Sáenz Peña La revolución por los comicios
El partido autonomista nacional
 
 

La iniciación


El general Julio A. Roca es elegido presidente de la república. (11-IV-1880) Era el hombre apropiado para gobernar el país, el político que las circunstancias reclamaban. La campana del desierto y su decisión para reprimir los alzamientos militares son factores que concurren a prestigiarlo ante la opinión pública. Cuando presta juramento en el Congreso impresiona su juventud (37 años). Su calvicie prematura, el escaso pelo rubio que aparece en las sienes, y el ralo bigote y barba, resaltan en la excesiva palidez. Su personalidad revela distinción, su expresión dominio de sí mismo y fortaleza, impasibilidad y resolución de imponer su voluntad. 1


Cuenta con el apoyo de los partidos oficialistas de las provincias, incluso Buenos Aires. Con ellos constituye el partido Autonomista Nacional que se extiende por el país. 2


Los partidos políticos carecen de programas aprobados por asambleas partidarias. La mayoría no tienen estatutos que los rijan, ni tampoco son constantes en la orientación que siguen.


Los partidos tradicionales se han fraccionado en grupos, reunido alrededor de los caudillos más prestigiosos. No existen partidos políticos, propiamente dichos, ajustados a una disciplina o a una tradición, hay, en cambio, fuertes personalidades, acreditadas por su experiencia en el gobierno y las luchas cívicas; elocuentes tribunos de romántica oratoria a la manera española, que entusiasman al pueblo, que hablan a los sentimientos y a las pasiones más que a la inteligencia y a la razón. Son sólo ellos los que dan cohesión y tuerca a los grupos partidarios. Son igualmente quienes atraen a los correligionarios, los organizan, les dan una bandera y los utilizan para servir los intereses del país y también sus propios intereses y pasiones. La democracia representativa exige el apoyo de la opinión pública o una parte de ella para legitimar el ejercicio del poder, invocando el voto del pueblo y la mayoría lograda, si es necesario con la violencia. El poder ejecutivo confecciona el padrón electoral y domina los comicios. La oposición no tiene otro recurso para llegar al gobierno que el acuerdo, la coalición o la revolución. “La unanimidad de sufragios es la expresión ordinaria” de los comicios. “No quiere decir que exista siempre la imposición del gobernante, sino que prevalece siempre el partido que gobierna”. 3 La disputa violenta en los comicios y la revuelta armada son los recursos permanentes del sistema político imperante. Las soluciones para elegir los candidatos se realizan en reuniones de dirigentes, al margen de la masa del pueblo. Resuelto quiénes son los ciudadanos que deben ser votados, se somete la lista de candidatos a los correligionarios que aceptan generalmente la decisión acordada. Los hombres alcanzan el poder por este procedimiento. El voto popular es una ficción necesaria para servir al ideal democrático. El gobierno del pueblo para el pueblo es substituido por la costumbre y los hábitos existentes, por el gobierno de la minoría para el pueblo. La preponderancia del oficialismo se apoya en el ejército nacional, el más eficaz, elemento político para hacer, sostener y derribar gobiernos. Con ellos se ganan las elecciones y se organizan revoluciones. Desde la “expedición pacificadora” del general Paunero, invariablemente, los batallones de línea llegan al interior para sostener la política del presidente, cuando no ceden sus jefes a la tentación de realizar en su beneficio una revuelta para conquistar el poder.


El presidente Roca designa a sus amigos en los cargos de gobierno más importantes. "Mande un senador que sea amigo seguro", le pide al gobernador de Córdoba, Antonio del Viso.4 Roca agrupa y dirige a la mayoría de los autonomistas y nacionalistas, así como a los partidos provinciales y a la juventud universitaria.



Paz y administración


Durante su presidencia el país progresa aceleradamente. Encarna “el predominio de la concepción económica en la política y el gobierno, el laicismo liberal”. Lo sintetiza en una frase: paz y administración. Un millón de inmigrantes llegan al país. Construye 9.000 kilómetros de ferrocarril. Invierten quinientos millones de pesos los extranjeros. Todo crece y se extiende. Buenos Aires adquiere la fisonomía de una ciudad europea. Realiza la prédica de Alberdi.


La capital aparece invadida por los políticos provincianos que se distinguen por su manera de vestir y su tonada lugareña. Se prestan a la burla y al chascarrillo de los porteños. Vencido Tejedor, sus partidarios buscan adherirse al partido Autonomista Nacional que aparece dominando el país, pero pequeños grupos de intransigentes pretenden, sin resultado, oponerse a los “bárbaros del norte”. Frente al Hotel Helder donde se alojan los diputados del interior, un día aparece un carro descargando fardos de pasto. La gente pregunta: “¿Para quién es esa carga?”, y le responden: “Para que coman los diputados provincianos”.


El éxito de la administración de Roca y su habilidad para manejar a los hombres es tan eficaz, que ni aun Mitre, el ciudadano de mayor prestigio, ni Del Valle, el tribuno porteño, consiguen presentarse a los comicios con probabilidades de éxito.


El presidente es siempre dueño de los comicios. “Para Roca el voto es una ilusión”, decía Sarmiento. Roca no confiaba en la adhesión de sus amigos porteños. “Es una generación que carece completamente de instinto político”. 5


El sistema electoral de lista completa asegura en el Congreso la unanimidad para el partido Autonomista Nacional. “Roca hace y hará lo que quiera en Buenos Aires... Una república sin ciudadanos, sin opinión pública, adecuada para la tiranía y corrompida por la gran masa de inmigrantes...”. Es la opinión de Sarmiento.


El presidente interviene las provincias para mantener o reponer a sus correligionarios en el gobierno y robustecer la liga de gobernadores que impone en el país la política del partido Autonomista Nacional. No hay respeto por las autonomías provinciales, ni tampoco por los resultados del sufragio que generalmente se hallan viciados por la acción de la policía o la violencia. Interviene Santiago del Estero, Catamarca y Corrientes.


La oposición se produce dentro de las filas del partido oficialista. La inician los católicos, alarmados por la tendencia liberal del presidente. Resisten tenazmente la sanción de la ley del registro civil y la enseñanza laica, "la escuela sin Dios". La iglesia católica no acepta perder sus privilegios en la educación de los jóvenes. El grupo opositor es pequeño pero cuenta con hombres sobresalientes por su capacidad y elocuencia. La Asociación Católica de Buenos Aires se transforma en partido político. Aliado con otras agrupaciones logra la elección de algunos diputados. Sus adalides, José Manuel Estrada, Pedro Goyena y Achával Rodríguez, son excelentes oradores y políticos mediocres; terminan vencidos por el movimiento liberal y laico.


Los debates parlamentarios demuestran la cultura de la clase dirigente. La controversia entre los católicos y la “conspiración masónica”, como motejaron al movimiento liberal, es violenta y apasionada, pero siempre ilustrada y culta. El clero se infiltra en la lucha electoral. Córdoba, la ciudad de las iglesias, es el centro del movimiento liberal. Su primera consecuencia es la expulsión del nuncio Monseñor Mattera por su intervención en la política interna. Las relaciones con la Santa Sede quedan interrumpidas.


