El misterio de Pavón y sus efectos nacionales
Incógnitas reveladas
 
 
Después de Pavón, Urquiza permaneció en una inexplicable inactividad, de la que los amigos inútilmente pretendían sustraerlo.


Clamores en el desierto

Una de las primeras cartas que recibe Urquiza después de Pavón es la del Gral. Tomás Guido. El prócer de la Independencia le escribe “profundamente impresionado por los últimos acontecimientos” y hace votos “por el restablecimiento de su salud”. Después de extensas reflexiones sobre la vida política del país y su propia experiencia ante los sucesos adversos en la guerra, le insta a no desmayar ante los contratiempos. Pregunta “¿por qué habríamos de desalentarnos en las actuales circunstancias? ¿se han agotado por ventura, los recursos de la Nación para salvarse?... ¿Triunfarán sobre la ley... los tenaces perturbadores... ?”. Guido también desconocía los acuerdos secretos de Urquiza y por eso se esforzaba en animar al entrerriano: “¿qué valen ni aún los desaires momentáneos de la fortuna, ni las emulaciones encubiertas, ni las sugestiones de la ingratitud, ni las menguadas pasiones... ? Póngase de nuevo V. E. en campaña, al frente de sus bravos, y el brillo de sus acciones, disipará bien pronto, las dudas bastardas y las desconfianzas malignas, que pudieran suponer dislocado su prestigio...” (26).

A todos sorprendía la inmovilidad y silencio de Urquiza. “Hace cerca de diez días que mandé en comisión cerca de V. E. al capitán B. Juan Sola, sin perjuicio de más de veinte cartas que he escrito a V. E.”, dice Simón de Santa Cruz a Urquiza. Agrega: “El no ver una sola letra de V. E. y que tampoco vuelva mi oficial me tiene en extremo afligido”. Califica de “penosa y desesperante” su situación. “Mil veces he pensado abandonarlo todo, pero la idea de dejar solos a oficiales que son leales a V. E. y los cañones que tanto trabajo me costaron sacarlos del campo de batalla... me he detenido en el puesto que V. E. me confió... Una palabra, Señor, y saldré con mis cañones opóngase quien se oponga. En sacrificio de V. E. me sacrificaré gustoso” (27). Como puede advertirse, todos creían y esperaban en Urquiza y en su capacidad para continuar invencible el combate. Pero Urquiza había pactado su propia derrota y ya no le interesaba abandonar a todos los que le habían sido fieles.

La suerte de Derqui estaba echada. Esto era conocido por Urquiza y algunos pocos que estaban en la intimidad de los convenios con Buenos Aires. La mayoría de los federales que seguían a Urquiza, pensaban que el presidente llegaba a su fin —no por aquellos pactos que desconocían— sino por su propio desprestigio. Refiriéndose a éste, escribía J. Monguillot a Benjamín Victorica: “Derqui toca a su fin: seis días más y habrá concluido” (28).


“...Yo no debía dudar... y acepté... una transacción...”

En la correspondencia con los hombres de Buenos Aires, implícitamente Urquiza alude a los acuerdos secretos y a los motivos de su inactividad. Al ministro de Gobierno de esa provincia —Gral. Gelly y Obes— le recuerda que, por intermedio de Ocampo, se le ha dicho que “yo no debía armar la provincia de mi mando, que lejos de ponerse hostilidad... contra mi, se me buscaría para ponernos de acuerdo... Yo no debía dudar... y acepté la idea de una transacción... Inerme lo he esperado y lo espero aún, van ya diez y seis días, sin dar oídos al ardor de los que me llaman a la lisa... harto hago con mantenerme inactivo... Yo he dado órdenes a las fuerzas que de mi dependen exclusivamente... que no hostilicen sin provocación, y desde que abandoné Santa Fe huyendo de complicarme en una guerra irregular y ruinosa, me he negado a enviar todo elemento de los muchos de que podía disponer” (29).

