Sáenz Peña La revolución por los comicios
La república en 1910
 
 

La prosperidad del país


Saenz Peña es elegido presidente de la República cuando el país se disponía a festejar el primer centenario de su independencia, y se hace cargo del gobierno cuando aun perduraba el júbilo por las demostraciones de simpatía que lo enaltecieron. “Más que un homenaje a los hombres de 1810, fue un tributo a loa hombres de 1910”. Llegaron entonces a Buenos Aires embajadas de las principales naciones, jefes de estado y una Infanta de España. Se celebró la 4º Conferencia Pan Americana y Estados Unidos tuvo especial cuidado de suprimir en su programa los temas que pudieran molestarla. Diplomáticos y hombres de gobierno, escritores y banqueros observaron la marcha de la joven República y señalaron el adelanto alcanzado y su claro porvenir. Los artistas fijaron en el bronce con ampulosas alegorías la Riqueza, el Progreso, la Libertad y la Soberanía de su pueblo; llevaron a todo el país la imagen de los próceres. Los poetas cantaron himnos y compusieron odas a los campos y a las mieses, al esfuerzo de sus trabajadores, a la belleza de sus mujeres, a la inteligencia de sus ciudadanos ilustres.1 Las fiestas del centenario produjeron en “propios y extraños una sensación unánime de admiración por el país”. Así sintetizaba el presidente la satisfacción colectiva. Con ser exagerada no colmaba la vanidad de los argentinos por la obra realizada.2 “Es un pueblo del cual debíamos enorgullecemos”, decían. “Es el pueblo primero de la tierra. Argentina está llamada a ejercer la hegemonía en Sudamérica y a imponer un “pacífico imperialismo”.3


“¿Cómo puede fracasar un país con semejante suerte? Argentina es el “leader” de la democracia en esta parte de América”. “El ejército de los Andes no es inferior a la Grande Armée”. “Cuando vivió San Martín... era el más grande entre los vivos”.


El presidente Figueroa Alcorta saludaba a las delegaciones extranjeras: “el conjunto de vuestros plácemes es el más grandioso agasajo a que pudiera aspirar una nación... aporte mundial a su engrandecimiento...”.4 “Nadie ni en sueños había sospechado la grandeza del pueblo argentino... su patriotismo, su nobleza, su ascensión. Se ha derramado electricidad para iluminar todo un siglo. Hoy ha empezado una nueva era”.5 Fueron necesarias más de 2.800 páginas para publicar los discursos y arengas pronunciadas durante las fiestas del centenario.6


¿Cuánta verdad había en las toneladas de papel impreso y los millares de palabras escritas en aquella ocasión? ¿Cómo no sentirse impresionado por el rápido desarrollo de la Nación?


La República gozaba de un bienestar como no había alcanzado nunca. Lo impulsaba una extraordinaria corriente de progreso material. La valorización de las tierras había sorprendido a sus dueños que pudieron disponer de importantes fortunas. La ganadería, la agricultura, el comercio y las industrias fabriles expandían sus operaciones con grandes beneficios. La actividad de los negocios y el deseo de enriquecerse era la preocupación de todos. El aporte de capitales extranjeros y la gran corriente inmigratoria iban consolidando la economía del país y diversificando su producción con la incorporación de artesanos y técnicos extranjeros, la explotación más racional de la tierra, una mejor administración y un sistema monetario que creó una moneda sana y estable.7



La gran capital


Buenos Aires es la expresión más elocuente del país, de su prosperidad, bienestar y cultura. Es una gran capital con un millón trescientos mil habitantes, tan activa y animada como París.8 La pavimentación de las calles, la extensión de los servicios públicos, las líneas de tranvías y alumbrado eléctrico, vinculan el centro con los suburbios y poblaciones aledañas, anunciando el desarrollo de la futura ciudad.9 Iban desapareciendo los “huecos” y “tunales”, el miserable rancherío de gauchos y troperos, substituidos éstos por el orillero, el compadrito y el gringo hortelano. Las quintas existentes, entre el centro y Flores, Almagro y Belgrano, fraccionan sus terrenos para edificar viviendas. La ciudad atrae la población y riqueza del interior. La capital de las Provincias Unidas se renueva para convertirse en la capital de la Nación argentina. La aristocracia terrateniente, con la valorización de las tierras y ganados, no se resigna a vivir en las modestas casas coloniales de doble patio y techo de teja, o en los más modernos edificios de dos pisos construidos por arquitectos italianos. Se lanza a construir mansiones y palacios, al estilo francés, que decora con maderas taraceadas, mármoles, brocados y obras de arte, rivalizando en la exteriorización de su riqueza y organizando la vida a la manera de Francia e Inglaterra. La ciudad se embellece con paseos y lugares de esparcimiento. Se construyen nuevos bancos, casas de comercio y suntuosos hoteles particulares. La Catedral y principales iglesias, como Santo Domingo y San Francisco, sé reforman y decoran. El santuario de Lujan, una vez terminada su construcción, se abre al culto con extraordinaria ceremonia. A las viejas estancias se agregan cabañas con productos de alta calidad para retinar el ganado. Manuel Cobo gasta, en un año, un millón de pesos para adquirir sementales en Inglaterra. En la exposición de ganadería de Palermo se exhiben animales de “pedigree” y se paga por ellos precios exorbitantes. La adquisición por Ignacio Correas, de “Diamond Jubilee”, el famoso caballo del Príncipe de Gales, da un nuevo impulso a la crianza del “pura sangre” y el hipódromo de Palermo relega al suburbio la clásica carrera cuadrera y el cuidado del parejero. La afición del gaucho se convierte en deporte de los ricos señores a la manera de Ascot y Longchamp. Algunos diletantes se dedican a coleccionar cuadros, objetos de arte y libros. Todavía se conservan los viejos hábitos de la Gran Aldea en el “corso” de coches en la Avenida de Las Palmeras y el desfile por la calle Florida.


