Sáenz Peña La revolución por los comicios
Los partidos y la unidad nacional
 
 

Liberales nacionalistas en el gobierno


La batalla de Pavón no pacifica al país, pero el general vencedor posee los elementos para lograrlo: la autoridad que le da el triunfo, el conocimiento de los hombres y de los intereses y pasiones que a éstos mueven, su espíritu conciliador y la firmeza de sus convicciones lograda por la observación exacta de los hechos. Aprecia la situación social y política del país, tal cual es, y no como desearía que fuera.1 Tolerancia, discreción, ecuanimidad, comprensión, paciencia, claridad, decisión, son cualidades y aptitudes que valen más que los poderosos ejércitos para resolver conflictos y restablecer la confianza, y la paz. Hacer la paz lo más pronto posible, con la colaboración del jefe del partido federal para lograr la unión nacional, el imperio de la constitución y de la ley es su propósito. Nada ni nadie perturba al jefe liberal. Domina por su firme actitud a sus partidarios versátiles y excluyentes, exaltados por la pasión del localismo, que los lleva a ser reaccionarios y a emplear el lenguaje y los métodos de los federales anteriores a Caseros; contiene a Sarmiento que pide la horca para el vencido y la sangre de los gauchos para abonar la tierra.2 Mitre es ya el estadista de la nueva Argentina: “la prudencia es mejor soldado que la temeridad”. Opone a la violencia la moderación, el espíritu liberal al caudillaje. “Dos estrellas no pueden moverse en la misma órbita: o Mitre o Urquiza”. El jefe del partido federal se convierte en su colaborador para restablecer el orden y el respeto a la autoridad, nacional, aunque podía contar con suficientes recursos y partidarios para continuar resistiendo. Al presidente Derqui, tan desacertado en su política como débil en su acción, y a los federales defensores de sus pequeños feudos provinciales que desean la lucha con Buenos Aires, Urquiza deja que se consuman y se desbanden por su impotencia y acepta el plan de pacificación que le somete el general Mitre. “Construiremos la unidad nacional sobre bases justas y equitativas”, le escribe el vencedor de Pavón a Urquiza y éste confía en su palabra para dar cima a la empresa que él había comenzado.


Mitre, como Urquiza, no abusó de los derechos que le ofrecía la victoria, ni impuso una política personal; fue leal a sus ideas liberales y dio a su partido un programa nacional de acuerdo con la nueva evolución política que definirá, y orientará en la próxima presidencia.


Montoneros y revolucionarios fueron secuelas que aún persistían de las viejas luchas de una época donde dominaban los gobiernos personales y autoritarios, pero la tendencia liberal, que los hombres más destacados habían impuesto al país, era la única vencedora. El respeto a la ley y a la autoridad nacional, la unidad de la república y las garantías individuales son conquistas definitivas que marcan un mejoramiento substancial en la cultura del país.



La unidad nacional


Mitre, gobernador de Buenos Aires, con las facultades ejecutivas nacionales que le confían las provincias3 convoca a elecciones para legisladores al congreso y se propone solucionar el problema de la capital, para dar a la nación su propio asiento. Lo hace con prudencia, arriesgando su popularidad frente a su partido (6-VI-1862). Es laborioso el proceso por el cual se llega a un acuerdo. Es uno de los motivos que estimula la división del partido liberal, entre nacionalistas de Mitre (crudos) y autonomistas de Alsina (cocidos), estos últimos apoyados por los federales de Urquiza. Mitre será el campeón de la unidad nacional y Alsina del localismo porteño.4 Los nacionalistas consideran que debe limitarse la excesiva autoridad de las provincias para fortalecer al gobierno central y asegurar la unidad de la república. Los autonomistas invocan los derechos y garantías de las provincias contra los abusos del poder central, en nombre del mismo interés nacional, e incorporan a sus partidarios los “rosines” porteños.


La nación unida elige presidente al general Bartolomé Mitre y vice a Marcos Paz (12-X-1862). Mitre es uno de los políticos más equilibrados que tiene el país. Su apasionada juventud muy pronto alcanza la madurez del hombre de gobierno. En las épocas más turbulentas y confusas su objetivo fue siempre la unidad nacional y el respeto por la ley. La segregación de su provincia la concibió como un hecho transitorio. 5


Escoge para su ministerio y cargos superiores administrativos a las personalidades más destacadas del país, inaugurando un gobierno democrático, respetuoso de los valores personales y de la ley, reafirmando con sus actos el propósito de ser tolerante y conciliador con las opiniones ajenas. Sostiene el “gobierno de la libertad en el orden, la confraternidad de los pueblos y la justicia para todos”, trata de conseguir la colaboración de las provincias y terminar con las montoneras.


La política del presidente apoyada por el partido liberal se impone en el país. La llevan al interior los batallones nacionales y la secundan grupos dirigentes de las ciudades. Los jefes militares cometen excesos, abusos y hasta crímenes para imponer a los gobernantes, no ajustándose a las instrucciones que llevaban de atenerse a realizar únicamente actos de policía, sin provocar una guerra civil. 6 El viejo partido federal se encuentra debilitado y son vanas las tentativas de algunos gobernadores para resistir a las fuerzas de línea. 7


El general Wenceslao Paunero es el jefe de la Expedición Pacificadora del interior que el presidente Mitre envía a Córdoba para vigilar a las provincias del centro, norte y oeste y atraer las a la órbita de su política. No lleva el propósito de encender la guerra civil para reclutar correligionarios. El ejército nacional va a ejercer una simple acción de “represión policial” para dominar a las montoneras y afirmar la política liberal. Soldado del general Paz, austero y abnegado, debe oponerse a los excesos de los apasionados liberales que exigen, como Sarmiento, una guerra de exterminio. 8


Llega a Córdoba y halla a la provincia entregada a la anarquía, a la lucha exacerbada de las facciones, estimuladas por las más crudas pasiones de intereses personales y ambiciones de poder. No han mejorado las costumbres políticas en el interior. No ha llegado todavía la corriente liberal del litoral. La prudencia y energía del general Paunero y su propósito de “ejercer una función policial”, significa en el hecho la intervención directa en los asuntos provinciales, para hallar soluciones políticas favorables al gobierno nacional. Mortífera y tremenda lucha contra rebeliones y montoneras, entre la fuerza militar y el sentimiento del pueblo, que rechaza la intervención de la Capital. La eterna disputa entre el celoso regionalismo y el centralismo absorbente caracteriza aquella época. Había que imponer la unidad nacional desde el litoral. 9


La victoria de Caseros ha repercutido en Córdoba. La revolución popular dirigida por el Comandante General de Armas Manuel E. Pizarro, el derrocamiento del gobernador rosista Manuel López, (27-IV-1852) y la designación de su honorable ministro, Alejo C. Guzmán, gobernador de la Provincia, son las consecuencias más salientes.