Durante la presidencia de Roca la república trabaja pacíficamente. Después de las tempestuosas presidencias de sus antecesores, cuando los caudillos del interior se rebelaban constantemente contra el poder central y los jefes del ejército nacional participaban activamente de la vida política, sosteniendo y derrocando gobernadores e insubordinándose contra su jefe natural el presidente de la Nación, el período actual revela, en ese sentido, un apreciable adelanto. La acción firme y decidida del ministro de la guerra, Carlos Pellegrini, y del Presidente, mantienen la disciplina en el ejército, asegurando con ello el respeto y la obediencia a las autoridades constituidas. 6


El partido Autonomista Nacional y su jefe único el presidente dominan la república. 7 “Nada más que su poder está dejando en pie el general Roca”, afirmaba el diputado José M. Olmedo. 8 (Carta 26-VIII-1882). No es extraño que pretenda imponer a su sucesor, su cuñado Miguel Juárez Celman. En el gobierno de Córdoba, se destacó como uno de los gobernantes más capaces y progresistas. “Es el fundador de la Córdoba moderna”. 9 Ya cuenta con la adhesión casi unánime del partido Autonomista Nacional que es mayoría en casi todas las provincias. El diario “El Interior”, en Córdoba y “Sud América”, en la capital, recientemente fundado (5-V-1884), defienden la política del partido Autonomista Nacional y apoyan la candidatura de Juárez Celman. Por ella Roque Sáenz Pena estuvo a punto de batirse. 10


La oposición a Juárez Celman se concentra en la poderosa provincia de Buenos Aires. El gobernador Dardo Rocha es su mayor opositor y como candidato su más encarnizado rival. La propaganda se extiende a las provincias y se incuba la revolución, dirigida por el general Francisco Bosch. Mitre y sus amigos también se oponen a Juárez Celman, pero no son revolucionarios. El “Atila cordobés” le llaman, y Sarmiento le descarga sus cañones desde “El Censor”.


Un grupo de rebeldes y reformadores, disconformes con la política absorbente y autoritaria de Roca, propician el nombre de Bernardo de Irigoyen (1886), antiguo resista, personaje de la Confederación, delegado del general Urquiza a las provincias para organizar el Acuerdo de San Nicolás, la expresión más genuina de la cultura y tradición porterías. Lo apoyan los autonomistas de Del Valle y Alem, un núcleo de nacionalistas y católicos. Los católicos con José M. Estrada fundan el Comité de la Unión Católica y propician la candidatura de Benjamín Gorostiaga, con la cual simpatizan los liberales de Mitre.


Decidido el presidente por la candidatura de Juárez Celman, los grupos opositores forman un frente común que llaman los “Partidos Unidos” y sostienen como candidato para la presidencia a Manuel Ocampo, legislador y hombre de negocios con más discreción y conducta que condiciones de político y hombre de Estado.



El partido autonomista nacional y la unión cívica


Los candidatos para presidente y vice, Miguel Juárez Celman y Carlos Pellegrini son la expresión genuina del Partido Autonomista Nacional y triunfan fácilmente de sus adversarios. 11


En la presidencia, Juárez Celman continúa con el sistema político implantado por Roca, apoyado por los oficialismos provinciales y su partido. En la administración, domina el principio del desarrollo económico y la libre empresa, con un ritmo aún más acelerado, como si el adelanto y el progreso del país no conociera límites. “Por el momento (la situación económica) no inspira, ni puede inspirar alarma”. 12 Los católicos continúan en la oposición y son vencidos nuevamente cuando el Congreso sanciona la ley de matrimonio civil. Los Partidos Unidos se disuelven. “No existe otro partido que el Partido Autonomista Nacional al cual pertenecen las mayorías parlamentarias y todos los gobiernos de la nación y sus estados”. 13


La autoridad del presidente es indiscutible. Los gobernadores acatan dócilmente sus órdenes, y a tal punto llega la obsecuencia, que a sus partidarios les llaman los “incondicionales”. Numerosos jóvenes universitarios y personalidades de valía no se sienten disminuidos por el adjetivo. Tucumán, Córdoba y Mendosa son intervenidas y sometidas a la política presidencial. 14 Roca y Pellegrini pretenden continuar con la dirección del Partido Autonomista Nacional, dirección que Juárez Celman ejerce, al punto que se le nombra presidente de la agrupación, reuniendo así, en una misma persona, las funciones de presidente de la nación y las de jefe de partido. A esta situación se le llamó el “unicato”, la que provocó el alejamiento del general Roca y de Pellegrini.15 Roca, convencido de que ya no sería el candidato para sustituir a Juárez Celman, le retira su apoyo y comienza a dificultar la acción de su gobierno. Librado a sus propias fuerzas y a su temperamento —el presidente carece de la astucia de Roca y del valor de Pellegrini— vacila en su jactanciosa estabilidad. 16


La crisis económica que sufre Europa, donde quiebra Baring Brothers, los banqueros de la república, repercute hondamente en el país. Los excesivos gastos del gobierno y la desvalorización del peso detienen el progreso y cunde la desconfianza y la duda en los recursos nacionales. Una especie de histeria colectiva agrava la crisis. La especulación, la inflación, los negociados y el juego producen un profundo malestar, que se traduce en la paralización de las actividades comerciales, la huida de capitales y finalmente la intranquilidad pública. La oposición al gobierno crece por instantes. Para ella, el Presidente es el responsable de todos los males. Son inútiles sus esfuerzos para mantener el prestigio de su autoridad. Ni la designación de ministros, entre las personalidades más destacadas del país, ni la promesa de reformar la ley electoral detienen el derrumbe económico y restablecen la confianza política. 17 El presidente, sin el apoyo de su cuñado, el general Roca, ni del Vicepresidente Carlos Pellegrini, debilita su posición en el partido Autonomista Nacional No aprecia con justeza su fuerza política, en un ambiente hostil. Este error es el comienzo de su decadencia y su final fracaso.


Faltan dos años para la renovación presidencial y ya se mencionan los candidatos para suceder a Juárez Celman: Julio A. Roca, Carlos Pellegrini y Ramón J. Cárcano, tres miembros del Partido Autonomista Nacional. Cárcano acaba de cumplir 30 anos; pertenece al círculo íntimo del Presidente y se supone que cuenta con su apoyo. En el Ministerio de Gobierno de la provincia de Córdoba y en la Dirección General de Correos y Telégrafos de la Nación se ha destacado como buen administrador y hombre de Estado. Numerosos gobernadores de provincia le expresan su adhesión, 18 y un importante grupo de jóvenes universitarios de la Capital lo elige presidente del Centro Jurídico, destacándolo en el ambiente político porteño como expresión de la juventud liberal. Representa una nueva tendencia en el Partido Autonomista Nacional que amenaza la hegemonía política de Roca y Pellegrini. El desprestigio del Presidente, la agravación de la crisis económica y la tensión política ambiente son factores que contribuyen a eliminar su candidatura. Ella no se produce por una decisión partidaria sino por la exigencia de dos políticos influyentes. Su renuncia (15-IV-1890) también determina la de Roca y Pellegrini, sin conseguir la estabilidad del gobierno. 19


La primera manifestación popular contraria al presidente la organiza el Comité de la Unión Cívica de la Juventud con un acto público en el Jardín Florida (1-IX-1889), al cual se incorporan los distintos grupos opositores. Recibe la adhesión de personalidades prestigiosas como Bartolomé Mitre y Bernardo de Irigoyen. El vínculo que los une es la oposición a Juárez Celman. Es una lucha personal contra el presidente más que una resistencia a su régimen político. El Comité de la Juventud se transforma en la Unión Cívica y agrupa a católicos y masones, militares y clérigos, a los que siguen a Irigoyen y Del Valle, autonomistas y nacionalistas muchos de los cuales han participado recientemente en el gobierno de Juárez Celman. La oposición funda clubs en las parroquias. El movimiento se extiende a Corrientes sobre la base de los mitristas, a Salta y Entre Ríos, pero es la capital el centro desbordante y apasionado. Leandro N. Alem es el caudillo ardiente y romántico que arrastra a la juventud y a la clientela del suburbio con su culto a la libertad y al coraje.20 Ha ganado sus laureles con la vehemencia de sus discursos que culminan en la asamblea del Frontón Florida (13-IV-1890) donde Mitre pronuncia su recordada frase: “El pueblo soberano ausente en los comicios pero presente aquí”. Obtener la libertad del sufragio, el respeto de las autonomías provinciales y establecer la moral administrativa son los objetivos de la oposición. Para conseguirla no existe otro recurso que la revolución, y ese es el objetivo que persiguen.