Si Buenos Aires era la expresión del progreso y cultura de la República, la calle Florida era la más brillante y concurrida de la, capital. En las vidrieras, las tiendas como Gath y Chaves, exhiben los mejores artículos extranjeros y las joyerías de Carasalle y Fabre valiosas alhajas. Las librerías de Moen, Roldan y Mendesky venden los últimos libros editados en Europa y comienzan a editar las obras del reducido grupo de nuestros intelectuales suscitando la atención de los lectores habituados a la literatura extranjera. En la “Rotisserie Charpentier” se sirve la mejor cocina francesa. La confitería del águila es punto de reunión de los jóvenes elegantes. La ganadería está también representada en el “patio” de Bullrich, donde los estancieros más reputados examinan personalmente los reproductores importados que allí se venden. Viejas casas solariegas como las de Luis Ortiz Basualdo, Carlos de Alvear, Ignacio Sánchez y Bernardo de Irigoyen, son testimonios de opulencia; nuevos y lujosos hoteles como los de Juan Cobo y Julio Pena10 se construyen y resisten la invasión de los comercios, de restaurantes, confiterías y bares. Termina la calle con la ampulosa construcción de las galerías del Pacífico. El mercado y el jardín Florida ya no podían conservar el baldío, ni el olor a coles. El monumental edificio del Jockey Club es el centro social más calificado, donde se reúnen los hombres que forman la clase dirigente del país y se agasaja a los extranjeros ilustres.11 Con motivo de la visita del presidente del Brasil, Campos Salles, se ensayó en su honor, por primera vez en la ciudad, el decorado eléctrico en las calles con profusión de arcos y guirnaldas. Convirtióse la primera calle portería en un “raudal de luz”, como decía el cronista, causando la admiración de cuantos paseaban por ella. No había porteño, ni provinciano que transitara por la calle Florida que no se detuviera para contemplar los escaparates de las tiendas y el desfile de las mozas. La calle Florida inicia entonces su brillante historia.


La Avenida de Mayo es como La Gran Vía. En sus teatros y locales de diversiones domina la concurrencia española. Los bares, cafés y confiterías, desde el de Madrid hasta La Castellana, colocan las mesas para sus parroquianos en las veredas a la usanza europea. El tango deja el arrabal, el Café de Los Loros y del Estribo, para instalarse en el centro de la ciudad, donde Canaro y Greco, Firpo y Bachicha hacen oír sus violines y bandoneones. Muy pronto invadirá los salones de la aristocracia y emprenderá su viaje triunfal por Europa.12


La sociedad porteña enriquecida reclama otros escenarios para exhibirse. En el nuevo Plaza Hotel, el primer rascacielos de la ciudad, se realizan frecuentes recepciones y bailes. En las reuniones hípicas de primavera, concurren al hipódromo señoras y niñas. Los recibos en el Jockey Club son exponentes de suntuosidad y buen gusto. Las grandes casas abren sus salones para ofrecer fastuosas fiestas. La “vida social” en los diarios es una crónica extensa, con listas interminables de nombres y descripciones de los trajes de las señoras. La predilección porteña por el teatro halla un magnífico marco en el teatro Colón recientemente inaugurado donde se escucha a los mejores artistas de Europa y se aplaude a Caruso y Toscanini. Sarah Bernard, Coquelin, la Duse y María Guerrero representan el repertorio clásico y moderno en el Odeón. Disponer de un abono para el teatro significa alcanzar una jerarquía social. En verano, en la rambla y el Casino de Mar del Plata, vuelve a exhibirse la gente más adinerada.


En 1910 comienzan a transformarse las costumbres simples de una sociedad de economía doméstica, en otra que aspira a vivir en un nivel semejante a los países más cultos de Europa. La austeridad de los presidentes como Mitre y Avellaneda se convierten en el boato que rodea a Quintana y Sáenz Peña. Un nuevo impulso lleva a los hombres a romper los cuadros de la rígida existencia patricia. El placer de la vida sencilla, las disciplinas morales, la residencia en su propia tierra campesina eran vínculos que había que desatar para lanzarse a los viajes, al lujo, a gozar de los bienes materiales, de los halagos y placeres físicos, a llevar un nuevo modo de vida que ofrecía el dinero fácilmente logrado. La sociedad porteña, de indudable fondo religioso y de severas costumbres, descubre otros horizontes y alimenta distintas aspiraciones. Después de haber soñado con el Paraíso, la riqueza los estimula a buscar la felicidad en la tierra. El ideal daba lugar al deseo.


