La escuadra Anglo-francesa en el Paraná
22. Por carbón
 
 
Sumario: Una sorpresa. — Un bloqueo. — La partida de caballería. — Comercio de contrabando. — Expedición en el bote correntino. — Un arroyo pintoresco. — Querella entre faisanes. — Un banco de arena. — Arrastramos el bote sobre el banco. — La boca del “Román Grande”. — Excursión en busca de carbón. — Esqueletos de marineros asesinados. — Vuelta a la corbeta. —La misión de Mr. Hood.


Al volver aguas abajo en el bote, tuve la curiosidad de echar una mirada al abrigadero o dique natural ya descripto. Con gran sorpresa pude comprobar que aquel banco de arena sobre el cual tuvimos que arrastrar el bote haciendo mucha fuerza, estaba ahora cubierto por tres pies de agua. No me lo pude explicar en el momento porque el viento estaba todavía soplando fuerte en la misma dirección que la corriente, es decir, del norte, circunstancia ésta por la cual el agua tiene siempre una tendencia a bajar. Pero tomé nota exacta del tiempo, y de vuelta a Montevideo, consulté el diario de navegación de Vernon y encontré, como lo esperaba, que antes había estado soplando un fuerte viento del sudeste durante doce horas, lo que había hecho subir de pronto el agua del río hasta esa distancia, desde la desembocadura.

Viernes. El buque se puso en marcha hoy para ir a bloquear el pequeño río Negro. En uno o dos días había bajado una partida de caballería enemiga para observar los movimientos que hacíamos y evitar que nuestra gente matara ninguna clase de ganado. Pero, como sabían que las granadas de que disponíamos eran de largo alcance (en esto exageraban bastante), nos daban lugar para hacer provisiones, tanto de ganado como de caza, a despecho de la vigilancia. Por algunos días estuvimos ocupados en reparar el bote correntino que habíamos llevado a remolque por todo ese tiempo, y por espacio de tantas millas. Queríamos ponerlo en condiciones de que sirviera como patache, para evitar el contrabando.

La corbeta Alecto permaneció así anclada durante algunas semanas y abordamos repetidamente a los barcos provenientes de Montevideo para Entre Ríos con licencias de comercio 1 pero era notorio que sus cargas, desembarcadas en Entre Ríos, eran, al día siguiente, transportadas en canoas u otras embarcaciones al enemigo a través del río, y así se proveían de pólvora, balas, fusiles y otros elementos de guerra, lo que la Alecto no podía evitar 2.

14 de agosto. Jueves. Recibí órdenes de prepararme para una expedición en el bote correntino. Por la tarde recibí mis instrucciones y a las cinco me alejé en este pobre lanchón que, con todo, estaba bien tripulado por diez fuertes marineros provistos de buenas armas. El camarote en que vivían los oficiales, era un pequeño cobertizo con espacio apenas para dos camas, y se hacía imposible sentarse derechamente en ningún sitio de él. El puente de proa escasamente podía dar abrigo a los marineros por la noche, y todo el centro estaba al descubierto. Sin embargo, a despecho de tales inconvenientes, todos se hallaban contentos con el cambio, porque cualquier cosa era preferible a la monotonía de la corbeta. El viento norte declinaba notablemente y pusimos en seguida todas las velas para aprovecharlo, yéndonos muy contentos río abajo. Cuando calmó el viento y sobrevino la oscuridad, seguimos todavía la marcha porque el canal era ancho y no presentaba obstáculos; además el lanchón calaba solamente dos pies. Los marineros encendieron un gran fuego y se colocaron en torno haciendo resonar otra vez las barrancas y los bosques con sus cantos en coro, mientras nos deslizábamos con bastante rapidez.

A las diez, llegados a una parte intrincada del río, anclamos cerca de una isla y esperamos el amanecer. Cuando vino el día pudimos advertir que un arroyito corría muy cerca y parecía separar de la isla una faja de tierra. El arroyo era correntoso v resolvimos sentar los reales en aquel sitio a fin de cazar algunos faisanes que siempre abundan en aquellos lugares. Dimos órdenes de que la lancha fuera llevada un poco adelante, aguas abajo, a esperarnos en el primer abrigadero y a la banda de estribor Entretanto, fuimos remando por el arroyo internándonos en él. La parte más ancha no tenía más de treinta yardas y en algunos lugares no llegaba a diez, con grandes árboles que unían sus ramas de una margen a otra, formando en ciertos sitios oscuras bóvedas de follaje en distancia de cincuenta o sesenta yardas.