Entre rusos y aliados se divide la opinión pública. 10 Los rusos son los antiguos rosistas, acérrimos partidarios de Urquiza, de vieja tradición federal, con fuerte apoyo popular que quieren mantenerse en el gobierno sirviendo la política del Libertador. Los aliados constituyen el nuevo partido de tendencia renovadora y liberal formado por un grupo de familias tradicionales perseguidas por Rosas, con simpatías unitarias y fuertes vínculos con Urquiza. La lucha atrae a la juventud universitaria deseosa de liberarse de la asfixia rosista.


Roque Ferreyra es elegido por influencia de Guzmán para sucederle en el gobierno. Comerciante apacible, de “pocas y trabajosas palabras”, como decía Rawson, tuvo que entregar el gobierno a Mariano Fragueiro, miembro del partido aliado (27-VI-1858). La marcha del ejército de Paunero provoca el desbande de los rusos que huyen a la campaña, dejando en la capital “La Voz del Pueblo” que mantiene vivo el sentimiento federal y prepara la revancha.


Fragueiro, el gobernador “banderita”11 vuelto de Chile de la emigración, de ilustre prosapia, constituyente y Ministro de Hacienda de Urquiza (1854), hizo un excelente gobierno. Designó ministros a dos figuras expectables del partido Ruso y Aliado, buscando inútilmente la conciliación de los dos grupos. Sofocó más de diez sublevaciones de montoneros de la sierra. El gobernador (10-V-1859) y la legislatura, en sendos manifiestos y con un contingente de guardias nacionales, apoyaron la guerra de la Confederación contra la provincia de Buenos Aires. Tomado prisionero por la revolución de Manuel Antonio Cardoso y vencida ésta, renunció a su cargo. Félix de la Peña es elegido gobernador propietario (18-IX-1860). Perteneciente a una vieja familia tucumana, era un honorable comerciante con reputación de habilísimo político. Contaba con el apoyo de los hacendados comerciantes de la campaña, un grupo de la juventud universitaria y la tolerancia de los resistas, a pesar de pertenecer al grupo aliado.


La habilidad política del gobernador no puede mantener su duplicidad: ser leal a Urquiza, y su ministro Luis Cáceres mantener fuertes vínculos con Mitre. El presidente Derqui no lo tolera e interviene la provincia para deponerlo y preparar el ejército contra Buenos Aires. Peña es reemplazado por el ruso Fernando Allende, también de ilustre abolengo, intachable magistrado judicial y mediocre político. Disuelve la legislatura (12-VIII-1861) y persigue tenazmente a sus adversarios que se refugian en el ejército de Mitre, en marcha a Pavón. La revolución del coronel Manuel J. Olascoaga lo derrocó del gobierno y facilitó la tarea del ejército del general Paunero que viene a asegurar la unidad nacional.


El partido Aliado se dividió en dos facciones: los liberales nacionalistas que reconocen a de la Peña como jefe y los liberales Autonomistas que representan el sentimiento localista, que conduce su ardoroso caudillo Justiniano Posse que, como Adolfo Alsina, es el más celoso guardián de la autonomía provincial. 12


El general Paunero reemplaza al gobernador provisional José Alejo Román, elegido por la revolución (12-XI-1861) y repone a Félix de la Peña, depuesto por Derqui (10-XII-1861). “Gobierno de los seis días” le llaman, porque al punto lo reemplaza el coronel Marcos Paz y el mismo general Paunero (28-I y 17-II-1862).


Las instituciones provinciales sufren las presiones de la fuerza militar, se olvidan los principios democráticos. Paunero restablece la vieja legislatura, la provincia reasume su soberanía (19-XII-1861) y confía al general Mitre las facultades del Ejecutivo Nacional. Aparece impunemente el “derecho revolucionario”, según lo califica un relato de los sucesos de la época. En nombre de la revolución “Legítima y Santa” la legislatura adhiere a la política de Buenos Aires con un manifiesto, que parece escrito por Sarmiento, tan apasionado y violento en contra de la Confederación y los federales. Firmado por los hombres más calificados, como los legisladores Rafael García, Antonio del Viso, Augusto López, Carlos Bouquet, Justiniano Posse, Martín Ferreyra; los acusaban de “crímenes espantosos”, “destrucción cruenta de las libertades, persecuciones y matanzas” y al gobierno nacional de haber “roto con sus crímenes la Constitución Nacional”.


Convocada la provincia a elecciones y alejados los federales (rusos) de los comicios, los liberales nacionalistas de Peña y los liberales autonomistas de Posse se traban en una apasionada y estéril lucha. Del examen de estos hechos surge evidente el estado de anarquía y la falta de espíritu nacional en la política provincial, que no pueden infundir los batallones nacionales. “El ejército de Paunero es un azote para la provincia”, gritan los partidarios de Posse. “Fuera los intrusos vendidos al oro porteño”. Las dos facciones se atacan con toda clase de proyectiles. Calumnias, diatribas, provocaciones, amenazas y la prensa enardecida entran en pugna. Posse suspende de un bastonazo los comicios afirmando que los soldados de Paunero le votan en contra.13 Golpe de estado, rechazo de los diputados al Congreso Nacional y, finalmente, la conciliación de las facciones en base a una lista común de candidatos en comicios desiertos. La política nacionalista de Mitre triunfa en Córdoba. Se le vota para Presidente de la Nación.14 Después surgen de nuevo la división y la lucha entre las facciones, las rebeliones y montoneras.


En las provincias del norte y del oeste la expedición del general Paunero y los regimientos de Sandes e Iseas logran el apoyo de las provincias para el partido liberal triunfante.15 El interior continúa convulsionado durante las presidencias de Mitre y de Sarmiento. Se lucha en nombre del partido federal, que es la expresión mas viva del regionalismo, enemigo de la hegemonía de Buenos Aires y los porteños. Derrotado pero no vencido, volverá a reagruparse y oponerse al gobierno nacional. Sus brotes aparecerán bajo diferentes nombres y agrupaciones, banderas y banderolas, hasta en las filas de la Unión Cívica Radical.