Si los hombres cambian de estilo, la ciudad también. Se reconstruyen las modestas casas de la Gran Aldea y se proyectan las grandes avenidas. Las calles empedradas se afirman con madera y asfalto. El tranvía de caballos con el pintoresco cochero y su alegre corneta se alejan hacia el arrabal, con los faroles de gas y los organitos callejeros, los vendedores ambulantes, los lecheros y barquilleros. La policía militarizada ha terminado con los comisarios montados, de chaqué, botas de charol y fusta, tan populares en el público callejero. M. Buvard, director de los servicios de arquitectura de París, propone un plan de embellecimiento de la ciudad y el trabado de avenidas diagonales.


Aumenta el número de automóviles que rivalizan con las atrayentes yuntas de “hackneys”, todavía más veloces y más seguros que aquéllos. Corren por primera vez el gran premio del Automóvil Club Argentino y Casoulet, el ganador, empleó 30 horas en el trayecto de Buenos Aires a Córdoba.13


Ya había ocurrido el vuelo trágico del globo “Pampero”. En la “Semana de Aviación del Centenario” volaron por primera vez los Voisin y Farman en un recorrido de 86 kilómetros.14 Cattáneo causa la admiración del público con las piruetas de su increíble avioneta. Las compañías navieras construyen grandes transatlánticos para el Río de la Plata, y la gente adinerada viaja periódicamente a Europa con más engreimiento que provecho. Los diarios aumentan su tiraje y distribuyen suplementos, con excelente material gráfico, que reflejan las manifestaciones del progreso del país. En sus páginas el lector halla una información abundante de los acontecimientos mundiales y sus corresponsales literarios comentan las manifestaciones culturales de Europa. El contacto lo establecen Remy de Gourmond y Unamuno, Pardo Bazán y Le Bon, Gómez Carrillo y Paúl Bourget. El cometa Halley con su luminosa, cola de oro cruza por el cielo argentino como un anuncio auspicioso.


Buenos Aires, como París en el siglo XVIII es la atracción del país. Convirtióse en la escuela de la urbanidad y del saber vivir. Los jóvenes de las provincias acuden a la capital para estudiar en sus escuelas, pero, sobre todo, vienen para despabilarse. Nada es comparable a sus teatros y lugares de esparcimiento, nada parecido al ambiente de holgura, a los salones de conversación espiritual y amable. Es una ciudad donde parece que no existen contrariedades, sino el deseo de agradar y emplear con placer el tiempo. Como Lord Chesterfield, cuando escribía a su hijo que fuera a París para limpiar la “herrumbre de Cambridge”, el diputado N. le escribía al suyo para que abandonara la Universidad de Córdoba y cursara sus estudios en Buenos Aires y ganara “experiencia social” paseando por la calle Florida, concurriendo a las funciones del Colón y asistiendo a fiestas y reuniones.


Un grupo de gente constituye la “buena compañía”, semejante a la que habla Voltaire en sus Diálogos, instruida, culta y rica a la cual se desea pertenecer porque hace la reputación de un hombre de mundo, quizá, de un político y también la de un escritor. Es una escuela sin programas en la cual se rinde examen en todos los momentos; que aguza el ingenio para juzgar con mayor rapidez y fineza a los hombres y las cosas, que estimula el buen sentido natural, como decía Stendhal, y forma el mejor criterio, que vale más que la ciencia herrumbrada de los pedantes


El interior del, país observa a Buenos Aires. Las capitales de provincia se aprestan a imitar su evolución y su progreso. Las costumbres regionales aparecen influenciadas por nuevos elementos y anhelos. El hombre del interior, todavía abroquelado en hábitos austeros y actitud conservadora, siente la presión de las jóvenes generaciones que buscan más luz, más aire y dilatados horizontes.


¿Cómo se ha producido esta transformación?


Es el producto de la buena tierra y del buen clima, del trabajo de hombres de raza blanca, de origen mediterráneo. La población nativa, nunca amenazada por la pobreza, ni aguijoneada por la necesidad, distraída por las disputas políticas, no habría podido, por sí sola, valorizar tan excelentes elementos. Fue necesario el aporte extranjero; la inmensa cantidad de ellos llegaron al país después que terminó la guerra civil; los trabajadores italianos y españoles importaron nuevas energías, mayor obstinación en las tareas, diferentes ambiciones, mejores métodos de cultivo, distintas formas de comerciar, mayor preocupación por el ahorro y con ello dieron un gran impulso a la economía nacional. Pero tampoco era bastante si no hubieran traído máquinas, herramientas y capital, el dinero indispensable y también el espíritu de organización y empresa, las vinculaciones comerciales y bancos que estimulan el comercio internacional y apoyan una explotación más intensiva de la riqueza que guarda el suelo. Los ingleses tuvieron confianza en los destinos del país; invirtieron más de 300 millones de libras en ferrocarriles e industrias, se asociaron con los nativos, con tan buen resultado en sus negocios, que cuando decían “River Plate” creían referirse a sus propias posesiones.