La revolución de 1890


Un nuevo partido, la Unión Cívica, se enfrenta con el Partido Autonomista Nacional oficialista. Leandro N. Alem y Aristóbulo del Valle son sus conductores y francamente preparan la revuelta. Mitre y Roca, aquél sin participar directamente en ella no se opone, pero éste la estimula. Roca desea el derrocamiento del Presidente, pero no el triunfo de la Unión Cívica.


Su preocupación única y absorbente, es derribar al gobierno”. 21 Los opositores son un conglomerado de fuerzas políticas diferentes, una organización circunstancial, sin cohesión, ni programa de ideas. 22 Los ideales de la juventud y sus nobles aspiraciones de mejoramiento institucional quedaron ahogados por las maniobras de los hábiles caudillos oportunistas. Reemplazan a Juárez Celman en el gobierno, sin modificar el régimen personalista que representa y que con tanta pasión combaten.


La revolución estalla violenta en la capital (26-VII-1890). Se levantan trincheras, se arman cantones, se libran combates sangrientos, participan batallones de línea sublevados y se enfrentan con tropas veteranas que acuden de diversos puntos del país. El general Manuel J. Campos y una Junta Civil dirigen la revolución. Los generales Levalle y Alberto Capdevila, Carlos Pellegrini y Roque Sáenz Peña organizan la defensa del gobierno. 23 Concentrados los revolucionarios en el Cuartel del Par-que, carentes de municiones y de iniciativa, al cabo de varios días son vencidos por el ejército nacional. “La revolución fue una aventura”. 24 “Desde el primer día estaba vencida, sino desacreditada por su visible ineptitud”. 25 Triunfa el gobierno pero ha terminado el prestigio del presidente. El senador Pizarro pronuncia su conocida frase: “la revolución está vencida, pero el gobierno está muerto”. Solicita la renuncia del poder ejecutivo, del general Roca que preside el Senado e invita a todos los senadores a que lo imiten renunciando a sus cargos.


Juárez Celman es el único que renuncia. El Congreso la acepta con el voto de sus amigos que la víspera fueron algunos de sus más dóciles colaboradores. No es Roca ajeno a la actitud de los legisladores. 26 La renuncia de Juárez Celman es recibida con entusiasmo popular. La opinión pública necesita un responsable y una víctima e inmoló al presidente. 27



El partido autonomista nacional continúa gobernando


Pellegrini y Roca son los usufructuarios de la revolución vencida. No cambian los hábitos políticos que implantara su predecesor. 28


El Partido Autonomista Nacional continúa gobernando con la presidencia de Carlos Pellegrini. (7-VIII-1890) El Presidente trata de fortificar el gobierno y condena la participación del ejército en la revolución. “Si las reglas de la disciplina no han de ser la ley suprema de los ejércitos de la nación, valiera más disolverlos, si queremos resguardar las libertades públicas, la autoridad y el orden, de los amagos de la anarquía en su forma más repudiada. No es posible admitir... que los militares puedan volver las armas que la nación les confiara, contra las autoridades constituidas pues tendríamos forzosamente que dejar al criterio individual de cada jefe de cuerpo, determinar cuando el caso ha llegado... gobernado por las influencias vacías de la razón, de la pasión, el interés o la ambición”. 29


La crisis continúa su curso. Después de un año de gobierno la economía había empeorado. 30 Pellegrini lucha empeñosamente por restablecer las deterioradas finanzas. Funda el Banco de la Nación y establece orden en la administración. Aumenta el poder financiero del país, en perjuicio de las autonomías provinciales, asegurándose el producto de los impuestos a la exportación y recaudando los impuestos internos que según la Constitución corresponden a las provincias. Las provincias votan dócilmente la limitación de su autonomía fiscal.


Reprime Pellegrini los motines en las provincias. En el Congreso afronta una fuerte oposición que provocan sus propios correligionarios. Rompe sus vinculaciones con la Unión Cívica y Leandro Alem comienza a conspirar nuevamente. A pesar de que las elecciones (1892) se realizan sin presiones del gobierno, 31 aun en la capital, los comicios se efectúan en un ambiente de intimidación y miedo. 32 Dardo Rocha apostrofa al gobierno que ejercita “el brazo fuerte de la nación para mantener situaciones que no cuentan, siquiera con el respeto de sus convecinos”. 33 “La revolución está en todas partes y tiene su cuartel general en el Congreso... en el Senado de la Nación. 34 (Alude al senador Alem).


La Unión Cívica se rehace después del contraste revolucionario, con los opositores desilusionados por la continuación del régimen, y los idealistas, que luchan por la pureza de los comicios. Reúne la Convención nacional en Rosario y vota la fórmula Bartolomé Mitre - Bernardo de Irigoyen para la próxima presidencia (Enero 1891). Dos meses después Del Valle y Alem son elegidos senadores por la Capital. La oposición aumenta su fuerza electoral y amenaza disputar la mayoría al partido Autonomista Nacional. La confusión invade los círculos políticos. Roca teme la lucha comicial porque crea la división de las fuerzas oficiales en beneficio de la Unión Cívica.


El otoño de 1891 señala “una hora crítica de la historia argentina: a los tres meses que media entre la vuelta del general Mitre y la renuncia de su candidatura, puede decirse que se jugó día a día la suerte del país, sin que, por momentos, acertaran los espíritus serenos a fijar el rumbo”. 35



El acuerdo


Mitre, la personalidad más respetada del país, ha aceptado ser candidato de la Unión Cívica como una “reivindicación del sufragio popular y como una solución nacional”. Roca no tiene confianza en el veredicto de las urnas, ni acepta las sorpresas del voto popular. Prefiere una solución que se acuerde entre los dirigentes. Roca y Mitre convienen en la “necesidad de suprimir la lucha electoral para la presidencia futura sobre la base de un franco y leal acuerdo sin exclusiones para nadie ni exclusionismos partidistas”. 36 Bernardo de Irigoyen, su compañero de fórmula, prefiere que haya comicios controvertidos. Mitre sostiene que el país no se halla en condiciones electorales desde hace por lo menos tres períodos presidenciales. 37 El Comité Nacional aprueba el acuerdo eliminando a Irigoyen y substituyéndolo por José E. Uriburu. (2-IV-1891). La Convención Nacional lo rechaza. Alem y sus amigos, tan enemigos de Roca como Sarmiento, se niegan a colaborar con el oficialismo y no aceptan el acuerdo. (17-III-1891). Se constituyen en Cívicos Independientes. Su reducido capital político les impide concurrir a los comicios con probabilidades de éxito. Sólo piensan en la revuelta. La Unión Cívica se fracciona. Los intransigentes con Alem forman la Unión Cívica Radical 38 y los nacionalistas la Unión Cívica Nacional. Aquella proclama a Bernardo de Irigoyen y a Juan M. Garro candidatos para presidente y vice. En las provincias se produce una división semejante en la Unión Cívica, entre radicales federales y acuerdistas mitristas.


