La escuadra Anglo-francesa en el Paraná
16. La partida en la oscuridad
 
 
Sumario: La partida encargada de poner los cohetes a la Congrève. — Sir Charles Hotham. — Los exploradores. — Una falsa alarma. — Reconociendo la isla. — Precauciones. — Los de la batería encubierta continúan su tarea. — Desembarco. — Acarreo y ocultamiento de los aparatos. — Pesada labor. — El amanecer. — El bote escondido. — Comida rústica y regocijos. — El sueño.


Mayo 30. Viernes. Este día se hizo público que yo mandaría la partida encargada de la batería encubierta para los cohetes a la Congrève. Fue designado como segundo el teniente Barnard, en razón de su pericia como oficial de artillería; y asimismo Mr. Hamm, primer artillero de la Alecto, por las mismas razones y por su inteligencia y actividad. Apenas llegamos llevando con nosotros a Sir Charles Hotham, él se fue a su propio buque, el Gorgon, que estaba anclado allí, observando los movimientos del enemigo. En aquellas circunstancias, comunicó a Mr. Barker, a cargo del Gorgon (desde entonces ascendido a teniente de nuestra armada) su proyecto sobre la batería encubierta. Por fortuna, este oficial, al hacer observaciones bajo el fuego de las baterías (de San Lorenzo), había descubierto un albardón de arena sobre la referida isla, tras el cual se había ocultado con frecuencia. Este banco, según lo describía Mr. Barker, era precisamente el lugar más indicado; pero Sir Charles Hotham (como buen comandante), no queriendo exponer las vidas de los hombres sin previo examen, se dispuso a reconocer personalmente el terreno. Y de conformidad, apenas anochecido, la partida exploradora que se componía de Sir Charles Hotham, el capitán Hope, el que esto escribe y Mr. Barker, se reunió a bordo del Gorgon, dispuestos todos a salir en sus botes bien armados. En eso estaban cuando se vieron varias pequeñas señales de cohetes que ascendían desde la isla o muy cerca de ella y a las que se respondía en seguida desde las barrancas. Esto último hizo detener la proyectada expedición por esa noche. Sir Charles resolvió hacer uso de un bote más grande y más fuerte que el preparado, que tendría la ventaja de poder llevar mayor número de hombres para el caso de una sorpresa. Se dispuso también llevar otro bote más liviano y ligero para transmitir los mensajes. Durante todo este tiempo la escuadra se mantenía al ancla aguas arriba de las baterías; algunos centinelas encargados de hacer señales estaban en los mástiles de los buques de guerra y comunicaban de continuo que grandes botes o canoas estaban pasando sin cesar desde la barranca (donde estaban los enemigos) hasta la isla.

En sus repetidas y furtivas visitas a la isla, Mr. Barker había notado muchas y grandes huellas de tigres. En la noche del día siguiente hubo órdenes para que la partida exploradora se reuniera en el Gordon. A las ocho y cuarenta p. m., Sir Charles Hotham, el capitán Hope, yo, y Mr. Barker, nos aprestamos para salir en la pinaza del Firebrand, seguida de cerca por una falúa muy ligera de Sir Charles. Como es de suponer, todos íbamos bien armados. Y allá salimos en la pinaza y con la falúa, llevados por un equipo de remeros como jamás habrá salido de un buque de guerra inglés, con los remos forrados, y piloteados por Mr. Barker, tan conocedor del camino a la isla. Fuimos hasta la pequeña caleta indicada muy cerca del ancladero de nuestros buques. Por último, al salir nos encontramos entre las dos islas y quedamos completamente expuestos a las baterías en distancia de unas cuatrocientas yardas. Allí tomamos las mayores precauciones para no ser vistos, y poco a poco, la punta norte de la isla donde decidimos colocar los cohetes a la Congrève ocultó a la partida exploradora de la vista del enemigo. Entonces Mr. Barker dirigió el bote hacia una playita de arena muy pequeña, y poco después la proa resbalaba sobre ella. En este momento exclamó:

—¡Cuidado!... Miren... Es un tigre.

