La escuadra Anglo-francesa en el Paraná
15. Un proyecto
 
 
Sumario: Comunicación importante. — Un proyecto. — Conjeturas sobre su autor. — Precauciones contra toda sorpresa. — Teatro a bordo, — Escena emocionante. — Cordialidad entre oficiales y marineros. — Los camalotes. — Un bergantín varado. — El ultimo punto de reunión.


17 de mayo. Domingo. He tenido gran gusto este día al conocer una comunicación de Sir Charles Hotham, según la cual, y en caso de ser apropiado el terreno, tenía el proyecto de instalar una batería encubierta de cohetes a la Congrčve en una isla frontera a la principal posición del enemigo sobre las barrancas de San Lorenzo. Pero había concebido esa idea de acuerdo con una observación algo superficial, hecha cuando remontaba el río, y a menudo la memoria nos juega una mala pasada, por lo que estimaba más prudente aplazar toda decisión hasta que el terreno fuera bien inspeccionado. Entretanto, se me daban órdenes de ponerme en comunicación secreta con el teniente Barnard. El plan proyectado era así:

Frente a la parte más sólida de las baterías de San Lorenzo, hay una isla cubierta de juncos, hierbas y arbustos, pero dominada enteramente por los cañones de las barrancas. Lo que se proponían era lo siguiente: Que en la noche precedente al día en que el convoy debiera abrirse paso por el río, fueran desembarcados en la parte de atrás de la isla, cierto número de cohetes a la Congrčve y colocados y armados allí a escondidas para levantarse cuando los proyectiles estuvieran preparados, de suerte que todo pudiera llevarse a efecto en pocos minutos. Junto a cada cohete debía cavarse un pozo lo bastante grande como para que pudieran entrar los marineros que trabajaran en ello y debía también amontonarse la tierra a la manera de una barricada. A la señal dada por el comando en jefe y cuando todas las baterías enemigas estuvieran con sus dotaciones de hombres esperando el convoy, era el caso de dar comienzo a un tremendo fuego que resultaría totalmente inesperado para los contrarios, y por lo mismo más eficaz y destructivo. Este fuego sería contestado, era de presumir, aunque los esfuerzos del enemigo se verían también frustrados por los pozos preparados de antemano. Aun cuando las plataformas de los cohetes o los tubos mismos fueran alcanzados (lo que era difícil) se pondrían otros refuerzos o instrumentos a la mano para reparar aquellos en seguida. Además, cuando los barcos estuvieran pasando, habría probabilidad de que, desde la altura de la misma barranca, los cohetes, al estallar, fueran a dar contra el enemigo luego de pasar sobre el palo mayor, con lo que se formaría una doble línea de fuego, de gran fuerza.

Se habían hecho conjeturas sobre quién sería el autor de este plan, que fue puesto después en ejecución con buen éxito. Muchos pensaban que era debido a la clara inteligencia de Sir Charles Hotham; otros lo atribuían al capitán Hope, del Firebrand, cuya extraordinaria presencia de ánimo bajo el fuego era tema del comentario general. Pero sin duda Sir Charles Hotham y el Almirantazgo eran quienes estaban bien informados al respecto y sólo a ellos concernía ese asunto. Consultados el almirante francés y el capitán Hope, habían dado su completa aprobación al proyecto.

Desde este momento, hasta el 25 de mayo, todos los preparativos relacionados con la proyectada batería encubierta 1 fueron llevados adelante, con la celeridad y el secreto posibles; y como privadamente se me había insinuado que me encomendarían la dirección de la maniobra, cavilaba yo en cómo podría llevarse a cabo todo aquello y me planteaba todos los inconvenientes que podrían aparecer en caso de una sorpresa. Por ejemplo, imaginaba cómo me arreglaría para ocultar el bote y mantener unidos a los marineros, y en general cómo habrían de evitarse las posibilidades de un desastre. A fin de adquirir una idea exacta de la distancia en que era visible un bote en la oscuridad, me iba, al oscurecer, al palo mayor del barco para observar con atención todos los botes que iban y venían de uno a otro buque, y anotaba con cuidado la distancia a que yo podía seguirlos con seguridad, v cuál era la diferencia producida por la luz de la luna y la de las estrellas. Del mismo modo ponía toda mi atención en el sonido de las voces, en el ruido producido por el chapoteo de los remos y en cualesquiera otros que pudieran denunciarnos al enemigo. También durante el día poníame en el mástil a una altura proporcionada a la de las barrancas y dábame a observar con un anteojo de larga vista a los marineros que lavaban sus ropas en una isla próxima, más o menos a la misma distancia de mí que la que yo imaginaba estarían de las barrancas las baterías encubiertas. Por estos medios buscaba el mejor método para substraer mis hombres a la vista del enemigo.