La guerra con el Paraguay es impopular en las provincias. Cuando no se ha consolidado la autoridad nacional provoca la explosión del viejo federalismo que sólo es regionalismo estrecho. Los gobernadores autoritarios y omnipotentes se sienten amenazados y desplazados por la autoridad federal que limita sus poderes y resisten al nuevo régimen.


En el interior, el partido liberal no cuenta con elementos suficientes, a pesar del apoyo de los Taboada en Santiago del Estero, con influencia preponderante en el norte. Como en Buenos Aires, al partido liberal lo debilitan las facciones y ambiciones personales, los bandos y pandillas. Así sucede en Catamarca donde los liberales Moisés Omill y Correa disputan la gobernación. Catamarca es una provincia revoltosa y combatiente; la escasez; de su presupuesto no impide la permanente lucha política por conquistar el poder, disponiendo así de sus escuálidos recursos. En menos de diez años recibe a cuatro comisionados federales, y es gobernada por cinco montoneros y veintisiete gobernadores provisionales. En Salta, los Uriburu, “Juan y José, tío y sobrino”, pelean por el poder. En San Juan, el candidato a gobernador apoyado por Sarmiento, es causa de conflictos y el mismo Sarmiento, elegido gobernador, debe dejar el poder. En Córdoba asesinan a Justiniano Posse, gobernador electo y Rawson lleva la intervención nacional. El Chacho, invocando el nombre de Urquiza, se subleva ciento diecisiete veces durante la presidencia de Mitre. 16


A pesar de estos conflictos y la guerra con el Paraguay, el presidente Mitre mantiene la autoridad nacional en el país. Sostiene que los conflictos entre los poderes deben resolverse dentro de la jurisdicción provincial y los comisionados federales van simplemente a reponer a las autoridades derrocadas, sin hacerse cargo del gobierno. Cuando sea necesario convocar a nuevas elecciones nombrará un gobernador provisional.


En materia internacional el presidente define con claridad y precisión una política de dignidad e independencia, basada exclusivamente en el interés nacional.



El presidente no impone su sucesor


La prescindencia del general Mitre, con respecto a las candidaturas para la futura presidencia, favorece la lucha de las facciones. El partido liberal, que había vencido en las últimas elecciones, encuentra a su rival vigorizado por la acción de su jefe, Adolfo Alsina, que se ha destacado por su obra de gobierno en la provincia de Buenos Aires. Es, además, el tribuno más popular de la capital. Su partido lo proclama candidato y cuenta con importantes grupos de opinión. Enrola a universitarios de tendencia unitaria, segregados del viejo tronco liberal que ambicionan la hegemonía de Buenos Aires sobre las provincias. Federales regionalistas y provincialistas también lo acompañan. Los liberales responden débilmente. Los grupos jóvenes, más inquietos, propician la efímera candidatura de Manuel Quintana. Alberdi, el hosco emigrado, también se menciona como candidato. El partido federal en las provincias sostiene la candidatura del general Urquiza y continúa oponiéndose a la política liberal con motines y montoneras. Es un partido que se apoya en las masas populares y resiste a los regimientos nacionales. No quiere recibir órdenes de la capital y sus caudillos localistas e intransigentes desean continuar gobernando las respectivas provincias a su arbitrio. Mantienen vínculos con los autonomistas de Alsina, tan apasionados y localistas como ellos, con los reformistas que se oponen a los liberales.


Al finalizar la presidencia de Mitre el partido liberal se hallaba debilitado en el interior, a tal punto que sólo podía contar con las provincias de Corrientes, Cuyo y Santiago del Estero. La candidatura de Domingo Faustino Sarmiento aparece prestigiada en diversos puntos del país. “El Zonda” y el “Constitucional” la lanzan en Cuyo; Vélez Sársfield en Buenos Aires y Posse en Tucumán. Donde tiene su mayor apoyo es en el ejército que combate en el Paraguay. Los generales Emilio Mitre, Arredondo y Lucio Mansilla17 lo proclaman. El “boletinero” del Ejército Grande, ha demostrado su garra de político y su indiscutible talento, en las luchas con la. Confederación, en sus discursos y escritos. Su temperamento gusta a los militares; los jefes lo apoyan y la candidatura gana rápidamente la opinión del país. Sarmiento en Estados Unidos, sin partido, sin halagar a las tendencias populares, intemperante y agresivo, demoledor y constructor, es un candidato excepcional. Se vota a un hombre, no a un partido político. En vano el presidente insiste en que se mantenga la unión del partido liberal. Alsina, que conduce a los liberales autonomistas, mantiene su oposición a Mitre y también su candidatura. Hábil en la maniobra, si no puede ser presidente quiere hacer un presidente y debilitar a los liberales y federales. Sin apoyo en el interior adhiere a la candidatura de Sarmiento y logra la vicepresidencia. Los liberales de Mitre están vencidos. El general Arredondo les arrebata Cuyo, Córdoba y La Rioja.


Los viejos federales intentan inútilmente vengarse del desastre de Pavón y trabajan para hacer presidente a Urquiza que mantiene prestigio en Entre Ríos, Santa Fe y Salta. El general elector Arredondo aporta su apoyo a Sarmiento con elementos de La Rioja, Córdoba, San Juan y Mendoza.


La elección presidencial se define en el colegio electoral donde triunfa la fórmula Sarmiento Alsina.18 El partido liberal queda definitivamente dividido, los autonomistas se incorporan al gobierno y los liberales mitristas son la oposición.


Por primera vez en la historia nacional, el presidente, a pesar de su preferencia por Elizalde, no influye en la elección de su sucesor. Mitre objeta las candidaturas de Urquiza y de Alsina; el uno es una “falsificación de candidato” y el otro una “calamidad nacional”.19


En cartas a José María Gutiérrez define los deberes del gobernante frente a los comicios: “La elección de sus representantes es el único acto por medio del cual el pueblo ejerce una influencia directa en los negocios del Estado; y el ejercicio pacífico y real de este derecho es la más eficaz garantía de la estabilidad del orden, porque el pueblo, aunque no siempre elige lo mejor, elige siempre lo que se halla más dispuesto a sostener. Si los Gobiernos, no satisfechos con gobernar y a título de más capaces, se empeñan en constituirse en poderes electorales, poniendo al servicio de una parte del pueblo los medios de acción y de poder que el pueblo todo les ha confiado para la seguridad común, ¿qué función le dejamos al pueblo en el régimen representativo?; ¿qué garantía sólida damos al orden constitucional?”