Sin duda alguna, a cosa de cinco yardas de la proa del bote, estaba sentado un animal que nos miraba con ojos feroces y encendidos. Asimismo, fuimos bajando a tierra, siguiendo el orden de nuestra graduación. Al bajar a tierra los primeros oficiales, espada en mano, el animal dio un fuerte ronquido o gruñido y se arrojó al agua... con lo que caímos en la cuenta de que no se trataba de un tigre, sino de un inofensivo e inocente carpincho de los que habitan los grandes ríos de aquel país.

Con una escolta de diez hombres y dejando el resto para guardar los botes, seguimos guiados por Mr. Barker a través de la isla, acercándonos por la dirección que llevábamos, al lugar en que estaba el enemigo, cuyas luces pudieron verse fácilmente durante casi todo el tiempo en que la partida cruzó la isla. Al llegar a la costa opuesta (de la isla) encontramos que aquel sitio sobrepasaba las más lisonjeras esperanzas y no podía ser más acomodado para instalar baterías ocultas. En verdad, como lo dijo uno de los oficiales, parecía formado por la naturaleza para ese propósito. La posición aquella elevábase por dos lados y tenía en el centro una pequeña eminencia de unos veinte pies sobre el nivel del río. Precisamente en el punto necesario, había en el terreno una brusca depresión, extensa de unas setenta yardas, que luego se levantaba formando un banco de arena, alto de unos diez pies, junto al cual pasaba la rápida corriente del río. Muy pronto advertimos que los cohetes podrían ser colocados allí con bastante seguridad para nosotros. La única dificultad consistía en que los hombres, una vez adentro de esa trinchera natural, estuviesen en salvaguardia, ya repartida la munición, y era menester evitar que, estando la partida en la isla, surgiera ninguna sospecha por el lado enemigo en cuanto a la existencia de aquel avispero en proximidad tan peligrosa.

La partida, entonces, con mucha cautela, volvió sobre sus pasos e hizo un rodeo bastante largo e incómodo hasta que se halló a bordo del Gorgon, a las dos y media de la mañana. E. inmediatamente, se resolvió poner en ejecución la proyectada sorpresa. Los oficiales fueron prevenidos y se cumplieron todos los preparativos necesarios. Muy poco, sin embargo, quedaba por hacer, a excepción de lo relacionado con la cocina de las provisiones, porque el teniente (ahora comandante) Barker, del Firebrand, había preparado su lancha con la mayor habilidad, para el transporte del equipo. Entre las numerosas precauciones adoptadas para evitar una sorpresa o una derrota, puede ser instructivo mencionar una, propuesta por Sir Charles Hotham. Se había previsto que, como la isla tenía unas novecientas yardas de ancho desde el lugar en que pensábamos desembarcar, hasta la zanja o cárcava donde debían colocarse las baterías, se haría necesario dejar el bote con una pequeña guardia, y por eso se dispuso sujetar el bote con una fuerte cadena, prendida a un agujero de la quilla, bajo el fondo del mismo bote; cuya cadena, cuando la partida estuviera en la batería, debía llevarse a lo largo de una zanja, abierta expresamente, hasta la raíz del árbol más próximo. Después se taparía esta zanja. Los remos debían ser ocultados en lugares diferentes y cada hombre se encargaría de esconder el suyo entre el pasto, bastante cerca como para encontrarlo después. De tal modo, si alguna fuerte partida enemiga tomaba de sorpresa a los tres hombres dejados a cargo del bote, y los dominaban, los mismos atacantes se verían en la mayor confusión para descubrir los remos o para llevarse el bote a la deriva.

