Presidencia del Gral. Justo José de Urquiza
En el campo político
 
 

Sumario: 1. Elección de Urquiza. Su ministerio. 2. Actitud de Buenos Aires. 3. Nuevamente la guerra civil. 4. La “República del Plata”. 5. Se aproxima Cepeda, 6. El asesinato del Gral. Nazario Benavídez. 7. Cepeda. 8. La Convención Provincial de Buenos Aires de 1860. 9. Vida política durante la Presidencia de Urquiza.



1. Elección de Urquiza. Su ministerio


Las mismas funciones que había desempeñado Rosas, le fueron adjudicadas a Urquiza por los gobernadores de Buenos Aires, Entre Ríos y Corrientes, y el ministro de gobierno de Santa Fe, Manuel Leiva, en Palermo, el 6 de abril de 1852. Es decir, que hasta el Acuerdo de San Nicolás. Urquiza fue encargado de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina 13 y posteriormente, hasta 1854, director provisorio, por mandato de dicho Acuerdo. Dictada la Constitución Nacional, se convocó a elecciones de presidente y vice-presidente de la Nación, las que se realizaron el 1º de noviembre de 1853. Estos comicios dieron la primera magistratura a Urquiza, quien, como pudo esperarse, hizo sentir el peso de su poderosa influencia para inclinar a su favor el resultado, logrando el voto de 94 electores de los 106 que sufragaron. Solamente se votó en once provincias, ya que Buenos Aires estaba separada de la Confederación, mientras que Tucumán y Santiago del Estero se hallaban en guerra. El Congreso Constituyente, en Santa Fe, practicó el escrutinio de los votos de los electores que dio a Salvador María del Carril, unitario de nota que ahora se había acercado al vencedor de Caseros, 35 votos para la vicepresidencia, y a Facundo Zuviría, 22 votos. Como ninguno de los dos tenía la mayoría proscripta por la Constitución, el Congreso debió sufragar por uno u otro 14, brindándole el triunfo por casi unanimidad al primero, sospechándose que Urquiza incidió en la elección, por lo que Zuviría se molestó.


Urquiza constituyó el ministerio con estos hombres: Interior, Benjamín Gorostiaga; Relaciones Exteriores, Juan María Gutiérrez; Justicia, Culto e Instrucción Pública, Santiago Derqui; Hacienda, Mariano Fragueiro; Guerra, Rudecindo Alvarado. Durante su gobierno, delegó repetidas veces la presidencia en Del Carril, uno de los instigadores directos del fusilamiento del gobernador Dorrego, y cuyos manejos financieros operados mientras gobernaba Rivadavia, le valieron el mote de “Doctor Lingotes” 15.


Fueron varios los cambios ministeriales a que se vio obligado el presidente por distintos avatares, habiendo ocupado diversas carteras, Facundo Zuviría, Juan del Campillo, Luis José de la Peña y Elias Bedoya, entre otros.


Además de la elección presidencial, el Congreso Constituyente declaró federalizado todo el territorio de la provincia de Entre Ríos, con Paraná como residencia de las autoridades nacionales. El 5 de marzo de 1854 asumió Urquiza y a renglón seguido se disolvió el Congreso Constituyente. Inmediatamente el presidente convocó a elecciones de diputados y senadores, pero las cámaras recién pudieron reunirse a partir de octubre de 1854.



2. Actitud de Buenos Aires


Ya hemos expuesto cuál era la disposición de ánimo del grupo liberal porteño frente a Urquiza. Mientras en la ciudad de Buenos Aires se encargaba de ahogar los posibles arrestos del grupo resista vencido 16, fue preparada la Provincia para resistir a Urquiza en todos los terrenos. Como primera medida se decidió dictar una Constitución provincial, cosa que se llevó a efecto en abril de 1854. Por ella, Buenos Aires se atribuyó casi la mitad del territorio argentino como jurisdicción propia, pues incluía dentro de sus límites la actual Provincia de La Pampa y toda la Patagonia. Pero su disposición más importante, el artículo 1º, adjudicaba a la Provincia soberanía exterior e interior, hasta tanto no la delegara en un gobierno federal. Con la sanción de esta carta, Buenos Aires proclamaba prácticamente su independencia. El país estaba ante una nueva posible amputación. Circunstancia esta, que al parecer, el mismo Mitre temió.


De aquí su oposición a la redacción de la cláusula en el seno de la legislatura porteña 17.


