Presidencia del Gral. Justo José de Urquiza
Antecedentes
 
 

El 3 de febrero de 1852 marca la caída del gobierno de Juan Manuel de Rosas, pero fundamentalmente señala, dentro de la Historia Argentina, la expiración de una política. Se dice que Rosas actuó sin principios, llevado por sus conveniencias o por los avatares del momento en que le cupo conducir a la Confederación Argentina. Nos parece fue Rosas hombre de convicciones, no quizás librescas, pero sí fruto de una larga experiencia brindada por el contacto con el medio, y fundamentada en la sabiduría de la raza. Esas convicciones inspiraron sus actos de gobierno y fueron sostenidas aún después de Caseros, ante quienes le escribieron o le visitaron en el exilio 1.


La política de Rosas tuvo un sesgo esencialmente antiliberal. Ella estuvo asentada en un trípode cuyas columnas podrían denominarse: tradicionalismo en lo cultural, consolidación de la unidad y de la soberanía en lo político y proteccionismo en lo económico. En efecto, los rasgos primordiales de su conducta pública están dados, en materia cultural, por una defensa férrea de los valores espirituales, vernáculos. Se lo ve vigilante de una enseñanza sin contaminaciones extrañas al patrimonio de la civilización rioplatense, hispánica y cristiana, se lo ve obstruir la acción sectaria secreta y disolvente, y se lo ve apoyar las formas de vida autóctonas en sus múltiples manifestaciones. En lo político, siguiendo el pensamiento sanmartiniano 2, trató de consolidar la unidad del país y de imponer un orden frente al desquicio provocado por una era de guerras intestinas entre las democracias incipientes del interior y los grupos oligárquicos europeizantes del Puerto, y por un revolucionarismo crónico que minó toda posibilidad de ejercicio legítimo del poder. Faz de su política que no dejaron de reconocerle sus más decididos opositores 3. Dicha unidad y dicho orden tienden a resquebrajarse después de Caseros, y sólo logran ser elementalmente restablecidos por métodos implacables después de treinta años más de disensiones en que la Nación siguió dilapidando lo mejor de sus energías físicas y morales. Si en lo interno caracterizase la administración resista por su empeño en corporizar la nacionalidad y en darle solvencia al Estado, su política exterior tendió a hacer respetable la soberanía argentina por las potencias europeas más vigorosas 4. Así brega por el control exclusivo de la navegación de los ríos interiores y trata de reconstruir en lo posible el Virreinato del Río de la Plata, de cuyo soberbio perímetro habíamos perdido gran trecho en desgraciadas negociaciones inhábilmente conducidas por nuestros diplomáticos o por renunciamientos carentes de sentido de la grandeza nacional. Así vela por la integridad de las fronteras interiores que el indio acecha y por la intangibilidad de las fronteras exteriores, que los intereses extranacionales miran con codicia, y exige en lides diplomáticas trabajosas, se admitan sin cortapisas, nuestra autodeterminación materia de reclutamiento de tropas y de fijación del “jus soli” como criterio en materia de nacionalidad, entre otros principios.


En cuanto a la economía, Rosas implantó el proteccionismo merced a la ley de aduanas del año 1835, quebrando una era de política comercial librecambista. La libertad de comercio está entre las causas bien definidas del levantamiento provinciano 5. Se colmó así el anhelo del interior, cuyo artesanado, especialmente, saludó con satisfacción la medida aduanera impuesta por el gobernador de Buenos Aires 6. Línea rectora de la política económica de la Confederación fue también la solución de sus ingentes problemas financieros con entera independencia, sin apelar al socorrido empréstito externo, primera fase que preparó sujeciones a las fuerzas financieras internacionales 7.


Caseros significó el fin de Rosas, y lo que fue grave, de su política nacional en aspectos importantes. Urquiza, siguiendo ingénitas aspiraciones de poder y renunciando a seguir siendo el jefe más hábil de Rosas 8 en la lucha contra el Brasil, cuyas relaciones diplomáticas ya se habían roto, atraído por la conjunción unitario-brasileña en Montevideo, se pronunció contra el Director de las relaciones exteriores de la Confederación. Actitud del gobernador entrerriano sostenida indirectamente por intereses económicos brasileños y europeos, especialmente británicos. Los pactos que firma Urquiza, revelan que la ayuda recibida por él de las fuerzas que se coaligan contra Rosas, es muy bien pagada, en detrimento directo de la Confederación Argentina 9. A estas primeras prodigalidades ocurridas después del 3 de febrero de 1852, sucederían otras de distinta significación, que tendremos oportunidad de estimar en el curso de este trabajo.


Urquiza se dio entonces a la tarea de sancionar una Constitución para el país, medio tendiente a lograr la organización del mismo, la pacificación de los espíritus, la unidad definitiva de los argentinos. A tal efecto y desde el primer momento, se mostró dispuesto a no desdeñar el engranaje político rosista. Lo demuestra el hecho de que el enviado a las provincias para preparar el terreno para el Acuerdo de San Nicolás fuera el joven Bernardo de Irigoyen, colaborador de Rosas, y de que los gobernadores convocados al mismo fueran, en su gran mayoría, aquellos que imperaban en sus provincias durante la administración del vencido en Caseros.


Vueltos los unitarios emigrados a Buenos Aires, desde el primer momento, salvo excepciones, enfrentaron a Urquiza. Su juego había consistido en utilizar a éste para eliminar a Rosas, para, a su vez, encargarse ellos de anular al entrerriano 10. Muchos años habían clamado por una Constitución, y cuando Urquiza se aprestaba a sancionarla, se alzaron con el poder en Buenos Aires mediante la revolución del 11 de septiembre de 1852, y obstaculizaron desde allí, cuanto pudieron, al Congreso Constituyente.


El aislamiento de Buenos Aires “era la obra de un partido que conservando tradiciones vetustas del centralismo de Rivadavia, no quería entregar la, Provincia al problema de la organización nacional, sin que sus hombres públicos tuvieran la dirección suprema en los proyectos constitucionales” 11. Mostraba así la generación de los “proscriptos”, que sus designios de predominio partidista o localista, seguían postergando a la Nación. Nada los reconcilió con Urquiza. Solo Pavón satisfizo sus demandas.


La pacificación buscada con el Pronunciamiento pronto pasó a ser sólo un buen propósito. Columnas porteñas invadieron la provincia de Entre Ríos al mando de los generales Hornos y Madariaga, mientras el coronel Hilario Lagos, federal, ponía cerco a Buenos Aires, ciudad que estuvo a punto de tomar si el Comodoro Coe, que mandaba la flota sitiadora, no hubiera sido sobornado por el gobierno provincial. La unidad nacional, enérgica y astutamente impuesta, se desmoronaba merced a la libre expansión de los anhelos hegemónicos que sustentaban el grupo confederacionista por una parte, y el núcleo porteño por la otra. Encontrándose el país en estas dificultades, fue dictada la Constitución, hecha a la medida de Urquiza, de acuerdo a la expresión certera de Arturo E. Sampay 12, e inspirada en el ethos alberdiano, caracterizado, en lo institucional, por su esperanza en la receta del sistema de frenos y contrapesos de la división de los poderes, aunque con prevalencia del ejecutivo; en lo económico-social, por la evidente adhesión al neutralismo decimonónico y la solapada al librecambismo, y en la zona político-administrativa por una etiqueta federal que encubrió un vano intento de superar la dicotomía descentralización-centralización, pero que los propios resortes constitucionales resolvieron posteriormente en favor de esta última ayudados por hombres, procesos e ideologías.