Tenemos, pues, otra vez la evidencia de los acuerdos y las causas de su distanciamiento del campo de batalla. Estas palabras concuerdan con el testimonio del ministro francés, quien un mes antes ya había comunicado a su gobierno el concepto despreciativo que de esa guerra expresó el Gral. Urquiza cuando se retiró del campo de Pavón (vid. notas 5 y 11). Los contemporáneos, que estaban dispuestos a jugarse la vida en un encuentro que se consideraba crucial y definitorio, desconocían que su propio jefe huía para no ser “cómplice” de “una guerra irregular y ruinosa”. Si aquellos contemporáneos hubieran conocido estos juicios y las motivaciones de la conducta de Urquiza, seguro es que los acontecimientos trágicos de 1871 hubieran sucedido diez años antes.


Mediación extranjera. Los jefes federales

Los ministros extranjeros —especialmente el inglés— se movieron con sus gestiones mediadoras. Thornton observó que Urquiza retiró todo apoyo al presidente Derqui con el doble objeto de impedirle la resistencia contra Mitre y obtener que la Confederación lo llamara para asumir la dirección del país. Asimismo, el inglés conocía las comunicaciones directas intercambiadas entre Mitre y Urquiza, al igual que los esfuerzos de éste para socavar la posición del Presidente (30).

Derqui adoptaba en Rosario medidas militares .de emergencia, apoyándose en Saá y Virasoro. Coordinaba su acción con los gobernadores de Santa Fe y Corrientes, mientras deseaba a Urquiza pronto restablecimiento para que volviera a ponerse al frente del ejército. Pronto Mitre penetró en Santa Fe y siguió hasta Rosario, que también cayó en poder suyo el 11 de octubre. Al mismo tiempo exigía el retiro de Derqui y procuraba que Urquiza se pusiera al servicio de las ideas de Buenos Aires para realizar su programa político. Estas negociaciones fueron conocidas por Derqui, quien comprendió que ningún apoyo podía esperar del gobernador entrerriano en virtud del entendimiento que ya tenía con Mitre. En carta a Saá, el Presidente decía: “Ya se me habían dada avisos por personas muy caracterizadas, que el Gral. Urquiza estaba en relaciones clandestinas con el enemigos pero ya se ha quitado la máscara, y se comunican por medio de vapores de guerra del enemigo que vienen del Diamante con bandera de parlamento y entregan correspondencia para él”. Agrega que aún no conoce las bases de esa negociación, “no me queda duda de que las principales víctimas de ella somos Ud. y yo: Ud. porque tuvo el atrevimiento de triunfar cuando él huyó; y yo porque soy un obstáculo legal a su dictadura” (31).

Esta carta refleja la verdad de lo acaecido. Su texto es contemporáneo al que Urquiza dirigió a Gelly y Obes (vid. supra, nota 29). Por otra parte, el valioso y fundamental papel que Saá desempeñaba es señalado por todos. En este caso lo hace Derqui. Después Mitre y sus “pacificadores” se ensañarían con el militar puntano para desplazar al estorbo más importante. El diplomático francés corrobora el papel protagónico de Saá cuando escribe a su gobierno; “El general Saá y sus osados caballeros de San Luis son los héroes del momento...” (32).


”Hay un misterio... que no podemos explicarnos...”

Transcurrido poco más de un mes, empieza a desconfiarse de la actitud observada por Urquiza. Así lo insinúan con respecto algunos jefes que antes le creían ciegamente. Desde Corrientes, C. Virasoro se extraña que cuando todos “esperaban la invitación de V. E. para concluir con los restos de la rebelión para asegurar las instituciones del país, no ven otra cosa que la recomendación... de conservar el orden y la fraternidad...”. Las órdenes que se siguen recibiendo de Urquiza han “dado lugar a muchas conjeturas, que en su mayor parte son poco favorables al crédito de V. E., pues nadie puede dar una explicación que sea satisfactoria...”. Le transmite, entonces, que los amigos no están satisfechos “de la política que ha adoptado, que a juicio de ellos está en diametral oposición con la que esperaban ver desenvolver a V. E. en estas circunstancias” (33).