Mientras tanto, acontecen hechos bélicos. Hilario Lagos, a pesar de su primer fracaso, y Jerónimo Costa, incursionan en la provincia de Buenos Aires. Derrotados en El Tala por el general Hornos, se retiran. Esto ocurre en noviembre de 1854. Se duda que detrás de Lagos y Costa estuviera Urquiza, pero existía una conjura, al menos de hecho, entre Paraná, dirigentes federales expatriados en Rosario, en Gualeguay y en Montevideo, como Antonino Reyes, y adictos federales de la campaña y ciudad de Buenos Aires, contra los autores del 11 de septiembre de 1852. El 20 de diciembre de 1854, se firma un convenio entre la Confederación y Buenos Aires, por cuyas cláusulas se dejan en suspenso los aprestos guerreros, estableciéndose una especie de statu-quo sobre la base del respeto mutuo de ambas situaciones, asegurándose amistad y relaciones comerciales normales. Este convenio fue completado por la Convención de Comercio, Unión y Amistad del 8 de enero de 1855, donde se estipuló que la separación era sólo temporaria, que ambos estados no tolerarían desmembración alguna del territorio nacional uniéndose en caso de peligro exterior, y algunas prescripciones de carácter comercial. Ambos paliativos no terminaron con las querellas 18. Posteriormente, Buenos Aires envió a Juan Bautista Peña a Paraná, con el aparente propósito de ampliar los acuerdos mencionados, pero con el secreto designio de estudiar los movimientos de Urquiza y ganar ventajas atendiendo al conflicto armado que se preveía y hasta tanto se lograra algún apoyo exterior para afrontar esa lucha. Todo parecía consistir, en ambos campos, en lograr hacer tiempo 19.



3. Nuevamente la guerra civil


A fines de 1855, el Gral. José María Flores invadió la provincia de Buenos Aires. Mitre le salió al encuentro, utilizando para ello, entre otras, una división de indios, con las que penetró en territorio santafesino. Esto produjo la denuncia, por parte de la Confederación, de los convenios celebrados en 1854 y 1855. El desenlace cruento parecía próximo.


Un grupo de federales al mando del Gral. Jerónimo Costa, emigrados de Buenos Aires y con sus nombres borrados de las listas del ejército por haber tomado parte en la insurrección de Hilario Lagos, en connivencia con la operación fallida de Flores, preparaba desde la costa uruguaya una invasión. Desembarcada la expedición en Zarate, Mitre y Conesa la coparon y deshicieron el cuerpo compuesto por ciento cuarenta hombres, fusilando a casi todos los prisioneros, sin distinción de jerarquías, inclusive al General Costa, héroe de Martín García, que dieciocho años atrás se había batido bizarramente contra los franceses defendiendo la soberanía argentina en dicha isla. Este hecho, conocido con el nombre de matanza de Villamayor, constituyó toda una extralimitación de los jefes, ya que el decreto de fusilamiento expedido por el gobierno provincial, iba dirigido sólo contra los cabecillas del intento, no obstante lo cual se dio muerte también a la tropa. A pesar de haberse abolido desde 1852 la pena de muerte por causas políticas, ello no fue óbice para que las ejecuciones se consumaran 20. Tan poco edificante acontecimiento era saludado con alborozo por Sarmiento desde la prensa porteña 21, y por su deplorable hecho, Mitre se hizo acreedor a un banquete en el Club del Progreso 22.


Las invasiones de Flores y de Costa, provocaron nuevos distanciamientos entre Urquiza y Buenos Aires. Esta provincia acusaba a la Confederación como instigadora de tales movimientos. Urquiza, por su parte, negaba haberlos apoyado y fustigaba la penetración de Mitre en territorio santafesino. Lo cierto es que el país retrocedía al caos del período 1820-1835.


En las provincias, los “trece ranchos” según expresión sarcástica de los liberales porteños, se produjeron también serios levantamientos. Ya en 1853, Santiago del Estero y Tucumán habían sostenido refriegas dadas las querellas entre Celedonio Gutiérrez, gobernador de esta última, y los Tabeada, Manuel y Antonino, caudillos en Santiago.


En Corrientes, Nicanor Cáceres se había sublevado a fines de 1854 y comienzos de 1855, incitado, según algunas fuentes, por Urquiza, pues el gobernador Pujol no era de su total confianza. En San Juan, la agitación fue casi constante en el periodo 1854-1860. Esta provincia se constituyó en el teatro constante de la intriga sembrada por los liberales porteños, los que encabezados por Sarmiento, deseaban hacer de San Juan la base necesaria en el interior para imponer su ley a las provincias 23. En 1856 se derrocó al gobierno de Santa Fe de José María Cullen, quien fue sustituido por Juan Pablo López con el asentimiento y la ayuda de Urquiza. Jujuy y La Rioja vivieron también momentos de trastorno 24. Durante su mandato, Urquiza apeló a la intervención federal siete veces: Santa Fe (1856); La Rioja, Santa Fe, San Juan y Jujuy (1857); San Juan (1858) y Mendoza (1859) 25. La que habría de ser arma habitual de casi todos los gobiernos centrales del futuro, comenzó a funcionar invariablemente con el primero luego de la sanción de la Constitución. Tuvo necesidad de ello, pues el país unido y apaciguado de la última etapa de la larga administración resista, era nuevamente teatro de discordias y odios 26.



