El misterio de Pavón y sus efectos nacionales
El extraño desenlace de Pavón
 
 
El resultado de la batalla

Mitre —que estaba derrotado— huyó del campo de batalla después de destruir las municiones y enterrar los cañones que no pudo arrastrar para impedir que cayeran en manos del enemigo. “El General Mitre —informaba a su Gobierno el representante inglés Edward Thornton— se retiró a San Nicolás dejando su artillería en el campo de batalla” (2). Estaba listo para embarcarse con destino a Buenos Aires, cuando le avisaron que los confederados abandonaban el campo de batalla y él se convertía en vencedor. Inexplicablemente, Urquiza se retiró en el momento que su ejército había cargado con éxito y sólo esperaba sus órdenes para concluir con el resto de las tropas porterías. Iba como un personaje indiferente al desarrollo de los sucesos, sin atender a los partes exitosos que le enviaban sus subalternos ni contestar a las preguntas o sugerencias que le hacían sus sorprendidos ayudantes (3). “A los pedidos para regresar —escribe el embajador inglés— respondió que era inútil y que él no deseaba volver” (4).

El enviado francés, Lefévre de Bécour, informa a París: “El General Urquiza se encontraba enfermo, y ciertamente hacía esta guerra a disgusto... abandonó precipitadamente el campo de batalla... Ninguna noticia se tenía del General Urquiza, y no se tuvieron hasta el 21, en que se supo con estupefacción general que había pasado a la orilla izquierda del Paraná, que se encontraba en Diamante y que se retiraba a San José, enfermo, disgustado, comprometiéndose a hacer la paz” (5). La verdad era que Urquiza estaba espiritualmente ganado por el enemigo. Por consiguiente, el ejército que mandaba —expresión militar del viejo partido federal— actuaba anarquizado y acéfalo.

¿Qué ocurrió en Pavón? El resultado de la batalla ha sugerido diversas interpretaciones y no puede comprenderse lo sucedido, sino mediante la convergencia de diversos elementos de juicio.


Dos hechos significativos

El año anterior a Pavón, Derqui y Urquiza visitaron Buenos Aires. En esa oportunidad se le confirió al presidente —al igual que a Mitre, Sarmiento y Gelly y Obes— el grado 33 de la logia masónica perteneciente al Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Urquiza, en cambio, obtuvo la regularización en el mismo grado (6). Este acto revestía singular importancia en esos momentos cruciales porque a través de la logia los hombres de Buenos Aires podían dominar a la Confederación. Fue durante ese acto que Derqui, Urquiza y Mitre “se entendieron en la conversación íntima”, como sostiene Heras. Los periódicos porteños dijeron que la reunión era una “cita de la fraternidad” y la visita de los ilustres personajes significaba una “peregrinación a la Meca” (7). Después, cuando ya casi las tropas iban a trabarse en combate, Urquiza y Mitre se reunieron en la logia de Rosario para abrazarse “fraternalmente”. Unos días antes, Mr. Yateman (dirigente de la masonería porteña) llegó hasta el campamento de Urquiza y tuvo con éste una conversación a solas. Los más allegados al jefe entrerriano miraban con desconfianza a ese extraño visitante y hasta sospecharon que entre ambos se había arreglado el resultado de la batalla inminente (8).

A esas circunstancias se agrega la aparición de tres cartas privadas que estaban dentro de un sobretodo que Derqui dejó olvidado en Gorondona. En ellas, M. Luque insinuaba la posibilidad de eludir la influencia de Urquiza reemplazándolo por Saá en la conducción militar. Parece que entre esas cartas también se hallaban otras de Mitre y algunos amigos de éste en las cuales le proponían a Derqui mantenerlo en la presidencia y en la jefatura militar, a cambio de la neutralización de Urquiza. De esta manera. Buenos Aires aparecía sosteniendo al presidente y a las instituciones nacionales en contra del caudillo que deseaba sojuzgarlas. Estas cartas motivaron la instrucción de Urquiza a Nicanor Molinas (emisario de la Confederación en las conversaciones con Buenos Aires) en el sentido de que, como estaban traicionados, convenía “más ser derrotados que caer en manos de amigos traidores” (9).


