La escuadra Anglo-francesa en el Paraná
19. Vapores contra baterías
 
 
Sumario: El Firebrand. — Vanguardia de vapores en El Tonelero. — Efectos de los cohetes a la Congrčve. — Primera vez que buques anclados combaten contra baterías. — Partimos con los despachos. — Bucaneros sudamericanos. — La boca del Uruguay. — La corriente. — Los pobres isleros. — El Paraná y el Uruguay. — Sus fuentes. — Crecidas y bajantes


Después de una buena cena en el Firebrand, la fatiga y la inquietud que había sufrido por tantas horas me vencieron totalmente. Sentíame satisfecho de hallarme a medio vestir en mi coy, y nada recordé hasta que en la mañana siguiente me llamaron para vestirme y almorzar.

Cuando subí a cubierta, la vista que se ofrecía era hermosísima. Pasábamos por la ciudad de Rosario, con bastante rapidez. El poderoso vapor parecía deslizarse suavemente aguas abajo. Sus pesadas máquinas trabajaban con tanta normalidad y facilidad, que hubiérase dicho que el deslizar de la embarcación hacía funcionar las máquinas, y no que éstas empujaban a la embarcación. Las maquinarias se mantenían en tan buen estado como todo lo que formaba parte de aquel magnífico buque. Pronto echamos de ver la cola del convoy, al que pasamos rápidamente. Cuando llegamos a la división del centro, por causa del gran calado del Firebrand nos vimos obligados a apartarnos del canal ordinario y a tomar otro que corre casi pegado a las barrancas de San Nicolás, uno de los pasos más peligrosos del río para nosotros. Esperando encontrar allí alguna oposición, fuimos a la cuadra de popa. No pude dejar de reparar en el tamaño tan grande y la altura del nuevo cañón giratorio del Firebrand. Mientras permanecí de pie junto a él, el extremo de mi cabeza quedaba al mismo nivel de la boca del cañón en su parte más alta. Todos los preparativos que hicimos resultaron, sin embargo, inútiles porque ningún enemigo apareció y seguimos aguas abajo, muy cerca de la barranca, sin encontrar oposición alguna. Sólo dos grandes chivos overos negros miraban desde la barranca nuestros preparativos con la más inmóvil gravedad.

A las dos p. m. estuvimos a la vista del Tonelero, donde esperábamos una muy probable escaramuza con el enemigo, pero los únicos objetos dignos de notarse que encontramos allí fueron el Gorgon, el Gassendi y la Alecto, anclados y en sus costados los cañones que apuntaban a las troneras que nosotros habíamos cañoneado cuando pasamos antes aguas arriba.

A las tres p. m. me encontré nuevamente a bordo de la Alecto. Estimo que no estarán fuera de lugar algunas observaciones a propósito de la batería de cohetes. Ha de parecer extraño, aun a los oficiales de marina menos conocedores del poder y del efecto de los cohetes a la Congrčve, saber que esta batería, comparativamente pequeña en relación a otras, haya producido efecto tan considerable y que en los informes publicados se la haya acreditado como de una utilidad esencial. Una circunstancia que determinó el buen éxito obtenido, fue el haber podido esconder la batería hasta llegado el momento de disparar contra el enemigo. La colocación de los cohetes en la posición adecuada, fue trabajo difícil y peligroso, pero una vez logrado, no podíamos tener duda de un éxito feliz porque el fuego, no solamente habría de tomar al enemigo por sorpresa, sino que llenaría sus fines precisamente en el lugar que el enemigo consideraba a salvo de los cañones de los buques. El fuego de seis de los caños de cohetes nuestros equivalía a una descarga continua de la artillería de dos barcos de guerra armados de ochenta cañones cada uno, no por lo que hace al peso del material, sino en cuanto a la rapidez del fuego. Como bien se me alcanza que tal aserción, si no está fundada en hechos, puede estimarse exagerada, creo necesario dar una explicación. Con los seis caños para cohetes que se usaron, pudieron arrojarse y se arrojaron cuarenta cohetes por minuto. Tomando el fuego de los cañones de costado (de los buques de ochenta cañones) con buena puntería, yo los desafiaría a hacer más de lo que hicimos nosotros, y aun lo que nosotros hicimos. Naturalmente no calculo sobre la primer andanada, sino que quiero significar el fuego continuo durante toda la acción. De donde se sigue que los seis caños de cohetes, encubiertos como estaban, podían arrojar positivamente, un fuego más poderoso que toda la escuadra junta.