4. La “República del Plata”


La élite porteña comenzó a dar muestras de impaciencia dada la imposibilidad transitoria de eliminar a Urquiza. La postergación que sufrían las pretensiones de imponer su hegemonía sobre el resto del país, los llevó nuevamente a caer en actitudes reprochables. Fue así como en un artículo aparecido el 9 de diciembre de 1856 en “El Nacional”, diario dirigido por Sarmiento, el entonces Coronel Mitre proponía segregar a Buenos Aires y formar con ella un ente independiente: “La República del Plata”. “Constitúyase Buenos Aires en nación, proclamando para lo futuro el principio de la libre nación” 27, decía Mitre. Y Sarmiento, que comentaba el escrito, se expresaba así: “La República del Plata”. ¿Cuál es esa misteriosa revelación? Es un secreto a voces, es un hecho que todo lo ilumina como el sol y que, por lo mismo, nadie se ha detenido a contemplar: es la nacionalización del Estado de Buenos Aires, es la República del Río de la Plata con la antigua bandera de la República Argentina; es la tradición del gran partido de los principios, que tiende a convertirse en hecho definitivo y permanente” 28. Mitre lo volvía a proponer en el diario “Los Debates”, el 9 de julio de 1857. La actitud separatista que comentamos, era apoyada por Brasil, que siempre buscó minar la eventual potencialidad de su contrincante en la disputa por el liderazgo en América Latina. Vencido por nosotros en los campos de batalla, pero generalmente vencedor en el terreno diplomático, aprovechando la coyuntura de nuestras disensiones o la falta de visión de algunos argentinos, estaba empeñado en lo que hubiera constituido su obra maestra: la irreparable división de la nacionalidad argentina 29.



5. Se aproxima Cepeda


A la idea de Mitre y Sarmiento comentada, se unió otra de la creación de Juan Carlos Gómez, oriental colorado, quien desde Buenos Aires preconizaba la unión de Uruguay y la provincia de Buenos Aires bajo el rótulo de “Estados Unidos del Plata”, usando de vehículo de propaganda para su propósito el diario “Tribuna” de los Varela, siendo éste el primer paso para la reconstrucción de las Provincias Unidas del Río de la Plata en el marco del ex-Virreinato. Gómez era tan enemigo de Brasil, a quien no le perdonaba sus repetidas violaciones de la soberanía uruguaya, como de Urquiza, en quien veía a un nuevo “tirano”. Con el plan mencionado de reintegración de la Banda Oriental al hogar común, volvió a su tierra donde gobernaba Gabriel Antonio Pereyra 30. Este, que no participó de tales entusiasmos de confederación rioplatense y mucho menos simpatizaba con el gobierno porteño de Valentín Alsina, que apoyaba a Gómez, decidió el destierro del General César Díaz, que conspiraba en unión con aquél. El mencionado militar, desde Buenos Aires, y con el aval militar y moral del gobierno de Alsina, invadió la Banda Oriental, por lo que Pereyra solicitó ayuda al gobierno de la Confederación y al Brasil. Aunque sin tal ayuda pudo sofocar la invasión en el Paso de Quinteros (enero de 1858), luego de cuya acción, el general oriental Anacleto Medina, hizo pasar por las armas a ciento noventa y dos prisioneros entre jefes y soldados 31. Urquiza había preparado un contingente para el sostenimiento de Pereyra, que por lo expuesto no tuvo necesidad de actuar 32, siendo su propósito urdir compromisos con potencias extranjeras para atender la guerra inminente con Buenos Aires que se preanunciaba. Así, decidió enviar a Luis J. de la Peña al Brasil, para lograr el concurso de este país en su futura lucha. Urquiza había sido instado para proceder en este sentido, desde París, por Juan B. Alberdi 33. De la Peña llevaba instrucciones para gestionar una alianza entre Uruguay, Brasil y Argentina, con el objeto de anexar Buenos Aires a la Confederación. Pero la misión fracasó por la interposición de Inglaterra: “Neutralizado Uruguay y asegurada su independencia, a Inglaterra sólo le interesaba que los asuntos argentinos siguiesen como estaban o que se arreglasen por sus exclusivos resortes; una situación de guerra podía conducir a alianzas que amenazaran el equilibrio piálense. Por otra parte, el oportuno arreglo de la deuda inglesa hecho por Buenos Aires, hacía que Inglaterra mirase con cierta simpatía a esa provincia” 34.