La enemistad entre Derqui y Urquiza

Urquiza concurrió a la batalla comprometido con Mitre y dominado por un sentimiento de despecho contra Derqui. Presa de esa decepción decidió abandonar la causa de la Confederación y dejar librada la suerte de sus hombres a la voluntad de los políticos porteños (10). Según el testimonio ya citado del ministro francés, al retirarse del campo de batalla, había declarado “que la guerra impía era inútil y sin esperanza, dejando la responsabilidad y el fardo a quien quisiera tomarlos. En cuanto a sus entrerrianos, él los ponía o los pondría a la disposición del Gobierno” (11). Si estas palabras fueron realmente dichas por Urquiza revelan un notable desprecio y claudicación de la causa federal y de los hombres que combatían bajo sus órdenes. La enemistad y los esfuerzos del gobernador entrerriano para debilitar al presidente se reflejan en un informe del representante británico —Mr. Thornton— a su canciller Russell: “Desde hace algún tiempo han estado creciendo los celos entre Su Excelencia y el general Urquiza, el cual no logra convencerse que ya no es presidente de la Confederación”. Con penetración política agregaba que Derqui debería “evitar que llegue a transformarse en una brecha, en cuyo caso el general Urquiza se apoyará enteramente en Buenos Aires” (12). El gobierno nacional se sentía molesto con el tutelaje de Urquiza. El ministro de la Riestra le refería a Thornton la “pertinaz oposición del general Urquiza”. Conceptos semejantes había expresado el presidente al diplomático inglés, quejándose de “los constantes obstáculos que el general Urquiza tiene la costumbre de oponer a la acción del gobierno y de la consiguiente esclavitud y falta de independencia en que se encuentra” (13).

Desde Paraná, Luque advertía a Derqui: “Parece que el general Urquiza desea dirigir las operaciones militares... Yo que siempre francamente desconfié de esta gente, temo alguna intriga en esto...” (14). El presidente Derqui, en carta a Urquiza, intenta restañar las heridas, aparentando ignorar la separación con el caudillo: “lo que sorprende y deploro es la majadería de algunos de nuestros amigos, que están soñando en divisiones entre nosotros... Nuestra pretendida división es la última trinchera y la única esperanza hoy de nuestros enemigos...”. Agrega que le suponen “a usted ideas de entrar en arreglos que los contrarios procuran inspirarme desconfianzas de V. E. Este juego infame que están haciendo de mucho tiempo atrás... es humo que desaparecerá ante la realidad de las cosas y de los hechos...” (15). Carta hábil que demuestra el conocimiento que Derqui ya tenía de las negociaciones de Urquiza. Pero la realidad de los hechos, comprobará, precisamente que Urquiza, a espaldas de Derqui y de la Confederación había hecho los arreglos con Mitre y los políticos de Buenos Aires.

Quince días después de Pavón, todavía Urquiza persistía en la misma actitud. Había pedido a los oficiales de confianza que abandonaran la causa de Derqui. “Su objetivo parece ser el de debilitar la acción del presidente —informaba Thornton a su gobierno— de hacerle imposible mantenerse en contra del general Mitre” (16).


Mendoza, síntoma de la nueva situación

En una carta dirigida a Urquiza, el gobernador de Mendoza —Cnel. Laureano Nazar— expuso los motivos de la oposición que se le hacía en la provincia, especialmente por parte del Cnel. Juan de Dios Videla. Asimismo expresaba su extrañeza ante decisiones del gobierno nacional. Refiriéndose a Videla dice: “tengo en mi poder documentos autógrafos, pruebas irrefragables de la guerra incesante y sin tregua, que me ha hecho y me hace, volcando desconceptuaciones en el exterior con calumnias odiosas e imputaciones atroces y falsas”. Sin embargo, “he permanecido tranquilo” para cumplir los consejos de Urquiza de conservar la “paz y armonía en la provincia a fin de no ofrecer dificultades a la autoridad nacional”. Pero “veo con grande sorpresa —agrega— que [se] nombra al coronel Videla jefe de la nueva circunscripción del Sud Oeste, y por más que me esfuerzo..., no puedo comprender esta política”.