En estos árboles había faisanes en cantidad, comiendo una fruta de forma curiosa semejante al níspero, odorífera y de sabor picante. Sin duda los faisanes estaban allí atraídos exclusivamente por el dicho fruto y venían de todas parles, porque en cada uno de los árboles había varios de ellos, hasta más de una docena; querellándose por el manjar tentador. Era así muy fácil cazar cuantos uno quisiera, pero no matamos más que los necesarios para el consumo del día.

Avanzamos alegremente por espacio de unas dos millas, cuando de pronto el agua empezó a disminuir, el bote se varó y pudimos advertir delante y a cierta distancia, un banco de arena que cerraba casi el arroyo. Con lo que bajamos del bote y nos dimos a caminar, arremangados los pantalones, para reconocer el obstáculo. Por unas cien yardas no había agua y en ciertos sitios era tan escasa que no pasaba de seis pulgadas, pero más allá, y en la costa opuesta del arroyo, éste era tan hondo que no alcanzábamos a tocar el fondo con un remo de catorce pies.

Como hubiera sido vana pérdida de tiempo volver hacia atrás con los remos, decidimos arrastrar el bote por encima del banco. éramos cuatro: dos marineros, el pequeño Purvis (guardiamarina) y yo. Haciendo fuerza, apenas si podíamos entre los cuatro mover el bote una pulgada. Sacamos entonces de él todo cuanto podía pesar algo y lo depositamos sobre el banco de arena. Tomamos los remos y colocándolos bajo el fondo del bote, a manera de rodillos, empezamos a moverlo hacia adelante con alguna facilidad y en cosa de media hora logramos arrastrarlo y ponerlo a flote sobre el agua profunda. A poco de remar salimos del arroyo para entrar en el río donde vimos al patache detenido y a los hombres que estaban ya inquietos buscándonos con la vista. Abordamos en seguida, pasamos a la embarcación las escopetas y la caza, subimos y continuamos descendiendo el río.

A las cinco p. m., una vez llegados a destino, que era la boca del ''Román Grande”, anclamos algo adentro y examinamos la orilla para ver de meter la embarcación durante el día y poder sacarla durante la noche a fin de evitar tigres u otros animales que pudieran inocentemente venirse a bordo en la oscuridad.

Agosto 16. Domingo. Al amanecer acercamos el bote hasta la misma orilla barrancosa y tuvimos que cortar las matas para hacerle lugar. Se leyó a la tripulación las instrucciones para el servicio de mañana que fueron escuchadas con gran atención y respeto. Después de la comida, tomé cuatro marineros bien armados y fuimos a remo aguas arriba por el arroyo a fin de explorar la tierra, y como la tarde estaba fría, procurarnos también algo de carbón que, según lo informado por el piloto, podía encontrarse amontonado junto a una estancia abandonada. El enemigo solía venir comúnmente por estas vecindades y tuvimos que avanzar con mucha cautela, reconociendo bien el paraje. Al desembarcar, había empezado yo por observarlo todo con el anteojo desde una altura. Sin ningún obstáculo, marchamos hacia el depósito de carbón, unas doscientas yardas hacia adentro, y en seguida llenamos hasta el borde dos enormes sacos destinados a llevar pan, que pronto fueron depositados en el bote sin inconveniente. En una playa de por ahí descubrimos varios esqueletos humanos que, según supimos después, eran restos de algunos infortunados marineros que, como nosotros, habían desembarcado para proveerse de carbón. Pero, no habiendo adoptado las precauciones necesarias, fueron asesinados fría y deliberadamente por los blancos. Antes de retirarnos enterramos a dos de estos horribles esqueletos que yacían cerca del lugar donde habíamos desembarcado. Cuando volvíamos por el arroyo, oímos de súbito un tiro de fusil, lo que nos sorprendió bastante porque había orden rigurosa de no hacer disparos de armas, salvo en alguna necesidad urgente. Otro tiro que sonó poco después hizo que acudiéramos apresuradamente y a toda fuerza porque ahora estábamos seguros de que requerían nuestra presencia. Al llegar a la boca del arroyo, vimos el patache en la misma posición y un minuto después ya estábamos a bordo de él. Para gran contento nuestro, supimos que el Lizard había pasado aguas arriba para relevar a la Alecto y que se nos había dejado órdenes de seguir al primero inmediatamente. Esto lo hicimos al instante, cobrando ánimo con el comienzo de un pampero que nos empujó con tal velocidad que a eso de las once ya nos encontrábamos al costado de ambos buques.

En seguida volvimos a Montevideo en la Alecto y allí recibimos órdenes de completar la carga de carbón, de hacer otras provisiones y prepararlo todo para llevar a bordo al ex cónsul Mr. Hood, que había llegado poco antes de Inglaterra y trataría de arreglar ciertos asuntos con Rosas en Buenos Aires.