“La lucha ardiente en que hemos vivido antes de ahora, la necesidad de defensa de los partidos atrincherados en el gobierno, la transmisión de un abuso que se ha considerado por mucho tiempo como inherente al ejercicio de la autoridad, han podido explicar o disculpar esta distracción de la fuerza del Gobierno a objetos extraños y contrarios a su naturaleza y fin; pero me asiste la confianza de que, a medida que la opinión se fortalezca y los partidos se eduquen, esa intervención ilegítima de los gobiernos en las elecciones han de desaparecer y, con ella, uno de los más inminentes peligros de esta situación”.20


El presidente Mitre entrega el gobierno a Domingo F. Sarmiento, su adversario político.



Gobierno autoritario


Resuelta la incorporación de Buenos Aires a la Confederación y realizada la unión nacional, el núcleo destacado de hombres dirigentes con los cuales se logró un gobierno estable, democrático y liberal, dentro del sistema federal fijado por la constitución, se dispersa y toma diferentes posiciones. Al discutirse en los cuerpos colegiados el problema de la capital de la república, las intervenciones federales, la guerra con el Paraguay o los tratados de paz, se rompe la unidad de los partidos liberal y federal, constituyéndose distintos núcleos que serán la base de los futuros partidos nacionales. Las contiendas electorales reviven las viejas pasiones e intereses regionales, las rivalidades de los nuevos caudillos que se disputan el concurso popular, estimulados por una prensa libre e ilustrada, mientras el pueblo se reúne en clubs y asambleas públicas, donde se ensaya la práctica de las instituciones democráticas que acaban de implantarse y donde la oposición se manifiesta sin reticencias ni temores. Si la oposición en la capital es capaz; de vencer al oficialismo, no sucede lo mismo en el interior donde todavía dominan los gobiernos autoritarios y las milicias intervienen constantemente en los comicios, cometiendo a veces excesos y arbitrariedades que recuerdan los tiempos de la tiranía. A pesar de los grupos reaccionarios, que aparecen con más violencia en las provincias, las costumbres políticas revelan un sensible adelanto sobre la época anterior. Existe una tendencia general a afianzar las instituciones democráticas y liberales que, por primera vez, se aplican en la república. A pesar de la ignorancia de las masas populares y aún de muchos caudillos, los hombres de gobierno revelan una cultura política, un empeño por servir a las instituciones republicanas y un deseo por impulsar el progreso del país, que los unía, por encima de sus rivalidades e intereses partidarios. Esta actitud señala un ejemplo de comprensión, capacidad y patriotismo que no se ha vuelto a repetir en la historia de los partidos políticos argentinos. La libertad de prensa, el respeto por la propiedad, y los derechos humanos, la difusión de la enseñanza y el afianzamiento de la Justicia eran conquistas definitivas que imprimieron al país su carácter liberal y democrático.


Sarmiento asume la presidencia y ejerce sus funciones con firmeza. Sus contradicciones no amenguan su autoridad, porque no son inspiradas por un interés personal. Los partidos cuentan poco en esta presidencia excepcional, donde aparece la personalidad del gobernante, que declara la guerra a todo lo que se opone a su voluntad.21 El impetuoso Alsina poco gravita en el gobierno. Los liberales de Mitre son excluidos. El presidente le ofrece el comando del ejército del Paraguay, Mitre no lo acepta y francamente es opositor. Ud. me ha dejado “una pobre casa de gobierno”, le dice el presidente. Pocos días antes de su ascención al mando éste le había pedido a aquél que lo ascendiera a coronel efectivo, “grado que me corresponde por mi antigüedad en el ejército”.


Mitre y Sarmiento son los gobernantes liberales más destacados que tiene el país, pero discuten constantemente. Sus controversias en el congreso y en la prensa son memorables. Liberales de Mitre y liberales de Sarmiento chocan con estruendo. Sarmiento es un liberal con su propio estilo. él mismo dice: “Liberal gubernista en cuanto quiero que en nombre de la libertad no se debilite la acción de gobierno”. Entre estos dos grandes personajes, aún en los momentos en que la polémica es más violenta, jamás disminuye la estimación y el respeto mutuo. Cuando el interés del país lo requiere, deponen sus armas, olvidan sus diferencias y reúnen sus fuerzas en beneficio de la Nación. Los errores diplomáticos del ministro Tejedor, los repara Mitre por pedido del mismo presidente, que lo envía en misión especial al Brasil y Paraguay. Cuando la segunda sublevación de López Jordán en Entre Ríos, que inicia un movimiento reaccionario, Mitre apoya al presidente y el revolucionario es vencido en ñaembe y Don Gonzalo.


Este gran ingenuo que es Sarmiento, es también un escéptico. Quiere la educación política del pueblo. Se propone protegerlo, dirigirlo y enseñarle, imponer su voluntad a esta “pobre colonia española”.22 Al mismo tiempo que difunde las escuelas en todos los confines de la república, domina violentamente a quienes se rebelan contra el gobierno federal. Su autoritarismo provoca la oposición de los partidos, en la capital y en las provincias. Si los partidos no lo apoyan él se siente fuerte con el ejército nacional que obedece sus órdenes. Amonesta a los gobernadores que no son capaces de mantener el orden, y reprime los motines. Interviene a Entre Ríos, donde López Jordán pretende segregar el litoral de la nación; a Jujuy y, en dos oportunidades, a San Juan. Se propone limitar la influencia de los Taboada en el Norte. Fusila montoneros y no tolera que se perturbe el orden que instaura con actividad febril.


Rawson lo acusa de recurrir a las intervenciones federales como si fueran recursos esencialmente políticos. Si quienes la piden son sus partidarios debe intervenirse, si no lo son, no lo hace, le dice en el Congreso (1875). Las intervenciones pueden enviarse por razones de orden moral y seguridad pública; en todo caso debe el interventor asumir el gobierno, responde el presidente. La doctrina de Mitre se altera después de ese debate memorable.