Al respecto, tiene gran importancia los párrafos que siguen. “Creo haber probado más de una vez —afirma— con hechos prácticos y en momentos muy difíciles, aun arrostrando el enojo de las autoridades supremas, que el único dique que han tenido y tienen los enemigos de nuestra actualidad en Mendoza, soy yo”. Por el contrario, “otros muy caracterizados como Videla, son hasta hoy el apoyo y la esperanza de nuestros enemigos, a quienes mantienen en sus propósitos y se completan con ellos para dominar la situación”. A pesar de estos hechos, conocidos por el gobierno, “se condecora a Videla con una preciosa influencia sobre los destinos de este pueblo...” Aclara que si “el propósito del gobierno nacional es hacerme descender del puesto, yo habría agradecido más se me hubiera expresado este deseo particularmente”, pues “no es por conveniencia” que permanece en el cargo, sino “por consecuencia a V. E. porque creí poderle ser útil”. Nazar confiesa: “Veo algo oscuro en la marcha política del presidente, sus disposiciones dejan algunos vacíos que no podemos explicarnos con precisión”.

Declara que él se halla dispuesto a cumplir las indicaciones de Urquiza, para cuyo fin desea que le escriba y señale el camino que debe seguir. Pero ruega que le hable con franqueza “y decirme si a las conveniencias de la causa que V. E. defiende, si a los intereses de la nación... si a la política que V. E. debe seguir, no conviene mi permanencia en el puesto que ocupo, yo lo abandono en el acto...”. Antes de concluir, quiere recomendarle a “mi amigo más querido, el coronel D. Juan Saá. V. E. debe persuadirse —sostiene— que este jefe tan valiente le pertenece como le pertenezco yo y, que somos, sin exageración, los únicos que en Cuyo se sacrifican por su causa” (17).

¿Cuál es el motivo de esta situación señalada por Nazar? Derqui y Urquiza se desconfiaban recíprocamente. El presidente trataba de controlar a Urquiza y evitar que tomara el poder. Para ello, probablemente pensó en cercar a los jefes militares adictos a su rival colocándole al lado otros que pudieran responder en forma más directa al gobierno nacional. Por otra parte, también Derqui —liberal y miembro de la misma logia— quizá deseaba hacer méritos ante Buenos Aires y arreglarse con sus hombres. Algún fundamento debía tener la sospecha de Urquiza contra Derqui. Por su lado, Urquiza ya nada podía hacer a favor de esos jefes a los que se había comprometido eliminar de la vida política y militar. Entre éstos se hallaba Nazar y Saá (”los únicos que se sacrifican por su causa”), quienes desconocían que Urquiza había pactado secretamente su propia subordinación a Buenos Aires.


Separatismo, defección y soberanía

Cuando Urquiza advirtió que no podía desplazar ni sustituir a Derqui, pensó en disgregar la Confederación. Este propósito se refleja en un informe de Thornton a su gobierno. El diplomático inglés —generalmente bien informado— comunicaba que “muchas personas inteligentes y bien informadas me han expresado su opinión de que Su Excelencia está muy deseoso de separarse enteramente del resto de la República, y de formar una nación independiente, que estaría compuesta por las dos provincias de Entre Ríos y Corrientes” (18). En esas circunstancias el proyecto (ya concebido por los unitarios en tiempos de Rosas), revestía particular gravedad. El comisionado norteamericano —Cushman— decía al Departamento de Estado (abril de 1860) que existía un proyecto británico-brasileño para modificar la independencia de las naciones rioplatenses (19). Según noticias que circulaban en el ambiente diplomático de nuestros países, aquél plan había sido iniciado por Christie —ministro inglés en el Río de la Plata— entre los años 1856 y 1858.

Como culminación de tantos sucesos desdichados, Buenos Aires pudo sobornar a algunos jefes militares y navales abonándoles elevadas sumas de dinero. Estas defecciones produjeron un serio contratiempo en la capacidad combativa de las fuerzas confederadas (20).