Los argentinos estaban orgullosos del progreso de la Capital. Su posición geográfica fue la causa dominante de su rápido desarrollo con relación al resto del país, como en la época de la colonia y el virreinato; pero también influyó, en una, gran proporción, la acción del gobierno, que le proporcionó mayores elementos para lograrlo. El sistema ferroviario, el mejor equipado de la República, fue construido de manera que sus vías trajeran al puerto la mayor parte de la producción del país. Fomentó la radicación de establecimientos industriales, comerciales y bancarios, con adecuadas tarifas aduaneras e impuestos, haciendo de la capital el centro más importante de los negocios. Fundó institutos de enseñanza más adelantados e invirtió grandes sumas para los servicios públicos, comunicaciones y su embellecimiento. Concentró la mayor parte de las principales oficinas administrativas y fuerzas militares con numerosos cuarteles y servicios accesorios. Las provincias y territorios no fueron objeto de una obra de gobierno semejante. Si algunas obras públicas de magnitud y edificios escolares se construyeron en el interior, el hecho no revela una preocupación constante del gobierno, para desarrollar las diferentes regiones y adecuada distribución de elementos de progreso, que requería el dilatado y escasamente poblado campo argentino, para explotar sus riquezas naturales con el elemento humano que se ofrecía al trabajo. Surgió así un desequilibrio entre la capital y el interior, que todavía se revela en su economía y su cultura, en la práctica de las instituciones políticas y, especialmente, en la vida municipal, base de la educación democrática.


¿El bienestar económico y el crecimiento del país, el desarrollo asombroso de la capital, determinó un mejoramiento semejante en los hábitos políticos y las manifestaciones culturales? ¿Progresaba con ritmo parecido, su producción intelectual, su sistema de gobierno federal, y democrático que había instaurado la Constitución?



La cultura


La producción intelectual no correspondía al progreso material. En materia científica el país carecía de suficientes escuelas y laboratorios de investigación. Ameghino fue un brote espontáneo y aislado como sería Lillo. Las universidades se limitaban a preparar profesionales. El clima general en el cual se ejercitaba la inteligencia era la política. Se estudiaba y se vivía para ella. La ambición consistía en componer un buen discurso, descollar en el debate parlamentario y llegar a la administración pública y al gobierno.15 El periodismo y el periodista eran la antecámara del despacho ministerial. Los grandes adalides como Bartolomé Mitre y Carlos Pellegrini, antes de llegar al gobierno, escribían en los periódicos. Escritores como Eduardo Wilde, Miguel Cañé y Enrique García Merou eran diplomáticos. Críticos como Paúl Groussac y José Ingenieros, también lo eran; poetas como Ricardo Gutiérrez y Leopoldo Lugones ejercían el periodismo; artistas como Eduardo Schiaffino, eran funcionarios públicos. El grupo dirigente lo constituían los periodistas, funcionarios y políticos. La clase adinerada absorbida por los negocios, comenzaba a interesarse por la conducción del gobierno. El arte y la literatura eran actividades accesorias. Sin embargo, la nueva generación comenzó a tener conciencia de que cabían en el país los artistas y escritores, independientemente de la política y del ajetreo de los negocios.


— ¿Dónde está la juventud llamada a ocupar en días muy próximos los comandos superiores? ¿No se ve una frente que sobresalga? —había preguntado Pellegrini. 16


— ¿Dónde está? —había repetido Miguel Cané. “Es el fracaso completo de nuestro sistema de educación. Su indolencia es el resultado de la enseñanza dogmática que recibe”. 17


—La juventud ha recibido una educación deficiente y está asfixiada por el ambiente de corrupción política —le respondió el joven José Luis Murature, 18 y Lucio V. Mansilla desde París criticaba la conducta de la oligarquía excluyente que la mantenía alejada.


José Enrique Rodó ha publicado “Ariel”, arremetiendo contra el materialismo de Teodoro Roosevelt. “Hay que espiritualizar la conciencia argentina”, es la nueva voz; que surge vibrante frente al progreso, la holgura, el lujo y la riqueza ambiente. ¿Renacen los poetas de la Nueva Troya? Ha llegado Rubén Darío, excelente estimulante para los grupos intelectuales. Se funda el Ateneo de Buenos Aires, asociación de escritores y artistas que realzan reuniones y exposiciones de arte. En el café de “Los Inmortales” nace la “Sociedad Argentina de Autores”.19 Leopoldo Lugones nos sorprende con su talento en “Las montañas del Oro”, donde surge lo auténticamente argentino entre las influencias de Poe, Baudelaire y Laforgue.