Los militares y la política


Emplea Sarmiento a los jefes militares y al ejército nacional, los Arredondo, Roca, Cornejo, Rivas, Gelly y Obes, para sus fines políticos. Los militares intervienen francamente en la contienda electoral. Son verdaderos gestores de candidaturas, tutores de gobiernos. Los militares se convierten en políticos. La arbitrariedad de las autoridades y partidos locales es substituida por la arbitrariedad de los procónsules y sus legiones.23 Con ellos, d presidente mantiene el orden pero desvirtúa el sistema federal y la misión del ejército. Crea un precedente que aun perdura y aparta a los militares de las funciones a que se hallan destinados. Sarmiento provinciano, voluntarioso y autoritario, termina con las autonomías provinciales a tal punto que los temores de avasallamiento, que se temían del porteño Alsina, se realizan bajo la presidencia del sanjuanino.


Tres años antes de que termine la administración de Sarmiento las agrupaciones políticas comienzan a preparar los candidatos para la próxima presidencia. Liberales, nacionalistas y autonomistas dominan en Buenos Aires, pero ninguno puede triunfar sin el apoyo provinciano. Los autonomistas, a pesar de desempeñar Alsina la vicepresidencia de la Nación, son vencidos en la provincia por los liberales nacionalistas de Mitre en las elecciones de diputados nacionales que anuló el oficialismo (1870). Poco después se unen y concurren a la convención provincial constituyente con lista única, para separarse al punto en las elecciones de gobernador e imponer Alsina a su fiel amigo Mariano Acosta como gobernador (1872).


Una nueva elección de diputados nacionales (1874) es previa a la presidencial. Quien triunfe dominará en el Congreso. Buenos Aires es el centro de la lucha entre liberales nacionalistas y autonomistas. Los comicios se realizan en un ambiente de violencia. La falsificación de los registros electorales, la venalidad y el atropello, soeces insultos y tremendas calumnias, presiones de la policía y ataques a mano armada, heridos y muertos, todo ocurre en el proceso electoral. Son famosos en la historia electoral, los comicios violentos de la parroquia de Balvanera.24 “Fue un triunfo escandaloso y sangriento. El Congreso es cómplice de este acto repudiable”, afirman los liberales nacionalistas.


Anular votos, substituir actas y arrebatar el triunfo al adversario, en forma tan burda y grosera, hace que se recuerde esta elección como el más escandaloso de los fraudes electorales. 25 En el interior de la provincia la presión del gobierno no se ocultaba. Cada partido en cada población tenía sus gauchos matones. En los pagos de Navarro y Lobos se recuerda todavía la lucha a muerte entre el gaucho José Leguizamón, autonomista de Alsina, y Juan Moreira nacionalista de Mitre, protegido por el juez; de paz Marañen. En célebre pelea, antes de los comicios, Moreira mató de una puñalada a su adversario y nadie podía ganarle en los comicios donde se presentaba y a tal punto su prestigio preocupó al gobernador Alsina que movilizó fuerzas de la guardia nacional para aprehenderlo.26 Los mitristas pierden en su propio país. Buenos Aires, y triunfan en San Juan y Santiago del Estero.


Los comicios son semejantes en las provincias. En Cuyo, el general Arredondo es reemplazado por el general Ivanowsky a raíz del asesinato del gobernador Videla. Su intervención en la política local contrariaba las instrucciones del Presidente.27


Adolfo Alsina es un excelente gobernador de Buenos Aires y aumenta sus prestigios con la función de gobierno. Los autonomistas lo hacen su candidato para suceder a Sarmiento. Lo apoya López; Jordán, quien de nuevo se ha levantado en Entre Ríos. El general Arredondo, el gran elector del oeste, después de propiciar a Tejedor, se inclina por Manuel Quintana, que renuncia a su candidatura para facilitar la de Mitre, sostenida por los liberales nacionalistas, los hermanos Tabeada de Santiago del Estero y Torrent de Corrientes. En las provincias cuenta con núcleos de partidarios en los centros urbanos, más decorativos que influyentes.28 En la capital los clubs Nacional y Constitucional son sus más ardientes partidarios. Un tercer candidato aparece en su tierra natal: Nicolás Avellaneda, el ¿oven ministro de Instrucción Pública de Sarmiento, que logra al punto la adhesión de numerosas situaciones provinciales.29



La liga de gobernadores


En ocasión del acto inaugural de la Exposición Nacional de Córdoba, al que asiste el presidente, se reúne la mayoría de los gobernadores del interior y manifiestan públicamente su adhesión a la candidatura de Avellaneda. Así comienza la “liga de gobernadores” que asegurará el triunfo presidencial de Avellaneda (12-IV-1876). Se dijo entonces que era la revancha de las provincias por la derrota de Pavón. El candidato sabe atraerse a los gobernadores. Con ellos derrotará a sus adversarios: con José Posse que domina Salta, Jujuy y Catamarca; con Simón Iriondo de Santa Fe; con Echagüe de Entre Ríos; con los jefes militares Ivanowsky y Roca en La Rioja y San Luis; con Gilabert en Corrientes; con Civit en Mendoza. Córdoba fue siempre adicta al joven candidato. Funda clubs nacionales y consigue la simpatía popular.


Avellaneda proviene de ilustre prosapia, tan seductor en su trato como elocuente en el discurso, al punto que otro gran tribuno (Alsina) decía de él: “Temóle más a ese chiquitín en los atrios, que a un ejército compuesto por las tres armas”. Ministro de Alsina a los 29 años. Avellaneda es un astuto político de escuela provinciana, con experiencia porteña. Apercibióse que no puede ser estable un gobierno nacional con la oposición de los autonomistas y nacionalistas de Buenos Aires. Si son opositores los nacionalistas de Mitre, logremos el apoyo de los autonomistas de Alsina, dice Avellaneda. El caudillo autonomista sin perspectivas de triunfo, pospone nuevamente su ambición presidencial y pacta la unión con Avellaneda; prefiere al tucumano, no a Mitre, su constante adversario. “Desde ese día parte del localismo porteño y el provinciano se confunden en un gran partido. 30 Conviene con Avellaneda designar Vice presidente a su amigo el insustituible Mariano Acosta. 31


Los partidarios de Avellaneda no omiten medios para asegurarle el triunfo en el interior. En Jujuy, deponen al gobernador Teófilo García Bustamante. En San Luís, el jefe de fronteras, coronel Julio A. Roca, sofoca con sus batallones la oposición nacionalista. En Corrientes, donde han triunfado los liberales, en la elección presidencial, resultan vencidos por la presión del gobierno. En Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos, los opositores son ínfima minoría. Los liberales nacionalistas que creen ganar en Mendosa y La Rioja aparecen vencidos en el escrutinio. Solamente tienen mayoría en San Juan, Santiago del Estero y Buenos Aires. 31a


En los comicios presidenciales hubo violencias y fraudes y los dos partidos se los imputan. Los nacionalistas impugnan la elección en el Congreso, por falsificación de votos “que nadie niega y que todos confiesan”. 32 “Siempre alegan el fraude los opositores cuando son vencidos”, contesta Avellaneda. La elección es semejante a la mayoría de las que se han realizado anteriormente. Desde la primera votación en 1810, el sufragio, generalmente, es falseado, siempre restringido y pocas veces libre y auténtico.