En este mismo tiempo, los maquinistas del Firebrand estaban reparando la máquina estropeada y lo hicieron de manera notable, trabajando mejor y con más eficacia que nunca. A la vez, los hombres del mismo buque habían estado preparando una representación teatral, y como pensaron que algunos de sus trajes podrían sufrir deterioro en la próxima acción de guerra, pidieron permiso para realizar sin demora el espectáculo. Se fijó al efecto la noche del sábado 24 [de mayo de 1846]. El “Teatro” había sido arreglado a la banda de estribor del castillo de proa, y, muy bonitamente decorado, formaba un escenario apreciable. La banda de babor había sido dividida con tabiques, y destinada a camarines de los actores. Habida cuenta de los medios de que se disponía, la pieza elegida. Pizarro 2, fue muy discretamente preparada e igualmente llevada a la escena. Después de uno de los pasajes más patéticos, las heroínas Elvira y Cora, personificadas por dos fogoneros muy bien afeitados y bien vestidos (aunque resultaban asaz estrechas de caderas), pasaron del escenario a ponerse entre bastidores. Elvira, en seguida encendió su pipa y esto ya hizo reír, pero cuando Cora, recostada contra uno de los grandes cañones, se recogió los pantalones que llevaba ocultos, esto causó tal hilaridad que todo el público se sintió desviado de la emocionada simpatía con que había seguido al actor. El drama se representó con mucho brillo, y los marineros y actores sintiéronse altamente complacidos con la presencia de los jefes de la escuadra y por la atención que prestaban a la pieza. Era en verdad grato para todo aquel que llevaba arraigado el sentimiento de la función naval, ver aquella cordialidad entre oficiales y marineros, lo que daba testimonio de que una conducta benigna de parte del superior para con el inferior, no riñe con la disciplina ni con la eficacia del servicio.

Mayo 25. Domingo. Esta mañana temprano, todo el convoy y los buques de guerra, excepto los vapores ingleses, se pusieron en marcha aguas abajo para el último punto de reunión que se había fijado: cinco millas arriba dé las baterías de San Lorenzo. Un bergantín mercante francés apareció durante la noche detenido por una curiosa circunstancia: un enorme camalote o isla flotante lo había tomado de través por la proa, llevándolo por alguna distancia antes de que pudiera desasirse de él. A eso de las diez a. m. otro camalote de gran tamaño (dos acres de extensión, al parecer), se puso entre nosotros. En dos de los buques se vieron obligados a aflojar el cable y a mover los timones porque de lo contrario hubieran ido a la deriva. Estas islas flotantes son, a veces, muy compactas y capaces de soportar pesos considerable Corre la historia verídica de dos tigres que fueron llevados en un camalote hasta Montevideo, donde produjeron gran alarma.

A la una levamos anclas y nos pusimos en marcha con rapidez, aguas abajo. Habríamos avanzado apenas veinte millas cuando echamos de ver al infortunado bergantín (el que había sido tomado por el camalote en la noche anterior) varado y bien varado sobre un banco de arena. Al llegar fuimos a bordo y advertimos que estaba abandonado. Habían quedado allí, sin embargo, un perro de lanas, francés; un mono que nos gruñía desde el palo mayor y algunos loros que parloteaban posados en el aparejo. Anclamos en seguida con el Lizard. Era demasiado tarde para comenzar a trabajar en aquella noche y lo dejamos para la mañana siguiente. Los sondeos, en la proximidad del bergantín, se hicieron con mucho cuidado. A eso de las nueve p. m. el francés volvió a bordo de su embarcación lamentándose amargamente de su piloto criollo, quien, según decía, “en el momento en que vio varado el bergantín, tomó su bote y se fue”. En la mañana siguiente comenzó la descarga de los cueros que venían sobre cubierta y se arreglaron las anclas para poner el barco a flote. Después tendimos al bergantín un gran cable desde nuestra popa y cuando todo estuvo listo, arrancamos con toda la fuerza del vapor, pero sin resultado: la embarcación no cedía. Entonces dimos reposo a las máquinas y soltamos el bergantín, aflojando la guindaleza pero con la idea de darle luego otra sacudida. Tres intentos más fracasaron y ya estábamos para agregar al equipo de auxilio el Lizard y el Harpy cuando hicimos un ensayo más y el vapor al final triunfo arrastrando al infortunado barco hasta el agua profunda. Toda la mañana siguiente la pasamos en recoger los cables y estachas, y en ordenar los aparejos empleados para poner a flote la embarcación.

Durante la tarde pusimos a bordo de la Alecto cuantos elementos serían necesarios para formar la batería encubierta. Y al día siguiente levantamos anclas al amanecer; eran las diez y media cuando anclamos en el último lugar de reunión a unas cuatro millas al norte de las baterías de San Lorenzo. Un oficial del buque Gorgon pidió que nos colocáramos entre ellos y la costa porque en la noche anterior el enemigo les había acribillado el buque con balas enrojecidas, obligándolos a salir de la línea 3. Antes de ocultarse el sol tuvimos el gran placer de ver a todo el convoy anclado entre nosotros, dirigido por los dos pequeños vapores Lizard y Harpy.