Cartas confidenciales de Sarmiento a Manuel R. García /1866-1872
Cartas de Sarmiento de 1867
 
 
Legación Argentina de los Estados Unidos


Nueva York, abril de 1867.


Señor don Manuel García.


Mi estimado amigo: su cartita última me repetía los rumores de la prensa de Buenos Aires sobre mi regreso y probables consecuencias, dándole esto ocasión de felicitarme y compadecerme a la vez.

No fuera para menos si el hecho fuese real. Con motivo de la muerte de mi hijo y algunos actos dudosos en que creí leer descontento o desestimación de mi conducta pedí un congé, para ir a Buenos Aires que me fue concedido; pero luego sobrevino la revuelta del interior, y lejos de pensar en volver, traté de buscarme patria y medios y objeto para la vida. Ambas Américas, que le envío, tienen ese origen. Su carta, pues, ponía el dedo en todos los puntos sensibles y de ello le hablaré largamente.

Mucho importaría para nuestro país que el público tuviese las ideas con que usted me favorece, creyendo que he debido estudiar de cerca el juego de las instituciones republicanas y llevar al gobierno de nuestro país el fruto de tan fructuosa experiencia. Las sociedades no se gobiernan sino por influencias morales, tales como Pitt, Washington, Peel, Roussel, etc., los napoleones con la fuerza por pedestal han cuidado siempre de revestirse desprestigios morales. Un Napoleón imbécil es un contrasentido; y si no pueden como Alejandro proclamarse hijos de Júpiter, Amnon, o de Venus como César; se llaman hijos del Destino.

Nuestra república embrionaria necesitaría más que otra alguna de estas fuerzas para salir del caos. Mucha pretensión de mi parte seria admitir que puede caberme la suerte o la desgracia de representar esa necesaria influencia moral, constitucional, legal, revolucionaria; pero he hecho por lo menos grandes sacrificios para no deshabilitarme del todo.

Me separé de Urquiza al día siguiente de la victoria por esta causa. Por la misma vino usted solo a los Estados Unidos. Acaso por la misma estoy aquí ahora. Por ella principalmente dejó de ser popular o no quiero serlo entro los hombres de mi partido. Usted quizá ignora el disentimiento que ocurrió siendo gobernador de provincia con el gobierno nacional sobre estado de sitio. Le mando un ejemplar de un curioso rapprochement que he hecho de las doctrinas sostenidas entonces por ambos, ahora que dos provincias han sido destruidas por los mismos a quienes yo contuve y escarmenté entonces y alentaron a nuevas tentativas las laxas doctrinas y conducta de mis oponentes.

Aquellos principios que me guiaron en todos los actos de mi vida, los encontré aquí confirmados en la práctica del gobierno de los Estados Unidos y en el asentimiento de los doctos. El movimiento de opinión que usted observa en la prensa argentina en mi favor parece indicar que empiezan a hacer justicia a la sinceridad del propósito y a la utilidad y solidez de la doctrina. Sentiría, sin embargo, que me forzasen (nada hay que lo haga creer) a tomar parte en la política militante actual. Fin de período gubernativo sería envuelto en las dificultades inevitables y descrédito de una administración que concluye, acaso sin haber dado tiempo a la opinión de formarse, en favor de un nuevo orden de cosas.

Esto es lo prospectivo como dícese por acá. Vamos a lo real, Ambas Américas. Su lectura le dará mucho placer, estoy seguro, y acaso pena al contemplar la magnitud de la obra y la pequeñez del instrumento. Lanzar la América entera en esta vía, valdría como éxito, más que ser presidente de una fracción. Lo he emprendido, sin embargo, Dios sólo sabe lo que es dado alcanzar, cuando se trata de empujar al bien a su pobre humanidad.

Las palabras de M. Laboulaye, nuestro amigo, que me transmite, vienen en momento oportuno. Lea la sección Correspondencia, donde he consignado otras. Lea sobre todo la petición a la legislatura de Massachusets en que Sumner, Buttle y Bank los jefes del partido radical; Hill, Emerson, Wasbburn los pioneers de la educación reproducen conceptos de usted y de Laboulaye para apoyar en ellos la solicitud. He escrito a M. Mann que envíe a M. Laboulaye la biografía completa y las obras de Mann, a fin de que conozca más a fondo que lo que he podido suministrarle en la esquisse, la vida de este gran reformador. Tocábale a un hombre como Laboulaye el honor y la tarea de proclamarlo bienhechor de la humanidad desde lo alto de la tribuna de la Universidad de Francia.

