere a las costumbres y sentimientos del país y al idioma mismo, excede a la de cuantas personas he conocido. Sólo se explica el extravío de este país porque han desaparecido en la población europea los gérmenes de la civilización. Es realmente horrorosa la repugnante inmoralidad y la barbarie horrible a la que volverá una tierra bendecida al extremo por la providencia de Dios, y sobre la que ha caído extrema maldición también por las iniquidades de los hombres.

Median circunstancias en este país y en este clima, que, según creo, explican en cierto modo la furiosa y horrible crueldad de los habitantes para con los hombres y los animales. Son para mí de tres categorías: Primera: Que el pueblo es de ascendencia española, de un país notorio por su crueldad y sus inclinaciones sanguinarias 3. Segunda: La familiaridad en que viven los niños de toda condición (salvo los de clase más elevada) con las continuas matanzas de ganado 4. A los niños les dan cuchillo desde que pueden caminar. Tercera: La excitabilidad del clima 5. Todo esto y el estado inseguro de la vida y de la propiedad, constituyen las causas principales de las horribles carnicerías y asesinatos de que constantemente oímos relatos orales y los leemos escritos. Sólo puedo añadir que, si yo tuviera que escribir sobre todas las escenas espantosas de que he sido testigo, se diría de mí que cargo las tintas y no se me creería.

Pero volvamos a la casa de la matanza. Mr. Davidson me llevo a su saladero, o sea el lugar en que se hace la salazón de carne y se pone sal a los cueros, y me hizo ver todo el proceso de la operación. La matanza de los infortunados animales se hacía con una crueldad horrible y repugnante, pero la destreza con que eran arrojados los lazos y la gran serenidad y el espíritu vigilante de los gauchos eran admirables. Apenas un animal era sacrificado, le sacaban el lazo y tocaba el turno a los hombres que cuereaban, quienes procedían con una gran pericia y celeridad, sacando las entrañas y cortando las patas. Pasaba después una carreta de bueyes, encargada de llevar la carne y los cueros, y seguía cargada hasta la carnicería, que era el lugar donde se cortaba la carne. Los cuartos eran colgados entonces en una armazón de madera, en largas ringlas, donde eran tomados por los carniceros, llegado el momento, y cortaban la carne en (ajadas delgadas; luego volvían a colgar los huesos dejando en ellos muchas libras de buena carne que eran por completo desechadas, así como la carne de las cabezas. Las carretas conducían entonces el producto cuando estaba listo, hasta unas grandes ramadas, donde lo colocaban en unas cubas de veinte pies cuadrados, poniendo alternativamente un tongado, o capa de sal, y otra capa de carne, lo que me hacía pensar en el modo con que empiezan a formar las pilas de heno en Inglaterra. Mientras estuve allí, vi matar doscientos tres animales y la pila de carne había alcanzado ya la altura de más de tres pies. Como toda esta enorme masa se estremecía todavía con vida, es de imaginar que sentí mucho gusto cuando vi llegar el bote que habría de alejarme de aquella escena tan desagradable.

Pero de tal manera se impuso la curiosidad a la repugnancia sentida, que al siguiente día fui otra vez al saladero para ver la terminación del proceso y encontré que la diaria carnicería acababa de terminar y habían matado doscientas cuatro reses más. Tuve la curiosidad de examinar el horno con que calentaban la caldera para extraer el jugo de huesos o tuétano: el combustible estaba compuesto por huesos, por carne, sí, verdadera carne —las partes más ordinarias—, que, con los huesos desprovistos del tuétano, producían un fuego vivísimo de muchas calorías. Mr. Davidson tuvo la bondad de comunicarme el costo de cada animal, el cual, como da una buena idea del provecho que se puede sacar en este país en tiempo de paz, voy a darlo a continuación. El valor de las diferentes partes de un novillo, según la última cotización llegada del mercado de Montevideo, era el siguiente:

Cueros frescos, término medio de cuarenta y cinco libras de peso, cuatro peniques y medio por libra o sea diez y seis chelines, diez peniques y medio. Las partes saladas del animal, hacen, según se supone, y en un cálculo bajo, ciento doce libras y tienen un valor de una libra seis chelines, las cien libras. La grasa, el sebo y el tuétano, hacen, término medio, cincuenta y seis libras de peso; y valen dos libras diez chelines las ciento doce libras de peso. Sumando, pues, los tres ítem, resultan tres libras, siete chelines, diez peniques y medio por cada animal, de los cuales hay que deducir diez chelines como costo del animal más diez chelines de gastos de saladero, como mucho. Queda un beneficio neto de dos libras siete chelines y diez peniques y medio,