Alejandro Azula, desorientado le dice: “Hay un misterio y los que le pertenecemos no podemos explicarnos, cuál es ese triunfo que nos anuncia... Lo peor es que sus verdaderos amigos no sabemos qué hacer ni qué decir... (34). El mismo remitente le escribe a López Jordán: “Al Gral. Urquiza, algunos lo dan porque ha defeccionado... todos se dan la mano en su desconcepto...” (35). También desde Corrientes, José M. Rolón le manifiesta el disgusto que le ha producido la presencia de un comisionado de Urquiza para gestionar la adhesión de las tropas a la nueva situación. Señala, además, que “la voz pública nos condena ya por nuestra funesta inacción. Los pueblos no pueden explicarse cómo permitimos que los rebeldes sigan profanando el suelo argentino y trabajando con ardor por la ruina y disolución de la Nación, a cuya organización, defensa y progreso habíamos consagrado tantos esfuerzos y sacrificios... yo no veo sino males terribles... irremediables para la República, si V. .E. persiste en esa actitud inexplicable un día más... Tal vez sea ya tarde...” (36). Como todos, Rolón se preguntaba por la extraña conducta de Urquiza: tampoco conocía los acuerdos pactados en la logia. Efectivamente, ya era tarde, pues todo estaba irreversiblemente convenido. De nuevo escribe Virasoro para señalarle “las desconfianzas que inspiraba una política cuyo fin es para todos desconocida, hace que el crédito de V. E. pierda de día en día”. El remitente no había podido darle a los amigos una explicación satisfactoria “respecto de la conducta de V. E.”(37).

Felipe Saá, también ajeno a los arreglos, le comunica a Urquiza, “que los pueblos del interior están compactados y decididos por la causa nacional, pero extrañan no oír la voz de V. E.” (38). Hasta el vicepresidente en ejercicio de la Confederación —J.E. Pedernera— en vano clamaba por instrucciones en esa hora incierta y confusa: “¿Qué haré, pues? Necesito alguna inspiración de V. E. Se lo pido por la amistad y se lo pido porque mis antecedentes de orden me tienen sacrificado en este palenque... (39).

Todos desconocían que Urquiza había convenido mantenerse inactivo —como lo dijera en la carta a Gelly y Obes (vid. supra nota 29)— y, por lo tanto, no debía hostilizar a los porteños y negarse “a enviar todo elemento de los muchos que podía disponer”.


”. ..Usted... ha entregado los laureles argentinos...”.

Desde Rosario, Da. Nieves S. de Castro escribió a Urquiza una carta elocuente sobre los sucesos y las dudas acerca de la conducta del vencedor de Caseros. “He sufrido tanto desde la batalla de Pavón —dice en la carta— que he estado poco menos que enfurecida” porque “la victoria incuestionable... usted la ha trocado en calamidades, entregando los laureles argentinos al pueblo malo por excelencia y enemigo... de las provincias”. En cuanto a las causas de estos hechos, “todos, sin discrepancias convienen en que sólo ha sido por perder al presidente que ha cometido usted tal decepción...”. Le aclara que las provincias “todas ya le son desafectadas. Los porteños... en el momento que puedan lo han de colgar a usted y le han de quitar su fortuna colosal... ¿Sus entrerrianos? ¡Ahí Yo misma ... les he oído murmurar contra usted, que les ha vendido a los porteños”. La Sra. de Castro es más precisa todavía: “ya se sabe de su propia boca que entre usted y Mitre están arreglados, declarando en acefalía al Gobierno Nacional, ... proscripción de Saá, el Chacho, Navarro, Allende y Nazar... Usted, señor, que es el fundador glorioso de la Constitución nos pretende hacerla pedazos por no tolerar que el presidente Derqui cumpla el período de su gobierno. Esto es increíble” (40).

Otros, ajustándose a la realidad, procuraban hallar una referencia concreta para orientarse en el nuevo orden de cosas. Tal es el caso de Nicasio Oroño quien le escribe a B. Victorica: “todos aseguran están ya ajustadas las bases de un arreglo entre el Gral. Urquiza y Mitre. La separación del Dr. Derqui de los negocios públicos parece confirmar este hecho”. Pero aún le queda una incógnita: “La cuestión sería, pues, saber qué clase de arreglo es éste, en qué se apoya... Comprometidos... por haber aventurado nuestro capital y nuestro crédito al resultado de una batalla, nos interesa sobremanera qué es lo que hay en realidad...”(41).