Habiéndose efectuado satisfactoriamente los preparativos, la única ocupación de la escuadra consistía en ejercitar su paciencia lo mejor posible y silbar llamando al viento favorable, sin lo cual era el colmo de la imprudencia arriesgar el paso. El lunes 2 de junio, a eso de mediodía, el viento comenzó a dar vuelta paulatinamente desde el sudoeste, y era evidente para lodos que no estaba lejos una brisa favorable. Llegó por fin, al entrarse el sol, y a las ocho p. m. sopló de manera tan propicia y sostenida, que así dábamos por seguro su persistencia. Se impartieron órdenes, y a las ocho y media los oficiales y marineros encargados de la batería encubierta llegaron juntos a un costado de la Alecto trasudo el bote destinado al efecto 1. Pusimos una hora y media en cargarlo, porque era de la mayor importancia arreglar todo de modo que pudiera encontrarse en la oscuridad y en el momento necesario.

A las diez, una vez despedidos de los camaradas de a bordo, y piloteados por Mr. Barker en una falúa, la partida se alejó de la Alecto. Mi intención era no pasar por el espacio abierto entre las dos islas, hasta medianoche, cuando se hubiera entrado la luna, o estuviera muy próxima a esconderse, porque la lancha era grande y podría ser vista fácilmente por un enemigo atento.

Una ojeada que eché sobre el arrumaje del bote, me tuvo en inquietud hasta que se efectuó el desembarco. Porque, debido a la necesidad de colocar los cohetes en un lugar seco, habían sido arreglados sobre las tablas de popa, y el peso era tan grande que no fue posible mantener el bote a nivel: el encargado de dar la dirección con el remo, no podía de ningún modo hacerlo y hubo que dejar entonces la embarcación a la deriva en el trecho más peligroso del río.

Pocos minutos más bastaron para ganar la ya mencionada playa de arena, en la que desembarcamos en seguida. Distribuimos la guardia en los alrededores; la partida empezó a sacar las plataformas y sostenes de los cohetes, y los aparejos, es decir, las partes más pesadas de los aparatos, y dejamos una plataforma de doce libras, ya armada, en el bote, lista para el momento necesario. A Mr. Hamm, con tres marineros, se les había confiado esta comisión, con órdenes estrictas de no hacer fuego hasta el último extremo y sólo cuando alguna circunstancia muy seria lo exigiera. Los marineros, en número de veinte, bien cargados y colocados en línea, yo y Mr. Barker adelante, y el teniente Barnard atrás; para evitar cualquier dispersión, iniciamos el primer avance por la isla. Esto, con todo, no fue cosa fácil. Aparte de los pesados aparatos, los hombres iban muy incómodos con el peso de sus propias armas, que eran, sin duda, necesarias en previsión de una muy posible celada del enemigo. Todo ese peso, era lo bastante considerable como para hacerlos tambalear. La natural fatiga se agravó por la naturaleza del terreno, en algunos trechos blando y pantanoso, y en otros seco y firme, donde crecían unos juncos que ostentaban penachos de tres a ocho y hasta diez pies de alto. Y por añadidura, los marineros eran molestados por un cacto espinoso que les rasguñaba las piernas. Fue necesario detenerse varias veces durante la marcha para descansar, pero el descanso que más contribuyó a renovar nuestro vigor, fue el que tomamos en la parte más alta de la isla, casi en el centro desde donde se hicieron claramente visibles las luces de la batería enemiga. Esta vista reveló en seguida a los marineros la naturaleza de la expedición. Su conducta fue admirable y contribuyó mucho, verdaderamente, al buen éxito de la empresa. Después de dos o tres descansos más, la línea de hombres con sus cargas se arrastró hasta el borde de la zanja o trinchera y todo el armamento y aparejos fueron depositados de la mejor manera posible. Tras una pausa, durante la cual pudieron distinguirse claramente las voces de los enemigos, llamándose unos a otros, la partida se volvió lentamente. Mr. Barker ahora regresó en la falúa dejando sus votos más cordiales a los que quedaban ahí librados enteramente a sus propios recursos.