“Viene un nuevo poeta” anunciaban los intelectuales y aparece Enrique Banchs con “Las Barcas” (1907) y “El Cascabel del Halcón” (1909), exponente de una nueva sensibilidad y una altiva modesta. José Ingenieros, en constante inquietud intelectual, cultiva la escuela de José María Ramos Mejía, y Horacio Pinero incursiona en la psiquiatría y la neurobiología siguiendo a Lombroso, Ribot y Giner de los Ríos. Los poemas de Rafael Obligado y el teatro de Martín Coronado remozan lo gauchesco. Martiniano Leguizamón ya había publicado “Calandria”.


Los teatros Apolo, Nacional, Argentino y Comedia abren sus puertas a los autores y actores argentinos. Florencio Sánchez, Enrique García Velloso, Gregorio Laferrere y tantos otros obtuvieron allí sus mejores éxitos.20 El tango nacido en el arrabal con sus orquestas típicas inicia la conquista de los barrios céntricos.


Aparece por primera vez en Buenos Aires una seudo bohemia, a la manera francesa, de la cual surgirán valores auténticos. Iban los mozos al café de “Los Inmortales” y a los bares de la calle Corrientes a contarse sus inquietudes y criticar a la clase dirigente. Existe el deseo de liberar al escritor del negocio y la política; aspira a ser escritor y nada más que escritor, a vivir de su propia pluma y poder escribir libremente. “No tenemos profesionales sino aficionados”, decía Ricardo Olivera.


Nacen las revistas Athenas, Estudios, Martín Fierro, Ideas, Siringa y Nosotros que estimulan la producción literaria y desarrollan el espíritu crítico. Es necesario “Polarizar todas las energías hacia la gestación de un ideal para el pueblo argentino”, escribía Nosotros. 21 “Argentina tiene que llenar una misión en el continente americano”. Los escritores reaccionan contra la arrogancia nativa y señalan las deficiencias de nuestro carácter nacional: el individualismo y la egolatría, la altanería y la vanidad, el sistema de recomendación y la coima, los abusos de la “patota”, el culto al discurso y la improvisación, los privilegios, la crueldad con los animales, la exageración de la voz; y los gestos, ¡Qué gran adelanto espiritual significa la crítica de la propia personalidad! La exhibición perpetua de la riqueza, el hablar de sí mismo, la indolencia y el juego son aspectos que descubren y analizan los jóvenes escritores que reaccionan de los ditirambos del Centenario. A Buenos Aires le falta el amor por las cosas del espíritu. Por eso no será capaz de llenar su destino y realizar la hegemonía de Sudamérica. Estados Unidos es el prototipo del progreso material, la preponderancia de la fuerza y del dinero. Los nuevos intelectuales no simpatizan con Estados Unidos. Las críticas no parten únicamente del núcleo socialista, ni del proletariado; son de escritores que pertenecen a la clase conservadora y a la burguesía.


Es urgente, dicen los jóvenes, crear una personalidad argentina. La personalidad argentina existe, simplemente hay que des cubrirla, ahondar su propia conciencia, y hallar la poesía y el arte nacionales. Así se define la nueva tendencia nacionalista. Joaquín V. González y Ricardo Rojas son los precursores más autorizados. Aquél “el escritor más argentino de su generación” 22 con extraordinaria intuición y cultura, continúa la orientación de “Mis Montañas”, y éste más apasionado y sectario, su clara orientación provinciana y autóctona. “La obsesión por la riqueza material es el impedimento para solucionar nuestra crisis intelectual y reformar la enseñanza”. “Somos la colonia de todas las metrópolis”, escribía Ricardo Rojas. “Buenos Aires es la extranjera en la Nación. El principal enemigo de la república es el cosmopolitismo. Antes era el desierto quién nos dividía, hoy es el extranjerismo”. Manuel Gálvez, criollo y español, decía: “Hemos olvidado a las provincias ya España”. Comienza un movimiento espiritual de respeto y culto al pasado, a aquello que se supone realmente argentino. Hasta las mujeres participan de esta nueva religión y fundan la “Asociación Nacional de Damas Descendientes de Patriotas, Próceres y Guerreros de la Independencia Argentina”.


Este nuevo movimiento literario iniciado con tanto entusiasmo y no poca exageración, en su afán por proclamar la grandeza del país, llegaba hasta fomentar una especie de imperialismo argentino en Sudamérica, que atacaba a Estados Unidos y aún pretendía limitar la inmigración anglosajona. Nada había igual, ni más grande, ni más bello que los próceres, escritores y poetas, la pampa y el paisaje argentinos.


La joven generación mira hacia adentro del país y resiste la influencia europeizante. Combate al romanticismo, discute a los parnasianos y simbolistas, buscando nuevas corrientes estéticas, con un criterio personal, no exento de vanidad. Coincide este movimiento nacionalista, en la producción literaria, con una corriente política semejante, que determina el auge del partido Unión Cívica Radical, la cual acentúa el culto al criollismo y la arrogancia nacional; da espaldas al Atlántico para mirar el campo y exaltar la tradición vernácula que despierta el culto a Martín Fierro y, años después, a Don Segundo Sombra. Por oposición a esta tendencia de introversión nacional aparece el movimiento socialista que con tanto vigor se extiende en Europa. Se lee a Marx y a sus nuevos intérpretes. “La Montaña”, periódico revolucionario editado por Lugones e Ingenieros, tuvo brevísima existencia, como fue corta la incursión de sus autores por el credo marxista, 23 Juan B. Justo organiza el Centro Obrero Socialista y edita “La Vanguardia”. Intenta definir el problema social argentino y se lanza a la acción pública con vigor y persistencia, constituyendo un partido que pronto ocupará posiciones en el Congreso e influirá en la solución de los problemas nacionales. Algunos llegaron a simpatizar con los anarquistas españoles e italianos que creían en la violencia como el mejor método para reformar la sociedad.