Estas coaliciones con las potencias extranjeras, al uso de las llevadas a cabo contra Rosas, no podían sino significar mayores desgracias para el patrimonio y la soberanía nacionales. Así lo reconoce el mismo Cárcano 35. Y así también ocurrió esta vez. Pues a cambio de la nueva alianza, con Brasil contra Buenos Aires proyectada por Urquiza, terminada en un fiasco como se ha dicho, éste concedió la ratificación por el Congreso de la Confederación de los tratados celebrados con el Imperio meses antes, y que como se verá más adelante, representaron un grave detrimento de los intereses nacionales.



6. El asesinato del Gral. Nazario Benavídez


Un hecho insólito habría de aproximar la mecha. El Gral. Nazario Benavídez, uno de los caudillos más prestigiosos del interior, había gobernado a San Juan por largo espacio de tiempo. Hacia 1857 se desempeñaba como jefe militar de la zona oeste de la Confederación, mientras San Juan era gobernada por el doctor Nicanor Molinas en calidad de interventor federal. En ese mismo año éste llamó a elecciones y entre las fracciones participantes, una liberal y otra federal, pareció favorecer a aquélla, siendo consagrado gobernador Manuel José Gómez, quien junto con su ministro Saturnino María Laspiur, simpatizaba abiertamente con los hombres y la línea política de Buenos Aires. Benavídez, que había asistido a la lucha comicial como candidato federal, fue tomado preso, acusado de promover una revolución, pero sus numerosos partidarios decidieron asaltar la cárcel y liberarlo. Aquél rechazó el gesto de sus seguidores con ánimo de evitar todo derramamiento de sangre. Tiempo después, los soldados que lo custodiaban lo ultimaron a balazos en la misma cárcel. Sus despojos fueron arrojados a la calle, salivados, pisoteados y sableados. La noticia del asesinato de tan relevante figura fue “estruendosamente celebrada en Buenos Aires” 36, especialmente por Sarmiento desde “El Nacional” y por los Varela desde “Tribuna”. Estos diarios habían sostenido la necesidad de eliminar a Benavídez, de manera particular el dirigido por Sarmiento 37 Urquiza desaprobó el proceder de los que respondían a las instancias del partido liberal porteño, y las provincias comenzaron a presionar al gobierno de la Confederación para que apelara a la fuerza contra quienes parecía se proponían una tarea de exterminio de los jefes federales. Mientras tanto, en Buenos Aires, los autores materiales y morales del asesinato de Benavídez eran obsequiados con un álbum. Entre los firmantes aparece el Gral. Mitre 38.



7. Cepeda


Las luchas fronterizas habían continuado durante todo el año 1858. Se hacía inminente el choque del grueso de las fuerzas. Al asesinato de Benavídez se unía un nuevo factor que acrecía las discordias. La proximidad de la expiración del mandato presidencial de Urquiza, hacía que los aspirantes a la primera magistratura fueran preparando su camino. Estos candidatos eran Salvador María del Carril, muchas veces vice-presidente en ejercicio de la presidencia, y Santiago Derqui, ministro del interior. Ellos dificultaron cuanto pudieron un posible acuerdo con Buenos Aires, teniendo en cuenta que el arreglo podía dar por tierra con sus ambiciones si surgía un candidato porteño 39. Aunque otra opinión manifiesta que era Derqui quien atizaba la desavenencia, mientras del Carril confiaba que un arreglo pacífico podía convertirlo en candidato admisible para la Confederación y para los liberales porteños, poniendo en juego su calidad de viejo unitario expatriado y con méritos acumulados desde la época de la “Carta de Mayo” sanjuanina de 1825 40.


En mayo de 1858, el gobierno de Paraná organizó un monumental desfile militar, con lo que trató de intimidar al gobierno rebelde de Buenos Aires 41. Pero todo fue inútil, pues los porteños no parecieron acusar el impacto, mientras Urquiza no se sentía seguro de triunfar. Por ello buscó la alianza con Paraguay. Aprovechando que el país hermano se hallaba en conflicto con Estados Unidos, según se verá más adelante, decidió mediar. Personalmente entrevistó en Asunción al presidente Carlos Antonio López, y además de gestionar la solución del diferendo, le solicitó ayuda para su inminente guerra con Buenos Aires. Pero como López exigiera concesiones territoriales en la zona del Chaco que Urquiza sólo admitió limitadamente, la gestión no prosperó 42. A pesar de que obtuvo zanjar la cuestión paraguayo-norteamericana, Urquiza no consiguió la ayuda esperada. Una tratativa ulterior de Luis José de la Peña en Asunción, logró la promesa del préstamo de algunos buques menores para transporte de tropas, oferta que luego no se concretó tampoco, porque creyendo López que Urquiza sería vencido, no veía asequible la contrapartida de un tratado de límites que le asegurara la posesión del Chaco apetecido. A pesar de que de la Peña accediera a que la Confederación se desprendiera de territorios de las actuales provincias de Chaco y Formosa a favor del Paraguay 43.