Los “acuerdistas” tampoco se ponen de acuerdo. Roca renuncia a la presidencia del partido y Mitre a la candidatura presidencial cuando se apercibe que su nombre no es aceptado en el interior. 39 Es grande la confusión en las filas nacionales y Pellegrini trata de reconstruir la unidad y disciplina de su partido para lograr el apoyo que requiere el gobierno. 40


Un núcleo de jóvenes, los “modernistas”, pertenecientes a diversos círculos, proclaman la candidatura de Roque Sáenz Peña, senador nacional, tenaz opositor a la política de Roca. 41 Se ha destacado en los congresos de Montevideo y Washington, y también por su constante prédica por la verdad democrática y la libertad del sufragio. Lo apoya el gobernador de Buenos Aires Julio A. Costa, algunas situaciones provinciales que resisten al acuerdo, y la simpatía del presidente. Es la expresión de un movimiento renovador mucho más peligroso que la candidatura de Bernardo de Irigoyen lanzada por la Unión Cívica Radical. Para neutralizar a Sáenz Peña, hábilmente Roca sugiere una nueva fórmula “que a todos satisfaga porque nadie la resiste”. Luis Sáenz Peña - Evaristo Uriburu es el producto de esta política. 42 Con esta candidatura se anula la de su hijo Roque. Luis Sáenz Peña es un ciudadano honorable y Uriburu un roquista leal.


Resuelto el problema de las candidaturas apoyada por los cívicos nacionales y el partido autonomista nacional, el presidente y el ministro del interior preparan los comicios. Intervienen Mendoza 43 (21-I-1892) y dos veces Catamarca (26-VI y 27-XI-1891) 44 donde estalla una revuelta. La autoridad nacional está en crisis, los gobiernos de provincia librados a sus propias fuerzas, los ferrocarriles y líneas telegráficas interrumpidas, la capital incomunicada con el interior, dos provincias gobernadas por juntas revolucionarias es un “espectáculo genuinamente Sud Americano” dice el Presidente. 45 La Unión Cívica Radical avanza en sus preparativos revolucionarios, como lo anuncia Dardo Rocha. El senador Alem es el promotor del movimiento. Pellegrini está decidido a dominar a los opositores. Sorprende ocho días antes de los comicios de electores para presidente a los conspiradores, los detiene y decreta el estado de sitio. (2-IV-1892) 46 El presidente califica el movimiento subversivo, “cuyo objeto excedía la “barbarie”, como que se proponía hasta el asesinato de personas que ejercen la autoridad para substituirlas por una dictadura surgida del crimen y de la anarquía”.


El gobierno cierra los comicios a la oposición. El presidente apoyado por Roca y Mitre ha vencido a la revolución que amenazaba la paz de la república. Relega a un segundo plano la libertad electoral para continuar la obra de paz y progreso iniciada en 1860. Las libertades cívicas son olvidadas en beneficio de la tranquilidad social. Las consecuencias de esta política aparecerán muchos años después. Bajo la presión del miedo a la revuelta el partido Autonomista Nacional y los Cívicos Nacionales ganan ampliamente las elecciones presidenciales con la fórmula Sáenz Peña - Uriburu. Los comicios de hoy contrastan con los comicios de ayer. Roca y Pellegrini quedan nuevamente dueños del gobierno y de la situación política.


Los inconvenientes del “acuerdo” fueron señalados, entonces y también después, por políticos y escritores. Los gobiernos que surgen del acuerdo de los dirigentes nacen huérfanos de opinión. La inmovilidad política es una traición a la ley del sufragio popular, conduce al monopolio de los empleos y perpetúa la “vida parasitaria de esos sub-partidos y grupos casi personales, que son la rémora o el escollo de las instituciones republicanas”. 47 Generalmente se invoca un pretexto alegando que el país no se halla en condiciones electorales. En raras excepciones la nación presenció comicios perfectos. Aún una lucha precaria e ilegal, es el mejor estímulo para el ejercicio de los derechos políticos y el funcionamiento de los partidos. Los fraudes e imperfecciones se corrigen con la experiencia, pero la abdicación cívica, generalmente, es el origen de los despotismos.


El partido Autonomista Nacional no es un partido de principios, ni una verdadera organización política. Es una agrupación de hombres que se forma alrededor del gobierno. Carece de doctrina y sus decisiones obedecen a la inspiración de su caudillo máximo. Algo semejante sucede con la Unión Cívica Radical. En virtud de su posición opositora sostiene como programa, garantir la libertad electoral y oponerse a las candidaturas acordadas entre los dirigentes, prescindiendo de la opinión de la masa partidaria. Esta acertada crítica de la Unión Cívica Radical a los hábitos del partido Autonomista Nacional también puede aplicarse a ella misma donde la influencia de sus dirigentes es omnipotente. “No existen partidos políticos doctrinarios, sino partidos personales y que no representan ningún principio esencial de gobierno”, escribe un observador extranjero. 48


El país todavía no logra la constitución de partidos políticos estables y orgánicos, con ideas definidas y plataformas concretas, con estatutos que regulen su funcionamiento. Los partidos se unen o dividen, se integran o destruyen según los intereses y voluntad de sus caudillos. La clientela siempre es dócil y los periódicos que ilustran a la opinión pública están dirigidos generalmente por los mismos caudillos. El pueblo no tiene gravitación en las soluciones partidarias, ni en la designación de las candidaturas que deciden los dirigentes en reuniones reservadas.


Sólo existen dos grandes grupos políticos: el que ejerce el gobierno y el que se halla en la oposición. La lucha se traba para “quitarte a ti, para ponerme yo” y en ella los principios y las ideas ceden a los intereses. La libertad electoral y la moral administrativa es la constante bandera que levantan los grupos opositores, cualquiera que ellos sean. Una vez; que llegan al gobierno se olvidan de su prédica anterior. La misma técnica aún continúa. Esta situación no retarda el adelanto cultural y económico. La clase gobernante coincide en las soluciones generales que convienen al país, señalados por sus grandes hombres, publicistas y políticos desde Alberdi hasta Sarmiento, desde Mitre hasta Avellaneda.



Lucha de facciones


El presidente Luis Sáenz Peña, producto del acuerdo, no es un hombre de partido. Quiere ser neutral frente a los grupos en lucha y esta posición se traduce en vacilación y esterilidad administrativa. Los mitristas de Corrientes no son los mitristas de Buenos Aires y descontentos se sublevan (21-XII-1892). El motín se reprime con violencia. En Santiago del Estero derrocan al gobernador y va también la intervención.