La posición política de la mayoría de los jóvenes escritores era más ideológica que práctica; agitadores de café más que de plaza pública, tan alejados entonces de las agrupaciones cívicas como de la acción disciplinada. Hasta que ello no se produjera era limitada su gravitación en el ambiente social. Los intelectuales Quieren liberarse de Europa, sin entregarse a Estados Unidos. Y como Echeverría y Alberdi revisan los valores aceptados, destacando lo auténtico de lo adventicio, para penetrar en las entrañas de la personalidad americana, romper los vínculos que la ligan a la influencia forastera, explotando lo genuino y lo vernáculo para descubrir la substancia que nutre la cultura nacional. La nueva generación valoriza el espíritu frente al culto del coraje y la carrera de las milicias, como en el clásico discurso de don Quijote, sobre las armas y las letras. Es el comienzo de un renacimiento de las letras y las investigaciones históricas. El escritor v el artista formarán en el grupo avanzado de la clase dirigente. Buscarán la enseñanza de los hechos y la experiencia de los hombres del pasado y se lanzarán a las especulaciones del espíritu, las más permanentes conquistas de la cultura.24



Los grupos sociales


Absorbidos por el trabajo, los extranjeros que llegan a mediados del siglo XIX, se sienten protegidos en sus personas y bienes por las leyes y tribunales de justicia. Si los hombres de gobierno les ofrecen esta garantía ¿para qué intervenir en política? Dejan que los nativos continúen ocupándose de los asuntos públicos para aplicarse ellos a aumentar su hacienda. “El que trabaja no vota”, ni tampoco quiere votar. 25 Como el paisano en Europa hasta el siglo XVIII, no pretende disputar a los dirigentes la autoridad. Vienen a buscar fortuna, ellos y sus hijos, y saben que la fortuna en este país, no es el privilegio de algunos, sino la posibilidad de todos, y con el dinero, en una sociedad joven, es fácil obtener muchas cosas más!


La generación del 80 que consolidó la organización nacional e imprimió un fuerte impulso al desarrollo económico del país, dentro de sus limitados medios y posibilidades, fue atraída por la cultura europea, sus instituciones liberales y sus manifestaciones artísticas. Dueña de las posibilidades que le ofrecía la fortuna se dejó tentar por el optimismo, la ostentación y el lujo, olvidando con exceso la discreción de sus abuelos y la austeridad republicana. Con ella se produjo una llamarada de progreso, que dio más valor a las palabras que a los hechos, a las apariencias que a la realidad, al dinero que a la cultura, creando un desarrollo que a los contemporáneos les parecía natural y permanente. En realidad obedeció a una precocidad excesiva, si consideramos que se fundaba en el cimiento de instituciones democráticas aún no consolidadas, y estaba adscripta a una cultura política con escaso arraigo.


Los dos grandes grupos sociales: la clase dirigente dueña de la tierra y del gobierno, y el proletariado, se hallaban en una profunda transformación al asumir el gobierno el presidente Sáenz Peña. Nuevos grupos sociales comenzaban a formarse.


El proletariado había aumentado sensiblemente con la gran corriente inmigratoria de los últimos veinticinco años. Una buena porción había prosperado y ahorrado dinero, concurrido a las escuelas públicas y aprovechado del progreso del país. Había ascendido en la escala social y ya no estaba constituida por jornaleros. Eran modestos comerciantes y pequeños industriales, propietarios de parcelas de tierra, colonos arrendatarios y artesanos. Los hijos de inmigrantes cursaron escuelas especiales y la universidad, ejercían profesiones liberales, ocupaban empleos públicos y eran oficiales de las fuerzas armadas. Formaron la clase media que rápidamente fue adquiriendo mayor número e importancia.


Otro grupo social lo constituían los comerciantes e industriales enriquecidos, la mayoría extranjeros, hijos y nietos de extranjeros que formaron la gran burguesía que aparece en Buenos Aires y Rosario. Adoptan la manera de vivir de las familias tradicionales, construyen importantes casas donde viven con holgura, pueblan estancias, viajan a Europa y contribuyen con su dinero a financiar los partidos políticos.


