La escuadra Anglo-francesa en el Paraná
18. Con buena suerte
 
 
Sumario: Recibimos órdenes de retirarnos detrás de las islas. — Cena en el bote. — Un barco inglés encallado. — Eludimos las órdenes. — Tres buques encallados. — Crítica posición de una goleta. — Cómo escapó difícilmente. — Incendio de los barcos varados. — Fardos de yerba-mate flotando en el río. — Hallamos un tesoro... — La buena suerte de los que manejaron los cohetes. — Jocosa equivocación. — El bote correntino. — Vano intento del enemigo por apagar los buques incendiados. — Recepción que nos hicieron en el Firebrand.


Cuando hubimos de emprender la marcha desde el escondite en que nos hallábamos, echamos de ver que la isla tenía una inclinación favorable que nos protegía del fuego de las barrancas. Habíamos recibido rigurosas órdenes de retirarnos detrás de las islas y no salir de la protección que ofrecían hasta que estuviéramos fuera del alcance de las baterías enemigas. Disponíamos de un excelente plano facilitado por orden de Sir Charles Hotham, para orientarnos, y con ello la tarea resultó fácil. Cada golpe de remo nos alejaba de San Lorenzo y en pocos minutos estuvimos fuera del alcance de las balas y de la vista del enemigo.

Abandonados los remos y puestos en los toletes, con el bote arrastrado por la corriente, se sirvió la cena. Era una cena fría pero muy necesaria y que vino muy bien a los marineros casi exhaustos que, no sabiendo lo que les reservaba todavía la fortuna, dedujeron que la jornada de trabajo estaba terminada. Apenas acabada la cena y así que la tripulación se puso a los remos, llegamos al extremo de la isla y apareció el canal que” la divide de la isla próxima, en cuyo canal y sobre la costa de la isla, vimos con gran disgusto una perezosa barca inglesa, la Caledonia, encallada 1. Esto nos sirvió de excusa para eludir la orden de retirada, porque hubiera sido imperdonable para esta lancha tan fuerte y bien tripulada (la nuestra), escurrir el bulto cuando sus servicios se hacían manifiestamente necesarios. Por eso pusimos proa hacia el buque encallado en la costa, aunque se hallaba en dirección de las baterías, de las cuales nos habíamos alejado bastante. Este nuevo rumbo fue saludado con gritos y aclamaciones por los hombres de la tripulación, que, dándole fuerte a los remos, llevaron la lancha con espíritu animoso y sin tener en cuenta que volvían al peligro. Pero estaba de Dios que nuestras dificultades aumentarían. Mientras avanzábamos hacia la Caledonia, vino a encallar también junto a ella una goleta pequeña; otro buque la siguió — luego encalló otro más, como ovejas que marcharan para la esquila.

Cuatro barcos se juntaron ahí, apretujados. ¿Qué podía hacerse en semejante situación? Difícil era decidir. En esos precisos momentos, otra goleta, la cuarta, dejó la fila del convoy encaminándose hacia el abra de la que tratábamos de salir. Pero no se hallaba sin duda en condiciones de andar; tenía cortadas varias de sus jarcias y apenas si llevaba dirección. Como se vio claro que esta goleta necesitaba más auxilio que otros barcos puestos bajo fuego de las baterías, concentramos en ella toda la atención. La tripulación de la goleta se hallaba presa del pánico y los hombres corrían a ponerse a cubierto del fuego enemigo, detrás de las pilas de cueros que llevaban como carga en la cubierta. Había entrado a la deriva por alguna distancia en el lugar, impulsada por las velas de proa y su posición no podía ser más crítica, porque a unas cien yardas el agua no tenía profundidad suficiente. La única posibilidad que le quedaba era echar el ancla; llamar a los otros barcos de nada le servía. Como único remedio, nuestra lancha abrió un vivo fuego de mosquetería y el zumbido de las balas, amistoso y peligroso a la vez, hizo entrar en razón a los tripulantes en un momento. Se oyó en seguida el rechinar de la cadena-cable, al que siguió un giro de la goleta cuando fue detenida por el ancla. Con un momento más, nuestra lancha estuvo al costado de la goleta.

Una vez a bordo de esta última, pudimos verificar que un tiro fatal la había dejado casi sin timón. Esto fue arreglado en poco tiempo de modo admirable por Mr. Hamm, amarrando la barra del timón fuertemente al extremo de la parte dañada. Al mismo tiempo, dos hombres, con remos propulsores, ayudaban al gobierno de la embarcación; algunos gavieros activos unieron las drizas cortadas por el proyectil, y los artilleros, dirigidos por el teniente Barnard, dispusieron un aparejo de cubierta para levantar el ancla.

En cinco minutos más, la goleta, con toda su arboladura, avanzaba en dirección de las baterías; sin embargo, como el viento era poco, parecía imposible que pudiera pasar por aquel sitio. “¡Preparen el combustible!...'' fue la orden que se dio porque su pérdida parecía inevitable 2. Con otro minuto más, la hubieran tumbado para siempre. Pero no fue así. El viento cambió de pronto cuatro puntos y ella tomó la dirección debida. Pero apenas se había colocado en posición segura, el viento recobró su anterior dirección obligándola a orzar para pasar más allá de la segunda fortificación. Por fortuna, en este sitio, el Firebrand y la Alecto la salvaron del fuego enemigo.

Tan pronto como fue posible mantenerla a salvo de los proyectiles enemigos, un caño de cohetes de doce libras, armado previamente sobre la cubierta donde iba la carga de cueros, abrió el fuego contra el enemigo; saludo éste que debió de sorprenderlos, porque diez minutos antes, sin duda suponían que la goleta estaba inutilizada completamente y que podrían disponer de ella 3.