En estas circunstancias, intervino el Ministro de los Estados Unidos, Mr. Benjamín Yancey, como mediador entre la Confederación y Buenos Aires, siendo aceptado en este carácter por Urquiza. Mas Buenos Aires impuso como condiciones para llegar a un acuerdo el abandono de la vida pública por parte de Urquiza durante seis años, además de la disolución del Congreso de Paraná y la reunión de una convención nacional con participación de todas las provincias, incluso Buenos Aires, que sancionaría una nueva Constitución. Estas exigencias, transmitidas por el propio gobernador Alsina, y después por los comisionados Vélez Sársfield y Mármol, fueron consideradas inaceptables por el propio Yancey, especialmente la primera, y ello llevó al fracaso de la gestión. Dos nuevas tentativas, que partieron primero de Brasil, Inglaterra y Francia, y posteriormente del Paraguay, en este último caso por intermedio del hijo del presidente guaraní, Francisco Solano López, se frustraron también. Aunque éste, luego de Cepeda, veremos, logró interponer sus buenos oficios en pos de la paz mediante cuya influencia se alcanzaría 44.


Las tropas de la Confederación y de Buenos Aires chocaron pues en Cepeda. La dudosa capacidad militar del Gral. Mitre cedió ante la experiencia mayor de Urquiza 45. Corría el mes de octubre de 1859. Luego del triunfo, Urquiza proclamó generosamente al pueblo porteño: “Vengo a arrebatar a vuestros mandones el poder con que os conducen por una senda extraviada, para devolvéroslo”. Era lo menos que se esperaba: un cambio total del elenco gobernante de Buenos Aires, a quien se le imputaba retrasar la hora de la unidad nacional y del acatamiento a la Constitución del 53. Pero Urquiza, al par que, valido de la mediación del hijo del presidente paraguayo, Francisco Solano López, aceptaba discutir la paz con el gobierno del recalcitrante Valentín Alsina, solo exigió finalmente la separación de éste, dejando intacto el mecanismo liberal, circulo de hombres que según el mismo Urquiza, “ejercía el poder en su provecho” 46. Así se llegó al Pacto de San José de Flores, rubricado el 11 de noviembre de 1859 y cuyas cláusulas fundamentales pueden sintetizarse así: a) Buenos Aires se reintegraba al seno de la Confederación; b) una asamblea provincial bonaerense examinaría la Constitución de 1853 y propondría las reformas que considerase menester, o bien aceptaría lisa y llanamente el texto de Santa Fe sin modificaciones; c) las eventuales propuestas de reformas serian sometidas en su oportunidad a la consideración de una convención nacional ad-hoc debiendo la provincia de Buenos Aires acatar lo que ésta resolviese; d) el gobierno federal tomaba a su cargo la Aduana de Buenos Aires, y a cambio de ello, aseguraba a la provincia el mantenimiento de su presupuesto por cinco años; e) el ejército de la Confederación evacuaría el territorio de Buenos Aires; f) los oficiales porteños que habían sido dados de baja desde 1852 y había servido en la Confederación, debían ser restituidos al goce de su situación militar y residir donde lo creyeran conveniente 47. Inexplicable resultaba el respeto que Urquiza hacía de sus enemigos liberales, más incomprensible aún para sus aliados los federales porteños que le habían acompañado en Cepeda y que aspiraban a una mutación total de la situación política de Buenos Aires.



8. La Convención Provincial de Buenos Aires de 1860


En cumplimiento de lo pactado en San José de Flores, debía reunirse la Convención provincial de Buenos Aires a fin de proponer o no reformas a introducirse a la Constitución de 1853. Dichas proposiciones si se formulaban serían consideradas por una Convención nacional ad-hoc, según se ha referido.


La elección de convencionales provinciales se realizó el 25 de diciembre de 1859. Se presentaron dos grupos: el Club de la Paz, cuyos más conspicuos representantes eran Vicente Fidel López, Marcelino Ugarte, Bernardo de Irigoyen, Lorenzo Torres, el Gral. Escalada, José Manuel Estrada, Miguel Cañé y Miguel Navarro Viola; y el Club Libertad, donde militaban Vélez Sársfield, Valentín Alsina, Mitre, Pastor Obligado y Sarmiento. Los primeros anhelaban que la Constitución de 1853 no fuera discutida, con el objeto de evitar un debate que hubiera podido acarrear nuevas disensiones y perturbar la marcha hacia la unidad nacional. El Club Libertad, en cambio, quería debate, resistiéndose a aprobar una carta constitucional de origen provinciano. Prevaleció el parecer de esta facción, pues obtuvo mayoría en las elecciones 48, con fuerte presión del ejército cuya jefatura tenía Mitre. Primera ocasión en que los amigos de Urquiza en Buenos Aires soportarían las derivaciones de la actitud inconsecuente del triunfador de Cepeda después de su victoria 49.