Tal es el hecho, y tal es la verdadera razón del gran éxito obtenido. Allí donde eran necesarios los cohetes acudían con tal rapidez y buen efecto, que se hacía imposible para cualquier cuerpo de tropas resistirlos, particularmente para la caballería, de la que se componía en su mayor parte la fuerza enemiga y si fueran ciertos todos los cuentos que corren en Buenos Aires 1, estas tropas montadas habrían sido hechas pedazos y destruidas por los cohetes.

Otras particularidades de esta acción merecen señalarse, porque no son comunes en la guerra. Primeramente: por lo general son los defensores los que instalan baterías encubiertas. En el presente caso las cosas fueron al revés, porque fue la parte atacante la que se benefició con esta eficacísima ruse de guerre. Segundo: ésta ha sido la primera vez en una guerra naval, que los vapores han anclado para combatir contra baterías, y me arriesgo a predecir que no será la última vez que se haga, va sea contra fortificaciones de tierra o contra buques en línea de batalla. Los resultados de varias acciones en el Paraná me han convencido, en verdad, de que los buques de vapor son mucho más estables bajo el fuego de lo que se ha creído hasta hoy.

Permanecimos en el Tonelero toda la noche porque algunos de los barcos rezagados del convoy no habían llegado todavía. Y se mantuvo una cuidadosa vigilancia porque esperábamos un vivo ataque antes del día. Pero el enemigo había sufrido demasiado durante la víspera para venir a rasguñarnos otra vez y pasamos una noche tranquila y cómoda.

Sábado. Esta mañana, a las ocho, las máquinas se pusieron en movimiento y proseguimos hacia Obligado. Aquí se dio una escena muy animada, porque todo el convoy avanzaba en lo mejor de su camino aguas abajo. Después de detenernos por espacio de cuatro horas, levamos anclas nuevamente y dimos vapor llevando los despachos que anunciaban al almirante inglés el paso feliz del convoy sin la pérdida de un solo hombre.

A la una de la mañana del día lunes, salimos del río Paraná y a las tres nos comunicamos con la isla de Martín García. A las siete p. m. pasamos por la Colonia, y con gran disgusto nos vimos obligados a anclar poco después, porque sobrevino una niebla tan espesa que se hacía imposible ver a corta distancia, lo que, tratándose de un canal de difícil navegación con sólo nueve pulgadas de agua de reserva, no era cosa de broma. He olvidado decir que tomamos a bordo como pasajeros en Obligado a los oficiales y las tripulaciones de los barcos incendiados en San Lorenzo.

En la mañana siguiente se mantuvo la misma niebla, pero como teníamos despachos para entregar, levamos anclas a pesar de todos los obstáculos y empezamos a abrirnos camino aguas abajo por el río de la Plata. A las cinco p. m. tuvimos a la vista el cerro de Montevideo y anclamos junto mismo a la nave almirante. Fuimos sin duda alguna muy bien venidos; nos llamaron en seguida y subimos para librar nuestro costal de noticias. Quedamos algún tiempo en Montevideo con poco quehacer y aproveché la ocasión para conversar con varias personas instruidas de esta ciudad. Pude observar también algunas curiosas circunstancias que considera dignas de ser registradas. La ciudad abunda en hombres de todas las naciones, expertos en cuestiones náuticas y que poseen mucho espíritu de empresa pero están desprovistos totalmente de principios morales y no se distinguen por su buena conducta. Estos hombres se muestran siempre dispuestos para cualquier expedición, sea la que fuere, aunque ofrezca peligro, siempre que se trate de ganar dinero. Y en verdad se jactan abiertamente de sus truhanerías. éstas, y la narración de algunas hazañas de arrojo y coraje, constituyen el tema general de su conversación, con lo que hacen pensar en los antiguos bucaneros cuyo espíritu parece no haberse extinguido en esta parte del mundo. Poca duda me queda, en verdad, sobre los inmensos beneficios que pueden obtenerse en el Río de la Plata, pero siempre que el especulador no sea demasiado escrupuloso en materia de honradez.

