El misterio de Pavón y sus efectos nacionales
Los efectos nacionales
 
 
La instauración de la violencia

Entre los triunfadores existía la convicción de que se iniciaba una etapa redentora. El ministro de Guerra, gral. Juan Andrés Gelly y Obes, le manifestaba a Mitre; “Pavón no es sólo una victoria militar, es un triunfo de la civilización contra los elementos de guerra de la barbarie” (22 de setiembre de 1861) (56). Esa etapa de civilización debía alcanzarse de inmediato, sin contemplar situaciones de nadie y eliminando rápidamente todo lo que se conceptuaba rémora de nuestra estructura política o social. Realmente, el país estaba “en vísperas de sangrientos encuentros”, como informaba el ya citado diplomático francés.

En forma clara y sincera. Sarmiento expuso las líneas de un plan político nuevo. Ya había afirmado que los gauchos son bípedos de perversa condición (57). A los pocos días de Pavón escribió a Mitre; “No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tiene de seres humanos”. Agrega en otro párrafo que “Urquiza debe desaparecer de la escena, cueste lo que cueste. Southampton o la horca”. Dicta normas militares para que Mitre domine todas las provincias o provoque sublevaciones que vuelquen sus situaciones a un estado favorable a Buenos Aires. Dominar a Santa Fe para que deje de ser el azote de Buenos Aires, destruir Mendoza y convertir a San Juan en capital de Cuyo, donde él dominará. A Entre Ríos, “échele veinticuatro batallones y sublévele a Corrientes. Escríbale a los Taboadas, suscitándolos a la acción, a mostrarse en Córdoba, San Luis, etc.”. Pretende convulsionar al interior “para ponerse en actividad a las provincias”, de las que —a pesar de ser provinciano— tiene una menguada impresión: son “pobres satélites que esperan saber quién ha triunfado para aplaudir”. Este mismo desprecio le merecen los opositores y amigos del interior. En otro lugar trae a colación los sucesos de San Juan, con estas sugerentes expresiones: “Ahora que estoy justificado por la victoria, quiero descender a justificarme del cargo muy válido de haber preparado los sucesos de San Juan”. Finalmente aconseja a Mitre “quemar, ordenadamente, los establecimientos públicos de Paraná” (58).

A los cuatro días vuelve a escribirle para afirmar: “Esta escuela es la que yo prefiero, ciencia y palo”, deseándole a Mitre la gloria de “restablecer en toda la República el dominio de la clase culta, anulando el levantamiento de masas” (59). Del mismo criterio social participaba el comisionado Dr. Marcos Paz quien, no bien llegó a Catamarca, hizo imprimir el periódico La Regeneración, en el que estampó este significativo pensamiento: “En este banquete de civilización y de principios, sólo se excluyen el poncho, el crimen, la barbarie; es decir, los caudillos” (60).


Política de la “pacificación”

Después de Pavón, comenzó a ejecutarse el plan que Sarmiento propusiera a Mitre el 20 de setiembre que, sin duda, ya lo había convenido con el vencedor de Pavón. El diplomático francés L. Bécour informaba que el objetivo de Mitre era “la caída del Presidente que no quiere reconocer la disolución de la Confederación actual, y su reconstrucción bajo los auspicios de Buenos Aires, por y con el triunfo del antiguo partido unitario en todas las provincias. Si el general Mitre —continúa— no nos dijo eso en términos formales, al menos es eso lo que nos ha dejado entender muy claramente”. Debe haberle “dejado entender” mucho más a juzgar por las palabras que a continuación agrega el francés: “La ocupación de Rosario es un gran paso adelante en ese camino, porque seguramente va a provocar revoluciones en Córdoba, en San Juan, y quizá, en Mendoza y San Luis. Sin embargo es de temer que la ejecución de este plan encuentre más de una dificultad y, que el país se encuentre en vísperas de sangrientos encuentros (61). El diplomático no pudo hacer estas afirmaciones sin tener elementos verdaderos de información que le permitieran suponerlos. En la conversación con Mitre éste le debe haber dicho expresa o implícitamente cual era su plan, pues las afirmaciones de Bécour se refieren a hechos que en la realidad sucedieron. Quizás este diplomático fue el primero en conocer los propósitos de Mitre para lograr que el país adquiera “un solo color”, aun a costa “de sangrientos encuentros”.

En Córdoba una revolución encabezada por Manuel J. Olascoaga derrocó al gobierno legal de Tristán Achával, mientras éste se hallaba en campaña (12 de noviembre). Ese mismo día Mitre ocupa Rosario. Después de Cañada de Gómez, una revolución depone al gobernador de Corrientes (6 de diciembre). En esos días (10 de diciembre) llega a Córdoba el primer cuerpo del ejército porteño al mando del gral. Wenceslao Paunero, que produce nueva remoción del gobierno. Cronológicamente, estos episodios son contemporáneos al desarme de la escuadra de la Confederación y de las baterías del Diamante, dispuestos por Urquiza. Para entonces, Marcos Paz está por llegar a Córdoba, cuyo gobierno asume el 16 de diciembre y, simultáneamente, Celedonio Gutiérrez es derrocado en Tucumán después de la derrota sufrida frente a fuerzas de Taboada. Al día siguiente de la Navidad de 1861, Mitre llega a Santa Fe, cuyo gobernador —Pascual Rosas— debe refugiarse en el Chaco.