La Convención provincial inició sus deliberaciones el 5 de enero de 1860 y finalizó su labor el 12 de mayo del mismo año. Rivarola afirma que la lentitud con que se trabajó 50, se debía a que los convencionales trataban de lograr que la Constitución rigiera en todo el país sólo después que Urquiza terminara su mandato constitucional 51. En cambio Rosas opina que los móviles eran más prácticos: tratar de demorar la reunión de la subsiguiente convención nacional ad-hoc para dilatar la reincorporación de Buenos Aires, y con ello retener para ésta la Aduana y el ejército, lo que posibilitaba rehacer las fuerzas de guerra provinciales con vistas a un ulterior enfrentamiento con la Confederación de más alentador resultado que el de Cepeda 52.


Luego de sesionar más de cuatro meses, se proyectó un conjunto de reformas a la Constitución Nacional en general meramente accidentales, en cuanto que las mismas respetaban lo sustancial de la Constitución sancionada en Santa Fe, especialmente todo aquello que significaba un calco perfecto de la vigente en los Estados Unidos 53. A este respecto dijo Vélez Sársfield: “La Constitución (la de los Estados Unidos) ha hecho en setenta años la felicidad de un inmenso continente. Los legisladores argentinos la tomaron por modelo, y sobre ella construyeron la Constitución que examinamos; pero no respetaron ese texto sagrado, y una mano ignorante (la de Alberdi) hizo en ella supresiones o alteraciones de grande importancia, pretendiendo mejorarla. La Comisión no ha hecho sino restituir el derecho constitucional de los Estados Unidos en la parte que se veía alterado” 54. Se perdía así una nueva oportunidad para adecuar el texto constitucional argentino a la realidad socio-cultural del país.


En sus lineamientos fundamentales, la reforma perseguía afianzar el federalismo de la Constitución. Así, el art. 2º ya no designaría directamente a Buenos Aires como capital, sino que ello sería del resorte del Congreso previa cesión del territorio a federalizarse por la legislatura de la provincia a que perteneciere; se le quitaba al Congreso nacional la facultad de aprobar las constituciones provinciales, de intervenir las provincias en caso de violación del orden interno sin requerimiento del gobierno de ellas, y de restringir la libertad de imprenta o establecer sobre la misma la jurisdicción federal; se exigió a los diputados y senadores nacionales residencia en las provincias que los elegían; también se le privó al Congreso la facultad de juzgar a los gobernadores provinciales; los impuestos a la exportación sólo serian nacionales hasta 1866. No han dejado de señalar algunos autores que los ex-unitarios, por esas paradojas que abundan en nuestra historia, se esmeraban por dar especial relieve y acentuación al federalismo de la Constitución 55.



9. Vida política durante la presidencia de Urquiza


El hecho de Caseros significó un resquebrajamiento de las dos tradicionales fuerzas políticas argentinas. Federales y unitarios, estos últimos en adelante más bien diferenciados como liberales, se dividieron, y unos pasaron a colaborar con el federal Urquiza, mientras que otros quedaron en Buenos Aires para oponerse a aquél, formando una no muy coherente alianza contra el entrerriano y su Confederación. En el nuevo federalismo urquicista habrían de convivir viejos y conocidos federales como Tomás Guido, Vicente López y Planes, Nazario Benavídez, Celedonio Gutiérrez, Hilario Lagos, Lucio V. Mansilla, Bernardo de Irigoyen, y tantos otros, con reconocidos unitarios como Salvador María del Carril, Vicente Fidel López, Juan María Gutiérrez. Juan Bautista Alberdi, Santiago Derqui, Facundo Zuviría. etc. En Buenos Aires se observó a algunos federales de calibre como Lorenzo Torres, los generales ángel Pacheco y José María Flores, Nicolás Anchorena, Pastor Obligado, Manuel G. Pinto y otros, hacer causa con los liberales en defensa de los fueros de Buenos Aires frente al entrerriano, que quería darle la ley al orgulloso puerto, como se vio durante las jornadas del sitio de Buenos Aires por Hilario Lagos en 1852. Pero el partido que fue lentamente adueñándose de la situación fue el de los ex-unitarios, ahora, como se ha dicho, convertido en partido liberal, fuerza que sufrió una división entre conservadores y progresistas. Aquellos, un Félix Frías, un Irineo Pórtela, un Carlos Tejedor, un Estévez Seguí, un Navarro Viola, aunque liberales, practicaban un anti-urquicismo moderado, proclive a algún arreglo pacifico, caracterizándose además por su espíritu de respeto a la tradición católica. Los progresistas, con Mitre, Sarmiento, Valentín Alsina, Vélez Sársfield, Rufino de Elizalde, extremaban su oposición al régimen de la Confederación, y su filosofía, en muchos casos inflamada por el sectarismo de las logias secretas, estaba divorciada de esa tradición 56. Hacia 1855 se observaba que mientras los progresistas esgrimen el apoyo del ejército, pues Mitre y Hornos son jefes militares de primera magnitud y ambos responden a esa tendencia, los conservadores deben apelar a las clases populares, todavía rosistas, o a federales conspicuos como Lorenzo Torres, hábil político, o a militares federales como Jerónimo Costa, Hilario Lagos o José María Flores. De esta manera buscaban imponerse en las bravas elecciones de la época, o conspiraban contra el creciente poderío de la fracción progresista, y a este respecto debe decirse que las invasiones de los tres últimos contaron con la complicidad conservadora.