Una vez que el buque rescatado se colocó en plena corriente, el equipo encargado de los cohetes la abandonó y fue llamado por el capitán Hope, del Firebrand quien ordenó que siguiera río arriba para ayudar a quemar los buques encallados. Como la corriente estaba muy fuerte, se ordenó al Lizard que remolcara nuestra pesada lancha. Debido a cierta falla en la construcción de este barco, y a despecho de su gran poder, se iba tanto sobre un costado y era tan difícil de gobernar, que se acercó con mucho peligro a las barrancas de San Lorenzo antes de que pudiera virar y poner proa río arriba. Felizmente, la Alecto había desmontado el único cañón pesado en ese sitio de la barranca. Solamente piezas de campaña podían hacer fuego contra el Lizard. Después de proteger a los buques encallados, el equipo de los cohetes hizo fuego con ellos otra vez y permitió apresurar la ayuda de quienes se ocupaban en incendiar a estas infortunadas embarcaciones. Por efecto del hábil desempeño del teniente Barker (ahora capitán) los buques estuvieron pronto en llamas de popa a proa y como los tiros menudeaban cada vez más, y más cerca, consideramos prudente retirarnos tan pronto como fuera posible, puesto que no teníamos otra cosa por hacer.

Había sido repetida la orden de retirarse detrás de las islas, y entonces la lancha de los cohetes tomó nuevamente rumbo al abrigadero. Con bastante dificultad se había puesto lejos de los barcos en llamas, cuando se vio rodeada la lancha por cantidad de fardos de yerba-mate, o té del Paraguay, que habían sido arrojados por los barcos encallados con la vana esperanza de que, echando al agua ese peso, pudieran ellos ponerse a flote 4. Como los tiros del enemigo alcanzaban todavía a la lancha, no consideramos prudente detenernos para recoger los fardos. Tres de ellos, sin embargo, fueron levantados mientras pasaban sobre el agua. Algo se añadió al tesoro hallado: junto a nosotros, llevada por la corriente, pasó una estacha hecha de bonote 5 de la India Oriental. Un trozo de él fue cogido con un bichero, levantado al bote y arrollado cuidadosamente en la cámara de la lancha por el patrón y oficiales. Era una buena presa y en verdad durante toda esta expedición el' equipo tuvo la suerte más extraordinaria que pueda imaginar o, más bien, y para decirlo con palabras más apropiadas, permítaseme expresar la creencia de que nos asistió en aquel trance la divina providencia; porque no solamente estuvimos bajo el fuego enemigo en cinco buques diferentes, aparte de habernos expuesto a las baterías en la isla, con los cohetes, sin recibir el menor daño, sino que, además, fuimos favorecidos por un cambio de viento que salvó a la goleta. Agregúese también la adquisición del cable o estacha de la India que resultó de una gran utilidad. Si hubiera sido hecho el cable de cualquier otro material, se hubiera hundido y naturalmente muy lejos habríamos estado de conseguirlo.

En poco tiempo estuvimos otra vez fuera del alcance del fuego enemigo, porque el último tiro de rebote que nos hicieron, cayó a cierta distancia, y hacia popa.

Al entrar en la ensenada, advertimos la presencia de un barco pequeño escondiéndose entre unos arbustos. Como al pasar anteriormente por el mismo lugar no habíamos visto nada parecido, creímos con bastante fundamento que se trataba de una lancha cañonera enemiga. Esta opinión fue ratificada por algunos de los tripulantes quienes dijeron haber descubierto también caños de armas de fuego que sobresalían y se movían por encima de la ragala. No era el caso de perder tiempo y avanzamos: de pronto estalló una franca risotada general, cuando advertimos que se trataba del lanchón que habíamos conseguido del gobierno correntino para la corbeta Alecto, y al que habían dejado sin gobierno al pasar por las baterías de San Lorenzo. Los supuestos fusiles eran los cuernos de los animales vacunos que se mostraban por encima de la regala mientras las bestias iban de un lado a otro. La gran utilidad del cable que acabábamos de encontrar se puso de manifiesto en esta ocasión. Sin este cable, no hubiéramos podido sacar el bote, lo que nos dispusimos a realizar en seguida, echando un ancla con ese propósito. En aquel momento varias canoas cruzaban el río desde las baterías enemigas y avanzaban hacia los buques incendiados con la intención evidente de apagar el fuego. Esto último no hubiera sido posible y permanecimos escondidos, esperando ver el término de aquello, porque no creíamos que valiera la pena llevar un ataque y destruir más vidas, a menos que se diera alguna posibilidad de que las canoas cumplieran el propósito del enemigo. Y por el contrario, nos sentimos muy complacidos de ver cómo las llamas aumentaban en fuerza y resplandor hasta que los mástiles de la Caledonia se inclinaron y cayeron arrojando a todos lados una brillante lluvia de chispas.

Esta fue la prueba evidente de que el sacrificio del fuego había terminado, y en consecuencia proseguimos con la embarcación salvada y entramos remando en la corriente del río.

Una hora de remo nos puso a la vista del Firebrand y poco tiempo después estábamos al costado del hermoso vapor. Produjo gran admiración lo que llevábamos a remolque, tan agradablemente, y fuimos muy cordialmente recibidos a bordo donde gozamos mucho con la hospitalidad del Firebrand y también con el apetecido reposo después de nuestras largas y variadas andanzas 6.