Cuide usted de manera lo que a este respecto diga o escriba, que tendrá un lugar preferente en Ambas Américas, pues el nombre de M. Laboulaye, como él mismo lo reconocía en una carta que escribía a una señorita norteamericana, tiene en la América del Sur una grande influencia. No es difícil que Basnord, Hill, Gould, Wasbburn, Otis Haven, presidentes de varias universidades aquí o profesores eminentes, me ayuden en la obra de Ambas Américas con sus nombres y escritos, ya que desde ahora cuento con sus simpatías. Si a éstos pudiera agregar el de Laboulaye, el pleito estaría medio ganado, ante la opinión de nuestros países sensibles siempre, a los prestigios de la ciencia bien intencionada.

Tengo la más profunda fe en la aptitud de nuestros pueblos para seguir el camino que tales influencias le señalan; usted recuerda el cumplido éxito de mis esfuerzos en Buenos Aires para difundir la educación. Las dificultades estuvieron siempre de parte de los hombres educados (¡mal!); el pueblo siempre pronto. Hoy está toda la campaña sembrada de magníficos edificios de escuelas que la culta Francia le envidiaría, como me lo decía el geólogo Bravard, al ver la Modelo, pues él había construido muchísimas como ingeniero. Todo aquello es obra de humilde juez de paz. Vea la sección Movimiento de escuelas en Ambas Américas. ¿El de Buenos Aires es único en la del Sur? ¿De dónde viene este repentino resurgimiento? Del libro Las escuelas base de la prosperidad, etc., repartido a seiscientos ejemplares. Al día siguiente de acabarlo de leer, todas las municipalidades se pusieron a construir edificios y dotar escuelas. En la colonia Suiza (Baradero) sobre 500 habitantes había 116 niños en la escuela, es decir, la mayor proporción que han alcanzado los Estados Unidos. ¿Por qué desesperar?

La dificultad sólo está en hacer leer Ambas Américas, a los que dirijan la política y creen saber algo.

La frase de Laboulaye, si pudiera ir a los Estados Unidos sería, créamelo, para ir a la escuela, solo él puede pronunciarla como lo habría hecho uno de los antiguos sabios de la Grecia.

Le encargo buscarme subscriptores entre los argentinos y chilenos. Todo trigo es limosna. Tan impopular es en América, el remedio, que dudo que en 15 repúblicas y 20 millones de hombres encuentre base para pagar la imprenta.

Desea usted saber cómo va la política aquí. Sería un precioso trabajo exponerla. La lucha entre el presidente y el congreso terminó en la sesión del XXXIX. El congreso XIL, ha querido en vano realentarla. El presidente ha triunfado moralmente, como Pringles en Chancay. ¡Honor a los vencidos! El congreso ha llevado a término la revolución, llenando el espíritu y objeto de la constitución, contra la letra y lo dispositivo de la constitución. Recuerda usted las palabras de la Declaración de la independencia, que los hombres han nacido iguales. La esclavitud subsistía sin embargo. Destruida ésta por la guerra, el presidente, terminada de hecho, declaró el sur en la situación normal que la constitución reconocía: pero el sur, como los Estuardos y Carlos X, sostenía la jurisprudencia antigua, no obstante la reforma de la constitución hecha por la guerra. El congreso al fin desconoció ese estado normal y puso a los estados del sur, en la situación que los dejó la rendición de Lee. El poder militar fue el encargado de hacer la policía de la reconstrucción; y como sucede siempre, cuando el poder muestra que es poder, el espíritu de contradicción se da por advertido. El sur ha entrado de buena gana a reconstruirse, según la nueva situación de los negros. Las tentativas de impeachment han fracasado ante la imposibilidad de cohonestarlo, con un pretexto razonable. Cada vez que se ha levantado el velo a los actos administrativos de Johnson, aún en las leyes que vetó con tanto unconcern, han encontrado que todo estaba all right.