Junio 26. Jueves. Recibí órdenes de prepararme para navegar. Nuestro destino es el río Uruguay, hermano gemelo del Paraná.

Junio 27. Viernes. Al caer la tarde levamos anclas para marchar aguas arriba con provisiones y despachos destinados al buque Acorn de nuestra escuadra. El domingo a mediodía entramos en la boca del Uruguay y pasamos junto a un Fuerte medio arruinado con nueve troneras, pero sin cañones. En esta parte el río es muy ancho, y tiene cerca de cinco millas, si no las tiene por entero, de una orilla a otra. Esta anchura se debe a que allí no hay islas. Creemos que vamos a cooperar con el general Fructuoso Rivera.

Martes. Mientras navegamos aguas arriba, observamos hoy que el río se estrecha considerablemente y no tiene más de dos millas de ancho. La corriente no tiene ni la mitad del ímpetu que tiene la del Paraná, sino que se desliza perezosamente con poca fuerza. A mediodía anclamos al costado del buque Acorn, e inmediatamente empezamos a hacer entrega de nuestra carga de provisiones, latamos un poco abajo del pueblo de Santo Domingo [de Soriano] según lo indica el mapa, pero el pueblo está fuera de nuestra vista por completo.

Miércoles. Hemos bajado en una isla cercana, y en excursión de índole deportiva, pero como también se nos dio a entender que era posible llegar a este lugar vadeando el río desde tierra firme, y que la caballería enemiga solía cruzarlo en ciertas ocasiones, debo confesar que se nos fue casi todo el placer de la caza, porque, si bien poníamos cuidado en buscar los patos, no poníamos menos en espiar a la caballería. Con todo, tuvimos mucha suerte porque matamos tres diferentes clases de patos, aparte de otras muchas aves, como gallinetas, chorlos, loros, flamencos, etc. Las únicas personas que allí encontramos fueron unos pocos cortadores de madera, o leñeros, que hacían con ella carbón y lo llevaban después a Montevideo. Todos los días al caer la tarde, cuando ha concluido su faena, esta gente se traslada en bote a una isla más lejana por temor de ser asesinados mientras duermen. Pude comprobar también que temen mucho a los tigres y el miedo ha aumentado últimamente porque uno de los leñeros fue llevado por un tigre mientras estaba derribando un árbol. Otro fue atacado en su rancho durante el sueño y llevado a corta distancia, pero la fiera lo dejó al oír los gritos de algunos hombres que la perseguían. Sospeché que mis informantes exageraban un tanto, y, de no ser así, me hubiera sentido muy intranquilo en caso de tener que quedarme solo y sin armas en esa orilla después del anochecer.

Me confundió mucho al principio el observar que el Uruguay y el Paraná (aunque en ciertos lugares se encuentran muy próximos), estallan influidos por causas tan distintas en sus crecidas y bajantes, porque, mientras el uno se halla con sus aguas muy altas, el otro ofrece el fenómeno contrario. Esta aparente paradoja puede, sin embargo, ser explicada, según creo, examinando el mapa de Sudamérica y al ver que los principales ríos tributarios del Paraguay y del Paraná nacen en la base de los Andes. En el verano de estas regiones (enero, febrero, marzo y abril) el Paraná crece con el deshielo de las montañas más elevadas y cuando vienen los hielos del invierno, se cierran las fuentes más abundantes que alimentaban el río. La consecuencia es que el Paraná baja rápidamente así que comienza el invierno. El Uruguay, por el contrario, deriva su caudal principal de aguas de las espesas selvas del Brasil tropical, y las lluvias invernales de estas regiones le envían un gran caudal de agua precisamente cuando la naturaleza detiene la afluencia de líquido en la corriente del Paraná. Esto sería un ejemplo de la sabiduría con que 1a Divina Providencia no deja vacíos a la vez dos ríos tan poderosos, y quizás, por eso mismo también, no substrae demasiada humedad al mismo tiempo a esta inmensa llanura aluvial.