Urquiza teme su asesinato

En 1859, el representante británico —E. Thornton— había informado al Foreign Office sobre el problema personal que vivía el Gral. Urquiza en medio de la difícil tensión entre la Confederación y Buenos Aires. Este testimonio, que revela notable penetración para captar la médula de las situaciones del país, tiene gran valor para interpretar los acontecimientos que sobrevendrían. Dice Thornton que mediante “un cuidadoso examen de la conducta del General Urquiza” ha podido comprobar “de que por más que haya persuadido, o intentado persuadir, a sus compatriotas de su elevado patriotismo y de su candente deseo de unir Buenos Aires a la Confederación... su principal causa es de carácter personal”. AI respecto señala: “A fines de 1858 el General Urquiza había sido profundamente afectado por el asesinato del General Benavídez en San Juan, que atribuía al partido de Buenos Aires. Cuando le hablan o recuerdan este asunto exhibe síntomas de ira y disgusto”, porque la “idea de que un destino similar al del General Benavídez pudiera estarle reservado, siempre le había obsesionado” (21). El espectro de esta amenaza volvió a vigorizarse cuando en noviembre de 1860 fue asesinado Virasoro en San Juan. Entonces, más que nunca, quiso volver a dominar la Confederación “como el mejor medio de contrarrestar las intrigas porteñas y detener los puñales que podrían estar dirigidos hacia su propio corazón” (22).

Debía ver a sus presuntos asesinos hasta en los más próximos colaboradores. Quizás pensara que iba a ser asesinado en medio de la confusión del combate y, por ello, se preocupó en estar más atento a la salvaguarda de su integridad personal que a realizar los movimientos militares necesarios para derrotar al enemigo. Dice Thornton que “algunos días antes de la batalla del 17 fue informado que él [Urquiza] no tenía en su ejército la misma confianza que había tenido en ocasiones anteriores, así como de las numerosas deserciones que se producían constantemente” (23). Esta versión es confirmada por el informe del enviado francés quien, al día siguiente, expresaba a su Cancillería que Urquiza “hacía esta guerra a disgusto y además se dijo, o él creyó, que fue traicionado por varios oficiales de su estado mayor, en consecuencia abandonó precipitadamente el campo de batalla...” (24).

¿Presunción de asesinato o pura imaginación? Los elementos de juicio que se poseen hasta este momento no permiten afirmar la existencia real de ese complot. No debe descartarse tampoco que el deseo de eliminar a Urquiza del escenario político existía desde el día siguiente de Caseros. Pero en los momentos de Pavón ese complot sólo tenía cuerpo en la mente atemorizada del General Urquiza, que estaba vivamente impresionado por los asesinatos de Benavídez y Virasoro en San Juan. Como expresan los testimonios de Thornton, el jefe confederal estaba obsesionado con la idea de que esas intrigas tenían el propósito de dirigir los puñales contra su propio corazón. El miedo siempre es mal consejero. Sus insinuaciones son engañosas y, en Pavón, tuvieron el poder de seducir a Urquiza para impulsarlo a huir a fin de salvarse de aquel presunto complot. No le importó que esa actitud implicara el abandono del ejército federal y de la Confederación, así como de sus amigos que se jugaban hasta el sacrificio, el de la historia argentina que él había protagonizado en los últimos diez años... en fin, la infidelidad hacia los ideales políticos y patrióticos que él había hecho compartir a la casi totalidad del país. Dejaba “la responsabilidad y el fardo a quien quisiera tomarlos”, como informaba L. de Bécour.

”Masonería, cartas olvidadas, enemistad, traición y soborno, complot de asesinato: todo puede creerse menos el motivo que invocó Urquiza para abandonar a sus hombres en Pavón; que se retiró del combate, porque 'cuanto más sangrienta ha sido la batalla, tanto más ha trabajado mi ánimo y ha despedezado mi corazón'. Extraña actitud de un hombre que había pasado su vida en medio de acciones militares y a quien por consiguiente, no podían perturbarle los fragores del combate” (25).