A medida que aumenta la clase media y la gran burguesía, mengua la influencia del grupo dirigente tradicional que aún conserva el gobierno y el dominio del suelo.26


La valorización de la tierra convierte rápidamente a los propietarios en dueños de importantes fortunas. Un terrateniente que vive en Inglaterra y posee diez, mil hectáreas yermas en Córdoba, se transforma en millonario sin trabajar. Otro, que ha adquirido grandes extensiones en el sur de la provincia, a diez, pesos la hectárea, las vende a cincuenta pesos al término de dos años. En Buenos Aires el suelo aumenta de precio dos y tres veces. El valor del campo es muy superior a su renta. El propietario se apresura a venderlo para vivir con holgura o a hipotecarlo para disfrutar del dinero, viajar a Europa. Así gasta, rápidamente, las rentas y también el capital. Atraídos otros por la ciudad abandonan el campo, lo arriendan o lo dejan en manos, de los administradores. Pierden contacto con el ambiente que los ha hecho poderosos y ricos. “Mi arrendatario me ofrece un precio por mi campo que me permite residir en la ciudad y vivir sin trabajar”, escribe un propietario de Pergamino. Un ganadero de Ballesteros protesta porque el acreedor hipotecario ejecuta su crédito. “Los ‘gringos’ ya no dejan trabajar a los criollos”, argumenta con vehemencia, demostrando su falta de previsión. En Córdoba se vende una extensión de diez mil hectáreas para pagar deudas políticas del dueño. Un heredero propietario de quince mil hectáreas en Buenos Aires y numerosas casas en la Capital, termina suicidándose después de haber agotado rentas y capital en Londres y París. Otro enajena rápidamente sus propiedades en la provincia de Buenos Aires por pérdidas de juego. Muchos seducidos por los negocios, para los cuales no se hallan preparados, se lanzan en especulaciones y combinaciones ruinosas. No bastan las grandes fortunas cuando los dueños gastan más de lo que ganan.


Extensas propiedades se ofrecen en venta. ¿Quién puede pagar los mejores precios? Aquellos que son capaces de hacerlas producir más. El arrendatario previsor, el comerciante de la localidad que ha prosperado, el industrial que se ha enriquecido, las sociedades anónimas extranjeras que invierten capitales que les cuestan el 3%, en rendimientos del 8 al 12%. La aristocracia terrateniente es desplazada paulatinamente de la posesión del suelo por los descendientes de extranjeros enriquecidos, los que de esta manera se arraigan a la tierra y sienten un vivo sentimiento nacional.


La educación y la holgura despiertan mayores ambiciones. La actividad comercial y la industria naciente crean nuevas fortunas y la gran burguesía aspira a figurar socialmente en el mismo nivel que las familias tradicionales. Los recientemente llegados se cultivan y retinan, hasta que la vieja sociedad abre sus puertas a la burguesía adinerada. Casamientos oportunos salvan de la bancarrota a familias ilustres y, como en Europa, comienzan a surgir, en los grupos dirigentes, nombres de humilde origen. No era Voltaire hijo de un notario y Rousseau de un relojero; Lloyd George provenía de una modesta familia de Gales y el presidente fallieres descendía de un maestro de Burdeos. La capacidad y la inteligencia son valores que no pueden ocultarse, y nadie ni nada puede detenerlos para que aparezcan en el grupo de los elegidos por la fama y los honores.


Cuando Sáenz Peña inicia su presidencia, los grupos sociales eran diferentes a los que tuvo el país en 1860. ¿Cómo gravitan en el gobierno y la política de la Nación?


La oligarquía defiende las posiciones conquistadas. El ataque lo lleva la nueva burguesía, la clase media y el proletariado. Absorbidos por las preocupaciones materiales han estado alejados de la participación en los asuntos públicos. Hasta ahora no han sido sino gente de trabajo que no ha figurado en la “lista de los honores”, ni se ha beneficiado con las leyes de asistencia social, que ya están vigentes en Europa. ¿Qué piden? Algo, sino todo. Sienten la ambición política, quieren actuar fuera de los negocios, beneficiarse con el presupuesto del estado, recibir una adecuada recompensa por su trabajo, participar en la vida cívica; quieren, sobre todo, la autoridad. En una república democrática, si son los más, ¿por qué no conseguirán aquello que desean? “En política sólo el número es respetable”. Ni el nacimiento, ni la propiedad de la tierra, ni la fortuna, ni aun la capacidad, son títulos suficientes, en el ejército social, para llegar al mando. Cada individuo es un voto, y allí donde va la mayoría, allí está el derecho y la autoridad. Se revisan los valores políticos, se vuelve a discutir el concepto de soberanía, la urgencia de restablecer la pureza electoral, los derechos del pueblo para llegar al poder. Estos conceptos ganan el ambiente social, la oligarquía gobernante como la burguesía, la clase media y el proletariado que aspiran al gobierno. Los caudillos que conducen las nuevas fuerzas sociales quieren que se les honre, desean aparecer en la prensa, y en la función pública, que se les invite, se les adule, se les conozca, sentarse en la Cámara y ser populares, aparecer en la vanguardia del grupo dirigente, compartir o substituir la autoridad de la oligarquía imperante y, finalmente, gobernar la república. En este clima colectivo, no es esencial para triunfar, ni tradición, ni estudios especiales, ni mayor capacidad y cultura. El ambiente se halla preparado para el cambio. La gente está fatigada del viejo régimen. Los maestros que han estudiado en la escuela normal, los profesionales que han cursado apresuradamente la universidad, los industriales y comerciantes que han tenido éxito en sus negocios, los militares retirados, los periodistas capaces de escribir sobre cualquier tema, han logrado una ilustración general suficiente y conocen la bibliografía política corriente para esgrimir con éxito palabras sugestivas como: libertad, igualdad, soberanía del pueblo, derecho del voto, pureza del sufragio. Son los nuevos axiomas, llamas encendidas que consumen a las antiguas palabras: tradición, capacidad, cultura, experiencia, austeridad, dignidad,. La gente se exalta con este nuevo catecismo del mayor número y recurre en su proselitismo a los mayores excesos, hasta al insulto y la calumnia del adversario y aún al castigo y la muerte. Nadie es más moderno que los que esgrimen esas ideas. A la mayoría le atrae el cambio, la novedad. Las palabras crean emociones y sentimientos poderosos. Oligarcas y aristócratas, amigos del pueblo y radicales, la causa y el régimen producen movimientos colectivos de opinión con energías insospechadas. Todos estos antecedentes fueron creando en el ambiente político de la unanimidad oligárquica una división que cristalizo en la Unión Cívica Radical y el Partido Socialista.