Entre los hombres de Paraná empezaba a cundir el desaliento. No era para menos: el Congreso permanecía cerrado y por todos los lugares se escuchaban alabanzas al partido porteño triunfante, tanto a sus principios centralistas como a sus hombres porque representaban el progreso, la libertad y la civilización.


La “pacificación” en Mendoza

En Mendoza, el gobernador Nazar promulgó en la provincia el estado de sitio (3.X.1861) —que ya había dispuesto el Congreso Nacional— y más tarde reconoció al senador Carlos Juan Rodríguez como representante del gobierno nacional en Cuyo (30. X. 1861). Y cuando el gobierno de Derqui ya no existía, emitió un decreto que mandaba reunir ganado y elementos para formar una división en apoyo del presidente.

Los gobiernos de Cuyo estaban alertas. Al saber que una división al mando del uruguayo Ignacio Rivas se dirigía a nuestras provincias, Saá disolvió sus fuerzas y huyó a Chile (7. XII. 1861). El liberal Justo Daract lo sustituyó en el mando de la provincia de San Luis.

Cuando en Mendoza se conocieron esos sucesos puntanos, los elencos opositores a Nazar procuraron entenderse con los triunfadores de Pavón. El 16 de diciembre la Legislatura depuso a Nazar, quien fue remplazado interinamente por el coronel Juan de Dios Videla —que, como sabemos, había sido enconado opositor de Nazar. El nuevo mandatario era “federal desteñido”—al decir de Sommariva (62)— y podía armonizar con los liberales. Videla se dirigió a Rivas para comunicarle que el pueblo había depuesto al gobernador “con lo que creía quitada la ocasión y el motivo de avanzar fuerzas” hacia Mendoza. La respuesta fue dada por Sarmiento (auditor de Guerra del ejército de Rivas) quien le dijo que marchaba in continenti sobre la provincia, con poderes para representar al general en Jefe, con objeto de conocer la verdad de los hechos y poner al pueblo en actitud de darse un gobierno. No bien llegó esta contestación a Mendoza, el cnel. Videla huyó a Chile, siguiendo el ejemplo del depuesto Nazar (63). El nuevo gobernador mendocino será Luis Molina.


El comienzo del drama

En los primeros días de enero de 1862, Sarmiento se hizo cargo de la situación de San Juan. Había llegado con fuerzas que, al mando de Rivas, le fueron facilitadas por Paunero para operar sobre Cuyo y derrocar a los gobiernos de estas provincias. Después de haber cambiado la situación política. Sarmiento fue electo gobernador de su provincia natal (16 de febrero) (64). Su actuación fue violenta. Los procedimientos del sanjuanino fueron advertidos por Paunero a Mitre. Le informaba que había mandado a Sarmiento y a Rivas para que “hagan arder de una vez a Cuyo” (65). En otra oportunidad le anunciaba que había debido “restringir (a Sarmiento)... porque tiene el furor de hacerse figura militar ante todo, y después de sus puntos de déspota jacobino, que si se le deja con la rienda suelta es capaz de convertirse en el “Carrier” de las provincias que caigan bajo su férula” (66).

Ante la hostilidad de Taboada y el avance de Paunero, el gral. Peñaloza en su carácter de Jefe del ejército del nordeste, y el gobernador Molina de Catamarca iniciarian negociaciones de paz. Antonino Taboada, acepta la gestión sólo con el objeto de ganar tiempo para que las tropas liberales puedan invadir La Rioja y Catamarca. “¿Por qué hacernos la guerra de muerte entre hermanos con hermanos? —le dice Peñaloza en forma conmovedora—, ¿Qué bien nos resulta con el exterminio por sostener pasiones mezquinas? Recapacite general y eche una ojeada sobre la lucha que sostenemos y sacará en limpio que los males... refluyen no solamente en nosotros mismos sino en las generaciones venideras que nos imitarán tan perniciosos abusos y costumbres” (67). Los movimientos del ejército pacificador” siguen dando sus frutos. Peñaloza ayuda a Gutiérrez, pero ambos son rechazados cerca del río Colorado. Respecto a las cartas de Molina y Peñaloza, Paunero dice a Mitre: “Nosotros no admitimos más condición que apretarse el gorro y largarse con viento fresco” (68). Es decir, cargar sobre ellos.

Pero en el interior aún resuena el grito de “¡Viva Urquiza!” con que mueran los gauchos federales, mientras continúan usando el cintillo punzó. Ese grito se oirá entre los llaneros del Chacho y tiempo después en los levantamientos de Varela y de Saá. Realmente, Urquiza vive: pero tranquilo en su palacio y en el gobierno de Entre Ríos. “El vencedor de Caseros prefirió confinarse en el fastuoso palacio de San José. Su época había pasado y sólo quedaban los rescoldos... los viejos caudillos habían perdido la gran bandera que los condujo a las victorias de Caseros y Cepeda” (69). Mientras tanto, mueren muchos federales que aún creen en él e ignoran su defección. Se había olvidado de todos ellos, a pesar de que antes de Pavón enrostrara a Mitre el que éste considerara “horrorosa la muerte de los hombres que se llaman decentes; despreciable la de los pueblos, la de los pobres paisanos que se sacrifican por respeto y decisión”. Mitre podía, ahora, recordarles esas mismas palabras a Urquiza y preguntarle si aún era capaz de repetirlas.