Martes 27. Decían que había muchos patos en las vecindades del saladero, y organizamos una partida para cazar, si era posible, algunas piezas. Nos acompañaban, a caballo, cinco o seis muchachos casi desnudos, para llevarnos al lugar donde esperábamos hacer la cacería y fuimos a una media milla de distancia, hasta unas lagunas muy poco profundas que tenían apenas dos pies de agua. Estaban atestadas de aves acuáticas de todas clases y, tan tontamente mansas, que el deporte consistió en una perfecta carnicería. La parte más divertida, con mucho, fue la gozosa nerviosidad con que los jinetes ojeadores galopaban de aquí para allá, con rapidez extraordinaria para recoger las aves muertas o perseguir las heridas, no cuidándose para nada del agua, del barro, ni de los pantanos. La admiración que mostraban era también grande al ver aquellos patos gordos caer de golpe mientras cruzaban o volaban sobre nosotros.

Después de cargar cuantos quisimos, volvimos al saladero y deseando recompensar a nuestros juveniles asistentes cambiamos un peso plata. Con gran sorpresa recibí de veintiocho a treinta billetes por mi peso. Dimos dos billetes a cada uno de los muchachos con lo que partieron muy contentos haciendo correr sus caballos a todo lo que daban.

Durante este tiempo, había seguido con rapidez la matanza de i los animales. De pronto dejóse oír un griterío y un tropel. ¡Disparada! ¡Disparada!...6 era el grito general. Todo aquel infeliz ganado, en número de varios centenares» se arrojó fuera de los corrales en conjunto y echó a correr hacia el monte. La matanza fue suspendida inmediatamente y los gauchos montaron sobre sus caballos y corrieron también detrás de aquella tropa asustada, perdiéndose luego de vista en la lejanía.

Con este motivo el trabajo del saladero fue suspendido por algún tiempo y entonces fuimos a casa de Mr. Davidson y pudimos conversar con él sobre las razones que tenía para abandonar la provincia.

—¡Ah! —Dijo Mr. Davidson con un profundo suspiro—, si hubiera paz y quietud en esta tierra, por lo menos durante un año, ¡qué fortuna hubiera podido hacer!

—¿Cómo así?... —le dije.

—Sí, señor —continuó—. Voy a explicarme. Las yeguas son de muy poco o ningún valor. Hubiera podido adquirir por lo menos y fácilmente, cincuenta mil a un chelín por cabeza dentro de una distancia de cincuenta millas de este lugar. Hubieran podido matarse doscientas por día en este mismo establecimiento, y se hubieran salado los cueros y extraído el sebo. Los cueros me hubieran dado, por lo menos doce chelines cada uno, y cada animal hubiera producido por lo menos veinticinco libras de sebo, todo lo cual, al mismo precio que el estimado anteriormente para el ganado vacuno, hubiera subido (agregados los cueros) a la suma de sesenta y un mil doscientos cincuenta libras, menos cincuenta mil chelines (dos mil quinientas libras) por precio de compra de los animales. Pero, creo que el valor de los cueros y la cantidad del sebo la he calculado muy bajo. ¡Cuánto dinero pudiera ganarse aquí si hubiera seguridad!

No tengo duda de que los cálculos de mi amigo estaban bien fundados como lo deduje observando que el hombre más pobre siempre tenía una pequeña manada de yeguas para vender; pero, por la falta de capitales y de empresa, eran invendibles. ¡Ay de las pobres yeguas!... Y que se haya de pensar solamente en sus cueros y en el sebo que pueden dar, cuando la Providencia las ha destinado a servicios de mucho mayor valor si se las sabe aprovechar debidamente.

Como ahora veíamos volver el ganado a la distancia, dejamos al bondadoso, preocupado y diligente Mr. Davidson para bajar nosotros a la costa del río a fin de esperar el bote. Estábamos en un excelente punto de observación para echar una mirada a nuestro alrededor y me fue dado ver a un muchacho de unos diez años que, provisto de un anzuelo rústico atado al extremo de una larga cuerda de pescar de diez brazas de largo, la hacía revolear sobre su cabeza y luego arrojábala tan lejos como podía en el agua. Al cabo de tres o cuatro lanzamientos, el muchacho sacaba un pez que podía pesar de tres a veinte libras. Hago mención de esta pesca como una prueba de la extraordinaria abundancia de alimento que hay en este río y en general en esta región.

Al bajar en el bote por el riacho, reparamos en el raro aspecto que presentaban las tupidas arboledas de las orillas. Los troncos de los árboles, altos de unos treinta pies, veíanse cubiertos por entero de plantas trepadoras muy bellas y exuberantes, creciendo en forma tan densa y compacta, que semejaban muros de color verde. Como los extremos de las trepadoras presentaban contornos bien recortados, daban la impresión de viejas y ceñudas almenas en ruinas, envueltas por la hiedra. Las flores eran blancas y azules, y tan grandes (las blancas sobre todo) como un plato de postre. Vistas a cierta distancia me engañaron y creí que los marineros habían puesto ropas a secar. A veces una línea de flores azules se cruzaba con otra hilera de flores blancas y se formaban otras diversas combinaciones deliciosas. Cuando el resto de los oficiales volvió a bordo del buque, trajo una caza tan abundante (patos, perdices, palomas, etc.) que las aves fueron repartidas por igual a toda la gente y dieron abasto para comer durante dos días.