Sáenz Peña, con escasa experiencia política y sin apoyo partidario, trata de atraer a la Unión Cívica, que en la Cámara realiza una violenta oposición con la colaboración de los ex juaristas y roquistas. La hace también con el partido Autonomista Nacional. El presidente ofrece a los cívicos un ministerio: Antonio Bermejo. A los autonomistas otro: Wenceslao Escalante. Aquél no acepta, éste dura cinco meses. Miguel Cañé permanece cinco días en el Ministerio del Interior. Frente a este fracaso y la gravedad de la situación, por consejo de Pellegrini, designa ministro del Interior a Aristóbulo Del Valle (8-X-1893) “gozoso de aceptar la tarea”, 49 prestigioso caudillo de la oposición radical y adversario de Pellegrini. Tiene la ilusión de establecer la libertad del sufragio y la moral administrativa; quisiera terminar con el predominio del partido Autonomista Nacional que no pudo destruir la revolución del 90. Del Valle es una amenaza para los partidos oficialistas de las provincias, cuyos diputados redoblan la oposición en el Congreso, dificultando la sanción de las leyes de intervención solicitadas por el audaz ministro. Estimula Del Valle la propaganda de la Unión Cívica Radical y ordena el desarme de las milicias provincianas que facilitarán su acción subversiva. 50


El presidente del comité de la provincia, Hipólito Irigoyen, tiene organizados y disciplinados a sus correligionarios, prontos para levantarse en armas en cualquier momento y tomar el gobierno. La revolución estalla en más de ochenta partidos de la provincia (19-VII-1893). Concentra en Témperley más de veinte mil hombres. 51 De Las Flores, marcha sobre Olavarría, Zarate, Chivilcoy, Pergamino, Tandil, San Fernando, Mercedes, etc. La revolución se considera triunfante. El gobernador Julio A. Costa renuncia (5-VIII-1893). La Unión Cívica Radical elige a Juan Carlos Belgrano gobernador provisional (7-VIII-1893). Se sospecha de la conducta del ministro Del Valle que estimula estos movimientos subversivos. Mitristas y roquistas lo obligan a renunciar (12-VIII-1893). Manuel Quintana lo reemplaza (13-VIII-1893) y con la colaboración de Pellegrini son los ejecutores de una maniobra que termina con el alzamiento radical. Los autonomistas, modernistas y cívicos secundan en el Congreso a Pellegrini. El nuevo ministro, con su apoyo, solicita al Congreso el voto de las intervenciones proyectadas por Del Valle (14-VIII-1893). Sofoca las revueltas con extraordinaria decisión. Obliga a las fuerzas de Irigoyen a entregarse al ejército nacional que marcha sobre La Plata. De nuevo las aspiraciones de la Unión Cívica Radical que quiere “rehabilitar el comicio” (sic), tomando el gobierno por la violencia, son dominadas por la autoridad constitucional.



La unión cívica radical


El partido Autonomista Nacional no se ha repuesto después de la conmoción del 90. En las provincias aparecen grupos rebeldes vinculados con los radicales del litoral. Los caudillos locales pretenden el gobierno sin otro programa que la posesión del poder. En Tucumán se sublevan los opositores y se combate con ardor. Durante cuatro días las facciones convierten la ciudad en un campo de batalla. Pellegrini, al frente de los batallones nacionales, aplasta con sesenta cañones la revuelta. Leandro N. Alem rivaliza con su sobrino Irigoyen en su empeño revolucionario y subleva Santa Fe (24-IX-1893) y De la Torre se amotina en Rosario. No dispone de suficiente fuerza para resistir al ejército de línea que se acerca a las órdenes de los generales Roca y Fotheringham. 52


La revolución está vencida y presos sus cabecillas. El gobierno restablece de nuevo la paz; en el país y los partidos oficialistas son la única fuerza electoral. Mitre apoya al gobierno. En el radicalismo se acentúa la división entre los dos caudillos Alem e Irigoyen. Este es inflexible para exigir consecuencia y lealtad a sus correligionarios. Aquél acepta el concurso de hombres de diversos sectores, siempre que se propongan derribar al gobierno. Son dos caracteres opuestos. Irigoyen domina en la provincia de Buenos Aires y la revolución de 1893 es obra suya, sin conocimiento del Comité Nacional que preside Alem. La tenacidad, la habilidad y el carácter de Irigoyen vence a la pasión romántica y ligera de Alem.


A pesar de los fracasos revolucionarios y del destierro de los dirigentes, la Unión Cívica Radical triunfa en las elecciones para elegir diputados en la provincia de Buenos Aires (4-II-1894) de sus adversarios divididos, la Unión Provincial que representa la tradición gubernativa y la Unión Cívica Nacional que sirve la política del Acuerdo. 53 Para vencerlos en la próxima elección de gobernador, Pellegrini acepta transitoriamente su candidatura que sostiene la Unión Provincial. 54 Mitre y Roca consiguen que Bernardo de Irigoyen, candidato a presidente de la Unión Cívica Radical, contra el "acuerdo", acepte la candidatura a senador (10-IV-1894).


En el Senado, Irigoyen se enrola en las filas de la oposición. Su dialéctica eficaz y vigorosa, la claridad del argumento y la gracia en el decir, son tan eficaces, que el arrogante ministro del Interior Manuel Quintana, principal apoyo del presidente Sáenz Peña, se ve obligado a renunciar (7-XI-1894). 55


El presidente ya no tiene partidarios en el Congreso. Ha ensayado inútilmente llamar a los hombres de las más diversas tendencias para que colaboren en su administración. Sin sustentación popular está aislado y sin autoridad para continuar en el gobierno. Su discreción le aconseja dejar el gobierno y presentar su renuncia. Lo substituye José Evaristo Uriburu (1895). Es más dúctil Uriburu que el presidente Sáenz Peña y el ministro Quintana. Sirve fielmente la política del “acuerdo”.


Las luchas políticas se apaciguan. El conflicto de límites con Chile puede resolverse por las armas. Es patriótico prepararse para la guerra.


La Unión Cívica Radical está dividida por las facciones. El partido es vencido en las elecciones de la Capital (1896). Alem decepcionado termina por suicidarse y Bernardo de Irigoyen recibe su herencia política. Es el conductor de la fracción más importante del radicalismo que busca la alianza con los cívicos nacionales.


Roca de acuerdo con Pellegrini prepara su candidatura para la próxima presidencia, contando con el apoyo del Presidente y la mayoría de los gobernadores de provincia. El partido Autonomista Nacional, después de vencer a los revolucionarios del 93, vuelve a ser el partido más fuerte del país. Ya no necesita el concurso de Mitre. Cuenta con la mayoría en el interior. Sin embargo, existe un latente malestar político, arraigado principalmente en la juventud y los grupos de ciudadanos responsables, que se sienten desplazados por la jefatura de Roca y Pellegrini. Esta situación se agrava con la candidatura del primero para su reelección presidencial.


Los radicales realizan un nuevo intento para vencer al partido Autonomista Nacional. Barrotaveña se propone reorganizar la Unión Cívica Radical de Bernardo de Irigoyen y con la Unión Cívica Nacional de Mitre enfrentar la candidatura de Roca. El proyecto no se realiza, pero la vinculación personal de los dos dirigentes. Mitre e Irigoyen, produce la política de las “paralelas” que consiste en proclamar candidatos en una lista común. 56


Un gran acto público se realiza en la plaza Libertad (15-VIII-1897) para oponerse a la reelección de Roca. Sáenz Peña pronuncia uno de sus discursos más valientes. 57 En él se declara independiente y se separa de su amigo Pellegrini que apoya a Roca. 58 “Yo no declino de mi credo político, que es un hecho atestiguado por la unidad nacional; pero protesto de todo hombre que se erige en providencia de los pueblos con agravio de mí fe republicana y del alto concepto de la democracia”. Combato “regímenes personales o banderas partidarias que no compartan verdaderos anhelos de partido. Veinte años ha, pudimos conformarnos con un caudillo, pero veinte años después el país no lo tolera”. 59 Combate con vigor los hábitos políticos que implantó el régimen de Roca y estimula a la juventud para que lo acompañe en su empresa. El pequeño grupo de autonomistas que sigue a Roque Sáenz Peña se une a la Unión Cívica Nacional y a los radicales de Irigoyen para combatir la reelección del general.