La tensión política es intensa. Los liberales nacionalistas no pueden ocultar su rebeldía. Extienden la propaganda al interior y preparan la revolución. La indignación de Mitre no tiene límites ante el fraude cometido en los comicios con la complicidad del presidente Sarmiento y de la mayoría de los oficialismos provinciales. Lanza un violento manifiesto (16-IV-1874) en el cual afirma que quien “acepta o busca el gobierno de un pueblo libre por medios indignos no es digno de gobernarlo”... “frente al fraude la revolución es un deber para desalojar a la oligarquía oficial de hombres sin conciencia”. Avellaneda fue declarado gobernante de facto. El presidente Sarmiento responde: “La revolución es un crimen contra el país”... “la revolución traerá el gobierno del sable” (Mensaje al Congreso).



La revolución de 1874


La revolución estalla en las provincias de Buenos Aires y Cuyo. El general Mitre toma la dirección revolucionaría cediendo a la presión de su partido y adopta una actitud, que su previsión militar como su conciencia desaprueban, y en cuyo triunfo no cree. 33 Declara que el movimiento subversivo tiene por objeto reivindicar las libertades del pueblo. Justifica la revolución contra los poderes constituidos cuando éstos cierran los comicios a la oposición. “La lucha por el sufragio es suprema, como base del gobierno creado y entonces la revolución es un derecho, un deber y una necesidad”. Mitre después de esta actitud, agrega “que su vida pública ha terminado para siempre”.


El presidente Sarmiento condena violentamente la revolución y la indisciplina del ejército. Su sucesor, Avellaneda, se hace cargo del gobierno cuando la sublevación ha estallado. Sarmiento le dice, al entregarle el gobierno: “sois el primer presidente que no sabe disparar una pistola”. Para dominar a los rebeldes, Mitre y Arredondo, Avellaneda envía a dos jóvenes coroneles, José I. Arias y Julio A. Roca. Las batallas de La Verde (26-XI-1874) y Santa Rosa (6-XII-1874) terminan con el movimiento subversivo.


Roque Sáenz Pena, estudiante de la Facultad de Derecho, se alista en los batallones leales y sale a campaña bajo las órdenes del coronel Luís María, Campos, jefe de la brigada del general Levalle y obtiene los despachos de teniente coronel de guardias nacionales.


La revolución adquiere una amplitud, inusitada y conmueve al país. Semejante a la del 11 de Septiembre de 1852, produce consecuencias profundas en la política nacional, por su extensión en el ejército regular y las personalidades rebeldes que compromete. Las anteriores fueron simples motines locales que se limitaban a deponer a gobernadores, sin que jamás llegara a peligrar la estabilidad de la autoridad nacional. Acentúa la rivalidad entre nacionalistas y autonomistas. Aparece como el antecedente próximo de la rebelión del gobernador de Buenos Aires, Tejedor; establece la doctrina del “derecho de la revolución que se invoca en 1890, en 1905 y continúa vigente hasta el presente.


La revolución fue el estallido de un largo proceso político que culmina con el gran fraude electoral realizado por el oficialismo. La triste experiencia no modificó, ni rectificó la conducta de los gobiernos en los comicios. Estos continuaron restringidos al voto popular y falseados sus resultados. El progreso económico del país ascendía en proporción al descenso de las prácticas políticas y al deterioro de las instituciones republicanas. “El sufragio es la base de todo mando y de toda obediencia en un país libre”.34 No existía la verdad del sufragio.


La presidencia de Avellaneda se desenvuelve con grandes dificultades políticas. A las consecuencias que deja la revolución, se agregan los motines locales que alteran el orden en las provincias. López Jordán invade, por tercera vez, Entre Ríos. Diez días después es entregado a la justicia. La intervención nacional tiene que dirimir conflictos de poderes y ambiciones personales en Jujuy, Salta y La Roja. Estalla otro motín en Santa Fe y una revolución en Corrientes.


Los liberales nacionalistas, después del fracaso de la revolución, invocan la corrupción electoral para abstenerse de concurrir a los comicios y mantener la agitación política.35 Si no existe ambiente popular para derrocar al gobierno nacional, se vive una gran inquietud, observa el presidente en su mensaje al Congreso (1878). Señala la causa: Es “escasa la moral política en los partidos cuando nada es cierto y todo es mentira”. “Mientras no se formen otros nuevos que reemplacen los antiguos, habrá cierta incoherencia y una gran debilidad en nuestra vida pública”.


A las dificultades políticas se suman los problemas que plantea la primera crisis económica grave que sufre la naciente república. Avellaneda la encara con vigor y acierto. Pide al país que economice sobre el hambre y la sed y, al mismo tiempo, le infunde optimismo. “No es cierto que todo está perdido cuando existe un pueblo que trabaja”... y “la nación acrecienta cada año por millones su poder productivo”.36 Promueve la inmigración europea y la colonización agrícola, extiende la red ferroviaria y telegráfica, lleva la escuela al último extremo del país. Dos años después afirma: “No conozco otro ejemplo de nación sudamericana que se presente como la nuestra, rodeada de los mayores signos de prosperidad creciente”.37


Las provincias permanecen tranquilas si las comparamos con Buenos Aires. Allí el oficialismo no deja votar a la oposición. La capital es el centro de apasionadas luchas y de agitaciones políticas que se exacerban cuando se acerca el período de los comicios. Mitre, después de su breve eclipse, vuelve a la capital con renovado prestigio. La burguesía y el más representativo grupo de opinión, así como el partido nacionalista, son fieles a su adalid. La prensa menciona constantemente su nombre y renueva tremendos ataques al gobierno.