Las consecuencias de la guerra han traído profundas modificaciones en la constitución, o quizá profundas modificaciones en la opinión trajeron la guerra con sus consecuencias. Los americanos pertenecen a la escuela inglesa que sostiene que la libertad es un hecho, mantenido o conquistado. Cuando se quiere saber cuál es el significado de una disposición constitucional, apelan a sus registros; y si no dan luz a los de Inglaterra, y por ahí ha de hallarse un estatuto de Enrique III o una decisión de una corte que fijó el caso. Los franceses y tras de ellos nosotros seguimos la contraria. La libertad es un derecho humano, y todas sus revoluciones han abatido a los napoleones que son la negación de la teoría y del hecho. A esta cuestión aludía, cuando decía a usted en una carta que vacilaba en tocarla; en mi proemio a la constitución argentina, por medio de las desdeñosas zumbas de los escritores franceses, a quienes no reconozco autoridad en materias políticas, porque no han producido el hecho de que se consideran autores. Guizot, Thiers, Girardin, Peledan, etc., me hacen el efecto de aquellos tahúres que tienen un secreto para ganar al juego, y no tienen nunca un cobre en el bolsillo. Yo he estudiado contradictoriamente esta cuestión; con la ventaja inmensa de no ser ni inglés, ni francés, ni americano, sino simplemente bípedo pensante y sin plumas; pero de estas razones... “como las vierte un pobre”. Casi un año me costó que el tuerto Buloy quisiese leer el Facundo. Doblemos, pues, la hoja. Bien, pues. Sea el progreso natural de la razón pública u otra causa, los norteamericanos se encuentran sin saber cómo, que han dejado de ser ingleses, y son bípedos radicales; y empiezan a aplicar la lógica a la política y hacer efectivos los principios o lo que la conciencia pública cree tales. La autocracia hereditaria, inspirada del rey fue principio humano, de que quedan remedos Luises, Napoleones, por ejemplo. El resultado práctico aquí ha sido que el congreso tiende a convertirse en Convención nacional. Los estados han dejado de ser poder; senado y cámara se han confabulado en lugar de contrabalancear la opinión, contra el ejecutivo cuyas funciones van absorbiendo. Creen que es contra Johnson; el hecho es que está desquiciada la antigua máquina. Puede probarse (que el aire contiene gases inútiles para la respiración; pero Humphrey Davi y la Convención nacional de Francia probaron que puede uno morirse de felicidad, aspirando oxígeno puro. Por una dura prueba van a pasar los Estados Unidos y con ellos la historia y la practica de las instituciones libres. ¿Qué saldrá?

En Méjico las cosas van de prisa. Los liberales se han fusilado a las barbas del cuerpo diplomático protestante, seis brigadieres prisioneros de guerra, represalia del derecho de Maximiliano de que no protestaron y que dejaron cumplir un año, no obstante que la causal del decreto irá a continuo siendo una imprudente mentira haber emigrado Juárez. La represalia, usted lo sabe, es de derecho de gentes. El congreso aquí se manifestó dolorosamente conocedor de esta situación, que olvidan cuando les llega su hora, los que tan descaradamente dictan decretos de muerte en nombre do la fuerza. La política Bismarck tiene su origen en quien hace tantos años proclamó el cañón la grande razón humana. Creo que fue M. Romien, ¡la era de los Césares! Si Maximiliano fue fusilado, probará esto mejor la teoría de Romien; pues todos los Césares, excepto cuatro o cinco, murieron fusilados por la espalda.

Ya ve con cuanto gusto le escribo, quedando su afectísimo amigo.


D. F. Sarmiento.


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Nueva York, mayo 14 de 1867.


Señor don Manuel García.


Le envío Ambas Américas, Educación, Libros y escuelas; pero antes de entrar en detalles, le avisaré, por si gano una hora con la noticia, que el Iº de abril fueron derrotados los revolucionarios del interior. Como conozco las localidades, y el estado de las cosas, creo firmemente que todo está concluido. La Rioja ocupada por los del norte. Esta revuelta fue la obra de Rawson, inocente, maliciosa. No hay acción mala en sus resultados que no acuse malicia en sus orígenes. Pero vamos a mis carneros. Que dirán mis bordados concolegas de un ministro plenipotenciario que pone su nombre al frente de un periódico.

Dirán lo que le plazca. Dirán que como aquel molinero, mal digo, el que llevaba su trigo al molino, y deseaba ser rey para comprar un caballo a cuyo lomo llevar un saco, yo he estado esperando ser ministro, para escribir un periódico más vasto.