La coalición de los núcleos opositores no es suficientemente poderosa para vencer al Partido Autonomista Nacional. La fórmula Julio A. Roca Norberto Quirno Costa triunfa por una gran mayoría en el colegio electoral afirmando su régimen político. La amenaza de la guerra con Chile contribuye para que sea elegido un general de la Nación.



El régimen


La presidencia de Julio A. Roca es la “edad de oro de la oligarquía gobernante”. El mismo apoya la candidatura para gobernador de Buenos Aires del único opositor prestigioso que aún queda. Bernardo de Irigoyen; “el menos radical de nuestros hombres públicos”, decía Pellegrini. No tiene el temperamento de opositor inflexible, tenaz, y apasionado, es demasiado culto para serlo, ni posee aptitudes para caudillo conductor de masas radicales. Sus correligionarios están satisfechos con llegar al gobierno de la provincia. 60


La Unión Cívica Radical se disuelve definitivamente. Es inútil que algunos radicales quieran revivirla. 61 Queda solamente una fracción: los “Intransigentes” que reúne Hipólito Irigoyen.


Irigoyen inicia una infatigable y constante campana para conseguir adeptos y preparar una nueva revolución con la cual pretende destruir al régimen roquista. El es el núcleo del futuro partido que se propone regenerar las costumbres políticas. Su incesante propaganda la condensa en tres palabras: intransigencia, abstención y revolución.


Roca repite en esta segunda presidencia su administración anterior. Resuelve la cuestión de límites con Chile e impulsa el progreso económico del país que ha reaccionado vigorosamente de la crisis de 1890. El ambiente de paz y de orden provoca la afluencia de inmigrantes y capitales. La ganadería y agricultura provee los grandes mercados consumidores de Europa con productos de primera calidad a precios sin competencia. El peso es estabilizado con tipo fijo de conversión.


El panorama político y social no presenta el mismo grado de adelanto. La provincia de Buenos Aires fue intervenida tres veces hasta que se adhirió a la política presidencial. Catamarca y San Luis también son intervenidas. Los conflictos entre trabajadores y empresarios producen huelgas y sabotajes que el gobierno reprime con vigor. Organizado el movimiento obrero por profesionales extranjeros, el Presidente pide al Congreso una ley que le permita expulsarlos y sanciona la ley de Residencia (1-V-1903).


El presidente Roca “disponía de la mayor suma de poder político que haya jamás tenido ningún hombre, ni partido alguno en nuestro pasado, pues su voluntad era ley para el Congreso de la Nación, como para las catorce provincias”.62 Los afiliados al partido Autonomista Nacional son los únicos que desempeñan las funciones de gobierno en la Nación y las provincias. La oposición está excluida de los honores y de los comicios. La “máquina electoral” en manos del hábil político que es Roca, funciona regularmente, restringiendo la libertad del voto, alejando a los opositores de las urnas y anulando cualquier tentativa organizada de sus adversarios. La oposición muy débil, después de la abstención del radicalismo, queda circunscripta al partido Republicano, un grupo de autonomistas y radicales.


“La acción política del presidente en los últimos años, dice Pellegrini, había concluido con todo vestigio de vida política activa; ha suprimido el gobierno representativo y la soberanía popular, ha reducido nuestro mecanismo institucional a una oligarquía de un presidente y catorce gobernadores, únicos grandes electores que sólo pueden ser desalojados o eliminados por la violencia o la amenaza de un alzamiento. Destruir todo eso, desarmar esa máquina y ese sistema que está casi incorporado a nuestros hábitos es cosa muy difícil”, y agrega: “donde no hay elección popular, no hay gobierno verdaderamente legal y constitucional, sino un poder de hecho que el pueblo tolera”. 63


Juan B. Justo funda en la capital el partido Socialista sobre la base del Comité Socialista Internacional. No tiene representación en el Congreso pero recluta sus partidarios en la clase obrera que comienza a unirse en gremios y sociedades, de socorros mutuos. La F.O.R.A. es la expresión más característica de la oposición anarco-socialista que imita el movimiento similar que se produce en Europa. Por el momento poco influye el partido Socialista en la política nacional.



División del partido autonomista nacional


Roca y Pellegrini, los dos aliados que dominan la política nacional, terminan por disgustarse y separarse. Pellegrini es demasiado altivo para servir las sugestiones de su compañero. El proyecto de unificación de la deuda exterior, prestigiado por el presidente y negociado por Pellegrini, defendido valientemente por él en el Congreso, es el motivo de la ruptura. Roca, cediendo al movimiento de oposición en los centros políticos que se exterioriza en la calle y la prensa, retira el proyecto de la Cámara. El hecho produce la indignación de su correligionario y amigo. Es la oportunidad para provocar la división del partido Autonomista Nacional, en donde desde hace tiempo se observan dos tendencias irreconciliables, “el germen disolvente que se desarrolla en su seno”, “dos escuelas, dos tendencias” que conducen a una separación inevitable. La una es la “escuela de la obediencia pasiva armada con el poder oficial”, “una voluntad que resuelve, una voz; que ordena, un elector que elige”. El pueblo ha desaparecido y queda sólo el Presidente y el gobernador que elige. La otra escuela pretende hacer “del partido un mecanismo orgánico puesto al servicio de la acción popular, en la libre expresión de todas las aspiraciones, dentro de la disciplina partidaria de una gran organización”. 64 Con este concepto y este programa C. Pellegrini funda el partido Autonomista, que lo reconoce como jefe; cuenta con numerosos adherentes que se separan del partido Autonomista Nacional; reúne a todos los descontentos del “régimen” y la juventud universitaria que descubre en esta nueva tendencia política un movimiento de renovación y optimismo. El partido Autonomista significa la dispersión y el fin del partido Autonomista Nacional. Su principal propósito consiste en provocar una reacción en favor del sufragio popular y de un gobierno constitucional (5-V-1905). 65 Este programa es semejante al que se ha trazado la intransigencia radical que dirige Hipólito Irigoyen. “Tenemos una nación libre, decía Pellegrini, pero ignoramos las prácticas y hábitos de un pueblo libre y nuestras instituciones escritas son sólo una promesa o una esperanza”.


Pellegrini inicia una oposición violenta contra la política roquista y las malas prácticas institucionales, denunciando los vicios del “régimen”, al cual ha pertenecido. Roca siente que la unidad del partido se agrieta por la acción de Pellegrini, que promueve el entusiasmo de la juventud, de los hombres independientes y el deseo de algunas situaciones provinciales que aspiran a liberarse de la pesada tutela presidencial. Roca llega al final de su gobierno sin fuerza suficiente para imponer su sucesor como era entonces costumbre. 66


El presidente Roca declara que no interviene en la designación de los candidatos que deben sucederle. Para demostrarlo propicia la reunión de una Convención Nacional de “notables”. La constituyen todas aquellas personas que han ocupado altas posiciones públicas en los últimos años.