En el congreso los liberales Rawson, Sarmiento y Oroño pronuncian virulentos discursos contra el gobierno. “Queremos la verdad del sufragio y gobierno con mayorías legales”... “cuando se siembran fraudes se cosechan revoluciones”. 38


Se incuba una nueva revolución para derrocar al Presidente. Avellaneda está decidido a evitarla. Quiere que los nacionalistas vuelvan a las urnas. “No pueden existir partidos segregados de la vida electiva”, dice en su mensaje. “Los partidos no tienen derecho de perturbar la paz; de la república”. “No fundaremos un régimen de instituciones libres sino cuando las oposiciones dejen de ser sediciosas y los partidos gobernantes abusivamente excluyentes”. “En mi gobierno habrá mayorías y minorías que gobiernen. 39


En las turbulentas luchas políticas de este período, Sáenz Peña, que acaba de recibir su título de abogado en la universidad de Buenos Aires, 40 se alista en las filas autonomistas y es elegido diputado a la legislatura de la provincia, cuyas agitadas sesiones preside cuando no desciende al recinto para participar en los debates, con “sólida información y hábil dialéctica”. Por un incidente reglamentario en el cual creyó que se vulneraba su autoridad, presentó la renuncia indeclinable y abandona la presidencia. (26-V-1878) Sólo tenía veintiséis años cuando ya demostró integridad de carácter y susceptibilidad caballeresca.41



La conciliación


El presidente trabaja empeñosamente por la conciliación nacional. La “conciliación” consiste en atraer un partido (el liberal) a los comicios. Avellaneda triunfa en esta política temperante, tan alejada del abuso autoritario como de la excesiva blandura.42 Mitre la apoya.


Es la única forma de vencer a Del Valle que gana adeptos en la provincia. Es la manera más hábil para librarse de la influencia absorbente de Alsina.


Los liberales nacionalistas y autonomistas, finalmente, se reconcilian y sus jefes, Mitre y Alsina, se abrazan en la plaza de Mayo (7-VII-1876)43 Avellaneda incorpora al ministerio a Benjamín Gorostiaga y a José M. Gutiérrez; (liberales-nacionalistas). Un grupo de autonomistas, que siguen a Bernardo de Irigoyen y Leandro Alem, se separan del partido y fundan el grupo Republicano.44 Son enemigos del acuerdo. Sarmiento también lo fustiga. “Es contrario a las normas republicanas”, dice, pero reconoce que el estado revolucionario reinante en el país lo justifican, porque hace insostenible el gobierno de Avellaneda.


El anhelo de Buenos Aires por designar un presidente porteño se desvanece. Alsina muere cuando pudo ser votado por un partido con prestigio en todo el país, después de vencer a los indómitos caciques, en su campaña al desierto. (29-XII-1877). Era el candidato con más probabilidades de éxito. Su nombre había sido aceptado por las provincias. El taciturno Carlos Tejedor aspira a substituirlo. Despierta los entusiasmos de la “patria chica” y de los partidarios de la conciliación. No sucede lo mismo en las provincias donde Tejedor es resistido y la conciliación es impopular. En la mayoría de ellas triunfan los autonomistas nacionales que constituyen la liga de gobernadores.45


Es tal la desorientación política en Buenos Aires que los liberales nacionalistas, autonomistas y republicanos, creen que Tejedor, recientemente elegido gobernador de la provincia, puede ser la solución presidencial. Poco dura esta ilusión. Otros nombres surgen: A Rawson lo sostiene un grupo de liberales nacionalistas; a Dardo Rocha los republicanos; los liberales nacionalistas de Corrientes, San Juan y Córdoba propician a Saturnino M. Laspieur, el ministro de Avellaneda con el cual se pretende, inútilmente, destruir la liga de gobernadores; a Bernardo de Irigoyen lo lanzan los viejos federales y los intransigentes autonomistas de Alem; la candidatura de Sarmiento aparece sostenida por Del Valle y una fracción de los liberales nacionalistas que constituyen el partido republicano.


Nunca Sarmiento demostró mayor ambición para ser presidente y también mayor desdén por sus correligionarios. “Basta que se consulte a la opinión pública del país para que yo sea elegido presidente” decía con tamaña arrogancia. Designado ministro aspira a ser el jefe del partido autonomista para restablecer “la moral política depravada por la maldita conciliación”. Actúa con energía contra los gobernadores electores. Se enfrenta con Tejedor a quien llama “bárbaro osado y sin freno”.46 Ya se cree presidente y aún Avellaneda llega a pensar que él puede ser la solución. 47 Lo pide el Comité de la Paz, los periódicos “The Standard”, “Courrière de la Plata” y “II Popolo Italiano”.48


El gran viejo no consigue detener la marea que llega del interior con otro candidato. El candidato es el general Julio A. Roca. Acaba de conquistar el desierto incorporando a la economía nacional miles de tierras fértiles. El joven tucumano encarna el sentimiento provinciano, un nuevo movimiento de renovación liberal con el cual simpatiza la juventud y se propone, innovar los hábitos políticos del cerrado oficialismo. Avellaneda halla en él al continuador de su política y se inclina discretamente por su nombre. El Presidente abandona la “conciliación”, que nunca fue bien recibida en el interior, después de la muerte de Alsina y busca el apoyo de las provincias para contrarrestar la oposición de la capital. Es el comienzo del gran partido Autonomista Nacional que se constituye alrededor del general Roca y se fortifica con la liga de gobernadores. Dicho frente político es organizado con astucia y eficacia por su cuñado, Miguel Juárez; Celman, ministro de gobierno en Córdoba.49 Sarmiento es resistido en el interior, a pesar de ser provinciano, porque cuando era presidente hizo una política centralista y autoritaria. “Rodó el coloso Sarmiento como un muñeco”, le escribe Roca a Juárez. “Es una pantera herida e impotente”, agrega.



La provincia contra la nación


Tejedor está decidido a emplear todos sus recursos en la lucha ya empeñada, la que fatalmente ha de desembocar en la guerra. Suscita los sentimientos localistas contra las provincias. Renacen y desbordan los viejos rencores y pasiones y todas las armas son buenas para combatir al adversario. Las canciones en el suburbio porteño anuncian a Roca como a “un nuevo Rosas”. “Los roquistas son los asesinos de los pobres”. “Vienen a encadenar al pueblo de Buenos Aires”. Avellaneda quiere “para sostener a Roca, renovar la mazorca”, cantan los payadores en las pulperías. Es él quien ha conquistado “la pampa porteña” para entregarla a la nación. Tejedor la quiere para los estancieros de Buenos Aires (1878). La lucha política es también lucha de intereses banderizos.