La reforma electoral de Sáenz Peña termina con el sufragio restringido que asegura la autoridad a la clase tradicional y abre las posibilidades a nuevos núcleos sociales para influir y ejercer el gobierno del país.



El proletariado


En los círculos obreros existían síntomas de malestar e intranquilidad, especialmente en Buenos Aires, donde la excesiva concentración de inmigrantes indigentes y sin oficio dificultaba su asimilación. El proletariado no prosperaba en la medida que lo hacían los otros grupos sociales.27 El aumento del precio de los artículos de primera necesidad exigía mayores salarios. Los jornaleros, cuyo nivel de vida era bajo, especialmente en las regiones del norte del país, si bien no carecían de alimentos, ni les faltaba trabajo, sufrían privaciones y carecían de escuelas, en centrándose en un grado de educación inferior que limitaba sus anhelos de mejoramiento. Los obreros en las ciudades, en la región agrícola y en las zonas industriales, los peones, jornaleros y arrendatarios paupérrimos, aspiraban a mejores formas de existencia; a una legislación adecuada que los protegiera de los accidentes del trabajo y de la indigencia en la vejez, que los defendiera contra propietarios y empresarios sin escrúpulos. En las ciudades, agrupados en instituciones de socorros mutuos, sociedades gremiales y rudimentarios sindicatos, aún no poseían suficiente fuerza para lograr sus aspiraciones. El Partido Socialista trataba de reunirlos y llegar al Congreso para hacer valer sus derechos y distribuir con mayor equidad las rentas colectivas. Los caudillos metropolitanos y los agitadores que venían del exterior, el ejemplo y la repercusión de las reivindicaciones obreras exteriorizadas con tanta violencia en las naciones europeas, comenzaron a agitar el elemento trabajador y a sorprender con sus actos de rebeldía a los hombres de gobierno que, con raras excepciones, no estaban preparados para afrontar los nuevos problemas sociales. En el 9º congreso socialista (27-XII-1910) todavía se discutía “si hay o no un problema social argentino” y se afirmaba que era un absurdo aplicar en el país el doctrinarismo extranjero.


El observador perspicaz; podía advertir la inquietud e inestabilidad en que vivía la clase proletaria en medio de la abundancia y riqueza del país. Pellegrini escribía desde Europa “Me he dedicado a estudiar la cuestión de la organización del trabajo”. “La labor subversiva de los agitadores tiene base en qué apoyarse, ya que los salarios que se pagan en Buenos Aires, son muy escasos y el costo de la vida muy caro”. 28


En Córdoba estalla la primera huelga en los talleres del ferrocarril (XII-1906). La huelga general de 1909 y las manifestaciones tumultuosas del 1º de Mayo tenían un real significado, así como el choque de las tropas con los obreros el 25 de Mayo y la explosión anarquista que originó el trágico asesinato del jefe de Policía, Coronel Falcón. Los estudiantes y la clase dirigente reaccionaban con violencia e indignación frente a estos excesos. La prensa no reflejaba el real malestar obrero atribuyendo estos hechos a influencias extranjeras. El Congreso olvidaba sancionar los proyectos de asistencia social que se hallaban en la carpeta de sus comisiones, y el gobierno afrontaba la crisis solicitando al Congreso que votara en veinticuatro horas la ley de Defensa Social. La terapéutica oficial recurría a un procedimiento simple para dominar una situación compleja. Los obreros comentaron a vincular sus fuerzas con otros grupos sociales y a reunirse en sindicatos. La clase gobernante quiso ajustar las válvulas de la caldera que subía de presión.


Pocos años después el Partido Socialista y la Unión Cívica Radical triunfaban en la Capital. Eran expresiones de nuevos núcleos sociales y aspiraciones colectivas que traían distintas fórmulas para encarar los asuntos de gobierno en materia social.29