La reunión de la Convención demuestra que los partidos políticos existentes no tienen suficiente autoridad para presentar ante la opinión pública una fórmula presidencial prestigiosa. Esto es reconocer la decadencia y debilidad en que se halla el partido Autonomista Nacional. Los políticos más perspicaces piensan que es un habilísimo recurso del Presidente para disimular su influencia personal, que de tantas maneras puede ejercerla en una asamblea constituida, en su gran mayoría, por miembros del Partido Autonomista Nacional, de quien es su jefe. El procedimiento escogido, significa una mejora sobre los hábitos políticos anteriores, que resolvían las candidaturas en reuniones privadas, en las antesalas del gobierno o simplemente por acción directa del presidente.


En la Convención surgen varios candidatos. A Marco Avellaneda lo propicia Bernardo de Irigoyen y su grupo. Los Republicanos sostienen a Manuel Quintana. Los amigos del presidente levantan la candidatura de Felipe Yofre. Carlos Pellegrini se enfrenta con la tendencia roquista. Lo apoya con entusiasmo la juventud universitaria y el partido Autonomista, un grupo calificado de ciudadanos. Es necesaria toda la habilidad y la influencia presidencial para evitar su triunfo. Roca prefiere como candidato a Manuel Quintana no a su antiguo amigo Pellegrini. 67


La intervención de Roca en la convención es denunciada públicamente. “Cuando quiso manipular el frágil instrumento (la convención) lo deshizo y sólo consiguió dispersar el elemento independiente”. 68


Pellegrini, Sáenz Peña, Cárcano y tantos otros renuncian y no concurren a la Convención. La Convención se convierte en un “simulacro” y “en vez de un alumbramiento presenciamos un suicidio”, dice Pellegrini. El viejo partido Autonomista Nacional se divide en facciones que dan origen a nuevas agrupaciones políticas.


Roque Sáenz Peña, consecuente con sus ideas democráticas, denuncia la violación por parte del presidente de su declaración de prescindencia, en la designación de candidaturas. Lo acusa de “sumisión” en el acto electoral, “calculada y preparada desde el asiento presidencial”. La Convención con “carácter oficial” se vuelve innecesaria y queda desprestigiada. Sáenz Peña no quiere complicarse en la “ingrata maniobra presidencial y se retira”.69 Cárcano al renunciar a la Convención dice que ella “es el prólogo de la mentira en los comicios”.


La Convención elige la fórmula presidencial Manuel Quintana-José Figueroa Alcorta (15-VII-1904). Personalidad vigorosa, independiente y arrogante, Quintana, asiste aún muy joven a la decadencia de la tiranía y es elegido diputado al Congreso de Paraná. Participa como legislador y hombre de gobierno en la organización y consolidación de las instituciones republicanas. Más jurisconsulto que político, actúa siempre por encima de los intereses partidarios. Pretende ajustar a las normas inflexibles del derecho, los hábitos desordenados de nuestra democracia inorgánica. “Racionalista clásico”, notable abogado, orador parlamentario, más preciso en su razonamiento que Del Valle, su temible contrincante, y menos realista que Pellegrini, legislador y hombre de gobierno, vinculado a las mejores tradiciones políticas del país, es un conservador liberal, tan enemigo de la demagogia como de la democracia personalista. Amigo del general Mitre, al asumir la presidencia expresó su divergencia con su antecesor al manifestarle que no era ni su camarada, ni su correligionario (Discurso de transmisión del mando). A pesar de su deseo de mejorar los hábitos políticos y restablecer la vigencia del sistema representativo, robusteciendo los partidos y combatiendo el caciquismo, nada pudo hacer para lograr sus propósitos, quizá por su efímero gobierno 70 o la oposición de la “máquina” electoral, que había dejado funcionando el general Roca en manos de los gobernadores de provincias, de Marcelino Ugarte, jefe único de los Partidos Unidos de Buenos Aires, y del senador Benito Villanueva, caudillo de la Capital.


La dispersión del partido Autonomista Nacional facilita la formación del partido Autonomista con importantes elementos que se desprenden de sus filas, hombres de gobierno avenados, de ideas renovadoras, juventud deseosa de terminar con el “caciquismo” absorbente, que constantemente dificulta su acceso a la función pública. Es interesante observar cómo de las entrañas del viejo partido Autonomista Nacional, combatido tan intensamente por la Unión Cívica Radical, surge, como la contra reforma religiosa para combatir al protestantismo, la nueva falange que predica, sostiene y realiza la reforma política con Sáenz Peña, sin recurrir en ningún momento a la revolución, sino a los comicios y con la constante prédica democrática, que tiene en Pellegrini su más prestigioso adalid.



La revolución de 1905


La disolución de la Unión Cívica Radical determina la formación de un núcleo de elementos radicales que reconocen como jefe a Hipólito Irigoyen. Lo constituyen hombres jóvenes, reclutados en la clase media, profesionales, comerciantes, empleados, estancieros de vieja tradición federal, colonos y peones del campo a quienes su jefe supo imponer disciplina y entusiasmo. 71 Intransigencia, abstención y revolución, como si fueran tres palabras mágicas, operan en el ánimo de sus adeptos. Más que un partido político es una especie de cofradía que se impone en el espíritu de sus partidarios para dar a su campaña contra el régimen político instaurado por el partido Autonomista Nacional, un sentido de cruzada de restauración nacionalista y libertad política. La paciente labor de buscar adeptos entre la oficialidad del ejército la realiza Irigoyen con un tesón, una habilidad y una eficacia tal que su propaganda revolucionaria se extiende por la república. Todo está pronto para derribar al gobierno del general Roca. La revuelta se demora y se produce cuando se hace cargo del gobierno Quintana (4-II-1905). Es una de las rebeliones más importantes que sufre la república, por el número de militares comprometidos, las fuerzas vinculadas y la extensión del movimiento. Estalla en la Capital, Córdoba, Santa Pe y Mendoza. La actitud decidida del general Smith ocupando el arsenal y las previsiones del ministro de la guerra, general Fraga, determinan el fracaso del movimiento. En Córdoba los revolucionarios toman prisioneros al Vice Presidente, a Julio A. Roca (h) y Francisco Beazley, ex Jefe de Policía. La noticia de la revolución la recibe el general Roca en su estancia “La Paz”, y antes que lleguen los revolucionarios a detenerlo, consigue huir a Santiago del Estero. En Mendoza los rebeldes se llevan 300.000 pesos del Banco de la Nación y atacan los cuarteles defendidos heroicamente por el teniente Basilio Pertiné. Las divisiones del ejército, leales al gobierno, vencen rápidamente a la revolución de acuerdo con las enérgicas y rápidas órdenes del presidente Quintana. 72



La revolución recurso de la oposición


Las rebeliones para derrocar al gobierno nacional estallan periódicamente en el país. En 1874, 1876, 1880, 1890-93 y 1905 con la participación de las fuerzas armadas nacionales. Quebrantando el principio de disciplina, se rebelan contra su jefe constitucional, el presidente de la Nación.


Las revoluciones, como procedimiento de la oposición para llegar el gobierno es un hábito incorporado, una especie de derecho consuetudinario aceptado en las luchas políticas sudamericanas.