Pero ambos grupos serían conocidos en la historia con otros aditamentos. Mientras los conservadores serian motejados por sus adversarios de “chupandinos”, por su afición a comer y libar en reuniones prolongadas, según lo expresaban desde los diarios “Tribuna” y “El Nacional”, los progresistas eran calificados desde “La Prensa” de Monguillot como “pandilleros”, palabra que aludía a su número reducido de adherentes como a los tortuosos procedimientos políticos de que hicieron gala 57.


En marzo de 1856 hubo elecciones de diputados provinciales, importantes como las de marzo de 1857, pues significaban la renovación de la legislatura de Buenos Aires que habría de elegir a un nuevo gobernador. En aquéllas, los progresistas formaron el Club Guardia Nacional, donde Mitre hizo reparto de armas para asaltar las mesas. Pero los conservadores, nucleados en el Club del Pueblo, resistieron el día de las elecciones el ataque adversario, y pudieron triunfar, aunque a costa de fraude según denunciaba Sarmiento 58.


Refiere Enrique de Gandía que el 30 de marzo de 1856 “las votaciones se realizaron entre peleas campales. Las mesas fueron asaltadas y hubo muertos y heridos” 59. El 29 de marzo de 1857, se efectuaron nuevas elecciones. Se presentaron nuevamente “chupandinos” y “pandilleros”, aquéllos en el llano y éstos en el gobierno que trataban de conservar. Durante el año anterior se había asistido a un imponente cruce de epítetos entre Sarmiento, que se despachaba desde “El Nacional”, y Nicolás A. Calvo, quien lo hacía desde el opositor “La Reforma Pacífica” donde escribían plumas como las de José Hernández y Ovidio Lagos 60. La lista oficialista es la que finalmente se impone, merced a un escandaloso proceso electoral. Se apeló a todo: el crimen, los asaltos, el insulto, la fabricación de padrones electorales, etc. “La Reforma Pacifica” se refería a los desmanes de “la mazorca de Mitre” y llegaba a motejar a Pastor Obligado como “el Nerón argentino”. Sarmiento se jactaba de haber violado la voluntad de sus conciudadanos en una carta dirigida a Domingo de Oro el 17 de julio de 1857 61.


Mientras tanto, en Paraná, se sancionaba la primera ley electoral nacional, que lleva el Nº 140. Por los artículos 2º y 7º se establece el sufragio universal. Triunfa así la permanente tendencia del partido federal, que con Urquiza predomina en la Confederación. Las ideas de Sarmiento, Alberdi, Echeverría y Juan María Gutiérrez, partidarios del voto calificado por razón de la posición económica, social o intelectual, no prosperaron 62. El art. 24, inciso 2º dispone que el voto fuera público. Debe decirse que eran pocos los países donde se había implantado el voto secreto. Finalmente, el art. 27 consagra el sistema de lista completa para elegir diputados y electores de presidente y vice-presidente. Este sistema permitió el entronizamiento y la su pervivencia de una mayoría oficialista absoluta sin ningún control en la Cámara de Diputados de la Nación durante más de medio siglo 63.


Ya en 1858 comienza la puja en la Confederación por lograr la próxima presidencia. La Constitución sancionada no admitía reelección y Urquiza debía resignar el mando. El primer gran candidato fue Juan B. Alberdi, representante diplomático en Europa, inspirador del texto constitucional vigente, hombre de confianza de Urquiza, y avalado al parecer por éste en principio. Pero como el vicepresidente del Carril aspiraba a la nominación, buscó la oportunidad de hacer naufragar la candidatura de su adversario. Lo logró cuando el gobierno de la Confederación rechazó el tratado con España firmado por Alberdi 64. Esta circunstancia debilitó el prestigio del tucumano y su candidatura se esfumó.