Pero así concibo yo mis funciones, y alguna vez lo expliqué en mis escritos. Qué son los Estados Unidos, una escuela i Voila tout. Llevo, pues, a la América del sur, lo que este país tiene y a ella le falta. Sistemas de organizar la república, tomando no como en Francia el rábano por las hojas, sino por la raíz, la escuela.

Si logro mi objeto, si sólo avanzo un tanto en este juego de ajedrez, en que estoy empeñado veinte años, ¿no habré dado a una vida tan trabajada, tan frustrada en otros respectos, un fin útil y honorable? He aquí un blanco definido. Lo demás vendrá, si viniere, por añadidura, como enseñaba nuestro buen amigo Jesús.

Ahora. Necesito cooperación. Desde luego subscriba usted. Quiero irlo educando; y haga quo otros de mis amigos subscriban. Así contare con algunos allí.

Dudo mucho que pueda costearla en América, donde los doctores gobiernan y saben lo que Gutiérrez en materia de bibliotecas.

Si se sostiene un año, si me leen los bárbaros, esto es los que gobiernan, habremos puesto una pica.

Con mucho secreto le diré que dentro de unos días tendrá el gusto de darle un abrazo su afectísimo.



D. F. Sarmiento.




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New York, agosto 9 de 1867.


Señor don Manuel García


Mi estimado amigo: Me tiene usted al fin en mon gîte, después de diez cortísimos días de vapor desde Liverpool, contento de estarme quieto, pues me persigue como una visión el recuerdo de aquellos treinta días de correr, de mirar, de comer, de gozar de prisa y de paso. Agréguele uno de Londres en que me lo vi todo, Parlamento, Palacio de cristal and what not Gozo, pues, de no gozar dejándome estar dos días quieto, mientras me contestan cartas de aviso de haber llegado y recibo la correspondencia del Pacífico y Buenos Aires.

La que he encontrado aquí me repite con detalles y personas que dan al relato la forma de hechos, aquello que allá sabíamos. Sería, pues, una corriente de opinión que inclina, como el céfiro de la Pampa las yerbas en un sentido e inclina las copas de las majestuosas encinas (lea duraznos o paraísos).

Me dicen que Tejedor seguía la impulsión dada. Muchas adhesiones más me anuncian. ¿Madurará esta fruta?

¿Cómo está nuestra amiga? Recuérdola con gusto, y le deseo felicidad.

Aquí no hay más novedad que el singular caso de negarse el ministro...


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Boston, octubre 20 de 1867.


Señor don Manuel García.


Mi estimado amigo: Recibí ayer su estimada del 2 al mismo tiempo que una de Vélez en que se hablaba de usted comme quoi yo habría dicho a no sé quien que no lo conocía a usted; y usted había quedado muy intrigado de tan extraño acontecimiento.

No era para menos. Imagínese que el primer zonzo, y sea esto dicho sin referirme a nadie, me sale aquí en Nueva York, en medio de mis preocupaciones del momento, escuelas, política, qué sé yo, con García... García, pues, ¿qué no se acuerda?... No, no lo conozco.

Es que aquí hay un García, cónsul de Montevideo, que no han querido reconocer por mala fama, y yo no quería acordarme ni conocer al García que en ese momento tenía yo en la punta de la memoria. Recuerdo el incidente, y le juro que no la persona que de ello me hablaba. Así me suceden muchas cosas. Tengo un amigo soi-disant, en Buenos Aires, con quien mantengo una broma sobre su saber y de Vélez en agricultura. Le escribo cosas serias, mezcladas con otras de burla. Un día muestra una carta mía en que hablaba muy seriamente de Gutiérrez y Rawson y no sé qué cosas pasajeras o críticas de otros. Esto era para trabajos electorales o no. El efecto fue dañino. Pero todo eso no importa. Dicen que a Vélez le llamó momia. Juro que ha de ser cierto. En la Cámara le he llamado el viejo Vélez. Pero, ¿concibe usted que yo haya podido dar a esta palabra un sentido ofensivo? Usted me ha oído en París, usted ha presenciado mis esfuerzos para que Laboulaye le hiciera la justicia que allá le niegan y le hago yo, más que nadie. El viejo ha sentido esta calificación, porque se cuidaba de torcerla y usted sabe que basta para ello torcer la boca para pronunciarlas. Así, pues, aparezco amigo falso.