Miércoles 28. Deseaba mucho procurarme algunas semillas de las hermosas flores ya mencionadas, y salí, una hora después del almuerzo, con un grupo de marineros. Mis empeños tuvieron buen éxito pero hube de vencer muchas dificultades. Se hizo necesario, para obtener la semilla, echar abajo dos grandes árboles y fortuna fue conseguir semillas de varias otras clases de trepadoras muy curiosas que ahora andan dispersas en Lancashire. Surrey y Dorsetshire en varios de los mejores jardines (y arreglados más científicamente) de Inglaterra; en especial los de mis parientes Mr. Entwisle, de Foxholes, Rochdale, y Mr. Ramsay, de Beaminster, en Dorset. Como ambos caballeros son aficionados muy peritos en horticultura, no dudo que habrán de aclimatar los para nosotros desconocidos especímenes de la flora del Paraguay [sic].

Luego volvimos la atención a la pesca y pronto encontramos una laguna pequeña que se prestaba admirablemente para ese propósito. Tendimos allí la red con mucho cuidado y fue arrastrada con resultado sorprendente, pero pudo advertirse que había una especie de pez que, mediante sus vivos movimientos, lograba saltar de las mallas y se escapaba. Al echar la red por segunda vez ataron el bote a los corchos del centro de la misma red v e1 bote fue dirigido por un hombre sentado en la regala. Cuando la red estuvo dentro del agua casi por entero, se sintió una fuerte conmoción v cinco peces de la especie ya referida cayeron dentro del bote. Tres de ellos saltaron al agua; el cuarto en un esfuerzo desesperado por echarse al río, golpeó la cabeza de un tripulante y tanto él como el pez cayeron al fondo del bote. El último, que era enorme, saltó en diagonal y fue a caer en la popa con eran satisfacción nuestra porque lo medimos y tenía veintisiete pulgadas de largo. Pero lo que más nos sorprendió fue que presentaba una gran semejanza con el pez dorado que suele guardarse en globos de vidrio cu Inglaterra 7.

Abril 29. Jueves. Este día hicimos una excursión al pueblo de Goya, pobre conjunto de chozas con una que otra buena casa. Las calles se cruzan en ángulo recto, sin ninguna especie de desagüe y el resultado es que se forman allí grandes lagunas de agua podrida en los terrenos bajos. El principio a que se ajustan los pobladores para construir los caminos, según parece, es precisamente el contrario que el observado por Mac Adam, porque la superficie del camino es cóncava en lugar de ser convexa, y así, en tiempo de lluvia, les convendría más el nombre de canales que el de caminos y después de una lluvia resulta más útil una pequeña canoa que un carruaje para andar por ellos. Comimos con el Alcalde don García [sic] y nos sirvieron excelentes platos. Los pescados, aderezados a la antigua española, tenían muy buen sabor.

Después de hacer algunas observaciones por ahí, salimos a pie por el campo en dirección al saladero de Mr. Davidson, a una milla, más o menos. La tierra era sin duda buena y fértil y en condiciones para producirlo todo. Gran cantidad de ganado vacuno, caballos, ovejas y también puercos, comían tranquilamente en todo el ámbito que abarcaba la vista, y grandes naranjales, cubiertos por completo de frutas doradas se ofrecían a la vista. Al llegar al saladero, advertimos, con gran satisfacción, que la diaria y horrible matanza había terminado.

Sábado. En este día, llegaron noticias traídas por un chasque desde Esquina, de que el jefe enemigo, Urquiza, había puesto en libertad a don Madariaga [sic] y de que este último se acercaba con rapidez a Goya, camino a Corrientes, con propuestas para esta provincia. Esto, como es natural, produjo gran agitación, porque se creía que Madariaga estaba todavía prisionero en Entre Ríos, o bien que había sido asesinado. Poco después de tener la noticia, el arribo de Madariaga confirmó lo anunciado por el chasque. De llegarse a un arreglo pacífico, el resultado sería un pronto arreglo en los negocios en el río de la Plata, porque el único pretexto de Rosas para cerrar el río consiste en que pretende ser dueño de ambas orillas 8, y éstas ya no quedarían en su poder si la alianza se hiciera efectiva. Sin embargo, muchos de los residentes viejos de aquí dicen que sólo se trata de una perfidia de Urquiza para ganar tiempo y que, de corazón, él sigue siendo un mero agente de Rosas 9.