Se perfilaron así las candidaturas de Derqui, apoyado por hombres del interior de filiación federal como Benavídez, y de del Carril, con más resonancia en los círculos liberales, y en quien se creía ver un elemento que podía ser grato a los porteños si lográbase la unión con Buenos Aires 65. Otras influencias le sugerían a Urquiza la inmediata reforma de la Constitución que permitiera su reelección 66, mientras Alberdi, descartado, le sugería lo mismo pero convenientemente enmascarado: “¿Quién podría desear con más sinceridad que yo que Vuecelencia continuase en la presidencia por uno o dos períodos más? Baste decir que yo considero una desgracia el que la Constitución no lo permita. Si cuando yo escribía el proyecto en Chile, hubiese estado seguro que Vuecelencia sería electo presidente, no me habría atrevido a proponer el principio de no reelección... Y justamente porque deseo que Vuecelencia prosiga a la cabeza del gobierno por muchos años, yo celebraría que Vuecelencia no aceptase una reelección que podría considerarse como revolucionaria... Voy a permitirme expresar a Vuecelencia la combinación que a mí ver, sería de preferir... El influjo de Vuecelencia podría hacer recaer la elección de presidente, en un vecino honrado, militar o civil, aunque no fuese conocido sino como hombre honesto, ya fuese de Entre Ríos o de otra provincia argentina... Yo no excluiría de ese rango a un simple coronel, a un simple hacendado. Dirían tal vez que esa elección era una farsa para cubrir la retención del poder real y afectivo en manos de Vuecelencia. No importa que lo dijesen. En la misma ficción no podría dejarse de reconocer un homenaje de respeto tributado por Vuecelencia a la ley fundamental... Bajo el gobierno de ese presidente constitucional se procedería a la reforma de la Constitución, aunque fuese antes de los diez años, si así lo requería un interés supremo de la patria... Al tiempo de hacer la reforma, se podría establecer el principio de la reelección del presidente. Una vez proclamada de nuevo la Constitución revisada, se procedería naturalmente a elegir nuevo presidente, y Vuecelencia podría volver al poder por doce años más llamado por todos los prestigios de la gloria y la legalidad... Si me equivoco en la idea que me permito someterle, ruego a Vuecelencia se sirva perdonarme y no ver otra cosa en mi sugestión que el interés patriota y amistoso que me la inspira” 67.


Urquiza desecharía estas sugestiones. Y entre Derqui y del Carril se decidió por el primero, luego de los graves sucesos y firmeza de San Juan, dado que el último fue culpado por no actuar con prontitud en resguardo de la vida de Benavídez, inmolada por el liberalismo sanjuanino, con quien no dejaba de simpatizar del Carril 68. Habiendo éste perdido toda posibilidad por falta de apoyo del arbitro, ciertos gobernadores de tendencia liberal como Taboada de Santiago del Estero y Marcos Paz de Tucumán, se movieron por la candidatura del gobernador de Córdoba, Mariano Fragueiro, también de filiación liberal, pero el intento no cuajó, pues el resto de los electores pertenecientes a las demás provincias, excepto loa de Jujuy, votaron por Derqui. La influencia de Urquiza fue decisiva 69. El general puntano Juan Esteban Pedernera obtuvo la vicepresidencia.


El federalismo rosista es objeto en esta época de una cruda actitud revanchista. “Nada les detiene en la empeñosa brega. Con una impavidez que desconcierta, para extirpar toda posibilidad de esclarecimiento o justificación incineraron ostentosamente millares de documentos oficiales que pudieron servir a aquel propósito” 70. Se continuó luego con los bienes de Rosas, confiscándolos. Así lo estableció un decreto del Poder Ejecutivo de la provincia de Buenos Aires del 16 de febrero de 1852. Pero Urquiza, luciendo una hidalguía que le honra manifiestamente, derogó este decreto por resolución del 7 de agosto de 1852 71. Aquí no paró la cosa, pues separada Buenos Aires de la Confederación, aquélla, por ley del 29 de julio de 1857, volvió a confiscar dichos bienes, declarando a Rosas traidor a la Patria 72. Y en cumplimiento del art. 2º de la misma ley, fue sometido a proceso criminal ante los tribunales ordinarios de Buenos Aires, siendo condenado en 1862 a la pena de muerte con calidad de aleve. Rosas reclamó por estas actitudes publicando una protesta en tres idiomas que hizo circular convenientemente 73.