Roca conduce su candidatura con extrema tenacidad y habilidad. Propone a Tejedor evitar una lucha comicial estéril (10-V-1880). Sugiere como candidato de transacción al ya ilustre Sarmiento. Tejedor es intransigente. No admite otra candidatura que la suya.50 “Tiene hambre canina por la presidencia”.51


“Sigue el desmembramiento del partido mitrista”, escribe Roca “y la situación de Tejedor es bien crítica”. “Me encuentro con un gran partido… provinciano, crudo y neto, sucediendo y recogiendo el disperso partido de Alsina”.52


El sentimiento federalista del interior se vigoriza y defiende del localismo autoritario de Tejedor, ya exteriorizado en las luchas de la confederación. Existe un factor nuevo en apoyo del interior: en la casa de gobierno hay un presidente provinciano que con prudencia y valor consigue sitiar a la arrogante provincia y a su impetuoso caudillo.


Los autonomistas y nacionalistas 53 de Buenos Aires sostienen a Tejedor, que intenta atraerse las provincias sin conseguirlo.54 Dirige la política en el interior Juárez; Celman, ministro de gobierno de Antonio del Viso, quien organiza la propaganda y logra la adhesión de la mayoría de los gobernadores para la candidatura de Roca.55


Miguel Juárez Celman es ministro de gobierno del gobernador Antonio Del Viso, como se ha dicho. Es íntima la amistad entre Roca y Juárez, cimentada, además del parentesco, por los intereses políticos; gravitará durante más de diez; años en la política nacional. A este respecto, es muy ilustrativa la correspondencia cambiada entre estas dos personalidades. Revela cómo se anudan los vínculos políticos y se preparan las elecciones. Esta amistad fraternal es desatada por las ambiciones y termina en una revolución de consecuencias nacionales.


Tejedor, gobernador de Buenos Aires, es proclamado candidato a presidente por los dos grandes partidos locales. Suscita el entusiasmo de sus correligionarios y apasiona a la juventud porteña.56



La revolución de 1880


La tensión política se agrava por instantes. Están en juego la autoridad del presidente y la autonomía de la provincia, la cuestión capital de la república y también las candidaturas presidenciales. Roca carece de apoyo en Buenos Aires. Los estancieros y comerciantes, profesionales y políticos, y la clase dirigente, prefieren a su tradicional caudillo: Tejedor. Exigen hasta la renuncia del presidente para “impedir el voto armado de los roquistas”,57 y el alejamiento de los batallones nacionales. Agentes revolucionarios recorren la provincia. El general Luis María Campos le pide a Roca que renuncie a su candidatura. Son inútiles las presiones, las entrevistas y gestiones oficiosas. Roca está seguro de obtener la mayoría en los comicios y no renuncia a su candidatura. Autonomistas y liberales, con su gobernador al frente, están decididos a enfrentar la autoridad del presidente Avellaneda que con “documentos insensatos pretende... provocar al gobierno de Buenos Aires...”. “Todo nos empuja a hechos violentos”, declara Tejedor. Con el apoyo de las provincias, el presidente quiere cercenar los derechos de Buenos Aires, arrebatándole las tierras conquistadas a los indios y humillar los prestigios de la culta capital que tiene derechos históricos para influir en el gobierno de la república. Tejedor, impotente para lograr el triunfo, es eficaz para provocar el disturbio.


La policía y las milicias provinciales son un verdadero ejército. Acaban de llegar 3.500 máuseres para los “rifleros” y el batallón provincial. Públicamente se ejercitan en el Tiro Federal las fuerzas virtualmente en rebeldía, dispuestas a defender los prestigios de la provincia y la autoridad de su gobernador. La capital vive un ambiente de guerra que alarma a la población. Una gran manifestación en favor de la paz; se realiza en Buenos Aires y llega hasta los balcones de la casa de gobierno. Avellaneda la recibe con su célebre frase: “Salgo a vuestro encuentro y os saludo” “con vuestra divisa: Viva la paz”. (10-V-1880).


A Tejedor lo muerden las pasiones y la ambición. Confunde el prejuicio con la razón y la terquedad con la firmeza. Es un convencido, como Rivadavia, que los porteños deben gobernar el país desde Buenos Aires. Es un político lugareño, que no ha evolucionado.


El presidente intima al gobernador a que desarme las milicias. “No se puede peticionar a las autoridades con las armas en la mano”.58 El gobernador no obedece y se rebela con los batallones de “rifleros” y las fuerzas de la campaña que se alzan en armas. La lucha es enconada y sangrienta. Cientos de muertos y heridos caen en combates fratricidas. El presidente y su ministro Pellegrini, demuestran valor cívico y capacidad para dominar la revuelta. Traslada la capital a Belgrano (4-VI-1880) y desde allí domina a Buenos Aires con el ejército nacional. Se lucha desesperadamente en las calles. Las cámaras se dividen y sesionan separadamente en ambos lugares. Se olvidan los preceptos constitucionales para salvar la autoridad de la Nación. Tejedor es vencido en Los Corrales y Puente Alsina.


Mitre aconseja al gobernador que ponga término a la lucha e inicie negociaciones con el presidente.


La mediación entre los bandos combatientes, trae finalmente la paz; y la renuncia de Tejedor. Termina su vida política sin haber comprendido nunca que la república no es solamente Buenos Aires, ni tampoco el gobierno nacional patrimonio exclusivo de los porteños. La legislatura es disuelta. El general José María Bustillo es el interventor. Nuevas elecciones eligen una legislatura que unánimemente apoya la política del presidente.


Entre los porteños y provincianos queda el encono y el rencor que no han podido vencer las armas. Al desfilar las fuerzas triunfantes del gobierno por la calle Florida, la gente les grita: “Viva Tejedor, Abajo Roca!”. Trataron de arrebatarle la bandera al regimiento ocho de línea y en el incidente murieron varias personas.59


Avellaneda piensa que ha llegado la oportunidad de resolver definitivamente el problema de la capital que perturba, desde la época de Rivadavia, la organización del país. Desea terminar con la osadía y arrogancia del gobernador de Buenos Aires, que como el duque de Borgoña, pretende ser tan poderoso como el rey de Francia. El Congreso vota la ley, que declara a Buenos Aires capital de la nación. La provincia la acepta. La República tiene finalmente una capital propia.


Avellaneda, al terminar su accidentada presidencia, dio a la república personalidad definitiva. Del partido Autonomista porteño y el nacionalista provinciano surge el partido Autonomista Nacional, vigorizado por el acuerdo con los nacionalistas de Mitre.