Son complejas las causas que las producen. Favorecen estos movimientos armados el “culto al coraje”, la exaltación del valor personal, el germen de rebeldía y falta de respeto por las normas legales, que caracteriza a los países latinoamericanos. En las guerras de la independencia y durante el largo período de la anarquía, la mayoría del pueblo y de la clase dirigente participa en las guerras y luchas que satisfacen estas modalidades. Los jefes militares son respetados y honrados por su coraje y hechos de armas. La juventud encuentra en las milicias amplio escenario para emplear sus naturales ímpetus y realizar grandes empresas y heroicas acciones. Cuando termina la lucha por la libertad y unidad nacional y las milicias se retiran a sus cuarteles, cuando deja de combatirse con el Brasil y Paraguay, cuando termina la represión de las montoneras, los oficiales inactivos buscan nuevos campos de acción donde emplear sus ardores juveniles y servir sus ideales patrióticos; buscan y encuentran otras banderas donde pueden exhibir sus energías y su valor. Ninguna más grande y de mayor prestigio que custodiar la Constitución nacional y defender las instituciones democráticas. Con mayor experiencia política que escuela militar en defensa de la constitución y de la libertad de sufragio, intervienen en la conducción de la nación. En la paz, la disciplina no parece ser una virtud del soldado sudamericano, ni tampoco la obediencia a las autoridades constituidas, la norma rectora de su conducta. Reclamada la cooperación de las milicias por las tensiones políticas, inflamado su patriotismo por las campanas cívicas, encuentran en ellas un amplio escenario para el desborde de su vitalidad y la satisfacción de sus ambiciones.


Una copiosa literatura exalta las acciones heroicas de militares y civiles en las revoluciones argentinas, donde se elogian los combates entre hermanos. Se recuerdan hasta en sus menores detalles los episodios de coraje que entre ellos ocurren. Los gobernantes y la opinión pública conmemoran y recompensan sus acciones contra la autoridad, hasta elogiar a los montoneros y considerar como próceres a los jefes revolucionarios, recordando fechas y levantando monumentos en las plazas públicas.


La inclinación a emplear las armas para derrocar al gobierno es tan constante en nuestro país, que no se defendieron de ella, ni el austero San Martín, ni Mitre, el hombre de la Constitución y de la ley.


Se crea un derecho a la revolución, “deber, derecho y necesidad” dijo el general Mitre en su famoso manifiesto revolucionario en 1874. Cuando el derecho de sufragio queda suprimido de hecho, cuando los gobiernos electores y el fraude electoral anulan la acción tranquila del voto de las mayorías, cuando se ahoga el sistema republicano, se viola la Constitución “en su parte fundamental”, y se impide la solución pacífica de las cuestiones de interés común; cuando la inmoralidad y la dictadura se enseñorean del gobierno de la nación, entonces la revolución tiene su razón de ser y es bandera la defensa de las libertades públicas (Mensaje de Mitre).


La participación reiterada de las fuerzas armadas en las contiendas políticas desde los días de la independencia crea una costumbre. Las nuevas doctrinas 73 que les atribuyen el derecho de opinar e intervenir en los asuntos de estado también los estimula a distraerlas de su verdadera misión y a concentrar su atención en problemas de gobierno. Es un hecho constante que se observa en nuestra historia, la intervención de las milicias en la vida cívica nacional.


La Unión Cívica Radical, el partido que durante mayor tiempo inscribió en su programa y predicó los comicios a la oposición, recluta sus adherentes entre el elemento joven del ejército y aún entre los hombres maduros, sinceramente inspirados en un patriótico nacionalismo. La revolución debe tener como base fundamental el concurso del ejército, dijo uno de sus destacados caudillos. Los partidos políticos opositores constantemente buscan el apoyo en las milicias para sus campanas políticas y exaltan sus virtudes cívicas y la defensa de la Constitución Nacional para relajar la disciplina militar y atraerlas a la arena política. 74


Fue vano el ejemplo y la enseñanza de algunos grandes jefes para impedir la participación de las milicias en la vida política y restablecer el principio de obediencia al presidente establecido por la Constitución Nacional. Tampoco pudieron contra la tradicional costumbre las elocuentes lecciones de Sarmiento y Pellegrini que fijaron en órdenes del día, comunicaciones y discursos de buena doctrina. La reforma electoral y la garantía del sufragio popular, implantada por Sáenz Peña, terminó por un largo período con las conspiraciones y el país vivió una época de tranquilidad y de paz que tanto “ilusionó” a la opinión pública, creyendo que por este procedimiento quedaba protegida contra futuras revoluciones y golpes de estado.



Fin del partido autonomista nacional


El partido Autonomista Nacional llega a su fin después de haber contribuido a gobernar el país durante más de treinta años. Su acción puede apreciarse por la inmensa obra realizada por los presidentes que fueron electos con sus votos y la calidad de hombres que desempeñaron el gobierno. 75


El general Mitre había organizado su gobierno y durante la guerra con el Paraguay sofocado la sublevación de los montoneros. Sarmiento difundió la enseñanza e impuso en las provincias la autoridad nacional. La última etapa de las luchas entre la provincia de Buenos Aires y el interior le corresponde terminarla a Avellaneda, resolviendo el viejo problema de la Capital de la República. Con Roca y Juárez Celman el partido Autonomista Nacional inicia su programa político, consolida la organización institucional y económica, estimulando la inmigración, la inversión de capitales extranjeros, afirmando el crédito público y el arraigo del sentimiento republicano. Los derechos individuales y la propiedad privada fueron definitivamente garantidos, terminó la amenaza del indio y conquistó para el trabajo la totalidad del territorio argentino, trabando definitivamente los límites de la nación. Los partidos y facciones que pretenden suplantarlo no cuentan con el apoyo de la mayoría del ejército, ni de la opinión pública. Los movimientos subversivos son siempre dominados por las fuerzas del gobierno.


Las deficiencias de los hábitos políticos y el desconocimiento de la práctica de las instituciones democráticas, no escapan a la observación de los hombres más conspicuos del partido, cuando se opera la disgregación del partido Autonomista Nacional. Iniciaron con vigor y franqueza la reacción contra el “viejo régimen”. Sostuvieron la necesidad de un cambio fundamental en la conducta política del partido para “devolver la autonomía a las provincias y al pueblo su libertad electoral”. Coincide este propósito con el programa de la Unión Cívica Radical, con la diferencia que uno sostiene como medio para realizarla, la revolución y el derrocamiento de las autoridades y la otra la evolución por el voto público. Cuando se cierran los comicios al adversario y el oficialismo aleja por la fuerza al votante, cuando la opinión pública exterioriza su repudio al gobierno y al régimen arbitrario que establece, puede justificarse un movimiento subversivo, pero ello no prueba que el derrocamiento es beneficioso, sino que la responsabilidad de quienes lo provocan es mayor y la reacción del país frente al disloque de las instituciones provocará un proceso lento y penoso de recuperación.


La revolución es el último recurso al cual nunca apeló el partido Autonomista Nacional. Los adalides más destacados de la fracción autonomista, Carlos Pellegrini y Roque Sáenz Peña, no fueron nunca revolucionarios y condenaron los derrocamientos.


éste, desde su iniciación política con más firmeza que aquél, quizá con mayores ilusiones, sostuvo invariablemente la necesidad de la libertad electoral y la autenticidad de los comicios como base de la vida democrática.