También debían cargarse las estacas o pértigas, y éstas constituían un peso considerable. Ahora la luna había desaparecido por completo y las luces en la batería enemiga iban extinguiéndose poco a poco. Como no había quedado guía para orientarnos en aquella lóbrega oscuridad, los hombres viéronse obligados a mantener contacto tocándose uno a otro para evitar la separación. El avance entre altos y duros pastos resultaba lento y molesto y en cada parada que hacíamos era menester llamar por su nombre a cada hombre para estar seguro de que ninguno se había desviado. Un marinero, el número cinco, de la batería Nº 2, de 24 libras, se perdió durante toda la noche y no pudo volver al punto del desembarco hasta que aclaró el día. Como en el ínterin el bote había estado escondido, él no lo hubiera encontrado nunca si por fortuna uno de los centinelas no advierte su presencia.

Cuando llegamos oirá vez a la batería encubierta, estaba la noche de tal manera oscura, que las varas dejadas todas juntas entre unos arbustos, no aparecían porque no podíamos encontrar el lugar exacto donde las depositamos. En aquellos momentos se sentían todos exhaustos por el excesivo trabajo: habían hecho un circuito considerable viniendo por espacio de varios cientos de yardas, hundidos hasta el tobillo en un barro casi congelado. Toda una hora preciosa nos llevó la conducción de esta carga. Tan pronto como los marineros pudieron continuar, fueron lentamente al bote. Allí advertimos que se hacía necesario animarlos con un vaso de aguardiente y una porción de carne de cerdo y bizcochos. Esto produjo un maravilloso efecto y muy pronto fue Iniciado otro acarreo de cohetes. Esta vez la tarea fue más liviana y más fácil porque las estrellas brillaban mucho, permitiendo a los hombres de la partida mantenerse siempre juntos y marchar en recta dirección con mayor rapidez, ya que, ayudados de buena gana por los oficiales, sólo llevaron dos cohetes de veinticuatro libras. Con dos viajes más se llevaron todos los cohetes y cuando íbamos por último a retirarnos, los marineros se mostraron divertidos al oír a los tambores enemigos tocar la diana del amanecer. No había venido el día por completo ni mucho menos cuando volvieron al bote: quedaba todavía mucho que hacer, Mr. Hamm fue enviado ahora con dos marineros de guardia para hacer una inspección e informar sobre cualquier movimiento sospechoso del enemigo mientras yo me ocupaba de esconder el bote.

Felizmente, pocas yardas más allá de la pequeña bahía de arena donde la lancha había estado toda la noche, estaba caído en el agua un sauce de gran tamaño, y más allá, a la misma distancia, la costa hacía una pequeña punta. Entre estos salientes pusimos el bote y se mantenía tan bien allí, como si el asiento hubiera sido hecho a propósito para él. Todos los sauces de los alrededores fueron despojados de parte de su abundante follaje y los plantamos en torno al bote, formando así un frondoso biombo que lo ocultaba de manera tan natural, que era imposible ni sospechar siquiera que el bote estaba ahí. Mucho menos sacarlo, ya fuera desde el río o desde tierra.

La agitación y la fatiga de la noche, sin embargo, no habían embotado el apetito ni deprimido el ánimo de los que formaban la partida; y el mejor premio era oír el incesante trabajo de las mandíbulas, mezclado con explosiones de alegría bajo el encerado puesto sobre el bote (donde estaban escondidos), mientras los trozos de puerco, de cuatro libras, desaparecían rápidamente. Lo cierto es que los marineros no sabían cómo contener su alegría pensando en el asombro y la confusión que habría de traer la ruse, preparada entre los dons, como llamaban a los enemigos 2. Una buena comida y un corazón contento no son malos sedativos. Por eso todos los marineros estuvieron pronto sumergidos en profundo sueño que por algunas horas no fue perturbado. Entretanto, el viento vacilaba entre el oeste y el norte: no era bastante fuerte como para decidir a la escuadra a pasar frente de las baterías y al parecer no habría de permitir acometer el paso aquella misma noche.