¡Qué hombres y qué pueblos! como decía Paz.

Sigo el movimiento europeo, y lo que de educación en la gran nación me dice, lo tengo publicado en los Anales de 1860. Aquí se agitan profundamente los partidos. El radical pierde terreno, a fuerza de tirar la cuerda. La situación pide un desenlace. Méjico empieza a tener razón ¡Qué ato de picaros!

Las noticias de nuestro país son de cubrirse la cara. El caso producido por la impunidad, decretada, proclamada como política. El jefe de la revolución de Córdoba, es aquel mismo sargento Luengo que abrió las puertas al Chacho, que tomaron en La Rioja, llevaron con toda pompa a Buenos Aires, y el gobierno le dio algún dinerillo para que remediase sus necesidades. Aquí sentenciaron a quince años de presidio estos días a un testigo falso por perjurio.

Creo que si yo hubiese de ser sombrero, le habrán cortado antes la cabeza a la República. Sin eso, ya va siendo tal el desquicio, que no habrá quien la acepte, como sucede en Mendoza y San Juan donde nadie quiere ser gobernador ni a palos. Yo publico el segundo número de Ambas Américas y he venido a ésta, a corregir la traducción del Civilización y barbarie, que se publicará en diciembre. Está buena.

Es vergonzosa cosa, llegar a la última página y renglón para acordarse de su excelente amiga y mía a quien ofrecerá mis respetos.

Quedo su afectísimo.


Sarmiento.


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Nueva York, noviembre 6 de 1867.


Señor don Manuel García.


Mi estimado amigo: El señor Bussmayer, dador de ésta, es un joven alemán de largos años residente en América y que desea estar en contacto con nuestros compatriotas allá en París, debiendo regresar a Buenos Aires. Se lo recomiendo a su amistad y benevolencia.

Ayer tuvieron lugar las elecciones aquí y en ocho estados más, dando fuertes mayorías a los demócratas, lo que importa un check al Congreso en sus ultra propósitos. Massachusets, la ciudadela de los ultra summer y otros, ha perdido 40.000 votos republicanos. No será, pues, acusado el presidente, y la reconstrucción del sur se rehará, no entregando a los negros el país. Yo estoy contentísimo, porque usted sabe soy ejecutivista, y tiemblo porque en el estado tan perturbado del mundo, la república, como gobierno eficaz y capaz do asegurar el orden, vaya a fallar.

He quedado asombrado ayer al ver las elecciones en que lucharon a muerte dos partidos. Ni el lugar donde estaban los polls podía descubrirse, tan silencioso, tan ordenado era el acto. Nadie a la puerta, ni en la vecindad, sino es el policeman con su garrote. ¡Qué ejemplo para Buenos Aires! Pasé antes una nota oficial describiendo este acto; pero los ministros, como todas mis notas, la archivaron a fin de que continúen las prácticas republicanas de los ladrillazos.

Elizalde me escribió después de haber dejado el ministerio, muy amigo y muy contento. Su candidatura pasó, y se levanta, me escriben, la de Alsina joven, muy apoyada por el vicepresidente. Esta es uno de esos engoûments porque pasa la opinión de Buenos Aires. ¿Se acuerda usted de la popularidad de Obligado, hoy olvidado? Si algo le escriben, comuníquemelo. Me gusta y divierte estarle sintiendo el pulso a aquel enfermo de ligereza de impresiones, siempre arrepintiéndose de sus pasados errores, siempre cometiéndolos del mismo género, Moreno, Saavedra, Rivadavia, Paz, San Martín. Se pueden contar nuestros hombres públicos por la suerte que les cupo: los demagogos por los honores que recibieron. Se está imprimiendo en el segundo número de Ambas Américas, mi última campaña; en inglés, Civilización y barbarie, con una biografía mía.

Le incluyo una cartita para Augusto Belín Junior. Acérquese a los Belín y pregúnteles por qué no contestan mis repetidas cartas, y al menos no fuerzan al chico a contestarme o escribirme.

Con mil recuerdos a su señora, quedo su afectísimo amigo.


D. F. Sarmiento.


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